Capítulo 8

Julia, una chica dominante VIII

Desde ese día, obtuve una nueva concesión de Paula.

Era una gran concesión por otra parte, y era que durante las noches me dejaba que me acostara en su cama y metiera la mano dentro de sus bragas.

Me dejaba que le tocara el clítoris y la calentaba.

Yo al principio no pasé de ahí, pero conociéndola, sabía que una vez caliente me dejaría meter mis dedos en su sexo y acariciar incluso su ano, y poco a poco, mis dedos se hicieron los dueños nocturnos de sus noches de placer, aunque todavía Paula debía de aprender a comerme el coño y dejarme que yo se lo comiera a ella.

Se acercaba el día de Año nuevo y tenía que preparar algo para Eva o Paula. Me parecía imposible que Paula pudiera separarse de Luis en estas fechas, así que mi objetivo ahora debía ser Eva.

Eva no me rechazaba tan claramente cuando la atosigaba precipitadamente en las eventuales ausencias de mis familiares. Me dejaba que le levantara la falda y le tocara el conejo y aceptaba que la masturbara, siempre que no se quitara las bragas y estuviéramos las dos de pie.

Mis planes ahora era proporcionarle a Eva un experiencia de intercambio de pareja o trío con un matrimonio.

No fue difícil encontrar en internet a las personas que pudieran participar. Seleccioné a un matrimonio de unos treinta años, aunque ella tuviera algunos menos. Él era fuerte y varonil. Tenía desde luego eso que a Eva tanto le gustaba, una buena tranca. Ella era sensual y muy bonita.

Me puse en contacto con ellos y les conté que qué opinaban de hacérselo con una jovencita en la noche de fín de año. Les pareció bien. No podía haber mejor forma de empezar el año.

Me tomaron por el novio. No quería fastidiarlo todo, así que les mandé una foto de Eva y otra mía, La idea de que fuéramos dos chicas les entusiasmó, pero yo les expliqué que yo no participaría. Que yo únicamente deseaba proporcionarle a mi sirvienta y amiga una buena tranca por fín de año.

Cuando le conté a Eva que tenía planes para ella por fín de año, ya se imaginaba que algo bueno preparaba. Cuando le expliqué el tipo de fiesta a la que habíamos sido invitados, lo que costaba la entrada y la posibilidad de pasar la noche en un hotel como aquel, estaba asombrada.

Nos levantaríamos a las siete e iríamos a casa, y nadie sabría si habíamos tomado los churros de la mañana o no.

Pasamos las navidades preparando la gran noche y al fín conocí personalmente al matrimonio. Insistieron en conocer a Eva y tuve que presentarme con ella unos días antes de la fiesta. La conocieron y les pareció tan encantadora como ellos a mí. Eva, la verdad, se mostró tan tímida.

Tuve miedo de que quisieran llevársela a servir a su casa. La señora insistió en acompañarla de compras.

Deseaba preparar una chica a su medida y la verdad es que cuando ví a Eva esperarme para entrar al hotel la noche de la fiesta, se me quitó el hipo del vestido de color azul, sexy, elegante, muy llamativo y provocador.

Esa noche yo iba vestida con un vestido negro, de falda corta y amplio escote. Llevaba el pelo recogido y los ojos y labios pintados. Iba vestida de mujer yo creo que por primera vez en mi vida.

Los hombres iban elegantemente vestidos de etiqueta y las mujeres estaban todas para habérmelas llevado el servicio una por una.

Descubrí al matrimonio amigo en nuestra mesa. Una mesa para cuatro. Nos sentamos y en seguida me dí cuenta que Eva y la señora habían hecho algo más que comprar en los vestuarios de las tiendas.

Su mirada era cómplice. Su marido lo sabía, pues él también tenía una actitud pícara. No me parecía mal. Lo más seguro es que la habría querido preparar. Pero entonces yo me sentí con derecho a tomarme de aquella señora de curvas despampanantes lo que ella se había cogido de mi sirvienta.

Cenamos y esperamos a las campanadas sonar. Tomamos uvas, bailamos, ellas bailaron con el marido. Yo también. Me explicó lo que quería: ver a su mujer amarse con otra mujer y luego follar, con una u otra, la que le apeteciera.

Yo me reservé el derecho a tomar a la mujer que él no tomara y el hombre aprobó mi deseo, así que, después de esto, dejé que corriera el alcohol, intentando mantener la cabeza fría y procurándole meter por los ojos al marido a Paula, lo que hacía obligándola a bailar de manera sensual.

