Una cincuentona insatisfecha decide dar un nuevo rumbo a sus relaciones sexuales con la ayuda de su vecina.
No la tenía muy larga pero su grosor compensaba la falta de centímetros, su glande rosado resaltaba sobre el color oscuro del resto de la piel, ya que brillaba debido al líquido que lo empezaba a cubrir, lo cual provocaba aquel sonido tan característicos de polla en movimiento.
Desnudo ante el espejo, contemplé mi cuerpo, al que no dedicaba muchas horas de gimnasia, pero que se gracias a la depilación y el moreno del verano mantenía un aspecto de lo más apetecible. Mi pene saltó de su prisión como un resorte.
Y mientras seguía diciéndole obscenidades, que le ponían como un jamelgo, noté como su lengua repasaba la entrada de mi culo y como apoyaba el glande en mi esfínter esperando la orden de ataque. Me eché un poco hacía atrás, como una gatita en celo para que los primeros centímetros inauguraran aquel pasadizo del pecado.
Para que los demás vieran que me comía la galleta debía masticar con la boca abierta, con lo que podía apreciarse como mi lengua paladeaba aquel manjar y como se me cubrían los dientes de blanco, lo cual les ponía bastante cachondos, a juzgar por el estado semierecto de sus pollas.
La ropa que me había proporcionado era bastante sugerente: unas finas braguitas de encaje blanco que a duras penas podían contener el volumen de mi polla, unas medias transparentes y un vestido muy corto y que permitía disimular la falta de pecho con algo de relleno.
De pronto me la quita, con mi consiguiente protesta, y escupe sobre ella un par de veces, como antes hizo en mi polla, lanzando dos espesos escupitajos sobre la zona del capullo y restregándolos por todo el prepucio.
Sentía la parte interior de sus mejillas rozándome el glande y a cada acometida parecía tragar un poco más llegando hasta los huevos... Se la saco y se la comió de nuevo, hundiéndola en aquella boca caliente mientras su experta mano masajeaba mis nalgas e introducía los dedos en mi esfínter.
Mi tío golpeaba rítmicamente con sus huevos en las nalgas de ella y esta se deshacía en gritos y gemidos de placer. En una de esas embestidas la verga quedó al descubierto y Antonia, al darse cuenta, giró sobre sus rodillas buscando atrapar el falo entre los labios.
Dejé escapar un tímido gemido y seguí observando las evoluciones de aquel maravilloso espectáculo. Los jugos vaginales fluían hasta el asiento de cuero del coche mientras un dedo inquieto bajó hasta la profundidad de aquella caverna misteriosa.
Él estaba a cuatro patas, ligeramente echado para atrás, con el trasero un poco levantado, la cabeza completamente bajada, apoyado sobre los brazos entrecruzados. Recordaba a una gatita esperando la embestida de un semental.
Mientras hablaba Charo se había tendido abierta de piernas sobre el césped. Ahora me tocaba a mí darle placer. Me acerqué a sus braguitas, que dejaban escapar los pelos del chocho por los laterales, y aspire de nuevo ese aroma a flujo vaginal y a otros líquidos varios
Era rubia, no muy alta y tenia dos grandes senos que cuando se ponía escote mostraban todo su encanto oculto y un cuerpo que no era espectacular pero que mostraba sus formas en todo su esplendor. Por lo demás se la veía bastante triste en las temporadas que Julio, por su trabajo, pasaba fuera de casa, lo cual sucedía con frecuencia.
Un encuentro en una playa nudista con un hombre que se había tumbado junto a él y con la excusa de echarle crema para no quemarse empezaron un juego de masajes y fricciones que fueron caldeando el ambiente.
Estaba acercándose hacía mi poco a poco hasta rozar su cuerpo con el mío delicadamente, como quien no quiere la cosa. Yo noté su polla pegada a mi culo, y eso me puso a cien, pero continué haciéndome el dormido. Lentamente comenzó a lamerme la oreja, con delicadeza, besándome la nuca, mientras su polla seguía pidiendo paso.