Travestis folladores

Cuando tenía 27 años y era soltero gustaba mucho de ir por las noches a shows, a los centros nocturnos, especialmente cuando se trataba de mujeres hermosas.

Cierto día fui a un show de travestís y quedé fascinado.

Aquellos hombres vestidos de mujer se arreglaban más que cualquiera de las mujeres que conocía; su vestuario, su maquillaje, hasta sus movimientos, eran más femeninos que los de cualquier mujer.

Empecé a visitar un centro nocturno exclusivo, donde cada noche había presentaciones de travestís que imitaban a conocidas artistas y cantantes.

Iba solo, y me sentaba en una de las primeras mesas, disfrutando a mis anchas el espectáculo.

Nada más de ver esos cuerpos esbeltos enfundados en medias, con vestidos, seductoramente maquillados, y con ademanes tan femeninos, me moría de excitación.

Me imaginaba acariciando esas piernas con medias, besando esas espaldas con vestidos escotados, sintiendo esas delicadas manos acariciando mi cuerpo, probando el sabor del lápiz labial en esos pintados labios.

Como cada noche iba al show, era ya conocido ahí, incluso en ocasiones los travestís me lanzaban besos al aire desde el escenario cuando interpretaban a alguna cantante coqueta.

Desde luego, yo me ruborizaba.

Al terminar el show, cuando regresaba a mi casa, excitado y con el miembro a punto de reventar, me acostaba y evocaba las imágenes presenciadas, fantaseaba y me masturbaba una, dos y hasta tres veces, sumamente excitado con esos cuerpos masculinos tan femeninamente arreglados.

Mi calentura era tal que un día decidí captar fotos y pedí permiso para tomarles fotos en el escenario.

Desde mi mesa les tomé fotos a cada personaje, fotos que sabía me ayudarían a masturbarme diariamente.

Cuando terminó el show me dijo un mesero que habían dicho «las muchachas» que fuera a los cuartos que usaban como camerinos, pues posarían en conjunto para mi cámara.

Yo gustoso pregunté por dónde me iba y me indicó el camino, sonriendo pícaramente al señalar el pasillo y las escaleras.

Llegué a la habitación y estaba entreabierta la puerta, y toqué tímidamente.

De inmediato salió un travesti. Era una hermosa chica alta, con largo cabello negro, unos ojos hermosos y un vestido de noche.

«Pásate y siéntate, enseguida te atendemos», me dijo con voz ronca, pero acariciante.

Nos sentamos en unos silloncitos frente a frente y empezamos a platicar, me preguntó mi nombre, mi edad, a qué me dedicaba y creo que notaba mi timidez, porque sonreía maliciosamente.

Dijo llamarse Elizabeth.

Tenía la pierna cruzada y dejaba ver parte de sus muslos porque llevaba un vestido corto. Yo no dejaba de mirar sus piernas, lo que me tenía en un alto grado de excitación, como si el miembro quisiera salirse por cuenta propia de mi pantalón.

De repente se oyó un taconeo fuera de la habitación y dijo «bueno, te dejo un momento, voy a darme un retoque al maquillaje» y se puso de pie para irse inmediatamente.

Enseguida entró a la habitación otro travestido y me quedé sin respiración.

Llevaba un camisón transparente y debajo un pequeño brassiere y una tanguita, un liguero y medias blancas. Llevaba unas zapatillas altas de tacón, blancas, y lucían sus labios rojos y pintados una sonrisa seductora.

«Soy Karina», me dijo con una voz tan ronca y sensual que me llegó hasta los testículos haciendo que mi pene brincara de excitación.

Me tendió la mano y poniéndome de pie se la tomé y sin pensarlo, la acerqué a mis labios y le besé con devoción la mano, que lucía uñas largas y rojas.

«Yo soy Antonio», le dije.

Me invitó un trago y del servibar sacó una bebida que empecé a tomar.

Empecé a relajarme un poco y a platicar, le dije que era soltero, que admiraba su show porque se convertían en verdaderas mujeres y podrían seducir a cualquier hombre, que le había tomado muchas fotos.

Puso música en una pequeña grabadora que tenía en la mesita y apagó casi todas las luces y me invitó a bailar.

