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Al final termine amándolo

Al final termine amándolo

¡Hola! me llamo Sandra, soy viuda, mi marido falleció en un accidente en la autopista, pero eso no viene al caso, me casé con Eduardo, antes de cumplir mis dieciocho años, Eduardo tenía treinta en ese entonces, no creo haberme enamorado de él, pero creo que me atrajo su envidiable situación económica, a esa edad él tenía un esplendido auto de marca, un departamento en la ciudad y un par de propiedades en la playa, de profesión arquitecto y con su propio negocio, además, poseía propiedades en asociación con terceros en el extranjero y aquí en el país.

A él lo conocí en la iglesia, yo participaba a un grupo de ayuda a los ancianos y también era parte del coro, él era muy colaborador, había regalado un par de guitarras a la iglesia y estas las usábamos nosotros en nuestros canticos, los domingos era infaltable a la misa de las 11:00, el párroco lo estimaba mucho por su sobriedad y porque ayudaba también a personas necesitadas.

No sé como él se enteró cuando yo cumplí los diecisiete, pero me hizo un regalo, un maravilloso reloj de pulsera muy fino y femenino, yo era virgen todavía, aunque había tenido un par de novios, pero nada serio, cosas de adolescentes.

Ya a esa edad mis formas se habían desarrollado bastante, mi estatura de 1,70 cms. y 61 kilos, mis senos tallan 38C, mi cintura 62 cms. mis caderas 89 cms. mis cabellos rubios muy cortitos, me daban un aspecto masculino a veces, muy pocas veces usaba pantalones, me encantaban las faldas amplias, como así también los polerones o remeras anchas, me molestaba que mirasen mi cuerpo.

Eduardo me cortejó desde mis dieciséis años, pero con caballerosidad, jamás me invito a dar una vuelta en su auto ni nada de eso, yo tampoco lo hubiese aceptado porque lo consideraba un hombre mayor, pero si llegaba con dulces y bebidas cuando estábamos a practicar los canticos, generalmente me traía uno aparte para mí, yo sabía que sentía atracción por mí, pero jamás me entretuve con él mucho rato, ni él tampoco se insinuó mucho.

Mis amigas me hacían bromas al respecto, prácticamente todo el mundo sabía que él estaba interesado en mí, así cuando cumplí los diecisiete, él se hizo presente con este maravilloso regalo, ya eran casi dos años que él me rondaba y quise darle una oportunidad, entablamos una amistad, nos veíamos solo en la iglesia y con gente alrededor, me daba miedo estar con él a solas.

Él me pidió conocer a mis padres, aún cuando él era mayor que yo, su aspecto era juvenil, su estatura era igual a la mía y tanto insistió que tuve que hablar con mis padres, mi padre fue el que primero que se opuso, pero mi madre dijo que, si era un buen tipo y su situación económica era tan buena, porque no conocerlo, resumiendo, mi madre convenció a mi padre.

Llegó el día fijado y Eduardo llegó puntualmente en su esplendido auto, papá muy serio lo recibió sin objeciones, me imagino lo que le habrá dicho mi madre, fue una tarde bastante amena y al finalizar, Eduardo le dijo a mi padre que sus intenciones conmigo eran sanas y serias, que él pensaba que podría concretarse una boda, eso no le gusto mucho a mi padre y le dijo que era prematuro hablar de eso y que la que decidiría al fin iba a ser yo.

Eduardo nunca me había besado, pero ese día él me pidió un beso y yo se lo di, no fue un beso de enamorados, no hubo pasión ni nada, fue solo un roce de labios y nada más, yo me encontraba un tanto turbada porque yo sabía sus intenciones, él ya las había evidenciado delante de mis padres, pero a mi me simpatizaba solamente, no lo amaba, no lo sentía dentro de mi corazón, no me sentía una prometida esposa, todavía yo pensaba de ser una niña chica.