Y lo hacía porque aquella señora morena que mi amigo tenía por esposa me ponía caliente cada vez que se sentaba, o se levantaba o se movía bailando.

Llevaba un vestido rojo oscuro, ajustado y escotado. Se estrechaba por la falda, que le bajaban unos dedos de las rodillas. Su figura dejaba adivinar unos pechos generosos, unas caderas estrechas, unas caderas poderosas, unos muslos contorneados. Las piernas se me antojaban largas, y en definitiva, una mujer deliciosa.

A su marido se la caía la baba con Eva, que era como su mujer, pero más joven, menudita y de aspecto más natural. Incluso al bailar, mi sirvienta ponía la cara sobre los hombros del galán. Así que la dama sugirió, a las dos de la mañana si no era mejor subir a las habitaciones. Habían reservado dos suites continuas.

Pronto, a los dos minutos, llamaron a la puerta nuestra. Era la señora, nos pedía que fuéramos a su habitación. La acompañamos guardándole la espalda.

Cogí a Eva de la mano, y la conduje tras de la mujer hasta entrar en la habitación, donde el caballero se había quitado la chaqueta. Invitó a su mujer y a Eva a sentarse en el borde de la cama. Él tomo asiento en un sillón y yo en otro colocado de manera simétrica en la habitación.

Eva estaba un poco cortada. La mujer comenzó a decirle cosas cariñosas, juntando mucho la cara a la oreja. Eva no la rechazaba pero le costaba reaccionar. – ¡Anda, amor! ¿No te acuerdas lo bien que lo pasamos en los vestuarios?.- No podía descuidarme ni una tarde. Había dejado a Eva un rato que fuera de compras con esa arpía y se la había tirado, como yo sospechaba.

-¡Venga! ¡Enséñanos como te quedan tus braguitas!.- Le dijo la señora. Eva se levantó y tras desabrocharse la cremallera del vestido, se bajó los tirantes del traje y apareció con un conjunto de lencería que bien valía la paga de dos meses. La mujer hizo lo mismo.

Aquellas dos chicas, ambas morenas, aunque la señora eran más alta y más mujer, aunque el tipo de ambas era exuberante, comenzaron a besarse causándonos al caballero y a mí una gran turbación. Luego, después de acariciarse la espalda, la señora le desabrochó el precioso sujetador de encajes y dejó al descubierto los pechos de Eva.

La mujer llevaba la voz cantante. Se bajó uno de los tirantes y Eva puso su boca sobre su hombro, mientras ella, a la vez que la abrazaba, estrechándola contra ella atrayendo sus nalgas contra su cuerpo, le besaba el cuello. Finalmente, ante la indecisión de Eva, se desató el broche de su sujetador y quedaron libres dos pechos asombrosos, de pezones grandes y oscuros.

-Yo te daré a ti de mamar, mi pequeña.- Le dijo la señora. Y Eva buscó, empujada por la mujer, los grandes pezones que le brindaban, aceptando un tipo de sexo que conmigo fingía rechazar. Pensé «Con que tú lo que querías era una buena polla».-

La mujer dejaba que Eva la mamara con un instinto que parecía maternal.. Se sentó al borde de la cama y Eva se arrodilló, golosa, deseosa de la leche de placer que imaginariamente brotaban de los pechos de aquella dama que la iba llevando hacia una trampa, liándola en sus redes de araña.

Ahora se tumbaba sobre la cama y mi sirvienta se echaba sobre ella, continuando lamiendo sus pechos deliciosos, llenos de miel. Y la mujer le bajó las bragas cuando vió que su marido se levantaba del sillón y se descalzaba y después, se quitaba los pantalones, mostrando unos calzones a rallas, con una apertura por donde ví a parecer un cañón de quince centímetros de largo.

La mujer preparaba a Eva, que seguía lamiendo, despreocupada mientras sentía como su generosa amamantadora le metía la mano entre los muslos para tocar su sexo, en el que aparecían los pelos fuertes y negros poblando un coño que hacía tiempo que yo había depilado.