Titubee un poco y tomó mis manos, me estiró y me puse de pie dejando mi cámara en el sillón.

De inmediato me abrazó y sentí sus pequeños pechos, aspiré su perfume de mujer y sentí su calor.

Tomé su cintura y quise sentirla más cerca, quería que sintiera mi pene a punto de reventar.

Bailamos varias melodías y la cercanía, la excitación y el momento hizo que nuestros labios se unieran. Probé su labial, su lengua. Sus manos me acariciaban el cuello, la cara y el pecho, mientras yo acariciaba su espalda y su cintura.

Nos acariciamos a través de la ropa y después de un rato sentí sus manos quitándome el cinturón y la camisa, abriendo mi pantalón.

Terminé de quitarme el pantalón y los zapatos mientras Karina se acostaba en la cama. Ya ni de las fotos me acordaba.

Me arrodillé al pie de la cama y acaricié sus piernas. Le descalcé y besé sus pies. Mis labios recorrieron sus piernas, sus rodillas, sus pies.

Me subí a la cama y, acostado, seguí besando sus piernas, mientras sentía sus manos quitándome la ropa interior. Sus dedos acariciaban mi miembro, mis testículos, mis nalgas.

Yo estaba en la gloria. Mis manos y mi lengua llegaban al borde de las medias recorriéndolo todo una y otra vez. Mis labios se fueron a sus pies y a través de las finas medias empecé a chupar sus deditos.

Sus gemidos me enloquecían. Creo que descubrí un punto de excitación en su cuerpo, porque se abrazó a mí y pegó su entrepierna a mi abdomen cuando estaba chupando sus dedos.

«Espérate, por favor, espera…» me decía con su voz enronquecida.

Se separó de mí y me hizo acostar. Tenía mi pene rígido y apuntando hacia arriba. Se quitó rápidamente la tanga y colocó sobre mí; tomándome el miembro con su mano derecha lo guió a su trasero, clavándoselo despacio, muy despacio.

Yo sentía que me quemaba y me apretaba mucho. Aunque se veía que tenía experiencia, tenía apretado y delicioso su trasero.

Me estaba cabalgando despacio. Mis manos se iban a sus pequeños pechitos que descubrí quitándole con suavidad el camisón y su brassiere.

Sus piernas estaban pegadas en mis costados y sus manos acariciaban mi pecho.

No pude resistir mucho, tomé con fuerza su cintura y empecé a subirle y bajarle en mi tranca, follándomela desesperado y aumentando la velocidad. «Ahhhhhh» grité cuando me vine en su interior. Mi orgasmo fue intenso y mi excitación contenida me hizo eyacular grandes cantidades de esperma en su trasero.

Mientras mi pene se ablandaba se recostó sobre mi pecho y me besó el cuello. Yo estaba agotado.

«Que envidia», dijo una voz a mi espalda y voltee, encontrándome con Elizabeth, que vestía una lencería negra.

Karina se bajó de mi cuerpo y a un costado empezó a acariciarme nuevamente.

Sentí las manos de Elizabeth en el otro lado.

Qué delicia, cuatro manos acariciando todo mi cuerpo.

Karina acercó nuevamente mi cabeza a sus piernas y seguí besándole las medias. Sentí en mi espalda unas manos que me acariciaban suavemente, era Elizabeth.

Besaba y chupaba las medias, que estaban mojadas de nuestro sudor.

Poco a poco me acomodé en medio de las piernas de Karina, que estaba gimiendo de excitación, y subió sus pies a mis hombros. Ya besaba sus muslos arriba de las medias y pude observar un miembro grande y gordo, erecto y hasta babeante.

Yo quedé sorprendido, hasta ese día solamente había observado mi miembro. Bajo su duro pene estaban sus testículos, muy grandes y arrugados y casi cubriendo su ano, que estaba rojo y escurriendo en mi leche.

Acerqué un poco mi cara para observarlo de cerca. De inmediato me llegó su olor, lo tenía a escasos centímetros de la cara.

Con mi mano derecha lo tomé y sentí un escalofrío, estaba durísimo y babeante. Sabía que me estaba llenando los dedos de su esperma.

Le recorrí el tallo despacio, hacia arriba y hacia abajo unas cuantas veces y empezó a retorcerse gimiendo.

