Capítulo 8
- La guerra del diablo I
- La guerra del diablo II
- La guerra del diablo III
- La guerra del diablo IV: Los fabricantes de sueños
- La guerra del diablo V: Encuentros
- La guerra del diablo VI: Coincidencias
- La guerra del diablo VII: Carne de cañón
- La guerra del diablo VIII: Sueños oscuros
- La guerra del diablo IX: Bajo estas calles
Tokio Japón. Hace dos meses.
Las horas de la mañana transcurrían lentamente para los estudiantes de la escuela preparatoria Juuba. Entre ellos Ami Mizuno, quien escuchaba atentamente la explicaciones de su maestro en turno.
Sin embargo, esa mañana un pensamiento aparecía constantemente en su cabeza impidiéndole concentrarse tanto como acostumbraba, su padre.
En realidad la princesa de Mercurio no sabía que lo había impulsado a regresar o cuanto tiempo pensaba quedarse. Esa era la razón de que no hubiera salido corriendo a contárselo a Serena y a las demás apenas supo que él estaba de vuelta, no quería albergar falsas esperanzas de que su familia se reuniera de nuevo.
Después de todo su padre había vagado por el mundo por años.
¿Qué razón tendría para quedarse con ella y su madre?. Un agudo dolor se clavo en su alma al no encontrar una respuesta para esa interrogante. Entonces supo cuanto anhelaba que él se quedara a su lado, lo deseaba con todas sus fuerzas, si tan solo hubiera algo, cualquier cosa que ella pudiera hacer para que Akira se estableciera… pero ¿qué?.
-¡Señorita Mizuno!.-la recia voz del profesor la saco de su pensamientos para colocarla de nuevo en el salón de clase.
-Presente.-exclamo tomada por la sorpresa. El maestro de física se acercó a su lugar y mirándola con dureza le hablo en tono áspero.
-Espero que haya estado atenta a mis palabras.-le dijo casi amenazante.-Haga el favor de ir al frente y resuelva el problema que esta escrito en la pizarra.- Ami empezó a sudar, no por que le asustara aquella encomienda, sino por la vergüenza de haber sido descubierta en un momento de distracción. Aún así su experiencia como sailor scout le habían forjado un carácter fuerte de modo que, recobrando el dominio de si misma, camino hacia el frente y tomando una tiza se dispuso a resolver el problema elaborado por su maestro, referente a hidrodinámica, pero justo cuando se disponía a iniciar sus cálculos escucho claramente una voz a su espalda.
-Te dije que es solo una presumida.-murmuro alguien.
-No es tan lista como se cree.-dijo otra voz.
-Apuesto que saca esas calificaciones de la cama de los maestros.-Ami estaba paralizada, herida por aquellas palabras cargadas de veneno, sintiendo un sudor frío recorrerle la espalda y una ira creciente naciendo en su pecho. Las voces resonaban cada vez más alto, como si todos gritaran al mismo tiempo dentro de su cabeza impidiéndole pensar con claridad.
-¡Estamos esperando señorita Mizuno!.-nuevamente la voz del maestro rompió la ilusión que había atrapado a Ami y esta se encontró de nuevo frente al problema de física. Pero estaba tan alterada que simplemente no podía ordenar sus pensamientos como para resolverlo.
-¡Siéntese señorita Mizuno!-dijo al fin el maestro, al tiempo que regresaba al frente del grupo, Ami dejo la tiza en su sitio y regreso a su lugar. Su rostro estaba contraído en una mueca de vergüenza y frustración, sus ojos estaban húmedos, a punto del llanto. Pero haciendo un esfuerzo supremo se contuvo y tomo asiento en su pupitre.
-¡Que les sirva de lección!.-dijo el profesor.-¡Nadie aprende nada papando moscas!. ¡No importa lo listos que crean ser!.-aquel fue el golpe final para la princesa de Mercurio, su humillación ante el grupo era completa y nada podía hacer para remediarlo. Cuando la clase termino Ami abandono el salón a toda prisa. Le parecía escuchar las risas burlonas y los comentarios hirientes de sus compañeros detrás de ella, porque si de algo podía estar segura era de que su humillación en clase sería el tema de conversación durante el almuerzo. Esa convicción derrumbo toda su seguridad y la hundió en una profunda desesperación. Sus ojos estaban nublados por lagrimas ardientes que no podía contener, de pronto se encontró sin fuerzas para enfrentar las horas que le restaban de clases y, en un arranque instintivo, se dirigió a los casilleros para tomar sus cosas y salir huyendo de la escuela.
Sin mirar hacia atrás la princesa de Mercurio se alejo de la preparatoria Jubba, poco le importaba dar dirección a sus pasos, era la distancia, el alejarse tanto como fuera posible lo que en verdad le importaba. Así llego hasta la avenida central, las personas que pasaban a su lado eran meras siluetas oscuras. Objetos en el camino. De pronto, una de esas siluetas se cruzo en el camino de la joven y Ami no podo evitar chocar contra ella.
-Disculpe.-dijo mecánicamente al tiempo que se disponía a seguir su camino, sin prestar atención al desconocido que la miraba fijamente con un gesto de sorpresa en el rostro.
-¿Ami?.-dijo el hombre apenas la chica dio un paso. La princesa volvió la cara sorprendida al escuchar su nombre y sintió que el suelo se hundía bajo sus pies al reconocer Akira Mizuno enfrente de ella.
¡PAPA!.-exclamo Ami.-¡¿Qué estas haciendo aquí?!.-interrogo asustada al verse frente a su padre justo cuando escapaba de la escuela por primera vez en su vida.
-Vine a hacer algunas compras.-le respondió Akira con toda naturalidad.-No tenía idea de que hoy salieras tan temprano.-
-¿Salir temprano?…¡Claro!… eso es… hoy salí temprano de la escuela.-mintió Ami para no tener que explicar su presencia en la calle. Su padre la miro fijamente y Ami temió que la interrogara sobre sus ojos enrojecidos, pero Akira solo sonrió dulcemente, como si comprendiera lo que pasaba y no quisiera hacerlo más difícil, tiernamente coloco una mano sobre el hombro de su hija. Quien podía sentir como su presencia iba calmado sus temores como si su padre tuviera el poder de arreglarlo todo.
-¿Qué te perece si vamos a pasear un rato?.-le propuso con toda naturalidad. Ami no supo que responder, una parte de ella le indicaba que debía regresar inmediatamente a la escuela y terminar su jornada de estudios. Pero otra voz, una que nunca había escuchado antes, le decía que esa era la oportunidad de hablar sinceramente con su padre. Además, después del incidente con su profesor no se sentía con ánimos para volver. De hecho ¿porque debía hacerlo?. ¿Solo porque «era lo correcto»?. Toda su vida había hecho lo correcto, lo que todo el mundo esperaba de ella y francamente estaba un poco harta. Finalmente tomo una decisión. ¡Por una vez en la vida Ami Mizuno iba a hacer lo que le diera la gana!.
-Vamos.-dijo al tiempo que tomaba a su padre por el brazo. Al principio caminaron sin rumbo, limitándose a admirar el paisaje urbano, luego Akira se detuvo é hizo una proposición.
-Vamos al viejo parque.-la princesa de Mercurio sintió un leve escalofrío al recordar el sitio del cual su padre le hablaba. A su memoria llego la imagen de un gran parque, lleno de altos árboles y provisto de un lago artificial, a donde solían ir cuando ella era una niña. Ami se sintió invadida por la nostalgia al recordar aquellos días idos y sin pensarlo acelero el paso para llegar cuanto antes a su destino.
Con gran alegría descubrió que el lugar era tan hermoso como ella lo recordaba. Un parque bastante grande, con pequeñas plazas decoradas con kioscos de estilo chino, además contaba con un amplio lago de aguas cristalinas donde los paseantes, sobre todo las parejas de novios, alquilaban botes para remar. El paisaje estaba dominado por árboles de cerezo, aunque también había algunos pinos y robles. Al ver el lugar el rostro de Akira se ilumino y con nuevos bríos asumió el mando del paseo.
Por largo rato padre é hija pasearon por entre los árboles, escuchando el canto de los pájaros, mientras Akira, como en los viejos tiempo, compraba algunas golosinas para ambos helado, algodón de azúcar entre tras cosas.
Al continuar con su paseo Akira le hizo un regalo, un gran globo de material plástico muy brillante con la forma de un calamar. Pese a lo infantil del presente Ami creía estar viviendo un sueño maravilloso, el estar junto a su padre disfrutando de las cosas sencillas como cuando era una niña, y eso la hacia muy feliz. Lo único que le intrigo fue el hecho que su padre parecía seguir un curioso patrón durante su paseo, dando vueltas en círculo o bien caminando en línea recta hasta casi salirse del parque. Era casi como si…
-Vamos al lago.-dijo Akira interrumpiendo los pensamientos de su hija. Quien olvido enseguida las elucubraciones que rondaban por su mente. El camino hacia el lago fue rápido, sin complicaciones, y pronto Ami y su padre abordaron uno de los botes de paseo que estaban atracados en un pequeño muelle en la orilla del lago. Ella se sentó cómodamente en la parte trasera y su padre, con los remos en las manos, en el medio del bote.
Por un rato navegaron en el lago, admirando la belleza de los rayos solares centellando sobre las pequeñas olas que se alzaban a cada golpe de remo, tanto de su bote como de los demás, alejándose hasta llegar al centro del mismo donde una isla artificial reinaba sola sobre las aguas cristalinas. La isla, de unos seis metros de diámetro, estaba decorada con flores y un árbol de cerezo que se erguía en su centro. Lo único que restaba belleza al lugar eran unos letreros con la leyenda «Prohibido desembarcar» clavados a cada extremo de la isla.
-Es un bonito lugar.-comento la chica admirando el árbol de cerezo.
-Si que lo es.-afirmo su padre.-Es perfecto.-sin pensarlo dos veces Akira enfilo el bote hacia la isla y apenas estuvieron lo bastante cerca salto a tierra.