Comenzamos a salir a algunos lugares, como familia humilde, mi vestuario no era el más apropiado para asistir a ciertos lugares, así que él me compro algunos vestidos, me los regaló, así fue como asistimos a la ópera, a conciertos clásicos y comencé a conocer gente de otro nivel, tanto cultural como en lo económico, era un mundo diferente al mío.

No sé como me fui entregando a él, él se fue adueñando de mí, comenzó a abrazarme con más fuerza, me tenía junto a él estrecha, me presentaba como su prometida, nunca supe cómo me encontré envuelta en su vida, era como su posesión, empecé a aceptar sus besos y sus caricias se hicieron poco a poco más osadas, pero no obscenas ni atrevidas ni nada de eso.

Me respetó hasta el día de nuestro matrimonio, yo había comenzado a sentir afecto hacía él, me había hecho a la idea de que terminaría enamorándome, porque hasta ese momento se había revelado un buen hombre, quizás no muy efusivo, no muy romántico, pero no me maltrataba, tampoco me sentía rechazada, yo sabía que mi prestancia de mujer lo atraía, pero no me acosaba ni me metía sus manos encima a cada ocasión, cosa que yo había experimentado con el par de novios que tuve, a los cuales debía llamarles la atención cada vez que nos juntábamos en una cita, lo único que querían era meterme sus manos por todas partes, esto jamás lo viví con Eduardo.

La noche de bodas yo me esperaba de tener una epifanía de amor, me esperaba de despertar la parte romántica, esperaba algo especial en lo sexual, en cambio fue un evento como parte de un programa, estuvo todo organizado a la perfección, pero no me sentí como lo que yo pensaba y soñaba como matrimonio, fue un trámite más, algo programado y nada más que eso.

Una vez que se termino el agasajo, mis padres se despidieron de mí en forma afectuosa, mi madre no paraba de llorar, mi padre no estaba contento del todo, quizás él como hombre presentía algo que no encajaba en toda esta comedia, yo me sentía un poco extraña, no quisiera decir compungida, pero estaba pasando a una fase nueva de mi vida, desconocida, y esto no me alegraba como yo pensaba que debería ser el día de mi boda.

Eduardo había arrendado un vehículo que nos llevó a una de las propiedades que él tenía en un sector turístico cercano al mar, llegamos de madrugada, él se dedicó a ordenar nuestros bagajes, luego me mostro la casa y nos fuimos a nuestra primera noche.

Eduardo había preparado todo, sobre el lecho había hasta un camisón de dormir para mí, de esos largos como con velos, con una cierta transparencia, nos duchamos por separados, en el baño había una bata color rosa para mí, la talla era perfecta, luego el se dirigió al baño y salió vistiendo un albornoz y bajo se veía un clásico pijama, todo muy recatado.

Eduardo me besó con afecto, delicadamente, yo estaba muy nerviosa porque para mí era mi primer hombre, no había jamás visto un pene de cerca, ni menos tenido uno en mis manos, Eduardo no me desvistió, me toqueteó un poco por todos lados, se detuvo un poco en mis senos, me dijo cuanto era hermosa, me beso el cuello, los lóbulos, mis labios, su mano forcejeó un poco con mis bragas y me las quitó.

Me estaba dejando llevar por el todo, sentí que me humedecía entre las piernas, sentí sus dedos explorando mi vagina, después lo sentí sobre mí, me levantó un poco los muslos y su miembro busco la entrada a mi sexo, lo sentí gemir y jadear, luego un dolor lacerante en mi vagina me hizo emitir un grito que él apagó con un beso, pero yo estaba con mis ojos abiertos, no estaba en una nube de ensueños y locuras eróticas y lujuriosas, fui desvirgada por mi marido y el matrimonio fue consumado.

