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Amanda, adicta al sexo

I

Mi segunda aventura. A mis 17 años estaba ya en San Cristóbal, solo y mi alma, bueno, acompañado de mi ya inseparable mochila, al ‘hombro’ como dirían en la tv. Sin saber para donde jalar llegué al centro de esa ciudad llena de tradiciones y sobre todo de indígenas muy pobres. Mis primeros tanteos por los hoteles me indicaron que con aquellos precios mis ahorros no alcanzarían para maldita la cosa, si acaso para tres miserables días, y eso sin contar los alimentos, ¿Qué hacer?, me pregunté. De pronto al doblar una esquina descubrí un letrerito “Casa de huéspedes, se rentan cuartos”, y al lado una pequeña tienda donde vendían café, fui hasta ahí y le pregunté a la señora que atendía.

Era una señora joven, andaría por los treinta y tantos, de estatura baja, algo llenita de carnes, piel blanca y pelo castaño que por el tinte semejaba un castaño más claro de lo normal. Detrás del mostrador, luego de mirarme fijamente como tratando de medirme o averiguar qué me había llevado a esa ciudad, me indicó que ella era la dueña de la casa de huéspedes, que rentaba los cuartos por semana, alimentos incluidos, bueno sólo desayuno y comida, con derecho a bañarse ahí mismo, pero que no aceptaba borracheras ni meter visitas después de las 10 de la noche, y sobre todo, nada de viejas, en el caso de que el huésped fuera hombre.

Le dije al momento que aceptaba, más cuando calculé el precio del mentado cuarto y los alimentos. Doña Amanda, como se llamaba, pidió mis datos, que apuntó en una libreta y me indicó que regresara después de las 2 de la tarde, hora en que cerraba su negocio de café y subía a comer a su casa, que entonces tomaría yo posesión del cuarto, previo pago del mismo.

Ya tenía donde comer y dormir, ya podía hacer planes sobre que ver y visitar, las horas que faltaban para la convenida se fueron rápidas. Regresé a casa de doña Amanda, ella misma bajó a abrir, subí tras ella, mirando sus sabrosas nalgas bambolearse mientras subía las escalera. Me enseñó la casa, indicándome que por la época del año casi no tenía huéspedes y que yo sería el único, al menos hasta ese día, me llevó hasta mi cuarto –cama con su ropa, una mesita con su respectiva silla, una cómoda para poner ropa, un tapetito en el piso y ya, nada más, sólo lo indispensable–, me indicó cuál era el baño y dónde quedaba la cocina y el comedor, “el desayuno es a las 8 de la mañana, la comida a las 2 de la tarde, y entre comidas no sirvo ni atiendo nada, si quieres traer algo más de comer o tomar puedes guardar tus cosas en el refri, pero te preparas todo eso tú solo, si llegas después de la hora de la comida, tú tendrás que calentarte lo que te deje preparado, nada más y nada menos, entendido?”, pues si, todo claro.

Me invitó a comer desde ese día, pero tuve que someterme a su interrogatorio, sobre todo a sus inquisitivas miradas, siempre midiéndome, tratando de averiguar quién diablos era yo, cosa entendible pues como mujer que renta cuartos a desconocidos siempre existe la condenada desconfianza, sobre todo cuando supo que yo era chilango, con mala fama incluida.

Como sea aquel fue mi primer día y luego de salir a conocer más de la ciudad, llegué a dormir a la hora convenida, Amanda ya se preparaba para irse a dormir cuando me recibió “Mira, dejé un poco de café en la estufa, si quieres puedes tomar un poco, también el baño está listo, por si quieres bañarte ahorita o mañana, yo me voy a dormir, recuerda el desayuno es a las ocho, bueno hasta mañana”.

Mientras tomaba mi cafecito, muy rico por cierto, sin quererlo pensé en aquella señora, guapa a pesar de contar ya con algunos añitos de más. Amanda se había bañado aquella tarde, pues cuando me recibió aún tenía el cabello húmedo y por supuesto olía a jabón, todo ello la hacía más atractiva. Ya para irme a dormir, fui al baño y al entrar descubrí que la señora había dejado olvidada su ropa interior luego de bañarse, ahí a un lado de la taza del baño estaba su amplio chichero blanco, lo tomé‚ y al acercarlo a mi nariz descubrí los olores femeninos de Amanda, hice lo mismo con su pantaleta, de nylon color café y talla 36, ahí descubrí otros olores, más íntimos, el olor del sexo de mujer. La pantaleta lucía en la entrepierna los restos de algún flujo vaginal, junto con algunos pelitos adheridos la mancha inconfundible de los jugos de aquella pucha aún desconocida para mi.

