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Deseo incontrolable

Deseo incontrolable

Tengo que contarte una nueva, e insólita experiencia que tuve hace dos días.

No sé si tú has tenido algo similar, o alguna chava lo haya hecho antes; no he encontrado en el amplio universos de los relatos eróticos, nada que refiera, o relate, una experiencia como ésta que voy a contarte.

Tengo una amiga íntima, sin nada físico de por medio, cosa que estoy en vías de solucionar.

Se llama Aurora, y es bella. Tal vez en otra ocasión te la describa a detalle. Bueno, a lo sucedido.

Ella, tiene una perra Pastor Alemán inmensa, la verdad, de una “alzada” considerable, ancha de pecho y nalgas.

Su pelo suave, fino, del color característico de esta raza de perros.

Nunca me había invitado a su casa, pero ese día teníamos la necesidad de realizar un trabajo conjunto para una presentación en un aquelarre feminista; por esto, fuimos a trabajar a su casa.

Tan pronto transpusimos el umbral de la puerta, la perra, alegre, salió a recibirnos. ¡Me encantó!, linda, con mirada brillante y lengua ascezante.

Mi amiga, acarició la cabeza del animal; éste vino a darme la bienvenida.

Toqué su cabeza, al hacer contacto con ese fino pelo, sentí el deseo apremiante de acariciar más ese bello ejemplar perruno.

La perra emitió suaves gemidos de alegría, movía la cola de la forma tan conocida para manifestar el reconocimiento, la confianza y el afecto, también el contento; lamió mi mano como diciendo que yo le agradaba.

“Pero es perra”, recordando a Bruno y su magnífica verga, un tanto descorazonada.

Mi amiga tomó a la “Niña” – el nombre de la perra – por el collar, la metió a una especie de azotehuela.

Al sentarnos a la mesa para iniciar el trabajo, sentía los piquetes del deseo donde tú ya sabes.

Pasaron la horas; el trabajo nos tenía absortas.

La perra rasguñaba de cuando en cuando la puerta, como diciendo la urgencia de salir. Sólo yo tenía conciencia de esos rasquidos, creo; mi amiga, no los escuchaba, estoy segura. Era casi la media noche, cuando ella dijo:

– ¿No tienes hambre?, porque yo me estoy desmayando; necesito comer algo y… ¡carajo!, creo que no tengo nada en el refri. Pero ese nada, no quita el hambre, ¿no crees? Oye, ¡no te moletas si te dejo unos minutos sola mientras voy a buscar algo para cenar?

Se fue.

En cuanto la puerta se cerró, mi inquietud, que había estado latente todo el tiempo, afloró imperiosa, intensa, apresuradamente.

Tenía la acuciante necesidad de “explorar” a la hermosa perra. Abrí la puerta, y La Niña saltó al interior.

Corrió como cautivo liberado por todo el reducido espacio del departamento, subiéndose a los muebles, patinando sobre las losetas, en fin, su contento era más que evidente.

De pronto, se dirigió a mí con la cabeza alta, las orejas paradas y la lengua que salía por el precioso hocico aguzado; el conjunto de lengua y hocico, daba toda la impresión de una sonrisa sin igual. Acaricié su cabeza, ella se dejó hacer moviendo la cola con intensidad creciente.

Me senté con las piernas abiertas – ya conoces mi costumbre de vestir faldita muy cortas, nada de pantis ni cosas estorbosas por el estilo – deseando que la perrita olfateara mis olores y… rogué a los dioses de todos los universos que viniera a meterse entre mis muslos, que llegara con su lengua hasta mi concha, a estas alturas convertida en laguna.

Sí, la vi que olfateó el aire, pero no hizo nada para descubrir el origen de tan ricos olores. Entonces, mi mano recorrió su lomo, alisó la cola, rascó las orejas; se detuvo un buen tiempo en el hocico precioso acariciando lenta y suavemente. El movimiento de la cola se había casi detenido, la saliva escurría de la lengua de la Niña.

Mi conciencia del tiempo, me hizo apresurar un poco “el reconocimiento” mutuo. Bajé mi mano a la panza peluda, y rasqué con cierta premura.

Oh, dioses, la perrita se echó en el piso, levantó una de las patas para dejar totalmente al descubierto, viendo al techo, el abdomen, y sus pezoncitos claramente visibles. Los toqué suspirando de emoción, con una enorme sonrisa en mi boca.

Mi mano que había estado a la expectativa, se sumó a la otra; entre las dos acariciaron de adelante hasta atrás la hermosa panza canina sintiendo los bultitos de los pezones de una excitante manera. Lamí mis labios, luego los mordí.

Una mano vino a mis pezones que ya reclamaban atención, caricias. La otra mano se aventuró a tocar la conchita de la perra, observando cuidadosamente las reacciones del animal.

La lengua salió un poco más; cuando mi mano llegó a la vulvita, la perrita se movió para quedar recargada directamente sobre el lomo como para que la exposición de “todo lo suyo”, fuera mayor. Viendo que la perra no daba muestras de inconformidad, mi mano avanzó hasta tocar francamente los carnosos labios de la que aparenta ser una pequeña conchita, pero que se come las enormes vergas de los perros.

