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Masaje

« MASAJE »
Estaba nervioso tamborileando la mesa del escritorio, eran las 11:20 y yo seguía esperando. Llevaba más de siete años que no veía a Diego y no estaba preparado para esto. Ansioso, llamé a Claudia para ver si la cita de las 11 aun no llegaba, ella contestó que no. Me levanté de mi asiento y me asomé por la ventana, no había nadie, no pasaba ningún coche, no había nada. ¿Me estará haciendo otra de sus estúpidas bromas?
Volví a mi asiento desilusionado. ¿Por qué quería verlo? Recliné mi cabeza sobre el escritorio usando mis brazos como almohada, recordando a Diego, recordando cómo él y sus amigos me insultaban cada vez que podían, recordando cómo se divertían humillándome, recordando lo guapo que era…
Iba en un colegio Cristiano, uno de ricos, se podría decir. Mi padre me ingresó ahí por mi evidente preferencia a los hombres, él creía en mi salvación y decía que, entre más joven me trataran, mejores resultados obtendría. Pues nada más lejos de la realidad, me metió en un colegio donde la mayoría de los chicos eran guapos y para colmo, dividían a los hombres de las mujeres, así que siempre estaba rodeado de ellos, enamorándome de vez en cuando de alguien, fantaseando con que al menos, solo uno fuera como yo, en especial, Diego. En ese entonces, Diego, era un muchacho delgado con algo de musculatura, de rostro rudo y cuerpo afilado, a esa edad ya se le empezaba a ver el vello que le crecería por todo el cuerpo y lo exhibía cada vez que podía, lamentablemente, era una persona arrogante, un niño mimado y sobre todo, castrante.
Desde que llegué tuve la fortuna y desdicha de estar en el mismo salón que él, y desde que él me vio empezó a molestarme sin descanso. Yo al contrario que él, soy un poco afeminado, mi voz me delata sobre todo, de ahí se aprovechaba para hacer sus bromas y yo lo soportaba, tenía que hacerlo. Después de todo, del colegio Cristiano aprendí que, se castigaba más a una persona por ser gay que por insultar y humillar a los demás, es más, hasta me lo merecía, o eso era lo que la monja en turno me decía si llegaba a quejarme. Aún así con todo lo que hizo y me dijo, yo estaba enamorado platónicamente de él. O lo estaba, hasta que el muy idiota junto con su par de amigos decidieron jugarme una broma bastante pesada.
Resulta que era una norma que dos alumno se quedarán después de clases a hacer el aseo del salón, esa semana me tocaba a mí y curiosamente Diego se ofreció de voluntario para ayudar, cosa que me extraño pero a la idiota de la monja no. Sabía que me iba a molestar pero tendría por media hora a Diego para mi solo, así que no me quejé ¿qué podía pasar?
Pues a la hora prometida, Diego apareció pero con sus dos amigos, los tres iban riéndose de un chiste del cual yo no estaba enterado, en cuanto me vieron, me rodearon de modo amenazador. Diego en frente de mí y con voz grave me ordenó que me quitara el pantalón, yo me sorprendí, y con un leve atisbo de valor me rehusé, al instante Diego me dio un fuerte golpe en el estómago sacándome todo el aire. Sus amigos me detuvieron entre risas y me obligaron a ponerme en pie. Diego volvió a decirme que me lo quitara y al ver que iba enserio, me fui desabrochando el pantalón para terminar dándoselos a él. Yo me quedé con mi truza ajustada y uno de sus amigos aprovechó el momento para agarrarme las nalgas pasando su dedo por en medio, yo me quité de inmediato provocando que todos empezaran a reír. Luego Diego me ordenó que me quitara la trusa también, eso iba más allá de lo que podía permitir así que volví a negarme, no terminé de hablar cuando él me asestó un segundo golpe más fuerte entre mis cosillas, esta vez nadie me detuvo, en vez de eso, el mismo chico que me agarro las nalgas, se inclinó y de un jalón me quito la ropa interior dejándome completamente desnudo. Todos se burlaron de mi pene haciendo bromas estúpidas. Cuando lograron controlar su risa, Diego me lanzó una falda del uniforme de las chicas diciéndome que me la pusiera para hacer el aseo, viendo que por cada vez que le llevara la contraria me daría un golpe, me la puse sin decir nada y descubrí que era mucho más corta que el uniforme oficial de las niñas, se me podían ver los huevos colgando así como la mitad de las nalgas. Uno de sus amigos me lanzó la escoba indicándome que empezara a trabajar.
Yo me dediqué a hacer mi tarea lo más rápido posible, pero los amigos de Diego de vez en cuando se acercaban a mi y me metían la mano bajo la falda, apretándome una nalga con sus manos extendidas, mientras Diego solo se limitaba a darme órdenes. La más común era que, me inclinara más cuando me agachaba para que todos me vieran las nalgas completamente abiertas, en una ocasión, incluso, uno de ellos me garró por detrás, para simular que me cogía, como mis nalgas estaban expuestas, pude sentir su rabo semi erecto en mi culo, ellos solo reían.