Por supuesto que aquellos descubrimientos hicieron que mi verga acusara el efecto, se puso erecta, muy dura y lista para el combate, pero sin contrincante a la vista no tuve más remedio que masturbarme con los calzones de Amanda. Mi mano rodeó el lomo de la verga y con la tela cubrí el miembro para proceder a acariciarme pasando y repasando aquella prenda íntima hasta que eyaculé intermitentes chorros de semen, embarrando sin querer la pantaleta de mi casera. Al concluir los espasmos me limpié con aquel calzón y lo dejé en el mismo lugar donde los había encontrado, y luego que lavarme los dientes me dirigí a mi recámara para dormir.

II

Aquella noche dormí profundamente, y si desperté fue por aquellos leves toquidos en la puerta de mi cuarto, era la dueña de la casa, sin esperar a que yo abriera entró, llevando algo en sus manos: “Hola…, buenos díaaaas!, te traje un poco de café, ya te preparé el baño para que te des un rico baño de tina, como ya me voy a abrir la tienda, te dejé el desayuno en la estufa”, y al dejar ella la taza de café sobre la mesita se inclinó como para hacer más patente la protuberancia de aquel par de nalgas. Cuando salió recordé lo que había hecho la noche anterior con sus pantaletas en el baño y me sobresalté sin querer.

Me levanté para ir a averiguar que había pasado con aquella ropa descubriendo que ya no había nada, todo el baño limpio y la tina preparada con agua caliente para mi, me quité la ropa y me metí dispuesto a disfrutar de aquello. Cuando salí sin querer miré que la puerta de su recámara estaba abierta, curioso me metí y con cierta excitación recorrí la estancia tratando de averiguar algo más de aquella mujer aparentemente tranquila y despreocupada, que hasta dejaba los calzones en el baño…, pero no, nada fuera de lo normal, entonces recordé que algunas mujeres a veces guardaban sus cosas más íntimas bajo el colchón de la cama, sin esperar encontrar nada importante y me llevé una gran sorpresa!, un sobre de papel manila con un libro adentro, un paquete de cartas y algunas fotografías amarradas con un listón rojo, dejé todo como lo había encontrado y cuando iba a meter aquello bajo el colchón algo atrajo mi atención, ¡vaya!, envuelto en una coqueta tanga color carne un gran consolador de color negro, la reproducción exacta de un miembro viril, pero de hule y de una extensión aproximada de treinta centímetros!!!, ¡caramba!, ¡doña Amanda se metía todo eso en la pucha!

El artilugio aquel me sorprendió, nunca en mi vida había visto algo así, pese a su aparente dureza era posible doblarlo un poco y sobre su superficie hasta imitaba la rugosidad y la venas de un pene erecto de verdad, ¡caramba!, volví a exclamar imaginando cómo aquella mujer madura calmaba sus ansias sexuales con aquel instrumento, pero bueno algo tenía que hacer la doña si no tenía a mano una verga de verdad, pensé.

Todavía con aquella idea en la cabeza me vestí y luego de desayunar salí de la casa, ya en la calle pasé por la tienda, donde Amanda despachaba café a un grupo de turistas gringos, al verme con señas me indicó que esperara un poco, cuando terminó me dijo: “oye, cuando regreses, si quieres te puedo llevar a conocer algunos lugares interesantes de esta ciudad, podemos ir a recorrer los barrios bonitos y a que conozcas donde hacen artesanías de ámbar de verdad”, yo asentí imaginando a la vez cómo Amanda con las piernas abiertas se penetraba con aquella verga de hule.

III

Empero llegué tarde a mi cita, pues cuando entré a la casa de huéspedes ya Amanda estaba en su recámara preparándose para dormir, fui hasta la cocina por café y con ella en la mano me dirigí a mi cuarto, pero la curiosidad hizo que me asomara por la cerradura de la puerta y ahí estaba aquella mujer cómodamente recostada en la cama leyendo un libro, pero algo estaba ocurriendo ahí adentro, pues Amanda mientras sostenía con una mano el libro, siguiendo atentamente la lectura, su otra mano estaba dentro del pantalón de su pijama jugueteando en su entrepierna.

Por los movimientos de su mano oculta bajó la pijama parecía que doña Amanda se estaba dando dedo, pues por momentos movía su pelvis y abría un poco más sus muslos semi flexionados a la vez que entrecerraba los ojos como para disfrutar más de la caricia. Entonces suspendió su lectura, guardó bajo su almohada el libro y de ese mismo sitio sacó el tremendo consolador que había descubierto yo por la mañana!, Amanda se estaba alistando para darse una masturbada con aquel instrumento. Con la verga de hule entre las manos la llevó hasta su cara, repasando sobre su rostro aquel desproporcionado miembro de hule, lo dejó por unos momentos sobre la cama, mientras procedía a quitarse la pijama.

Entonces se levantó descubriendo ante mi su parcial desnudez, caray que buena estaba doña Amanda, los pesados senos parecían querer salir del chichero y su rubicundo par de nalgas sobresalía de aquella tanga color rojo, ¡una tanga color rojo!, diminuta, muy pequeña con curiosas cintas alrededor de la cintura, y en la zona del sexo una abertura exactamente en su panocha, con lo que pelambrera de su pucha sobresalía de la tanga, pelos rojizos, largos e hirsutos, y por atrás, ¡vaya!, sólo era un listón rojo que desaparecía entre las tremendas nalgas.

