En la plaza comercial, llena de gente en aquella tarde de sábado, la soberbia belleza de Roxana no podía pasar desapercibida.
Rubia y bonita, con 30 años muy bien vividos, ella sabía todo lo necesario para causar sensación donde quiera que se apareciese.
A su lado, José disfrutaba la admiración que su mujer causaba en todos los hombres, e incluso en algunas mujeres también.
A diferencia de otros, José animaba a su esposa a lucir su belleza en todo momento, usando breves minifaldas que dejaban mostrar sus piernas espectaculares, atrevidos escotes que permitían vislumbrar sus suculentos y redondos senos, y por supuesto el maquillaje y el peinado que realzaran el satinado color de su piel y sus rasgos finos y sensuales.
La boca siempre perfectamente delineada con carmín rojo y el andar sinuoso y rítmico de sus caderas hacían de ella algo digno de contemplar..
José caminaba a su lado, orgulloso y celoso al mismo tiempo. Alto y fornido, la tomaba por la cintura, dejando resbalar la mano ligeramente por su cadera, seducido por su perfume y su femenina presencia.
Frente a la zapatería, Roxana admiró su reflejo en el escaparate y el variado surtido de calzado. Sus preferidos, y los de José por supuesto, eran aquellos de tacones altos que hacían lucir sus esbeltas pantorrillas.
Le gustaron unos de raso negro, y decidida entró en la tienda, seguida de José. El dependiente se acercó solícito, tal vez con mayor rapidez a la habitual, estimulado más por la belleza de Roxana que por la posible comisión de una venta.
José la dejó explicar lo que deseaba, deambulando por la zapatería, dejándola sola con el dependiente, observando atentamente y disfrutando de ver a su guapa mujer en acción.
Aquel juego lo habían llevado a cabo antes, no era la primera vez, y José sintió la tensión sexual bajar de su estómago hasta los huevos y con las manos dentro de los bolsillos de los pantalones se acomodó la verga disimuladamente, porque el grueso bulto comenzaba ya a ser demasiado notorio.
Roxana no necesitaba mirar a su marido para saber lo que éste estaba sintiendo. Lo conocía demasiado bien, y mejor se preocupó por explicarle al vendedor, joven y apuesto, los zapatos que deseaba probarse.
El vendedor tomó nota distraídamente, más pendiente del amplio escote y los coquetos movimientos de la hermosa clienta, que del maldito calzado que quería comprar.
Roxana tomó asiento hasta que el vendedor volvió con la caja de zapatos. La minifalda mostró sus muslos firmes al sentarse, tal y como ella esperaba, y la mirada del vendedor trepó por sus piernas sin poder evitarlo.
Llevaba unas medias tan finas que casi parecían una segunda piel. Las ligas blancas de encaje que las sostenían asomaron levemente por el borde de la diminuta falda.
Roxana estiró el pie, calzado con sandalias abiertas que dejaban asomar sus uñas cuidadosamente pintadas de rojo. El vendedor le quitó la sandalia, acariciando de paso el fino tobillo y le calzó la zapatilla de raso.
Las piernas se separaron levemente, y como un imán, la mirada del vendedor viajó hacia la entrepierna. Para su sorpresa, descubrió que la bella mujer no llevaba ropa interior.
La respiración del joven casi se paralizó. El rubio atisbo de su pubis y unos segundos de fugaz visión de su sexo hicieron que el vendedor casi perdiera el equilibrio.
A escasos metros, José trató de acomodarse la dolorosa erección que le producía ver a su mujer mostrar la intimidad de su cuerpo frente a aquel desconocido. Excitado, continuó fingiendo mirar los escaparates, dejando que Roxana siguiera adelante con el juego.
Ella estiraba ahora el otro pie, que con fingida torpeza fue a parar a la entrepierna del vendedor. El grueso bulto en sus pantalones era una señal inequívoca del grado de excitación que ella había provocado.
Coqueta, deslizó el pie desnudo por el protuberante sexo. El vendedor, nervioso miró hacia donde estaba José, que fingió no darse cuenta mirando atento los zapatos tenis.
El vendedor le calzó el zapato, acercando el rostro a las ahora más separadas piernas de Roxana. Esta vez pudo ver con todo detalle los labios de su vagina, apenas entreabiertos, rosados y apretados.
Con mano temblorosa acarició sus piernas, subiendo desde las pantorrillas hasta las lisas rodillas y los tersos muslos, que se separaron un poco más al sentir la proximidad de sus dedos.