-¡PAPA! ¡¿QUÉ HACES?!.-grito Ami alarmada de aquella trasgresión, al tiempo que miraba en todas direcciones temerosa de que algún otro paseante hubiera sido testigo de la falta de su padre. El cual no parecía preocupado en lo más mínimo, más bien parecía divertido y arrogante, como un conquistador dispuesto a reclamar aquella ínfima tierra. El también miro a todas partes, pero con la intención de admirar el paisaje que se veía desde el islote.
-Ven.-dijo extendiéndole a la mano a Ami. La cual estaba hecha un mar de nervios ante la posibilidad de que alguien informara a las autoridades del parque sobre su delito.
-¡Pero papá, no podemos hacer eso!.-dijo presa del nerviosismo.-¡Tendremos problemas si alguien te ve! ¡Por favor vamonos!.-
-Solo ven conmigo Ami.-suplico Akira ignorando los reproches de su hija.-Por favor.-la princesa de Mercurio quedo callada, mirando la mano extendida de su padre, firme como una roca, que esperaba por ella. Ami miro de nuevo en todas direcciones, no había ningún otro bote en las cercanías, aún así la joven experimentaba una severa angustia ente la idea de cometer una infracción. Su sentido común le indicaba que debía hacer que su padre desistiera de esa pequeña aventura, pero cuando sus ojos se toparon con los de Akira la joven sintió que sus temores desaparecían como por encanto. La visión de su padre, calmado y firme sobre la isla prohibida, la lleno de una extraña fascinación, como si se encontrara ante lo más valioso del mundo y solo tuviera que tomarlo. Finalmente se puso de pie y, lentamente, se acerco al extremo del bote donde su padre la esperaba, tímidamente fue acercando su mano a la de Akira y, antes de que pudiera arrepentirse, sintió que él la alaba fuera de la pequeña embarcación para depositarla en tierra.
Ami cerro los ojos como una niña asustada, angustiada al comprobar que acababa de cometer un delito, pero al final el silencio a su alrededor la hizo mirar. En verdad era un paisaje hermoso, pese a los altos edificios que se alcanzaban a ver por encima de los árboles. Dócilmente dejo que su padre la llevara la centro de la isla, donde él se tumbo perezosamente al pie del cerezo, mientras ella se sentaba entre las flores. Por unos minutos solo el silencio reino en la pequeña isla. Hasta que Ami recordó el motivo de aquel paseo, hablar con su padre.
-Papa…-empezó sintiendo que la voz le temblaba, por el miedo y la emoción.
-Dime Ami.-le contesto Akira con toda calma, recostado contra el tronco suave del cerezo.
-¿Por qué volviste?.-Ami se cubrió la boca con la mano, increpándose a si misma por su falta de tacto, temerosa de que sus palabras hubieran herido a su padre.-¡Estúpida!, ¡estúpida!, ¡estúpida!.-se reprendió mentalmente.
Akira, no obstante, no parecía molesto, ni siquiera sorprendido. Lentamente se incorporo y, sin razón aparente, empezó a aflojar los botones de su camisa. Ami desvió la mirada con las mejillas encendidas de rubor.
-Volví por esto.-le dijo Akira casi en un murmullo. Intrigada la princesa de Mercurio volvió la cabeza y miro pudorosamente el torso desnudo de su padre. No tardo en descubrir algo inusual, algo que no había notado la otra mañana, se trataba de una gran cicatriz de la clase que solo puede hacer un bisturí. Venciendo su pudor Ami se inclino un poco hacia delante y miro directamente al pecho de su padre, alarmada de lo que esa marca podía implicar. Un caudal de preguntas se aglutinaron en su garganta, paro no tenía voz para dejarlas salir.
-Sufrí un ataque cardiaco en Alemania.-confeso lúgubremente Akira, adivinando las interrogantes que su hija se hacía en ese mismo momento. Ami sintió que las fuerzas le abandonaban al conocer ese hecho que representaba su peor pesadilla.-No temas.-le dijo Akira como si pudiera ver el terror que agitaba en su alma.-Me atendieron a tiempo y me colocaron un marcapasos.-
-¿Cuándo fue eso?.-pregunto la princesa con la poca voz que le quedaba después de semejante revelación.
-Hace un año.-Ami no soporto más y hecha un mar de lagrimas se arrojo a los brazos de Akira, recargando su mejilla contra la piel cálida del torso masculino, quien la abrazo con firmeza. De pronto el que alguien los denunciara por estar en la isla del lago dejo de tener importancia.
-¿Por qué no nos llamaste?.-dijo la joven princesa con reproche.
-¿Para decirles que? ¿Qué estaba muriendo?. No había nada que pudieran hacer por mí.-contesto él no sin cierto coraje en su tono de voz.-Además lo merecía.-dijo al final.
-¡¿Cómo puedes decir algo así?!.-replico Ami indignada por aquellas palabras de auto condena.
-Porque es cierto.-reafirmo Akira.-Merecía un castigo por haberte abandonado junto con tu madre.-
-¡Tú no me abandonaste papá!.-replico Ami.-¡Siempre me mandabas cartas muy hermosas el día de mi cumpleaños y bocetos de tus mejores obras!.-Akira sonrió amargamente mientras abrazaba a su hija con firmeza.
-Pero no estuve aquí cuando saliste de la primaria o de la secundaria, no estuve aquí cuando estabas enferma, no estaba aquí cuando dejaste de ser una niña y te transformaste es la bella chica que eres ahora. Por eso volví… para estar contigo.-
-¿Conmigo?.- interrogo Ami levanto la vista para mirar los ojos llorosos de su padre, eran tan cálidos como ella los recordaba.
-Se que ya es tarde para muchas cosas.-dijo Akira con tristeza.-Pero si alguna vez necesitas de mi. Estaré aquí a tu lado. Por siempre.-no hubo más palabras. Ambos permanecieron abrazados, bajo la sombra del árbol, mirando el lago que los rodeaba. De pronto, Ami sintió que su padre daba un respingo y alarmada se aparto de él, temerosa de algo malo le pasara. Pero Akira solo sonrió mientras le mostraba algo que se debatía en su mano.
-Mira lo que atrape para ti.-le dijo mientras le mostraba una enorme libélula que de retorcía al sentir sus alas atrapadas entre los dedos de aquel gigante que invadía su territorio de caza. Ami miro al insecto y sintió lastima por el.
-Déjala ir papá.-solicito motivada por la compasión.
-Tengo una idea mejor.-respondió Akira con una sonrisa casi cruel iluminándole el rostro.-Tómala.-el le extendió al diminuto prisionero. Ami dudo, no solo por lastima, sino porque sentía una repentina repugnancia hacia aquel ser de cuatro alas y cuerpo cilíndrico.
-Tómala.-repitió su padre, esta vez con más autoridad. Ami extendió las manos y sujeto al insecto por las puntas de las alas. Los ojos de la princesa no podían apartarse de aquella pequeña cosa cuyo cuerpo despedía ciertos resplandores metálicos debido a su exoesqueleto. Akira se deslizó hasta quedar a espaldas de su hija y colocando sus manos sobre sus hombros se acercó a su oído.
-¿Recuerdas lo que hacías cuando eras niña?.-murmuro risueñamente. Ami se estremeció al escuchar la voz de su padre tan cerca de ella, perturbándola de una forma extraña, mientras en su mente resurgía un curioso recuerdo. Se vio a si misma siendo apenas una niña de kinder, en una excursión escolar, recordó tener entre sus manos a una gran libélula, como la que su padre acababa de darle, y entonces….
-¿Lo recuerdas?.-
-Si.-dijo ella sintiendo que un hormigueo le corría por todo el cuerpo.-Pero no debo…-
-¿Por qué?.-
-Quiero irme a casa-dijo sin responder a la pregunta de su padre, sintiendo que un temor desconocido surgía en su interior, aunque no por ello sus manos soltaron a su prisionero.
-¿A casa?.-le pregunto Akira con una sonrisa burlona.-¿Sabes? Estoy seguro de que no te gusta estar ahí.- Ami volvió la cabeza y miro a su padre sin comprender sus palabras.
-Yukari te abandono también. ¿Verdad?.-él se acercó más.
-No.-dijo Ami en un susurro.-Ella… es una persona muy ocupada… pero también se ocupaba de mi… es decir… a veces…. cuando tenía tiempo… es decir… yo la entiendo….-tartamudeo Ami sin lograr creer en sus propias palabras.
-Siempre estabas sola en casa. ¿no es cierto?. Sintiéndote triste y esperando que «la importante doctora Mizuno» te mostrara un poco de cariño.-él coloco una mano sobre la nuca de la joven.
-Ella… ella…-balbuceó Ami mientras en su mente aparecía su imagen de niña, sola en casa esperando que su madre llegara o que al menos la llamara por teléfono.
-¿Qué sentías entonces?.-la mano de Akira se cerro, como una araña sobre su presa, sus largos dedos atravesaron el cabello azul de Ami y sus uñas se hundieron un poco en la carne de su cuello. Un escalofrío recorrió la espalda de la princesa de Mercurio, al tiempo que su cabeza empezaba a girar.
-¿Por qué me dices esas cosas?.-pregunto la joven sin poder apartar sus ojos de los de Akira.
-Porque es tiempo de crecer.-él soltó la nuca de su hija y deslizo su mano delicadamente por su rostro.-De hacer todo lo que quieras… y más.- los ojos de Akira estaban llenos de oscuridad, pero al mismo tiempo de una fuerza que Ami nunca había visto en ninguna persona, una fuerza que fluía hacia ella llenándola de sensaciones que le asustaban, pero que al mismo tiempo le atraía como la flama a la mariposa. Ami sintió que algo nacía en su interior, algo que en un principio no pudo identificar, pero que hacia que su piel se tornaba intensamente sensible, en tanto su mente revivía una vez más los recuerdos de aquellos días lejano. Sus pezones se irguieron dolorosamente bajo su blusa escolar, mientas los dedos de su padre le acariciaban el rostro, eran como fuego sobre su carne, sus mejillas ardían de rubor. Solo sus manos estaban heladas, los dedos entumecidos seguían sujetando las puntas de las alas, lentamente Ami bajo la mirada y contemplo a su prisionero, su corazón latía con fuerza dentro de su pecho. Su respiración era cada vez más agitada.