Luciendo su desnudez, Amanda caminó hasta su tocador de donde tomó un gran frasco de crema ‘Hinds’. Con el frasco en la mano volvió a la cama, se acostó de nuevo con las piernas muy abiertas y echando abundante crema en una mano procedió a embarrarse de crema en la panocha, repasando delicadamente su mano en la ahora abierta pucha peluda. Ya embadurnada de crema y con la pucha entre abierta, su mano alcanzó la verga de hule, la dirigió hasta su panocha, haciendo que la punta del consolador repasara el inicio de su pucha, entreabriendo los grandes labios. Con los ojos entrecerrados repasó varias veces la punta de hule sobre su clítoris, y por la placentera expresión que adquirió su cara, Amanda estaba gozando.

Entonces abrió más las piernas y mientras una mano separaba los labios de su vagina, con su mano dirigió la punta del consolador al camino correcto, parecía difícil que aquel grueso mástil de hule pudiera caber dentro de ella, pero no se dejó vencer, presionó más mientras se mordía los labios aguantando la desproporcionada penetración y en el justo momento en que la punta del consolador entró en su vagina Amanda abrió su boca como exclamando algo inteliglible, la mujer se estaba empalando con aquella tremenda verga de hule. Ya la cabeza estaba dentro de ella, pero siguió presionando hasta que poco a poco casi 30 centímetros de hule quedaron dentro de su panocha ahora extraordinariamente distendida.

Cuando por fin estuvo empalada en su verga, Amanda la soltó dejando que sólo el extremo asomara de entre sus distendidos labios vaginales, se quedó unos momentos quieta, luego con su mano derecha procedió a sacarla, lentamente, poco a poco, disfrutando de cada centímetro de hule que salía de ella y cuando sólo la cabeza estaba dentro, realizó la operación contraria, volvió a meterse el consolador que ahora entró más fácilmente, removió la verga de hule, como realizando círculos con ella dentro de su panochota, la sacó y metió una y otra vez, cada vez más rápido, penetrándose fuertemente sin despegar su mirada de aquel instrumento descomunal que entraba y salía ahora furiosamente.

Una y otra vez su mano parecía apuñalarse la entrepierna abierta, hasta que de pronto su pelvis brincó una y otra vez en la cama, parecía que todo su cuerpo era presa de hondos estremecimientos y convulsiones, hasta que se quedó quieta, dejando que la verga de hule quedara en su interior, ahora el exterior de su sexo estaba blanquizco, viscoso, la mezcla de crema con sus jugos sexuales parecían haber cambiado la tonalidad de aquella carne rojiza y los pelos embadurnados de líquidos se pegaban entre sí, parecían más bien mechones de pelo blanquecino.

Pasados unos minutos lentamente extrajo el instrumento de su pucha, y cuando por fin lo tuvo fuera su panocha había sufrido una tremenda transformación, aquello estaba sumamente dilatado, los labios externos e internos extremadamente abiertos hacía afuera como los pétalos de una extraña flor, como simulando la extraña sonrisa de una boca desfigurada por una mueca grotesca.

Una expresión apacible dibujaba su rostro, su respiración volvió a la normalidad y todo su cuerpo semejaba plenitud y satisfacción, pero Amanda no había terminado, quería más verga, cambió de posición y quitándose la diminuta tanga roja se puso a cuatro patas sobre la cama, alzando el abierto par de nalgas, con lo que su culo se mostró ante mi en toda su gloriosa expresión, enmedio de los globos carnosos aquel apenas perceptible conjunto de pliegues de un rojo intenso y juntito aquella vulva distendida y grotesca, rodeada de vellos, era curioso, pero aún en aquella posición los labios se mantenían semi abiertos, chorreando líquido, embarrando las carnosas piernas.

Amanda pasó entre sus piernas el grueso consolador y volvió a penetrarse con él, iniciando ahora una furiosa danza mientras que el consolador entraba y salía de entre sus nalgas una y otra vez.

Para entonces mi excitación era insoportable, tuve que correr al baño para masturbarme, encontrando providencialmente otra de las pantaletas de Amanda, con ella rodeando mi erecto pene inicié furiosos movimientos que al poco dieron algo de tranquilidad a mi verga. Cuando terminé volví a pensar en doña Amanda, la vieja esa tenía que ser mía, me dije convencido.

Cuando volví a pasar frente a la puerta del cuarto de Amanda, al asomarme descubrí que la mujer había terminado con sus juegos, ahora se estaba limpiando la panocha con una toalla, dándole de paso una limpiadita a su verga de hule, la que guardó de nuevo bajo el colchón procediendo entonces a ponerse de nuevo el pijama, la función había terminado. Resignado me dirigí a mi cuarto pensando que por esa noche no habría más sorpresas.