Eduardo en la mañana ya se había levantado y me anunció que por empeños de trabajo el regresaría a la capital, pero que al atardecer estaría de regreso conmigo, me dejó con la asistente hogareña que estaba con él desde muchos años, así que era una persona confiable que conocía la casa a la perfección, de modo que ella me mostraría la propiedad y me ayudaría con nuestro equipaje que estaba todavía en las bolsas y maletas.

Mirella, la señora de servicio, muy buena y comprensiva, me felicitó por ser la esposa del señor Eduardo y me auguró toda la felicidad del mundo, yo un poco metiche y curiosa quise saber si habían circulado muchas mujeres por la casa, la señora se sintió un poco ofendida y me dijo que don Eduardo era un hombre muy fino y educado y que jamás traía a nadie a la casa.

Me sentí un tanto halagada por la respuesta de Mirella, pero todavía me sentía intranquila, definitivamente no me sentía feliz y llena de gozo como soñé que debería de ser mi vida matrimonial, tenía un esposo que se preocupaba de mí, pero no me llenaba mis fantasías y sueños de mujer, de hembra. Me había desvirgado y me entregué a él, pero la fogosidad y ardor del momento estuvieron ausentes, fue un trámite más.

La ida inicial de Eduardo a la capital, eran idas y venidas, al final fue rutinario, en las noches charlábamos un rato, él se iba a la cama primero que yo, yo me arreglaba todo lo que podía para estar deseable para él, mi marido, él me esperaba, apagaba las luces, me toqueteaba un poco, subía sobre mí, me penetraba y luego de unos cuantos minutos, menos de cinco, se corría y me dejaba a mí mirando el oscuro techo.

Después de seis meses de estas copulaciones tres o cuatro veces por semana, me preñó, quedé encinta de Eduardito Alfonso, nuestro único hijo, pensé en dedicarme a mi hijo, pero casi desde un principio, Eduardo contrató dos personas más, que se hicieron cargo del niño casi las veinticuatro horas del día, yo solo lo amamantaba todas las veces que me lo entregaban, ordenes de don Eduardo.

Yo le comencé a reclamar estas acciones unilaterales suyas desde un principio, él siempre me tranquilizo diciéndome que era por el bien mío y del niño, que aprovechara mi tiempo en otras cosas más útiles, me mandó a hacer un curso de conducción muy completo, por reales profesionales, seis meses de duración, saqué mi licencia de conducir, Eduardo me regaló una SUV preciosa,  para que te entretengas y ocupes tu tiempo  me dijo.

Nuestras relaciones se hicieron cada vez más espaciadas después del nacimiento del bebe, hasta casi desaparecer por completo, me siento culpable de no haber peleado más por la autonomía y derecho como madre en el criar a mi hijo, pero termine acostumbrándome y al final casi ni siquiera pensaba en ello, me había hecho de algunas amistades y participaba en la vida social de la gente adinerada.

Nunca me sentí una mujer caliente, pero sí sentía que me faltaba sexo, por las conversaciones con las otras mujeres, muchas de ellas zorras y putas, el cachondeo era algo preponderante en sus vidas, ellas se sentían asombradas de como yo lo hacía solo con mi marido, pensaban que Eduardo fuese una especie de atleta sexual que me satisfacía todas las noches, yo me reía de todas las ocurrencias de ellas y me maravillaba a veces de tanta concupiscencia en la vida de ellas, yo si bien sentía que me faltaba algo de eso, por ninguna razón al mundo iba a abandonarme a esos placeres mundanos,

Mi hijo en tanto había alcanzado los diez años y Eduardo decidió mandarlo a una prestigiosa academia norteamericana, donde cursaría el resto de su educación y aprendería un par de idiomas  es por el bien del muchacho  dijo Eduardo, sin jamás tomarme en consideración.

La relación con mi hijo se reducía a algún fin de semana que Eduardo le permitía visitarme y solo eso, era una relación tibia, no había una cosa intensa de madre-hijo, él se daba por enterado que yo era su madre y lo había engendrado, como lo más común en el mundo, una madre da a luz un bebe y eso sería todo, un trámite más.