Las manos de Elizabeth me acariciaban la nuca.

En ese momento pensé en que no me conocían bien y que nadie me miraba; entonces le deposité un beso en la cabeza y sentí el agridulce saborcito de sus mieles.

Luego otro, y otro, hasta queme decidí y empecé a chuparle la cabeza.

Nunca imaginé que me fuera a gustar ese sabor, pero me agradó.

Recordé como veía las felaciones en las películas porno y empecé a recorrer con mi lengua y labios todo su tronco hasta la base, luego recorría sus testículos y regresaba a su cabecita.

Después intenté comerlo, pero no me cabía todo.

Tenía en la boca media tranca cuando las manos de Elizabeth me empujaron para que comiera más.

Me dieron arcadas y traté de retirarme pero su mano firme lo impidió. Al mismo tiempo las piernas de Karina, arriba de mis hombros, apretaban. Sus manos también me tomaron de la cabeza.

«Mhhhhhhhh» gemía ya fuera de sí. Empezó a brincar en la cama metiéndome y sacándome su tranca de la boca. Con una mano se la agarré de la base para impedir que me entrara toda y empecé a disfrutar.

Sentía su fuerza y la dureza de su pene.

De repente sentí que Elizabeth se montó en mi espalda y sus manos me tomaron de la cabeza con más fuerza. Karina aceleró sus movimientos y en cada brinco me metía su tranca casi hasta la garganta.

Elizabeth puso sus dedos en mi trasero y me asusté, de inmediato retiré mis manos y traté de proteger mi trasero, pero quedé en una posición desventajosa y aprovechó para atarme con algún tramo las manos en la espalda en tanto que Karina disminuía sus movimientos.

Cuando estaba atado Elizabeth retomó su lugar y me empujó hacia delante para que comiera más tranca.

Karina nuevamente aceleró sus movimientos, pero esta vez sus gemidos fueron más fuertes. Sus brincos me clavaban en la boca la tranca hasta adentro y empecé a tener miedo de ahogarme.

«Ahhh, aaaahhhh», gritó de repente y sentí un chorro de leche en mi garganta. Sentí ganas de vomitar y traté de huir, pero las manos de Elizabeth ahí estaban para detenerme con fuerza.

«Aahhhh» me entró otro chorro y otro más. Ahora sí sentía que me iba a ahogar. Era mucho el semen que estaba tragando.

Quise separarme y no pude. Parece que mis intentos de huir le excitaban más porque brincaba con mas bríos y me daba más leche.

Traté de no pensar y esperar a que terminara.

Me pareció demasiado largo su orgasmo, pero por fin terminó.

Inmediatamente retiró de mi boca su miembro y fue entonces cuando sentí el sabor. Ya no había remedio, había comido del esperma de ese travesti.

Tuve hasta remordimientos en ese momento, tal vez por mis prejuicios morales y sociales, pero ya no había marcha atrás.

Quedé acostado, con un poco de semen escurriendo por mis labios y con los brazos atados a la espalda.

Melosamente Karina se acurrucó conmigo y me daba besos en el cuello y el pecho mientras acariciaba mi espalda.

Me sentía mal porque me habían obligado a tragar el semen, pero estaba confundido porque no me había desagradado del todo, es más, sentí mi pene totalmente erecto otra vez.

Elizabeth y Karina me lo limpiaron y me lo acariciaban.

Sus manos recorrían todo mi cuerpo una y otra vez deliciosamente.

Sus mimos y caricias terminaron por acabar con cualquier huella de enojo y nuevamente empecé a disfrutar de mis dos travestís.

Ya tenía una enorme erección. Las uñas largas acariciando mis testículos me volvían loco.

Elizabeth se puso en cuatro y Karina me ayudó a incorporarme; con una mano tomó mi erecto pene y lo dirigió al trasero de Elizabeth.

Despacio la penetré, gozando de su trasero, que también estaba apretadito.

Karina me puso las manos en mis velludas nalgas y las apretaba como si quisiera abarcarlas con sus manos totalmente. Estaba tan excitado que le bombee un poco más rápido que a Karina.