Cuando al fin terminé, me acerqué a Diego y le dije que ya quería irme, pidiéndole mi ropa de vuelta. El no dijo nada, solo se acercó a mí y me ordenó que me arrodillara, no quería otro golpe así que lo hice, quedé a la altura de su cintura, él dio unos pasos más para que mi cara quedara más cerca de él. Con su voz grave me dijo que lamiera su pantalón, yo estaba como piedra, no sabía que hacer, sus dos amigos se empezaron a reír pero él no. Como no hice nada él me dio una fuerte cachetada, entendí que sería así, un golpe por cada vez que desobedecía, así que saque la lengua y empecé a lamer su pantalón, su verga estaba semi erecta desde que lo rocé con mi lengua, por lo que fue fácil poder detectar qué era lo que quería que lamiera. Su verga creció rápidamente para transformarse en un bulto que no cabía en mi boca. Uno de sus amigos empujó mi cabeza para que mi rostro se restregara en su verga y al parecer eso le gustó a Diego, pues ahora él agarró mi cabeza y la alejaba para golpear de manera violenta su verga con mi cara, me estaba lastimando pero no le importaba, él lo estaba disfrutando. Sus amigos ya no reían. Diego terminó empujándome la cabeza todo lo posible a su verga mientras con la cadera hacía movimientos para masturbarse con mi rostro, su verga se acomodó entre mi nariz y la frente. Uno de sus amigos, no se cual, aprovechó que estaba de rodillas y comenzó a acariciarme las nalgas, pasando de vez en cuando con sus dedos mi ano, Diego no dejaba de restregarme su verga en la cara, a mi me dolía el cuello. El otro chico que no me estaba haciendo nada, gritó que la tenía parada, que era un ¡puto de mierda! Fue cuando me di cuenta que ese se estaba masturbando.
Al ver que yo la tenía parada, el que me agarraba las nalgas se decidió y me penetró con un dedo, Diego volvió a empujar mi cabeza para golpear su miembro con mi rostro, lo hacía cada vez más violento hasta que apretó con todas sus fuerzas mi cabeza con su verga y tras unos segundos, terminó dentro de su pantalón con un grito ahogado, sentí como su pene descargaba su semen, sentía las palpitaciones de su verga sobre mi rostro. A pesar de todo estaba fascinado. Cuando me soltó, apenas pude hacer nada pues de repente sentí un líquido caliente sobre mi mejilla, saliendo de la verga del que se estaba masturbando, su segunda venida me llegó a la cara y parte del uniforme, no le importo, de hecho lo que le quedó en la mano, me lo embarró en mis labios. El otro simplemente sacó su dedo, me apretó otra vez mis nalgas, y se paró. Me aventaron mi ropa y se fueron entre risas. Después de ese día Diego ya no se apareció a hacer el aseo del salón. Yo lo agradecí…
¡Riiiing!
El timbre del intercomunicador me despertó, ¿cuánto tiempo me perdí en mis pensamientos?
—Julio, la cita de las 11 acaba de llegar.
—Gracias Claudia, voy enseguida —miré el reloj, eran las 11:45.
—¿Julio? —mi recepcionista susurró al teléfono.
—¿Qué pasa? —yo también susurré, no se porque.
—No es un cliente habitual.
—Sí, lo sé… Es un favor a un amigo de la preparatoria… no te preocupes.
¡Dios, hasta mi recepcionista lo sabía ! Esto está mal, terriblemente mal. Nervioso, alisé mi ropa y me levante resignado. Al abrir la puerta un hombre ancho y fornido sentado en la sala de espera me sorprendió.
Él era guapo, tenía el recuerdo de él en la preparatoria pero ahora, ahora era una masa de musculo y grasa robusta, tosca, no tenía musculatura en exceso, sino que, es de esos hombres que tienen una barriga un poco salida pero con unos brazos anchos y fornidos, tenía pelo desde su barbilla hasta sus brazos, me imaginé que también en su pecho pero la camisa de manga corta no dejaba verlo, estaba sentado con las piernas abiertas y se le podía ver que también eran una masa de carne robusta. Definitivamente no era el tipo habitual de clientes que me visitaban.
—¿Diego? —pregunté, él se levantó y me sonrió, «qué hermosa sonrisa» pensé.
—¡Julioooo! —su voz grave se escuchó por todo el consultorio— cuánto tiempo ¿no crees?
—De hecho como siete años. Pero pasa, aquí podemos hablar mejor.
Él entró por la puerta y al pasar junto a mi recordé lo alto que era, me dio un escalofrío. Le dí instrucciones a Claudia para que no me pasara llamadas y cerré la puerta. Diego tomó asiento y empezó a examinar mi consultorio mientras yo me acomodaba en el escritorio. Tragué saliva, estaba nervioso. ¿Cómo me había metido en esto?
—Tienes un despacho bastante bonito, —«consultorio» lo corregí en mi mente.
