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Alta sociedad III: El círculo de amistad

Alta sociedad III: El círculo de amistad

Era el día señalado.

Eva me dijo telefónicamente que daba igual como me vistiera, pues al presentarme delante de todas debería ir desnuda, tan sólo cubierta con una manta.

Me vino a recoger tras largas horas de espera y me llevó de nuevo a casa de Doña Úrsula.

Doña Úrsula nos recibió besando a Eva en la mejilla y mirándome como si esperara algo de mí.

Nos informó de que algunas de las amigas, las lobas, como dijo ella, habían llegado ya a la casa.

Eva me condujo a un pequeño cuartito en el que había otra puerta.

En él habían dejado una silla que podía utilizar para desnudarme.

Quise que Eva me explicara en que consistiría la ceremonia, si sería dolorosa.

Me tranquilizó saber que no era dolorosa en absoluto, sino que me proporcionaría tal vez mucho placer.

La ropa fue saliendo de mi cuerpo.

Esperé la llegada de Eva que apareció al cabo de un rato desnuda como yo y con un manto rojo.

Me trajo un manto blanco que me debía poner por encima de los hombros.

Eva abrió la otra puerta y pasamos a un amplio salón en el que había varias chicas, a las que conocía.

Todas ellas tapaban bajo el rojo manto su cuerpo desnudo.

Enfrente estaba Doña Úrsula y a un lado y otro de ella estaban Julia, la dueña de la tienda de moda, y al otro, Renata, la de la tienda de artículos de seguridad.

Luisa, la del gimnasio estaba a continuación, de Julia y Helena, la esteticista y Sara, la modelo estaban a ambos lados del grupo.

Y para mi sorpresa, pude reconocer a una mujer delgada y pelirroja con la que había tenido una pelea hacía pocos días en el supermercado.

Al verla me sonroje y ella me miró muy divertida y pícaramente.

Todas estaban sentadas en un confortable sillón.

Había un sillón vacío que debía ser el de Eva.

Eva me condujo hacia el centro de la sala. Doña Úrsula comenzó el interrogatorio.

-Veo que traes una amiga…¿Es puta tu amiga? ¿Cómo se llama?-

-Se llama Sonia y es muy puta.- Miré hacia abajo avergonzada y no quise volver a levantar la cabeza.

-¿Cómo te podemos creer?.-

-Todas menos Olga lo pueden atestiguar.-

En ese momento un murmullo sacudió la sala. Todas decían – Es puta.- ¡Sí! Es puta.-

-¿Cómo es de puta?.- Preguntó Doña Úrsula.-

-Tú lo vas a ver.- En ese momento sonó un clic que se correspondía con el funcionamiento de una televisión grande. Todas movieron la cabeza hacia el aparato. Apareció primero la sesión de fotos de Sara y Eva. Me sorprendió que junto a las fotos Eva sacara una cinta.

Pero también salió lo que ocurrió después.

Eva había hecho un gran montaje.

Debía tener varias cámaras en los que aparecía mi lengua en el sexo de Sara.

Bueno, y también apareció cuando estuve con la dama solitaria.

Eva me dio las llaves de estudio para filmarme y realmente había obtenido una buena película.

Especialmente cuando filmó como el cuello de la botella entraba y salía de mí, perdiéndose de vista entre mis nalgas desnudas.

-¿Y es tan hermosa como aparece en la película?.-

Eva tiró del manto y me mostró desnuda. Me obligó a darme la vuelta para que mis encantos pudieran ser percibidos. Luego vino la pregunta final

-¿Está preparada para hacer todo lo que le pidamos?.-

– Come coños bien y se corre cuando se lo comen. Le gustan los vibradores y lo s consoladores y es capaz de hacer el amor dos veces seguidas.-

– ¿Y de culo?.-

– Majestad. Ese es un placer que os he reservado a vos para que lo probéis.-

Doña Ursula sonrió satisfecha.

No sé si por que Eva le había llamado majestad o por que mi culo seguía virgen para ella.

– ¡Úsala para demostrarnos que está domesticada!.-

Eva acató la orden con rapidez.