IV

Ya había amanecido cuando me levanté de la cama, salí en calzoncillos al pasillo y por el silencio intuí que Amanda no estaba en casa, el olor a café recién hecho me llevó a la cocina donde un recadito sobre la mesa decía que la señora había ido de compras al mercado, que no tardaría en regresar para preparar el desayuno. Con la taza de café me encaminé hacia mi cuarto, pero la puerta abierta de su recámara atrajo mi curiosidad, recordando sobre todo lo descubierto la noche anterior. La cama estaba aún tibia, las sábanas revueltas conservaban aquel peculiar aroma de mujer y claro bajo el colchón aquel pene monstruoso que la noche anterior le había dado tanto placer a la cacera, pero había algo más, la mujer había olvidado guardar el paquetito de fotografías amarrado con un listón rojo. Curioso lo tomé procurando extraer las fotos sin desatar el listoncito y lo que descubrí confirmó que Amanda era una mujer sumamente caliente.

Ahí, entre fotos de ella y sus parejas –paseando, posando frente a una iglesia– también había fotos más íntimas, Amanda en bata de dormir, ¡y sin bata!, ¡totalmente desnuda!, mostrando sus maduras carnes, las redondeces de sus muslos y la perfecta curva de sus nalgotas; ella acostada en la cama abriendo las piernas para mostrar al ojo de la cámara la espesa pelambrera entre la que su raja colorada de su sexo resaltaba pese a la tupida mata de pelos castaños.

Pero las fotos eran de diferentes épocas, pues había algunas en que ella lucía más joven y por tanto más buena –-en una de ellas sonriente posaba junto a un perrito peludo y blanco, era una foto realizada en un estudio fotográfico–; y otras en que no estaba ella sola, o con su pareja –ella montada sobre el torso de su hombre, ¡empalándose!–, sino también dos o tres en que hacía sexo en grupo, pues mientras uno la montaba, ella sostenía una verga erecta en la mano mientras su boca mamaba otra más, en total cuarto personas, ella y tres hombres. ¡Vaya con Amanda!, pensé mientras repasaba una y otra vez las atrevidas fotos, aquello desató de nuevo mi excitación, pero apenas tuve tiempo de guardar las fotos y dejarlas tal cual las había encontrado, pues el ruido de la puerta que se abría me hizo salir casi corriendo a mi cuarto, era Amanda que regresaba del mercado.

V

Ese día era domingo y Amanda no abriría la tienda, luego del almuerzo Amanda y yo hicimos un trato: le ayudaría a arreglar un poco la tienda y ella me llevaría a conocer lugares que poco conocen los turistas. Ya para terminar el aseo del negocio, Amanda subida en una pequeña escalera acomodaba en un estante los paquetes y cajas de café que yo le daba uno a uno, y por la posición no tenía más remedio que admirar la perfecta conformación de sus blancas piernas, redondas y muy blancas, hasta que en determinado momento lo amplio de su vestido floreado me dio otra visión, ¡al fondo de sus entreabiertos muslos el culo cubierto por la pantaleta rosa!, hummm, que delicia, pero ¡Amanda me había descubierto!:

–“Cuando termines de verme las piernas me pasas el último de los paquetes!–, dijo ella riéndose.

Apenado hice lo que me había pedido y cuando ella bajó de la escalera, sonriendo me dijo: “¡muchachito fisgón, mira que verle las piernas a una vieja como yo!”.

–“Tú no estás vieja, Amanda!”, le dije.

–“¿Ah no?, ¿no crees que estoy vieja?”.

–“Claro que no, eres una mujer muy atractiva”.

Sonriendo de forma pícara me apuró a cambiarme para salir de paseo, mientras ella cerraba la tienda y la bodeguita. Ya en mi cuarto, mientras me amarraba los zapatos, la figura de Amanda recargada en el marco de mi puerta llamó mi atención:

–“De verdad crees que soy atractiva”, dijo.

Sin decir palabra me acerqué a ella lentamente, sintiendo en todo mi cuerpo una excitación anticipada e intensa.

Cuando estuvimos frente a frente, Amanda tomó mi rostro entre sus manos y acercó su boca entreabierta a la mía, nos besamos y mis manos ya recorrían su delgada cintura y vagaban furiosas sobre sus carnosas nalgas, sintiendo la firmeza y la deliciosa curva de ese prodigioso trasero.

Cuando ella sintió mis manos apretando y acariciando su nalgatorio, su vocecita en mi oído dijo: “muchachito travieso, ¿qué no ves que yo podría ser tu madre?, ¿qué no te das cuenta que ya estoy muy grande para un niño como tú?”, yo sin palabras seguía palpando sus nalgas, ahora por debajo del vestido, donde impacientes trataban de bajarle la pantaleta, ella trataba de contenerme: “con calma muchachito travieso, con calma, no comas ansias”, pero ya mi boca pegada a la de ella le daba la lengua y su manita confirmaba el estado de mi erección, Amanda apretujaba mi verga sobre el pantalón y mi mano derecha había alcanzado la desnudez de sus nalgas y recorría el delicioso valle entre los cachetes, mientras que la otra apretaba uno de sus abundantes senos.