La señora se las arregló para, embelesando a Eva con el sabor de su pecho, ésta quedara tendida sobre la cama, lamiendo los pechos que la dama le ofrecía, colocada sobre ella a cuatro patas. Eva sintió entonces la proximidad del hombre, que la cogía de las piernas y se ponía entre los muslos, que caían por el borde de la cama. Lo miró y con resignación volvió al manjar que tan gran placer le producía.

La señora acariciaba el vientre de Eva y bajaba su mano hasta el monte de Venus e incluso el clítoris y Eva abría sus piernas a las caricias de la mujer aunque sabía que detrás de ellas vendría la penetración de aquel hombre que llevaba colocado un preservativo recién puesto, listo para ser estrenado dentro del sexo de mi sirvienta.

El caballero no tuvo demasiadas contemplaciones y penetró a Eva, que se intentaba inhibir distraída ahora con la boca de su amante femenina, que la besaba y frotaba sus pechos sobre los de Eva, inmovilizada por ella, que le sostenía las manos por encima de los hombros y entrelazaba sus dedos con los de la chica, al sentir el vientre de su marido rozar las nalgas y adivinar que la chica que yacía bajo ella estaba siendo penetrada por el varón.

El hombre comenzó a follarse a Eva, sin verle la cara. Lo único que tenía ante él era la espalda de su mujer, donde de vez en cuando apoyaba la cara, mientras descargaba la furia de sus embestidas en Eva, que al moverse obtenía un masaje extraordinario de los pechos de la mujer sobre los suyos.

El hombre comenzó a moverse ahora acaloradamente, eyaculando dentro de Eva, que sentía como la señora clavaba ahora sus dedos en sus pechos y le mordía la oreja para excitarla más y hacer que se corriera, lo que consiguió en unos segundos que parecían interminables.

El hombre empezó a bajar su ritmo y cayó rendido sobre la espalda de su mujer, que lo sostenía para no apoyar todo el peso sobre Eva.

La mujer se apartó y el caballero quedó frente por frente con Eva, que acarició el pelo negro y rizado del hombre cuando apoyó su cabeza cansada sobre su pecho.

-¡Anda, nena , que tienes que seguir trabajando!.- La mujer decía mientras se quitaba las bragas. Nos mostró su sexo de pelitos recortados. Apartó a su marido y tiró de la chica para levantarla y las dos se unieron en un abrazo. La mujer introdujo su pierna entre los muslos de Eva y volvieron a besarse Me puse a cien cuando la señora se abrió de piernas y empujó a Eva hacia debajo, hasta ponerla de rodillas, justo delante del sexo. Eva comprendió lo que quería de ella y sacó su lengua para pasarla una y otra vez, de diversas maneras por el sexo de la dama que poniendo su pié sobre la cama abrió su sexo para que Eva pudiera introducir su lengua más profundamente. La chica se ayudaba separándole los labios con sus dedos.

En uno de los lengüetazos, la señora mostró más excitación que en los demás. Eva entonces se propuso lamerla de esa manera hasta que la dama reventara en un orgasmo. Las nalgas macizas de la señora comenzaron a moverse. Sus jugos llenaron la cara de Eva, que disfrutaba haciendo que aquella pedazo de mujer se corriera y provocara una nueva empalmadura en el marido, que no perdía ojo.

El hombre, cuando Eva hubo acabado, la cogió de los pies y la arrastró hacia él, que le esperaba en el suelo de la habitación, sobre el suelo caliente del hotel.

Se había puesto un nuevo preservativo y se debía sentir dispuesto de nuevo a follarse a Eva, que se tendía sobre el suelo, dispuesta a ser poseída de nuevo por aquel galán elegante. Yo decidí que mientras él poseía lo que era mío, yo poseería lo suyo, así que me acerqué a la señora, que miraba sentada en el borde de la cama.

La besé y rápidamente, sin desnudarme, sin descalzarme, me puse a tocarle los pechos. La mujer dejaba que el imprevisto participante la sobara.

Yo me dí cuenta que mientras el marido se follaba a Eva, no nos quitaba ojo, así que me puse a acariciar sus muslos y a besarla y luego le volví a sobar los pechos. La señora me miraba con cara de putita caliente. La recliné sobre el colchón y metí mi pierna cubierta por una medias y el traje entre sus muslos desnudos y comencé a lamer del pecho. Y lamiendo entendí por qué ese pecho había sacado de quicio a Eva. Era dulce, tierno, maternal.