Inesperadamente Karina me jaló para que saliera mi pene del cuerpo de Elizabeth, quien de inmediato se acostó hacia arriba y me abrazó.

Fui empujado a sus brazos. Nuestros penes se encontraron. Estaban resbalosos. La sensación era única, nuestros miembros parecían besarse.

Me arrodillé y empecé a moverme como si estuviera follando a una mujer, tallando y resbalando nuestros miembros.

Subió sus piernas a mi cintura y me rodeó con fuerza mientras que sus manos se iban a mis muslos y me los sujetaba para que no pudiera deshacerme de su abrazo.

Las manos de Karina acariciaban mi espalda, mis muslos, mis nalgas, mis testículos. Por debajo tomó mi pene y lo bombeo varias veces haciéndome gemir.

Me soltó y enseguida sentí un chorro de líquido tibio como aceite en mi trasero. Instintivamente apreté el esfínter y sentí una nalgada muy fuerte, tan fuerte que me hizo gritar y brincar, aunque no podía escapar de las piernas de Elizabeth.

Todo fue muy rápido. Me dio tres nalgadas más y de repente lo sentí.

Me había colocado la punta de su miembro en la entrada del ano.

«Nooo, nooo, por favor» dije.

Pero era tarde, estaba indefenso. Hasta ese momento entendí el por qué me habían atado las manos y por qué Elizabeth me sujetaba fuertemente con sus piernas.

Quise brincar y escapar pero nada pude hacer. La cabeza me entró con fuerza, potente, robándose mi virginidad.

«Por favoor, por favooor».

«Prepárate que te la voy a dejar ir toda mi macho», me dijo con voz excitada.

«Noo, nooo, nooo, aaahhhh, aaaaaaaaaahhhh»

Había sucedido. Afianzando con fuerza sus manos en mi cadera, de un movimiento me la clavó casi toda.

«Aaaaaaaaaaaaaahh» grité con fuerza como nunca lo había hecho.

Elizabeth me seguía sujetando en esa vulnerable posición. Para callar mis gritos me metió a la boca una tanga y me la ató por detrás.

«Nnhhh, nnhnn», ya no podía gritar.

Elizabeth me abrazó con fuerza y pegó su boca a mi oído: «disfruta mi rey, cómetela toda, te va a gustar, relájate, disfrútala, porque sigo yo».

En vano trataba de forcejear; Karina empezó a moverse entrando y saliendo de mi antes virgen trasero. Me dolía muchísimo, sentía que me llegaba hasta el pecho y me abría el estómago.

Me estaba follando con fuerza.

«Estás apretadito, de veras que eras virgen, pero conmigo perdiste», me dijo al acelerar sus movimientos.

«Aaaahhhh», gritó cuando me la clavó hasta adentro con mucha fuerza.

Me hizo daño, el dolor me hizo llorar. Sentía ahogarme, que me faltaba el aire.

Entonces el duro miembro de Karina, clavado hasta el fondo de mi trasero, empezó a eruptar su leche. Me estaba llenando de esperma. Quería gritar y no podía. Sentía su enorme tranca palpitando mientras eyaculaba en mi adolorido trasero.

Sus uñas se clavaban en mi cintura.

La tortura duró unos segundos más. Cuando terminó sacó de repente su miembro de mi cuerpo, todavía en erección. Lo sacó rápido, y también me lastimó.

Me dejaron adolorido, cansado y agotado.

Las lágrimas me habían salido por el dolor. Las piernas me dolían, el trasero me dolía más aún; me sentía destrozado por dentro, como si me hubieran abierto en canal.

Por un rato me dejaron descansar y creo que me quedé dormido por unos minutos.

Cuando desperté estaba ya desatado y encima de mí estaba Elizabeth besándome, abrazándome, acariciándome.

Mi primera reacción fue responder a los besos y lo hice. Acaricié su cuerpo.

No me podía mover mucho porque me dolía la espalda y el trasero.

Elizabeth se subió, acostada, entre mis piernas y nuevamente nuestros penes se besaron.

Fue cuando me di cuenta que Karina nos acariciaba a los dos y embadurnaba nuestros cuerpos con una crema que olía delicioso.

Me excitaron nuevamente.