-Hazlo.-murmuro Akira acercándose en su oído.-Se fuerte.-
Las manos de Ami se tensaron y de improviso una de las alas de la libélula fue arrancada de su cuerpo. Los ojos de Ami se abrieron totalmente para contemplar como se retorcía su víctima, como se contraía presa de dolor, como su larga cola de anillos de agitaba de un lado a otro al tiempo que las largas patas de movían frenéticas. Otra ala se desprendió del insecto, Ami sintió que su sangre se calentaba rápidamente ante la visión del suplicio que infringía impunemente a libélula. A su alrededor las aguas del lago parecían más agitadas, como si imposibles corrientes chocaran bajo la superficie. Todo se torno oscuro, excepto por la libélula que parecía despedir su propia luz.
Otra ala fue cercenada. Una extraña mezcla de ternura y deseo inundo el alma de la princesa de Mercurio al comprender el alcance de sus actos, una criatura estaba muriendo en sus manos sin ninguna razón o excusa, simplemente por que ella lo deseaba. Ami se sentía asustada por los sentimientos que se abrían paso desde lo más profundo de su ser, sentimientos que nunca creyó tener, oscuras fantasías que siempre había rechazado emergían ahora como una fuente de negras aguas.
Pero no era el dolor de la libélula, ni sus movimientos agónicos, ni la certeza de que, de algún modo, estaba suplicándole por su vida, lo que hacia latir su corazón. Lo que realmente le excitaba era la exquisita sensación de libertad que sentía en ese momento. Una libertad salvaje que no se detenía ante nada. Ese sentimiento le corría por todo el cuerpo, haciendo arder su sangre, en poco tiempo pudo darse cuenta de que incluso su sexo latía con fuerza y que sus senos estaban duros como rocas.
Con toda calma Ami sujeto la cola del insecto, para tener un punto de apoyo, y lentamente arranco la última ala de la libélula, esta se retorció a causa del dolor mientras la princesa de Mercurio la dejaba caer por tierra. Por un momento la joven contemplo a su víctima tendida en el suelo, agitándose y tratando inútilmente de emprender el vuelo. Aquella visión le produjo a Ami una insana alegría, tan grande que no pudo evitar que una risita cruel escapara de sus labios. Divertida bajo sus manos hasta el insecto y comenzó a despedazarlo con saña, arrancándole las patas una a una, para luego partirlo en dos y finalmente aplastar su cabeza entre los dedos pulgares. Al terminar la joven estaba exhausta, sumida en una deliciosa somnolencia, al tiempo que una mancha candente se deslizaba por entre sus muslos. Dulcemente se recargo contra el cuerpo de su padre y dejo que sus brazos la envolvieran. Claramente pudo escuchar la voz de Akira entonando una especie de canto, tan suave y envolvente que le arrullo en pocos minutos.
Como en un sueño Ami sintió que su padre la levantaba entre sus brazos y, cargando con ella, saltaba dentro del bote para emprender el regreso. La princesa de Mercurio tuvo la impresión que el bote navegaba por aguas desconocidas, aguas que despedían un fuerte hedor a sal, rodeado por siluetas que parecían danzar bajo el bote. Al llegar al pequeño muelle Ami apenas se dio cuenta de que la noche había caído del todo sobre el parque y sobre la ciudad, ese hecho la desconcertó pues no sentía que se hubieran tardado tanto en la isla. Akira y el encargado discutieron unos instantes por el monto del paseo, pues se habían tardado más de lo acordado. Al final Akira pago el recargo y junto con su hija se marcho del lago.
El joven encargado los miro fijamente mientras se alejaban, era muy extraño que fueran los únicos que se hubieran quedado en el lago cuando todos los paseantes lo habían abandonado a causa de las negras nubes que ahora cubrían la ciudad. Meditabundo volvió a la caseta que le servía como oficina y empezó a contar las ganancias del día. Afuera las aguas del lago lucían extrañamente rojas, revueltas y agitadas por sombras que se deslizaban bajo el agua. Desde la caseta el empleado observaba las aguas intranquilo, sintiendo un escalofrío corriéndole por la espalda mientras escuchaba el sonido de pequeñas olas golpeando contra el muelle. Asustado se apresuro a contar las ganancias del día, al terminar tomo el dinero y los libros de contabilidad para macharse a toda prisa. Por alguna razón el lago le parecía ahora un lugar aborrecible.
Ami nunca supo como llegaron a su casa, ni en que momento la depositaron sobre su cama. En su mente danzaban cosas extrañas, aguas profundas, sombras danzantes que le sonreían como si la conocieran, y una monótona canción que se repetía una y otra vez. Solo el chirriante sonido de su reloj despertador pudo sacarla de ese mundo de agua y sombras. Instintivamente la princesa de Mercurio apago el despertador de un manazo y perezosamente se estiro sobre su lecho. Cuando abrió los ojos miro hacia el contador digital, una oleada de pánico la sacudió al ver que eran las 7:45 de la mañana.
-¡NO PUEDE SER!.-grito saltando de la cama. Al hacerlo se dio cuenta de que tenía puesta su pijama, pero ella no recordaba haberse cambiado, la respuesta a ese misterio la hizo sonrojar. Pero no tenía tiempo para pensar en ello. Ami se dio un baño rápido, se seco el cabello y se vistió casi tan velozmente como cuando se transformaba en sailor scout. Sin meditarlo tomo su portafolios y salió de su habitación rumbo a la salida.
-Buenos días hija.-le saludo una voz que la obligo a detenerse.
-Buenos días papá.-respondió haciendo una leve caravana.
-Siéntate. El desayuno esta listo.-dijo Akira desde la cocina. Ami miro nerviosamente su reloj de pulsera.
-No puedo, se me hace tarde.-respondió dando un paso hacia la puerta.
-Tonterías.-replico su padre enérgicamente.-Si no comes algo no podrás estudiar de todos modos. Anda, yo mismo te llevare en el auto a la escuela.- Ami iba a replicar pero su estomago gruño de hambre en cuanto llego hasta ella el aroma de lo que su padre estaba cocinando. Así las cosas termino por sentarse a la mesa. Akira le sirvió unos trozos de pan francés y café con leche. La joven devoro todo con un apetito que la sorprendió aún a ella. Akira la miro sonriente. Tan pronto como Ami termino de comer él tomo las llaves de su auto y juntos salieron rumbo a la escuela preparatoria.
Por el camino Ami noto que varios árboles tenían las ramas quebradas, que había ventanas rotas en varios edificios y que algunos semáforos estaba fuera de servicio. En algunas calles la gente tenía que bajar de la banqueta para evitar los escombros, mientras los encargados de los edificios y algunos comerciantes hacían lo posible por limpiar.
-¿Pero que paso?.-se pregunto en voz alta.
-Anoche cayo una tormenta.-contesto Akira sin darle importancia al asunto. Ami no hizo ningún comentario, sus ojos se paseaban por aquel pequeño desastre, admirando la fuerza que lo había causado, incluso le pareció extrañamente divertido como la gente se asustaba por algo así. Esa mañana le parecía que el mundo estaba habitado por seres pusilánimes… y eso la hizo reír.
Al llegar a la escuela Ami pudo ver que ahí también había algunos daños, aunque nada que impidiera que las clases se llevaran a efecto, varios chicos de los grupos superiores supervisados por alguna autoridad se daban a la tarea de recoger ramas y otros escombros.
Akira estaciono su vehículo frente a la puerta principal.-Nos vemos esta tarde.-le dijo a Ami mientras esta bajaba del auto.
-Hasta luego.-contesto la princesa de Mercurio cerrando la puerta del carro para entrar a la escuela. Con toda calma llego a su salón de clases y entro. Todos sus compañeros hablaban de la fuerte tormenta, de lo que habían escuchado en las noticias y cosas así. Mientras ella abría sus libros para repasar la lección del día anterior. Las clases transcurrieron una tras otra hasta que finalmente el gran reloj de la torre anuncio el descanso.
Siguiendo su rutina Ami se fue a la sala de computadoras, que por suerte no presentaba ningún daño, y se dispuso a sacar algunos informes que necesitaba para sus tareas del día. Sus dedos se movían hábiles sobre el teclado y su disco se iba llenando poco a poco de toda clase de información. Mientras trabajaba, uno de sus compañeros de grupo se acerco a ella y le hablo atropelladamente.
-Ami. ¿podrías ayudarme?.-la joven del cabello azul, miro de reojo al intruso que la interrumpía. Se trataba de Togo, un chico regordete, con la cara picada de acne y grandes gafas de cristal grueso. Ami lo conocía bien, un pobre tonto que no sabía navegar por la red mundial de información, ni tampoco hablaba el suficiente inglés como para comprender lo que decían las paginas web. Nunca antes se había dado cuenta de lo insignificante que era, y de lo mucho que le irritaba su patética presencia.
-Estoy ocupada.-le contesto fríamente volviendo la mirada hacia la pantalla del ordenador. El chico la miro desconcertado. Ella nunca se había rehusado ayudarlo y en ese momento, cerca de los exámenes finales, necesitaba su ayuda más que nunca.
-Por favor.-insistió.-Solo necesito….- Togo no pudo terminar de hablar. Los ojos fríos y duros de la princesa de Mercurio hicieron que las palabras se ahogaran en su garganta.
-¡¿Estas sordo o solo imbecil?!-le grito la chica poniéndose de pie para encararlo.
-Yo… solo quería…-balbuceó asustado.
-¡Querías que yo te hiciera la tarea!. ¿Verdad?.- todos los chicos en el salón dejaron lo que estaban haciendo y fijaron su atención en la discusión de sus compañeros.-¡¿Crees que todo es fácil en la vida?!… ¡¿Qué no tienes más que venir aquí con tu cara de baka para que alguien te ayude por lastima?!. ¡Eres un parásito!-la voz de Ami sonaba cada vez más agresiva, como si a cada momento una su ira fuera creciendo. .
-Pero yo…-Togo callo al darse cuenta de que los otros chicos se levantaban de sus lugares para formar un circulo en torno a él, todos los chicos lo miraban con odio, como si él les debiera alguna afrenta, asustado comenzó a temblar mientras un grito se iba formando en su garganta.