Se fue mi niño, como yo solía pensarlo, mi bebe, pero no lo era, ahora me doy cuenta de que jamás lo fue.

Mi vida con Eduardo continuaba igual, yo era su esposa y él me tenía para lucirme, así que me compraba caros vestidos y joyas, asistíamos a fiestas en sociedad, fue en una de estas fiestas que él estando un poco bebido, me llevó a un rincón y tironeándome de los hombros me dijo  no te traje aquí para que vengas a putear … si quieres hacer la puta búscate una calle donde venderte … de seguro buscas una verga para culear … sucia ramera  no se a motivo de que, porque hasta ese momento yo platicaba con todos, compartía con todos y en mi inocencia no estaba flirteando con nadie, si me di cuenta que habían algunos que se me acercaban con mayor asiduidad, pero no me quise pasar rollos como se dice, lo único que puedo decir que el tono de Eduardo en vez de hacerme enojar, me hizo sentir cosquillitas en mis entrepiernas y sentí algún fluido humedeciendo mis bragas, jamás me había sentido así.

Cuando volvimos a casa esa noche, mi marido estaba molesto, de vez en cuando refunfuñaba solo, nos acostamos en nuestra cama, yo me giré para dormir, pero Eduardo me agarró por los hombros y comenzó a insultarme  puta de mierda … que te has creído … ¿qué me casé contigo para que andes vendiéndole tu panocha a cualquiera? … te vi cómo le meneabas el culo a esos estúpidos … vi la lujuria en tus ojos … eres una pecaminosa y sucia ramera  comenzó a tironearme mi camisón hasta que me lo sacó, yo estaba un poco asustada porque jamás lo había visto así, luego me abrió las piernas y comenzó a cogerme con violencia, yo me excité al instante, entre temores y temblores, arañe su espalda y me corrí como nunca  así te gusta que te culeen … como la prostituta que eres … te gusta que te violen … te gusta que te follen con fuerza, hija de puta  lo amarré con mis piernas a su torso y menee mi pelvis hasta que me corrí por una segunda vez, estaba enloquecida de lascivia, lo empujé en su espalda y me llene la boca con su miembro duro, justo al momento que él se corrió, me lleno la boca de semen y yo lo deglutí con avidez, Eduardo como volviendo en sí, me dijo  perdóname  se giró y se puso a dormir, yo me volví a poner el camisón y con mi boca un poco pegajosa pero sabrosa con el sabor de él, me adormecí.

A la mañana siguiente Eduardo ya se había levantado, después de casi siete años sin sentir un orgasmo, mi cuerpo estaba todavía vibrando y mi pulso ligeramente acelerado, me fui al baño a enjuagarme un poco y encontré a mi marido en la cocina, me fui por detrás y lo abracé casi con pasión, me había hecho sentir mujer dos veces, pero me encontré al Eduardo frio y distante, al Eduardo de todos los días, con un muro infranqueable delante a él, no hizo ninguna alusión a lo de la ultima noche, ni siquiera me miro a los ojos, tomó su bolsa de negocios, me dio un beso en la mejilla y se fue a su trabajo.

Como se dice, me quedé ¡plop!  no sabía que pensar,  me casé con un loco esquizofrénico  pensé, eso sí, estaba contenta porque mi hombre, mi marido, me había hecho correrme como una zorra caliente.

Volvimos a nuestras rutinas, mi hijo hablaba conmigo una o dos veces al mes, generalmente hablaba con su padre contándole de sus avances y yo detrás de su silla me enteraba de todo lo que estaba haciendo mi niño, estaba muy orgullosa de él y pensé que quizás Eduardo tenía razón al haberlo educado tan bien, dándole un proyecto de vida asegurado, con una excelente preparación y educación, lo echaba de menos pero no era mi principal preocupación, mi niño estaba bien y progresando.