El caballero, para no perderse detalle, había hecho que Eva se pusiera a cuatro patas y la estaba montando desde detrás, de manera que los dos, Eva y el marido, nos miraban mientras follaban. Introduje mi mano sobre los muslos suaves y delicados de la señora y toqué los pelos recortados de su sexo, y más allá, la piel suave de su cresta, húmeda y cálida, y más húmeda aún, la de su raja mojada por la excitación que le provocaba tener una amante a la que no podía controlar.

Mis dedos se hundieron en su sexo mientras mi boca lamía sus pechos y se comía sus labios sensuales. La mujer se retorcía de placer y el marido embestía a Eva como si de esa forma el se hiciera merecedor del estremecimiento, del placer que mis dedos causaban dentro de aquella mujerona.

La señora no tardó en correrse contra mi mano, en llenar mi mano con la humedad con la que antes había recompensado a Eva. Al verla correrse, su marido aceleró su ritmo y al cabo de un rato, cuando ya su mujer había dejado de agarrarme la muñeca para que no la apartara de su coño, se corrió de nuevo, mientras Eva miraba hacia el suelo, a cuatro patas y buscaba un calor que no le había venido aún.

Volví a agitar mi mano en el sexo de la señora durante unos segundos provocando su turbación de nuevo.

Después de aquello, los dos tortolitos enamorados se acostaron en su cama y se pusieron a follar, así que Eva y yo decidimos irnos a la habitación.

Me olí la mano y olía a coño. No era un olor a rosas, pero a mí me agradaba. Nos vestimos y fuimos a nuestro cuarto.

Eva quería irse, pero yo estaba muy caliente, así que me bajé las bragas y la obligué a que me comiera el coño como se lo había comido a la señora. La tomé de los pelos y no la solté hasta que no me sentí desfallecer por el orgasmo que su lengua me provocó. Mientras me corría, pude oler el rastro del sexo de aquella mujer que tanto me había impresionado, sobre mi mano. Pensé en Eva.

Antes de salir le exigí que se quitara las bragas. Nos fuimos hacia su casa. Era relativamente pronto para una noche de fin de año.

Cogimos un taxi y mientras la llevaba a su casa, las dos sentadas detrás, puse mi mano sobre su muslo. Le pedí al taxista que nos dejara al otro extremo de la calle de su casa.

un callejón en medio de la calle. Al llegar a su altura y comprobar que no había nadie nos metimos en él. La puse contra la pared y mientras la besaba, le subí la falda y me puse a tocarle el coño.

Quería llenarme también de su olor y su sexo aún mojado por la noche tan agitada destilaba el preciado aroma. Restregué mi mano hasta hacer que se comiera su altanería, hasta conseguir arrancar de su cara una mueca de placer sexual, hasta arrancarle el postrer orgasmo de la noche.

Luego la dejé escapar. La ví alejarse enfadada,, o cansada. No le quité ojo hasta que casi no la veía. Luego, ella se dio la vuelta y me saludó indicando que estaba en casa sin novedad. Llamé a un taxi desde una parada cercana. No tardó en llegar.

AL llegar, mi hermana estaba acostada en su cama. Estaba fuera de combate, durmiendo sin enterarse de nada, alcoholizada perdida. El traje aparecía tirado sobre la silla y el pijama arrugado a un lado de la mesita. Estaba borracha y en ropa interior.

La tentación era muy poderosa. Siguiendo la costumbre de las últimas semanas, me metí en su cama. Paula resopló per se hizo a un lado, seguro que sin darse cuenta de lo que hacía.

Toqué sus nalgas desnudas, calientes, libres entre la tirita de aquellas bragas minúsculas.

Puse mi mano sobre sus nalgas y estiré la mano, corriendo aquella cintita y comencé a acariciar su sexo, también húmedo, lleno de la melaza de su vagina . Paula se dio la vuelta y yo aproveché la buena disposición de paula para meter mi mano dentro de sus bragas y hundir mis dedos en sus sexo,

Paula se despertó y permaneció semi inconsciente, medio dormida, pero sus piernas se abrían y sus otrora infranqueables muralla se venían abajo y la agitación sexual se apoderó de su cuerpo, seguro que no por primera vez durante aquella noche, y un aroma más se añadió a mi mano, al que más tarde se iría a unir el mío propio.

Deseaba ofrecer a Paula una nueva experiencia.