-¡¿Qué esta pasado aquí?!.-grito alguien de pronto. Ami, y todos los presentes, miraron hacia donde procedía aquella voz, se trataba del profesor encargado del área de computo, Yajirobe Ihuchi,. El pobre Togo experimento un momentáneo alivio, casi como si le hubieran salvado… ¿la vida?-
-¡¿Qué esta pasado?!.-repitió mientras se abría paso entre los chicos para llegar hasta donde estaba Togo y Ami, al llegar se dio cuenta de que Togo temblaba como una hoja, mientras que Ami se cruzaba de brazos en actitud retadora.
-¡Vuelvan a sus lugares!-ordeno mirando el circulo a su alrededor.-¡Ahora!.-lentamente todos obedecieron, pero lo hacían apretando los dientes y sin perder de vista a Togo.
-Muy bien.-dijo Yajirobe tan pronto como los otros se marcharon.-¡¿Qué ha pasado aquí?!.-
-Yo… yo solo quería que Ami me ayudara.-dijo Togo casi llorando.
-Y yo le dije que se fuera al diablo.-contesto ásperamente la joven princesa, sorprendiendo al encargado del salón.
-¿No cree que exagero un poco señorita?.-dijo el profesor evidentemente molesto. Ami movió la cabeza a un lado guardando un inexpugnable silencio-Tendrá un reporte por este escándalo.-sentencio Yajirobe mientras regresaba a su escritorio, seguido por Togo quien solo pensaba en marcharse de ahí.
-Idiotas.-pensó Ami al verlos marchar.-Todos son unos idiotas.-temblando de rabia la princesa de Mercurio volvió a su trabajo, pero mientras laboraba su mente se fue llenando de pensamientos extraños. Podía ver claramente la imagen de Togo cayendo por las escaleras de la escuela y escuchar el sonido de su cuello al romperse contra el suelo, su respiración se fue haciendo más y más agitada, al tiempo que en su mente aparecía la imagen del maestro Yajirobe conduciendo su automóvil, de pronto algo lo envestía, algo muy grande, y entonces ella podía escuchar el tronar de sus huesos prensados por el metal y sentir el olor de la sangre caliente que brotaría de su cráneo astillado. De pronto un sentimiento de culpa la invadió, ella nuca habría sido capaz de desear algo así antes, ni a sus peores enemigos. Asustada Ami tomo sus cosas y salió a toda prisa de la sala de computadoras.
El resto de las clases transcurrió con normalidad. Y al fin la campana les marco la hora de salida, la princesa de Mercurio no dudo en irse a su casa enseguida. Necesitaba estar sola, pensar en las cosas que habían pasado por su mente, cosas que la llenaban de miedo pero también de excitación, algo que no llegaba a comprender le estaba ocurriendo; y era algo muy malo.
-Bienvenida.-Ami se sobresalto al escuchar la voz de su padre, normalmente solo la recibía el silencio del departamento, quien sonriente le salía al encuentro.
-Buenas tardes papá.-saludo la princesa de Mercurio haciendo una leve caravana en señal de respeto.
-La cena estará en cinco minutos.-dijo Akira flanqueando el paso a su hija.-Ve a cambiarte y prepárate para probar mis mejores platillos.-anuncio él con orgullo al tiempo que lanzaba un beso al aire, al estilo italiano, la joven rió ante aquel gesto teatral y se marcho directo a su cuarto. Una vez ahí se dio prisa en cambiar su uniforme escolar por una blusa y una falda larga de color azul. Así ataviada se presento en el comedor, donde su padre terminaba de colocar los cubiertos.
-Puntual como toda una dama.-dijo Akira mientras tomaba la mano de su hija.-Mademoiselle me permite llevarla a su mesa.-Ami rió divertida y respondió de igual manera.
-Será un placer Monsieur.-ambos pasaron a la mesa y cenaron lo que Akira había preparado. Después, como siempre, Ami se retiro a su cuarto y se dispuso a estudiar un rato antes de irse a dormir. Sus preocupaciones se habían desvanecido durante de la cena y ahora solo pensaba en cumplir con sus deberes. Las horas corrieron rápidamente y antes de que la joven se diera cuenta el reloj marcaba las 11:00 pm.
-Que tarde es.-se dijo mientras estiraba perezosamente sus brazos por encima de su cabeza. Con toda naturalidad acomodo las cosas de su escritorio y poniéndose de pie camino hasta su pequeño tocador, donde se armo de una botella de shampoo y una toalla.-Necesito una ducha.-pensó mientras salía hacia el cuarto de baño. En su mente las negras ideas de la tarde se habían desvanecido y se sentía tranquila consigo misma. Con toda calma llego hasta la puerta y accionando la perilla la abrió sin pensarlo.
La botella de shampoo rodó por el suelo mientras una ola de calor ascendía hasta el rostro de Ami. No solo el baño no estaba desocupado, sino que sus padres, desnudos bajo la regadera, no estaban bañándose precisamente.
-¡Abre las piernas!.-demandaba Akira con voz ronca a su esposa.-¡Ábrelas que quiero ensartarte.!-ordeno al tiempo que separaba violentamente las hermosas piernas de Yukari, permitiendo que Ami contemplara por unos instantes el sitio por el cual había llegado la mundo, para luego hundir su cabeza entre las suaves columnas.
-Sigue no te detengas!… ¡Aaaahhhhh!.-gimió Yukari al tiempo que echaba su cabeza hacia atrás haciendo resaltar sus hermosos y robustos pechos, de erguidos pezones oscuros, así como su vientre plano. Aquella visión fue una descarga eléctrica que cimbro a Ami de pies a cabeza. Por segunda vez era testigo de la copula de sus padres, solo que esta vez la luz del baño le permitía verlo todo, sus mejillas se tiñeron de rojo y sus ojos se abrieron al máximo para no perder detalle. Mientras la pareja, ajena a su presencia, seguía con sus juegos amorosos.
-¡Ensartame!.-demando la madre de Ami clavando sus uñas en la espalda de su marido.-¡Metemela!… ¡Pronto!…-sin decir palabra Akira coloco sus manos sobre las nalgas de Yukari y la levanto sin problemas para colocarla sobre el lavabo, donde de lanzo se acomodo de inmediato entre sus piernas para hundir su miembro en ella. Yukari gimió de placer y dolor, cuando sus labios íntimos se desplegaron para cobijar la roja cabeza de aquel ariete de carne. El cual se deslizo fácilmente dentro de la cálida y húmeda funda que se le ofrecía. La doctora Yukari gemía de placer, mientras su cuerpo se estremecía de lujuria, al sentirse penetrada por aquel hombre que por tanto tiempo había esperado.
Desde el umbral de la puerta Ami seguía mirando, no podía irse, no podía moverse ni un milímetro, ni siquiera podía desviar la mirada o cerrar los ojos. Algo le ordenaba contemplar aquel espectáculo prohibido, algo le hacia estremecer de emoción al violar la intimidad de sus padres, haciéndola sentir sucia pero también excitada.
-¡Muévete despacio!… ¡Follame despacio!…-suplicaba la doctora con sus piernas trenzadas sobre el cuerpo de Akira, sus labios depositaban besos ardientes sobre aquella piel masculina. Ambos movían las caderas al unísono de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda. El baño estaba impregnado de un aroma almizclado que golpeaba con fuerza en el cerebro a la princesa de Mercurio, mientras miraba como su padre se movía briosamente, con toda la furia de un animal en celo, mientras su madre se convulsionaba enloquecida de lujuria, finalmente los dos se estremecieron violentamente y Ami podo ver un hilillo de liquido brillante resbalar por las piernas de su padre.
En ese momento Akira volvió la cabeza y su mirada se encontró con la de su hija. Solo entonces la joven pudo reaccionar y presa del pánico corrió de regreso a su cuarto. Al entrar cerro la puerta de un golpe y se recargo contra ella, como si esperara que alguien intentara derribarla en cualquier momento. Pero nada ocurrió, ningún golpe llamando a la puerta, ninguna voz acusadora reclamando su presencia. Solo silencio. Tímidamente se asomo al pasillo, pero no había nadie en el, presa del nerviosismo volvió a cerrar la puerta y se apresuro a enfundarse en su pijama para meterse en la cama. Asustada se envolvió con las sabanas como una niña, el silencio a su alrededor se fue haciendo cada vez más intenso hasta que el sonido de su propia respiración le pareció un sifón.
Su mente era un mar de confusión, con mil ideas y sentimientos encontrados brotando sin control.-¿Por qué me quede mirándolos?.-se preguntaba una y otra vez presa del remordimiento. Sin embargo, esa nueva naturaleza que crecía dentro de ella volvió a hacerse presente y sus preguntas fueron cambiando de sentido.
-¿Qué se sentirá hacer el amor con alguien?-se pregunto de pronto.-Serena habla mucho del amor pero no creo que lo haya hecho con Darien, ¿o si?. Sin darse cuenta Ami empezó a imaginar a su rubia amiga, desnuda y penetrada por joven Shiva, luego la imagen cambio y pensó en Mina y en ese chico inglés llamado Armand, a continuación creyó ver a Lita en el mismo trance con aquel chico que tanto mencionaba. Tímidamente paso sus dedos por encima de sus pechos juveniles, notando con se endurecían bajo la tela del pijama, Ami retiro su mano avergonzada de la excitación que la dominaba por momentos y cuya fuente ella conocía bien.
El resto de la noche fue un tormento, no podía cerrar los ojos sin ver los cuerpos desnudos de sus padres, al tiempo que sentía arder su propio cuerpo. Finalmente el sueño la venció y se quedo dormida.
-Ami.-la voz de su madre al otro lado de la puerta fue lo primero que escucho al día siguiente.-Ven a desayunar hija que se hace tarde.-la joven se incorporo en la cama, desvelada y sin ganas de levantarse. Pero no deseaba levantar sospechas sobre su inquietud.
-Voy enseguida.-respondió bajando de la cama. De inmediato se dio cuenta de que sus pantaletas estaban húmedas llenas de sudor… y de otras cosas. Una vez más se dirigió al baño con la intención de asearse. Esta vez no hubo ninguna sorpresa, pues a través de la puerta abierta escucho claramente el sonido de grifo vertiendo agua sobre el lavabo. Ami se asomo al interior y vio a su padre afeitándose con toda calma frente al espejo. La princesa de Mercurio se estremeció al notar que su padre tenía el torso desnudo, por un momento contemplo sus amplias espaldas de músculos bien marcados, interrogándose lo que sería estar atrapada entre sus fuertes brazos.