«Pobrecito, ya no eres virgen», me decía melosamente al oído mientras sentía una mano bombeando mi pene. Rápidamente me acerqué al orgasmo, pero de repente sentí algo duro entrándome en el ano.

Sólo gemí. El pene de Elizabeth resbaló y se me fue hasta adentro provocándome un poco de dolor. «Nnnnn»

Ya me tenía ensartado.

«¿Ves? Ya te está gustando, tu culo se acostumbró rápido a recibir verga» me dijo al oído.

«No, lo que pasa es que estás muy poco dotada», le dije.

Sonriendo, empezó a bombearme despacio, como si considerara el dolor que había sufrido.

Extrañamente el dolor había disminuido y apenas el roce de su tronco en mis músculos me hacía sentir un poco de dolor.

Me estaba follando hincada. Con suavidad tomó mis piernas y las subió a sus hombros ayudada por Karina.

«Poco dotada ¿¡ehh!? A ver que te parece esto» y al decírmelo empezó a bombear mi trasero con mucha rapidez y fuerza, como lo hacen los perros.

«Espérate, espérateee, ya nooo»

Entraba y salía rápidamente, además de que por esa posición me entraba hasta adentro, me la clavaba hasta el fondo con mucha fuerza.

Mientras esto sucedía Karina se subió a horcajadas en mi pecho, pegando su pene en mi cuerpo y en mi cara.

«Te voy a dejar bien culeado, a ver si vuelves a decirme lo mismo»

«Noo, despacio por favor».

Me tuvo así por mucho tiempo. Ya ni sentía las piernas.

Por fin terminó. Igual que Karina, me la clavó hasta el fondo y empezó a eyacular. Aunque no la sentí tan adentro como la de Karina, sentí que me quemaba, que su leche era lava hirviendo que me quemaba el interior.

Apenas vi un chorro blanco que me cayó en los ojos. Karina estaba eyaculando en mi cara. La leche me caía en la nariz, las mejillas, los ojos, y como quise evitarlo y me moví de un lado a otro, grandes cantidades de esperma fueron a dar a mi cabello y hasta sentí un chorro en un oído.

Olía todo a semen y no podía abrir el ojo derecho porque tenía semen.

Quise bajar mis piernas pero Elizabeth no me dejó.

«Todavía no terminamos, ahora sí lo vas a disfrutar, vas a gozar de una buena reata», me dijo. No había perdido su erección y empezó a bombearme otra vez.

Ahora sí me dolía muchísimo, pero sus movimientos eran lentos. Hubo un momento en que sentí que se perdía la erección, pero cuando vió que Karina me retiraba de los ojos el esperma y lo embarraba en mi pecho y en mi cuello, empezó a recuperar la erección.

Estaba agotadísimo, pero el dolor se iba convirtiendo en placer. A cada embestida sentía un calorcito, una sensación de gozo.

Llevé mis manos a su cintura y me afiancé. Ahora yo jalaba su trasero con mis manos para que se siguiera clavando en mi ano.

Empecé a gemir en señal de gozo, realmente estaba disfrutando de la cogida que me daba el travesti.

Después de unos minutos cambiamos de posición. Nos acostamos y me ensartó por atrás, estando de lado. Ya no sentía ningún dolor, sino puro placer.

Karina se acostó frente a mí, pero en posición inversa, colocando frente mi cara su blando miembro. Su boca me quemaba cuando chupaba mi pene.

Estábamos en un 69, yo me metía todo su pene en la boca y lo chupaba, jugaba con ese miembro dentro de mi boca, llenándolo de saliva.

Así estuvimos por un rato, Elizabeth bombeándome el trasero, Karina chupando y erectándome el pene, y yo ensartado por Elizabeth y chupándole a Karina su tranca.

Cuando todos íbamos a terminar, me dejaron acostado y se hincaron frente a mí acariciándose el miembro y eyaculando en mi cuerpo. El semen ya no era tanto, pero me caía a goterones en el pecho, en las piernas, en el abdomen y en el miembro.

Al sentir la leche sobre mi pene se disparó mi orgasmo y tomándome el pene para bombearlo eyaculé con chorros que fueron a dar a las medias de Elizabeth.

Quedamos agotados y acostados, abrazándonos los tres. A los pocos minutos me quedé dormido.