—Gracias, después de la universidad mi papá me apoyó para poner el “consultorio”. Aunque me especializo en fisioterapia geriátrica.
—Sí, me lo dijo Alma, —«entonces fue ella quien te pasó mi número» pensé— pero los viejos tienen el mismo cuerpo que yo, ¿no? —«Para nada».
—Podría decirse —¿cómo le iba a decir a Diego que estaba mal?— me especializo en las dolencias de personas de más edad, pero también estoy facultado para atender molestias físicas por golpes, torceduras o por deporte, aunque por mi especialización estoy algo oxidado. Lo que necesito saber es que tienes y cómo empezó la molestia.
—Directo al punto Julio, muy profesional —no éramos amigos, ni siquiera cuando estábamos en la escuela, ¿qué quería que le preguntara?, ¿Cómo está tu hijo que abandonaste al embarazar a Alma? o mejor aún, ¿Cómo te va con la demanda por maltrato que te puso tu esposa? No lo había visto en mucho tiempo, pero Alma, mi amiga de la prepa y su antigua novia de preparatoria, me mantenía al tanto del chisme.
—Disculpa, no es que no quiera platicar, sino que tengo un horario establecido, tengo citas y trato de ser lo más eficiente —mentí, había cancelado todas las citas de ese día para atender a Diego, como sabrás, las malas decisiones nunca vienen solas.
—Entiendo —volvió a sonreír el cabrón, sabía cómo manipular con su mirada, siempre lo había hecho, era un hombre guapo y lo aprovechaba a su favor— mira, juego americano con unos amigos de la universidad cada fin de semana, y hace 6 meses en una tacleada me disloque el hombro, me llevaron al médico y me reacomodaron el hombro, pero no se, de repente me duele y no he podido quitarme ese dolor. Y como Alma me dijo que eras masajista —«FISOTERAPEUTA»— pensé que me podrías dar un masajito para aliviarme. —«No funciona sí», me estaba alterando.
—Muy bien, antes que nada tengo que examinarte, —me levanté y fui a donde estaba sentado—¿puedo? —le pregunté, él accedió.
Su camisa de manga corta me dejaba sentir con claridad su musculatura, era completamente diferente a cualquier paciente que haya tenido, pues estaba acostumbrado a sentir más hueso que piel, pero vaya, este hombre era más carne que hueso, y ¡qué carne tiene este hombre! Con los dedos extendidos fui tocando desde los músculos de su cuello hasta sus deltoides, luego presionando en la parte de sus bíceps, buscando algo que me indicara la lesión. No encontraba nada, solo podía notar lo redondo y duro que estaba su cuerpo, Diego volteó a verme, me puso nervioso.
—¿Quieres que me quite la camisa? —«NOO… es decir, no trabajo así», pensé. Mi trabajo es sagrado y le doy toda la privacidad a mis clientes, pues, al ser mayores suelen ser más tímidos que otro tipo de pacientes, primero los examinó para que después ellos se pongan una bata especial que solo deja al descubierto la parte del cuerpo que voy a tratar, todo con la mayor privacidad que pueda ofrecerles.
—Sí no te molesta, por favor solo descúbrete el hombro. — Pero ¿qué estoy haciendo?
Diego, empezó a desabotonarse la camisa y pude ver al fin sus pectorales. Mis suposiciones eran ciertas, tenía pelo en prácticamente todo su cuerpo, quería tocar ese magnífico pecho que se asomaba bajo su a camisa. Me obedeció y solo se quitó media camisa, fue algo raro para mi que me tratara así, omitiendo el hecho de que me haya comparado con un masajista, se estaba comportando muy diferente a lo que yo estaba acostumbrado. Ya con el brazo descubierto comencé a examinarlo de nuevo. Su piel se sentía maravillosa, mentiría si no dijera que más que examinarlo, lo estaba acariciando.
—¿Te duele? — preguntaba presionando en algunos puntos de su hombro.
—Algo, más que un dolor punzante es como un dolor crónico, aparece de repente.
—Ok, mira, tienes algunos nudos en la zona de los trapecios, pero eso es por estrés. Sin embargo —«para mi mala fortuna»— no encuentro algún signo de trauma de la lección que me dices. —A pesar de ello, seguía acariciando su brazo, ahora estaba en sus bíceps metiendo una de mis manos por su axila, ¿quién podría culparme de ello?— Pero como dices que tienes un dolor crónico podemos programar una terapia de rehabili…
—¿Programar? No, yo vine para que me atendieras hoy mismo, ¿no puedes hacer algo hoy? —Yo dejé su brazo, mi mente estaba girando vertiginosamente en busca de una solución rápida a una dolencia crónica.
—Podría aplicarte una pomada térmica de efecto calor, es lo único que se me ocurre.
—¿O sea que me vas a dar masaje? —dijo guiñandome un ojo, ¿porque hizo ese gesto?
—Sí, te voy a aplicar la pomada con masoterapia.