Apurados llegamos a la cama y mientras nos seguíamos besando nos quitamos la ropa, ella el vestido y yo el pantalón. Cuando ella deslizaba su calzón por sus piernas y su peludo sexo quedó ante mi, con la mirada fija en mi verga parada exclamó: “ay niño!, ¿pero qué verga tan rica tienes?, mira nada más!, estás hecho un hombre!, anda papaíto ven, méteme ese miembro tan buenote”.

Amanda abrió las piernas en compás cuando me coloqué entre ellas y agarrando el tronco de mi carne lo dirigió a su abierta pucha, la punta entró en aquellos labios carnosos de su vagina, ya estaba entrando, “despacio chiquito, mételo despacio, así, poquito a poco, ay estás enorme!, hummm, todo, lo quiero todo, así, más, dame más, ay niñito me abres toda!, espera, así, ya, ya lo tengo todo, todo mío, eres mío niño travieso, me tienes bien cogida, huyy papito, tienes la verga más adorable del mundo, ¡me llenas toda!, siente como te aprieta mi gatita, quédate así, adentro, lo quiero así, metido todo dentro de mi, pégate más, no te muevas, déjame disfrutar de esa rica verga, anda cómete mis tetas, ¿quieres tetita niñito?, anda ven, cómelas, chupa, termina de alimentarte con mis melones, son todos tuyos, chupa, ay chiquito qué rico mamas, no me muerdas tan fuerte!, chiquito lindo, mi niño hermoso que me tiene bien cogida con esa verga de oro”.

Cuando quedamos pegados completamente, las piernas de la mujer atenasaron las mías fuertemente, luego de un ratito Amanda aflojó las presión de sus piernas, entonces me pude mover, despacio, lentamente, sintiendo como la verga salía de aquella pucha enorme, mojada, escurriendo jugos, ella empezó a mover su pelvis como yendo a mi encuentro cuando volvía a penetrarla. Pegado a sus pechos arremetía una y otra vez contra esa abertura peluda, removiendo el miembro cuando todo estaba adentro, entonces Amanda se agitó, su respiración se hizo más intensa, “ay chiquito lindo, qué bien me coges, papacito de mi vida, ya me viene, ayyyyy niño, así dame más, toda tu verga, me llenas, muevete papy, así cógete a esta vieja, hummmm, lo siento, me llevas al cielo chiquillo travieso, ya!, huyy!, me vengo, más, más fuerte, ay! que venida por todos los cielos”, mi verga entrando y saliendo, chapaleando en la mojadísima pucha ahora muy abierta.

Amanda se aflojó, todo su cuerpo se puso liguerito, muy suave, respirando pausadamente, me contuve manteniendo mi erección dentro de ella, déjandola reposar, entonces abrió los ojos y con su rostro iluminado por el placer me dijo: “ay que bien coges!, déjame subir, quiero montarme en esa carnota tuya”, cambiamos de posición, ahora ella me montaba, con su mano dirigió la verga a sus profundidades y cuando poco a poco la verga desapareció en su entrepierna con un hondo suspiro me dijo: “ay, que bien me entra la verga, lo tengo todo adentro!, es deliciosa, rica tu tranca de hombre, niño cogelón!”, acercó sus bamboleantes tetas de pezones erectos a mi boca en el preciso momento que se empezó a mover, subiendo y bajando sus caderas, comiéndose mi pito y restregándose sobre él.

Yo, pegado a sus tetas, estrujando una, mientras mi boca se tragaba el duro pezón y parte de la otra teta carnosa. Amanda cabalgando furiosa, empalándose en esa dura carne, arremetiendo con fuerza, para al momento siguiente separar su pelvis y permitir que casi todo el miembro saliera, para de nuevo comérsela toda, una y otra vez, “huuummmm, papy, me viene de nuevo, ayyy, chiquito! me vengo, así, así, siente mi pucha como palpita, me estoy viniendo chiquillo lindo!, más, más, quiero más verga, toda, toda, ayyyyy, otra vez, me viene de nuevo, me sacas otro orgasmo!, huyyy niño qué verga me estás dando”, entonces ya no pude más, mis manos se aferraron a sus nalgas cuando la empecé a taladrar con mi pito que en esos momentos escupía chorros de leche.

–“Ay niño mío, qué leche!, lléname de mocos, así, todos, vente en mi, los quiero todos, dame tu semen de niño caliente, huyyy cómo te vienes, otro chorro, así, otro chorro, dame tu leche papito, te voy a sacar todos los mocos, ahora, más tarde, en la noche, en la mañana, quiero tu leche todos los días, alimenta con tus mocos a mi pucha solitaria, hummm, siente mi pucha , te aprieta, te saca los mocos, todos míos, así, ya, terminaste, qué venida te diste chiquillo lindo…”.

