Capítulo 10

Julia, una chica dominante X

La verdad es que desde que aquel par de lesbianas se follaron a mi hermana con aquellos penes postizos me moría de ganas por tener uno igual.

Pero la verdad es que no me atrevía a comprarlos. No sabía cómo debía de hacerse.

Lo primero que pensé era en fabricarme yo uno. Para eso se me ocurrió que podía cortar un dedo a un guante de goma y rellenarlo de algo, pero ¿De que?.

Lo primero que se me ocurrió fue hacerlo de plastilina. Compré unos guantes en el super y le corté un dedo para llenarlo de plastilina.

Era corto, amorfo, patético. Además no me fiaba del efecto de aquello en el sexo de cualquiera de mis hembras.

Entonces pensé en un preservativo. El problema del tamaño estuvo solucionado así como el que el material fuera apto, y con creces, pero su consistencia era insuficiente. No me gustaba

¿Qué otro material podría utilizar? Podía meterle un palo, o alambre en el medio. Esa solución comportaba muchos riesgos y no me parecía bien.

Entonces me acordé que una vez hicimos una práctica en la que se obtenían figuras de yeso de un molde de silicona.

Había visto la silicona dura, como resto en los tapones de los botes y era parecida al latex. El problema era que la silicona es un material peligroso, así que debía de cubrirlo con un preservativo.

Compré un tubo grande de silicona. La cosa no era tan fácil como parecía, lo dejaba caer dentro de un preservativo y el resultado no fue bueno, pues se formaban grandes burbujas y superficies muy irregulares. Parecía un chorizo en lugar de un pene.

Entonces hice un pene de barro. Dejé que se secara y utilizando el pene de barro hice unos moldes de barro que luego llené de silicona y junté. La ventaja de los moldes era que podía presionar la silicona y alisarla contra ellos. Estaban forrados de pintura, para evitar la adherencia de la silicona.

Me precipité la primera vez que intenté separar los moldes, y salió la silicona aún sin secar, pero era un resultado bastante mejor que el obtenido por otro método. A la segunda me salió. Era un pene de color crema. Su aspecto serio, su tacto frío.

Lo hice grandecito, de unos ocho dedos de largo aunque un poco delgado. La capa de pintura le había quitado grosor. Le quité con una cuchilla las rebabas en las líneas de unión. No me pareció muy bien hecho entonces. Efectivamente, se despegaría si le daba mucha caña, así que lo envolvi con esparadrapo, que coloqué estratégicamente. Lo envolví en un preservativo y lo escondí, tirando cualquier otra cosa que me pudiera delatar.

Esa noche, mientras mi hermana dormía, saqué mi invento de su escondite y me lo probé. Probé la sensación del pene introducirse en mi vagina. Lo primero que me dí cuenta es que aquello costaba meterlo sin lubricante, así que me comencé a masturbar hasta conseguir que mi sexo estuviera bastante húmedo y de nuevo comencé a introducirlo hasta el final de mi vagina, sintiéndome empalada como no me sentía desde hacía muchos meses.

Me dediqué a mover el consolador casero dentro de mi sexo y a masturbarme de aquella forma, sintiéndome mujer frente a un inexistente galán, que pensándolo bien no era otro que la mano que sostenía aquel invento.

Me corrí, haciéndome sentir débil, pasiva, en lugar de esa mujer dominadora y fuerte que deseo. Me corrí, y comprendí que aquella arma, utilizada contra mis hembras, les causaría un placentero estrago.

Éste no era muy distinto a la zanahoria que usé con Eva al principio, pero era como más institucional, menos espontáneo y finalmente, significaba que ellas eran mis dóciles esclavas. Eso siempre que lo aceptaran. Para ello tenía el dilema de probar primero con Eva o con Paula.

Conociéndolas me dí cuenta que quizás era mejor primero probar con Paula y luego con Eva. Se me ocurrían así de repente dos juegos, uno era el del cazador y el otro era el de la puta.

Probaría primero con Paula a jugar a que era la puta, al fín y al cabo, yo siempre había querido que fuera mi puta lesbiana. Y una vez que probara con una extraña que el invento no podía fallar, lo probaría con Eva, jugando a lo que tanto le gustaba: el cazador.

De todas formas, no ignoraba que aquel miembro ortopédico sólo era una solución pasajera, así que solicité al día siguiente y discretamente, un apartado de correos

Era una tarde insulsa, de esas de invierno en la que el cielo se cubre de gris plomo. Mi hermana y yo estábamos solas en la casa. Ella estudiaba. Se había colocado una falda de esas largas y anchas que le gustaban tanto. La miraba y veía moverse el piececito saliendo y entrando en la zapatilla.

Estudiaba sentada en la mesa camilla, concentrada, vestida de manera cómoda, desarreglada. Me acordé de que me debía aquel polvo que le había prometido a Jorge, el chico de mi clase que me hizo el trabajo. Sentí mi excitación en mis pezones. Era un buen momento para probar el artilugio fabricado.

Me senté en la mesa, a su lado. Paula continuó estudiando, respondiéndome con desinterés a las preguntas que le hacía. Le cogí la mano y me miró sorprendida y entonces empecé a seducirla, como a ella más le gustaba, con morbo. Le ofrecí dinero por acostarse conmigo, cantidades astronómicas.

Me miraba sonriendo, y pidiéndome más. Por debajo de la mesa camilla nuestras rodillas se rozaban y al cabo de unos minutos de regateos, Paula aceptó ser mi puta. Nos fuimos a mi dormitorio y comenzó a desnudarse. Se quitó la falda y luego la camiseta. Se soltó el pelo y se quitó el sostén. Yo me desnudaba a la misma velocidad que ella, pero mientras yo ya me quitaba las bragas, Paula paró.