Se deshizo del manto colorado y sin más miramientos me puso a cuatro patas.

No me atrevía a mirar al frente, pues mi mirada chocaba con cualquiera de las de las otras mujeres.

Ahora todas sabían que todas me habían seducido y que además, me acostaba con la primera que veía, como la dama solitaria.

Todas sabían que mi culo estaba virgen para doña Úrsula y que Eva, mi prima, me había probado con consoladores y vibradores.

Sentí las manos de Eva agarrándome las nalgas y separándolas y de repente, su lengua en mi raja, húmeda y caliente.

Eva me ordenó que me acariciara el clítoris, sin duda para demostrar al resto de lobas mi obediencia.

Mis dedos acariciaban su barbilla sin quererlo.

Su lengua luchaba por penetrarme todo lo que pudiera y más.

Eva entonces metió el dedo como se mete el dedo para apurar un profundo tarro de miel que estuviera en las últimas.

Puse mi cara contra el suelo y me mordí un dedo mientras me agarraba los pechos, como queriéndome proporcionar a mí misma un placer superior al que sentía en mi sexo.

Luego sentí que me introducía un segundo dedo que rivalizaba con el primero en profundizar y perforar mi sexo.

Me sentía mojada y caliente. Me sentía como un juguete en manos de unos gamberros.

Eva comenzó a agitar sus dedos mientras me mordía las nalgas.

Pasó su otra mano por debajo de mi vientre y se dedicó a pellizcar mis pezones,  que se endurecían todavía más y hacían que aumentase mi excitación.

Para colmo, alguna de las chicas comenzó a rebobinar mis películas y pronto, delante de mí pude ver cómo aquella botella de champagne me penetraba, soportada entre los dulces muslos de la dama solitaria.

Nunca había hecho el amor mientras visionaba pornografía, y mucho menos si yo era la protagonista y me follaba una mujer.

Aquello fue el remate para que, a pesar de que la presencia de las chicas me hiciera sentir muy cohibida, me corriera, moviéndome contra la mano de Eva, que ahora introducía sus dedos si cabe con más fuerza.

Chillaba como un cochino el día de San Martín.

No me importaba. Lo deseaba. Deseaba desahogarme mientras el orgasmo me dejaba sin fuerzas.

Eva se chupó los dedos que me había introducido como si los jugos de mi amor se trataran de un exquisito manjar.

Quedé inmóvil un momento, esperando que algo sucediera, hasta que al fin, Eva me cogió de la mano y me ayudó a incorporarme.

Doña Úrsula dio su consentimiento para que la ceremonia continuara.

-Ya hemos visto que Sonia está domesticada. Ahora pasa a presentárnosla personalmente. Eva me cogió de la mano y llegamos a donde estaba sentada Helena, la primera chica.

-¿Está tu novia depilada? .-La cara de Helena reflejaba una sonrisita coqueta.

-¡Sí.!.- Eva me acercó hasta donde Helena, extendiendo su mano pudo acariciarme ligeramente el monte de Venus y la boca de mi sexo, donde empezaban ya a aparecer las cabecitas de los bellos que la misma helena me había depilado.

Después de que Helena expresara su conformidad con un gesto, Eva me obligó a arrodillarme ante Helena, que abrió sus piernas y me enseñó un coño pueril, sin un solo bello.

Helena me cogió de la melena y llevó mi cara hasta su sexo. Eva me ordenó que le diera tres lametones.

Luego fuimos ante la presencia de la siguiente chica, que era Luisa, la dueña del gimnasio.

Ella me preguntó si mis nalgas eran firmes.

Eva me dio la vuelta y la dueña del gimnasio me manoseó el culo.

Luego, tuve que darle los tres lengüetazos en el sexo, que esta recortadito, de protocolo.

Pasamos a ver a Doña Julia, la dueña de la tienda de lencería cara.

Su semblante, incluso ahora me parecía serio y grave.

La viuda me preguntó si yo era limpia.

La nariz de aquella mujer empezó a escudriñar mi piel, en busca de aromas.

Se empapó del olor de mi sexo mojado aún por mis flujos y dio su aprobación.

Le lamí por tres veces su almeja de pelos negros que desbordaba su sexo.

