Despedida de soltero.

«¿Ya te enteraste qué le estamos organizando a Jorge?» , me soltó Luis mientras vertía el café humeante en su taza, con esa mirada de quien guarda un secreto peligroso.

«No» , respondí, apoyándome en la encimera de la oficina. «¿Qué mierda planean?»

«Una despedida de soltero… pero con un toque especial» , susurró, acercándose tanto que sentí su aliento caliente en mi oído. «Omar y yo conseguimos a una mujer… una que no solo bailará para él» .

La cucharilla que sostenía cayó al suelo con estrépito. «¿Qué putas quieres decir con ‘no solo bailará’?»

Luis sonrió, mostrando esos dientes amarillentos por el tabaco. «Ya sabes… una profesional. Una que le quite esa cara de santo que tiene. Dicen que nunca ha sido infiel, que ni siquiera mira a otras mujeres… pero veremos si aguanta cuando una morena de tetas operadas se le siente en la cara» .

Un calor espeso me subió por la entrepierna. «Jorge no es así. Él ama a su novia» , dije, más para convencerme a mí mismo que a él.

«Claro, por eso aceptó venir a un antro a las afueras de la ciudad, solo entre hombres. Vamos, tú sabes que todos tenemos una fantasía guardada. Hasta tú, con esa cara de mosquita muerta» , soltó una carcajada grasosa.

«No le diré nada» , mascullé, ajustándome la entrepierna disimuladamente. La idea de Jorge, nuestro siempre correcto compañero de trabajo, follando con una desconocida en un cuarto oscuro… era jodidamente excitante.

«Bien. Y ni una palabra a los demás. La sorpresa tiene que ser… épica» , aseguró, dándome una palmada en el hombro que me erizó la piel.

No supe en qué momento mi mano había empezado a temblar. Imaginaba a la mujer: labios rojos, tacones afilados, oliendo a perfume barato y sexo fácil. Y a Jorge, con su camisa planchada, sudando, maldiciendo en voz baja mientras ella le chupaba la polla hasta hacerlo correrse.

«¿Crees que lo logre?» , pregunté, con la voz ronca.

«Oh, lo hará» , rio Luis. «Y si no, le daremos tequila hasta que pierda la razón. Al final, todos somos animales» .

Asentí, tragando saliva. Esa noche, algo dentro de mí también se rompería.

Llegando a la casa

Amor… ¿adivina qué me contaron hoy?

¿Qué pasó ahora? —respondió Rosa, mirándome de reojo mientras dejaba su taza de té sobre la mesa.

Llegué a casa con el chisme fresco, y no podía guardármelo.

En la oficina le están organizando la despedida de soltero a uno de contabilidad. Y parece que quieren llevar a una bailarina nudista.

¿En serio? —dijo, entre sorprendida y divertida—. ¿Qué tiene una mujer bailando y quitándose la ropa que los hombres no pueden resistirse?

La pregunta me dejó pensando. No era fácil de responder sin quedar mal.

Supongo que tiene que ver con la fantasía… Ver a alguien desconocido, primero vestida, y luego poco a poco revelando lo que hay debajo. Es como… jugar con el misterio.

¿Y el baile? —insistió con curiosidad sincera—. ¿Qué papel juega ahí?

Creo que el baile lo vuelve todo más sensual. Hace que uno se imagine cómo se movería esa mujer en la intimidad. Es como una antesala… una provocación. Todo está en la mente.

Entonces, ¿todo se resume en la imaginación, en la fantasía? —preguntó, ya con una sonrisa pícara asomándose.

¿Tu eres demasiado seria y tímida?» , repetí, clavando la mirada en sus labios. Rosa siempre había tenido ese don para caminar entre la inocencia y la provocación. Ahí estaba, con su bata de seda desatada, dejando entrever el encaje negro de su sostén, mientras se cruzaba de brazos como si fuera una ejecutiva negociando un contrato.

«Sí, amor. Yo no podría subirme a un escenario y moverme como… como una cualquiera» , dijo, pero su voz tembló al pronunciar «cualquiera» , como si la palabra le supiera a mentira.