Yo, estaba super caliente, ella… creo que también. Pero el tiempo ingrato corría; no podía arriesgarme a ser sorprendida en mis eróticas exploraciones. Jadeaba cuando mi dedo, casi autónomo, inició la que debería ser la caricia final, definitoria de un futuro bien placentero, pensé, y metí el pulpejo de mi dedo en la hendidura de la conchita de mis anhelos. Las patas de la perra se abrieron aún más, la lengua entraba y salía de la sonrisa perruna.

Me estremecí al comprobar que podía entrar con mi dedo, que era no nada más bien recibido, sino aceptado alegremente por la dueña de tan caliente conchita.

Comprobé que la humedad de esa raja era igual a la que ya sentía inundaba mi pucha, que escurría hasta mis muslos. Deseaba intensamente meter el dedo hasta los nudillos, pero el tiempo, el inexorable paso del tiempo, me obligó a dar por terminado este fantástico e inesperado primer acercamiento.

Metí a la Niña al patio, metí mis dedos en mi vagina y, cerrando los ojos, imaginé que metía los dedos en la conchita desconocida, bueno, la exploración digital realizada apenas si me decía que la perrita también tenía pucha, nada más. Estaba por alcanzar – con urgencia, mi amiga no tardaba – el orgasmo cuando me imagine mamando la conchita de la perrita… ¡carajo!, que orgasmo me produjo esta visión.

Me desmadejé en mi silla jadeando como perra. Mi concha chorreaba; mi imaginación erótica volaba. En ese preciso momento te recordé, mi adorada Mary, con tanta intensidad, que mi orgasmo repitió. Al estar relajándome, me hice el propósito de realizar la fantasía – mamar la conchita de la perra – pensando en ti, pensando que era algo que tú me recomendarías conocer, sentir, experimentar, gozar.

En efecto, mi amiga apenas si se retardo tres minutos después que yo había compuesto, sobre todo, mi cara que sabe reflejar mis placeres orgásmicos. Trajo algo para cenar; comimos. Después, con mi ánimo y mi pensamiento en el patio, al lado de la Niña, me declaré incapaz de continuar trabajando; me fui a casa, después de acordar una nueva reunión para el día siguiente.

Esa noche, no pude dormir imaginando miles y miles de estrategias para lograr realizar mis incontenibles deseos. Casi llego, descorazonada, a la conclusión que era francamente imposible poder hacer lo que tanto deseaba; la razón, la casi imposibilidad de sacar a mi amiga de su casa para poder quedar sola con la divina perra, la hermosa Niña. En ese estado ansioso, caliente a más no poder, pasé todo el santo día, además, trabajando, carajo.

Nos vimos a la salida. En su auto nos fuimos a su casa. Mientras el carro recorría calles y calles, mi concha estilaba imaginando las caricias linguales de la perra para mí, y de mí para la perra hermosa. Era tanta la tensión, que casi caigo en la angustia. Intenté con fuerza retirar de mi mente la idea de mamar a la Niña… y que ella me mamara, pero fue imposible, inútil tratar de no fantasear con esa maravillosa idea.

Al entrar, la Niña nos recibió como el día anterior. Pero cuando “me saludó” creí sentir que sonreía recordando mis caricias. No pude resistir, la tomé por las patas delanteras para hacer llegar su lindo hocico hasta mis labios y poder así, besarla. La mirada curiosa y expectante de mi amiga, me inhibió un tanto, pero no por eso dejé de besarla; como que la perra entendió, su lengua preciosa lamió mis labios; bueno, mi concha casi estalla de placer. Era demasiado continuar en el beso inesperado, insólito para mi amiga. Por eso dejé que la perra bajara, entramos.

Haciendo verdaderos esfuerzos, pude concentrarme en el trabajo por poco más de una hora. Pasado ese tiempo, los reclamos de la Niña por entrar, se hicieron cada vez más intensos. Emitía gemidos, rascaba fuerte la puerta, hasta llegó a lanzar al aire, y a nuestras orejas, unos ladridos. El acabose: la perrita confinada, aulló como llamando a la pareja. No pude resistir más. Imaginaba que la perra pedía que YO la sacara del encierro, para que repitiera las caricias de la noche anterior, en fin, me puse como loca. Cuando mi tensión fue insoportable, dije: “¿Por qué no dejamos que la Niña entre un ratito?”, con voz trémula, francamente pasional.

Mi amiga me miró francamente sorprendida, fijó la vista en mis ojos con mirada interrogante, luego dijo: “Es una latosa. No sé como la he seguido soportando. La verdad, la tengo porque es un presente de papá; no me he atrevido a regalarla, o a lazarla a la calle. Bueno, no es que sea así tan latosa como digo, pero a veces es muy terca. Además, si la meto, no nos va a dejar trabajar”. Yo, un tanto indignada, tal vez por mi ansia de tener a la perra a mi lado, dije: “Pobre animalito. Ya tiene mucho allí, a lo mejor quiere agua, o comer algo. Por otro lado, no creo que se ponga quieta allá afuera… mira, a cada minuto los rasquidos son más intensos, más ruidosos. Por suerte, el trabajo ya está casi terminado. Mira, la perrita me ha conmovido. Te propongo… vamos a meterla, me comprometo a terminar el trabajo hoy mismo. Así podemos comer algo nosotras, ¿no crees?” Mi amiga continuaba interrogante, como que no se explicaba mi interés por la perra, pero sonrió, y dijo: “Bueno, conste, tú terminas el trabajo, ¿sale?”, yo asentí con una sonrisa de alivio, alivio que había de desaparecer cuando hice conciencia que mi amiga me impediría hacer cualquier cosa “inusual” con la Niña. Pero ya mi amiga había ido a sacar a la perra.