La siguiente fue Doña Úrsula.

Preguntó por la virginidad de mi culo.

Eva me ordenó que me pusiera a cuatro patas y le enseñara el culo.

Eva me separó las nalgas para que la señora pudiera ver la total ausencia de almorranas.

Doña Úrsula dio su aprobación y nos pusimos delante de Renata.

A la dueña de la tienda de artículos de seguridad le interesaba si tenía cosquillas.

Me volví a poner de espaldas y levanté el pié, doblando la rodilla hacia detrás.

Renata comenzó a acariciar mi pié, hasta llegar a incomodarme.

Al ver que quería apartar el pié, la mujer lo tomó con más fuerza y comenzó a lamerme la planta.

El cosquilleo se me hacía insoportable y al comprobar que podía ser un buen juguete en manos de una obsesa, la mujer dio su visto bueno.

En agradecimiento, le di tres lametones, procurando reproducir en ellos toda la sensualidad con que me había obsequiado.

Pasamos delante del sillón vacío y fuimos a ver a la pelirroja del supermercado, a Olga.

La mujer no me miró ni me preguntó.

Úrsula preguntó el motivo de su rechazo.

Olga dijo que era una jovenzuela maleducada y contó una versión absurda de lo ocurrido en el supermercado.

Yo protesté, pero recibí un pellizco en las nalgas de Eva para que me callara y Úrsula me reprendió, diciendo que por el momento, yo no tenía que hablar.

Úrsula preguntó a Olga cómo podía resarcirse y ésta dijo que bastaba con que le pidiera perdón.

-De todas formas, dale una torta.-

Me puse de rodillas frente a Olga.

La expresión de furia en su cara fue seguida por un sonoro bofetón.

Sentí el calor en mi cara y me avergoncé de aguantar aquello.

Me sentí sin fuerza.

Y para colmo, Eva me ordenó que le pidiera perdón.

La voz no salía de mi cuerpo y Eva me obligó a repetir cada vez con más fuerza la palabra “Perdón”.

Al final pude darle los lametones de rigor a Olga, aunque para demostrar mi arrepentimiento, le di mas de diez lametones.

No pude entender por que sentí tanta necesidad de comerme ese coño precisamente.

Pasamos delante de Sara, la modelo de inspiración de Eva.

Sara preguntó si tenía los dientes limpios.

Me cogió la mandíbula con una mano y su lengua escudriñó cada trocito de mi boca hasta que dio su aprobación.

-Esta bien.- Dijo Doña Úrsula. – Como todas la hemos probado y aprobado, que siga la ceremonia. Ahora, una de nosotras tomará a esta puta quien ignorará quien ha sido su amante siempre.-

Helena y Sara trajeron una colchoneta de un cuarto cercano.

Eva sacó de una toalla que había sobre su sillón, mi adorado tormento, el consolador con el que hacía unos días me había cabalgado como un hombre, un pañuelo de seda negro y un collar como de perro, pero más fino, de un cuero más delgado, que colocó alrededor de mi cuello.

Luego, dejé que me atara los ojos con el pañuelo.

No se veía mas que una mancha un poco más clara donde debía haber una luz.

De repente recibí una torta- Fue una torta menos fuerte que la de Olga, pero lo suficiente fuerte como para haber intentado esquivar la mano de Eva de haberlo visto.

Ya sabían mis iniciadoras que no podía ver.

Eva me puso a cuatro patas y me sostenía por una pequeña argolla que tenía el collar de mi cuello. Entonces escuché la voz de doña Úrsula. – Hoy a la puta te la vas a follar……..¡TÚ!.-

Tras un murmullo se hizo el silencio y pronto sentí una mano que acariciaba mis nalgas con suavidad y mi espalda.

¿Quién sería? Me inquietó saber cual de aquellas chicas me poseería.

Se me repetían en la cabeza los rostros de las mujeres, todas bellas y el sabor de sus sexo, aunque en realidad sólo había probado el de Eva y Sara lo suficiente como para conocerlas.

Comencé a sentir la sensación mojada de una lengua que me lamía mi sexo.