-¿Qué te pasa? ¿Por qué no terminas de desnudarte?.-

– No me has enseñado el dinero. No seguiré si no me enseñas el dinero.-

Metí mi mano en el bolsillo del pantalón y le enseñé un fajo de billetes del monopoly. Paula rió. Soltó una carcajada sonora. Me levanté y le cogí la mandíbula y me la acerqué todo lo que pude y le dije apretando los dientes.

– ¿No sabes que los clientes se pueden enfadar si te ríes así.- Y le dí un beso agresivo, casi un bocado, en sus labios rosas. Paula me miró pícaramente.

-¿Hoy no me vas a atar?.-

– Hoy te tengo reservado algo mejor.-

La tumbé en la cama después de iniciarnos en una serie de caricias cada vez más comprometidas. Últimamente Paula me aceptaba así, de manera desenfadada, aunque la atara y la masturbara con las manos atadas a la espalda o a los barrotes del cabecero de la cama. Me eché a su lado y comencé a hacer lo que otras veces, lamerle los pechos mientras estimulaba su clítoris primero con mis dedos y luego le introduje un par de dedos en su sexo. Me di cuenta que Paula estiró los brazos hacia detrás buscando los barrotes del cabecero.

-¿Te gustaría que te atara? ¿No? ¿Te gustaría?.- Paula afirmaba con su silencio, Yo continuaba acariciando su sexo mientras veía su carita de zorrita caliente.

-¿Te gustaría? ¿Eh? Pues no te voy a atar, porque eres una putita que tienes que aceptar esto por dinero.-

Estas cosas volvían loca a Paula. Su vagina estaba lo suficientemente lubricada. Me puse de rodillas sobre su vientre inmovilizándola, lamiendo sus pechos agarrados con ambas manos. Luego, solté uno de sus pechos y extendí la mano hacia detrás y volví a acariciar su sexo. Paula se movía debajo de mí, buscando el colmo de su placer. Metí la mano bajo la almohada y saqué el miembro modelado de silicona, de imperfecta fabricación casera, y un preservativo que abrí. Paula sonrió de nuevo pícaramente. La obligué a ponerle el preservativo al artilugio.

-¿Esto para que es?.- Me preguntó haciéndose la tonta.-

-¡Ahora lo verás!.-

Sin mirar hacia detrás puse aquello entre los muslos de Paula y presioné contra su vientre, contra su vagina que se hallaba entre los labios de su sexo.

Paula estaba excitada y deseando sentir aquello dentro. Yo lo metí parsimoniosamente, y cuando parecía que lo iba a meter del todo, lo sacaba para volver a hacer el ademán. Paula se calentaba y enloquecía lujuriosamente.

Me parecía que ya estaba convertida en mi puta lesbiana. Yo quise aprovechar también para saciar mis deseos y comencé a mover mi sexo contra el vientre suave, liso de Paula y así el movimiento de mis caderas se combinaba con el del consolador casero dentro de ella y ella se movía debajo de mí, formando un dúo completamente compenetrado.

Paula comenzó a agitarse debajo de mí, a respirar de manera desordenadas, a decir palabras bobas, a tener un desafortunado recuerdo para Luis y luego a dar unos chilliditos casi histéricos, cortos que nos hubiera delatado si alguien hubiera aparecido por la puerta de la casa en ese momento. Los pezones de Paula estaban rígidos, hinchados.

Su cara reflejaba la turbación, el abandono al placer y al verla, comencé a sentir la necesidad de correrme.

Se me iba la mano y olvidando mi cometido y pensando en mi propio placer, movía el miembro en el sexo de Paula de forma agresiva, rápida y aquello hacía que su orgasmo fuera más intenso y paró unos momentos antes de que me viniera, momento en el que al oírla susurrarme quejosamente que parara, solté el falo medio metido en su sexo y me puse a moverme con fuerza contra el vientre de Paula, cogiendo sus senos con las manos y hundiendo luego mi cara entre su suave dulzura y su piel tersa.

A Paula le daba miedo que me la follara con aquel instrumento raro.

La comprendía y por eso, no lo volví a utilizar, aunque le arranqué la concesión de que si algún día poseía uno como los que tenían el par de amazonas que la insertaron aquella vez, ella sería mía tantas veces como deseara.

Al escuchar esto, mi inmediato objetivo fue hacerme con uno de ellos.

Compré unas revistas en el quiosco de la vieja, un solitario establecimiento en el que había de todo tipo de revistas. La elegí a ella porque sabía que lo más probable es que no se enterara del contenido de las revistas que me estaba cobrando, ni de quién era ni nada.

Elegí una tarde de sábado, una solitaria tarde en la que nadie me vería entrar y buscar aquellas en las que apareciera un catálogo de ventas de aquellos objetos.

Naturalmente leí las revistas, algunas muy agresivas, otras más delicadas, arranqué las páginas con catálogos y dejé las revistas en aquel solitario banco, para que las disfrutara cualquiera.

Luego, en casa, mientras fingía estudiar, elegí lo que quería. Era un consolador insertado en una especie de bragas minúsculas. Lo debía pagar contra reembolso.

Domicilié el reembolso en el apartado de correos. Su precio era muy caro, pero decidí que el dinero ahorrado no iría a parar al viaje fin de curso, sino a aquel objeto.