Me acerqué lentamente, sintiendo cómo mi polla se endurecía dentro del pantalón. «No necesitas un escenario» , murmuré, acorralándola contra la encimera de la cocina. «Solo necesitas esto…» . Deslicé una mano entre sus muslos, rozando su sexo por encima de la tela. «…y esto» . Con la otra mano, le apreté un pezón hasta que gimió.

«¡Espera!» , jadeó, pero no se apartó. «¿Qué haces?» .

«Te estoy imaginando bailando… para mí» , gruñí en su oído. «Con esos tacones que usas para ir a la iglesia, pero sin nada debajo. Moviendo esa cintura que Dios te dio, mientras yo me corro pensando en cuánto aguantarías sin gritar» .

Sus pupilas se dilataron. Sabía que había ganado. Rosa adoraba que la retara, que la convirtiera en algo prohibido. «Eres un perverso» , susurró, pero me jaló del cuello para besarme con una ferocidad que me quemó los labios.

«¿Y si te enseño a ser mala?» , propuse, desabrochándole el sostén con una mano mientras con la otra le levantaba la pierna, exponiendo su coño depilado y brillante. «Podrías empezar practicando conmigo… follando como si fueras una stripper, pero solo para mí» .

«¿Y qué ganaría yo?» , preguntó, mordiéndome el mentón.

«Esto» . Introduje dos dedos en su humedad, follando su entrada con movimientos bruscos. «Y esto» . Chupé uno de sus pezones hasta dejarlo rojo, marcado. «Y al final… mi leche en tu boca, para que sepas exactamente cómo se siente un hombre cuando una mujer como tú lo destruye» .

Rosa se rio, pero fue un sonido gutural, lleno de lujuria. «¿Y si mejor… te hago una demostración ahora?» , propuso, agarrándome la polla por encima del pantalón. «Puedo bailar… y tú puedes grabarme. Así, cuando tus amigos hablen de la stripper de Jorge, tú tendrás algo mejor que presumir» .

La sangre me hirvió. «¿Presumir? No. Esto es solo mío. Tú eres mía» , afirmé, follando su mano con furia.

«¿Ah sí?» , provocó, arrodillándose de repente y bajándome el cierre. «Entonces demuéstralo. Enséñame cómo se castiga a una stripper traviesa» .

Y ahí estaba yo, a punto de correrme en la boca de mi esposa, imaginando cómo sería verla bailar desnuda para otros hombres… solo para negárselo al mundo y reclamar como mía.

Nueva idea

«Creo que no debemos contratar a una profesional» , dije, aún con el sabor de Rosa en los labios. La noche anterior, mientras ella me chupaba la polla disfrazada de stripper, había imaginado su rostro oculto tras un antifaz. Ahora, esa idea me corroía.

«¿Ah no? ¿Y por qué?» , preguntó Omar, ajustándose la entrepierna con disimulo. Sabía que pensaba en Karla, en cómo se vería su cuerpo joven y flexible bajo las luces de un bar.

«Porque una novata… una que necesite el dinero, que esté desesperada , sería más excitante» , solté, clavando la mirada en Luis. «Alguien que no sepa bailar, pero que se deje tocar. Que tiemble cuando Jorge le ponga una mano en el muslo» .

Luis sonrió, entendiendo al instante. «¿Para ver cómo se romde la inocencia?» .

«Exacto» , afirmé. «Una mujer que no sea una puta, pero que por unas horas… finja serlo» .

Omar se removió en su silla. «Tengo a alguien. Karla. Estudia, baila ballet… y sé que anda jodida de lana» .

«¿Karla, la del restaurante?» , intervino Luis, chasqueando la lengua. «Esa nena tiene un culo que parece esculpido por Dios. ¿Crees que acepte?» .

«Si le prometo que nadie la reconocerá…» , dijo Omar, y algo en su tono me hizo sospechar que él ya se había imaginado follando con ella en algún callejón.

«Yo tengo antifaces» , anuncié, sacando el tema como quien no quiere la cosa. «De esos que cubren hasta la nariz, solo dejando la boca libre. Para que pueda…» —hice una pausa, sintiendo el peso de las palabras— «…tragar sin problemas» .