La mano entró en la oscura cueva de su falda, hasta sentir en sus trémulos y nerviosos dedos, la sedosa mata de vellos. Roxana emitió un callado gemido, que José alcanzó a escuchar y casi volvió loco de deseo, igual que al vendedor, cada vez más nervioso.
Ella apretó las piernas, aprisionando los dedos dentro de su sexo hambriento, húmedo ya, respirando afanosamente.
¿Es tu marido? – preguntó él en un apagado susurro señalando a José disimuladamente.
Si, – contestó Roxana aun con los ojos cerrados pendiente del contacto de aquellos dedos.
Nos descubrirá en cualquier momento – dijo él sin perder de vista a José.
No te preocupes – le tranquilizó ella – no creo que se dé cuenta.
El vendedor le metió un dedo más en la vagina, deslizándolos dentro con facilidad.
Vamos adentro – le pidió él – atrás hay un almacén. Allí nadie nos molestará.
Roxana lo miró con aquellos ojos casi verdes. Los labios entreabiertos, decididamente excitada.
Amor – dijo dirigiéndose a José – ahora vuelvo, voy al almacén a probarme unos zapatos – le informó.
José por supuesto asintió sin hacer ningún comentario, y los vio internarse en la trastienda.
Roxana hermosa en aquellos zapatos negros de taco alto que estilizaban su figura, con la falda tan subida que casi podía vérsele la ropa interior y el vendedor casi encorvado, tratando de disimular la protuberante erección que le abultaba el frente de sus pantalones. Apenas entraron, José corrió a la puerta de la trastienda, para espiarlos.
El vendedor estaba besando a Roxana, arrinconándola contra los anaqueles repletos de cajas.
Le apachurraba los pechos con tanta brusquedad que ya casi se salían de la breve blusa que los cubría. Roxana no usaba sostén y con las burdas caricias, sus blancos y redondos senos quedaron pronto descubiertos.
El vendedor se prendió de uno de sus pezones, mientras ella diligentemente le desabrochaba la cremallera de sus pantalones y dejaba libre su verga.
José miró estático la gruesa tranca que su mujer acariciaba y Roxana tuvo el descaro de mirar a su marido fijamente mientras se hincaba y se la metía en la boca. José sabia lo rico que mamaba la verga su querida esposa, y envidioso la vio comerse el grueso y excitado pito del muchacho.
Vamos – le urgía él – déjame metértela.
Roxana se puso de pie, y él le subió la pequeña falda, dejando prácticamente desnuda a Roxana de la cintura para abajo.
La visión de sus muslos cubiertos por el liguero y la desnudez de su sexo hicieron que ambos hombres suspiraran de deseo casi al unísono. Sin mayores preámbulos, el vendedor le aproximó la verga y se la encasquetó con un solo movimiento. Roxana suspiró de placer al sentir como le entraba el duro pedazo de carne.
Muévete, papi – le animó ella.
Aquella era la señal convenida y José gritó desde afuera.
Roxana, ¿dónde estás?, ya me cansé de esperarte.
Ella se apresuró a quitarse al tipo de encima y recomponer sus ropas, mientras el frustrado vendedor se subía atropelladamente el cierre.
Dime donde puedo buscarte – rogó el muchacho viéndola ya lista para partir. Ella le anotó un número telefónico.
Llámame más tarde – le indicó – mi marido se ira a trabajar y no volverá hasta mañana.
Roxana salió, más bella que nunca detrás del almacén. José la esperaba, y la besó apasionadamente, metiéndole la lengua dentro de la boca, buscando el sabor de la verga que ella había mamado poco antes y disfrutando del turbio placer de saberla tan puta.
Vamos – le dijo – me urge llegar a casa.
En el camino, ella le describió con lujo de detalles todo lo que había sentido. Le contó que los dedos del vendedor casi le habían provocado un orgasmo y que tenía la vagina mojada todavía.
En uno de los altos, mientras esperaban que la luz se pusiera verde, José le metió la mano entre las piernas y comprobó que todo lo que ella decía era cierto. Su sexo estaba húmedo, y José se lamió los dedos empapados en sus jugos. Otra vez imaginó encontrar el sabor de aquella dura tranca, y excitado se acarició su propia verga.
Eres tan puta – le dijo a Roxana.
Y a ti te encanta – contestó ella, estirándose sobre el asiento, separando las piernas para que él tuviera una visión completa de su sexo abierto y húmedo.