Entró saltando como la noche anterior, solo que en esta ocasión no se subió a los muebles; su periplo por el espacio fue bastante corto, no tan alegre como la primera vez. Me quedó claro que la perra también se inhibía por la presencia de mi amiga, que empezaba a parecerme una “monstrua” por no tenerle cariño a la preciosa Niña. Me quedé helada, pero caliente como lámina al rayo del sol del desierto, cuando la tremenda Niña, tal vez tan caliente como yo, vino a poner su hocico sobre mi faldita; me miró con languidez de enamorada, hasta creí escucharla suspirar. Mi amiga, pelaba los ojos, y dijo: “Oye, cómo que le gustas a esta canija perra… Han venido muchas visitas, con ninguna se ha comportado como contigo…” ya para entonces yo acariciaba la cabeza de la perra hermosa. Ella movía la cola alegremente; levantando la cabeza, sacó la lengua para lamer mi mano que reposaba sobre uno de mis muslos. Lo peor, el aliento ardiente de la perrita llegaba a mi concha, lo que me tenía al borde de la histeria. Como que eso también propició que la Niña oliera mis jugos, se puso cínicamente a olfatear apretando su nariz contra mi regazo. Vi que mi amiga se alarmaba; no se había sentado de tanta sorpresa que le causó el comportamiento de las dos perras presentes, la Niña y yo. La vi, casi sin voz, le dije: “¿Por qué no te sientas?, ¿no es cariñosa?, la verdad, amiga, es una perrita linda, preciosa.

Creo que, como tú dices, le gusto. Es que tengo una especial atracción para el cariño de los perros; mi tía tiene uno que es una preciosidad de perrito. Siempre me halaga – ¡si supiera! – siempre quiere jugar conmigo. Yo creo que ésta perrita siente igual, ¿no crees?”, dije, intentando sonreír para que mi amiga dejara su cara de sorpresa tonta. Como tuve que dirigir mi vista a los ojos de mi amiga, no vi cuando la adorada perrita metió su hocico debajo de mi faldita; reaccioné cuando sentí la lengua lamiendo mis muslos… ¡muy cerca de mi concha!, carajo, casi me caigo de la silla, pero guardé la compostura; intenté hacer que el hocico volviera al exterior. Pero ya estaba ardiendo como el propio sol del medio día. Mi cerebro decía, allí está Elodia; mi pucha, mi concha, decía, allí está la lengua de la Niña; carajo, estaba entrando al caos. Mis percepciones solo eran para la perra, casi me olvido de Elodia.

Sentí que mi falda estaba mojada en la parte de mis nalgas, recuerda que no uso pantis, por eso mis ricos jugos llegaron hasta el asiento, creo. “¿No es linda?”, logré articular. Elodia me contestó: “Bueno, ya estuvo bueno de esos arrumacos con esta condenada, la voy a volver a sacar, porque sino, no te deja en paz”, y se levantó. Yo ya estaba fuera de todo control, deseaba, a costa de lo que fuera, tener a la Niña, tenerla mamando, lamiendo, mi concha y… tenerla tirada en el piso, lamiendo yo, su conchita; luego, meterle tantos dedos como fuera posible, incluso pensé en meterle dedos en el culo. Sin control limitante, casi exasperada, dije: “Cálmate. No sabes lo que es el amor de los perros… no sabes lo que es quererlos… no sabes…. ¡nada, no sabes nada! – casi histérica, con lo que sentí que mi amiga hasta se asustó – ¿Te puedo pedir un favor… un favor que nunca te he solicitado: quiero demostrarte lo que es el amor de los perros. Pero para eso, tienes que prometerme que, haga lo que haga, no intervendrás, que me dejarás hacer lo que sea… hasta que yo misma decida cesar… en esta demostración que me propongo hacerte; pero tienes que jurarme que solo observarás, que no intentarás detenerme… aunque no me opondría a que intervinieras para intentar hacer lo que yo, digo, si te convence que el amor de y con los perros es… ¡maravilloso!; entonces qué, ¿lo prometes?”, mi amiga estaba al borde del infarto. No sabía que decir, menos imaginaba lo que yo me proponía hacer.

Mientras ella pensaba, percibí lo tremendo de la situación; Elodia no solo podría terminar con mis intenciones a las primeras caricias “profundas” que le hiciera a la perra que continuaba lamiendo mis muslos mientras nosotras discutíamos, incluso podría correrme de su casa; lo peor, podría ir con el chisme a nuestro centro de trabajo, lo que sería realmente catastrófico. No obstante la conciencia de todas estas posibilidades, no podía, ni quería, contenerme; deseaba ir hasta el final con la bella perrita que tanto deseaba, que tan rico estaba lamiendo mis piernas. Elodia, con ojos desorbitados, no decía nada: la apremié: “Bueno, espero que seas… que realmente seas mi amiga, y me des la libertad de hacer lo que en estos momentos me es, francamente te lo digo, imperativo hacer; ¿prometes darme la libertad que te pido?”

