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Un adolescente con complejo de Edipo acude a una psicóloga que le recomienda follarse a su madre para superarlo

Un adolescente con complejo de Edipo acude a una psicóloga que le recomienda follarse a su madre para superarlo

Mi madre me tuvo a los 27 años, tras siete años esperando tener un hijo, por fin llegué yo, muy deseado e hijo único.

Somos de clase media – alta, ahora mismo tengo ahora 30 años, pero mi vida dio un giro tremendo a los 14 años.

En aquel año estaba bobito del todo, por la edad del pavo, la adolescencia.

Mis padres se empezaban a preocupar mucho. Pero más que mi actitud y desobediencia, les preocupaba mi aproximación exagerada hacia mi madre.

Siempre me arrimaba a ella, me achuchaba a ella, no me separaba de su piel.

Mi padre estaba celoso y mosqueado. Tenía él, creo yo, complejo de cornudo.

Un día, me riñó por cualquier tontería y yo me puse histérico, le insulté y empecé a abofetear a mi padre.

Él, como era muy tímido y educadito, sólo se fue de la habitación y me castigó.

Pero las cosas no iban bien. Y la gota que colmó el vaso fue cuando mi madre llegó a casa y estaba sola conmigo, en la cocina.

De repente le dije:

– Mamá, estás guapísima.

– Gracias, tesoro.

Y sin mediar más palabra, la abracé muchísimo y le di un beso en sus labios.

Ella estaba aterrorizada, y sólo me dijo:

– ¿Pero Rafa?

Y habló muy seriamente con mi padre.

Los dos decidieron mandarme a una psicóloga, la típica que no es de la Seguridad Social y por lo tanto sólo atiende a familias pudientes.

Mi padre tiene 45 y mi madre, Ana Rosa, 41. Ella es alta, de 1.70, delgada y con un pecho muy adecuado a su figura, de 88 de talla, y un pelo muy suave, de media melena castaño claro.

Era muy guapa de cara, con rasgos muy finos, de chica modelo.

La psicóloga me parecía de lo más cursi y bobo que vi en mi vida.

Actualmente vi a 6 diferentes, y todas con casi un calco.

La pija esta no tenía ni idea, la verdad, y me preguntó de repente:

– Vamos a ver, Rafa: ¿Te atrae sexualmente tu Madre?

– Pes la verdad es que si.

Y se quedó con una boca atónita, de sorpresa.

Al día siguiente, se reunió con mis padres y como no tenía ni puta idea de mi problema, para quedar de intelectual, les dijo que la mejor y más rápida solución a mi problema era acceder a mis peticiones, porque así se me pasaría la ansiedad luego de experimentar con los motivos de mi frustración, o algo así.

E incluso dijo ella que sería interesante permitir un acercamiento mío más físico con mi madre para ver si así superaba esa frustración.

Hasta dijo que en EEUU las madres de los niños con complejo de Edipo accedían a que su niño la poseyera, para ver si así superaba ese complejo.

Mi Padre se puso de morritos, pero esa noche oí cómo mamá le convencía.

Él iba a ir a un congreso a Madrid y así ella aprovecharía la ocasión para acercarse a mí.

Él dijo que no quería saber nada. Se iría pero que no le parecía bien nada de esa idea de una señora cursi sin idea de las cosas de la vida.

Llegó ese día. Lo despedimos y fuimos a casa. Mi madre se dejó comer el coco por completo por la Psicóloga. Llegando a casa me dijo:

– Rafa, cariño. Ahora tú eres como mi marido. ¿Eh?. A ver cómo te portas, para suplir a tu Padre y que no me sienta sola.

Llegó la comida y comimos juntos.

Ella se desabrochó tres botones de su blusa y dejaban ver su sostén blanco y la preciosa curvatura de su pecho, el pecho de mi Madre, que era una maravilla. No le quitaba ojo de encima, y me dijo con una inmensa sonrisa en sus labios:

– Rafa, porfavor, cambia de mirada que me voy a poner colorada.

– Perdona, Mamá.

– Bueno, no pasa nada, casi me agasajas.

– Mamá: ¿Dormís papá y tú juntos la siesta?

– Claro, cariño.

– Pues yo hoy soy el sustituto de Papá.

– Tienes razón, cielo. ¿Qué quieres, dormir conmigo?

– Huy, sí, me gustaría mucho.

– Bueno, vale, ven a la cama conmigo, corazón.

Y subimos las escaleras hasta su dormitorio de la mano, mirándonos y sonriéndonos.

Yo creía estar en un sueño increíble.

– No, Rafa, no te desnudes que sólo es media horita y no vale la pena.

– Mamá: ¿Cómo te abraza papá?

– Pues me coge de la cintura y pega su pecho con mi espalda.

– ¿Puedo hacerlo yo, por favor?

– Si es lo que quieres, claro que sí.

Le acaricié su barriga, pero no me atreví todavía a hacer nada.

Y la tarde pasó rápido. Mi madre se cambió de ropa, y se puso un jersey negro algo ceñido y un pantalón vaquero. Estaba muy juvenil.

Cenamos rápido y fuimos al salón.

– O sea, Rafa, que hoy fuiste como mi novio, amante o esposo.

– Si, mamá, me ha gustado mucho.

– Pero no se lo digas nunca a tu Padre, que es muy celoso.

– Oye, Mamá: ¿Y me quieres hacer creer que en todo un día nunca besas a tu marido?

– Sí, supongo que sí. ¿Por qué? ¿Quieres besarme?

– Claro, porque si no, el juego de hoy sólo sería una farsa.

Recordando el consejo de la Psicóloga, y por amor a su hijo, mi madre dijo:

– Mis labios son tuyos, cielo.

