La noche era fresca, con el otoño cayendo sobre la penumbrosa ciudad, pero ni el frío aire nocturno lograba calmarle la fiebre que consumía su cuerpo.
Sediento, miraba con ojos felinos, acostumbrados a penetrar en las más oscuras tinieblas, cualquier movimiento, cualquier sombra que se deslizara a su alrededor.
El callejón solitario hacía eco a sus leves y firmes pisadas.
Una rata negra se escurrió bajo sus pies, intimidada bajo su poderosa presencia, y el latir de su pequeño corazón, perceptible a sus aguzados sentidos no hizo sino aumentar el ansia que lo consumía.
Apresuró el paso y se fundió con la noche, al acecho de algo que sólo él comprendía.
Sabía bien lo que necesitaba, y no le costó mucho trabajo al doblar la esquina localizar el sitio ideal. La alta barda del Colegio Hampton le impedía el paso, y la capa negra apenas se movió ligeramente mientras saltaba prodigiosamente y aterrizaba sobre el húmedo pasto sin emitir el menor sonido.
Al acecho, miró los múltiples ventanales del antiguo colegio, percibiendo ya el olor de la carne fresca y dulce de los estudiantes. Su miembro, se endureció con el solo pensamiento.
Imaginó los cuerpos dormidos, casi desnudos, cubiertos apenas por las sábanas blancas, y la extraña mezcla de hambre y placer estremeció su cuerpo.
Sus largas y huesudas manos tantearon la entrepierna, y la tensa erección lo llenó de orgullo. Se acarició la verga por unos instantes, pensando en los cuerpos de aquellos jóvenes, y el deseo brilló en sus ojos con perturbadora ansiedad.
Recorrió los veinte metros que lo separaban de los envejecidos muros, y sin ninguna dificultad trepó por la pared, atisbando cada ventana, alargando la deliciosa espera, hasta encontrar lo que buscaba.
La ventana estaba cerrada, pero por supuesto eso no logró detenerlo. Convertido en pálida sombra penetró en la habitación.
El joven dormía plácidamente. Su cuerpo esbelto y firme estaba apenas cubierto por una tenue sábana que no hacía sino acentuar sus bellas proporciones.
El vampiro estiró un par de dedos y con paciente deleite descorrió la sábana, revelando la incitante desnudez del adolescente. Su cuerpo blanco y tibio se iluminó bajo la ardorosa mirada.
Estaba completamente desnudo. El parche de vellos rubios en su pubis hacía juego con la sedosa mata de su cabello, y el vampiro acercó sus dedos fríos para enterrarlos en el sugestivo manchón de vellos.
El chico reaccionó al contacto. Su pene se encogió ligeramente y perdido en el sueño quedó a merced de la oscura figura. El vampiro recorrió con ansias el cuerpo deseado, calentando las manos con la pálida piel del muchacho.
Las tetillas rosadas le entretuvieron por un momento, y la larga lengua apareció sigilosa a probar el sedoso contacto de los pequeños pezones. Para entonces la erección del vampiro era ya intolerable, y la liberó de su prisión de tela.
El miembro era prodigioso. No se comparaba al de ningún humano. Más largo y más grueso, oscuro y tenso, se estiraba en su majestuosa longitud. La cabeza goteante manchó la blanca sábana, y deslizó el ariete por el muslo suave y blanco. La caricia no hizo sino exaltar aún más sus ánimos.
El chico, en su sueño intentó liberarse del contacto, pero un pase rápido de la mano del vampiro sobre su rostro lo mantuvo profundamente dormido. No había escapatoria.
El vampiro inclinó su rostro sobre el del chico.
Los labios rosados recibieron un fugaz beso, y al retirarse, los colmillos brillaron levemente en la escasa luz.
Estaba hambriento, de sangre y de sexo, y aunque quería postergar el deleite, se sintió incapaz de aguantar un minuto más. Como si fuera un juguete, el chico fue volteado boca abajo.
Su pequeño y precioso trasero incendió aún más al vicioso vampiro. Sus manos fueron incapaces de mantenerse alejadas, y acariciaron aquel par de bellos globos rubios, mientras acercaba el rostro para llenarse las fosas nasales con el íntimo aroma de las partes privadas del chico.
Le separó las nalgas, presto a percibir con su fino olfato el aroma almizclado de su culo, y no se sintió defraudado, al admirar el pequeño y apretado ojete. La lengua oscura y rasposa reptó entre la raja de sus nalgas y llegó hasta el rosado agujero.
