Capítulo 1

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  • Rabodulce I

Ocurrió en los meses de verano cuando tenía dieciocho años, comenzó a darme fiebres, estirar los huesos y aflorar pelo negro en mis axilas y mi pubis, pero lo sorprendente fue el pene, de unos doce centímetros paso a casi veinte, estaba súper sensible y emanaba un peculiar e intenso olor de su capullo.

En dos meses, y sin saber cómo había llegado, me encontré con un monstruo entre las piernas que estaba en permanente estado de erección y que necesitaba continuos desahogos.

Las masturbaciones, hubo días, que faltaban dedos de las manos para contarlas.

Paja tras paja. Cualquier excusa era válida para terminar cascándomela, verle las bragas a una vecina mientras subía las escaleras, un par de perros follando, la mirada de una compañera de clase, la mayoría de las veces ni eso, la naturaleza salvaje del adolescente hacía que el monstruo palpitara en mi entrepierna y que yo cual autómata buscara un lugar discreto donde meneármela como un mono sin que me interrumpieran.

Un rito, la paja comunal de mi pandilla en el descampado que bordeaba mi barrio, se convirtió en un debate sobre mi monstruo y en un espectáculo por el que me llegue a plantear cobrar entrada, todos mis amigotes pajeándose y esperando que, de la punta de mi polla, con diferencia la más grande y gorda, escupiera leche.

Estas demostraciones me proporcionaron un protagonismo en la pandilla del que carecía antes del verano. Todos pontificaban sobre mis atributos, los amigotes, con sana envidia, los menos amigotes con envidia pura y dura.

-Las mujeres no quieren follar con los tíos que tienen la polla como tú.

-Solo podrás follar con putas que son a las que le caben las pollas grandes.

-Las pollas como la tuya son para que las meneen los maricones.

-Si te echas una novia decente cuando te la folles te tendrás que liar una toalla en la base de la polla porque si no la desfondaras y ya no le darán gusto las pollas pequeñas.

Eran alguno de los comentarios que tenía que escuchar, comentarios que me dejaban marcado. No tenía experiencia sexual más allá de la masturbación.

Llego a la pandilla un nuevo chaval, sus padres trabajaban en Alemania y el vino a vivir con su abuela.

A Héctor le admitimos como uno más, aunque se le notaba sensible y poco lanzado.

Era guapote, de pelo rubio tez morena y ojos claros. Vivía en mi bloque, su abuela tenía una tienda de comestibles en la calle de al lado y él pasaba casi todo el día solo en casa.

Pronto su casa fue el lugar ideal para hacerme pajas tranquilamente mientras él vigilaba que nadie llegara.

Para mi masturbarme mientras el me observaba y vigilaba que no llegara nadie comenzó a ser algo de los más normal.

A veces sacaba su pene y se lo meneaba, pero normalmente se dedicaba a mirarme, sin perder detalle, todos los detalles de mi paja.

Un día tomó una gota de semen y lo probo, sacando su lengüita entre los labios y mirándome fijamente.

Pronto dejo de cortarse y esperaba anhelante mi eyaculación para tomar algunas de las gotas y tomarla en su boca.

En estos escarceos no permitíamos que nadie estuviera al tanto. Sabíamos que entre hombres todo eran mariconadas y nada peor visto que un homosexual en aquellos años setenta.

Un día, en la habitación de su casa,, miraba ansioso como me la meneaba delante de sus narices, esperando mi corrida cuando le pregunte:

-¿Quieres acabarme tu? –tomándole la mano y llevándola a mi polla.

El no dijo nada, dejo su mano sobre mi polla, pero no la movía, era como una ceremonia, no tomó la iniciativa porque no quiero que pienses que soy marica, pero estoy deseando, es lo que me reconoció semanas después, pensaba.

Tomé su mano en mi mano y comencé a hacer los movimientos masturbatorios, subiendo y bajando la piel de mi polla, en pocos segundos ya lo hacía solo con gran habilidad y entrega.

Para mi sentir una mano calentita en mi polla que no fuera la mía fue lo más de lo más.

Él tenía la cabeza a unos diez centímetros de la punta de mi polla y me masturbaba cuando el monstruo empezó a escupir borbotones de blanca leche que salieron disparados a su cara y su pelo. Tomo la leche que había caído en su mano y la saboreo con la lengua mirándome.

A partir de ese momento las pajas de Héctor formaban parte de la agenda cotidiana. Con la excusa de no mancharse la ropa de semen cada vez acercaba más la cara y en especial sus labios y su boca a la punta de mi polla en el momento de la corrida.