Fueron unos cuantos lametones profundos, que parecían querer limpiar todo rastro de la comida de coño que Eva me había hecho.

Luego sentí de nuevo una mano sobre mis nalgas, pero esta vez me las separaba y tras esto, la cabecita del consolador que pretendía hacerse paso dentro de mí.

Arqueé la espalda. La mujer me tomó del pelo y puso una mano más arriba de mis nalgas.

Tiraba con fuerza de mi pelo, y yo me veía obligada a recular y a fundirme contra los muslos de la ignorada mujer, de piel suave aunque fuerte.

El consolador me iba penetrando.

Tuve entonces la necesidad de fijar una cara, alguien que me estuviera haciendo el amor, en lugar de una cara en blanco.

Ante mí pasaban uno y otro los rostros de las chicas, menos el de Eva, que al sostener mi collar quedaba descartado, y el de Doña Úrsula.

Quise tocar su sexo mientras me embestía, pero Eva lo impidió, dando un tirón de la cadena.

Que por poco me desequilibra.

La dama, al ver mi juego, me dio un “puntazo” que me produjo un gran placer, pero me advertía de que no fuera mala.

Estoicamente aguantaba las embestidas de mi amante de cara desconocida; embestidas cada vez más fuertes y profundas y que consiguieron que finalmente me corriera, intentando minimizar los efectos y guardar esta vez una compostura que había perdido cuando Eva me había hecho suya delante de todas.

Mi amante desapareció tras darme un caluroso y salivoso beso en las nalgas.

Eva me quitó el pañuelo.

No me atrevía a levantar la cara, humillada, pero al final intenté escudriñar, sin éxito quien había sido mi amante.

El ser tomada así, en presencia de todas por una desconocida, me hacía sentir que todas habían sido mis amantes.

Me sentía un poco, la puta de todos y más puta que ninguna.

Entonces, me senté en el sillón de Eva y todas, incluso Eva, pasaron a lamerme el coño.

Fueron tres lametones, que multiplicadas por todas las chicas, fueron un masaje sexual delicioso.

El flujo desapareció de mi sexo, pero se llenó de la saliva de mis “novias”.

Al fin Úrsula me comunicó que era aceptada.

Entonces la reunión fue por otros derroteros muy diferentes.

Empecé a ver que se formaban parejas.

Helena y Sara se unían a besos, sentada la una sobre la otra en su amplio sillón.

Doña Úrsula besaba a Julia, y Renata perseguía a Luisa que trataba de escabullirse coquetamente.

Eva pidió permiso a Úrsula para retirarse conmigo.

Ursula lo aprobó pero pidió que se llevara también a Olga. No me gustó la idea. Aún sentía un poco de rencor por ella.

Nos vestimos. Eva conducía y yo me senté detrás junto a Olga.

Le apartaba la boca.

Su aliento me embriagaba pero ella se empeñaba en besarme.

Me metía mano. Parecía una discusión de novios de esas de los diecisiete años.

Llegamos al piso de Eva. Comenzaron a desnudarse y a mí me ordenaron lo propio.

Me desnudaba de nuevo para ser tomada por tercera vez esa noche.

Eva me cogió por detrás y metió un dedo en mi boca, que chupé mientras Olga, también desnuda me quitaba la ropa, bajando mi vaquera y tirando hacia detrás de mi camisa.

Se deshizo de mi sostén y me comió las tetas mientras Eva me las sostenía. Mi prima me mordía la oreja.

Entonces las dos se abrazaron a mí.

Me convertí en el centro de un perrito caliente.

Nuestras tetas se rozaban y sentía las tetas de Eva en mi espalda.

Olga era impetuosa. Me tiró contra el sofá.

Eva se escabulló de debajo de mí ágilmente.

Olga estaba encima de mí y frotaba sus pechos contra los míos, con fuerza, como queriéndomelos arrancar con los suyos.

Eva estaba detrás de Olga y entonces dijo que estaba dispuesta a comer dos coños de una vez. Olga rió y apoyando las rodillas, abrió las piernas, que las colocó detrás de las mías y me obligó a aproximarme a ella.

Mi barriga y la suya entraron en contacto.