Y dicho esto, le besé sus labios carnosos, mientras me tomé la libertad de acariciarle un pecho.

– ¡Rafa, cariño, eso es trampa!.

– Mamá, hemos empezado a parecer realmente marido y mujer. Porfavor, ahora no lo pares así de secamente.

– No, cariño.

Y le besé otra vez con ardor.

Ven, subamos.

Ya en la habitación, yo consideré normal que la mujer duerma con su marido, y en ausencia de éste, con su sustituto, o sea, yo.

Y se fue poniendo su camisón. Yo me puse un pijama. Nos acostamos los dos en la cama doble.

– Bueno, Rafa, acuéstate conmigo pues se ve que lo estás deseando.

– Mamá: Siempre deseé estar así contigo, en vez de papá. Tú y yo.

Mamá me iba acariciando el cuello y me miró.

– ¿Y por qué, Rafa? ¿Me deseas?

– Es algo que noto en mi interior, Mamá. Deseo que tú seas mi novia, mi mujer. Te amo.

Y la besé otra vez sólo en sus labios.

– Mamá, siempre quise estar encima tuya, como lo hace Papá.

Y me puse encima de ella. Ella puso una mueca como de que le pesaba un poco. Yo, pese a estar en pijama, notaba su respiración, su pecho contra el mío, sus costillas clavándome, y mi barriga empujando hacia su vientre.

– ¿Y qué más hacéis papá y tú?

– ¿Tú qué crees? (y me tocaba el flequillo).

Yo me puse más hacia el colchón, poniéndome mi muslo sobre su cadera, y sólo medio pecho mío encima de su sostén.

– Supongo que a estas horas de la noche os daréis un beso, ¿No?

– ¿Te apetece de verdad dármelo?

– Mamá, es lo que llevo deseando desde hace tiempo, pero más apasionado que el de antes, con más ardor.

– Ven aquí, Rafa.

Y me dio ella un morreo tremendo mientras me sobaba el hombro y el cuello. Me metió mucho su lengua.

– ¿Contento, cariño?

– No lo sabes bien, mamá, mi amor. Te amo. Siempre te deseé.

– Tranquilo, sigamos. Más tarde comprenderás por qué hago esto.

Me besó otra vez y metió su mano por debajo de la parte de arriba de mi pijama, acariciándome a su gusto mi pecho.

– Ahora me toca a mí, Mamá.

Y empecé a desabrocharle su camisón. Se lo saqué y quedó en sostén, finalmente, y acaricié su piel, me detuve en la flacidez de su vientre y acaricié su sostén.

– ¿Sabes qué le hago a papá y qué le voy a hacer a su sustituto?

Ella empezó a meter su mano por encima de mi calzoncillo, y me lamió con cariño, lentamente, mi nuez y mi cuello.

– Sigue, mamá, sigue.

Tomé el turno y le besé en su cuello y le sobé con más fuerza sus pechos, que casi se salen con la fuerza de mis caricias.

– Vale, Rafa, espera, poco a poco.

Se puso ella arriba, pues yo le pesaba un poco.

Su braga estaba pegada a mi calzoncillo, y su pelo caía por mi cara.

– Mamá, eres guapísima. ¿Por qué no habrás hecho esto antes, cielo?

Y pude comprobar el peso y el tamaño de sus deliciosas tetas.

Ella suspiraba por el morbo y el placer.

Dejé de sobarle el pecho, subieron mis manos a sus hombros, se los acaricié.

Estaba muy tensa, bajé por la espalda, y le saqué su sostén.

Sus pechos quedaron al aire, bailando un poco por el vaivén de nuestro fuego.

– ¿Puedo tocarlos ahora, Mamí?

– ¿No lo hace tu Padre también?

Clavé mis manos en sus pechos y di un leve quejido de dolor. Mi pene se había salido de mi calzoncillo y ella se quitó de encima para poder verlo.

– ¡Rafa!. Eres todo un hombre.

– Mamá, hoy soy tu hombre. te deseo, quiero ser tu marido. Quiero ser Papá.

Ella me quitó del todo la ropa que me quedaba, y acarició un poco mi pene para quitarme el dolor.

– ¿Mejor así, cariño?

– Me duele un poco.

Y acto seguido, le cogí de su cabello y dirigí su cara a mi pene. Me dio varias chupadas, y creí estallar y desvanecerme. Era mi primer orgasmo, pero no había eyaculado.

– Ven, mamá. Ponte encima otra vez. Y quítate las bragas, por favor, que me pueden hacer daño.

Ella obedeció sumisamente.

Su pecho estaba en contacto con mi pecho y sus labios distaban milímetros de los míos.

– ¿Qué más haces con Papá, Mamá?; Lo quiero todo, lo necesito todo.

– Está bien, Rafa, está bien. Lo hago por tí, para hacerte más hombre. Hoy dejarás de ser niño.

Cogió mi pene con sus manos y se lo dirigió a su cueva, que estaba totalmente resbaladiza y húmeda.

Le toqué el culo a mi Madre y nos besamos suavemente.

Noté de repente como entraba mi pene en la cueva, húmeda y templada.

Nos juntamos cara con cara y la agarré de la espalda.

Sentí como un estirón en todo el cuerpo, y todos mis músculos se pusieron en tensión, hasta que eyaculé mientras le besaba el cuello hasta su mentón.

– Lo has hecho todo, rafa. Tu deseo se ha cumplido ya por fin.

La psicóloga no acertó, porque me convertí en un mimado y un caprichoso.

Mi padre se separó enseguida.

Yo seguí queriendo follar con Mamá, pero ella ya no quiso hacerlo más y me mandó a un colegio interno.

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