El día que mandé el sobrecito con el pedido dentro compré treinta gominolas y cada día, antes de dormirnos, le hacía comer una a Paula, que se la comía y se bebía, por imposición mía, un vasito de agua. Cuando me preguntaba por qué lo hacía, tenía que ver su cara incrédula al responderle que era por que me la pensaba follar con una picha casi de verdad.

Eva terminaba de arreglar la cocina. No había nadie en la casa. Ya esperaba seguramente que yo me colocara a sus espaldas y comenzara a magrearle los pechos mientras le subía la falda. Me hacía gracia oírle decir que parecía un pulpo.

Aquella tarde la llamé al salón, donde estaba estudiando. Había observado sus movimientos, una hora antes mientras lo arreglaba. Ahora tenía el consolador casero sobre la mesa. Eva lo vió y se puso pálida y nerviosa. –¡Ah! ¿Esto? Es para metértelo. Te vas a esconder y si te encuentro, entonces te ataré y te follaré con el . Te doy hasta cincuenta. Uno…Dos…-

La primera reacción de Eva fue coger la puerta e irse, pero se la encontró cerrada con llave, así que decidió esconderse, seguir el juego, la oía correr por el pasillo adelante hacia los dormitorios. No llegué a contar ni treinta.

Metí el consolador entre el pantalón y la correa, en mi espalda y fui a buscarla. La muy guarra se había escondido de verdad.

Comencé una búsqueda metódica en la cocina y en el baño, mirando detrás de las puertas y me fui al dormitorio de mis padre. Miré debajo de la cama y detrás de la puerta, en el rincón detrás del armario y en el baño del dormitorio.

Agarré los cinturones de las batas de baño. Fui a mi cuarto. Algo en el ambiente la delataba. Era ese perfume barato. Miré detrás de la puerta y debajo de las camas. Ví la puerta del armario entreabierta y me acerqué. La sentía nerviosa. Preparé los cordones de las batas. Abrí la puerta y Eva chilló. Fue un chillidito de fatalismo.

La senté sobre la cajonera del armario. Le asomaban los muslos gorditos, contorneados, bajo la falda. Tomé sus manos y las até , dejando un tramo largo de la bata que cogí con la mano.

Lo suyo hubiera sido follarse a Eva en una de las dos camas de mi cuarto, pero como la había encontrado allí, simulé que mi guarida era un apartado rincón del solitario cuarto de matrimonio y me llevé a Eva allí, Até sus manos ya atadas a una de las patas de la cama y Me deshice de sus bragas y desabroché su camisa, después de bajar los tirantes de su uniforme.

Desabroché su sujetador. Ahora la alimaña había desnudado a la corderita, que indefensa observaba mis manos, esperando que sacara de algún lado el miembro de fabricación casera. Lamí sus pechos y su sexo. Me gustaba verla así, vestida pero desnuda, con los zapatos puestos pero sin bragas y con los pechos asomando bajo las copas del sujetador.

Saqué el miembro y le puse el preservativo delante de ella. –Con esta polla ya me he follado a Paula ¿Sabes?.- Y diciendo esto, puse el pene entre sus muslos y lo introduje.- ¿No querías polla?. ¡Toma Polla!.-

Me acordaba de cómo meses atrás me rechazaba por que decía que yo no le podía dar lo que deseaba, que era una buena minga. Paula se abrió de piernas y permitió sin oponer resistencia que el miembro entrara y saliera dentro de ella y yo repetía metódicamente los movimientos hasta conseguir que se corriera.

Luego se quiso levantar, como dando por terminado la sesión, Le empujé la cabeza cuando estaba de rodillas e introduje de nuevo el falso pene dentro del sexo de Eva y comencé a moverlo de nuevo, y en plena emoción, tome el extremo con la boca y comencé a moverlo dentro de Eva, sintiendo su clítoris en mi barbilla.

Esta vez Eva tardó bastante más en correrse pero finalmente, tocándole los pechos y abriéndole bien las nalgas para que el pene entrara bien, se corrió.

A Eva tardé unos días más en empezarle a suministrar otras gominolas que me imaginaba que se tomaba antes de dormir en su casa. Le dije lo mismo. Eran anticonceptivos de mentirijillas, pues la iba a follar con una picha casi de verdad. Ignoro si las tomaría o no, pero yo le preguntaba todos los días y ella me decía que sí.

Todos los días pasaba por la oficina de correos y abría el apartado postal, esperando el paquete deseado. Ya desesperaba cuando un día vi el aviso postal para recoger un paquete certificado enviado contra reembolso. AL día siguiente cogí el dinero, pidiendo prestado un poco a Paula, que me lo prestó intrigada por el uso que le iba a dar a su dinero. Me entregaron un paquete discretamente forrado y yo les pagué el dinero.

Abrí el paquete al llegar a casa, estaba nerviosa, cerré la puerta de mi dormitorio y quité el papel que discretamente y sin dar detalles del contenido envolvía la caja en la que aparecía dibujada una gran polla de color anaranjado. No había pensado en el color. Bueno, aquel era un buen color.

Abrí la caja y empecé a sacar el pene, y detrás de él, unidas, las correas. Me puse aquello primero sobre los vaqueros. Comencé a atarme las hebillas y ví como se ajustaba aquello. Me lo puse y me fijé en el efecto óptico de aquel miembro que salía de mi pubis, entre colgando y tieso, sostenido por las cinturas que me hacían sentir poderosamente armada.

