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Humo sagrado I

Humo sagrado

Comenzado: 8 de Marzo

Este relato está dedicado a un tipo muy especial de fetichistas, que sé que los debe haber a montones por ahí. Va para ellos.

Desganada, Patricia se pasea por los pasillos, con una copa de champagne en la mano. Ignora a los demás asistentes a la fiesta. No debía haber venido.

Sabe que este tipo de cosas le aburren. No obstante, siempre acaba aceptando, siempre imagina que hoy tocará, que quizá esta vez pueda llevarse una buena pieza a la cama. Nunca puede poner a dormir su espíritu de cazadora. Qué se le va a hacer, tendrá que aprender a vivir con ello.

Camina entre los demás como un fantasma, o quizá los fantasmas sean ellos, inmersos en sus ritos de cortejo, adulación y petulancia.

Mira a su alrededor, sin que nada le parezca ya digno de llamarse fiesta.

Apenas conoce un par de caras.

Además, casi no han venido chicas guapas a la mansión. Guapas y disponibles, pues aunque más de una vez la señorita Patricia ha acabado llevando a una chica a conocer por primera vez los deliciosos paisajes de Lesbos, no es lo que abunda en su experiencia. No es nada fácil.

Se acerca a una mesa y se llena la copa de nuevo.

Todo este muermo sería algo soportable si al menos tuviera un cigarrillo. Instantes atrás ha rebuscado con ansia en su bolso y sólo ha encontrado su paquete vacío. Ahora esa es la otra cosa en la que no puede dejar de pensar.

De vez en cuando capta el humo de tabaco en el aire, y siente que la boca se le hace agua.

Necesitada de fumar, Patricia lleva ya muchas copas, ha perdido la cuenta.

Normalmente aguanta muy bien el alcohol, pero empieza a notar el calor que le llega hasta la coronilla.

Ríe al notar la sensación, pero no hay nadie que capte su risa, nadie a quién le interese.

Decide marcharse de una vez. Buscará al profesor Ford, le dará las gracias por invitarla a una fiesta tan lujosa, y se despedirá con un beso.

Y sin haber triunfado, una noche más de tantas.

Entonces la ve. En una esquina, sonriendo a su alrededor. Luminosa, hermosa, elegante, joven. Ya la había visto antes por la mansión.

En un principio la había tomado como posible presa, pues parecía compartir susurros y caídas de ojos muy especiales con esa otra chica, la que ahora está allá lejos, hablando con un par de eruditos barbudos.

Sin embargo, pronto la perdió de vista, y había perdido la esperanza de volver a verla.

Es tan bonita, que se pregunta si estará hecha de carne. Rubia, muy bien peinada y maquillada. Lleva una blusa negra, vaporosa.

Duda. ¿Estará equivocada? ¿Pertenece ella a su mismo mundo, o quizá lo que ella cree indicios no han sido mas que gestos de amistad femenina mal entendidos? Ahora está sola. Patricia la observa con atención, disimulando.

Una mujer se le acaba de acercar. Ésta tampoco está mal, no es fea… Le dice algo, ella sonríe y… Qué sonrisa tan radiante… Asiente con la cabeza y busca en su bolso. Saca un mechero y sostiene la llama ante el extremo del cigarrillo que la chica recién llegada sostiene entre sus dedos.

Quizá la duda no sea tal… Patricia sonríe para sí. Las miradas que la chica radiante le dedica a la recién llegada, sin que ella se de cuenta, no dejan lugar a equívocos. Ella sabe muy bien lo que significa.

La chica del cigarrillo sonríe, da las gracias y se va, dejando una estela de humo flotando en el aire tras de sí.

Patricia se acerca. Sus miradas se encuentran. Es maravilloso que la chica nunca deje de sonreír, eso le encanta en una mujer.

Y le excita.

– Hola -dice Patricia, tendiendo la mano-. No tenemos el gusto de conocernos, ¿verdad? – No, no tengo el placer -ella le estrecha la mano. Tiene una mano cálida de dedos estilizados pero fuertes.

– Patricia.