Pero lo que me preocupaba, era que mi esposo no había vuelto a tocarme, mis dos últimos orgasmos habían sido hace un mes y medio atrás, hasta que fuimos invitados a la residencia de un diplomático extranjero que tenía intereses en la empresa de Eduardo, una villa muy lujosa y exclusiva, perteneciente al país del diplomático, como siempre mucho licor y mucha alta sociedad entre los invitados, Eduardo cerca de la medianoche me tomó por el brazo con fuerza, me llevó a un pasillo donde había poca luz, me empujó contra el muro y me metió la mano en mis calzones  apuesto a que estas toda mojada ramera infeliz … ¿a quien estas buscando para que te haga pedazo esa sucia concha tuya? … ya veras cuando regresemos a casa … te la voy a dar hasta por el culo … así aprenderás a no andar vendiéndote maraca barata …  me soltó toda temblorosa, en realidad me moje mis calzones, pero por la violencia en que él me sujeto y me apartó de la muchedumbre, ahora lo único que yo ansiaba era llegar a casa.

Nos retiramos en una limusina pagada por la embajada, mi marido estaba bastante bebido  ¿cómo tienes el choro?  me dijo, sin preocuparse que el conductor lo escuchara  seguramente te estas corriendo sola … tu almejita quiere verguita ¿verdad? … sucia zorra que eres … espera que lleguemos a casa y te voy a llenar la boca de mocos … tienes que chupármelo como una buena maraca …  Eduardo no paraba de insultarme y denigrarme y mi chocho no terminaba de generar fluidos, estaba ardiendo de deseos, pero me dedicaba a mirarlo a él y al conductor que nos miraba por su retrovisor, trataba de no pensar, pero estaba juntando mis muslos con lujuria, quería que él me hiciera todas esas cosas que me decía.

Llegamos a casa y Eduardo me bajo el vestido exponiendo mis senos al conductor  esta es mi puta personal … si quieres algún día culiártela, recuérdate esta dirección … esta maraca está siempre disponible  le dijo, yo avergonzada y tremendamente excitada trataba de cubrirme mis pechos, pero él me lo impedía tirando mi vestido mas abajo, me agarró del brazo y me condujo con fuerza directamente a nuestro dormitorio, casi me rajó el vestido y los calzones, los tocó y me miró con ojos trastornados  tenía razón … te mojas los calzones de lo caliente que eres … no eres nada mas que una prostituta lujuriosa … ahora solo quieres que te folle … ¿es verdad?  se detuvo y espero mi respuesta  si amor, quiero que me hagas el amor  le respondí  puta asquerosa … lo que tú quieres es que te culee … tu quieres verga … quieres una pija dura dentro de tu chocho asqueroso … eso es lo que quieres  él se había desvestido mientras me ofendía con todas esas frases soeces que para mí sonaban a frases de amor y erotismo, yo lo quería así.

Su pene estaba duro y grande  ven a chupármelo mujerzuela sucia si quieres que te folle ese coño tuyo chabacano … ven arrodíllate ante mí y haz que merezca la pena romperte el chocho sucio y hediondo que tienes … ven maraca de mierda  me acerque de rodillas ante él y comencé a succionar ávidamente ese palpitante pene suyo, era mi marido, lo estaba amando así, con todas las obscenidades que me decía, me ultrajaba y violentaba su vocabulario soez, pero al mismo tiempo me hacía hervir las venas, todo mi sexo se contraía esperando tenerlo a él dentro de mí, que me poseyera como una sucia prostituta, si él me quería así, yo sería así para él.

Eduardo se corrió en mi boca en forma abundante, me agarró de los cabellos y no me permitió sacar su pene de mi boca, borbotones de lefa descendían directamente por mi garganta, controlé mi respiración y pude tragarme todo sin ahogarme, me sentía una verdadera ramera con experiencia complaciendo a su cliente preferido, mi esposo.