Busque en el armario la bata más grande que tenía y se la la di pidiendo que se la pusiera en el vestidor. Él volvió a obedecer, «raro» y fue al vestidor. Pasé a la camilla de masaje y empecé a preparar todo.
Cuando Diego salió del vestidor me sorprendió, no sé qué habrá pensado pero como la bata le llegaba a la altura de los muslos, pude ver que no traía pantalón ni calcetines. Eran las piernas. Más peludas que había visto.
—Diego, solo te tenías que quitar la camisa y ponerte la bata.
—Pero ¿no me vas a dar un masaje? —«Éste sigue pensando que soy masajista».
—Solo voy a aplicarte la crema en el hombro para aliviar tu molestia. —«Aunque si me rebajara un poco, podría sentir todo su cuerpo», ¿qué estaba pensando?
—Y no estás especializado para darme un masaje en todo el cuerpo? De hecho tengo unas molestias en la espalda que quería que resolvieras. —¿cómo podía negarme?
—Creo que puedo hacer una excepción. Primero me enfocó en tu hombro y luego en tu cuerpo.
—Ok, tú eres el experto. —Dijo y se quitó la bata mostrando un cuerpo espectacular, solo tenía un suspensorio deportivo blanco, a pesar de la pulcritud que mostraba su demás ropa, su suspensorio parecía sucio, su verga se dibujaba ligeramente ya que se transparentaba un poco. Sus hombros y brazos anchos, su pecho abultado y peludo, sus piernas… todo él era la definición de hombría. Yo no podía hacer ningún movimiento, solo estaba admirando su cuerpo. El me sonrió.
—Veo que todavía te siguen gustando los hombres —me obligué a mirarlo a los ojos— no te preocupes no me molesta que me veas.
Se acomodo boca abajo en la camilla y me dejó ver entonces sus enormes glúteos, su espalda era completamente lampiña pero desde el inicio de su pelvis hasta sus tobillos le crecía una mata salvaje de pelo. Era lo más caliente que había visto.
—Sí, la verdad es que siempre me gustaron los hombres —me atreví a decirlo cuando recobré el habla— pero a diferencia de la preparatoria ya no tengo que ocultarlo —saque la pomada de efecto calor del anaquel y empecé a prepararlo.
—Me alegra Julio, la verdad me alegra. De hecho no se si sea el momento adecuado, yo aquí prácticamente desnudo, mostrándote las nalgas ¿verdad?, pero tengo que confesarte que todo lo que hice en ese entonces, fue para que apoyarte. —Hijo de puta, a demás de soportarlo, ahora tenía que agradecerle al muy cabrón.—Sabía que eras gay y quería que aprenderás a defenderte. A demás de que quería que te definieras de una vez, parecía que las monjitas te estaban convenciendo.
—No, les decía solo lo que querían oír. —Con el ungüento listo y mis manos tibias, lo admiré acostado, tenía una ligera excitación tan solo de verlo. — La pomada que voy a aplicarte hará que sientas un calor repentino, si te molesta me avisas, la pomada dilatará los vasos sanguíneos ayudando a los músculos. Esto te deberá relajar. —Empecé a trabajar.
Su piel se sentía increíble, la musculatura de su cuerpo se sentía muy diferente a cualquier cuerpo que haya sentido, froté la crema desde los trapecios hasta sus bíceps. El no se quejaba sólo hacia ligeros suspiros.
—Tienes buena mano, estoy acostumbrado a los masajes y algunos no tienen idea de lo que hacen. Se ve que practicaste con mucho hombres Julio. Je je je.
—¿El calor de la crema no te molesta? —Ignore su comentario, ya estaba agarrando confianza.
—No, de hecho se siente muy bien, ¿nunca te la has aplicado en el pene? —dijo como si fuera lo más natural del mundo.
—No, —respondí de inmediato— es algo fuerte y no está recomendado para ese tipo de uso. —Me sonroje.
—¡Ah! Me olvidé que eres marica —de ¿dónde venía eso?, primero amable y ¿luego se comporta como un idiota? Me quedé callado, no conteste a eso.
Terminé de aplicarle la crema, estaba molesto y estuve a punto de decirle que había acabado, que se largara, pero quién puede resistirse a ese cuerpo peludo. En cambio, me lave las manos y fui por un aceite corporal.
—Ahora te voy a aplicar un aceite hidratante para quitarte los nudos que tienes en la espalda.
—¿Siempre eres tan serio Julio? —levantó su cabeza buscando mi mirada.
—Lo siento —¿por qué yo le pedía perdón?— lo que sucede es que no se de que hablar contigo, ha pasado mucho tiempo. —Él bajó la mirada, hice lo mismo, sobre mi pantalón se notaba una terrible erección.
—Jajaja —su rostro mostraba que su risa era sincera, pero no entendía porque— con que te gusta lo que ves, ¿eh?
—Perdona, no sé de dónde, no sé porque… —estaba nervioso, nunca me había pasado— Si quieres puedo…
—¿Puedes qué?