Entonces, Eva comenzó a lamer nuestros sexos.

Olga y yo nos besamos. Recibiendo el calor la una de la otra. Eva nos propinaba alternativamente nuestra ración de comida y no tardamos en sentir sus dedos. Nos introducía el dedo a las dos, cada mano en un sexo. Cuando lo sacaba de mí le tocaba meterlo en el sexo de Olga y así sucesivamente. Olga metió su mano entre nuestros cuerpos y me separó los labios del sexo, no sin estimular agradablemente mi clítoris. El dedo de Eva entraba y salía con mayor rapidez. Yo hice lo propio con Olga. Sentía sus flujo viscoso en mis dedos como si de cabello de ángel se tratara.

Olga se corrió encima de mí. Sus pechos buscaron mi boca en el fulgor de la batalla y su mano se hincó en mi sexo queriendo arrancarme un orgasmo que no apareció esta vez. Pero aquello sólo suponía un falso triunfo. Porque al ver que no me corría, Eva se tumbó en la alfombra. Sacó uno de los consoladores y se los colocó en la boca y me ordenó que me sentara sobre su cara. Evidentemente, el consolador iría dentro de mí.

Olga se sentó encima de Eva y detrás de mí. Me cogió los pechos mientras cabalgaba en tan incómoda montura. Me decía obscenidades y yo me movía al paso y luego al trote. Olga entonces decidió que podía servir mejor a Eva si le comía el coño, y eso es lo que hizo.

Al sentir que Eva se corría, al sentir agitar el consolador en la boca de manera alocada, yo también me corrí, terminado de llenar la barbilla de Eva de mis dulces jugos. La tiré de los pelos y el consolador entró más adentro que nuca y yo gemí de placer. Luego acaricié su cabeza mientras sentía ahora como Olga me acariciaba y me besaba la espalda, igual que hacía con el torso desnudo de Eva.

Descansamos un rato. Entonces Olga se acercó a mí y metió su pierna entre las mías. Luego avanzó hacia mí y comenzó a restregar su sexo contra el mío. Nuestra humedad se mezcló. Sentía sobre la piel suave y sensible de mi sexo sus pelitos cortados. Comenzamos a movernos las dos, la una contra la otra,

Fue entonces cuando Eva me enseñó su arma definitiva. Era una barra de goma que tenía en ambos extremos dos prepucios. Era un consolador de dos cabezas. Eva lo colocó entre nosotras. Ver la expresión asustada de Olga me infundió valor. Presioné contra ella y una de las cabezas se hundió en mi sexo mientras la otra lo hacía en el sexo de  Olga.

Nos follamos mutuamente hasta que las dos nos corrimos, jadeando como perras y gimiendo de placer escandalosamente. Después de esto, las tres dormimos desnudas en la amplia cama de Eva, intercalando el sueño con las caricias y los besos.

Decir que a partir de ese momento era la novia de todas es decir poco. A partir de entonces, cada una de la s chicas me utilizó como un juguete sexual. Helena me volvió a depilar, solo que esta vez, las dos acabamos haciendo el sesenta y nueve.

Luisa me ponía sesiones de gimnasia agotadoras, y luego iba a buscarme al vestuario, donde me pillaba duchándome. La esponja, el jabón, y finalmente los dedos recorrían mi sexo hasta tomarme bajo el agua caliente.

Renata llegó un día con Eva a nuestra casa, pues yo me mudé a vivir con ella los fines de semana. Probó en mi sexo las delicias de una colección de consoladores que le había dejado un comercial.

Probó todo el muestrario mientras Eva nos miraba divertida.  Sara, la modelo, resultó ser una ninfómana a la que le comía el coño tres veces cada vez que me obligaban a salir con ella.

La única que se reservaba estar conmigo era Úrsula. Incluso la seria Julia estuvo con migo. Me invitó a ir de compras con ella a la capital. Entramos en el corte inglés, dejando el coche en el aparcamiento.

Julia hacía que me probara las cosas que ella me daba a probar y me miraba como me quedaban, y luego, se asomaba a la cortina del vestuario y me veía desnudarme.