Después de observarme un rato lo guardé y escondí aquello, metiendo el miembro que fabriqué junto con el que había comprado, que era una maravilla, dicho sea de paso, en comparación con la chapuza que había hecho yo. No lo pensaba volver a utilizar. En realidad lo había usado sólo una vez con Paula y otra con Eva.

Para usar este aparato, debía de esperar una ocasión especial. He de decir que desde que lo recibí mi imaginación volvió a abrirse al erotismo y no podía evitar asaltar a Paula o Eva a la menor oportunidad.

Las masturbaba y me retiraba, como haciendo una guerrilla implacable de ataque y retirada. A veces, cuando yo lo deseaba, también les dejaba que ellas me masturbaran, pues a estas alturas, ellas, además de ser mis esclavas, me amaban.

A Paula le aseguré que el fín de semana siguiente tendría una sesión especial. Le tuve que asegurar que no habría terceros esta vez. La traté muy cariñosamente durante los días previos.

Incluso tuve el detalle de regalarle una pulsera que yo mismo había hecho. Una pulsera de muchos colores pero de escaso valor económico. Le compré unas braguitas blancas que me gustaron mucho, y unas medias, blancas también. Y unos calcetines blancos de deporte, de hilo un poco fino.

Después me dediqué a ver la ropa que había en los armarios. Entre la ropa vieja había algún vestido de fiesta, vestidos de escotes infinitos en la espalda y provocativos por delante, de faldas cortas.

Algunos debió de usarlos mi madre, pues no me acordaba de ellos. Había uno blanco que era el ideal. Me fijé en un traje de chaqueta femenino. Ese traje junto a una corbata era ideal para mí.

EL sábado mis padres no se fueron de viaje y tuve que dejar aparcado mi plan, Se me ocurrió la idea de proponer a Paula una fugaz visita a mi tía Gloria. Naturalmente, Paula no tenía otro remedio que aceptar. Yo pensaba que este viaje sería como mi regalo de bodas.

A mis padres la idea no les pareció mal. Hicimos el equipaje el jueves por la mañana y el viernes mi hermana y yo tomábamos el autobús, para llegar al pueblo por la noche. Mi padre se extrañó del gran equipaje que llevaba.

No era para menos, llevaba el traje de chaqueta, una corbata, una camisa de él, y el vestido de fiesta cogidos del armario, además de mi ropa , unos zapatos dorados, de tiritas, de esos que permiten apreciar la sensualidad de unos pies como debe ser, que se habían pasado de moda, y la caja tan esperada con los dos aparatos, el viejo y casero y el nuevo.

La tita Gloria nos esperaba deseando vernos. Su hijo Joaquinito estaba muy guapo, alto. Se había apuntado a un equipo de fútbol y casualmente ese fin de semana tenía que ir a jugar a no se donde y el sábado se iba por la mañana.

Así que no pensaba utilizar la noche del viernes en realizar mis planes con Paula. Pero como en la caja había dos aparatos. El viernes podía usar el aparato casero en rematar el trío.

Nos recogimos un poco tarde. La tita Gloria, más sensual, más mujerona que nunca nos esperaba para ponernos la cena. Me gustaban esas atenciones, me hacían sentir querida, importante. ¿Qué podía hacer para hacerla yo sentir importante?. Joaquín se fue a la cama.

Creo que con un sentido fatalista equivocado pensó que ya no repartían dulces, como durante el verano. Paula le siguió y yo y la tita Gloria nos esforzamos en quedarnos las dos solas.

Estuvimos hablando y valoré la situación. Si la tita Gloria aguantaba era por que deseaba estar a solas conmigo. Pude ver la cara de decepción cuando le anuncié que me retiraba. En realidad subí a buscar el juguetito que me había fabricado.

Su cara se iluminó al verme bajar de la escalera cuando yo bajaba. La tita Gloria me sonrió, me esperó a que bajara los escalones y apagando la luz de las escaleras, nos estrechamos entre los brazos y nos besamos. Me sentí alagada, tanto que casi olvidé la incómoda sensación que me producía el objeto de silicona metido en el pantalón, detrás de mi espalda.

Nos fuimos hacia la salita, aquella habitación donde hacía meses se había despertado mi deseo al verla hacer el amor con un hombre.

Sus labios carnosos sellaban mi boca y me costaba separarme de ella. Ya en la habitación le toqué los pechos y le comencé a desabrochar la camisa y luego esa falda que dejaban ver las rodillas gorditas y el comienzo de sus muslos generosos. Ella también me desnudaba. Antes de que descubriera lo que llevaba, lo tiré sobre el cojín de un sofá, cuya silueta adivinaba en la oscuridad.

La tita Gloria me besaba apasionada, desordenadamente, mezclando lo que podían ser carantoñas a una sobrina a la que hace tiempo que no ve con los más ardientes besos con que una mujer puede recompensar a su amante. Sentí la cálida palma de su mano sobre mi piel, las asperezas provocadas por el trabajo de la casa.

Nuestro pechos aparecieron al desnudo y nuestras bocas se dedicaron a prodigar mil atenciones la una a la otra. Le bajé la falda y ella me intentó quitar el pantalón, pero hubo de esperar un poco más, pues el mío era más complicado de bajar.

Ya, tan sólo vestida con las bragas, mi tía se me parecía la fruta más apetitosa, con toda la dulzura de la fruta madura. La ataqué descaradamente, la vencí con el empuje de mis caricias y poco a poco fue adoptando una posición cada vez más pasiva.

Le eché sobre la mesita de la salita y me puse entre sus muslacos y me dediqué a lamerle y pellizcarle los pezones y luego, a arañar suavemente sus muslos, mientras lamía su vientre. Al final me pidió que le quitara las bragas.

