Donna entra a trabajar para él

Jerry Lamont giró lentamente su nuevo Chevrolet al llegar al final del cruce con la Avenida 32, en una zona un tanto despoblada, mirando a las prostitutas que ofrecían su oficio a los hombres de mediana edad de los suburbios blancos que estaban aparcados dentro de sus furgonetas y camionetas.

A él, lo conocían en las calles como Jerry Bond… JB… Era un proxeneta que controlaba a ocho muchachas, todas blancas, y de edades comprendidas entre los dieciocho y veintidós años.

En aquella zona la mayoría de las prostitutas eran negras, así que las blancas de JB constaban un precio elevado en comparación con la basura negra que se vendía por menos de cincuenta dólares cada una.

Abajo, en la esquina siguiente, pudo ver a Angie, una de sus mejores chicas, saliendo de una camioneta y retomando su lugar en el bordillo.

Aceleró el Chevrolet, abrió la ventana del lado del pasajero, y esperó a que ella metiera la cabeza dentro.

– “¿Estás lista para mí esta noche, perra”, le preguntó.

– “Claro, Jerry… A tu disposición para que disfrutes conmigo”, dijo emocionada.

– “Espero que me des mucho placer o te daré una paliza”, le dijo.

– “¡Así será!… Hasta ahora he superado los trescientos dólares!”… Metió la mano dentro de su sujetador y sacó un fajo de billetes para mostrarle que estaba diciendo la verdad.

JB le quitó el dinero de la mano y le indicó que volviera al trabajo… Y mientras se apartaba de la ventanilla, ella preguntó con esperanza:

– “¿A qué hora pasarás a recogerme, Jerry?… Extraño mucho no estar contigo.”

“Pronto, cariño… Pronto pasaré a recogerte… Ahora tengo asuntos que atender, así que pon tu culo a trabajar!”, respondió con impaciencia…

Angie sonrió con un poco de tristeza y vio como el Chevrolet aceleraba y se alejaba de ella.

En una noche normal, Jerry Lamont recibía más de dos mil dólares de sus putas y aunque tenía gastos, les decía a ellas la mitad de lo que le entregaban.

Pensó que lo que necesitaba ahora, era una chica nueva, porque una de sus perras estaba a punto de venderla a muy buen precio y él necesitaba reemplazarla.

Siempre quiso que sus putas fueran jóvenes y frescas, porque estaba convencido de que ganarían más dinero a corto plazo… Hasta ahora todas sus chicas eran fugitivas que se habían escapado de hogares destrozados en busca de mejor vida.

Aunque la mayoría de los proxenetas intentaban captarlas en la terminal de autobuses, Jerry había descubierto que si podía captarlas una semana más tarde… Era mucho mejor por el hambre y miedo a subsistir que estaban comenzando a padecer.

Unas pocas manzanas más allá había una serie de bares y restaurantes desvencijados, el lugar al que podría llegar una joven con su estómago hambriento… Lo captaba enseguida nada más ver la actitud de la chica… Condujo lentamente entre el enjambre de cuerpos que cruzaban la acera, cuando vio a una joven blanca y delgada, caminando lentamente con la cabeza gacha.

Aparcó el coche un poco por delante de ella, salió, esperó hasta que ella estaba a punto de pasar junto a él… Luego le dijo en voz baja cuando ella llegó a su altura:

– “¡Tienes hambre, cariño!” le dijo.

La chica se detuvo y se volvió para ver si alguien estaba hablando con ella… Y Jerry Lamont se puso rápidamente a su lado y le preguntó de nuevo:

– “¿Tienes hambre?”

Ella asintió con la cabeza y le respondió simplemente:

– “Sí.”

Jerry la cogió del brazo y la condujo hasta el mostrador del bar y le dijo:

– “Pide lo que quieras.”

Ella lo miró un tanto sospechosamente, pero no había comido hacía más de dos días… Así que tiró la precaución a la porra y pidió un par de hamburguesas.