En una de esas, Julia me dijo que me dejara una minifalda muy corta. Me la llevaba puesta.. Julia la pagó y fuimos al garaje.

Pagó el aparcamiento y al entrar en el coche y mirar si venía alguien, me ordenó que me quitara las bragas y que me pusiera detrás. La falda me era incómoda por lo estrecha y lo corta. Las bragas salieron de mis piernas.

Me monté en el coche y ella entró por la otra puerta con cara de lujuria.

Entró a gatas y tiró de mis piernas hacia ella. Me puse de espaldas a la ventanilla, con las piernas abiertas, pues la falda me la desabroché.

Su mano buscó mi pecho tras mi camisa, que desabrochó con sus largos dedos, y pellizcó mis pezones mientras me comía el coño.  Las ventanillas estaban a medio subir y las personas entraban y salían y pasaban muy cerca. Alguna se daba cuenta y miraban de reojo.

Una señora joven con abrigo de bisón mostró airada su indignación. Miré hacia abajo, para no ser reconocida, para que no pudieran apreciar mi vergüenza y finalmente decidí abandonarme a la lengua de Julia, que arrancó de mí un orgasmo ahogado por el miedo a ser descubierta.

Me recompuse la ropa y pasé delante. Cuando salíamos por la puerta vimos la figura de un guardia de seguridad que seguía a la señora del abrigo de visón que iba a donde estábamos aparcados.

Como Julia no quedó satisfecha, me obligó a hacer lo mismo en el  área de descanso de una gasolinera. Doña Julia me comía el coño mientras un grupo de camioneros pasaba camino del restaurante. Suerte que no nos vieron.

Un día, Luisa, la dueña del gimnasio, le pidió a Eva que me dejara acompañarla a una playa nudista. Quería proponerme un asunto.

Doña Úrsula había dado su visto bueno. Era una aventura que si salía bien sería muy celebrada en la próxima fiesta.

Quedamos para ir un miércoles y Luisa se presentó vestida con un maillot y un culot, de esos que utilizan los ciclistas.

Tenía un cuerpo realmente espléndido. Yo llevaba unos vaqueros. Luisa me propuso un plan.

Ella estaba hasta el gorro de su marido. Le ponía los cuernos y era un cerdo. Yo lo seducía. Lo llevaba al estudio de Eva y le hacíamos unas fotos. Luego vendría el divorcio, un montón de pasta y todas felices. Insistía en que Doña Úrsula lo aprobaba y que Eva estaba enterada y también lo aprobaba.

Luisa se desnudó en la playa y poco a poco me fue convenciendo a mí para que me quitara la parte de arriba. Me untaba crema en el pecho y la espalda.

Aquella aceitosa sensación me agradaba y me ponía muy cachonda. La playa estaba desierta, pues era día de trabajo.

Luisa me untó crema entre las piernas y finalmente, en un arrebato de pasión, me besó, me comió la boca y untó de crema la tela del pantalón que cubre mi sexo, y la pretendía extender ante mi sorpresa. Me entregué a aquel muerdo apasionado, pero conseguí escapar al agua, con un gracioso movimiento.

Mientras nos bañábamos, pues Luisa vino detrás, una pareja de hermosos nórdicos se pusieron cerca de nosotros.

No había más en la playa. Él era la reencarnación de Júpiter, con su pelo rubio rizado y sus ojos azules. Ella era una venus vikinga, de piel clara los dos y altos y delgados, no dejaban de mirarnos.

Luisa comenzó a jugar con sus dedos sobre mi piel.  Pasaba el dedo por mi cuerpo mientras espiaba con disimulo las reacciones de la pareja de extranjeros.

Su dedo cada vez me parecía más atrevido, hasta que finalmente a los extranjeros no le debía de caber ninguna duda sobre el poder de Luisa sobre mi cuerpo. En estas circunstancias los nórdicos de bella silueta podían hacer varias cosas.. Una de ellas, irse de nuestro lado escandalizados.

En lugar de eso, la pareja de piel clara y cabello de oro nos miraba divertidos y nos saludaban amablemente. Rehusé besar a Luisa, pero no pude evitar que me diera un lametón sobre mis pezones.

