Despedida de soltero

Capítulo I

Me llamo Marisa y he de reconocer que desde que conocí al único hermano pequeño del que ahora es mi marido, supe que yo le atraía.

No me extraño que Javi, que por aquel entonces apenas tenia los dieciséis años, se fijara en mí; pues yo, con mis veintidós, ya llevaba bastante tiempo volviendo loco a todo el personal con mi espléndido tipito.

No pecó de inmodestia si les aseguro que desde mi cara angelical, de ojos azules y labios gordezuelos, hasta mis largas piernas (sin olvidarme del firme trasero, ni mi espectacular delantera), atraigo a los chicos como las moscas a la miel.

Pero también les aseguro que desde que comencé a salir con mi novio no he vuelto a flirtear con ningún otro hombre.

Aunque eso no quiere decir que no me sienta halagada cuando alguno se fija en mi.

Por eso tolere las tímidas tonterías de mi futuro cuñadito con bastante indulgencia, ya que sabia que si le contaba algo a su hermano mayor este, con lo extremadamente celoso que es, iba a montar un buen escándalo.

La verdad es que el chico, al principio, se limitaba a espiarme, de forma más o menos disimulada, cada vez que pasaba la velada en su casa.

Todavía recuerdo la cara de pasmo que se le quedo el día que, mientras forcejeaba en broma con mi novio sobre el tresillo, aprovechando la ausencia de sus padres, me abrí completamente de piernas, dejando mis picaras braguitas, y algo mas, a la vista de Javi.

Debió de gustarle mucho lo que vio pues, desde aquel día, le volví a sorprender en más de una ocasión ocupando lugares muy estratégicos para disfrutar de las mejores vistas de mi espectacular anatomía.

Como nunca di muestras de notar su excesivo interés por mí pensé que este desaparecería por si solo con el tiempo.

Aunque lo cierto es que me equivoque del todo.

Durante lo que quedaba del año llegue a acostumbrarme de tal modo a verlo rondando a mi alrededor que ya no me acordaba del interés que tenían mi cuerpo y mi lencería para él, pues se pasaba las horas muertas acechando bajo la mesa a la espera de la oportunidad de verme algo.

También recuerdo aquella vez que me quede dormida en el sofá tumbada sobre los pies de los dos hermanos mientras veíamos la tele, despertándome unas manos que estaban hurgando sobre mis bragas, y que siempre sospeche que fueron las de Javi.

Fue el verano siguiente el que yo considero que saco al fin las cosas de su lugar; pues mi novio insistió en que su hermano pequeño se había ganado el derecho de acompañarnos una semana de acampada a la playa, por haber aprobado con matricula el curso anterior.

Mi relación con mi novio era ya total, pues llevábamos bastantes meses compartiendo cama e ilusiones, pensando ya en cual seria el lugar ideal para construir nuestro futuro hogar, por lo que una semana en compañía de otra persona no nos afectaba demasiado. Pero la verdad es que ese verano Javi estuvo de lo más impertinente y osado conmigo.

Al principio el chico se limitaba solamente a mirarme con sus ojos hambrientos, como de costumbre, pero pronto empezó a enredar al ingenuo de su hermano mayor en curiosas situaciones que casi siempre terminaban con alguna parte de mi anatomía al descubierto.

Lo cierto es que lo hacia tan sumamente bien el condenado que no ha sido sino un tiempo después, cuando todo ha pasado ya, que, al recordar aquellos días, me he dado cuenta de lo bien que nos manejaba para que ninguno de los dos notáramos nada raro.

He de reconocer que mis reducidos bikinis no eran lo mas adecuado para las alegres peleillas en que nos enredaba mi futuro cuñado cada dos por tres; ya que cuando notaba que alguna parte intima de mi cuerpo se había liberado de su frívolo encierro, esta ya solía llevar algún tiempo al aire.

Y no crean que eran solo mis níveos pechos o mis lindos pezones rosas los que terminaban tomando el sol de esta manera, pues eran bastantes las ocasiones en que alguna mano descontrolada se las ingeniaba para descolocar mi escueto triángulo inferior, dejando a la vista una buena parte de mi frondoso bosque privado.

Es ahora cuando me asaltan ciertas sospechas sobre si las osadas manos que recorrieron mi cuerpo esos alegres días de verano, con mi consentimiento, eran de uno o de otro.