—Si quieres, aquí lo dejamos, puedes retirarte…
—Pero si todavía no me terminas de dar el masaje. Te diré una cosa, —me volvió a ver el rostro— quítate esa pijama de médico y así me das el masaje.
—¿Perdona? — estaba confundido.
—Así vas a estar más cómodo, a demás así podré ver que tanto éxito a un gay como tú.
No se porque lo hice pero lo obedecí, al ver que me desamarraba la cinta que sujetaba mi pants, sonrió, terminé de quitármelo y lo aventé a un lado.
—También la playera —dijo viéndome a la cara— tapan tus nalgas. —Yo me deshice de mi playera— Sigues usando trusas, tienes buen cuerpo, lo admito. —se volvió a acomodar en la camilla.— Como me obedeciste sin decir nada te recompensaré. —¿De qué se trataba esto?
—¿Disculpa?
—Sí, que te mereces algo. Quítame el suspensorio, —un ligero temblor recorrió mi cuerpo— no te lo diré otra vez. —Su voz sonaba seria.
No sabía si era una broma o no, pero decidí hacerlo. Realmente no sabía dónde me estaba metiendo. Tomé el resorte de su prenda y lo fui jalando, rocé sus nalgas al hacerlo y pude sentir como mi verga palpitaba de la excitación. Él me apoyó subiendo su cadera para que me fuera más fácil, al quitarle el suspensorio, sus huevos se desparramaron en la sábana y pude ver lo enorme que eran. Mi trusa estaba empezando a mancharse con mi líquido preseminal.
—Ese es tu regalo, es para ti. La trusa… huelela.
El suspensorio se veía sucio, estaba tieso pues estaba lleno de semen seco. La olí y tenía un olor concentrado a él.
—Desde que agende mi cita he usado esa prenda. La usé cuando iba a correr, sudaba con ella y cuando me bañaba me la volvía a poner. Cuando orinaba rápidamente me lo metía soltando todavía unas gotas de orina y créeme todas las noches me masturbe y limpié mi venida con ese suspensorio. Pensando en ti.
Él giró todo su cuerpo mostrándome su cuerpo desnudo. Era hermoso, estaba cubierto de pelo y la curvatura perfecta de sus músculos me hacían querer tocarlo, su verga estaba flácida, era gorda, era la verga más gorda que había visto y sus huevos colgaban desparramados. Mi trusa ya no iba a poder aguantar más la erección que tenía. Él puso un brazo en su nuca simulando una almohada y la con la otra estaba acariciando su barriga.
—No entiendo —le dije al fin, estaba muy excitado, pero sobre todo confundido.
—La verdad es que he estado pensando mucho en ti Julio, yo sabía desde antes que eras masajista, pero cuando Alma me lo recordó fue cuando empecé a pensar en la prepa. ¿Te acuerdas?
—Claro que sí. —él dejó su estómago para agarrar mis nalgas, yo no me quité.
—Te acuerdas de lo que te hicimos? —estaba acariciando mis nalgas pero cuando dijo eso, apretó uno de mis glúteos.
—Sí, sí me acuerdo —trague saliva.
—Yo también —en eso metió la mano bajo mi trusa— recuerdo muy bien como se te abría ese culto tuyo cuando te agachabas. No sabes cuantas pajas me hice en la prepa en tu honor. Tenías… —me apretó las nalgas otra vez— tienes un culo digno para coger. ¿Yo te gustaba Julio? —terminó preguntando.
—Am… Sí, siempre me gustaste —él sonrió.
—Y ¿qué esperas? —me dijo mientras meneaba sus pies haciendo que se moviera su grandiosa verga —aquí me tienes, puedes tocarme todo lo que quieras.
Yo caí en la trampa, no podía ver más allá por lo excitado que estaba. Fui tocando su pecho, con los pulgares le fui masajeando sus pezones que de por sí ya estaban duros, luego su estómago, vaya se sentía genial. Quería besar su cuerpo así que me atreví a acercar mi rostro, él no dijo nada, le di pequeños besos en su estómago luego fui subiendo y me topé con su pecho, no pude resistirme y lamí sus pezones, su vello se enredó en mi lengua y me excitó aún más.
Diego no dejaba de agarrarme las nalgas. Erguí mi cuerpo y pude ver que estaba teniendo una ligera erección. Acaricie sus piernas, nunca pensé que podría tenerlo así solo para mí. Subí mi mano de sus muslos a los testículo, eran grandes y la piel que los protegía colgaban demasiado, por fin me atreví y tomé su miembro, él seguía sin decirme nada. No era bastante grande pero si ancha, en mi mano se sentía bastante bien, lo empecé a masturbar pero seguía flácida.
—Chupamela —dijo, pero con una vos de mando.
No lo pensé dos veces y me la metí a la boca. Tuve que abrir toda la boca para poder hacerlo, sentir su pene flácido fue lo mejor para mi, con la mano derecha empecé a sobar mi verga pero Diego me detuvo.