Desperté cuando sentí movimientos a mi lado. Karina me abrazaba y Elizabeth, a mi lado, se besaba con un hombre delgado y muy velludo, que había visto en el show como uno de los presentadores.

Cuando vieron que desperté se detuvieron y de inmediato Elizabeth me abrazó y empezó a acariciarme y besarme. Por un rato me besaron y acariciaron.

Luego que dejaron acostado y subiéndome una pierna en el abdomen me agarraron fuertemente de los brazos.

El sujeto velludo se me subió y abriéndome con rudeza las piernas me ensartó sin preámbulo. Me la clavó de un solo movimiento.

Me dolió pero me aguanté como todo un macho. Me mordí el labio inferior para no quejarme cuando empezó a bombearme.

El sujeto estaba hincado y se inclinó sobre mí. Sentía sus vellos en mis nalgas, en mis muslos y su pene en mi interior.

El dolor desapareció y empecé a gozar. Le di un apretón cerrando mi esfínter. «Ahhh», gritó, sorprendido por mi apretón.

Me excité al ver su expresión y me sentí dominante. Le di más apretones y ahora era él quien se quejaba de placer.

Karina y Elizabeth dejaron de acariciarme y me observaban sorprendidas dándole apretones a la tranca que me poseía.

Más apretones. Entonces mis manos se fueron a sus nalgas y la sensación de los vellos en mis dedos hizo brincar mi pene, que ya estaba erecto.

Recorrí con mis manos parte de su espalda y acaricié su pecho. Parecía una alfombra sexual. Subí mis piernas y rodee su cintura y baja espalda. ¡Qué sensación de sus vellos en mi cuerpo!

Me abracé a él y acaricié su velluda espalda mientras seguía haciéndole gemir con mis apretones.

En un apretón sentí que ya no podía apretarle igual porque estaba creciendo. Pegué mi cara a su pecho y aspiré el fuerte aroma de macho, abrí la boca chupando sus vellos. Mis manos se tensaron en su espalda y lo sentí. Su delicioso miembro empezó a depositar esperma dentro de mí al tiempo que mi leche salía disparada bañando su alfombra de vellos a la altura del abdomen.

«Aaaaahhhhhh» gritó con fuerza cuando le apreté otra vez, exprimiendo toda su leche. Como pude metí una mano entre nuestros cuerpos para tomar sus huevos y sentirlos entre mis dedos, sopesándolos, apretándolos suavemente para que me dieran más leche.

Finalmente quedamos abrazados.

Karina empezó a limpiarme con una toalla húmeda y Elizabeth me besaba.

El velludo, que me dijeron se llamaba Roberto, se quedó dormido a mi lado.

«Saliste más puta que nosotras, hasta hiciste gritar al Roberto», me dijo Elizabeth mientras me ayudaba a vestirme. Como pude me arreglé y tomé mi cámara. Las dos «chicas» me besaron efusivamente.

Me dijeron que me esperarían en la noche en el show y me comprometí a ser puntual.

Cuando salía de la habitación y caminaba por los pasillos pensaba en todo. A cada paso me dolía el trasero y me hacía recordar que ya no era virgen y que me había comportado como una hembra.

Me decía que tenían razón las mujeres que dicen que ni los hombres se resisten a la tranca de un buen macho. Siempre había tenido la fantasía secreta de follarme un travestí y ahora hasta me habían desvirgado mi habían echado un palo.

Iba pensando en todo esto cuando salí de las escaleras y me topé con el mesero, que me dijo: «¿quiere un taxi? Lo dejaron para el arrastre»; «no, estoy bien, gracias».

Salí caminando sin que me perdiera de vista, tal vez interiormente se reía de verme caminando así. Sin duda que se imaginaba que sentía dolor y que estaba bien abierto por la cogida que dos travestís y aquel hombre velludo me habían dado durante varias horas.

Así terminó mi aventura, a la que siguieron otras más, pues desde esa noche mi debilidad ya no fueron sólo los cuerpos masculinos con medias y ligueros, sino las trancas duras y jugosas deseosas de darme una cogida.

Espero que mi relato les haya gustado y que me escriban quienes quieran conmigo compartir este tipo de experiencias.