– Encantada. Alesha -para su sorpresa, le besa la mano, en un gesto extremadamente elegante. Siente esos carnosos labios pintados de rosa sobre el dorso de su mano, y un montón de pelillos se erizan en alguna parte de su cuerpo.

– Vaya, una chica besando una mano. No es corriente, ¿no? – Me gusta hacerlo… -siempre esa sonrisa que ilumina todo su rostro y toda esta maldita fiesta aburrida.

– Encantada yo también, Alesha. Por cierto, al pasar junto a ti, me he fijado que llevas un mechero… ¿Significa eso que fumas? – Sí, claro.

– Espero que no pienses que soy una aprovechada si… Si te pido un cigarrillo. Verás, se me han acabado, y…

– ¡Faltaba más! Ahora mismo.

Busca en su bolso y parece haber encontrado lo que busca, pero se detiene un momento y la mira a los ojos.

– Hagamos una cosa. Te doy uno, pero me tienes que permitir el placer de compartirlo contigo. ¿De acuerdo? – Mmmh… Es una buena proposición. El placer será mío.

Saca el cigarrillo por fin, pero aun no se lo da. Lo sujeta entre sus dedos. Parece que se ha encontrado con una chica algo sádica.

– Llevo mucho rato aquí, me empiezo a agobiar un poco -dice Alesha-. Y el ambiente está un poco aburrido, ¿no? – No veo más que pajaritas y lentejuelas desde hace horas…

Alesha ríe.

– Muy bien. Conozco un lugar interesante. ¿Me acompañas? – A dónde quieras…

Con el cigarrillo entre los dedos, Alesha recorre la mansión.

Habitación a habitación, los invitados van escaseando a su alrededor, hasta que se quedan prácticamente solas.

Toma del brazo a Patricia al entrar en un amplio salón de aspecto lujoso. La guía hacia unas altísimas cortinas rojas.

Al descorrerlas se llega a un sitio muy curioso, casi un secreto oculto. Es una amplia balconada acristalada, a salvo del frió exterior.

Siguiendo todo el borde interior, un saliente acolchado hace las veces de asiento.

Es el lugar ideal para sentarse a solas y leer durante horas, cuando da la luz del sol, y a contemplar las estrellas y pensar, cuando llega la noche, y apenas llegan algunas luces de faroles del exterior, como ahora.

– Vaya, es un lugar precioso. Soy afortunada esta noche, por tener una guía tan buena…

Afuera, la noche. Los extensos jardines de la mansión Ford.

El cielo nocturno. La ciudad está lejos del lugar y sus neblina de luz artificial no vela las estrellas. Una está tan acostumbrada a no verlas en la ciudad, que no puede evitar mirar con fascinación el titilante tapete celeste durante un buen rato.

– Un sitio hermoso, de verdad -insiste Patricia-. Y muy romántico. Si conquistara a alguien esta noche, no dudaría en traerle aquí.

– Yo tampoco…

Las miradas dicen lo que los labios callan.

– Lástima que toda esa gente sea tan condenadamente aburrida. Pero bueno, hablando de ese cigarrillo…

– ¡Oh, claro!

Está aun escondido entre sus dedos, ha estado jugueteando con él hasta el momento. Saca el mechero de su bolso, mientras Patricia se sienta para seguir mirando las estrellas. La suave luz acaricia su rostro. Su mirada, inteligente y profunda, perdida en la lejanía.

Alesha tiene que contener un suspiro.

– ¿Quieres… quieres que te lo encienda yo? -propone, casi con timidez.

– Claro. No me importa. Está bien, dale tú la primera calada.

Alesha lo sujeta entre sus carnosos labios, suavemente, sin apretarlo.

Aprieta el mechero y acerca la llamita hasta el extremo. Da una profunda calada, hasta que por fin prende. Se lo pasa a Patricia, expulsando lentamente el humo por la nariz.

– Gracias. Me has salvado, necesitaba uno, de verdad.

– No hay de qué.

Patricia lo coge y comienza a fumar, mientras sigue mirando las estrellas.