Aunque siempre había creído que eran los largos y juguetones dedos de mi novio los que, durante las divertidas peleillas que formábamos los tres ya fuera en la arena o en el agua, se tomaban la confianza suficiente como para estrujar y manosear mis agradecidos senos, ahora lo empiezo a dudar.

Y lo peor es que a menudo le dejaba libertad total para pellizcar pícaramente mis gruesos pezones, por fuera, y hasta por dentro del sujetador.

Y aun hay mas, pues piensen que incluso le permitía juguetear con mi apetecible trasero, o con mi espeso vello púbico, en aquellas ocasiones en que alguna osada mano (y espero de todo corazón que no fueran las de Javi) se introducía bajo el bikini, a la búsqueda de mis dos acogedores orificios, cuando los roces de la peleilla habían caldeado el ambiente.

Eso sí, ahora no me cabe la menor duda de que debía ser mi futuro cuñado el pícaro fantasma que me descolocaba siempre la ropa cuando me quedaba dormida al sol, y me levantaba con algún seno ya colorado por la excesiva exposición a los rayos solares, y a sus ojos.

Yo les aseguro, sinceramente, que no he empezado a sospechar estas cosas, y algunas mas de mi cuñado hasta ahora, ya que siempre lo había tenido por un buen muchacho, algo bromista tal vez, en quien se podía confiar ciegamente.

Por eso, cuando hace poco me insinúo que ya se había encargado el de preparar la sorpresa final de la despedida de soltero de su hermano mayor caí, como una estúpida pardilla, en su asquerosa trampa.

Capítulo II

El muy cuco se hizo de rogar durante bastante tiempo antes de acceder por fin a que le acompañara a su pequeño estudio de la capital, donde se iba a celebrar el gran final de la fiesta.

Allí me enseño la fina tela de gasa que cubría de una pared a la otra, y que serviría, con la ayuda de un par de potentes focos que había junto a la puerta, para hacer destacar la silueta de una de las amigas de Javi, que había accedido a hacer un strip-tease de lo mas intimo para mi novio y el cuarteto de amigos que le acompañarán durante la fiesta.

Aún no se como se las ingenio el truhán para encauzar la conversación de tal manera que al final fui yo la que le sugerí, de una manera totalmente espontánea, que podía ser yo misma la que le ocupara el lugar de su desconocida amiga, para darle al novio una increíble sorpresa. Javi incluso tuvo la desfachatez de obligarme a insistir un poco antes de aceptar, y solo lo hizo con la condición de que yo debía llevar la broma hasta el final, haciendo el strip-tease completo, como si fuera una profesional del espectáculo porno, haciendo así mucho más interesante la gran sorpresa cuando llegara el momento oportuno de descubrir el pastel.

He de reconocer que realmente pase unos días de lo mas entretenidos buscando la ropa ideal para el espectáculo que iba a realizar, y practicando en la soledad de mi dormitorio los movimientos mas adecuados para hacer el baile de la forma más sensual y provocativa.

La noche en cuestión Javi me acompaño hasta su estudio y allí me enseño como debía accionar los focos en el momento oportuno.

Aparte de una banqueta acolchada que me ayudaría durante el numero había dejado también algunas botellas de bebida y aperitivos, para hacer más amena mi tediosa espera.

Al revisar el decorado descubrí dos pequeñas cremalleras doradas en la tela, que no recordaba haber visto la primera vez.

Una estaba a la altura de mi barbilla y la otra a la del ombligo. Javi me tranquilizo al demostrarme que solo se podían abrir desde el interior, y me aclaró que las usaba la otra chica para ver al público antes de empezar la función.

Yo me lo creí todo y, una vez que se marchó a la cena, decidí pasar las horas que me quedaban leyendo las revistas que me había traído y picoteando los aperitivos que me había dejado.

Estos eran todos salados y, cuando me acucio la sed, me di cuenta de que para aplacarla solo tenía a mano bebidas alcohólicas.

Por eso, cuando por fin llegaron todos los chicos de la despedida, bastante borrachos por cierto, yo me encontraba en un estado de euforia como hacía ya tiempo que no tenía.

Mi novio, como no, empezó a exigir mi aparición; y, por supuesto, yo no le defraude.