Los nórdicos empezaron a hablar en inglés, seguramente con Eva. Yo sé hablar muy mal el inglés y no paraba de decir “What?” “What?” y “What?”. Pero parece que Eva se entendía suficiente bien con los suecos. Antes de darme cuenta, Luisa y el chico se estaban comiendo la boca.

Mi amiga le cogía el pene que comenzaba a ponérsele duro. La chica rubia se acercó a mí y pronunciando unas ininteligibles palabras en un perfecto inglés, sin duda, e intentaba bajarme las bragas, seguro que recriminando mi pudor ante ellos, que estaban vestidos.

Luisa y el sueco se metieron un poco entre las dunas. La sueca me besaba mientras yo luchaba por mantener mis bragas entre mis piernas.

Caímos rodando y yo intentaba de chafarme de la sueca mientras ella se reía. Nuestras bocas se fundieron y yo quedé sobre la arena con ella encima, a su merced.

Ella me agarraba de las manos y comenzó a menear sus tetas sobre las mías. Metió su rodilla entre mis muslos y su pié por detrás de mis bragas caídas, que aún no se habían soltado de mis piernas.

Vimos que un hombre se acercaba por la orilla y la sueca me agarró de la mano y fuimos corriendo a las dunas. Entonces la chica me hizo suya. Se colocó sobre mí y comenzó a comerme el  coño mientras yo me comía el suyo.

Me agradaba ver su sexo grande detrás de aquella pelambrera rubia y salvaje. Me parecía el coño de una burra, de lo largo que me parecía.

Ella me comía a las mil maravillas y finalmente, en parte por el calor de los rayitos de sol que doraba nuestros sexos, nos corrimos.

Pero no tardaron en venir la pareja perdida. El sueco vino directo hacia mí mientras Luisa cogía a la sueca de la melena y tras ponerla a cuatro patas, comenzó a meterle el dedo en su sexo.

A Luisa debía de atraerle ese sexo larguísimo. Las tetas de la sueca le caían grandes, enormes. La sueca gemía

El sueco no me dejó ni levantarme. Allí mismo me folló, metiendo su pene excitadísimo por el contacto con Luisa. Se me vino a la cabeza unos versos que causó la ruptura con un novio.

“No me folles en el suelo”

“Como si fuera una perra”

“Por que con tus cojonazos”

“Me echas en el coño tierra”.

Lo cierto es que la arena caliente se mojaba al contacto con mi sudor y se pegaba.

Mi trasera estaba enarenado  y también sentía la arena en mi pelo. Aquel vikingo me empujaba una y otra vez  y al final se corrió.

Y yo recibí su semen dentro de mí, y aunque no me pude correr, la verdad es que fue muy gratificante.

Nos sentamos los cuatro juntos a la orilla del mar y pasamos el resto del día juntos. Ya no importaban los idiomas. Nos despedimos sin preocuparnos demasiado si nos volveríamos a ver.

El plan para que Luisa obtuviera ventajas en el divorcio salió a la perfección. No tuve ningún problema en ligarme a  su marido, que solía frecuentar una discoteca donde ligaba y le ponía los cuernos a Luisa. El primer día lo puse caliente.

El segundo me morreó, y antes de una semana, los dos estábamos en el sillón del estudio de Eva.

Yo me sentaba justo encima de él y dejaba que me penetrara como me había penetrado hacía unas semanas la botella de champagne que la dama solitaria mantenía entre los muslos. El reportaje esta vez salió también perfecto. Pobre gilipollas.

Otra gran misión consistía en hacer un favor a Olga. Ya la había perdonado yo a ella, por que resultó ser una amante magnífica.

El caso es que Olga tenía una chica de servicio de unos veinte años, unos doce años más joven que ella.

Olga estaba enamorada de esta pueblerina morena de cuerpo delicado pero acostumbrado al trabajo.

Olga no se atrevía a seducirla, pero había descubierto que de todas nosotras, la que mejores vibraciones le hacía sentir a Beatriz, que era como se llamaba la chica, era yo. Mi deber era seducirla y entregársela en bandeja a Olga.