Continuaba callada, nada decía pero era obvio que estaba aterrada, consternada, pálida hasta la raíz del pelo, creo que suponiendo acertadamente que el acercamiento con la divina perrita era cosa de que ella asintiera, con clara indecisión, soportando el chantaje a que yo la sometía… en fin, que no sabía que hacer, tal vez ni siquiera pensaba. Para colmo, el hocico de mi seductora, porque eso era precisamente la tremenda Niña, olfateaba por debajo de la falda con lo que su aliento penetraba precisamente a mi concha provocándome calofríos riquísimos y el natural aumento de mis jugos y mis olores… luego sacó la lengua queriendo llegar hasta donde el olor era más rico. “Aaaamiguita… porrrr favorrrr, diiimeeeee que siiiiiiiiiiiiiiií… no seas ingrata…” casi gritaba yo desesperada, terriblemente angustiada, porque era inminente que la lengua llegara a mi concha que estaba más al alcance porque mis muslos, automatizados, se abrían incontenibles, al margen de mi voluntad… Por fin, Elodia, comprendiendo todo, gritó: “¡Estás loca de remate!… ¡no puedo creer lo que estoy viendo…! Yo, sintiendo por primera vez la lengua anhelada, ya no podía suspender lo iniciado casi a costa de la propia vida, por tanto ya no me importaba que Elodia estuviera, que aceptara o no verme sin protestar, que hiciera escándalo al día siguiente en el centro de trabajo, hasta que tomara una escoba y pretendiera sacarme de su casa a escobazo limpio, quizás acompañada de la otra perra,.

Tomé la orilla de la faldita que andaba ya por el obligo, y me saqué el vestido por la cabeza. Elodia no lo pudo soportar; con los ojos desorbitados, con la boca abierta, con la respiración casi en apnea, no pudo continuar de pie, de dejó caer en la silla llevándose una mano a la boca como para detener el aliento, tal vez su alma que escapaba escandalizada. Porque además de mi desnudo total, la lengua de mi adorada ya estaba profundamente encajada en mi concha, lamía con fervor místico, levantaba el hocico como para demostrar lo rico que era el sabor de mi conchita adorada. Mis muslos ya estaban abiertos al tope y mis nalgas apoyándose en el borde del asiento, todo para que la exposición de mi pucha, de mi concha, fuera total… yo acariciaba la cabeza de mi lamedora sin verla, mi cabeza colgaba tensa hacia atrás, mi jadeos eran de altos decibeles, sudaba.

Con el rabillo del ojos vi cómo Elodia veía todo al borde del colapso moralista, jadeaba igual que yo, aunque por causa diferente; sin embargo, tal vez con la enajenación cabalgándola, una de sus manos había aterrizado sobre uno de sus senos, mano que vi cómo apretaba el seno en un inconfundible movimiento de excitación sexual; sonreí con el placer haciendo preciosos recorridos por todo mi maravilloso cuerpo. La lengua, recorría mi concha en todas direcciones llegando hasta mi culo, así de abiertas tenía las piernas, pero para completar la apertura, con una de mis manos abrí los labios mayores para que la lengua acometiera mejor su tarea de lamer mis ninfas y llegar hasta el clítoris que, escandalizado, esperaba esas lamidas para poder incendiarme toda.

Cuando mi orgasmo era inminente, me di cuenta de mi egoísmo, no hacía ninguna caricia a mi lamedora, pero no alcanzaba a llegar hasta la conchita de mis anhelos, el cuerpo de mi amada era demasiado largo. Tampoco se me ocurría cómo hacer, enajenada como estaba con las lamidas sensacionales y la inminencia de mi orgasmo… Me di cuenta que disfrutar con mi Niña era muy diferente que con el lindísimo Bruno pues con éste bien que podía darme gusto masturbando su verga que era muy accesible, y la puchita de la perrita quedaba muy retirada de mis manos.

Pero la calentura es la calentura; decidí aventurar mi orgasmo por llegar en aras de acariciar y ser reciproca con mi adorada mamadora… me dejé caer al piso, No estaba segura que en esa posición mi perrita de oro me lamería igual que estando mi pucha en la posición inversa que era como yo había experimentado hasta ese día las mejores mamadas de Bruno y ahora de la propia perra que me había seducido.

De espaldas, hice regresar la lengua que, por el sorpresivo cambio, se había elevado, con una de mis manos, incluso la perra volteó a verme como interrogando qué era lo que pasaba; en efecto, de momento la lengua se quedaba por mis lindos pelos, pero no llegaba a la raja desde esa posición, pero, decidida como estaba, abrí con mis dos manos mi cachonda hendidura y entonces sí, la lengua llegó a donde debía de llegar… el primer problema estaba resuelto, la lengua continuaba lamiendo para mi enorme placer y el orgasmo que estaba latente, inició la carrera para sacudirme y revolcarme por todas las galaxias del placer; más, porque mis manos, por fin, pudieron llegar a su precioso objetivo, pudieron acariciar la puchita de la linda perrita que, para mi enorme sorpresa estaba tan mojada como mi propia raja, creo que la Niña estaba calientísima; volteó a verme cuando sintió la caricia, yo le sonreí, creo que ella también me sonrió; el índice ya estaba entrando a la rajita.