Ambos quedamos como muertos, quietos, mi virilidad se aflojó, la pucha que lo contenía lo escupió flojo, retraído. Amanda se recostó a mi lado y ambos nos abrazamos, pasaron los minutos, entonces se levantó y fue al baño a asearse.

VI

Preguntándome cómo era posible que aquella pucha apretara tanto, cómo era posible que el sexo de Amanda que aceptaba vergas del calibre de su consolador todavía apretara como puchita de quinceañera –porque cuando la punta de mi garrote entró en ella sentí la deliciosa presión, lo apretado del conducto y pese a los líquidos viscosos que empapaban toda su raja, en todo mi tronco sentí la estrechez de una puchita juvenil y no el supuesto coño aguado de una señora de edad que ha tenido el tipo de experiencias que había vivido la casera–, me quedé dormido, no se cuánto tiempo estuve así hasta que unas delicadas caricias me despertaron.

Era Amanda, que acostada a mis pies con mimos y besitos trataba de poner a tono mi verga. No se percató que yo había despertado, la dejé seguir con su apasionada tarea. Abrió sus labios y los colocó sobre el glande pelado, ahí succionó, recorrió una y otra vez la cabezota con su lengua, titilando ahora, luego lamiendo, succionando, recorriendo lentamente con su lengua el pito por debajo, hasta que de pronto toda mi verga despareció dentro de su boquita, se la tragó toda, hasta que su nariz llegó a la base del miembro que poco a poco había adquirido su grandeza, erecto, firme.

Amanda siguió mamando por varios minutos más, hasta que mi voz “ay Amanda que rico mamas”, la hizo voltear hacia mi sin soltar para nada mi pito. Sin despegar su mirada de mis ojos siguió succionando mi verga que por momentos parecía empezar a eyacular, ella seguía ahí aferrada con una mano a la base de la verga, su boca haciendo maravillas sobre el lomo y sobre la cabeza, hasta que soltó el garrote sólo para decir “tienes una verga riquísima chiquito, sabe deliciosa, quisiera tus moquitos en mi boca, pero te quiero en mi chiquito, ¡quiero que me destroces el culo!”.

Siguió mamando todavía más, ensalivando todo el tronco hasta que impaciente hizo que me levantara de la cama, mientras ella se ponía a cuatro patas sobre el colchón. Con ambas manos separó los cachetes de sus nalgotas urgiéndome “anda papaíto pónmelo aquí, en mi cola, en mi chiquito apretado, rómpelo, destrozalo con tu palote duro, échame aquí tus mocos, todos, quiero tu leche mientras te exprimo con mi colita rica, anda ya chiquitito lindo, te voy a dar placer con mi culito tragón!”.

No me hice del rogar, me situé entre sus nalgas, apuntando la verga sobre aquel conjunto de pliegues rojizos, dos o tres intentos fallaron, mi verga resbalaba y entraba parcialmente en la pucha abierta. Hice que repegara más su cuerpo a la cama, la puse a la altura exacta, haciendo que sus nalgas se abrieran más, agarré mi verga con la mano y la dirigí al sitio exacto, presioné duro, manteniendo la cabeza sobre los pliegues de su cola, empujé más y el culo lentamente me dejó entrar, al momento ella grito “aaayyyyy, hummmmm, papacito me destrozas, ayyyy, espera, quedate ahí, en la entradita, no te muevas, espera un poquito”, apretaba muchísimo, parecía como si la cabeza de mi verga estuviera siendo cortada con algo filoso. Me agarré de sus nalgas y mantuve la presión, haciendo que otro centímetro de palo entrara, la verga fue entrando poco a poco, siempre con la misma presión de aquel hoyo requemado ahora sin pliegues, ella mordiéndose los labios aguantaba la estocada, hasta que por fin todo mi garrote quedó sumido entre sus nalgas, así me mantuve, dejando que el agujero se distendiera, que el culo diera de si, se aflojara.

El culo cedió un poco, entonces inicié una lenta y prolongada cogida, llevando el ritmo de la penetración, empujando y sacando la verga hasta que la cabeza asomara en el abierto agujero, volviendo a meterlo, lentamente, jalando a Amanda por las nalgas, para que se empalara. Así nos mantuvimos un largo rato, uno y otro yendo y viniendo a contrapunto, una y otra vez, los leves quejidos y apagados suspiros de Amanda me indicaban que ella disfrutaba ya de la cogida. Ya su culo era un gran agujero sumamente abierto, lo que me permitía por momentos sacar toda la verga para de inmediato meterla con furia, las arremetidas arreciaron, con violencia atacaba su culo abierto, con fuerza, con muchas ganas, haciendo que sus nalgas brincaran con cada arrempujón, hasta que una leve palpitación en mi verga me anunció la eyaculación, todavía ataqué dos o tres veces las nalgotas de Amanda, ahora totalmente sometida a la sodomización, aferrándose con manos crispadas a las sábanas, hasta que el primer chorro salió, entonces la expresión del rostro de la mujer cambió, sonrió, el placer se posesionaba de ella “anda chiquito, échalos, todos, siento los chorros, siento como palpita tu vergota rica, anda, más, dale más leche a mi cola hambrienta, siente como te aprieta, te saco los mocos papacito, te los saco a apretones, te estoy exprimiendo la vergaaaaaaa!, hummmm!”.