Rodeó el esfínter por algunos momentos, y luego entró algunos centímetros dentro del apretado agujero, saboreando su olor, su sabor y su textura. La hinchada verga del vampiro se restregaba contra la cama, e incapaz de soportar un minuto más se trepó sobre el cuerpo del muchacho.
Su boca se entreabrió, dejando asomar el formidable par de colmillos, ahora sí listos para el ataque. Su verga también estaba lista, buscando acomodo entre las apetecibles nalgas del muchacho. Los colmillos buscaron la nuca del chico, y un poco más abajo, hacia un lado, el cuello blanco y suave lo esperaba.
Hincó la punta afilada, penetrando en la carne tibia, mientras la verga hacía lo propio en el culo del chico. La sensación era indescriptible. La sangre comenzó a manar, mientras el vampiro bebía casi dulcemente.
La cabeza de su verga presionaba al mismo tiempo, terminando por vencer la resistencia y entrando triunfante en el apretado canal posterior del chico. Lo penetró salvajemente, conquistando su cuerpo, rasgando la entrada tal como rasgaba el cuello buscando apagar la sed que lo consumía.
El chico se quejó levemente, y no había forma de saber si era por la forma en que le succionaban el cuello o por como violaban su culo.
El vampiro, experimentado en aquellas artes, acompasó las acometidas de su prodigiosa verga a los chupetones golosos de su boca, logrando extraer de aquel muchacho el alimento y el goce más perfectos.
Su cadera subía y bajaba sobre el blanco trasero, y nadie pudo evitar que finalmente, en un prodigioso espasmo se vaciara dentro de él, devolviéndole tal vez un poco de los fluidos que más arriba le robaba.
El vampiro perdió la conciencia apenas unos segundos. Satisfecho, se incorporó dejando el desmadejado cuerpo desnudo y vacío.
El cuello apenas si mostraba dos pequeños puntitos rojos, pero el culo virgen, ahora desflorado, era una roja flor abierta.
El vampiro no pudo resistirse. Se inclinó ante las hermosas nalgas y lamió la sangre que manchaba su blancura. Cuando terminó, cubrió aquella belleza con la sábana y salió silencioso a la noche que aún no terminaba.
Su hambre estaba momentáneamente satisfecha, pero sabía que no duraría mucho tiempo. Aterrizó en el oscuro jardín y volvió a la calle tan rápido como había llegado.
Después de atisbar que el callejón seguía vacío, se cubrió con la capa y deambuló por las callejuelas ajeno a las miradas que su imponente figura despertaba en los transeúntes.
Cerca, en un bar, un ruidoso grupo de marineros brindaban por los tres días de asueto que tendrían en aquella ciudad. Acababan casi de dejar el barco y estaban ansiosos de diversión.
Algunos del grupo ya habían conseguido una puta a buen precio y andarían por allí cogiendo como conejos.
En un rincón del bar, tres de ellos aún disfrutaban de interminables jarras de cerveza. Finalmente pagaron la cuenta y salieron los tres juntos, dispuestos a seguirse divirtiendo.
Ellos no se dieron cuenta, pero desde el otro extremo de la calle el vampiro olisqueó sus cuerpos calientes y sudorosos, percibiendo la tensión sexual que emanaba de ellos.
Caminaron un poco, dando traspiés y riendo a carcajadas. El vampiro se mantuvo a una cómoda distancia, sin perderlos de vista ni por un segundo.
Uno de ellos, de lustrosa piel morena se separó del grupo porque necesitaba orinar y se internó en el callejón. Los otros dos lo esperaron a escasos metros.
El vampiro rodeó el callejón con increíble velocidad, llegando junto al solitario marinero cuando ya éste desenfundaba su verga gorda y morena dispuesto a orinar.
La sombra se fundió con otras sombras, y el desprevenido marinero ni siquiera notó su presencia. Comenzó a orinar sobre la pared, y el olor de su orina caliente terminó por excitar de nuevo al insaciable vampiro.
La mano oscura y huesuda apareció de la nada. Bastó un pequeño roce sobre los aturdidos ojos del marinero para que su voluntad quedara presa. La verga morena aún estaba en su mano y soltaba los últimos chorros de orina.
El vampiro la acunó en su fría mano y terminó de sacudírsela.
Le gustó el contacto tibio y suave de su miembro. Metió la mano entre la bragueta, buscándole los huevos y al sentir el sedoso contacto de sus bolas se las apretó con fuerza.
Siempre le gustaba hacer eso. El dolor afloró en el rostro del marinero, sacándolo casi de su letargo, pero el vampiro le soltó los huevos y volvió a dormirlo.