Luis soltó una carcajada grasosa. «¡Puta madre, Carlos! ¿Tú crees que Jorge aguante tener a una desconocida chupándosela en un rincón?» .

«No solo él» , murmuré, recordando cómo Rosa había gemido al sentir mi semen en su garganta. «El truco es que la mujer parezca dispuesta , pero no fácil. Que se deje manosear, pero que finja que es la primera vez» .

Omar se inclinó hacia adelante, con los ojos brillantes. «Karla es perfecta. Tiene esa cara de niña buena, pero yo la he visto en minifalda sirviendo tragos… Créanme, esa perra sabe moverse» .

«¿Y si se niega?» , pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

«Le diré que es para un amigo de la universidad, que nadie sabrá quién es. Además…» , Omar bajó la voz, «le ofreceré el doble de lo que gana en el restaurante. Esa nena haría cualquier cosa por dinero» .

Sentí una punzada en la entrepierna. «Asegúrate de que use el antifaz. Y de que baile despacio , que se quite la ropa como si estuviera follando con el aire» .

«¿Tú crees que Jorge se la quiera coger?» , preguntó Luis, encendiendo un cigarrillo.

«No importa si lo hace o no» , dije, apretando los puños para no temblar. «Lo que importa es que todos queramos que lo haga. Que nos la imaginemos follando con él, follando con nosotros …» .

Omar asintió, con la mirada perdida. «Y al final, cuando se quite el antifaz… ¿qué?» .

«Nada» , respondí, sintiendo el sabor amargo de la mentira. «Nadie debe saber quién es. Ni siquiera nosotros» .

Pero mientras guardaba el antifaz en mi maletín, pensé en Rosa. En cómo, esa noche, le pediría que se lo pusiera. En cómo le exigiría que bailara como Karla, que fingiera ser una desconocida… solo para mí.

La propuesta a mi esposa.

«¿Te gustó mi baile de ayer, Carlos?» , preguntó Rosa mientras secaba los platos, con ese tono inocente que ya no engañaba a nadie. Llevaba una camiseta holgada que le cubría apenas el culo, y yo sabía que debajo no había bragas.

«Claro que sí» , respondí, acercándome por detrás para meter una mano entre sus piernas. «Pero podrías hacerlo mejor» .

«¿Mejor?» , susurró, restregándose contra mi palma. «¿Cómo?» .

«Como si realmente quisieras que un desconocido te follara después de verte» .

Se dio la vuelta, con los ojos brillantes y una sonrisa peligrosa. «¿Y si ya lo hice?» .

La sangre me hirvió. «No juegues con eso, Rosa. Tú eres mía» .

«¿Y si quiero ser de otros… aunque sea en secreto?» , provocó, mordiéndome el cuello. «¿Te excitaría saber que un hombre me ve desnuda y se corre pensando en mí?» .

Saqué el antifaz de mi bolsillo y se lo puse frente a la cara. «Ponte esto» , ordené. «Y demuéstrame que puedes ser la stripper que deje a Jorge con ganas de más» .

Lo tomó entre sus manos, pasando un dedo por el borde de encaje negro. «¿Así?» , preguntó, cubriéndose los ojos. «¿Cómo una puta anónima?» .

«Como una diosa» , gruñí, empujándola contra la mesa del comedor. «Baila para mí, pero imagina que soy ellos. Que son diez pares de ojos follando tu cuerpo con la mirada» .

Y lo hizo. Se movió como una serpiente en celo, con el antifaz deslizándose peligrosamente sobre su nariz mientras se acariciaba los pechos y gemía hacia el vacío. Cada vez que su coño rozaba el borde de la mesa, imaginaba que era la polla de Jorge, de Luis, de todos , y eso me volvía loco.

«Más lento» , exigí. «Que parezca que te duele. Que te estés follando el aire» .

Obedeció, contoneándose como si tuviera una vara invisible clavada en el vientre. Sus dedos se deslizaron entre sus pliegues, brillantes de humedad. «¿Así, amor? ¿Como si me estuvieran follando sin piedad?» .

«Sí… pero no te corras aún. Espera a que yo te diga» .

Se detuvo, temblando. «¿Y si no aguanto?» .