En ese momento vi a Elodia que estaba parada casi a nuestro lado, tal vez cuando me dejé caer la divina visión que tenía se suspendió, pero se puso de pie para no perderse el gran espectáculo del amor; todavía más, sus manos, las dos, estaban estrujando sus senos… su facie era de excitación franca, acezaba casi gimiendo; los ojos continuaban fuera de las órbitas, sudaba copiosamente; su lengua andaba lamiendo sus labios sin descanso. Cuando mi dedo penetró totalmente la suave y estrecha concha de la perrita, mi orgasmo se disparó como cañón atómico. Grité como condenada, más bien como mortal gozando de la presencia divina, en el cielo de todos los dioses del sexo y sus anexos. Creí que tendría que recoger los ojos de Elodia, así de intensa fue la mirada que lanzaba tanto a mi rostro iluminado por el explosivo placer, como a la lengua de la perra que continuaba mamando incansable mi rica concha.

Entonces, con alegre sorpresa, escuche un descomunal grito de Elodia que decía: “Hija de la chingada, pervertida, depravada, hija de Satanás, del demonio, te refundirás en el más profundo de los infiernos… pero sus movimientos, sobre todo los de las manos, la contradecían flagrantemente: una de ella estaba metida profundamente bajo el escote apretando sin consideración las chichis – que en ese momento, cabrona como soy, ansíe ver, tocar y mamar – y la otra andaba por la concha de mi amiga con los dedos enterrados creo que hasta la vagina… ¡alcancé a ver los pelos prietos de ese coño que me hice el propósito de mamar esa misma noche. En cuanto pude articular palabra – para lograr eso, tuve que separar la cabeza de mi fiel mamadora – como soy grité histéricamente: “!déjate de pendejadas y vente a gozar con nosotras! ¡Encuérate, puta desgraciada!”, estaba frenética, desbozalada, en la inconsciencia del frenesí del placer sexual. Intuí que tenía que ser enérgica para hacer que la otra, bien caliente a no dudar, se decidiera a coger con nosotras… ¡Y los gritos lograron lo que nunca imaginé, y menos mi amiga! Febril, primero sacó las manos de donde andaban, luego, presurosa, tomó los vuelos de la falda y se sacó el vestido, para enseguida, a tirones, desgarrando la fea ropa interior que vestía, quedó cómo era la orden, ¡totalmente desnuda! La perra, separada de su manjar, con la lengua escurriendo, intentaba regresar a lamer mi concha y movía las nalgas por las sensaciones que ni dedo causaba en su conchita.

Los pasos de Elodia acercándose, dieron luz para completar mi deseo, el intenso deseo de mamar la conchita espléndida de mi perra tan preciosa y que resultó hábil mamadora. Sonreí diabólica, luego ordené: “Tírate en el piso, abre bien las piernas, y no te muevas si quieres gozar lo que yo” Obediente, muy cerca de mis nalgas, colocó su cabeza y vi como sus muslos se abrían presurosos, linda, totalmente y sus olores me llegaron. Fue tanto mi emoción por tener a la que profería improperios y deseos de condenación, abierta de piernas exponiendo impúdicamente su concha, acezando sin pausa, cubierta de sudor, con sus manos apretando intensamente sus tetas y una mirada suplicante.

En ese momento decidí que debía ser yo la que gozara las primicias de aquella concha que se entregaba sin ninguna inhibición; dejé la cabeza de la perra, y me acerqué, jadeando, terriblemente caliente, a besar los muslos de la novata: los besé; ella se estremeció, sus muslos se abrieron aún más, si que contara para mi amiga otra cosa que la enorme fiebre que la consumía; todo su recato, su pudor, su rechazo inicial a la visión de los insólito, había sido desplazado por la necesidad de dar salida a la enorme excitación que la hacía jadear, gemir, acezar incontenible, con mirada lánguida me apremiaba para que iniciara la caricia que no sabía pero que sí adivinaba. “¿Quieres mi lengua, querida?, pregunté entre conmovida y sarcástica; ella solo aumentó el ritmo de sus suspiros que se acompañaron de sollozos profundos conmovedores.

Además, yo no podía continuar sin meter profundamente mi lengua en esa exquisita concha que se me ofrecía. Luego de lamer profusa y deliciosamente los muslos, de acariciar con cierta fuerza las tetas hermosas – más allá de lo que imaginaba; eran unas tetas realmente hermosas – de pellizcar con ternura los pezones como pedazos de brasas, mi lengua llegó por fin a la gruta de los placeres, a la voluptuosidad de la vulva incomparable, entre los sollozos de Elodia y sus grititos de “Ya, ya, ya… por favor, ¡por favor!” que pronunciaba con palabras inarticuladas que había que adivinar. Mi ahora adorada amiga, estaba tan caliente, que bastaron unos cuantos lengüetazos para que gritos atronadores irrumpieran en el espacio provenientes de la garganta de la que yacía de espaldas en el piso con mi cabeza enterrada entre sus muslos y mi lengua en su vagina. Fueron tan grandes y tremendos los gritos de mi mamada, que la perrita se asustó… pero solo en los primeros segundos, porque luego empezó a lamer mis nalgas como para recordarme que ella también estaba allí, que no debía olvidarla. Para ni asombro y gran sorpresa, las manos de mi amiga se aferraron a mi cabeza cuando esta se levantó un tanto para besar el hocico de mi perra consentida y que deseaba con pasión apremiante, acariciar por todos lados, adentrándome en sus genitales con manos, dedos, y lengua por supuesto.

