Capítulo 4

El maletero IV

Se había adueñando de mi vida tan rápido que no me había dado tiempo a pensar en lo que me estaba pasando, solo me limitaba a disfrutarlo, vivía la vida que quería y que yo solo había elegido, y me sentía bien, por una vez en la vida tenía sentido mi existencia, o así yo lo creía.

No hubiera cambiado por nada del mundo, y si hubiera podido dar más, lo hubiera dado.

Mi diosa había dado un nuevo paso en nuestra relación; primero se había adueñado de mi coche, en el que tantas horas había pasado cautivo, y me lo cambió por el suyo, un coche pequeño, antiguo y destartalado.

Me obligó a reformar ciertos aspectos del mismo, sobre todo en el maletero, el cual tuve que mantener siempre despejado y en el que había fijado en sus laterales varios mosquetones con el fin de poderme amarrar más fácil cuando estuviese dentro.

Del suelo del mismo salía ahora una especie de consolador telescópico, así que una vez instalado en su interior, ella podía ajustar la penetración del mismo en mi ano.

También el asiento de atrás sufrió alguna modificación, con el rebaje del mismo de manera que cuando estuviese mi cabeza en el sitio adecuado no sobresaliese tanto y mi diosa no tuviese que aguantar mucho el equilibrio.

Por su parte, en el que era antes mi coche, se instalaron un nuevo equipo de música, un teléfono integrado y aire acondicionado; una vez cada dos días debía lavarlo a mano, desnudo, y mantener el interior limpio, vaciar los ceniceros y mantener el motor.

Hice los trámites para poner una matrícula de diseño, con el nombre de diosa, y bajo su atenta mirada debía limpiarla con la lengua cada vez que ella así lo requería.

Los fines de semana yo era alojado en el maletero, un lugar que me gustaba mucho por lo que representaba en mi relación, un sitio entrañable donde había comenzado esa relación tan maravillosa; en parte era alojado allí por mí, porque me gustaba, y en parte por ella, porque le gustaba y así podía disponer de mi apartamento a su antojo.

Nunca me dijo que hacía en él, pero no me importaba.

A partir de ese momento tuve que pagar a una mujer para que limpiase el apartamento dos veces por semana, los jueves y viernes, de manera que cuando fuese ella estuviese todo limpio y recogido.

Paqui, que así se llamaba la asistenta, llegaba a las tres de la tarde y se iba a las ocho; cuando llegaba metía la moto en el garaje, justo al lado de mi coche-celda, pues mi diosa le había dado unas llaves.

Para evitar cualquier curioso, habíamos dispuesto unas cortinas rígidas que ocultaban las paredes llenas de látigos y consoladores, así como el potro se había escondido bajo una funda hecha a propósito. Lo único que podía ver de todo el equipo era el retrete.

Mi diosa nunca fallaba esos días y me metía en el maletero para cuando Paqui llegaba; yo oía la moto, me la imaginaba allí sentada en el asiento, me imaginaba en lo que diría si supiese que yo estaba allí cautivo.

A raíz de la llegada de Paqui a nuestras vidas mi situación sexual mejoró; hasta entonces había sido muy escasa, ya que en el año largo que llevábamos de relación, mi diosa nunca se había dignado hacer el amor conmigo, pues decía que yo era muy poca cosa para ella, que ya tenía amantes para la ocasión.

Me solía comentar que llegaría la ocasión en que uno de sus amantes también abusaría de mí como ella ya lo hacía, pero hasta el momento nunca había pasado nada parecido.

Una vez al mes me permitía masturbarme a sus pies, descargando mi simiente en un cuenco que llenaba; cuando terminaba ella tomaba un consolador y lo untaba en mi semen, dándomelo a lamer y tragando yo todo el producto de mi placer.

Pero ahora era distinto, porque los jueves y viernes, pasadas las tres, cuando Paqui ya estaba en casa limpiando, mi diosa llegaba al coche y se sentaba un ratito en mi cara, contándome algún chisme o alguna nueva idea que había tenido, y poco antes de las cuatro me sacaba del maletero, me arrodillaba delante de la moto de Paqui y ella misma me masturbaba hasta que me corría en la rueda delantera, que luego tenía que lamer.

Era una jugada psicológica, pues yo comencé a asimilar la idea de mi placer a la llegada de la chica de la limpieza.

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