De pie, en el oscuro callejón, el vampiro le bajó los pantalones. Las prietas nalgas quedaron desnudas.
Un largo y huesudo dedo tanteó entre los apetecibles glúteos hasta encontrar su agujero.
Le metió el dedo profundamente y lo sacó después. Olisqueó su propio dedo, excitado y sediento.
Su verga estaba nuevamente erecta y rápidamente se la sacó de entre las ropas. El marinero de pie recibió la envestida del enorme sexo mientras la boca buscaba ya el mejor lugar para hincarle los colmillos.
A pesar de su letargo, el marinero resintió la dolorosa penetración y se quejó sonoramente.
Al escuchar los desgarradores gritos sus compañeros corrieron a auxiliarlo a pesar de su evidente estado de embriaguez. Uno de ellos, delgado y rubio se detuvo atónito a escasos metros.
No daba crédito a lo que veía. El otro, velludo y con barba entró en acción sin pensarlo mucho y se abalanzó sobre la oscura figura que algo le hacía a su camarada por la espalda.
Un solo manotazo del vampiro lo lanzó por los aires cuando apenas se aproximaba. En ningún momento la dura verga del vampiro salió del apretado abrazo que el culo moreno del marinero le daba.
Tras rechazar al velludo, el rubio hizo su intento con iguales resultados. Cuando se acercaron juntos a tratar de apartar al atacante de su amigo, ambos fueron tocados por su fría mano y quedaron entonces aletargados y sumidos en pasiva contemplación.
El vampiro dejó entonces al moreno y se acercó al rubio. Le arrancó los pantalones del uniforme de un manotazo y lo acomodó a gatas sobre el sucio piso.
Hizo lo mismo con el otro, y con agradable sorpresa descubrió un par de redondas y peludas nalgas. El velludo ano recibió un par de caricias, y goloso, el vampiro alternó sus atenciones entre el culo lampiño y blanco del rubio, y el más moreno y peludo de su compañero.
Les acarició las vergas hasta lograr que se les enderezaran y luego les apretó los huevos con la fuerza suficiente como para casi hacerlos despertar.
En aquel estado de semi inconsciencia los penetró por turnos, saltando de un culo al otro, gozando con la brutal cogida y el apretado abrazo de sus masculinas nalgas.
Bebió de sus cuellos la sangre alcoholizada, y el efecto del alcohol le llegó a la cabeza. Se demoró en sus cuerpos tanto como quiso.
El moreno había quedado de pie, como una estatua.
De sus hermosas nalgas, un hilillo de sangre escurría entre sus piernas. La lengua aleteó entre las piernas apenas abiertas y llegó hasta el centro de su oscuro agujero. Su pasión se alimentó de aquella sangre y volvió a los dos cuerpos que a gatas aún le esperaban.
Volvió a penetrarlos, sin atreverse a decidir en cual de aquellos tres agujeros dejaría su hirviente semen.
El culo velludo triunfó sobre los otros dos, y allí, en el peludo centro de aquellas prietas nalgas depositó el vampiro la segunda carga de la noche.
Dejó los cuerpos usados y desparramados en el callejón. Extendió la capa y como si fuera parte de la noche, se evaporó silencioso, mucho antes de que los primeros rayos de sol aparecieran.
Estaba saciado, y consideró la idea de retirarse a descansar, pero camino a su lúgubre morada, un infortunado encuentro lo hizo toparse con la ley.
Un joven oficial, alertado por su sospechosa figura encapuchada, le había marcado el alto.
El vampiro podía haber seguido de largo, y el policía ni siquiera hubiera tenido oportunidad de percatarse de que ya se había esfumado, pero el vampiro alcanzó a mirar sus ojos azules y fornido cuerpo, y un ramalazo de curiosidad y deseo latió en sus entrañas.
Se paró en seco.
Estaban a mitad de la calle y algunos trasnochados se detuvieron a ver lo que sucedía. El vampiro corrió hasta doblar la esquina, propiciando la persecución del policía y alejándolo así de los curiosos. Dando tiempo a que lo alcanzara entró en el portal de un edificio. Lo esperó allí, envuelto en la penumbra.
Armado, el policía irrumpió poco después gritándole que se detuviera.
El vampiro, silencioso e invisible entre las sombras lo pescó desprevenido. Sus brazos, como cables de acero lo rodearon, inmovilizándolo por completo.
Esta vez, decidido a divertirse, no durmió a la víctima. Los esfuerzos por liberarse fueron inútiles, y jadeante dejó de luchar poco a poco.