Me quité luego de dejarla totalmente desnuda, mis pantalones y también las bragas. Desde siempre tenía la obsesión de dejarme las bragas.

Pienso que era para demostrar una superioridad sobre mis amantes. Ahora mi superioridad consistía en un trozo de silicona que se había convertido en una deforme picha.

Lamí un par de veces el sexo de la tita y luego introduje los dedos.

Me puse recta. Quería ver su cara de puta caliente al mover mis dedos. La tita cerró sus piernas detrás de mi espalda y me dediqué a meterle y sacarle los dedos intentándole causar el máximo placer y cuando me dí cuenta de que ya estaba realmente caliente, me deshice de sus piernas y fui a buscar mi juguetito.

Ella no dijo nada al verlo. No esperaría nada parecido. Supongo que le asustaba el pensar que le iba a meter aquello, pero por otra parte estoy segura de que estaba deseando, así que hinqué la cabecita entre sus muslos y luego la metí entera, poco a poco hasta lograr introducirla casi entera.

Comencé a mover la picha y la tita Gloria luchaba por no descubrirnos ante Paula. Controlaba sus gemidos y se abría de piernas todo lo que podía. Yo movía aquello con agresividad, con fuerza hasta conseguir que la tita Gloria se corriera.

Nos estuvimos besando un poco, pero al cabo del rato, le dije que en realidad estaba muy cansada y me retiraba a dormir, llevando mi juguete conmigo, no fuera a que la tita se lo quisiera llevar. Mi tía me pidió que me fuera a dormir con ella.

Mi respuesta fue un esperanzador «mañana». No quería que Paula se despertara de noche y descubriera mi infidelidad. En cambio, al llegar al dormitorio me metí en la cama de Paula, aunque sólo buscando la proximidad de su cuerpo.

A la mañana siguiente le propuse a Paula el ir a dar una vuelta después de comer, justo después, ya que como era el final del invierno anochecía aún bastante temprano.

Aceptó. Pretendía llevarla a la casita del monte. Era una casita que mi tita había heredado y que estaba en una finquita a la que había que subir haciendo algún esfuerzo. La llave la encontré durante nuestra estancia en verano, pero la verdad es que no fuimos por que durante el verano hace mucho calor.

Así, después de comer, preparé una talega con lo que debía llevarme. Aquella ropa blanca que había seleccionado para paula, al igual que aquel traje de chaqueta que yo me había buscado, junto a la blusa de papá y la corbata, y claro está, el miembro que pensaba estrenar, por fín. Aquel objeto que había recibido en una caja discretamente embalada y con unas pequeñas inscripciones en uno de los laterales escritas en caracteres orientales. Antes de irnos me fijé en unos claveles que mi tita había puesto en una jarrita y le cogí dos, uno rojo y uno blanco.

Tardamos una media hora en llegar a la casita. Íbamos todo el camino las dos abrazadas, como buenas hermanas.

Al llegar a la casita, un apero de labranza de dos metros por tres de largo, la cerradura pareció resistirse, pero al fín se abrió y ante nosotros apareció el ambiente lóbrego que transmitía la dejadez de una casita llena de polvo, en la que tan sólo había unos fardos sucios y una penumbra provocada por la poca luz que dejaba pasar el ventanuco de sucios cristales. Además, el clima fuera amenazaba lluvia.

Paula aún no estaba segura, por que sin duda se imaginaba ya, que tendríamos un poco de sexo en esa cabaña. Le saqué de la mochila la ropa que le ordené que se pusiera.

El traje de fiesta de mamá, las medias, las bragas de deliciosos encajes, los zapatos brillantes. No se debía poner el sostén que ella llevaba.

Sería como una novia secuestrada en una cabaña después de casarse. Yo salí fuera, y mirando por que no me vieran me coloqué la camisa de papá y el traje de chaqueta de mamá, no me supe poner la corbata, que me la puse simplemente alrededor del cuello. Lo que si me quedaba muy bien eran los zapatos negros.

Le dije a Paula que también preparara un colchón. Cuando entré había hecho un blando colchón con los fardos y lo había cubierto con uno más limpio que los demás y encima, una sábana blanca, estropeada por la mucha lejía y con las marcas grises de los sitios por donde había permanecido doblada.

Cerré la puerta, pues Paula se vestía aún y no trae buena suerte mirar a la novia mientras se pone el traje. Me impacientaba. Unas gotitas de agua caían sobre mi cabeza.

Pensé entonces en darle una sorpresa a Paula, y bajándome los pantalones, comencé a pasar correas alrededor de mi cintura hasta que aquel miembro colgaba de mí, como si de un hombre se tratara. Me puse los pantalones y ahora, me sentía como un novio impaciente.

Al fin pude pasar. Paula más que una novia, parecía que viniera de una fiesta de verano. Me miró. Miró mi porte masculino, caballeresco.

Yo me empavoné y me dirigí hacia ella con arrogancia y la estreché entre mis brazos. La sentía más femenina y dócil que nunca. En el exterior comenzó a llover copiosamente. Sentíamos la lluvia caer sobre el tejado.

Comencé a besarla mientras ella acariciaba mi espalda. La tomé de las caderas y comencé a remangarle el traje, dejando al desnudo sus pierna. Luego le cogí los pechos por encima del vestido y comencé a bajarle la cremallera, situada en la espalda del traje y después, le bajé los tirante.

