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Mi amigo chileno

Alejandro me recordó que me quedaban 3 minutos, y con voz burlona me dijo que esta vez no lo conseguiría y, aprovechando la situación le reté a que si yo lo lograba el sería el siguiente, lo cuál fue el incentivo más poderoso que se me pudo presentar para conseguir que Aldo sucumbiera a mis caricias.