 Esta noche te has comportado como la sucia maraca que eres … te vi cuando el embajador te puso la mano en tu espalda … de seguro te agarro ese culo tuyo caliente … te gusta que te manoseen tu hediondo poto ¿verdad? … él te miraba tus tetas cochinas … seguro que deseabas sus manos en tus tetas cochambrosas ¿verdad?  más me insultaba, más me calentaba, estaba gimiendo de excitación y mi marido todavía no me había tocado  ahora tengo que castigar tú desfachatez … eres una ramera inmoral … mostrando tu carnes impúdicas hasta a los choferes desconocidos … no tienes ninguna vergüenza … desvergonzada maraca infeliz …  yo estaba sobre la cama temblando sin saber lo que me haría, lo vi que se acerco al muebles y saco mis pantys, me hizo girar sobre el lecho y me amarró de las muñecas al respaldo de la cama, luego hizo lo mismo con mis piernas bien separadas, ahora estaba a merced de él, pero no me sentía amenazada, me sentía terriblemente excitada y no lo podía evitar, no quería evitarlo, quería que me hiciera cosas, todo lo que se le antojase, estaba convirtiéndome en su esclava sexual y me encantaba serlo.

Eduardo se sacó su cinturón y me dio un par de golpe en las nalgas, grite al sentir ese cuero afelpado estrellarse en mi glúteos, mis carnes comenzaron a arder, quería que me diera más golpes, más fuertes, mis gemidos salían de mi rauca garganta en modo gutural, le estaba implorando que me golpease más y más fuerte  te gusta maraca de mierda … te gusta que te azoten ese culo asqueroso y cagón … esta va a ser la vez que te culee de verdad … te voy a empujar esa mierda para adentro … te voy a coger por el culo … eres la más maraca de todas …  mi culito se contraía, nadie había tocado mi ano antes, ahora si mi marido lo quería, yo lo anhelaba como puta caliente.

Mi esposo me mordió los glúteos, me paso la lengua en medio a las nalgas, me escupió ahí en medio, me separo los cachetes y hundió su pija en mi trasero, mordí las sabanas para no gritar, pero no le hice el quite, su glande perforó mi hendidura anal con un solo empuje, me la estaba dando por el culo, el dolor no fue tanto, lo soporté con pequeños gritos y cada vez que meneaba mi poto, él más se hundía en mi orificio, me quedé quietecita y abrí lo más que pude mis piernas que estaban atadas a la cama.

Como a los cinco minutos de esta violenta penetración, empecé a revolcarme en la cama corriéndome a mil, respiraba con la boca abierta y jadeante, con gruñidos roncos, hubiese querido que me pellizcase las tetas o que me las mordiera, pero como estaba boca abajo él me embestía sin descanso y también emitía gruñidos.

Habrá sido la euforia, la violencia, la excitación, estaba como enardecida sus cojones azotaban mis muslos incansablemente, no pude más y me levanté cuanto pude – tócame las tetas … jálame los pezones … culéame más fuerte … dámelo más fuerte amorcito … − mi voz era rauca, extraña, impúdica, cínica, me parecía que no era yo que estaba pidiendo todo eso, en vez de revelarme ante el abuso, lo estaba permitiendo y forzándolo, porque me tenía horrorosamente ardiente con su verga empalada en mi culo, los orgasmos se sucedían uno tras otro.

Inesperadamente, sentí que Eduardo me soltaba de manos y pies – date vuelta maraca de mierda … quiero que me la chupes … quiero que me hagas acabar en tu boca, chupa picos … apúrate mierda que no tengo toda la noche para esto … − me giré a toda prisa y engullí la verga de mi marido, sabía a miel, era un néctar exquisito, comenzó a bombear su miembro en mi boca y de ahí a un rato corto, se tensó y con un fuerte quejido se vino en mi boca, se la chupé con toda las ansias y deseos que me hacía sentir.