Sus pechos aparecieron más blancos que nunca, más tiernos, más apetecibles. Tomé sus pechos, esta vez sintiendo su suavidad sobre las demás de mis dedos y su textura de incipiente rugor de los pezones en la palma de la mano. Hizo ademán de bajarse el resto del vestido, pero le cogí la mano. Estaba bien así, tapándole sólo los muslos.

Metí mi mano bajo su falda, frente a sus muslos y toqué los encajes de las bragas que le había regalado, y bajo ellas, el calor de su sexo. En medio de su raja percibía su humedad.

Me quité la chaqueta y después, la sorprendí dándole un empujón que la tiró sobre el improvisado colchón. Me quité la corbata y se la lié a la cintura.

Luego me puse de rodillas, frente a sus muslos y su sexo y comencé a bajarle las braguitas, besando cada trocito de piel que quedaba al descubierto.

Las puse en sus rodillas y luego se las saqué de una pierna. Entonces, cogidas de una pierna como estaban, se las subí hasta el muslo.

Paula estaba con la falda subida hasta la cintura.

Su sexo aparecía debajo del borde de la falda, entre los muslos medio tapados por las blancas medias, con las bragas en uno de los muslos. Sus pechos hoy me llamaban poderosamente la atención.

Me tumbé sobre ella y comencé a mamar de ellos, mientras acariciaba su sexo, excitándola como tantas veces había hecho, hasta ponerla muy caliente.

Cuando percibí en mis dedos su humedad, entonces me bajé la bragueta del pantalón y me saqué las minga de goma, sin dejar de mamar.

Ella no se percató de nada. Me desabroché la camisa y mis pechos quedaron colgando, pues estaba ligeramente sobre Paula.

Mis pezones se veían en mi torso desnudo de pelos, tan diferente al del hombre que normalmente llevaba esa camisa. Me eché sobre ella y coloqué la punta del aparato en el sexo de Paula y ella me advirtió -¡No me metas la cosa esa de silicona!.-

Como eso no era lo que le pensaba meter,, no me preocupó más. Ví los dos claveles que había tomado de la casa de mi tía.

Puse el blanco en el pelo de mi hermana y empecé a jugar con el rojo, rozando sus pezones con los suaves pétalos y su vientre, aunque de vez en cuando le daba la vuelta y mi hermana probaba el tacto áspero del tronco del clavel.

-Es como el sexo, la dulzura de las caricias a veces tiene que contrastarse con la fuerza de una penetración. .- Y dicho esto comencé a acariciar el clítoris de Paula con los suaves pétalos, y luego la raja, sólo que mientras los pétalos rozaban sus labios, el tallo tropezaba con su crestita. Entonces, cuando Paula enloquecía de placer, tomé el capullo del clavel en mi puño y cortando el clavel por el primer nudo, lo introduje en su sexo, dejando fuera lo que propiamente dicho es la flor.

Arranqué el clavel de su sexo con la boca, después de dejarlo unos instantes y entonces empecé a jugar con los suaves pétalos entre las nalgas, rozando su ojete y volví a repetir la operación, clavando el clavel entre las nalgas de Paula, y una vez que el nudo atravesó su ano, el resto entró sin esfuerzo, mientras Paula me suplicaba que me estuviera quieta

-Hoy va a ser un día especial para las dos, gorrioncito mío.- Le dije mientras buscaba la postura de la penetración y ya sí, a pesar de sus súplicas, pidiéndome que no la penetrara, coloqué la cabeza del miembro de goma entre sus muslos y me esforcé en introducirlo dentro.

-¡Te he dicho que no lo hicieras!- Me dijo mi hermana visiblemente excitada, poniendo voz de corderito degollado. El pene fue entrando totalmente dentro de su sexo y ella me abrazó, primero pasando sus brazos por debajo de los míos y luego, abriendo sus piernas y cruzando sus tobillos por detrás de mi cintura. Nunca la sentí tan pegada a mí, tan íntimamente mía. Su cara pegada a la mía me transmitía su calor, mientras en el exterior la lluvia arreciaba. Sentí sobre mi espalda caer una gota fría procedente de una gotera y me sentí salvaje, feroz.

Comencé a agitarme con fuerza, a mover mis caderas entre los muslos de Paula, espoleada por su excitación y por la mía propia, por el calor de su cuerpo, sus palabras que no llegaban a ninguna parte.

La follaba como se la follaba Luis o tal vez mejor, y ella se abandonaba, me respondía a cada embestida con un suave gemido, con un movimiento pélvico que se correspondía con el mío, hasta que finalmente, de su garganta empezaron a oírse los murmullos del amor que proclamaban el triunfo del pene.

Paula se corría tan sonoramente que eclipsó el murmullo de la lluvia.

La monté hasta dejarla exhausta, hasta exprimir su orgasmo, y hasta dejarme exhausta a mí también, por el movimiento de mi cintura Saqué el miembro de su vientre y Paula lo cogió, lo curioseó, tocándolo, midiendo con los dedos su tamaño, comprobando la suavidad de su textura. Y luego me besaba. Nunca había visto a Paula tan besucona.

Me besaba mientras nos vestíamos y mientras íbamos a casa. Me besó en el portal y luego al comprobar que la tita se había marchado a un velatorio, donde seguramente sería criticada por su «facilidad para entablar relaciones con los hombres».

Vimos la tele abrazadas y nos volvimos a acostar las dos en la misma cama, aunque sólo nos abrazamos, esperando la llegada de la tita, que llegó tarde y acompañada.

La tita no debió pensar que podíamos estar despiertas, pues como otras veces, se metió con el amante de turno en la salita.