Con cada calada, un suave fulgor rojizo ilumina su rostro en la semipenumbra. Ella es de las que disfrutan fumando, sin prisa, saboreando, viviendo el ritual, con elegancia. De las que expulsan el humo entre sus labios con un suave siseo.

Las serpentinas de humo ascienden hacia el inalcanzable techo, lentas, enredándose entre ellas, retorciéndose y transformándose conforme suben.

Alesha se sienta junto a ella.

– ¿Creerías que estoy loca si… si te dijera que creo que no hay nada más sexy que una mujer hermosa y elegante fumando?

Patricia se vuelve y la mira fijamente a los ojos.

– Bueno… Cosas más extrañas he oído. Una vez conocí a alguien al que excitaban las chicas con mochila. Pero no cualquier mochila: tenían que ser de las de un solo tirante.

Rieron juntas.

– Vale, gracias. Eso me quita un peso de encima.

– Entonces… ¿Quieres decir que cada vez que hago esto… -Patricia acerca lentamente el cigarrillo a sus labios, y le da una larga chupada. Luego deja que el humo escape muy lentamente entre sus labios, casi denso a la vista- … tú te excitas?

Alesha suspira. Sus dedos juguetean entre sí.

– Sí. Mucho.

– ¿Y si hago esto…?

Da una calada aun más larga. Contiene el aliento y, haciendo un circulito con sus labios rojos, hace que el humo se vaya a estrellar en el rostro de Alesha.

– ¿… También te excita? – Mmmh… Desesperantemente.

– Vaya, vaya, vaya… Qué curioso.

– No lo puedo evitar. Y tampoco sé el motivo. Sólo sé que me derrito cuando veo una mujer hermosa fumando. Pero tiene que ser preciosa, y muy elegante. Maquillada y vestida con mucho estilo.

– Eso suena a halago.

– Lo es.

– Gracias…

Llega el esperado silencio, uno de esos que dan lugar al primer beso.

Sus labios se unen por fin. No obstante, ninguna tiene prisa. Sólo al cabo de un buen rato, los besos comienzan a volverse más amplios, golosos. Cada boca intenta devorar a la otra. Sus lenguas deciden probarse.

Alesha descubre la curiosa manera de Patricia de excitarte con sus besos.

Cuando más encelada estás, se aleja de ti y te mira a los ojos, te deja en el aire, con la boca abierta, sorprendido.

La persigues y ella sigue alejando su rostro. Juega contigo, con tu ansia. Se divierte humillándote.

A Alesha nunca le han hecho una picardía como aquella. Sin embargo, no se anda con juegos. Sujeta bien la cabeza de Patricia y la besa a placer, sin que pueda escaparse, la penetra hasta donde es capaz con su lengua.

Las dos mujeres desearían ser líquidas, dejarse beber por la otra.

Dejarse absorber, dar la vuelta a su cuerpo, como un guante que vuelves del revés, ser su piel interior, besar por siempre sus entrañas, desde dentro.

Patricia se toma una pausa. Da una calada al cigarrillo. Alesha se retuerce de excitación, observando la escena muy de cerca. Patricia se divierte.

– Si supieras lo hermosa que estás fumando… Si supieras cómo me pones cuando dejas que el humo escape de tus labios y trepe por tu rostro, lentamente… Mmmmh, qué mala eres… Lo haces a caso hecho.

– Por supuesto.

Sigue fumando mientras Alesha pasa a las caricias.

Acaricia sus muslos enfundados en negras medias, apenas con las yemas de sus dedos, mientras le besa el cuello, su boca caliente, su lengua punzándola, sus músculos que pierden la razón.

La mano sube por su cintura, acaricia el vientre liso de su vestido, llega hasta su pecho.

Lo abarca, lo aprieta, comienza a magrearlo en círculos.

La boca ha pasado del cuello a su oreja. A Patricia le encanta.

Si hay algo que consigue hacer que se rinda es una buena comida de oreja. Nada más. Podría tener incontables orgasmos si encontrara una chica hermosa que le lamiera y mordiese la oreja durante un tiempo sin fin.