Mientras ella hacía el pedido con la camarera detrás del mostrador, Jerry la miraba cuidadosamente, revisando para asegurarse de que ella tuviera la figura para ser una de sus chicas.

A pesar de que llevaba una vieja chamarra de cuero, Jerry pudo percibir que esta pequeña zorra debería tener un buen coño… Y fácilmente se la imaginó estando de pie en la esquina entregándole grandes cantidades de dinero todas las noches.

Cuando la camarera se alejó, Jerry sacó su gran mano negra y se presentó:

– “Hola, mi nombre es Jerry Bond… ¿Y el tuyo?”

Ella habló por primera vez desde que se conocieron, y respondió:

– “Soy Donna… Donna Parson.”

– “Bueno, Donna Parson… ¿Cuánto tiempo hace que estas en Nueva York?”, le preguntó.

– “Casi una semana”, respondió ella rápidamente.

– “¿Sin dinero?”, preguntó.

Sin responder, ella sólo asintió con la cabeza.

Llegaron los sándwiches, y Jerry vio como la joven hambrienta prácticamente inhalaba su comida… Cuando ella terminó, Jerry la llevó de nuevo a la calle y la condujo hacia su automóvil.

Cuando estaban caminando, le preguntó:

– “¿Tienen un lugar donde alojarte?”

– “No… He estado en los vestíbulos de los hoteles hasta que me echan”, respondió ella.

Él no dijo nada durante un rato, y luego comentó lentamente:

– “No es asunto mío, pero me gustaría ayudarte… Así que voy a dejar que te alojes en mi apartamento hasta que te pongas de pie, libre de gastos, por supuesto!”

– “No puedo aceptar … Ya has hecho más que suficiente”, contestó.

Jerry levantó la mano, se la dio con un movimiento brusco y le dijo:

– “No hay problema, cariño… Me alegro de hacerlo… Sólo te llevaré a mi apartamento para que puedas ducharte, descansar y dormir un poco.

Ella no respondió… ¡Él sabía que la iba a tener.!

Después de varios días en el apartamento de Jerry Bond, Donna comenzó a acostumbrarse a la buena vida, la comida abundante, la televisión por cable y la ropa nueva que Jerry le había comprado.

Sin embargo, todo eso estaba a punto de terminar, porque esa noche, mientras estaba sentado en el sofá viendo la televisión, Jerry metió la mano en su bolsillo y sacó un pequeño frasco que contenía un polvo blanco.

Vertió un poco del polvo sobre la mesa de centro de cristal y, usando una hoja de afeitar, formó varias líneas pequeñas… Utilizando una pajita, rápidamente aspiró una de las líneas en su nariz, resoplando un poco, asegurándose de que no se desperdiciara nada del polvo.

Le tendió la pajita a Donna y le dijo:

– “Pruébalo, cariño… ¡Te hará sentir muy bien!”

Vacilante, Donna tomó la pajita, y haciendo lo que Jerry había hecho, también resopló la cocaína en su nariz… Casi de inmediato, Donna sintió que comenzaba a flotar por la habitación… Jerry tenia razón… ¡Fue absolutamente fantástico!

Cuando Jerry comenzó a quitarle la ropa, ella no ofreció ninguna resistencia… De hecho se rió mientras él luchaba con los ganchos de su sostén que no podía quitar.

– “Déjame a mí, tonto”, le dijo alegremente mientras se lo quitaba… Sus grandes pechos quedaron libres y Jerry, al instante, unió su boca a uno de sus pezones, no erectos.

A sus dieciocho años, Donna no era virgen… Tampoco era la chica más experimentada del mundo, pero la combinación de cocaína y la insistente chupada de su pezón hicieron que su coño se empapara antes de la follada que vendría un poco más tarde.

Después de unos buenos diez minutos de succión, Jerry empujó a Donna sobre su espalda, y luego se levantó y dejó que sus pantalones cayeran al suelo… Como era su costumbre, Jerry nunca usaba ropa interior, así que su gran pollón de 21 cm quedó justo en frente de la cara de Donna.