Los cuatro o cinco amigos que le acompañaban esa noche, nunca he sabido su número con exactitud, se hincharon de aplaudir, y silbar, en cuanto encendí los focos y deje que vieran mi tentadora silueta al trasluz.

La verdad es que el exceso de alcohol logró el milagro de que el baile saliera bastante más sexi y provocativo de lo que había ensayado.

Oír sus piropos, y obscenidades, encendió mi sangre.

Como mi novio era uno de los que más tonterías me decía decidí ver hasta dónde era capaz de llevar su libido y, cuando me quedé desnuda del todo, seguí contoneándome, acariciando mi cuerpo para ver cuanto aguantaba.

Capítulo III

Me quedé de piedra cuando le oí, claramente, ofrecerme mil duros si le daba un beso. Como no soy tonta me di cuenta de que la pequeña cremallera que habían situado arriba estaba precisamente para eso y, muy ladinamente, pensé que me había ganado el dinero.

Así que apague los focos y vi, por primera vez, gracias a la bombilla de una lamparita del comedor, cómo se agolpaban sus siluetas al otro lado de la tela.

Segura de que no me podían ver abrí del todo la cremallera y saque una de mis manos por la pequeña abertura.

Al momento se adueñaron los chicos de ella, llenándola de besos, pero también pusieron un billete de cinco mil pesetas entre mis dedos.

Satisfecha, permití que mi futuro marido pegara su boca a la ranura y le di un beso de antología.

El muy idiota no me reconoció y aúllo, satisfecho como un bebé, cuando di por finalizado el largo y fogoso encuentro.

Me decepciono un poco que ningún amigo suyo ofreciera una cantidad similar por otro beso, pero mi ego se tranquilizó cuando ofrecieron diez mil si les sacaba fuera una teta.

La cremallera de abajo debía ser la que estaba diseñada para esa función, pues era más grande que la de arriba.

Así que cuando la puja subió hasta las quince mil me senté en la banqueta, para estar mas cómoda, y deje que asomara uno de mis pechos al otro lado.

Enseguida me di cuenta de que llevada por la euforia había cometido un grave error, pues al momento noté como un montón de manos se apoderaban rudamente de mi seno.

Yo, que había pensado ingenuamente que solo mi novio me tocaria no supe reaccionar, pues las sombras arremolinadas al otro lado no me permitían saber quien era el que devoraba en ese momento mi sensible pezón, ni a quien pertenecían las manazas que estrujaban el resto de mi seno sin piedad, amasándolo como si fuera jalea.

Mi pobre pecho estuvo más de un cuarto de hora en su poder, recibiendo chupetones y mordiscos por todas partes.

Aunque la verdad es que una vez pasado el enfado, y dolor, inicial llegue a contagiarme poco a poco de su apasionamiento, notando como la excitación empezaba a humedecer mi entrepierna de un modo realmente encantador, mientras mi respiración se agitaba.

Los billetes que me pasaron del otro lado, cuando por fin se saciaron de mi pobre biberón, apenas sirvieron para consolarme de los moratones que iba a lucir durante varios días.

Pero cuando el insaciable de mi novio me ofreció veinte mil pesetas mas por dejarme tocar el culo, decidí que ya se estaba pasando de la raya.

Aun así pensé que perder todo ese dinero le podía servir de escarmiento para el futuro y acepte, a condición de que solo pasara su mano por la abertura. Para ello me aleje un poco de la fina tela, y me apoye en la banqueta, dejando el espacio justo en la cremallera para que solo cupiera un brazo.

El muy zorro quiso aprovechar bien su dinero y, sin apenas deleitarse en mis prietas carnes, dedicó todos sus esfuerzos a hurgar con sus largos dedos en mi orificio mas estrecho.

De haber sabido que era yo la muchacha que estaba al otro lado de la tela no se habría molestado tanto en juguetear con ese pequeño agujerito, pues ya le había dicho, bien claro, que esa era una virginidad que no pensaba cederle, al menos por el momento.

De todas formas pronto desistió del fútil empeño, y deslizó sus dedos por entre mis piernas separadas, para introducirlos a fondo en mi cálida gruta.

Como el puñetero sabe donde tiene que tocar, deje que su hábil y ansiosa mano me llevara al borde del orgasmo, pues era lo menos que podía darle a cambio de todo el dinero que me pensaba quedar.

Capítulo IV

Pero, y todavía hoy no sé si fue por mera casualidad o premeditado, antes de alcanzar el clímax se me cayó el decorado encima.