«Aguantarás» , afirmé, acercándome para chuparle un pezón hasta dejarlo morado. «Porque después de esto, quiero que bailes para mis amigos. En la despedida de Jorge» .

Se quedó inmóvil. «¿Qué?» .

«Que te quiero ahí. Con el antifaz. Que los dejes a todos tan duros como me tienes a mí» .

«Pero… ¿y si me reconocen?» , susurró, aunque su respiración acelerada delataba que la idea la excitaba.

«Nadie te reconocerá» , aseguré, follando su mano con fuerza. «Serás solo una sombra follando con su cuerpo. Y cuando termine, volverás a ser mi esposa buena y decente» .

Rosa se rio, pero fue un sonido oscuro, lleno de promesas. «¿Y si no quiero volver a ser buena?» .

No respondí. En su lugar, la penetré con furia, imaginando que cada embestida la clavaba más en el papel de la stripper corrupta que necesitaba ser. Que quería ser.

«Mañana» , jadeó ella entre gemidos, «enséñame a moverme como Karla. Quiero que nadie sepa que soy yo… pero que todos sueñen conmigo».

«Lo harás» , prometí, corriéndome dentro de ella. «Y cuando Jorge te toque, pensarás en mí. En cómo te castigaré después por ser tan puta» .

«Sí, amor» , gimió, apretando mi espalda con uñas afiladas. «Soy tu puta. Solo tuya».

Pero mientras nos vestíamos, Rosa guardó el antifaz en su cajón de ropa interior. Y yo me pregunté si, en el fondo, no estaría planeando algo más grande que un simple baile para mis amigos.

Propuesta peligrosa.

«Karla aceptó» , anunció Omar al día siguiente, con una sonrisa que le llegaba a las orejas. «Le ofrecí el triple de lo que gana en el restaurante y… voilà. Solo puso una condición: que nadie sepa quién es» .

«¿Ni siquiera nosotros?» , preguntó Luis, ajustándose la bragueta con nerviosismo.

«Ella confía en mí» , respondió Omar, pero algo en su tono me dijo que mentía. «Usará un antifaz y una peluca. Y solo bailará. Nada de sexo» .

«¿Y tú cómo sabes?» , solté, imaginando a Rosa en el lugar de Karla.

«Porque me lo juró» , dijo Omar, pero su mirada se desvió hacia la ventana.

Esa noche, mientras cenábamos, le dije a Rosa: «Karla estará en la despedida. Y tú también» .

«¿Yo?» , preguntó, llevándose una uva a la boca con deliberada lentitud.

«Sí. Con otro antifaz. Quiero que veas cómo lo hace ella… y que aprendas» .

Sus ojos brillaron de excitación. «¿Y si me reconocen?» .

«No lo harán» , aseguré, acariciándole el muslo bajo la mesa. «Serás solo una sombra más. Una víbora entre víboras» .

Noche de la despedida

El antro estaba oscuro, saturado de humo y testosterona. Jorge, nuestro siempre correcto compañero, bebía tequila con una sonrisa nerviosa.

«¡Aquí viene la sorpresa!» , gritó Luis cuando las luces se apagaron.

Primero apareció Karla. Llevaba una peluca rubia y un antifaz de plumas negras que le cubría hasta la nariz. Su cuerpo era una obra de arte: tetas firmes, cintura de avispa, piernas que no terminaban nunca. Empezó a bailar frente a Jorge, moviéndose como si tuviera un orgasmo lento, quitándose la ropa con una lentitud tortuosa.

Pero entonces, alguien más entró en la pista.

Una mujer con un antifaz rojo sangre y una peluca negra. Alta, con curvas que reconocería en cualquier parte. Empezó a bailar detrás de Karla, imitando sus movimientos pero con una ferocidad que la otra no tenía.

«¿Quién coño es esa?» , preguntó Omar, con la polla ya marcada en el pantalón.

«Ni idea» , mentí, sintiendo cómo mi esposa se acercaba a Karla, rozándola con intención. «Pero parece que le enseñará un par de cosas» .