Pasaba una semana de nuestros juegos cuando estando a punto de correrme y con la boca de Héctor a escasos centímetros de mi polla le tomé y le metí la polla entre los labios.

No se opuso, tampoco fue activo, sencillamente abrió sus labios y recibió toda mi corrida dentro de su boca, tragándose gran parte de ella y mirándome coqueto mientras un reguero de leche bajaba por la comisura de sus labios.

En quince días las pajas eran mamadas. Yo sacaba mi polla de su encierro, casi siempre erecta o en vías de estarlo, tomaba la mano de Héctor y la ponía sobre ella, entonces el me masturbaba, cuando me apetecía el calorcito de sus labios, le tomaba de su nuca y acercaba a su cabeza a mi polla y el obediente entendía la orden y comenzaba su trabajo.

Al principio la hacía tímidamente recibiendo mi capullo en su boca con los labios abiertos, pronto, siguiendo mis indicaciones comenzó a hacer mamadas de campeonato.

Lamiéndome las pelotas, la raíz de la polla y subiendo dando lengüetazos por esta hasta metérsela en su boca y succionarla. Las primeras corridas le atragantaron y tosió y escupió toda la leche que no se podía tragar.

Pronto descubrió las contracciones de mis pelotas que anunciaban mi corrida y se dedicaba a succionar la punta de mi polla mientras lo hacía y a tragar toda la leche sin desaprovechar una sola gota.

Éramos super amigos, jugábamos juntos y pasábamos cantidad de tiempo juntos, pero nunca hablábamos de nuestras relaciones sexuales. Eran un tabú sobre el que no había que comentar nada. Lo hacíamos en secreto. Era otra vida. Secreta y discreta.

Jugábamos al escondite en el descampado y fuimos Héctor y yo a escondernos tras unas matas, nos tumbamos en el suelo los dos, de lado, el delante y yo detrás, no sé cómo fue, pero mi paquete estaba en su trasero.

Comencé a restregarle mi polla y Héctor respondió a los movimientos apretando su culito contra mi paquete.

Otras opciones se abrieron un nuestra secreta relación. Poco a poco restregarle la polla en el trasero y pasársela por el canal entre sus nalgas echándole tremendas corridas en la parte baja de su espalda fue una de mis pasiones que el aceptaba de buen grado.

Alguna vez intente penetrarle por el culo siguiendo como única guía mi instinto, pero o no daba con el camino adecuando o sencillamente se desviaba de la ruta.

En una de nuestras pajas comunales con la pandilla uno de los chicos comento que su hermano andaba con un marica que tenía mucho dinero y que compraba vaselina en la farmacia para encular a su amante. Héctor y yo cruzamos nuestras miradas.

-La Navidad estaba cercana. Héctor y yo jugábamos en su habitación. Se saco mi polla de la boca y me dijo:

-Mi abuela tiene vaselina en su habitación –Se levanto y se fue por ella.

Me dio el bote, se bajó los pantalones y los slips y se puso en cuatro sobre la cama abriéndose las nalgas.

Tome un poco de vaselina con los dedos y la puse en la entrada de su hoyito, intente meter el dedo, pero dio un brinco y se quejó que le dolía, seguí acariciando la entrada de su culo con el dedo, sin meterlo, y Héctor comenzó a estremecerse y gemir, le metí la primera falange del dedo en el culo y no se quejó, seguí introduciéndoselo hasta que casi lo tenía todo dentro y comenzó a quejarse de nuevo.

Lo dejamos, yo, como él, estaba excitadísimo, a punto de correrme. Coloque la punta de mi polla en la entrada de su hoyito, presione y me corrí justo en la puerta de entrada.

Varios días insistimos con la vaselina y el dedo, al tercero el dedo entraba sin problemas en el culo con lo que el cuarto ya estaba dándole mete y saca con un dedo y Héctor gozando de mis caricias y pajeando mi polla con todas sus fuerzas.

Siempre terminaba corriéndome en la entrada de su hoyito hasta que un día justo cuando me iba a correr se la coloque en la entrada, bien lubricada, y empuje. Sentí como el anillo de su hoyito se abría, cedía y la cabeza de mi monstruo entraba en el culito de Héctor.

Este dio un tremendo grito y saco el monstruo rápidamente, pero yo ya había sentido el calorcito maravilloso de su trasero y soltado mis primeras gotas de leche en su interior, el resto de la corrida le embarro todo el trasero. Héctor intentó contener las lágrimas, pero no pudo evitar que el dolor las hiciera aflorar.