Me quedé a cuatro patas sobre la moqueta, con la banqueta ubicada bajo mi barriga y la tela cubriéndome como si fuera un fantasma.

Antes de que acertara a reaccionar note como la cremallera se abría del todo, dejando mi trasero desnudo a la vista, y un miembro, ya desnudo y listo para la batalla, buscaba ocupar el privadisimo lugar donde antes había estado la mano de mi futuro esposo. Solo me dio tiempo a gritar cuando el grueso aparato se introdujo en mi interior, hasta el fondo, sin la más mínima delicadeza, perforándome como si fuera un animal salvaje en época de celo.

Me sentía humillada por como mi novio me estaba poseyendo, violentamente, sin él saberlo, delante de todos sus amigos, mientras estos estrujaban ansiosamente mis senos desnudos a través de la fina tela, tironeando al mismo tiempo de mis sensibles pezones sin ninguna piedad.

Cuando por fin eyaculó, abundantemente, después de haberme hecho alcanzar un par de orgasmos, yo estaba ya dispuesta a identificarme por fin, para que pararan de una vez sus amigos con sus rudos sobeteos, pues ya me dolían bastante mis pobres pechos debido a la brutal violencia con que me los pellizcaban y amasaban, como si quisieran ordeñarme.

Pero no llegué a hacerlo pues escuche, sin dar crédito a mis oídos, como mi novio decía claramente a uno cualquiera de sus compinches «no me importa que tu también te cueles, pero recuerda que el culo es para mí».

Al oír esto me di cuenta, por primera vez, que el salvaje que me acababa de poseer había sido uno de los amigos de mi novio, y no este.

No sabia que hacer, ni como debía reaccionar, pues ya tenia otro miembro desconocido penetrándome fogosamente.

Este, que era mucho más largo y grueso que el de mi novio, me hizo alcanzar otros tres orgasmos seguidos, muy violentos, antes de correrse por fin.

Como el último de ellos coincidió con su eyaculación me quede tan cansada que apenas si reaccione cuando mi novio, esta vez casi con toda seguridad, inicio el asalto hacia mí último reducto inmaculado.

Aprisionada por sus amigos y por la tela que me envolvía solo pude quejarme cuando me desfloro el último capullo, de una forma realmente brutal.

Me sentí totalmente desgarrada cuando su afilado ariete penetro salvajemente hasta lo más hondo de mi ser, destrozando mi frágil barrera posterior.

Mis sollozos y quejidos debieron mover la fibra sensible de alguno de sus fieles amigos, y este, apiadándose un poco de mí, me introdujo algo estrecho y alargado en la vagina.

Nunca me he parado a pensar detenidamente qué demonios fue lo que me metió ahí dentro, pero lo manejó con tal habilidad que llegue a disfrutar, como una autentica posesa, con la doble penetración.

No fue mi novio el único de los presentes que me sodomizo aquella noche, pues un par de amigotes suyos también repitieron la novedosa experiencia, descubriendo lo bien que se deslizaban sus aparatos por mi estrecho orificio posterior.

Pero, por suerte, la mayoría utilizó la entrada habitual, algunos de ellos reiteradas veces, para obtener su sucio placer.

Estuve mas de tres horas en tan incomoda postura, recibiendo a mis viciosos amantes uno detrás de otro, mientras los demás recuperaban las fuerzas a base de morderme los senos o estrujármelos, hasta que todos se quedaron sin fuerzas ni ganas de repetir.

Como es lógico perdí la cuenta de los orgasmos que obtuve esa noche, pero fueron tantos, y tan seguidos, que cuando se marcharon tarde un buen rato en conseguir ponerme de pie.

Después, a la vista de las cincuenta mil pesetas extras que habían dejado sobre mi ropa, como magro premio por mis servicios forzosos, no sabía si debía ponerme a llorar o reír, al ver en cuánto valoraba mi futuro esposo mi cuerpo mancillado por él y sus amigos.

La gran boda se celebró tan solo una semana después, tal y como estaba previsto.

Y, aunque nunca he hablado de este sórdido tema ni con mi flamante marido, ni con mi odioso cuñado, no puedo dejar de ver en la intensa mirada de este último un brillo entre lúdico e irónico que me hace dudar de que las cosas se queden simplemente como están.