Rosa se contoneaba como una profesional, pero con una maldad que solo yo conocía. Acariciaba su propio cuerpo como si fuera el de otra, follando el aire con movimientos bruscos. Karla, intimidada, aceleró el ritmo, quitándose el sostén para mostrar tetas perfectas, operadas.

Pero Rosa no se quedó atrás. Se quitó el vestido de un tirón, revelando un tanga de encaje que yo mismo le había comprado. Sus pezones estaban duros, sus caderas se movían como si estuvieran follando una polla invisible.

Jorge no sabía dónde mirar. Luis y Omar tampoco.

«¡Que se las follen las dos!» , gritó alguien.

«¡Primero Karla, luego la misteriosa!» , rugió Luis, follando con la mirada a Rosa.

Pero algo pasó. Karla, quizá por nervios, quizá por inexperiencia, tropezó y cayó de rodillas frente a Jorge. Fue entonces cuando Rosa, con una sonrisa cruel, se acercó a ella y… la ayudó a levantarse. Pero no con amabilidad. La agarró del pelo y le susurró algo al oído.

Karla palideció. Asintió. Y entonces, como si fuera un ritual, ambas se arrodillaron frente a Jorge y empezaron a masturbarlo por encima del pantalón.

«¡Esto no estaba en el plan!» , gritó Omar, pero no hizo nada para detenerlo.

Yo tampoco.

Porque mientras veía a Rosa manosear a Jorge, imaginaba que era yo quien estaba allí, follando esas dos bocas. Y supe, en ese momento, que ella había planeado todo. Que no era una sombra… sino la cazadora.

La música retumbaba como un latido enfermo. Karla, con su peluca rubia desordenada, se arrastró hacia Luis como una gata en celo. Él ya tenía la polla fuera, gruesa y venosa, brillando bajo las luces estroboscópicas.

«¿Quieres esto, puta?» , gruñó Luis, agarrándola del pelo.

Karla no respondió. Solo abrió la boca, mostrando una lengua rosada, y lamió la punta con la precisión de quien sabe que es observada. Por mí. Por Omar. Por Rosa .

Y ahí estaba ella. Mi esposa. Con el antifaz rojo pegado al rostro y una sonrisa que no le llegaba a los ojos. Se acercó sigilosa, con un dildo negro de veinte centímetros en la mano, y se colocó detrás de Karla.

«¿Te gusta chupar pollas ajenas, nena?» , le susurró Rosa al oído, mientras deslizaba el dildo entre las nalgas de Karla. «Pues aprende a disfrutar esto también» .

Karla gimió alrededor de la polla de Luis, pero no se detuvo. Rosa aprovechó para levantarle la falda y exponer su culo perfecto, separando sus cachetes con una mano mientras con la otra clavaba el dildo en su ano virgen.

«¡Joder!» , gritó Omar, follando con la mirada cada movimiento. «¡Esto no estaba en el puto acuerdo!» .

Pero nadie hizo nada para detenerlo. Ni siquiera yo, que sentía cómo mi propia polla palpitaba al ver a Rosa corrompiendo a Karla, follando su culo con el juguete mientras ella seguía chupando a Luis con ojos vidriosos.

«Eres mía» , le escupió Rosa a Karla, follando más fuerte. «Y si quieres que siga, vas a tragar toda la leche de este hijo de puta» .

Karla asintió, babeando sobre la polla de Luis. Su cuerpo era un títere entre las manos de mi esposa, que ahora usaba el dildo como un arma, marcando un ritmo brutal.

Jorge, ebrio y confundido, solo atinaba a repetir: «Esto está mal… esto está muy mal…» .

Pero Rosa no escuchaba. Estaba demasiado ocupada follando a Karla, follando con ella , follando para mí . Cada embestida del dildo era una declaración de propiedad, una manera de decirme a mí —y a todos— que ella era la única mujer en esa habitación.

Y cuando Karla finalmente tragó la leche de Luis con un gemido ahogado, Rosa la obligó a levantarse y la besó con furia, metiéndole la lengua hasta la garganta mientras seguía follando su culo con el dildo.

«¿Quién es ahora tu puta?» , le preguntó al oído, tan bajo que solo yo pude escucharlo.

Karla, temblando, solo alcanzó a murmurar: «Tú… tú, señora» .