Me acordaba de cómo hicimos el amor con aquella ama de casa y ahora deseaba que se sintiera poseída por una mujer pero de una forma ya total. Para ello, consulté las habituales direcciones de internet y me encontré con dos chicas que deseaban entablar relaciones con otra chica.

Eran unas chicas de algo más edad que Paula, pero jóvenes todavía.

Las veía desnudas, abrazadas. Eran morenas, de piel tostada por el sol y cuerpos esculturales. Su sonrisa reflejaba vitalidad y alegría y el anuncio hacía referencia a que tenían la fantasía de hacerlo con una chica.

Esa noche, Paula se sentó a mi lado frente al ordenador y buscamos juntas el anuncio y le escribió un e-mail, enviando una foto, en la que les pedía una respuesta. La respuesta llegó pronto.

Realmente, Paula no eran chica como para desperdiciarla, así que le pedían que les dijeran cuando la verían. Les respondí yo al e-mail, poniendo como condición al encuentro mi presencia, que fue aceptada.

La situación se me hacía tremendamente excitante y Paula me parecía más deseable que nunca. Ella jugaba conmigo, coqueteaba. Tal vez a ella también le excitaba su próximo encuentro. La perseguía a escondidas de mis padres, la acosaba en la oscuridad de la noche y la masturbaba una y otra vez en la cama. Y ella se entregaba a mí, abandonada a su suerte.

No sabía que tal le iba con el estúpido de Luis, ni si seguía utilizándola para sus juegos eróticos. Lo cierto es que tras los intentos del otoño de alejarse de mí, en invierno se me ofrecía ardiente, coqueta.

El día se acercaba y no podía permitir que fallara el menor detalle, así que una tarde de esas que nos quedábamos ambas en la casa, solas, la tomé y la llevé hasta la cama y subiéndole la falda y bajándole las bragas comencé a embardunarle el sexo con la crema de afeitar de mi padre y cogiendo una cuchilla de depilar de mi madre, le rasuré el toto, como hice durante el verano. Y claro, luego, la masturbé.

Les dijimos a nuestros padres que íbamos al cine. Era sábado, en la sobremesa. Nos aprendimos algunas escenas de la película que íbamos a ver en teoría, las críticas.

Quedamos con las chicas en una plaza y ellas se presentaron vestidas con unos vaqueros muy rotos y una chaqueta de cuero, debajo de la cual llevaban un jersey morado muy estropeado.

Nos saludamos y nos besamos. En seguida tuve que ponerles las cosas en claro. Yo no iba a participar, así que no tenían que tirarme los tejos a mí, sino a Paula, que estaba como tontita, pues aquellas chicas eran hermosas, de complexión fuerte y elegante.

Estaban pintadas de manera que destacaban de sus rasgos faciales la dureza de los pómulos y tapaban sus ojos, que en la foto parecían tan alegres, con unas gafas.

Nos montamos en un autobús rumbo a su casa.

Nos pusimos en la parte de detrás y en seguida, con el autobús casi vacía, las chicas empezaron a atacar a Paula, que vistiendo una falda de vuelo, veía como se remangaba como por arte de magia, y ambas chicas ponían la palma de la mano sobre sus muslos calientes.

Una de las chicas alzó tanto la falda que las bragas de Paula aparecieron, y aunque se cubrió rápidamente, la chica de la derecha pudo meter su mano y su mano causaba en Paula una honda turbación. Una mujer mayor miró extrañada hacia nosotras, intrigadas por las actividades de tan extraño cuarteto.

Yo no estaba dispuesta a intervenir, pues veía claro que ya de por sí sería complicado no pasar por la piedra de algunas de aquellas chicas.

Así que al bajar, estábamos ante una de esas urbanizaciones que tienen diez o doce bloques de quince pisos.

La urbanización alternaba los bloques con los jardines y las calles y al pasar por uno de los jardines, solitarios a la hora de la sienta, una de las chicas agarró a Paula mientras que la otra, metiendo las manos bajo su falda, le fue bajando las bragas. La chica se las guardó en uno de sus bolsillos de la cazadora.

Al pasar por un pasadizo que comunicaba los dos lados de la urbanización a su paso bajo el ferrocarril, una chica agarró a Paula de nuevo, pero esta vez la tomaron por detrás.

La otra muchacha desabrochó la camisa de Paula, metiendo sus manos bajo su suéter y obligándola a poner el brazo así y de la otra manera, consiguió arrebatarle el sujetador. Paula pretendió abrocharse los botones, pero se lo impidieron. Ni tan siquiera pudo remeterse la camisa.