—No, tú no, no te vas a tocar, no te vas a masturbar ni te vas a frotar en ningún lado. NO.
Con su verga en mi boca me resigne, no importaba. Su miembro comenzó a crecer y fue más delicioso aún, dejó de acariciarme las nalgas. Yo sentía como su cabeza iba expandiéndose, hinchándose, no podía meterme toda la verga así que me esforcé todo lo que pude, él empezó a gemir. Ahora si la tenía bien parada y era realmente un monstruo. Me la saque de la boca para poder contemplarla y vaya que había cambiado, seguía igual de ancha pero su cabeza sobresalía ligeramente como un hongo, tenía una curvatura rara al lado derecho, en vez de parecerme fea por eso, me excitó aún más.
—¿Te gusta? —con su mano acarició mi pene erecto bajo la trusa— ya veo que si putito —otra vez los insultos, la verdad no me importaba —trágatela otra vez.
Volví a obedecer, y empecé a chuparla más rápido, quería producirle un orgasmo, pero él me sorprendió tomándome por mi cabeza y me empujó a su verga, sentí como su pene me llegaba a la garganta, yo me resistí y logre zafarme, él estaba molesto.
—Vuelve a mamármela y no te quites —me dijo en un tono tan grave que me dio un poco de miedo.
Me incline y me tragué ese pedazo de verga de nuevo. Esta vez no esperó y de inmediato me tomó de la cabeza, ahora él me guiaba con la fuerza de sus manos. Igual que en la preparatoria sus movimientos eran toscos y violentos, después me empujó con fuerza hacia abajo, estaba tratando de llegar a lo más profundo de mi garganta, yo ya no aguantaba y con mis brazos lo empuje. El me dio una cachetada bastante fuerte.
—¡TE DIJE QUE NO TE QUITARAS! —gritó, su rostro estaba rojo, ¿de la ira o de lo excitado que estaba? Creo que de los dos. Cambió de posición y ahora se sentó con las piernas colgando.
—Ven —me ordenó— arrodíllate y vuelve a mamármela —no sé porque lo obedecí de nuevo pero lo hice— sabes que es lo que te va a pasar su te quitas, ¿verdad? —yo asentí— esta vez no te voy a soltar.
Nuevamente me metí su verga y él me tomó de la nuca, abrió más las piernas y me guió con sus manos, empezó suave, parecía que le gustaba el roce que mis tienes le hacían a su verga pues cada vez que yo sentía que lo lastimaba, él lanzaba un gemido. Empezó a hacerlo más rápido, yo solo veía su rostro, estaba completamente rojo, «era por excitación» descubrí al fin, le gustaba forzar a los demás.
Fue haciendo el movimiento más rápido y de repente sentí toda su fuerza sobre mi nuca. Por fin logró llegar hasta la garganta, no se como lo estaba haciendo pero mi boca casi llegaba su pelvis, yo no podía respirar, me estaba ahogando así que con las manos fui golpeando el torso, el firme a su amenaza no me dejó escapar, solo estaba mirando al techo disfrutándolo. Me soltó y yo me fui para atrás, tratando de recobrar la respiración.
—No sabes lo tanto que estoy disfrutándolo cabrón. Intenté hacerle esto a mi esposa y la muy estúpida me terminó demandando —yo solo lo miraba asustado— y a ti en cambio te gusta —me señaló mi verga y en efecto, mi verga seguía completamente erecta, mi trusa tenía una mancha grande de mi líquido preseminal. Se levantó de la camilla y se paro frente a mi— vuelve a metértela a la boca, me voy a venir en tu garganta.
Parado así, completamente desnudo y con la verga parada, se veía realmente imponente. Era todo un hombre y vino aquí solo para satisfacer su perversión. ¿Quien era yo para negarme? El sonrió satisfactoriamente al ver que obedecía.
—Así me gusta putito, que seas sumiso —tomo mi cabeza y me obligó a mirarlo para que pudiera escupirme en la cara. Yo dejé que hiciera lo que quería.
Volví a abrir la boca y de un empujón me volvió meter la verga hasta la garganta, ahora era más fácil para mí, no hacía movimientos, solo me empujaba su cadera lo más que podía. Esta vez mi boca si llegó hasta la base de su pene, podía sentir todos sus pelos en prácticamente en todo mi rostro, pues mi frente chocaba con su vientre. Comencé a toser, ya no aguantaba, a pesar de eso el no me soltaba, me desespere y le empecé a golpear su torso.
Él libero un poco la presión pero no dejó que mi boca soltara su miembro.
—Aguanta —me dijo entre jadeos— aguanta.