-Es por ahí, pero duele mucho –una frase que aún recuerdo y con la que me ratificó que su culo sería mío, que le dolería pero que esa era la forma.

Penetrar totalmente a Héctor se convirtió en mi obsesión.

Creo que también en la suya, pero el, siempre modoso, intentaba que no se le notara.

Me masturbaba, me la mamaba y después cuando estaba a punto de correrme y sus dedos o el mío habían lubricado convenientemente su esfínter me dejaba que le penetrara solo con la cabeza de la polla y soltara parte de mi corrida en su interior.

La visión de su hoyito dilatado y casi abierto rezumando leche tibia era una delicia.

Pasó otra semana y fue maravilloso, me estaba corriendo dentro del culito de Héctor, con todo mi capullo dentro, y esta vez mi amigo no intentó zafarse, note como relajaba su esfínter y recibía toda mi corrida dentro de su culo gimiendo de gusto mientras dos claras gotitas de leche salían de la punta de su pollita.

Al ver que él no intentaba sacarla, yo tampoco lo hice, la deje todo el capullo metido y él comenzó el típico bamboleo de las nalgas que me es hoy tan familiar.

Mi polla no cedió a pesar de la corrida y en veinte minutos conseguí, a pesar de sus continuas quejas, meterla casi hasta la mitad y correrme de nuevo dentro de su culito. Esta vez fue más maravillosos todavía, la caliente presión de su anillo en mi polla y el meneíto me volvieron locos de gusto.

Pasaron dos días antes del nuevo intento, dos días que tuve que contentarme con correrme en su boca ya que su culo se resentía del último intento de penetración.

Fue él el que me dio luz verde bajándose sus slips y ofreciéndome, en cuatro, sus maravillosas nalgas redondeadas.

Comenzamos el ritual y le lubrique todo el conducto con vaselina, el dedo entraba y salía sin problemas, el gemía.

No sé porque, no lo había intentado antes, quizás no se me ocurrió, probé a meterle un segundo dedo, Héctor se quejó un poco, pero lo acepto con gusto y en dos minutos tenía dos dedos metidos en el culo y gemía como una perra caliente mientras yo me masturbaba frenético.

-Inténtalo ahora –me dijo

Me embadurne toda la cabeza de la polla de vaselina y apunte en la entrada de su hoyito, presione y note como cedía y se dilataba dejando entrar todo el capullo de mi monstruo.

Héctor me pedía calma y tranquilidad, comencé el balanceo con el capullo dentro y avance centímetro a centímetro, consiguiendo, al igual que en el anterior intento clavarle la mitad del monstruo y seguir avanzando.

Apenas cinco centímetros de polla quedaban por penetrar en su maravilloso culito cuando me pidió que me detuviera, que era imposible que se la siguiera metiendo, que estaba totalmente abierto.

Se quejaba del dolor, pero también gemía de gusto. Cesé mi avance, pero seguí culeándole suavemente, me iba a correr de un momento a otro.

Justo cuando sentí mi corrida, y de un empellón, le clave, por primera vez, la polla hasta la raíz. Héctor aúllo de dolor, pero estaba boca abajo en la cama y tenía mi cuerpo sobre él y mi polla clavada hasta las pelotas.

Le bese en el cuello, limpie las lágrimas de sus ojos con mi lengua y por primera vez le bese en la boca. Nos fundimos en un beso de lengua y sentí como él se entregaba y no hacía ningún intento de sacar mi polla de su interior.

Mi vigor reapareció y mi polla palpitaba toda clavada en el estrecho conducto de Héctor.

-Me arde el culito amor mío –me dijo

-Aguanta putita –le conteste

El movió su culito y se clavó más la polla. Comencé el bamboleo y los gemidos de placer comenzaron a ganarle la batalla a los de dolor.

La presión imposible de su culito en mi polla era maravillosa, además la sensación de dominio sobre Héctor, teniéndolo enculado, poseyéndolo, era total. A él también le encantaba. El complemento de los contrarios. Activo, pasivo.

Se incorporó y se puso en cuatro de nuevo, los movimientos típicos del folleteo, pero suave, con toda la polla clavada, yo dándole, empujando y el reculando para recibirme.