Entramos en un portal destartalado, en el que la publicidad se amontonaba en el suelo debajo de los buzones y nos montamos en un ascensor lleno de grafitis.

Las chicas no se esforzaban en darnos conversación. Yo me dí cuenta en seguida que en realidad no eran tan duras y que lo que ocurría es que aquella dureza, aquella rigidez formaba parte de su fantasía. A Paula se la veía excitada. Aquella dureza en el trato la complacía.

Entramos en el piso. Un estudio con un dormitorio. Estaba amueblado con muebles provenzales y me llamó la atención el colchón, enorme, directamente sobre el suelo. Las chicas se quitaron las gafas. Sus ojos eran alegres, sin duda, aunque se hicieran las duras.

Había dos sillones en el salón y yo me senté en uno desde el que podía ver incluso gran parte del dormitorio.

Las chicas se quitaron las cazadoras. Una de las chicas llevaba unos zapatos de deportes, y la otra unas botitas cortas, como de campo. Obligaron a Paula a descalzarse y le quitaron el suéter,

Aquí empezó la auténticas tarde de Paula. Una de las chicas le tomó los brazos y se los sostuvo detrás de la espalda, la otra se puso delante de ella y comenzó a levantarle la falda, y luego, a magrearle el conejo, a tocarle el chocho mientras le desabrochaba el resto de los botones de la camisa que aún tenía abrochados, y Paula se retorcía, luchaba en silencio, haciendo que sus pechos se movieran de forma que llamaron la atención de ambas chicas y mientras la de atrás ya no le sostenía la espalda, sino que le cogía los pechos y le besaba el cuello y la clavícula, la de delante se lamía los pezones que se escapaban entre los dedos de la otra camarada.

La chica de la espalda soltó uno de los pechos de Paula y los metió por debajo de la falda, acariciando el clítoris de mi hermana.

La otra chica la agarró de la cintura y la oprimió contra ella, besándola e introduciendo la mano por debajo de la de su amiga y describiendo una trayectoria cuyo final indicaba el interior de la vagina de Paula, que estaba cada vez más excitada.

Las chicas parecían que lo tenían calculado, y mientras una de ellas acorraló a Paula contra la pared y comenzó a acariciar su cuerpo de nuevo, contra la aparente falta de voluntad de Paula, la otra comenzó a desnudarse y pude ver primero aquellas piernas fuertes y femeninas y aquellas nalgas firmes y el vientre plano y luego, las espaldas bien formadas y el torso vigoroso al quitarse el jersey.

Al final la chica se quedó desnuda. La vi ir al dormitorio y abrir el cajón de una mesita de noche y la vi ponerse algo que desde entonces me empeñé por tener: un consolador que una se ponía con unas correas. La muchacha se ataba las hebillas mientras la otra chica, tomando cada mano de Paula en la suya, buscó con la cabeza el filo de la falda de Paula y se introdujo dentro. Y yo veía un bulto justo donde se suponía que debía ir el sexo de Paula.

Mi hermana miraba para abajo, como si quisiera ver la trayectoria de la lengua de su guardiana. Cuando vió a la otra chica, desnuda, aparecer con aquellas correas y con el miembro que se extendía desde la baso del pubis hasta la palma de la mano abierta de aquella mujer, su temperatura subió diez grados.

Le dio un aviso a su camarada que salió bajo las faldas de Paula y ambas llevaron a Paula al colchón del dormitorio.

No le quitaron la camisa ni le quitaron la falda, sólo le abrieron la primera y le subieron la segunda y lo único que la joven transformista hizo fue quitarle las medias y comenzar a lamer los pezones y el vientre de Paula, mientras a veces, acariciaba el falo de caucho, como si con ello obtuviera algún placer.

La otra mujer tomaba los brazos de Paula y los inmovilizaba, a pesar de la poca resistencia de mi hermana.

La mujer armada pasó dos o tres veces la punta insensible del glande de goma por el clítoris de Paula y tras untarlo de vaselina, lo puso en medio del sexo de Paula, que se relajó, respiró hondo y aguantó estoicamente la penetración que se producía lentamente.