Donna nunca antes había visto una polla negra, y mucho menos un pollón del tamaño de Jerry Bond… Y como la mayoría de las mujeres solían hacer en esta situación, instintivamente la cogió y se la llevó a la boca.

Tal como lo había planeado desde el primer momento en que la vio, Jerry sabía cómo manejar a una joven mujer indefensa… Primero, se gana su confianza, convirtiéndose en su amigo… Les da coca hasta que se vuelven adictos a ella y a su enorme pollón negro, que las ‘mata’ de placer… Y luego, ya están listas para comenzar a trabajar para él, al verse totalmente desprotegidas y enganchadas al vicio.

Para Donna, todo lo que importaba ahora era tener esta polla de caballo para ella… Nunca en su corta vida se había sentido más como un coño sediento de sexo, como cuando tenía la erección de Jerry en la boca… Ese pollón sabía bien, era muy grueso y largo… Era la polla que podía encargarse de todas sus necesidades.

Jerry estaba contento de dejarla chupar su pollón, pero sabía que para engancharla realmente, tenía que follar su coño, por lo que se retiró de su boca y se colocó entre sus piernas abiertas.

– “¿Qué quiere mi bebé?”, le preguntó burlonamente, mientras frotaba su suave cabeza arriba y abajo a lo largo de su raja babeante.

Creciendo de delirante deseo, Donna se inclinó y trató de agarrar la gruesa polla con su mano y forzarla a entrar en su coño, ella misma.

Jerry se limitó a soltar una risita, y dándole un duro golpe, embistió sus 21 cm en el estrecho coño de pelo rubio.

– “¡Aaaaah… Aaaaah!”, chilló, Donna mientras su orgasmo rasgaba su coño tras el tercer golpe de polla de Jerry en su coño.

La joven Donna estaba ahora totalmente fuera de sí y suplicaba al gigante negro que se la follara con más fuerza.

Jerry continuó golpeando sin parar el coño de Donna dándole por lo menos cuatro orgasmos más en los siguientes cinco minutos, mientras ella no paraba de segregar chorros de flujo y bramar.

Cuando Jerry estuvo listo para disparar su gran carga de semen, sacó su polla del coño y se la metió de nuevo en la boca de Donna, donde ésta tragó un torrente de semen caliente en dos grandes tragos.

Como la mayoría de las putas blancas, Donna no quería renunciar a su premio y continuó chupando incluso después de que la polla de Jerry se volviera blanda en su boca.

Durante las siguientes dos semanas, Jerry consiguió que Donna se enganchara más y más con la cocaína y su enorme pollón.

Pronto, cuando ella estaba cerca de él, le suplicaba que le diera más coca mientras le bajaba la cremallera de los pantalones y se lo chupaba.

Esto era lo que Jerry había estado buscando en ella… Una respuesta condicionada a la cocaína y a su gran polla para obtener de ella lo que quisiera… Ahora había llegado el momento de plantearle su nueva situación… Si quería seguir disfrutando de ambas cosas tendría que ganárselas.

Ella palideció y se derrumbó cuando él se lo dijo… Y aunque muy reticente al principio, comprendió que no le quedaba otra alternativa al verse ya enganchada al vicio y tuvo que ceder a las exigencias de Jerry Bond, el proxeneta.

Jerry le entregó la ropa que debía ponerse, le dio un ‘premio’ para animarla, la acompaño a su puesto en la calle, le marcó el dinero de cada servicio y el que debía recoger esa noche y entregarle.

Para más humillación, esa noche y las siguientes, mientras le daba otros premios, Donna, desnuda y con un dildo metido en su coño y otro en su culo tuvo que contarle con todo detalle los distintos trabajos realizados mientras la obligaba a tener orgasmos.

Y esto continuó así hasta que estuvo totalmente degradada y convertida en puta, lo cual lo consiguió en poco tiempo, muy poco tiempo, independizándose como todas las demás putas, al tirarla Jerry de su apartamento, ya cansado de ella.

F I N

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