Excitado, José aceleró tratando de llegar cuanto antes. Nada más entrar en la casa, la despojó de su blusa, mordiéndole los duros y erectos pezones.
Roxana se debatía de placer mientras él continuaba desnudándola. José se quitó la ropa al mismo tiempo. Tenía un cuerpo recio y muy trabajado, pues su profesión como mecánico le había hecho desarrollar un físico estupendo, que aunado a su elevada estatura hacían de él un macho espectacular.
Roxana caminó desnuda hasta el dormitorio, meneando sus redondas nalgas, provocándolo más todavía. José corrió detrás de ella, con su vigorosa erección rebotando entre sus piernas. La alcanzó antes de llegar a la cama, y la abrazó desde atrás, aprisionando sus pechos entre sus duras y callosas manos de mecánico.
Eres un bruto – se quejó ella – adolorida por sus rudas caricias.
Y tú eres una pequeña putita – contestó él sin dejar de presionarle los senos con rudeza.
La aventó sobre la cama, obligándola a abrir sus piernas. Ella, provocadora y sensual, trató de escapar para volverle loco de deseo, y él la sostuvo por uno de sus tobillos. Roxana quedó entonces a gatas, con las piernas separadas, mostrando su cola como una gata en celo. El enterró el rostro entre las masas de sus glúteos, lamiendo todo lo que estaba a su alcance, su vulva, sus nalgas y su ano.
Ambos gemían ya apasionados. El la montó desde atrás y le metió la verga decidido. Roxana aguantó el embate, pidiendo más. Él no la defraudó, cogiéndosela con fuerza mientras la sostenía por su fina cintura. El goce de los cuerpos fue rápido, pero tremendamente gratificante. En cuestión de pocos minutos José resoplaba y se vaciaba dentro de ella.
Te excitas y te vienes tan rápido que ni tiempo me das de gozar yo también – se quejó ella.
José no contestó, satisfecho y ajeno ya a sus reclamos.
Por eso vendrá Martín esta noche – terminó ella – para completar lo que tú dejas a medias.
¿Martín? – pregunto José saliendo de su sopor.
El vendedor de zapatos – explicó Roxana -. Le cité para esta noche, y tú, mi querido marido, estarás trabajando hasta muy tarde.
José le sonrió a su mujer. Roxana era increíble y él la amaba precisamente por eso. La jaló hacia sus brazos y la besó, y así abrazados tomaron juntos una agradable siesta.
El sonido del teléfono les despertó unas horas después. La tarde ya había caído, y por la ventana la noche aparecía cargada de promesas. Roxana contestó, sabiendo que se trataba del apuesto vendedor de zapatos.
No – la escuchó contestar José – mi marido aún no se marcha, pero lo hará dentro de media hora. Te espero – dijo coqueta y le indicó la dirección de la casa.
Roxana saltó al lecho, todavía desnuda y terriblemente hermosa. Besó a José en los labios.
Tenemos media hora antes de que llegue – le informó y José se sintió excitado ante lo que se avecinaba.
Se bañaron juntos, frotándose la espalda mutuamente. José le lavó el sexo, poniendo especial cuidado en limpiar su vagina a conciencia. Roxana se dejó mimar por sus cuidados, comenzando a excitarse con las delicadas caricias.
¿Te cogerá por el culo? – preguntó José sin poderse contener.
Eso lo sabrás cuando suceda – fue su evasiva respuesta.
Esas palabras lograron en José el efecto esperado. Su gruesa verga se irguió sin necesidad de ninguna caricia. La espera comenzó a hacérsele intolerable.
Puntual, Martín apareció a la hora pactada. Lo primero que preguntó cuando Roxana le abrió la puerta era si el alto y fornido marido ya se había marchado al trabajo.
Ella lo tranquilizó, invitándolo a pasar. Se veía hermosa, con un ligero vestido amarillo, delgado como un papel y nada debajo. José mismo le había aconsejado ponerse aquella ropa, sabedor de que cualquier hombre se sentiría excitado con solo mirarla.
Conforme a lo planeado, Roxana le invitó una copa de vino helado y rápidamente lo llevó hacia la recamara, donde una cámara debidamente oculta permitiría a José, en la habitación contigua, mirar todo lo que sucediera.
Para probar el funcionamiento, José hizo un acercamiento con el poderoso zoom de la cámara, y captó el apasionado beso con que Roxana recibía a su nuevo amante.