Al terminar, ambos nos deslizamos sobre la cama, yo sobre ella, sobre sus nalgas, manteniendo mi pito dentro del culo de Amanda, me mantuve así todavía disfrutando de aquella calidez de mujer, de la suavidad y tersura de su piel, dándole besitos en el cuello.

Luego nos separamos, ella se levantó llevándome de la mano “anda cochinón, tenemos que bañarnos, tienes que lavarte bien el pito, porque sentí que hasta me sacaste cochinadas de mi…”.

Ya bajo la regadera, con mucha ternura y cariño Amanda lavó mi cuerpo, poniendo especial atención en mi verga, la enjabonó y lavó con mucho cuidado, pelando toda la cabeza para que el agua se llevara cualquier impureza que su cola hubiera dejado. Yo me sentía cansado, no obstante que las caricias de Amanda le volvieron a dar vitalidad a mi pito, ella se percató “ay chiquito, ya estas listo de nuevo!, así son los jovencitos, pero no, tienes que almorzar bien, te voy a alimentar para que me des tu miembro todos los días, toda la semana, serás mi amante hasta que decidas irte y dejarme enamorada de tu verga!”.

VII

La mujer cumplió su palabra, era insaciable, hasta podría decir que empalagosa. Cumplía todos mis caprichos y fantasías, pues también eran los de ella, cogimos en su cama por las noches, pero también en la cocina por las mañanas, en la tina del baño, en los sillones de la sala y hasta en la tienda de café!, por supuesto me trató como rey, las comidas se convirtieron en banquetes, pagaba las cuentas cuando salíamos a pasear o a cenar, me hacía regalos –camisas, pantalones, cinturones, anillos de ámbar, artesanías–, en fin, todo para tenerme contento y estar dispuesto a llenar su panocha una y otra vez, que cosa curiosa en cada encuentro se encontraba apretadita, como nueva!

Por supuesto que hablamos de su consolador, que ella llamaba “mi novio preferido”, Amanda me contó que aquel consolador había sido un regalo, un olvido de alguna turista, la gringa lo había dejado olvidado al irse y tal vez por pena no se atrevió a regresar por aquello cuando descubrió su olvido. Con aquel juguetito nos entretuvimos alguna noche, yo mamándole el conejo y dándole dedo por el culo, mientras que ella se empalaba con el negro consolador, sus orgasmos fueron tumultuosos, la cama quedó empapada, luego de que yo la penetré con mi verga por el culo, mientras ella se daba con el consolador por la pucha. Esa noche Amanda gritó escándalosamente de placer varias veces.

También me confesó su otro secreto, la estrechez de su pucha, que luego de cada encuentro amoroso quedaba abiertísima, tanto que yo bien podía meter la mano en el distendido agujero. Amanda utilizaba una yerbita que le llevaban los chamulas, con ella hervía agua y se daba lavados en la pucha. Con un irrigador echaba el agua tibia de la yerba, sintiendo como al momento su gatita se contraía, quedando al terminar como la virginal vagina de una muchachita. Asimismo me contó que desde la primera noche se propuso conquistarme, por ello había dejado sus calzones “olvidados” en el baño, descubriendolos a la mañana siguiente olorosos a semen.

Alguna tarde, mientras le ayudaba en la tienda, se me ocurrió una travesura. Amanda estaba recargada sobre el mostrador esperando a que entrara algún cliente, cuando estuve cerca de ella me deslicé hasta el suelo, ella se percató de mis intenciones “¿qué haces?, espera, alguien puede vernos…”, pero yo ya estaba bajandole los calzones, metí mi cabeza por debajo del vestido, hasta que mi cara quedó entre sus nalgas, entonces inicié una rica mamada, recorriendo con la lengua entre las nalgas, al momento Amanda paró el culo hacía atrás, aflojó las nalgas para que ahora mi lengua alcanzara los labios de la gatita por detrás, lengüeteando el prominente clítoris y dándole piquetitos de lengua en el agujero de la pucha le provoqué varios orgasmos. Debe haber sido curioso ver a aquella mujer conteniendo sus muecas de placer, cualquiera que pasara frente a la tienda se hubiera preguntado por qué esa mujer hacia gestos.

VIII

Pero todo tiene su fin, mi estadía se había prolongado más de dos semanas, ya no tenía que preocuparme por pagar la renta de la pensión, claro! Hasta Amanda me había propuesto quedarme a vivir con ella, me conseguiría trabajo y escuela y sería como su amante. Pero luego de dos semanas mi verga ya acusaba los estragos de tanta cogida –al menos dos veces por día. Por aquellos días llegaron nuevos inquilinos a la casa, una pareja de gringos con sus mochilas. Desde el primer día Amanda cambió su actitud, no quería que aquellos extraños supieran de nuestra cercanía, estando presentes los nuevos huéspedes no podía acercarme a ella, esto me permitía descansar.