El vampiro sentía su trasero a través del pantalón de su uniforme, y las nalgas duras y ejercitadas terminaron por excitarlo nuevamente. Su cuello olía a limpio, y los pelillos de la nuca del oficial lo volvieron loco.
Sacó la lengua para saborear la piel descubierta de su nuca, y el gélido contacto hizo que el policía reanudara sus esfuerzos por liberarse.
El brazo que rodeaba su cintura lo apretó aún más contra el excitado cuerpo del vampiro, logrando que la dura erección fuera perfectamente notoria para el asustado oficial.
Tal vez imaginó que aquello era un garrote o un arma, porque dejó de forcejear nuevamente, lo cual aprovechó el vampiro para destrozar de un tirón los pantalones.
Para cualquier humano hubiera sido imposible ver algo en aquella oscuridad, pero el vampiro pudo apreciar perfectamente el suculento trasero del policía.
Un par de firmes y protuberantes nalgas como pocas veces había visto. Sin soltar el férreo abrazo deslizó una mano sobre aquel satinado par de globos y la boca se abrió para revelar los afilados colmillos.
El policía estaba aterrado. Sabía que sería violado y su mente era un caos que no atinaba a controlar.
Como si fuera un niño que no pesara, el vampiro lo cargó con una sola mano mientras terminaba de arrancarle los jirones que quedaban de lo que una vez fueron sus pantalones.
Desnudo de la cintura para abajo, el oficial se veía terriblemente hermoso. Su sexo tibio y encogido recibió una rápida caricia, mientras ya el vampiro volvía a cargarlo, abriéndole las piernas y recargando la espalda del oficial contra su pecho.
Lo subió y lo acomodó.
Cuando volvió a bajarlo, la enorme verga tensa y poderosa lo esperaba en el descenso.
Las bellas nalgas toparon contra aquella poderosa punta, y después de un breve y delirante segundo, con el aliento contenido de ambos, el apretado culo se abrió por el simple peso de la gravedad y se ensartó en el inflamado ariete del vampiro.
El gemido de gozo del vampiro no pudo igualar al aullido de dolor del oficial, que sintió quebrarse su cuerpo y arder sus entrañas.
El vampiro lo abrazó con más fuerza, deteniendo sus vanos intentos por escapar de aquel tormento y la poderosa verga conquistó el culo del oficial por completo.
Como si aquello no fuera suficiente, el frío beso en la nuca y la consiguiente mordida en el cuello terminaron por desmayar al violado oficial.
La diversión parecía haberse terminado, pero no el disfrute de aquel glorioso par de nalgas.
El vampiro jugó con el cuerpo desfallecido, haciéndolo subir y bajar sobre el inflamado pedazo de carne, masturbándose con aquel juguete de carne que de forma tan placentera cubría su hinchado e incansable miembro.
El elixir de su tibia sangre seguía manando interminable de su cuello, y el vampiro bebió hasta sentirse satisfecho.
El orgasmo era inminente, y buscó por el frente los testículos del oficial. Se sorprendió de encontrar una erección en el desmayado hombre, y la acarició con la mano sin dejar de impulsar el cuerpo para recibir el goce que casi lograba hacerlo venirse nuevamente.
Las tibias y gordas bolas de los huevos terminaron por darle el aliciente de excitación que necesitaba.
Las apretó, jugando con los peludos testículos hasta sentir el poderoso chorro que anunciaba su orgasmo.
El torrente bañó las entrañas del oficial, que despertó de su breve letargo solo para sentir el acuoso semen inundar su cuerpo.
La sensación era indescriptible, y aún sin pensarlo, el pene del oficial empezó también a arrojar también su leche.
Para partir, el vampiro durmió al oficial y lo dejó en un rincón del oscuro portal. Fuera, la noche comenzaba ya a gastarse.
El tenue rosado del amanecer amenazaba ya las sensibles pupilas, y envolviéndose en la capa, el vampiro desapareció en la madrugada, ahora si completamente satisfecho y necesitado de un buen descanso.
En su lecho, como lo hacen muchos otros justo antes de dormir, repasó los eventos de la jornada, y mientras cerraba los ojos una leve sonrisa satisfecha dejó al descubierto la blanca punta de sus colmillos.
La noche larga, parecía haber llegado a su fin.
Espeluznante y muy cachondo relato que hace arder deseos ocultos e inconfesables de ser sodomizado por un ente diabólico y perverso dispuesto a dejar su carga después de una salvaje enculada que precede a la succión de la sangre y embriaga al activo y al pasivo. Que rico sería disfrutarlo y… Sufrirlo..