Sus lenguas trenzadas y sus cuerpos pegados le hicieron también temblar de anticipación, con una mezcla de extraños sentimientos de placer y celos, de morbosa curiosidad y rabia contenida.
Martín se tardó apenas un minuto en quitarle a Roxana el breve vestido amarillo.
Ella, completamente desnuda, se tomó más tiempo para desvestirlo a él. José hizo un nuevo acercamiento, esta vez al protuberante bulto que se ocultaba en los ajustados calzoncillos de Martín. Sentía una especial curiosidad por mirar los miembros masculinos que se cogerían a la puta de su mujer.
El muchacho no lo defraudó. Tenía una increíble y gruesa tranca, coronada por una espesa mata de vello oscuro y un par de gordos y pesados huevos. José se acarició los suyos, sintiendo un poco de envidia ante el suculento pedazo de carne que penetraría el cuerpo de su mujer.
Sin pensarlo, se desnudó y comenzó a masturbarse al ver como Roxana acariciaba la verga de Martín, que tardó muy poco en tenderse en la cama, la misma en la que apenas minutos hiciera el amor con su esposa. Ese detalle le excitó y le enojó al mismo tiempo.
Roxana comenzó a lamer la verga de Martín. El muchacho estaba boca arriba, con los ojos cerrados mientras ella le chupaba el miembro. Roxana giró sobre su cuerpo, abriendo las piernas para poner su sexo frente a la cara del muchacho.
Desde su escondite, José miró a Martín enterrar el rostro entre las nalgas abiertas de su esposa para comerle el coño.
Casi pudo imaginar el sabor de la conocida vagina y recreó en su mente todos y cada uno de sus pliegues, mientras ella continuaba saboreando la gorda verga con estudiado deleite.
Martín saltó entonces a su culo, apretado punto entre sus nalgas redondas y abiertas. Roxana gimió sin control, mientras la lengua recorría su ano repetidas veces.
Arqueó la espalda, disfrutando de aquella singular e íntima caricia. José se masturbaba sin perderse ningún detalle. Metió entonces una de sus manos entre sus propias piernas hasta tocarse el ano, velludo y tan cerrado como el de su mujer. Se acarició el sensible agujero, imaginando tal vez que la lengua de Martín lo recorría tal como lo hacía con el de Roxana.
La pareja continuó en aquella posición por varios minutos. Roxana cada vez más excitada, y Martín y José la siguieron cada uno por su lado. Martín incorporándose para cogérsela, y José incorporándose para buscar en uno de los cajones un grueso y largo consolador propiedad de su mujer.
Roxana se acomodó en la cama en cuatro patas, ofreciendo a ambos la espectacular vista de su culo bien dispuesto. Martín enfiló con su gruesa verga en la mano y José enfiló el consolador debidamente lubricado hacia su propio agujero.
Martín presionó suave pero firmemente ante el obstáculo del esfínter rosado de la mujer, y José presionó hasta sentir que la dureza del consolador vencía la resistencia de su apretado ano. Ambos entraron casi al unísono.
Roxana suspiró de placer al sentir la verga de Martín resbalar dentro de su cuerpo. José acalló un doloroso y placentero quejido al sentir como el consolador conquistaba sus entrañas.
Separados, pero extrañamente unidos, Roxana y José se sintieron llenos hasta el tope.
Martín comenzó a bombear lenta y pausadamente, mientras Roxana hundía el rostro entre las suaves almohadas alzando la grupa para recibirle.
Una de sus manos estaba entre sus piernas y se acariciaba el clítoris para incrementar el placer que la gruesa verga le proporcionaba.
José seguía atento todos sus movimientos, con el consolador firmemente empotrado dentro su culo, distendido y abierto, dolorosamente traspasado y transfigurado en un rictus de placer difícil de describir.
Los cuerpos dispuestos, las pieles sensibles, marido y mujer tomaron el placer de donde quiera que este proviniese. Martín aguantó lo más que pudo el apretado y sensual abrazo del culo de Roxana, y desmadejado sobre su fina espalda se vino en fuertes sacudidas.
Ella le acompañó en su orgasmo, acelerando los placenteros toqueteos de sus propios dedos y emergió sensual como una sirena de entre las sábanas arrugadas.
Ahora vuelvo – dijo ella quedamente, dejando a Martín gozando todavía de las delicias del orgasmo.
En la habitación contigua, José la esperaba. Se había sacado el consolador con cierto pesar, pero sabía que ella vendría y ansioso la recibió con un abrazo.