Mi concha reclamaba algo parecido a la lengua de la perra, pero prefería ir a la concha de la perrita que lamía incontenible mis nalgas llegando en muchas ocasiones hasta mi culo y también a la vagina con la punta de su lengua porque yo estaba en cuatro patas… incluso, en un momento en que aulló su celo, me montó haciendo los movimientos coitales de una exquisita e imprevista manera; entonces recordé a mi endemoniado Bruno y su fabulosa verga. No obstante este deseo claramente establecido, no sabía por cual de las demandas decidirme; entonces todo quedó claro… Llamé a la perrita que obedeció de inmediato, para otra sorpresa mía; y saqué mi cabeza de entre los maravillosos muslos que la aprisionaban; mi amiga se percató de cual era mi pretensión y empezó a decir débilmente: “¡No, no…, por favor… la perra no… sigue tú, sigue tú… mama, mama querida… la perra noooo!” pero yo estaba convertida en tirana de la orgía, me senté en el piso para dejar lugar al cuerpo de la Alemana entre los muslos de la yaciente de tal manera que la cabeza de mi perra favorita quedara sobre los pelos super mojados por los jugos de Elodia y mi saliva… la perra estaba tan entusiasmada conmigo que, a pesar de los fuertes olores que salían de la concha de la caída, me besaba lamiendo mis labios y todo mi rostro; entonces la tomé de las orejas y la acerqué a la pucha caliente, que se contraía a ojos vistas; Elodia continuaba pronunciando un no inacabable añadiendo de vez en cuando a la perra, pero sus nalgas se movían como en franca cogida, y sus ojos entrecerrados veían a la perra y su larga lengua, y más se estremecía.

Con tan solo tocar con la punta de la nariz los pelos mojados, exquisitamente mojados, la larga lengua salió para empezar a lamer, primero los pelos y luego, abriéndola con la punta de la lengua, la raja inundada… Elodia pegó un gran grito, pero yo creo que ahora era un grito de placer porque sus nalgas aumentaron el ritmo de los movimientos de una sensacional manera… no esperé más, dejé a la Alemana lamiendo la concha de mi amiga, y me fui hasta colocarme detrás de las nalgas de mi perra linda, aparté la cola con cuidado pensando en un desacuerdo de la perrita, pero esta levantó la cabeza, me vio con ojos interrogante y volvió a la concha deliciosa que lamía con fruición… “¡Ya eres mía!”, pensé llena de ardor y fiebre sexual como nunca la había tenido… acaricié la vulvita que noté hinchada, caliente, lisa y húmeda… la perra continuaba lamiendo y haciendo unos excitantes ruidos a cada lamida… puse toda mi mano en la concha, la perra movió las nalgas como pidiendo más, tal vez pensaba en la verga que se la cogería; con cuidado, con ascezante respiración, metí la punta del índice derecho… entró sin contratiempos en tanto que mi vagina se tensaba, temblaba la verdad, empujé y mi dedo fue engullido por la caliente panocha de la perrita que solo aumentó los ruidos con una especie de gruñidos de placer; luego metí otro dedo, las nalgas de la perra se movieron con mayor intensidad; “bueno, de preparación ya estuvo”, pensé sin poder contener las ansias de lamer esa preciosidad de pucha que tenía a la vista y que tocaba con la palma de la mano cuyos dedos índice y medio estaban profundamente retacados en la concha estrecha y mojada al máximo.

Saqué los dedos, los chupé con deliciosa pasión; era un sabor verdaderamente exquisito, que tuvo la virtud de hacerme estallar en un estruendoso orgasmo, orgasmo que fue secundado por otro igualmente explosivo de mi amiga que se convulsionaba sin cerrar ni apretar las piernas, estallido en ella y en mí que se debía a la prestancia y calentura de nuestra perrita dedicada a dar y alcanzar placer, cuando menos de eso tendría que encargarme yo. Tuve que colocarme en cuatro patas para poder llegar con mi boca a esa pucha que tanto anhelaba; la besé a ojos cerrados y atención concentrada en este placer inédito; el beso fue fabuloso, y más el olor tan penetrante y delicioso que emanaba de entre los pequeños pliegues de esa vulva fabulosa; la perrita movía las nalgas y lamía la concha de Elodia; antes de iniciar la lamida tan deseada y tan pospuesta, eché una mirada a mi amiga… las manos de Elodia impedían que la cabeza de la Alemana se apartara de su concha, y sus mano libre se estrujaba las tetas fuerte y persistentemente.

No habría interrupción para mis deseos lésbicos y zoofílicos.

Empecé a lamer con los ojos cerrados concentrando toda mi sensibilidad en mi lengua para percibir hasta el más mínimo detalle, la más pequeña sensación, el más exiguo sabor, el más leve olor… olía exquisito, sabía mejor, y las sensaciones que me producían los pelos largos y abundantes tan cercanos a la conchita de la perrita, me hacían sentir lo especial de la caricia que hacía, la delectación de lo inédito, la percepción exquisita de lo nunca antes experimentado y que fue la causa de mi orgasmo maravilloso que se produjo con el primer beso a la pucha deseada por días.