Tiré de Paula y nos fuimos al lugar desde donde en verano la había visto hacer el amor. Paula no quitaba ojo.

El servicio de mi tita fue completo y antes de que despidiera al caballero, nosotras nos subimos al dormitorio, cada una en su cama, por si la tita decidía ver si estábamos.

En efecto, mi tita hizo exactamente eso y se dirigió al servicio, y después de un rato, escuchamos caer el agua de la ducha. Paula parecía impresionada.- ¿Te ha gustado?.- Le pregunté.

-Ha sido hermoso.- Paula creía que me refería a lo ocurrido en la cabaña.

-¡No!, eso no, lo de la tita. ¿Sabes que es mía?.-

– ¿Qué quieres decir?.-

-Yo le hago el amor. Se lo hice este verano.-

Paula parecía celosa. Estuvimos calladas un rato y al fin le dije. –Tú también podrías hacérselo, junto a mí.-

Yo dominaba a Paula, y no pudo oponerse a que la arrastrara hasta la puerta del dormitorio de la tita, cuando ella ya había salido del baño, seguramente desnuda o a lo sumo enrollada en una toalla. Abrimos la puerta.

La habitación estaba a oscuras. La tita debió de ver las dos figuras femeninas que desnudas que avanzaban por la puerta y debió de imaginar que una era yo y la otra no tenía más remedio que ser Paula.

Estaba desnuda, cogiendo unas bragas de un cajón que no le dio tiempo a ponerse. Yo, con decisión la tomé y la estreché contra mí. Ella no puso resistencia y me respondió a mi beso entregando su boca. Paula quedó a un metro.

La cogí del brazo y se unió a nosotras, abrazando a la tita por detrás. Las dos formamos un emparedado con la tita Gloria, su desnudez se ocultó tras la nuestra y nuestros cuerpos comenzaron a recibir las caricias que indiscriminadamente recibíamos las unas de las otras

Las tres nos echamos sobre la cama de mi tía, y nuestras bocas se buscaron y buscaron el calor de la piel de nuestro cuerpo y nuestras manos encontraron la humedad de nuestro sexo.

Dejé que las dos chicas que yacían junto a mí se entregaran mutuamente a sus caricias y observé el desparpajo de ambas, bien enseñadas por mí.

Paula se comía el pecho de Gloria, mientras ésta ponía la palma de su mano entre los muslos de su sobrina y ambas se excitaban, se esforzaban en proporcionarse el mayor placer posible hasta que una de las dos, mi tía Gloria, que quizás no había culminado, no había conseguido saciar su pasión con aquel hombre.

Pero la tita era mujer de experiencia y no por sentir el orgasmo, que evidentemente la agitaba, la sumía en sí misma, abandonó su afán y después de correrse, cuando ya Paula había decidido no seguir acariciándola y se acariciaba ella misma los pechos, sintió la invasión de su propia excitación, el clímax aflorar a las partes más expuesta al placer y por fin desatarse dentro de ella una hola de placer convulsivo.

Las dos quedaron tendidas sobre la cama abrazadas, acariciándose y besándose de nuevo. Entonces hice un puchero, bromeando. Les dije que a alguna tendría yo que tirarle los tejos.- El problema es que sois dos y no me voy a tirar a las dos…-

Se me ocurrió jugar al juego del verano. Al «sin bragas». Ordené a las dos mujeres que escondieran sus bragas. El juego era muy sencillo. La primera que encontrara las bragas de la otra se libraba.

Bajamos a la planta baja. Ese sería el escenario del juego y ambas mujeres, vestidas tan sólo con el translúcido camisón escondieron sus bragas, desconfiando la una de la otra.

Las dos mujeres comenzaron a buscar las bragas de la otra chica y estuvieron mucho rato buscándolas. Casi me aburría, cuando al fin Paula, muy contenta rajo las bragas de la tita, que en sus manos parecían inmensas.

La tita Gloria se puso colorada, y entonces, al verse atrapada, se enfadó – ¡Sus bragas son imposibles encontrarlas! ¿No será que las ha tirado al pozo?.-

Miramos en el pozo. Aún se veían las bragas flotar. –Tita, si eres capaz de traer sus bragas te la follarás tú también- Le dije, para calmarla. La tita tiró el cubo y sumergidas en el agua aparecieron las bragas de Paula.

Mire a Paula. -¡Has hecho trampas! ¡La venganza será feroz!.- Le cogí del brazo y se lo puse a la espalda.

La corbata de Papá estaba en la mochilita que había llevado al campo, así que la abrí y la cogí, atando los brazos de mi hermana a la espalda. La empujamos para que subiera la escalera.

No tuve que explicarle a la tita que hacía todo eso por que nos excitaba a ambas, a Paula y a mí. Ella seguía el juego y no paró hasta que Paula estuvo tirada en la cama de la tita. Estaba de espaldas al techo. Su culo estaba espléndido y la tita no tenía escrúpulos. Se puso de rodillas entre sus muslos y separó las nalgas redondas y blancas de Paula.

La ví entonces pasar su lengua por la parte de detrás de su sexo, y luego por las partes bajas de las nalgas y al fín, sacando una lengua larguísima, todo lo larga que se podía sacar, la ví lamer el ojete del culo de Paula, que además, parecía disfrutar en su sumisión, con aquello.

La tita Gloria entonces introdujo dos dedos en el sexo de Paula, que doblaba la cabeza, mirando hacia nosotras, viendo nuestros ojos interesados por su belleza, por el placer que sentía.