Eduardo se sentó al borde de la cama y me cruzo boca abajo en sus piernas, empezó a darme nalgadas y a meter sus dedos repetidamente en mi almejita y en mi culo, a veces al mismo tiempo en mis dos orificios, con la mano izquierda apretaba mis tetas hasta hacerme sentir un poco de dolor, me dominaba y a mí me encantaba, me hacía gozar tremendamente, me tuvo así por unos quince minutos, mis nalgas me ardían e hizo que me corriera una vez más.

Sentí la dura verga de mi marido en mi vientre, él se dio cuenta que yo intentaba agarrar su pene, me pego un par de palmetazos muy fuerte – quédate quieta maldita ramera … ya te lo voy a dar por el choro … ya sé que quieres que te joda la concha … ya vi que tienes el chocho todo mojado … solo una putita como tú goza por todos lados … te haré bramar ese chochito tuyo … eres mi puta no te olvides − mi vagina estaba en total ebullición, lo único que quería era que él me lo metiera en lo profundo de mi chochito y hacerme acabar con él.

Se levantó haciéndome caer al piso −párate maraca de mierda … acuéstate con las piernas abiertas … te voy a hacer por la concha … ábrete ese asqueroso chocho y prepárate a hacerme gozar, sino te la vas a ver conmigo … muévete puta marrana … ¡muévete! … − lo amarré con mis piernas y comencé a mover mi pelvis contra su pubis, él me follaba con mucha fuerza, era lo que yo necesitaba para que mis orgasmos explotaran en una cadena de sensaciones enloquecedoras que culminaron cuando sentí que el se venía con fuerza apretándome a él, estrechándome a su cuerpo, haciendo que mi cuerpo se sacudiera y estremeciera con fuerza.

Quedamos en silencio, jadeando, estábamos exhaustos, Eduardo se dejó caer a un lado y restó inmóvil respirando con su boca abierta, luego se giró hacía mí, me observaba con ojos cansados, se inclinó y me beso en los labios y en la frente ― gracias ― me dijo, girándose a dormir.

A la mañana siguiente me desperté al lado del Eduardo educado, correcto y frio, tenía una sensación muy extraña, por un lado, estaba contenta por el sexo de la última noche, por otro, estaba atemorizada porque mi marido tenía una doble personalidad y no quería darse cuenta, también estaba el hecho que solo yo sabía de todo esto, no lo podía revelar a nadie porque nadie me creería,

Lo peor de todo es que para mí era terriblemente gratificante ser dominada por él, me gustaba, era una necesidad sentirme sumisa y a disposición de todo lo que él quisiera hacerme, sexualmente cumplía con una fantasía desconocida para mí, hasta ahora, jamás se me había cruzado por la mente de que podía gozar al ser abusada.

Sé que el me desea como su esclava sexual, necesita dominarme, necesita poseerme, al aceptar yo todo eso, también yo ejerzo una especie de poder sobre él, lo subyugo con mi personalidad mansueta, el ser sumisa hace que él me necesite para ejercer ese dominio, solo yo lo sé y él lo sabe, soy depositaria de un secreto y él lo sabe.

Nuestras vidas no cambiaron mucho, yo traté de enfocar el todo por el lado de ser asistidos como pareja por un terapeuta, necesitábamos una ayuda externa, psicológica, pero Eduardo me dio un rotundo no, me dijo que ese no era un problema si yo lo disfrutaba tanto como él, y en eso yo le encontraba razón, terminé por rendirme a sus razonamientos y me dedique a disfrutar las esporádicas locuras de mi marido, eran los únicos momentos en que lo disfrutaba realmente como esposo, como hombre, una situación enfermiza pero gratificante.

Nos acostumbramos a nuestro modo de vida, el me hizo muchas cosas terribles, pero jamás me provoco heridas ni daños, uno que otro moretón y nada más, pero la intensidad de mis orgasmos eran bestiales, yo me entregaba a él con todo mi ser, lo hecho de menos y creo al final termine amándolo.

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