Los besos se sucedieron incontables, y a cada beso las sensaciones por primera vez sentidas, se incrementaban causándome uno de la mayores placer que había disfrutado hasta esa memorable noche, y eso que mi lengua aún no entraba en actividad.

Pero no tardó. Al salir de la boca, lo primero que percibió mi lengua lamedora fueron los pelos guardianes de la vulvita hinchada a más no poder lo que me produjo un no sé que de dicha… ¡es que así se identificaba el hecho de que intentaba lamer la conchita de una perra… cosa nunca antes probada.

Un nuevo orgasmo me sacudió al hacer conciencia de esta tremenda sensación.

Pero… ¡caramba!, cuando mi lengua tocó por primera vez la piel lampiña de la puchita de la perrita, carajo, fue inigualable, tremendamente delicioso, verdaderamente escalofriante… claro, el nuevo y prolongado orgasmo me zarandeó como ninguno otro antes de éste. Pero deseaba tener única y exclusivamente las sensaciones del contacto de mi lengua con los genitales de la perrita… para eso, con mis dos manos peiné primero, y luego aparté los pelos que interferían en mis sensaciones linguales y… la punta de la lengua degustó la humedad creciente de la vulvita exquisita; intentó penetrar… los labios gruesos, hinchados, calientes como brazas, pero estaban firmemente cerrados, pero dejaban escurrir líquidos y más líquidos, cosa que me hizo recordar las puchas de todas mis amantes cuando están deliciosamente calientes; ese pensamiento me llevó a otro, otros sería mejor decir.

El primero, las puchas, las conchas de la perras son bastante similares a las nuestras, solo que del tamaño proporcional al cuerpo al que pertenecen; segundo, escurren igual que la concha de cualquiera de mis parejas, como la mía propia; adentrando la lengua, el sabor y los pliegues, cuando menos al principio, me parecieron idénticos a los femeninos de la especie humana; por último, y ya muy adentro, comparé la estreches de la entrada a la vagina con la misma estreches que he encontrado en las puchas vírgenes, en las conchas de las chamaquitas con edad solo como para tener algunos pelitos en el chocho que posteriormente será tan peludo como el coño de esta perrita a la que estaba intentando mamar, lamer en toda su concha… y luego la pregunta: ¿las conchas de las yeguas serán iguales a las nuestras?, digo en tamaño y estructura, en jugos y… ¡ Tenía que investigar a la brevedad el tamaño, labios, clítoris y sabor de la concha de la yegua! Volviendo a la conchita perruna, era tanta la estreches, que mi lengua tuvo algunos problemas para penetrarla… no fue sino hasta que con mis dedos abrí esa vagina tan chiquita, que mi lengua la pudo penetrar a profundidad, hasta donde el tamaño de mi lengua pudo penetrar… lamí y lamí sin descanso, con fruición, apasionadamente, de tal forma que cada decena de lengüetazos un orgasmo me sacudía… y la perra movía las nalgas de una exquisita manera… aulló, seguramente del placer que tenía, eso me hizo pensar que la pucha de Elodia estaba solitaria… y así era… no la vi, pero si sentí la boca de mi amiga lamiendo mi concha, que ya pedía a gritos y contracciones violentísimas una lengua, una verga, unos dedos, hasta un consolador – que tanto rechazo – para mitigar un tanto los deseos de ser tocada, o mamada, como yo lo estaba haciendo con la perra de mis desvelos y devaneos.

Al sentir la lengua liberadora, más empujé mi lengua tratando de soterrarla hasta el más recóndito de los rincones de la puchita linda de la Niña, hermosa, sabrosa, deliciosa, que lamía y penetraba… yo creo que la perrita linda gozaba muchísimo porque levantó un tanto una de sus patitas como para propiciar la caricia que la mantenía aullando, acezando incasable, continuamente. Y, carajo, la perrita contrajo la vagina y expulsó una buena cantidad de jugos que yo me apresuré a beber, a degustar, a saborear como delicioso néctar, bueno, en ese momento la que estaba ya identificando como sabia lengua de Elodia en mi concha, logró penetrar a mi vagina; con esto, y los jugos que bebí de la conchita perruna, ¡madre santa!, qué orgasmo tan precioso lograron extraerme las dos perras, una que yo acariciaba y la otra que me mamaba sin parar. Fue tanto mi goce, que acabé retirando la lengua de la delicia que lamía, para de plano sentarme sobre la lengua que me lamía la concha… pero la perrita protestó con aullidos dolorosos, realmente dolorosos.

Por eso regresé a esa puchita que tanto anhelé y que, por fin, había mamado. Pero ahora quise, primero, ver cómo estaba hecha esa preciosidad de concha en miniatura; con mis dedos logré separar un tanto los muy hinchados labios gruesos, y adentro todo era morado, mojado, oscuro… pequeños pliegues casi invisibles… y por ningún lado, a la vista, el clítoris que tanto soñé… ¿tendrán clítoris las perras?, me pregunté intrigada… pero ya no me importaba la anatomía, me interesaba volver al placer de la lengua, el sabor, los jugos y la penetración en el estrecho y duro canal de la vagina de mi perra amante, y más porque la lengua y boca incansable de mi amiga no dejaba de mamar y lamer. Cuando la perrita aulló de nuevo y de nuevo arrojó líquidos abundantes, hice conciencia que mi amiga estaba sin más estímulos que los que obtenía con su incansable mamar.