-No me había dado cuenta de lo guapo que eres papá.-pensó para si misma. Lentamente se acerco a él, quien parecía no notar su presencia, y pudo aspirar el suave aroma perfume de la crema de afeitar. Ami no pudo evitar extender su mano hacia la espalda de su padre, necesitaba sentir el calor que de ella emanaba. Era como si un imán la atrajera, una fuerza misteriosa que no podía entender ni controlar. Pero justo cuando estaba por cumplir su objetivo Akira se volvió hacia ella sonriente y despreocupadamente la saludo.
-Buenos días hija. ¿vas a usar el baño?-Ami se retiro su mano rápidamente y se apresuro a responder lo más ecuánime posible.
-Si… yo necesito lavarme.-dijo atropelladamente. Akira se limpio el resto de la crema de afeitar y abandono el baño con toda tranquilidad. Ami cerro la puerta y se apresuro a bañarse, cada vez más confundida. El desayuno transcurrió normalmente y también el trayecto del departamento la escuela preparatoria Jubba. Al entrar al salón la joven se percato de una leve fiebre que recorría su cuerpo, pero lo tomo como el resultado de su desvelo. Las clases comenzaron y la joven peli azul se esforzó por concentrarse en la lección. El tiempo perecía moverse más lentamente que de costumbre, y Ami no supo cuando comenzó a clasificar a los chicos de su grupo. La mayoría eran simplemente ceros a la izquierda, pero también había algunos que le llamaban la atención, pero no demasiado. Distraídamente miro hacia el frente del salón y fijo su mirada en el señor Otaru Kiseki, su maestro de matemáticas Era un hombre joven aún, de unos 36 años, de complexión atlética y una magnifica posición en el consejo escolar.
-Profesor.-se escucho una voz de uno de los chicos del grupo.
-Si señor Teko.-mientras el muchacho hacia una pregunta relacionada con el tema de la clase, Ami admiraba los rasgos del maestro, era un hombre apuesto, casi tanto como su padre, de rasgos varoniles y una notable seguridad en si mismo. La princesa de Mercurio comenzó a preguntarse si el señor Kiseki sería tan fuerte como parecía y si lo era… como sería estar entre sus brazos, ese pensamiento fue suficiente para que una idea brotara incontenible en su cabeza.
-Folleme.-la princesa de Mercurio se encogió en su asiento temerosa de haber concebido aquella idea, su corazón latía con fuerza dentro de su pecho, sus ojos se pasearon inquietos por el salón de clases, temerosa de haber pronunciado esa palabra en voz alta. Desesperadamente intento volver su atención a la clase para olvidar aquel incidente. ¿Cómo había sido capaz de pensar en «eso»? ¿y con un hombre que podía ser su padre?. Entonces cayo en la cuenta de que eso era justamente lo que lo hacia excitante. descubrir el misterio que rodeaba a un extraño, tomarlo sin saber cual sería el resultado.
Ella lo deseaba.
¿Por qué?. No lo sabía, pero en su mente la idea empezó a expandirse como un incendio. El y ella, solos en alguna parte. Ella inmóvil en la oscuridad mientras él se despojaba de su ropa, dejándole ver su cuerpo esbelto del cual emanaba un aroma a loción de caballero. Podía sentir como la tomaba entre sus brazos y la besaba en los labios. El calor de sus cuerpos desnudos la hizo estremecer más aún.
-¡Aaahhhhhhhhh!.-grito justo en el momento en que el pene de Otaru se abría paso en sus entrañas, mismas que se cerraron en torno a su cuerpo amoroso al tiempo que un torrente se desbordaba desde lo más profundo de su ser. El sonido del timbre dio por terminada la clase. Ami abrió los ojos desmesuradamente, podía sentir un liquido caliente mojando su pataleta, azorada miro a su alrededor, la clase se desarrollaba normalmente, el profesor escribía en el pizarron la tarea para el día siguiente, mientras los demás alumnos tomaban nota. Su vergüenza no tuvo limites al comprender que no solo se había quedado dormida sino que además había tenido un sueño erótico cuyas consecuencias podía sentir en su entrepierna. Por fortuna sus compañeros se mostraron más interesados en recoger sus cosas de las mesas que en su desconcierto.
Ami salió corriendo hacia el baño de señoritas donde fue directamente hacía un lavabo para morarse la cara con agua fría.-¿Qué me esta pasando?.-se pregunto en el espejo. Lo ocurrido en el salón era una locura, algo que nunca le había pasado, pero saberlo no le servía de nada. De hecho entre más intentaba pensar en otra cosa más claramente acudía aquella fantasía a su cabeza. Más tarde, después del descanso, la clase volvió a reunirse en el salón y todos se prepararon para la última lección del día, inglés. Ami tomo su lugar dispuesta a no pensar en otra cosa que no fuera la lección, si tan solo no se sintiera tan débil a causa de la fiebre que le quemaba por dentro. La clase dio inicio y Ami trato de seguir las explicaciones de su maestra.
Pero al poco tiempo se descubrió elaborando toda clase de estrategias para acercarse al maestro Kiseki, hacerle el almuerzo, pedirle ayuda con cualquier pretexto, invitarlo a salir, ofrecérsele abiertamente si era necesario. Todo era aceptable si ambos terminaban como en su sueño, desnudos en algún lugar, Ami estaba a punto de lanzar un grito para expulsar de su cabeza aquellas ideas cuando el timbre volvió a sonar. Apresuradamente tomo sus cosas y salió del salón a toda prisa, no deseaba que nadie se le acercara. Solo quería llegar a su casa lo antes posible.
-¡Ami!.-escucho una voz llamándola apenas salió de la escuela. Ahí estaba su padre, sonriente y recargado junto a su auto. Por un instante la joven pensó en escapar, pero se dio cuenta de que tendría que explicar esa aptitud más tarde, cosa que no deseaba hacer, tímidamente a acerco a su progenitor y le saludo respetuosamente.
-Buenas tarde papá.-
-Vamos a casa.-dijo Akira abriendo caballerosamente la puerta de su auto. Al subir al auto Ami se tranquilizo casi de inmediato, como si todo dejara de tener importancia. Akira se coloco en el asiento del conductor y sin decir nada se puso en marcha.-¿Estas bien?-le pregunto de pronto, sin dejar de ver el camino.
-Yo… me siento un poco enferma.-contesto la joven percatándose de que aún tenía algo de fiebre.
-Le diré a Yukari que te examine cuando lleguemos.-dijo preocupado.-Sería una lastima que no pudieras acompañarnos mañana en la noche.-
-¿Acompañarlos a donde?.-pregunto Ami sorprendida. Por toda respuesta Akira le extendió un papel que ella leyó con interés.
-«Gran festival de Izanami. Mañana en la bahía de Tokio. Música, juegos, bailes tradicionales y modernos, payasos, entrada gratis las primeras 100 personas.».-Ami se quedo meditativa. Sabía que Izanami era la diosa del mar que, según la mitología japonesa, dio a luz todas las cosas del mundo. Pero no había oído hablar de una feria en su honor que se realizara en la bahía de Tokio, además las fechas del calendario ceremonial no correspondían.
-Será divertido.-comento Akira en voz alta.
-Pero papá… la fiesta de Izanami es hasta dentro de dos meses.-replico Ami.
-¿En verdad?. Bueno supongo que solo le pusieron ese nombre por nombrarla de algún modo.-dijo él encogiéndose de hombros.
-¿Tu y mamá piensan ir?.-pregunto la joven interesada en las actividades de su familia.
-A decir verdad sí.-confeso Akira sonriente.-Tu madre y yo nos conocimos en un festival hace años, y pensamos que sería divertido ir a uno ahora que hemos decidido volver. Por supuesto esperamos que vengas con nosotros.-la princesa de Mercurio experimento una peculiar alegría que la hizo olvidar los «pequeños accidentes» del día. Aquel era el primer evento al que su familia iría junta, lo cual lo hacía una oportunidad perfecta para que ella aportara un poco en la reconstrucción de su familia.
-¡Vamos papá!.-exclamo con un entusiasmo casi infantil que hizo sonreír a su padre. Más tarde, después de darse un baño, Ami permitió que su madre la examinara detenidamente y al final escucho su diagnostico.
-Tienes un leve resfriado.-dijo la doctora con toda tranquilidad.-Necesitas descanso y tomar muchos líquidos.-
-¿Podré ir al festival con ustedes?.-pregunto ansiosamente la joven peli azul.
-No lo se Ami.-respondió Yuikari pensativa.-No tienes nada grave, pero la brisa del mar podría hacerte daño.-
-Pero quiero ir.-replico Ami con infantil terquedad.-
-Vamos querida.-intervino su padre en su auxilio.-Ami es una chica fuerte y no creo que un resfriado sea para tanto.-
-¡Por favor mamá!.-Yukari miro alternativamente a su esposo y a su hija y al final se encogió de hombros dándose por vencida.
-Esta bien. Pero tendré que aplicarte una inyección de antibiótico para prevenir cualquier eventualidad.-
-De acuerdo.-dijo Ami sin dudar. Yukari preparo una jeringa y una ampolleta de color verde.-Date la vuelta.-ordeno mientras mojaba un pedazo de algodón en desinfectante. Ami obedeció de inmediato pero cuando se disponía a subirse la falda recordó que su padre aún estaba en el cuarto.
-¡Papá.-le increpo de pronto. Al tiempo que lo empujaba fuera de su cuarto.-¿Te importaría dejarnos solas un momento?.-Akira la miro sorprendido, era la primera vez que le hablaba en ese tono, pero comprendiendo su pudor se marcho enseguida. La inyección fue algo dolorosa pero nada que una estudiante de preparatoria no pudiera afrontar.