La mano comienza a acariciar por debajo del vestido.

Amasa los pechos, que Patricia ya nota bien duros. Dos pechos generosos, redondos, apetecibles.

Le da pequeños pellizcos a los pezones que la hacen retorcerse, arquear la espalda.

– ¿Qué podría hacer para que esto fuera aun más excitante para ti? -pregunta Patricia.

– Hmmm, veamos… -Alesha no abandona aun su pecho, comenzó a besarla- Sería aun más elegante y excitante si fumaras con guantes puestos. Oh, sí, eso sería delicioso. Pero, claro, eso sería…

– Qué casualidad. Creo que…

Patricia busca en su bolso y extrae un par de guantes. Los muestra ante los ojos deleitados de Alesha. Son preciosos, aterciopelados, negros.

– Dios, son perfectos. Tan elegantes… -Alesha los acaricia- Póntelos ahora mismo.

Le llegan hasta el codo. Patricia tira lo que queda del cigarro al suelo y lo apaga, aplastándolo con el zapato de tacón.

Alesha saca otro, lo pone entre sus labios y se lo enciende. Patricia vuelve a exhalar humo. Ahora el cigarrillo está sujeto por unos finos dedos envueltos en terciopelo negro, y eso hace derretirse a su amante.

Alesha le desabrocha el vestido. Ella no se resiste. Le desabrocha también el sostén, liberando sus pechos.

Los besa, los mordisquea, chupa con fuerza de los pezones, sin perder nunca de vista su amada boca, esa boca pintada de rojo que da profundas caladas y expulsa humo con una parsimonia dulcísima.

– Mámamelas bien… ¿Me oyes? Mámamelas hasta que me corra. Quiero que me chupes los pezones hasta que me corra.

Alesha obedece. Apresa un pezón en su boca, aspira con fuerza. Dentro de la humedad cálida de su boca, lo acaricia con la lengua en círculos cada vez más furiosos. Lo mordisquea y lo vuelve a lengüetear.

Mientras tanto, el otro pezón es castigado a pellizcos, como si quisieran reventar una pequeña uva. Duele, pero es dulce.

Luego los pezones se intercambian, el que era recibido dentro de la boca es ahora castigado por los pellizcos, y viceversa.

Patricia se retuerce de placer, y sigue fumando a ratos, sólo para los ojos de su amante.

No obstante, Patricia no llegará al orgasmo así como así.

Sus pezones son un dulce manjar, pero necesita algo más. Alesha la tumba en el asiento. Introduce la cara entre sus largas piernas…

Entre la misteriosa neblina azul del humo, una preciosa chica rubia le lame la rajita a su amiga, que se retuerce de placer y gime bajito, para no ser oída y descubierta tras las cortinas en vergonzosa faena.

Su lengua actúa muy despacio. Recorre los labios de arriba a abajo.

Luego pasa al interior. Penetra un poco, y allí se mueve como un pequeño gusanito travieso, volviendo loca a su amante.

La penetración es muy superficial, deliciosamente tierna. Luego descubre el clítoris con los dedos y le presta sus atenciones.

Lo apresa entre sus dientes y, lo que queda dentro de su boca, lo acaricia muy suave con la punta de su lengua.

Sus manos suben hasta sus pechos y allí retuercen con fuerza los pezones.

Todos los músculos de Patricia se contraen al máximo, su espina dorsal es sacudida por el placer, sus caderas se elevan con fuerza, chocando contra la cara de su lamedora. Se corre.

Alesha se detiene un momento. Toda su cara, de nariz para abajo, se cubierta de una pátina húmeda.

– Dios, quiero que sepas que he cumplido mi mayor sueño, comerle el coño a una mujer hermosa mientras fuma. Es… mi mayor fantasía. No creas que la cumplo cada fin de semana.

– ¿Cómo “he cumplido”? Esto acaba de empezar, mi amor… -para demostrarlo, Patricia da una calada al cigarro. Alesha sonríe hambrienta.