Al ver que ya había recuperado la respiración, sin aviso alguno empujó mi cabeza de nuevo. Cuando por fin la metió toda empezó a mover la cadera. Sentí como su cabeza penetraba toda mi garganta, Diego gemía como un loco y empezó a hacerlo más rápido, yo empecé a toser de nuevo, volví a golpearlo pero esta vez recibí un golpe de lleno en mi espalda, otra vez liberó la presión pero sin dejarme sacar su verga de la boca. Me metió la verga sin esperar a que recobrar a el aliento, haciendo nuevamente movimientos rápidos, ya no me podía quitar, el iba a venirse, así que aguante todo lo que pude, respirando cuando tenía oportunidad. Su verga me penetraba cada vez más rápido y cuando estuvo a punto, me empujó con más fuera mi cabeza, su verga incluso llegó más profundo aún. Nos quedamos unos segundos así, él, con la voz entrecortada, me pedía que aguantara. Yo hacía lo que podía, pero estaba llegando al límite y el aún no se venía. Las lágrimas se me empezaron a salir y comencé a toser, a él no le importó, me empujó aún más y comencé a pegarle de nuevo pero no parecía afectarle, en cambio comenzó a gemir más fuerte hasta que lanzó ese grito ahogado que recuerdo de la preparatoria. Me estaba ahogando y de repente una descarga brutal de leche salió de su verga, no mentía, se estaba viniendo en mi garganta, seguía sin soltarme, sentí otro chorro de semen en mi garganta, lo sujete de sus caderas y ni así logre zafarme, no fue sino hasta que sentí una tercera descarga llenando mi garganta que soltó mi cabeza.
Tras liberarme su pene erecto seguía escupiendo más leche. Su verga estaba más gorda de lo que recordaba, me sorprendió el hecho de que esa cosa me haya entrado en la garganta. Tenía la boca llena de su venida y como yo seguía excitado, me obligué a tragármela.
Cuando me recuperé, me levanté lentamente, vi a Diego parado en la misma posición, sudando, jadeando por lo excitado que estaba, mirándome fijamente, su cuerpo denotaba cansancio, pero su verga seguía manteniendo la misma erección de hace un rato, y como su verga siguió escupiendo leche, su miembro estaba completamente embarrado por su venida, dejando un charco de semen en el suelo.
Se acercó y me golpeó fuertemente en el estómago, instintivamente me doblé y él me tomó para empujarme a la camilla, él se colocó detrás de mí, no sabía qué pasaba. Diego tomó el resorte de mi trusa y con un fuerte jalón la desgarró lastimándome en el acto, yo no podía hacer nada, el dolor del golpe me había dejado inmovilizado. Él siguió desgarrando la trusa hasta que quedé completamente desnudo.
—Ahora si marica, te voy a coger como nunca he cogido a nadie en mi vida —tomó un poco del ungüento que estaba en la mesa y se lo untó en su pene, solo escuché como gemía de placer— ¿cómo no te has puesto esto en tu verga si se siente genial?
No esperó respuesta, solo con una de sus piernas empujó mi tobillo para indicarme que quería que abriera más las piernas, yo estaba resignado.
Me tomo de las nalgas y las abrió en par, me escupió y con un dedo fue lubricando mi ano. Contrario a lo que imaginé, no me metió su verga de un golpe, no, esta vez sentí como jugueteó primero con mi culo, pasando su verga entre mis nalgas, rosando su cabeza por mi ano. El dolor de mi abdomen iba desapareciendo, comenzando a sentir placer otra vez. En la posición que estaba, pude ver que mi verga siempre se quedó parada, ni siquiera se puso flácida por el golpe que me dio, y ahora como me encontraba medio acostado sujetándome de la camilla con las piernas abiertas en el suelo, mi verga estaba sobre la colchoneta, obteniendo el placer del roce que generaba.
Diego se decidió y me penetró lentamente, nunca me habían metido una herramienta así de ancha, por eso, cuando apenas había entrado una parte de su cabeza, sentí un dolor inmenso.
—Por favor, por favor… sácala —pedí inútilmente.
Como respuesta, él la empujo de un jalón y a pesar de que no logró meterla toda, provocó en mí una descarga de dolor increíble. Mientras yo me retorcía de dolor, Diego gemía de placer, el movimiento que hacía mi ano al contraerse le encantaba.
—¿Quieres que te la saque? —su voz mostraba lo excitado que estaba.
—Sí por favor, me estás lastimando.
Para mi sorpresa el accedió, retrocediendo lentamente, pero antes de que sacara por completo su cabeza, me tomó de las caderas y me dio otra fuerte envestida metiéndomela toda por fin. Lancé un grito de dolor. A Diego le encantó que gritara, le gustaba saber que me estaba lastimando pues en vez de parar, comenzó a mover sus caderas
—Eso… grita. Me encanta… saber… que por fin puedas sentir… una… verga de verdad…
Yo me estaba retorciendo por el dolor que estaba sintiendo, y por lo que vi, Diego estaba disfrutando de eso también. La pomada pronto cobro efecto en mi ano, yo también sentí el calor que él sentía en su miembro. Eso me ayudó un poco, pues hizo que que el dolor se disipara lentamente. Al sentir que ya no me alejaba de él, puso su mano sobre mi espalda empujándome con toda su fuerza para abajo, con la otra empezó a darme fuertes nalgadas, lo hacía con toda la mano extendida y realmente con toda su fuerza, estaba empeñado en hacerme sufrir, y me dolía, pero extrañamente mi verga seguía parada, de hecho nunca la había visto tan excitada, mi cabeza estaba a punto de explota por lo grande que estaba, de hecho la sábana estaba manchada por el líquido que me salía. Otra nalgada, yo me retorcía entre una mezcla de dolor y de placer, mis nalgas estaban completamente rojas.