Pude ver sus trasparentes gotas de leche derramarse sobre la sabana. Un par de centímetros de fricción en su culo, sacando un poquito el rabo para volverlo a clavarlo hasta las pelotas y Héctor gimiendo y diciendo:

-¡Siiiiiiiiiii! –siseando y gimiendo, todavía quejándose a veces de dolor.

Héctor grito cuando sintió mi polla clavada hasta la raíz hinchándose como nunca en el momento de llenar sus entrañas de leche. Perdí la visión y me mareé, manteniendo el equilibrio, con mi polla clavada en el culo de mi amigo, de forma milagrosa.

Espere a que se bajara un poco la erección relajado y Héctor hizo presión, como para hacer caca, para que mi rabo saliera totalmente de su lindo y caliente culito.

El panorama era dantesco. Mi capullo parecía una bandera, roja de sangre, marrón de caca y blanca de leche. La leche y la sangre fluían en hilillos del abiertísimo agujero oscuro de mi amante amigo.

En silencio, sin mirarnos, nos lavamos.

Estuvimos dos días sin vernos. Rehuyéndonos. Había sido muy fuerte, él había sido mi mujer y los dos éramos maricones, porque una cosa estaba clara, a mí me había gustado follármelo y a el que me lo follara.

Al tercer día, la calentura y el deseo pudieron, como pueden siempre, con el autocontrol y el qué dirán. Éramos una pareja, él era la chica y lo asumía, la poseída, la sumisa, la follada.

Cuando nos besamos, larguísimos besos de lengua de más de diez minutos, se dejaba caer y cerraba los ojos arrobado como las artistas de cine.

Me encantaba. Nos metimos en su habitación y nos desnudamos, me beso, me masturbo, me acaricio todo el cuerpo, me tumbo en la cama boca arriba, me beso los dedos de los pies, las axilas y la polla mientras se lubricaba el hoyito con vaselina.

Se puso sobre mí, apunto la polla en la entrada de su agujerito y se fue dejando caer sobre mi polla.

El momento maravillosos en el que su anillo cedía todavía era nuevo y fantástico para mí. Ese sublime instante donde la cabeza de la polla entra en el esfínter. Se mantuvo en peso y me dijo:

-Soy tuyo. Te voy a hacer feliz.

Continuo dejándose caer, poco a poco, empalándose en mi monstruo que parecía reventar de la erección, se quejaba a veces, se levantaba y sacaba un poco la polla para volver a recuperar el terreno perdido, yo me dejaba hacer con las manos cruzadas en mi nuca, observando su pene con pelillos rubios, pequeño y con el pellejo cubriéndole el capullo, todo tieso, él se apoyaba en mi cintura y se seguía penetrando hasta que llego el mágico momento en que sentí el fresquito de sus nalgas en mis calientes pelotas.

Levanté mis nalgas y busque la penetración total, el me recibió mirándome y pasándose la lengua por los labios, dejándose caer sobre mi pecho y buscando mi boca con su boca para fundirnos en un beso de cine. Unidos por su culo y mi polla y por nuestras lenguas parecía que la corriente fluía entre los dos cuerpos. Unidos, fundidos.

-Me estas follando.

-Te follo porque eres mi mujer.

-Si folla a tu mujer. Métele polla.

-Mi mujer es puta y la follo.

-Soy puta si si.

Con mi polla clavada y cabalgándome comenzamos una incoherente conversación donde las palabras follar, puta, amante, parecían hacer crecer mi polla en el interior de su culo y la calentura en nuestros cerebros.

A partir de ese momento fue una constante en nuestras folladas.

Hablábamos de guarrerías mientras follábamos. Sentía el anillo de Héctor estremecerse y apretarse en mi rabo cuando le decía:

-Puta, te estoy follando.

Estaba asombrado de ver a Héctor sobre mí, cabalgando en mi polla, pidiéndome que le pellizcara los pezoncitos y las nalgas, corriéndose vivo sobre mi barriguita y enculado vivo.

Gozando como nunca lo había visto, siempre había sido discreto en su expresión del placer, pero ahí conmigo, enculado, en la cama los dos, sintiéndose poseído, se soltó y casi me dio envidia su gozo hasta que corriéndome como un salvaje dentro del constate que no tenía nada que envidiarle.

Durante todo el curso, y en absoluto secreto, Héctor fue mi mujercita y vaciaba mis pelotas con sus manos, su boca y su culo en cualquier lugar apropiado.

Al año siguiente volvió a Alemania con sus padres y no lo volví a ver. Pero el monstruo estaba despierto y no había nada en el mundo que lo pudiera adormecer.