La tita puso su otra mano sobre un cachete y metió los dedos tan en medio que seguro que rozaban su ano, y aquello hacía que Paula se excitara enormemente. La lengua de Gloria lamía el triángulo formado por el sexo y las nalgas de su sobrina y apretaba el dedo gordo contra el clítoris de Paula.

La Tita comenzó a menear sus pechos en la espalda de Paula mientras la penetraba, era otra vez la teoría del clavel. Suavidad por un lado, proporcionada por los senos que con la suavidad de los pétalos de flores se movían en la espalda, mientras que los dedos en el sexo reflejaban la dureza, la fuerza del tallo.

Paula no tardó en sucumbir a la combinación de ambos estímulos y se corrió llenando con sus flujos los dedos de la tita, que al sentirla correrse se tumbó encima suya y comenzó a moverse al mismo ritmo que ella, fingiendo, con sus artes de puta ocasional, una nueva cópula acompasada.

Me fui a mi habitación mientras las dos mujeres seguían abrazadas y besuqueándose. Me fui y me puse a poner los complementos que me daban una falsa fisiología masculina. Al cabo del rato estaba desnuda, vestida tan sólo con aquellas correas que soportaban el falo de látex.

Me presenté en el dormitorio y asusté a mi tía. A Paula la cogí de improvisto. Mi tía ya le había soltado de las manos. Cuando me vió, ya la había cogido de la cintura y ella sola, en un acto reflejo de huida se puso a cuatro patas y ya no podía escapar. Se estuvo quieta aunque impaciente, mientras la tita me miraba y miraba la escena estupefacta. – Pero …le vayas a hacer daño…-

Puse mis dos rodillas entre las piernas de Paula, que se estaba quieta como una perra en celo que espera que se la monte el perro que tiene detrás, sin importarle que sea un vulgar chucho. Así que la inserté y ella arqueó la espalda y tiró su cabeza hacia detrás y dócilmente esperó a que le introdujera todo el aparato y luego aguantó con disciplina mis embestidas, poniendo los codos sobre el colchón, apoyando la cabeza sobre los brazos y las manos y resistiendo mis embestidas durante varios minutos, muchos minutos hasta que de nuevo la excitación recorrió su piel y sus entrañas y se corrió para mi satisfacción y la tranquilidad de la tita Gloria, que la calmaba y la acariciaba.

Paula estaba extenuada, se tendió en la cama y dejaba que Gloria la acariciaba y la besara, aunque ahora de una manera maternal. Las dejé durmiendo a las dos en su cama y me fui a la mía. No me quité mis atributos masculinos.

Me fui a dormir con ellos puestos a mi cama y yo misma me dormí después de masturbarme usando para ello el pene casero que yo me había confeccionado y que deseché después de introducírmelo por última vez.

Me desperté al amanecer. Estaba desnuda y sentí frío. Aproveché a ver cómo estaban mis dos hembras. Las dos estaban descansando muy amarteladas.

Me tapé y dormí un par de horas más y me fui a la cocina, poniéndome una bata por encima de mis atuendos que me atribuían una ficticia masculinidad. Al cabo del rato se levantó la tita. Ella siempre se levantaba temprano. Llevaba un salto de cama.

Me dio un beso saludándome. Preparaba el desayuno mientras me preguntaba cosas que al final llevaban inevitablemente a los mismos.- ¿Tu hermana y tú. Desde cuando?.-

-Desde el verano.-

-¡Vaya! ¡Aquí!…Yo creo que no deberíais.-

-Tita, ella es mía y nadie me la va a quitar. ¡Nadie!.-

Mi tía se agachó para ponerme el café sobre la mesa. El salto de cama me dejó ver su escote, con aquellos pechos generosos. La tomé del borde de la solapa y la traje hacia mí, mordiéndole los labios y luego la abracé. -¡Te voy a follar!.-

Mi tía se separó zalameramente de mí y de esta forma cortó mi iniciativa. Me bebí el café y me levanté, abrazándola por la espalda y tras un par de achuchones la tomé de los bordes del salto de cama y se los abrí.

Mi tita se resistía pero mis manos alcanzaron sus pechos y los magreaba con fuerza, con pasión. Luego bajé mi mano para descubrir que se había puesto las bragas.

Le metí la mano dentro de las bragas.

La tita se dio la vuelta y me besó en la boca y me abrió la bata para descubrir que en lugar de bragas iba vestida de hombre. Sonrió y me llevó al salón. Me sentó en un sillón, tras quitarme la bata. La verdad es que le dejé que llevara la iniciativa.

Se puso de rodillas delante de mí y fingió hacerme una felación mientras me miraba con los ojos entornados hacia mí y después de fingir un rato se pasó los pechos por mis muslos y mi falso pene y luego se sentó sobre mí, poniendo cada muslo, cada pierna doblada a ambos lados de mi cuerpo y se introdujo aquello, y ella sola sin que yo se lo dijera, comenzó a follar conmigo, o mejor dicho, con mi pene, como una auténtica mujer, con una pasión y un ardor que sólo puede tener una mujer madura.

Disfruté realmente viendo la máquina de follar que era mi tita y durante los minutos que estuvo acoplada me hizo sentir como una reina, o mejor dicho, como un rey, que mamaba de aquellos pechos hermosos y penetraba con su estaca aquel coño grande, ancho.

Estuvo moviéndose siguiendo un ritmo concienzudamente lento hasta que se corrió, momento en que se empezó a acelerar aunque nunca sin convertirse en un movimiento desbocado, y tan sólo su respiración entrecortada nos daba una idea de la llegada inminente de su orgasmo.

Continúa la serie