De repente, sin sacar su pene, tomó una de mis piernas y la levantó, girándome en el acto, yo estaba de costado mientras él abrazaba mi pierna levantada, buscando meterme más su rabo, sentía como empujaba su cadera con todas sus fuerzas, yo en ese momento ya lo estaba disfrutando. Volteé a verlo y más que excitado parecía enojado, dejó de abrazar mi pierna para agarrarme del cuello y apretarlo con fuerza, no me estaba ahogando pero si me lastimaba, me estaba mirando directamente a la cara y comenzó a embestirme más violentamente. Se cansó de esa posición y se irguió para acomodarme, ahora me puso boca arriba y puso mis piernas sobre sus hombros. Se detuvo un momento y por fin sacó su gran verga, solo para meterla enérgicamente dentro de mi, comenzó haciéndolo lento, pero con forme fue acostumbrándose lo empezó a hacer más rápido, por fin comencé a disfrutarlo por completo, me dejé llevar y a pesar de que sabía que del otro lado se escuchaba y seguro que mi recepcionista ya había escuchado todo lo que había pasado ahí, comencé a gemir. Diego se sorprendió pero le gustó, porque también comenzó a gemir como loco. Cerré los ojos dejándome llevar por el placer.
De la nada sentí que diego me picó las costillas con su dos manos, ya lo había escuchado pero nunca me lo habían hecho, el efecto que produce es que, al hacer eso, el esfínter se cierra, provocando que el que esté penetrando sienta mucha presión en su miembro. Y en efecto, Diego gritó de placer, así que volvió a hacerlo, me dolía pero era más excitante oír el alarido de él. Así que levanté mis brazos y los puse detrás de la cabeza.
—Hazlo otra vez —le dije— esta vez más fuerte —le pedí.
Vi la cara de sorpresa de Diego y sin penar me picó la s costillas con más fuerza que antes, yo grité de dolor, él de placer, no esperó a que se le volviera a pedir y me picó otra vez.
Ésta vez yo no grité de dolor, sino por el orgasmo que estaba teniendo, ambos vimos como mi verga lanzaba chorros intensos de leche. Diego solo veía cómo mi miembro explotaba, estaba en trance. Todavía estaba disfrutando del orgasmo cuando sentí que me volvía a picar las costillas por última vez, él lanzó un gemido más fuerte que me hizo saber que ya iba a acabar, se reclinó, y acercó su cabeza junto a la mía y me besó, fue un beso brusco y largo, metiéndome su lengua, su barba me raspaba por todos lados, me gustaba, sentía cómo me penetraba con más fuerza mientras respiraba agitadamente, no dejaba de gemir en mi boca. Nuestros cuerpos estaban tan pegados que su pecho se embarró de mi semen y no le importó.
De pronto sentí que su verga se hinchaba aún más dentro de mí, dejó de besarme y descargó todo su peso contra mí, metiéndome más la verga y aplastándome con todo su peso, su cabeza se apoyó sobre mi hombro y sentí otra vez sus chorros de leche llenándome el culo. Ya no lanzaba un gemido ahogado, sino un grito de placer. Cuando terminó sentí como su cuerpo se relajaba, exhausto de tanto que había hecho. No se quitó de inmediato, lo que hizo fue voltear a verme.
—Eres grande cabrón —me dijo al oído— nadie me había aguantado la verga como tú. Ni siquiera a las putas a las que les he pagado —yo no podía decir nada, estaba asombrado de lo que había pasado, principalmente del beso del final— mi verga nunca se la llegaban a comer completa y mucho menos me dejaban metérsela toda, me tenía que contener, y ¿tú cabrón? hasta me pedías más.
Se levantó y comenzó a vestirse, yo hice lo mismo pero de una manera torpe, parecía que estaba adormilado, saliendo de un sueño. Le dí una toalla para que se limpiara y le ofrecí su suspensorio, él se negó diciéndome que era un regalo para mi.
Sentía mi cuerpo adolorido pero extrañamente satisfecho. Mi culo me ardía y seguramente tenía moretones en las costillas, pero no importaba. Había valido la pena.
Diego se despidió, abrió la puerta y se fue. Sabía que no volvería a verlo. Claudia se asomó por la puerta preguntándome que si estaba bien, yo le dije que sí, y le dí el día libre.
Cerré el consultorio para irme satisfecho a casa, quería descansar, había cumplido una de mis fantasías con mi amor platónico de la preparatoria. Estaba feliz.

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