-Recuéstate y descansa.-ordeno Yukari con toda su autoridad materna y medica.-Te revisare por la mañana y si estas mejor podrás acompañarnos.-
-Estaré bien.-dijo Ami mientras se cambiaba de ropa para acostarse. Cosa que hizo casi enseguida, el sueño llego casi de inmediato y la princesa de Mercurio se hundió en un profundo sopor. En el transcurso de la noche una extraña mezcla de sueños pasaron por la mente de Ami, algunos eran visiones distorsionadas de su pasado como estudiante y como Sailor, otros eran imágenes eróticas y violentas que no alcanzaba a definir con claridad. Pero lo más intenso fue una visión oscura donde ella nadaba en compañía de incontables sombras, siluetas deformes que cantaban una extraña canción bajo las heladas aguas, mientras la acompañaban hasta las ciclópeas puertas de una ciudad hundida que se abrían para darle la bienvenida.
Las voces de las sombras se hacían más claras aunque no por ello más comprensibles, solo alcanzaba a distinguir palabras sin sentido como ¿Ryeh?… ¿Thooloo?, pero nada más. Al final todo se desvaneció con los primeros rayos del sol. Ami se levanto y llevo a cabo su rutina habitual, para luego ser llevada por su padre a las puertas de la preparatoria Jubba. La jornada fue totalmente normal, sin ninguna visión o pensamiento raro que le perturbara. De hecho se sentía tan llena de energía como pocas veces en su vida. Finalmente llego la hora de salida y sin perder un momento corrió hacia la salida para encontrarse con su padre, quien la esperaba con una amplia sonrisa iluminándole la cara. Sin perder tiempo regresaron al departamento donde Yukari ya los esperaba ataviada con un kimono bellamente estampado con flores multicolores.
-Te ves preciosa mamá.-dijo Ami admirada de lo bella que lucía su madre con aquella ropa tradicional.
-También hay algo para ti.-le dijo Akira al tiempo que señalaba un gran paquete colocado sobre la mesa del comedor.
-¿Para mí?.-pregunto retóricamente mientras se apresuraba a llegar al mesa y cortar las cintas que ataban el paquete. Sus ojos se iluminaron como estrellas al admirar el inmaculado kimono blanco que descansa en el interior, sin poder evitarlo lo saco de la caja y colocándolo sobre su cuerpo comenzó a danzar por el departamento.-¡Es hermoso!. ¡Gracias papá!.-
-También agradece a tu madre.-aclaro Akira.-Ella lo escogió para que te quedara perfecto.-
-¡Gracias!.. ¡Gracias!…-dijo Ami con los ojos lloroso antes de salir corriendo hacia su cuarto para vestirse inmediatamente. Al llegar se despojo de su ropa civil y se apresuro a ponerse el traje ceremonial. Justo como su padre le anunciara le quedaba perfectamente, ajustándose a su cuerpo como si hubiera sido creado para ella, la princesa de Mercurio admiro su imagen y se sonrojo un poco al pensar en lo hermosa que se sentía en ese momento.
Al volver a la sala encontró que su padre también portaba un orgulloso kimono que lo hacia ver como un samurai de los tiempos antiguos, al verla aparecer ambos, Yukari y Akira, le hicieron una reverencia como si fuera una aparición celeste.
-Hermosa.-dijo Akira tomándola de la mano.-Esta noche no hay nadie más bella que tú.-Ami se sonrojo de nuevo. Más tarde la familia Mizuno abordo el vehículo de Akira y emprendieron el camino hacia la bahía de Tokio. Por el camino Ami tuvo la curiosa sensación de que su padre daba demasiadas vueltas, como si no supiera el camino, pero desecho la idea cuando vio ante ellos las luces de grandes reflectores cuyos ases luminosos parecían tocar el cielo nocturno. El cual estaba ya iluminado por las brillantes estrellas y una enorme luna roja. Ami se sintió muy emocionada de poder compartir aquel momento con sus padres.
-Hemos llegado.-anunció triunfante Akira apagando el motor de su vehículo. Poco después la familia entro al festival donde Ami pudo ver un sin fin de puestos formando una estrecha calle. Se podían encontrar todo tipo de cosas y diversiones, había de juegos tradicionales como atrapar peces con redes de papel así como otros más modernos donde se disparaba con rifles de diabolos a pequeños patos atrapados en una banda sin fin. Sin faltar los puestos de comida de todo tipo, desde pulpos y calamares asados sobre las brasas hasta salchichas tipo americano, algodones de azúcar, helados y palomitas de maíz. El aire estaba lleno de una cacofonía casi ensordecedora, donde se mezclaba la música de los juegos mecánicos, con las voces de los vendedores y las risas de los asistentes. Mientras grandes anuncios lumínicos indicaban el lugar del carrusel, los autos chocones y las casa encantadas, a cuyas puertas jóvenes vestidos de fantasmas anunciaban macabros viajes por sus interiores. Pero sin duda la estrella del festival era una descomunal montaña rusa, decorada con algunos elemento que le hacían ver como un enorme pulpo.
-¿Dónde iremos primero?.-pregunto Ami ansiosa por empezar la diversión. Durante las siguientes horas la familia Mizuno recorrió casi todos los juegos de la feria, comieron un poco de todo, y Akira gano un oso de felpa para Yukari en el tiro al blanco. Finalmente dieron varias vueltas en la gran noria de la feria. Al terminar Ami empezó a sentir un cierto malestar pero estaba demasiado alegre como para permitir que algo así la detuviera.
-¿Qué les parece si vamos a la casa encantada?.-propuso de pronto Akira señalando la escasa fila que esperaba turno en aquel juego. Ami no mostró mucho entusiasmo ante aquella propuesta, pues dadas sus experiencias como Sailor Scout aquel lugar tenía poco que ofrecerle, pero como no podía explicar eso a sus padres, ni tampoco quería echar a perder la diversión termino por aceptar. Mientras caminaban hacia la casa encantada Ami noto que el número de gente iba en aumento, de pronto se sintió amenazada por la gran cantidad de helados, salchichas y algodones de azúcar que la gente sostenía descuidadamente entre sus manos, bastaría un solo tropiezo para que su inmaculado kimono quedara manchado con alguna cosa. Pero extrañamente cuando ella se acercaba la gente parecía hacerse a un lado, no demasiado, pero si lo suficiente para permitirle un paso seguro.
Al llegar a la taquilla la princesa de Mercurio se quedo sorprendida al ver el curioso aspecto del encargado de la casa encantada, era un hombre de edad incierta, bajo de estatura y muy grueso, cuyo aspecto deforme apenas le permitía usar la ropa que traía puesta. Su cráneo estaba extrañamente estirado hacia atrás, su piel presentaba un insano color azuloso y unos ojos saltones parecían nunca parpadear. Cuando aquel hombre extendió la mano para tomar sus boletos, Ami se estremeció al ver que su deforme brazo terminaba en una zarpa de dedos muy largos y unidos por un membrana, como la mano de una rana.
-Es solo un disfraz.-se recordó a si misma para con reproche. El hombre-rana los acomodo al frente del pequeño convoy que pronto entraría en la casa encantada y se retiro para acomodar a otros clientes en los vagones de atrás..
-¿Asustada?.-pregunto Akira notando su nerviosismo.
-Un poco.-confeso Ami.-La verdad no me gusta este juego.-
-Ya veo.-dijo su padre reflexivo.-Te diré algo. ¿por qué no cierras los ojos?-
-¿Cerrar los ojos?.-dijo la joven casi indignada.-Papá ya no soy una niña.-
-Entonces canta.-le interrumpió con firmeza.
-¿Cantar?.-replico Ami ante aquella idea que le parecía más ridícula que la anterior.
-Es lo tú padre y yo hacíamos cuando entrábamos a este juego.-intervino Yukari con una amplia sonrisa.-Es divertido.-
-¿Pero que puedo cantar?.-interrogo la princesa cediendo a las sugerencias de sus padres.
-Tengo una idea.-dijo Akira justo cuando el carro inicio la marcha.-Solo repite lo que yo diga.-el paseo inicio, al cruzar el umbral de la casa todos los sonidos de la feria desaparecieron, y lo primero que salió a su encuentro fue una total oscuridad. Contrariamente a lo que Ami esperaba no apareció ante ellos ningún muñeco o persona disfrazada, aunque algo le decía que no estaban solos dentro de aquella masa oscura. Solo el sonido del carro deslizándose sobre los rieles los acompañaba. En ese momento escucho la voz de su padre sentado a su lado.
-¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn! ¡Iä! ¡Iä!.-Ami se quedo sorprendida, aquellas palabras le recordaron sus sueños submarinos, pero además la forma en que su padre las recitaba las hacia sonar como algo muy poderoso, algo ajeno a todas las lenguas que el hombre había hablado en el correr del tiempo. Pero eso era imposible.
-Canta Ami.-le dijo la voz de su madre desde la oscuridad.-Canta para que no te atrape el cocó.-torpemente la joven intento repetir la primera estrofa.-
-¡Iä!.¡Iä! ¡Toolo!.. Fhatag! ¡Iä!… ¡Iä!.-dijo torpemente y sin entusiasmo.
-No lo estas intentando.-le interrumpió Akira.-Hazlo de nuevo.- Ami se sentía avergonzada por aquel acto tonto, pero su deseo de que todo saliera perfecto la hizo a realizar un nuevo intento.
-¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn! ¡Iä! ¡Iä!.-no bien había terminado de pronunciar aquellas palabras Ami sintió que la cabeza le daba vueltas al tiempo que su cuerpo perdía toda su fuerza, incluso el mantenerse correctamente sentada comenzó a serle difícil.
-Perfecto.-escucho decir a su madre, cuya voz parecía venir de muy lejos.-Sigue así.-en ese momento una luz se encendió en la oscuridad y ante ellos apareció una extraña escena, un extraño paisaje submarino, donde escalofriantes seres verdes provistos de ojos saltones y labios fofos danzaban al compás de largas flautas doradas, sosteniendo en sus manos extraños instrumentos rituales adornados con rubíes y diamantes. Ami veía borrosamente el espectáculo que se desarrollaba frente a ella, como si lo contemplara a través de un cristal defectuoso, y sonrió pues aquella escena, aunque grotesca no le impresiono. La oscuridad volvió a envolverlos solo que ahora la música de la flauta los seguía de cerca.
-¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn!! ¡Phnglui mglwnafh Cthulhu Rlyeh wgah-nagl fhtagn!.-continuo cantando la princesa de Mercurio, siguiendo el ritmo de las largas flautas doradas, al tiempo que se hundía en una pesada languidez, el no saber el significado de las palabras había dejado de tener importancia. A su paso las luces se fueron encendiendo a intervalos dejándoles ver cosas aún más extrañas, todas relacionadas con el mar, grandes medusas y cangrejos, delfines que, por alguna razón, tenían un aspecto amenazante, sin faltar sirenas y tritones de aspecto deforme y repugnante que se movían caprichosamente frete a una coreografía de una ciudad hundida.
A su alrededor Ami creyó ver otras figuras más allá de las sombras ejecutando extrañas danzas y acompañando su canto con voces semejantes al croar de las ranas. La luz se encendió totalmente y esta vez lo que apareció ante ellos fue una gran figura donde se mezclaban horriblemente la silueta de un pulpo con la de un gran sapo. Cuyos brazos se extendían hacia el carro, al tiempo que sus dedos mecánicos se abrían y cerraban compulsivamente. La joven pudo escuchar una serie de gritos a sus espaldas cuando la figura se movió y los tentáculos que formaban su barba se estiraron hacia los paseantes. Por un momento el tiempo pareció detenerse, Ami tenía los ojos fijos en aquella cosa, recorriendo su monstruosa figura con una extraña mezcla de miedo y fascinación. Observando sus tentáculos danzar frente a ella como si la llamaran de una forma que solo ella entendía.
-¡Phnglui mglwnafh Chtulhu Rlyeh wgahnagl fhtagn!.-grito perdiendo totalmente la compostura, mientras extendía los brazos hacia la cosa que se acercaba. No bien había terminado de cantar aquella estrofa la princesa de Mercurio sintió un hormigueo recorriendo todo su cuerpo, como las patas de cientos de insectos corriendo bajo su kimono blanco. Un rubor intenso le tiño las majillas al notar que aquella sensación tenía su origen en el punto más profundo de su vagina. De pronto las luces de la feria y la música se dejaron escuchar de nuevo. El paseo había terminado.
Ami miro desconcertada a su alrededor, casi se sentía frustrada por no haber podía tocar a la bestia de la casa encantada, aunque se daba cuenta de lo ridículo que eso parecía. El empleado los libero de los amarres de seguridad y la familia bajo del carro.
-Eso estuvo bueno. ¿No lo crees Ami?.-interrogo Akira estirándose perezosamente.
-Si… er…. ¿a dónde vamos ahora?.-interrogo la joven aún aturdida por el paseo.
-Creó que ya es muy tarde.-comento Yukari consultando su reloj.-Será mejor que regresemos a casa.-
-De acuerdo.-dijo Akira mirando distraídamente hacia el cielo nocturno.-Pero antes demos un paseo por la playa. Será divertido.-la familia se puso en marcha sin volver la vista atrás. El encargado de la casa encantada los miro alejarse y de inmediato apago las luces de su local. Con manos temblorosas coloco el letrero de «Cerrado» junto al carro de paseo, al hacerlo algo llamo su atención, sus ojos se iluminaron con una insana satisfacción al ver la sangre fresca escurriendo por los asientos del carro.
Mientras tanto la familia Mizuno ya casi había llegado a la playa. Detrás de ellos se escuchaba el rítmico sonido de los tambores ceremoniales colocados sobre altas torres de madera a un lado de la feria.
-Busquemos un buen lugar.-dijo Akira levantando la vista hacia el cielo nocturno. La playa iluminada por la luna tenía un aspecto misterioso, punteada aquí y allá por sombras que podían ser personas, rocas o gaviotas volando sobre la arena. A la distancia Ami creyó distinguir una fogata, acaso una fiesta de adolescentes, y escuchar algunas notas de música moderna. Pero Sus padres se alejaron de inmediato de aquel sitio y se internaron más en la solitaria playa.
-¡Aquí!.-exclamo Akira deteniéndose de pronto.-Este lugar es perfecto.-
-¿Perfecto para que?-interrogo Ami desconcertada.
-Tu padre ve a enseñarte un truco.-le aclaro Yukari con el semblante pálido.
-Quítate los zapatos.-pidió Akira sin mayores preámbulos. Ami miro a su madre de reojo y esta asintió con una leve inclinación de cabeza. Resignada la chica peli azul se despojo de sus chancletas de madera y de las delicadas calcetas blancas que hacían juego con el kimono.-Ahora cierra los ojos-ordenó Akira. Ami obedeció y de inmediato escucho a sus progenitores cantar nuevamente aquellas estrofas incomprensibles.
¡Iä! ¡Iä! ¡Cthulhu fhtagn!! ¡Phnglui mglwnafh Cthulhu Rlyeh wgah-nagl fhtagn!.-gritaban frenéticamente una y otra vez mientras los tambores resonaban a lo lejos.
Ami empezó a percibir el lejano sonido del mar, pero no era solo el sonido del agua sino de algo que se movía bajo ellas. Aquel sonido se fue haciendo más y más claro hasta que de pronto las gaviotas comenzaron a dar graznidos enloquecidos al tiempo que agitaban sus alas para emprender el vuelo. Asustada por aquellos graznidos de alarma la princesa de Mercurio abrió los ojos y se encontró de frente a un panorama desconcertante y aterrador. El cielo nocturno estaba ahora encapotado de nubes rojas que eran surcadas de un lado a otro por espantosos relámpagos de luz negra cuyo resplandor iluminaba las embravecidas aguas. De pronto Ami cayo en la cuenta de que había algo más en el agua, figuras extrañas que nadaban hacia la playa, braceando sin problemas entre las olas nocturnas. Figuras deformes de cráneos alargados y manos semejantes a zarpas de rana.
Todo el lugar resonaba con el sonido de voces inhumanas que se elevaban por sobre el rugido del mar. Ami busco con la mirada a sus padres y los encontró frente a ella, arrodillados como si le adorasen de alguna forma, mientras cantaban casi tan frenéticamente como las sombras marinas. Los cantos se hacían cada vez más fuertes, penetrando en la oídos de Ami y llegando hasta la medula de sus huesos hasta que ella misma empezó a cantar de nuevo aquella canción aprendida hacia solo unos momentos.
-¡Phnglui mglwnafh Chtulhu Rlyeh wgahnagl fhtagn!.-grito con todas sus fuerzas, sintiendo que su sangre ardía con cada silaba que le salía por la boca. Entonces una ola enorme se levantó frente a ellos con un rugido similar al de una bestia inconcebible. Aquella ola atrajo sobre si un monstruoso relámpago negro que la dejo ciega durante algunos instantes. De modo que no pudo ver cuando aquella montaña de agua cayo golpeo la playa con todo su poder. Solo sintió como una fuerza infinitamente superior a ella la arrastraba y la hundía en el abismo más profundo del mar. Mientras caía en el abismo Ami sintió que su ropa se disolvía en el agua helada, del mismo modo que un algodón de azúcar dentro de una boca hambrienta. Al abrir los ojos miro frente a ella a un ser de pesadilla, idéntico al monstruo de la casa encantada pero mil veces más grande, con tentáculos que se movían frenéticos de un lado a otro. Pero al igual que antes Ami no sintió ninguna angustia o temor, antes bien se lleno de una antinatural fascinación por aquel monstruo más viejo que el mundo.
-Gran Chtulhu.-dijo en un murmullo. Los tentáculos de la bestia formaban una masa que ocultaba la verdadera forma de su dueño, como una mascara formada por cientos de largos estambres. De pronto la cosa pareció percibir la presencia de Ami y varios de sus tentáculos se acercaron a ella con gran velocidad, para enredarse en sus muñecas y en sus tobillos sujetándola con tanta fuerza que casi le rompían los huesos. Luego vinieron otros tentáculos y empezaron a palpar el cuerpo de Ami, deslizándose lentamente por sobre su piel, provocándole dolorosas sensaciones a causa de las ventosas de cada tentáculo que se aferraban a la carne de la princesa y tiraban de ella como si fueran a despedazarla.
Algunos de los largos pólipos parecían recubiertos de una extraño pelaje que resultaron ser incontables espinas que perforaban la piel de Ami a cada toque, hasta que el agua a su alrededor empezó a teñirse de rojo. Justo en ese momento algo se acerco a la joven cautiva, algo enorme que se detuvo a escasos metros de ella, lentamente Ami levanto la cabeza y se vio frente a un enorme disco de cristal rojo en cuyo interior se movía lentamente una especie de alargado y negro cuerpo que al fin se detuvo apuntando en su dirección.
La princesa de Mercurio miro extasiada el circulo rojo y la negra línea que lo atravesaba, antes de comprender que se trataba de un ojo, un ojos enorme que la miraba intensamente. En ese momento los tentáculos se volvieron más agresivos y comenzaron a acariciar sus pechos desnudos de su víctima, que de inmediato se endurecieron en respuesta al incesante chupeteo de cientos de ventosas. El cuerpo de Ami se estremeció por el lascivo contacto de aquellos apéndices que parecían besarla por todas partes. El gran ojo miraba la escena con un brillo singular que denotaba su interés. Ami no pudo evitar sentirse excitada bajo las caricias de los cientos de tentáculos, pero sobre todo por saberse observada por aquel ser más viejo que las estrellas del cielo.
Apenas percibió el doloroso contacto de varios tentáculos deslizándose libremente por su entrepierna, lamiendo cada centímetro de su vulva y del entre pliegue de sus nalgas, tocando bruscamente los delicados huecos de su intimidad, tocando y hurgando como los dedos un niño curioso. Todo bajo la mirada de aquel ojo que nunca parpadeaba, bajo su mirada Ami experimento la violación de cada secreto guardado en su mente así como la corrupción de cada sueño que anidara en su alma. Dejando el campo libre para el nacimiento de los oscuros deseos… que a su vez se mezclaban con cosas más terrible y oscuras emanadas desde aquel ojo gigante.