Me dije, merece una buena mamada, además supe que estábamos en inmejorable posición para emprender el maravilloso 69 que ya estaba añorando… abandoné la conchita perruna para adentrarme en la conchota humana… la mamada mutua produjo de inmediato un tremendo orgasmo en mi caliente y buena mamadora amiga… estaba metida mamando la concha tan deliciosa como la de la perrita, aunque más conocida por ser humana, aunque por primera vez conocida esa noche, que hasta casi me olvido de la perra responsable de que estuviéramos metidas en esa tremenda orgía, cuando sentí la lengua de la fiel perrita que se metía entre mis nalgas para alcanzar el culo y, de cuando en cuando y compitiendo con la otra lengua, mi raja fabulosa. Mi orgasmo no se hizo esperar por esa tremenda sensación de dos lenguas chupando mis genitales – bueno, el culo también es genital, ¿no crees? – entonces pensé que mi amiga también se merecía tener esa exquisita sensación. Por eso me di la vuelta para que ahora ella quedara encima y por consiguiente accesible a la lengua de la Niña que no cesaba de lamer la piel que se le ofreciera… y sí, la lamió en el culo y en la raja porque yo la dejaba penetrar hasta que la lengua larga, fantástica, llegaba hasta la madriguera del placer de mi ahora muy amada amiga.

Estando lamiendo a mi amiga, la perrita me ofreció de nuevo su concha. No lo creía, pero la perrita como que se sentaba sobre mi boca, y no tuve más remedio que alternar mis lamidas entre la pucha humana y la concha perruna. Aproveché esa especie de abandono, para tratar de meter mis dedos en el culo bien mojado por la lengua de la perrita tan ducha para lamer… ¡y lo logré sin mayor esfuerzo!, cosa que hizo contorsionarse a mi amiga como protestando por la invasión al agujero más íntimo y último en pensar en ser entregado aunque sea a dedos extraños, ya no digamos a una verga suculenta.

Pero fue solo una protesta atávica, porque de inmediato las nalgas se movieron más alegres y rápidas que antes.

Y Elodia tomó venganza, casi de inmediato y sin consideración, con cierto sadismo, metió sin contemplación dos dedos en mi culo, caricia que me hizo gritar de placer y dolor.

El mete y saca bilateral se produjo simultáneamente en los dos culos, mientras la lengua de la perra iba de un culo al otro, lo sé porque el mío que estaba abajo con frecuencia sentía la lengua salivosa de mi amada perrita… a estas alturas los orgasmo de las dos eran interminables, como si fuera uno solo sin solución de continuidad. Luego de varios minutos de tanto placer, con mi clítoris sintiendo toques eléctricos, ambas no derrumbamos exhaustas.

Con un tremendo esfuerzo, reuniendo el resto de mis fuerzas, me arrastré hasta poder lamer la boca de Elodia que bien se merecía esta ternura, ternura que sentía muy sinceramente. Ella hizo lo mismo con una espléndida sonrisa que me hizo comprenderla no solo gozosa, sino agradecida por llevarla a esas delicias del placer; así me lo dijo en cuanto recuperó el habla.

En tanto, la Niña se lamía la concha como repasando su propio placer… quise recompensarla; arrastrándome, me fui hasta llegar a la conchita, muy pegada al piso, para sumarme a la lengua benefactora de mi propia concha; lamí los deliciosos jugos que escurrían inacabables de la exquisita vulvita de la perrita al mismo compás de su propia lengua.

La Niña sintió tan grata la lamida de mi lengua, que de plano se tiró sobre su lomo, alzando las patas, para quedar ofreciéndome su pucha sin remilgos, con la total exposición de sus genitales. Lamí y lamí hasta que la fuerza me abandonó definitivamente, haciendo estremecerse minuto y minuto a la Niña por los, creo, fabulosos orgasmos que mi lengua le proporcionaba.

Elodia se recuperó primero; me levantó del piso con cariño y ternura; luego, tomándome de la cintura y colocando mis brazos en torno a su cuello para que me sostuviera, me llevó a su cama; me dormí sintiendo los labios de mi amiga y compañera recorrer con suavidad pacificadora mi cuerpo entero, sin pretender en ningún momento ir más allá de eso, de darme la paz que me era tan necesaria para reponer mi fuerza en todos sentidos.

Y al despuntar el solo, Elodia me despertó con besos y más besos.

En cuanto tuve plena conciencia, respondí esos hermosos besos…, y no paramos hasta que, de nuevo, las fuerzas nos abandonaron dándonos placer con nuestras lenguas, nuestras manos con sus dedos, penetrando con ellos todos lo orificios de ambos cuerpos sudorosos y bellos.

Nunca había tenido una amante tan cuidadosa y tierna para darme placer, nunca había percibido a ninguna de mis muchas amigas y compañeras de placer, dándose abiertamente al goce lésbico solo horas después de haber derrotado y desterrado para siempre la terrible homofobia.

Desde ese día no pasa semana sin que disfrutemos de nuestro amor y nuestros cuerpos…, por supuesto, La Niña siempre participa, excepto cuando queremos manifestarnos solo nuestro amor con la ternura y la sapiencia de nuestros cuerpos enteros sin la presencia de la jugosa lengua y la tierna puchita de la Niña.

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