Así Olga se inventó que yo haría junto a ella un negocio que me permitiría entrar en casa cuando sólo estuviera Beatriz y yo la seduciría.

Y así empecé a frecuaentar la casa de Olga y a ganarme la confianza de Beatriz. Los regalos, los halagos, las promesas de trabajo mejor hicieron ganarme  ala chica y un buen día, le cogí la mano.

La chica temblaba pero no se atrevía a soltar su mano y no se separaba de mi, a pesar de que mi mirada delataba mis intenciones.

Sin dejarla pensar demasiado, la besé y no paré aunque no dejara de negar sus deseos.

Peor lo cierto es que aquella chica recibió un beso tras otro y a pesar de tener un formido novio en su pueblo, no tardé en yacer con ella en la cama de Olga, seduciéndola e iniciándola en el arte de Safo

Su cuerpo fue mío varias veces, hasta que una de las veces, Olga volvió del trabajo antes de tiempo y nos pilló.

Yo fingí hacerme la asustada y me marché enseguida cuando ella me ordenó despectivamente que me vistiera y abandonara la casa. Beatriz se tapaba la cara con el pelo revuelto.

No sé que dijo entonces Olga, pero me llamó a los pocos días agradeciéndome el favor. Beatriz yacía con mi amiga cada noche  y cada día.  Olga había ganado una novia y una empleada interna

Eva  me llamó para decirme que no se me debía olvidar acudir a la fiesta  del fin de semana.

Estaba impaciente, era la primera fiesta a la que acudía. Ese día, mi prima vino a recogerme y aprobó mucho el sensual traje de minifalda y escote que llevaba. Era un traje rojo brillante.

Eva me pidió las bragas. Me extrañó que volviera a hacerlo. Ya hacía algunos días que había dejado de mandarme, pero había aprendido a obedecer. Eva se las metió en su pechera.

Llegamos a casa de Úrsula. Pasamos a la habitación donde se había producido la ceremonia. Había sillones y colchones en el suelo. Las chicas llegaban muy guapas. Los besos se sucedían, las caricias.

Helena y Sara se toparon con Renata y Julia. Olga no dejaba de hablar de Beatriz mientras su brazo colgaba del hombro de Luisa. Doña Úrsula se había peinado con una coca y su pelo parecía engominado.- Llevaba un pantalón de pintas y un chaleco ancho por fuera.

La desvergüenza se iba apoderando de nosotras. Nos tocábamos los pechos y las nalgas. Algunas parejas comenzaron a entregarse a sus apetitos sexuales Eva me cogió de la mano y me llevó ante Úrsula.

La dama me besó y sentí como Eva me desabrochaba el traje. Mis pechos saltaron y Úrsula me los lamió mientras Eva los sostenía. La dama cogió un hielo del combinado que bebía y lo pasó pro mis senos y los pezones. El frío me cortaba. Pero mi sexo se ponía al rojo vivo.

Doña Úrsula se subió levemente el chaleco y tras abrirse la cremallera, se sacó de ella un objeto que yo conocía ya.

Era el ariete que varias veces había derrumbado mis murallas. Me obligaron a ponerme de rodillas y tuve que fingir que le hacía una lenta y sensual felación Úrsula se apartó.

Eva se puso delante de mí y levantándose la falda, pude ver que ella tampoco llevaba bragas. Su sexo abierto era una tentación demasiado fuerte para mí, Me puse a cuatro patas y comencé a lamerlo.

Sentí que Doña Úrsula me subía el traje y mi culo debió de aparecer delante de ella.

Sentí su porra clavarse en mi sexo y di un pequeño respingo, pero el auténtico susto vino cuando inesperadamente, el ariete cambió de dirección y apuntó un poco más arriba y yo , ya no podía impedirlo, y aquella noche perdí la virginidad de mi ano, humillada, indignada y …terriblemente excitada.

No me equivoqué al pedirle a Eva que me presentara a sus amigas.

No sabéis cómo me llaman clientes.

Estoy ganado mucho dinero.

Doña Úrsula tiene muy buenas amistades y les ha pedido que me ayuden y ya he dado la entrada de un piso, donde pronto podré ir a vivir.

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