Cuando se acopló, tomó las manos de Paula y la otra chica se levantó. A través del espejo la ví desnudarse, mostrándome un cuerpo tan escultural como el primero. La mujer armada se movía dulcemente en el interior de Paula, que se entregaba, se rendía incondicionalmente y dejaban que los cañones del enemigo de introdujeran por la estrecha puerta de la ciudad, uno tras otro, una vez tras otra.

La mujer que se follaba a Paula se esforzaba en sus movimientos. La veía contornearse, mostrar los músculos de su espalda y de sus abdominales contraídos para distenderlos de nuevo y así, buscar el placer de Paula que parecía a punto de correrse.

De pronto apareció detrás del marco de la ventana la figura esbelta de la otra amazona, desnuda a excepción de aquel juego de correas similar a la de su amiga. Paula comenzó a agitarse y a respiran de manera descompasada, profunda, intentando llevar el compás de su amante y corriéndose en un ahogado susurro de amor.

La chica se apartó de mi hermana. Ambas mujeres, casi gemelas se abrazaron de pié delante del cuerpo tendido de Paula, que las miraba con la mente ocupada en recordar la maravillosa sensación del orgasmo sentido.

No pasaron ni cinco minutos cuando obligaron a Paula a incorporarse y estando ellas de pié, la obligaron a agacharse y tomar ambas penes de goma en cada mano y Paula tenía que lamer uno y otro, alternativamente ante la complacida mirada de las amazonas. Paula imitaba los movimientos de las felaciones.

Lo hacía muy bien. Se notaba que Luis la tenía bien enseñada.

Cuando se aburrieron, cogieron una silla. La chica que ya había penetrado a Paula se sentó en la silla, pero vuelta hacia el respaldo.

Paula se puso frente a ella, apoyando las manos sobre el respaldo. La chica le agarró por las muñecas y la besó justo cuando la otra chica le alzaba la falda y le introducía el pene, en la vagina, por detrás.

La mujer de detrás le agarró los pechos con fuerza y los estrujó, obligando a Paula a sollozar y a intentar rebelarse tímidamente, pero entonces le soltó los pechos y puso las manos sobre su nuca, obligándola a doblar la cintura y comenzó a montarla de nuevo. Paula se rindió y la mujer de detrás puso sus manos sobre las de Paula en el respaldo de la silla, mientras la mujer que estaba sentada extendía sus manos para acariciar el clítoris depilado del sexo penetrado y los pezones insurgente.

Paula se corrió cuando aquella mujer estuvo un rato dale que te pego, mete que te saca. La folló hasta sentir que Paula desfallecía al final del orgasmo.

Sus cuerpos estaban unidos, pegados y desde mi sitio no podía escuchar las guarrerías que la mujer le decía a Paula, aunque veía la cara complacida de la mujer que estaba sentada.

Las dos mujeres de gemela compostura se besaron mientras mi hermana descansaba. Se liaron entre ellas acariciando sus senos y lamiendo su cuello.

Sólo entonces decidí intervenir. Tenía en mi mano las dos medias de Paula. La llamé y vino como una perrita sumisa.

Le tomé las manos y se las puse a la espalda, bien atadas con una de sus propias medias y luego, até la media en su cabeza, alrededor de sus ojos.

No podía abrirlos ni ver nada. Y así se las entregué a las dos mujeres que al verla se tiraron a ella, lentamente, como el caracol que decididamente sube por las ramas de una planta. Como el caracol sus lenguas comenzaron a dejar su rastro de baba por el cuello y los hombros de Paula, colocadas una delante de ella y la otra detrás y comenzaron a acariciarla, a tomarla por la cintura, a estrecharse entre las tres, cogiendo la de atrás de sus pechos y la de delante, de sus nalgas.

Y mi hermana se sentía placenteramente asistida, por aquellas manos, por aquellos pechos que se frotaban en su espalda y en los suyos también. Y aquellas lenguas, que ahora le recorrían la columna vertebral y el canal de sus pechos.

Paula cogió con su mano el pene postizo de la mujer que tenía detrás. Sentía en su vientre, entre sus muslos, medio caído,, el semiflácido miembro de goma de la mujer de delante, y ahora las mujeres, como si siguieran un plan cuidadosamente ensayado, se ponían en cuclillas y le lamían el vientre y los lumbares y luego, las ingles y la parte baja de las nalgas. Mi hermana aparecía como la cúspide de una pirámide.