La besa profundamente y luego la hace situarse de cara al cristal. Desde atrás la abraza, acaricia su cuerpo, desde sus tobillos finos hasta su largo y rubio cabello. Juega con él, peinándolo entre sus dedos, disfruta viendo la fluidez y limpieza con que cae, como un riachuelo.

Alesha siente el aliento aromático en su cuello.

Siente la lengua, siente las mordidas juguetonas. Siente esa mano que se cuela bajo su blusa y aprieta su pecho.

Siente esa otra mano que se cuela bajo su falda y tantea la tela de sus bragas.

Ya que las dos manos la están acariciando, imagina que ahora el cigarrillo estará en los labios de su amante. La imagen en su cabeza la excita.

Patricia la aplasta literalmente contra el cristal. Cualquiera que pase en ese momento por el jardín, si es que hay iluminación suficiente, podrá ver sus grandes pechos, sus labios comprimidos contra el cristal.

Y esa mano entre carne y cristal, apretando con fuerza. Por instinto, Alesha comienza a besar el cristal. Ya no le importa que la vean, está demasiado cachonda ya para eso. Besa al cristal como si fuera su amante más fríos e impasible, uno que no responde a sus lametones, sus mordiscos, sus roces sensuales y levísimos.

Patricia acaricia su culo. Le da una palmada. Sube el vestido y descubre sus bragas. Las aparta con el dedo índice.

Busca sus labios, ya henchidos, y los acaricia hasta dejarlos resbaladizos. La penetra con un dedo, mientras con la otra mano le estruja la teta hasta volverla loca, hasta que intenta atravesar el cristal con sus besos.

– Eso es… Eso es… Méteme un dedito… Ese dedito… Mmmmh… Qué delicia. Y acaríciame. ¡Por Dios, acaríciame! – Cómete el cristal. Vamos, guarra. Sé que eres una guarra. Límpialo. Lo vas a lamer hasta que lo dejes brillante y limpio. Venga, lame, cerda…

-con cada palabra de Patricia, el cigarrillo sube y baja en sus labios.

La boca de Alesha es obediente. Patricia la folla con dos dedos. Con la otra mano le acaricia el clítoris. Tres dedos. Círculos frenéticos.

El cristal húmedo. El humo flotando a su alrededor. El aliento en la ventana. Las tetas aplastadas.

Alesha se corre incontables veces. Ahoga un grito desgarrado contra el cristal.

Se separan un momento, jadeantes. Se recomponen la ropa y el pelo. Se sientan, más bien se despatarran, agotadas.

Patricia apaga el cigarro y enciende otro más. Se lo pasa a Alesha.

– La idea era que lo compartiéramos, ¿no? Al menos en un principio.

Alesha ríe. Vuelve a ser esa chica preciosa de la sonrisa iluminadora.

El filtro se ha marcado con el carmín rojo intenso. Le da una calada. Ahora el color rosa se ha superpuesto al rojo.

Y así sucesivamente, durante una deliciosa eternidad, hasta que se consume.

Alesha es la primera en levantarse. Mira a Patricia con ternura.

– ¿Volveremos a vernos? – Oooh, Señor. No digas eso. Suena a despedida para siempre.

– Bueno, pero… ¿Crees? – Por supuesto -la besa-. Yo también tengo mis retorcidas fantasías fetichistas, ¿sabes? Y me gustaría satisfacerlas. Me alegro de haber encontrado a alguien como tú.

– Fantasías, ¿como cuáles?

Se acerca y se lo susurra al oído.

– ¡No! -ríe Alesha, cubriéndose la boca con la mano- Eso es imposible. ¡No cabe! – Te sorprendería lo que puede hacer una chica hábil con un buen tarro de nata.

Ha vuelto a hacerla reír. La adora. Definitivamente quiere tenerla a su lado. Qué afortunada.

– Bueno, ¿nos vamos de esta fiesta? – ¡Vayámonos!

Y cogidas del brazo, salen de detrás de la cortina, dispuestas a marcharse del lugar.

En el lugar secreto queda flotando una interesante mezcla de dos olores: sexo y tabaco rubio.

FIN

Terminado el 12 de Marzo

Continúa la serie Humo sagrado II >>

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