Entonces los tentáculos comenzaron a moverse más rápido, estrujando con ansia salvaje los blancos pechos de Ami mientras otros luchaban por abrirse paso entre los delicados labios de su intimidad. La princesa de Mercurio se cimbro al sentir como cientos de afilados pólipos hurgaban en sus entrañas, como cientos de ventosas mordían su carne y succionaban sus pechos, sus piernas y su sexo. De pronto un gran tentáculo se abrió paso entre los demás y frenéticamente empezó a forcejear entre los labios de la vulva hasta que termino por hundirse en ella de un solo golpe al tiempo que otros más pequeños intentaban seguirlo hacia las entrañas de su presa..
-¡Aaaaayyyyyyy!…- grito la joven sintiendo como su cuerpo era invadido por aquellos apéndices infernales, que pronto empezaron a frenético mete y saca que amenazaba con despedazarla. Pero la mezcla de dolor y excitación empezaron a rendir frutos y poco a poco un placer diabólico empezó a sacudir el cuerpo de Ami. El frenesí de los pólipos estaba desatado y pronto la princesa de Mercurio sintió que varios de ellos se abrían paso entre los pliegues de su esfínter, al tiempo que uno más le forzaba los labios de su boca para entrar por su garganta. El sabor de aquella cosa era espantoso pero la lujuria que emanaba del ojo hizo que la joven terminara por encontrar un obsceno gusto en aquella cosa, que termino lamiendo y devorando ansiosamente.
-Tuya… tuya….-repetía mentalmente la joven incapacitada para gritarlo pero deseosa de que su mensaje fuera captado por su nuevo amo. Su cuerpo se retorcía a cada embestida, el extraño sonido que producía aquel apéndice al chocar contra la tierna carne de la joven era lo único que se escuchaba. Los ojos de la princesa estaban llenos de lagrimas a causa del dolor que la sacudía por el interminable número de tentáculos que penetraban en ella… pero también por el placer que estos mismos le proporcionaban a cada arremetida. Al final Ami cerro los ojos y se abandono totalmente a la voluntad de la criatura. Su cabeza giraba violentamente y todo lo que podía sentir era su cuerpo rodeado por aquellos incontables brazos húmedos cuyas bocas mordían cada centímetro de su cuerpo. Entonces la princesa de Mercurio experimento un violento espasmo cuando aquella cosa deposito su simiente dentro de ella.
-¡AAAAAYYYYYYYY!.-grito Ami sintiendo que su carne y su alma ardían como el fuego mientras oleadas de veneno negro entraban en ella por todas partes. Entonces las fuerzas que la sostenían se desvanecieron y la joven princesa cayo sobre la arena de la playa. Su respiración era ahogada y su cuerpo estaba desprovisto de toda energía. Frente a ella sus padres la miraban sonrientes y sin mediar palabra le tendieron los brazos para ayudarle a incorporarse. Al hacerlo Ami se dio cuenta de que estaba vestida y sin el menor rasguño, y de que el cielo era tan claro que la luz de la luna casi opacaba las luces pirotécnicas que en ese momento eran lanzadas desde la feria.
-¡Quiero irme ahora!.-grito Ami asustada sin importarle lo que sus padres pudieran pensar de ella. Los esposos se miraron entre si y en sepulcral silencio emprendieron la marcha hacia el estacionamiento. Por el camino nadie dijo una sola palabra. Al llegar al departamento Ami tuvo que aceptar la ayuda de su madre para llegar hasta su habitación, y más aún para despojarse del ajustado kimono blanco. Su madre le fue despojando poco a poco de las prendas, con tanto cuidado que le resultaba exasperante, pero había algo raro, y es que cada prenda era arrojada sin miramientos hasta el otro lado del cuarto. Como si ya no tuvieran ninguna utilidad. Cuando Ami quedo totalmente desnuda, Yukari la hizo recostar y sin decir nada empezó a envolverla en las sabanas de pies a cabeza, como a una recién nacida, Ami la miraba entre brumas y sin fuerzas para oponerse.
Al fin la abandono sobre la cama y apagando la luz de la habitación, luego se marcho cerrando la puerta tras de si. Por un momento todo fue tranquilidad. Antes de que el envoltorio de donde Ami se encontraba empezara a retorcerse de un lado a otro, mientras una delicada voz se dejaba escuchar en la oscuridad. -Ayúdenme… Serena….- después solo hubo silencio.
Temizkira. Isla de las Amazonas. El presente.
Las olas rompían contra los arrecifes que rodeaban la bella isla de las amazonas. Tierra adentro, se levantaban los hermosos edificios de mármol blanco, construidos según la arquitectura de Grecia clásica. Por sus calles y calzadas solo podían verse las figuras femeninas de las sabias y valerosas mujeres que ahí habitaban. Normalmente todo era paz en aquella «isla paraíso», pero esa mañana la entrada en la plaza central de una jinete enfundada en su armadura de bronce rompió la armonía de la ciudad de las amazonas. Todas vieron a la jinete llegar hasta el palacio real y sin hacer caso las indicaciones de las guardianas irrumpir con lujo de violencia.
-¡¿Dónde esta la reina Hipólita?!-gritaba desesperadamente mientras se abría paso dentro del palacio.
-¡Aquí estoy!.-contesto tajante la hermosa reina de las amazonas saliendo al paso de la intrusa que osaba irrumpir en su palacio, seguida por un sequito de guerreras.-¡¿Dime ahora hermana el porque de tu conducta?!.-la intrusa se despojo de su yelmo y se arrodillo humildemente ante su soberana.
-Reina mía. Te ruego perdones mi conducta. Pero algo terrible ha ocurrido en le templo de Apolo y Ofelia, la pitonisa, te pide acudir de inmediato.-la reina de las amazonas no dudo ni un instante ante aquel llamado.
-¡Traigan mi armadura y mi espada!.-ordeno a las ahí reunidas.-¡Y preparen mi carro más veloz de inmediato!.-minutos después la reina y su sequito llegaron hasta las faldas del monte sagrado donde se erguían los templos dedicados a sus dioses. Con paso firme Hipólita llego hasta las escalinatas del templo de Apolo, donde ya la esperaban un grupo de asustadas sacerdotisas.
-Gracias por venir majestad.-dijo una de ellas inclinándose ante su soberana.
-¿Dónde esta Ofelia?.-interrogo Hipólita sin preámbulos. Por toda respuesta las sacerdotisas volvieron la cabeza hacia el templo de Apolo, sin esperar más la orgullosa reina se abrió paso entre ellas y empezó a subir por los escalones de mármol.
-¡Nooo!.-grito una de ellas presa del temor. Hipólita se volvió hacia ella y la miro severamente. Sin importar cual fuera su labor, todas las mujeres de la isla eran amazonas, guerreras valerosas que no temían morir cuando era menester hacerlo. Avergonzadas todas bajaron la mirada mientras su reina seguía su camino. Al llegar a la entrada del templo Hipólita sintió a su alrededor el hedor de los gases subterráneos, usados por las pitonisas para aclarar sus mentes y ver el por venir, pero había otro cosa, algo mucho más envenenado que los fosos de azufre. Sin acobardarse la reina de las amazonas entro en el templo, el lugar antaño lleno de luz lucía ahora como un oscuro pozo, cubierto por una negra bruma que parecía moverse por si misma devorando todo lo que estaba en el interior.
-¡OFELIA!.-llamo Hipólita al tiempo que trataba de mirar más allá de sus narices. De pronto, su sexto sentido, bien educado por las viejas batallas, le previno que alguien la miraba desde la bruma.-¡¿Quién esta ahí?!.-interrogo la reina desenvainando su espada de bronce. Por toda respuesta la reina percibió una serie de sonidos confusos. Cautelosamente Hipólita empezó a seguir aquellos ruidos buscando su origen. A cada paso la bruma parecía ceder un poco hasta que la reina amazona pudo ver claramente lo que estaba a su alrededor. Sus ojos se abrieron desmesuradamente y solo gracias a su voluntad de acero logro ahogar un grito de terror.
Frente a ella se encontraba un grupo de seres inimaginables, de cuerpo lánguidos y hambrientos, con ojos llameantes y sus hocicos llenos de sangre fresca. A los pies de las criaturas yacía el cuerpo destrozado de una mujer que Hipólita reconoció de inmediato.
-¡OFELIA!.-grito llena de rabia atrayendo la atención de los cuadrúpedos quienes giraron la cabeza hacia ella mientras mostraban sus fauces teñidas de rojo. Uno de ellos se lanzo contra la reina amazona, quien apenas pudo colocar su escudo entre ella y el monstruo, el choque derribo a la reina de Temizkira dejándola indefensa ante su agresor. Pero en ese momento una afilada lanza atravesó el cuerpo decadente. La bestia lanzó un bramido de dolor y de un poderoso salto se abalanzó contra el sequito de guerreras que llegaba al rescate de su reina.
-¡CUIDADO!.-grito Hipólita poniéndose de pie para unirse a la lucha. Azorada miro como varias de sus fieles hermanas era destrozadas de una sola dentellada por aquella jauría escapada del tártaro, que no parecía resentir grandemente las heridas hechas por las espadas y las lanzas. Inesperadamente los agresores se dieron a la fuga, dejando tras de si una espantosa carnicería. Todas les vieron desaparecer en medio de un destello de luz negra. De inmediato el templo recobro su natural claridad y las brumas se despejaron por completo.
Hipólita contemplo tristemente los cuerpos deshechos de sus guerreras, comprendiendo que nunca tuvieron una oportunidad contra esos demonios desconocidos. Entonces recordó a quien le había llamado y sin pensarlo se acerco al cuerpo semi devorado de la pitonisa Ofelia. Aún para ella fue difícil mirar los despojos de la adivina. De pronto se dio cuenta de que el cadáver tenía entre sus manos un rollo de papiro, tan firmemente sujeto que le costo mucho trabajo despenderlo de entre sus dedos muertos. Sin pensarlo lo extendió ante sus ojos y leyó.
-«Vi cuatro gemas que resplandecen en la corana de una gran reina, sentada en el trono de la luna,… Luego una de ellas cayo del cielo sobre el mar y se transformó en la lleve que abre la puerta del abismo…. Y abrió el abismo y de el salió el durmiente… el mar se volvió negro y las hijos de los hombres lloraran de miedo….-el resto era solo locura.
Continuara…