Cierta noche, luego de regresar de un paseo por el Sumidero, los encontré en animada plática en la sala, Amanda medio achispada por algunas copas ya permitía ciertas facilidades al gringo, que amigablemente pasaba su mano por los hombros de Amanda. No hice nada por interrumpirlos, me dirigí a mi habitación, medio encabronado, lo acepto. ¿Pero era normal o no?, así era Amanda.

Un rato después tuve que salir al baño, entonces escuché algunos murmullos provenientes de la sala, me acerqué sigiloso sólo para descubrir a mi amada Amanda cogiendo con aquellos cabrones, ella empinada apoyándose en el sillón recibía la verga del gringo por detrás, mientras la gringa de pie, frente a Amanda, abría las piernas para que ella le mamara la rubia pucha, un trio. Aquello me excitó, debo confesarlo, pero también me sentía desconsolado, así que regresé a mi habitación convencido de que mi estancia en aquel lugar había terminado.

Aquella noche decidí seguir mi viaje, conservaba dinero suficiente para ir a conocer Palenque, preparé mi mochila y me acosté a dormir. Pero Amanda me había preparado una agradable sorpresa, un rato después la puerta se abrió, entró ella, se acercó a mi cama y se sentó en la orilla “¿está enojado mi chiquito?, ¿tiene celos mi niño porque su mamita acaba de coger con otro?, no te enojes papito, ya sabes como soy, no lo puedo evitar, pero mira te tengo un regalito…, le platiqué a la gringa de ti, le dije que culeas divino, ella aceptó, quiere que le des por la cola, te pagará 150 dólares, acepta, ahorita vengo…”.

Momentos después regresó Amanda, llevando a alguien más, era la gringa, una chica de más o menos 20 años, por su desnudez la noté flaca, pero con suficiente carne de donde agarrar. En inglés Amada le indicó como ponerse, Cindy, como se llamaba la gringa, obediente se arrodilló en la cama. Yo de pie, dudando en aceptar la oferta, pero con la verga ya erecta. Me acerqué a aquellas nalgas entre abiertas, pero Amanda me contuvo, “espera chiquito, ponte este condón y déjame ponerle cremita en la cola a esta pinche vieja guanga”, ya con el condón puesto me agarré a aquellas nalgas extrañas y noté la gran diferencia, la piel más blanca, si, pero más floja, suave, si, perfecta, pero aguada. La carne de las nalgas parecía desbordar mis dedos al presionar un poco.

Apunté con cuidado en el sitio exacto, “ahora verás pinche vieja”, me dije a mi mismo cuando de un fuerte empujón le dejé ir toda la verga. Un prolongado “aaaaaayyyyyyyyy noooooo” fue la repuesta de la mujer, pero no me contuve, inicié un mitisaca furioso, violento, con coraje, con mucho coraje, pero al momento aquella mujer respondió con pasión, aguantando las metidas pero yendo a mi encuentro. En cierto momento sentí otra caricia, la manita de Amanda tocando primero mis huevos y luego la abierta pucha de la mujer, a esa mano se unió otra, la de la gringa, que agarrando el paquete de mis huevos me jalaba hacia ella para luego frotarse los desmesurados labios abiertos de su panochota.

Yo seguí cogiendo, igual, con mucha fuerza, sacando todo el miembro para volver a sepultarlo al momento. Dos o tres veces los labios de la mujer se abrieron para expresar su placer, por fin me vine, Amanda me dejó terminar, luego tomó la base de la verga y la extrajo del culo de la gringa, se arrodilló y despojó a mi verga de su protección, su intención era evidente, quería comerse la leche. Su lengua recogió todos los mocos, su boquita succionadora recogió todo el semen, fue y vino por el lomo para la chupar todos mis líquidos. La expectante Cindy se le unió, lengüeteando algún trozo de verga disponible. Había cumplido, ellas entendieron, Amanda le hizo un gesto a la gringa, quien abrió la palma de la mano para entregarme el dinero convenido. “¿qué bárbaro eres?, casi violaste a la gringa, pero a ella le gustó mucho, bueno chiquito ahora a dormir, mañana te quiero para mi”, me dijo Amanda. Luego ambas salieron de mi cuarto tomadas de la mano.

Ya había amanecido y yo estaba listo para partir, al salir no tuve más remedio que ver una curiosa escena, los tres, Amanda y aquella pareja, profundamente dormidos, acostados sobre la alfombra de la sala. Amanda sosteniendo con la mano la dormida verga del hombre, y la gringa con su rostro sobre las carnosas tetas de su ahora íntima amiga. Con aquella imagen salí de la casa para continuar mi viaje.

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