Las lenguas de las mujeres ya lamían zonas más peligrosas y el clítoris de Paula estaba siendo ocupado, lamido, mordido, estirado, mientras la dama de detrás le separaba las nalgas y estiraba su lengua para llegar a la parte trasera del sexo.

Paula movía su cuello desconcertada, excitada, desorientada, deseando que le llegara el tercer orgasmo o que no le llegara nunca. Las mujeres movían sus lenguas con malicia y al fín vi a la Paula moverse, cimbrearse entre las dos mujeres agachadas como se mueve un ciprés por la fuerza del viento.

Ideé durante esta parte de la noche un juego.

Se lo comenté a las dos mujeres. Era muy sencilla. Tenía ante mí tres bragas. La de mi hermana y la de las dos chicas. Acercamos a Paula, con las manos atadas tras la espalda y los ojos vendados. Pusimos la parte de las bragas que da al chocho frente a su nariz. Se acostaría con la que mejor olor le proporcionara. Naturalmente, ella debía de elegir la suya, con lo que la sesión finalizaría.

Paula se esforzó en reconocer sus bragas , pero después de olerlas varias veces, desorientada, eligió la que no era. Le destapamos los ojos y vió aquellas bragas negras que correspondían a una de las amazonas.

La amazona se tumbó sobre el colchón, poniendo su pene de goma mirando hacia el cielo. Ayudamos a Paula a ponerse, de rodillas, con ambas piernas al costado de su amante y los brazos atados a la espalda, sobre el viril miembro y se fue insertando, de nuevo, poco a poco. Le tapé los ojos de nuevo.

La mujer tumbada se movía despacio, pues Paula, agotada, no estaba muy dispuesta a cooperar la otra dama se acercó a Paula, de pié y la tomó de los pelos, llevando su cabeza hacia el falo que estaba impregnado de su propia esencia y olor, pues la habían penetrado con él.

Paula lamió la cabecita.

De esa forma, se empaparía de su olor y así, la próxima vez que estuviera en juego su mancillada virtud, no se equivocaría.

La dama de abajo paró extasiada al ver la simulación de mamada que Paula le hacía a su compañera.

Al cabo de un rato, la chica pareció harta de ver la boca de Paula sobre su artificial atributo, así que se puso de rodillas, en la espalda de Paula.

Le comenzó a sobar los pechos mientras la de abajo empezó de nuevo a moverse contra el sexo de Paula, que echaba la cabeza hacia detrás buscando el contacto con la mujer de atrás.

Entonces, la dama de detrás se sentó.

Puso sus piernas debajo de las de su amiga y por el exterior de los muslos de Paula. Echó los brazos hacia detrás, buscando apoyo para comenzar un movimiento, con el que su pene se metía dentro del sexo de su amiga.

La chica se follaba, con su movimiento, a su amiga, que a su vez se follaba a mi hermana. Era un mecanismo de placer, un mecanismo de sexo en el que la chica de abajo no tardó en correrse, pues sin duda, el follarse a mi hermana un par de veces la había hecho ponerse a cien.

Entonces decidieron cambiar de rol, y aunque en el juego sólo estaba previsto que fuera la de abajo la que se follara a mi hermana, sacó su miembro y permitió que desde detrás, obligando a Paula a echar su cuerpo sobre ella y le obligó a ofrecerle su sexo otra vez mojado a la chica de atrás, que sacó el pene del sexo de su amiga y lo insertó, desde atrás en el de Paula.

La chica de abajo se escabulló hacia abajo y puso su boca sobre los pezones de Paula.

Puso sus manos en el culo de mi hermana y le separó las nalgas para que la polla de su amiga le entrara mejor y su amiga, le recompensó introduciéndose en la vagina aquella polla ahora sin servicio, que hacía unos instantes se había follado a Paula.

Y comenzó de nuevo el tren, comenzaron los muslos y caderas a convertirse en bielas y cigüeñales y pronto el calor apareció en aquella máquina y como si de una vieja máquina de vapor se tratara, mi hermana comenzó a gemir,

-¡uohhhh uohhhh aaahhhhh.!-

Al oírla, la chica de detrás imprimió más velocidad y se esforzó en realizar unos movimientos rotatorias que a la vez que imprimían efecto en el sexo de Paula, conseguía que la polla de su amiga, ya al tanto de la proximidad de su orgasmo, le causara el máximo placer.

Y Paula y la chica de detrás se corrían mientras yo introducía la mano entre mis piernas y me masturbaba.

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