¿Lo has disfrutado, zorra? – le preguntó nada más al verla entrar.
Ella lo besó como respuesta. Se acomodó de nuevo en cuatro patas ofreciéndole su culo. Allí, entre sus blancas nalgas, escurría un hilillo de semen. Él se hincó ante su cola y comenzó a lamerlo, saboreando el líquido y masculino sabor, y no cejó en su acalorado empeño hasta dejarla limpia.
Ya me imaginaba yo que aquí había algo raro – dijo de pronto Martín desnudo desde la puerta.
Roxana y José lo miraron, los dos congelados y en la misma posición, a gatas y con las nalgas al aire.
Sigue – dijo Martín – cómele el culo, déjaselo limpio, porque seguramente se lo dejé lleno de leche.
José continúo lamiendo las nalgas y el ano de Roxana.
Eso es – continuo Martín acercándose – sigue lamiendo, grandísimo cornudo. Por lo que veo te encanta que se cojan a la puta de tu mujer – dijo en tono burlón.
José se sintió terriblemente excitado por sus palabras. Martín se acomodó junto a ellos en la cama. Su cercanía los excitó a ambos. El muchacho apoyó una de sus manos en la espalda de José, y de allí descendió hasta sus nalgas, velludas y abiertas.
Me imagino que a ti también te gustara que te den por el culo – dijo de pronto dirigiéndose a José.
José no contestó, y tampoco Roxana. Estaban ambos como en trance, inmersos cada cual en sus propias fantasías. José, más excitado que nunca se montó sobre Roxana. Tenía una erección de campeonato, y tomando a su mujer por la cintura la penetró por el culo olvidándose de Martín, que de pronto descubrió el consolador tirado en el piso.
Vamos a ver si te la comes o no, cabrón – dijo Martín acercando el consolador al culo de José.
Se lo metió de un tirón, de la misma forma en que lo había hecho él con Roxana. José se sintió invadido nuevamente por el grueso aparato. Su culo, sensible ahora por la cogida que le daba a Roxana explotó en un mar de placenteras sensaciones.
Martín continúo metiéndoselo y sacándoselo, mientras él hacía lo propio en el culo de Roxana.
Entraron en una espiral de sensaciones ayudados por el propio Martín, que, sin dejar de meterle el consolador por el culo, se daba tiempo de pellizcar un pezón por allá, acariciar una nalga por acá, besar una boca, cualquiera de las dos de pronto, y decirles al mismo tiempo lo puta que era una y lo cojonudamente cornudo que era el otro.
Se vinieron ambos en un orgasmo prolongado y potente, como pocas veces antes. Resoplando vencidos y extasiados cayeron desmadejados en la cama.
La primera en reaccionar fue Roxana, que se dirigió al baño para darse una ducha. José quedó tirado en la cama, todavía recuperándose del increíble orgasmo, mientras Martín le miraba en silencio.
Te gustó, ¿verdad? – le preguntó de pronto.
José asintió, todavía con cierta vergüenza para admitirlo abiertamente. Se sentía extrañamente vulnerable por haber dejado que el amante de su mujer le metiera el consolador en el culo delante de ella.
Pues a mí me encantó – dijo Martín – no lo había probado y ahora quiero más.
Se acercó a José y le dio la vuelta sobre el estómago, dejándolo boca abajo. El hermoso y masculino mecánico, con sus hermosas nalgas hacia arriba y las piernas separadas eran un hermoso espectáculo.
Ya me cogí a tu mujer – le dijo acomodándose entre sus piernas – y ahora quiero cogerte a ti también.
Con la gruesa verga en la mano, dura nuevamente, se dejó caer sobre el cuerpo de José, que sintió la caliente herramienta del vendedor escudriñando entre sus nalgas hasta encontrar el agujero de su culo.
Con empujones enérgicos y decididos lo penetró y José cerró los ojos para concentrarse en la embriagadora sensación de ser poseído por el amante de su mujer.
La situación era novedosa para ambos, y el excitado Martín terminó regando su leche dentro de José en cuestión de minutos.
Para cuando Roxana salió del baño, ya los hombres fumaban un cigarro y comentaban el próximo partido de fútbol.
Bueno – dijo ella con el pelo húmedo y el perfumado cuerpo cubierto por una toalla – me alegro que se hayan hecho amigos, porque tengo grandes planes.
José y Martín se miraron y sonrientes los dos le aseguraron que estaban de acuerdo con ella.
Los zapatos de Roxana.