Masaje especial
Una amiga le comentó de la masajista a cuyo departamento estaba por entrar. Le había dicho que la iba a pasar muy bien, que era una excelente profesional y que realizaba un «masaje especial» que no se iba a olvidar.
Se la recomendó porque le había contado que estaba atravesando un mal momento con su marido, que hacía rato que no la tocaba y que discutían por cualquier cosa.
No sabía si se iban a separar y estaba muy nerviosa por la situación, sobre todo por tratarse ella de una mujer que disfrutaba enormemente del sexo y no podía estar mucho tiempo sin hacer el amor.
Confió plenamente en las palabras de su amiga, a quien veía mucho mejor de ánimo (está separada y sin ningún pretendiente a la vista) desde que concurría a esas sesiones milagrosas y por ello había efectuado una reserva de turno con la terapeuta.
La propia masajista fue quien le abrió la puerta. Era una mujer de belleza normal, de estatura mediana, cabello largo (recogido atrás) negro y ensortijado. Tenía alrededor de 40 años.
El lugar era pequeño y estaba lleno de plantas y adornos, tenía una cocina angosta, un baño y el consultorio, donde apenas entraban la camilla, una mesita ratona y un perchero.
La profesional recibió la con un beso y la invitó a sentarse en el living mientras le servía café. Le preguntó acerca del problema que la aquejaba y que le recordara quién la había recomendado.
Requirió información sobre su vida sexual, lo que la sorprendió pero igual contestó, invitándola luego a pasar a la sala de masajes indicándole que se sacara toda la ropa.
La mujer dudó un instante porque generalmente cuando le dieron masajes lo hicieron estando ella con la ropa interior puesta habiéndose sacado únicamente su corpiño, pero confió en la terapeuta y se desnudó completamente.
La profesional la hizo acostar boca abajo y comenzó a masajearle el cuello y la espalda de tal modo que pronto empezó a relajarse.
Continuó luego por las piernas, desde los pies hacia arriba, deteniéndose en la cola. Sobre ésta realizó unos movimientos especiales de abajo hacia arriba para evitarle -según le aclaró- que la piel se le ponga fláccida.
Percibió que esos masajes le provocaban una extraña sensación, ya que al separarle las piernas se le movían los labios vaginales y el clítoris rozaba suavemente la tela de la camilla, produciéndole un gozo que no podía evitar. Comenzó a sentir las vibraciones que preanunciaban un orgasmo y se sintió feliz.
La terapeuta percibió el estado de la paciente y aceleró los movimientos logrando que ésta acabara mientras exhalaba un profundo suspiro. Luego de un instante de relax, le pidió que se diera vuelta y comenzó nuevamente a masajearle las piernas, pero ahora por delante.
Cuando notó que se acercaba a su entrepierna la mujer se sintió perturbada porque los dedos de la masajista pasaban muy cerca de su preciado tesoro.
La profesional, que es toda una especialista, rodeaba sus partes íntimas sin siquiera tocárselas, rumbeando primero hacia su vientre y luego hacia sus pechos, sugiriéndole, no obstante hallarlos bastante firmes pese a su gran tamaño, pasarle un crema especial mostrándole el movimiento. Los pezones se le endurecieron rápidamente.
La terapeuta continuó con los masajes hasta que la mujer volvió a estremecerse. Luego la invitó a vestirse y se retiró hacia el living para esperarla con un whisky.
Después de conservar de cualquier tema, la profesional le preguntó si no tenía inconvenientes en que en la próxima sesión participara su esposo, que solía ayudarla en determinadas sesiones, ya que consideraba que por su estado el masaje que le proporcionarían le resultaría satisfactorio.
Titubeó, pensó que se debería quedar desnuda frente a un hombre que no conocía, que además la masajearía, pero le dijo que no tiene problemas, lo que provocó que una sonrisa cómplice se dibujara en la cara de la masajista.
Apenas se retiró, llamó por su celular a su amiga preguntándole acerca de la participación del hombre en la sesión y ésta le respondió que no se preocupara, que la iba a pasar mejor que esa tarde y que no se iba a arrepentir.
El día llegó. Cuando arribó al departamento la recibió la mujer con un beso e inmediatamente le presentó a su esposo.
Este era un hombre alto, de aproximadamente 1.80 mts. de estatura, bronceado y con un físico trabajado en el gimnasio. A la mujer ya no le disgustó la idea de mostrarse desnuda frente a un desconocido. Es más, ese desconocido le agradó, aunque no sabía todavía cuál sería su participación en la sesión.
Ingresó al consultorio y se quedó como Dios la trajo al mundo. Al igual que en la sesión anterior la terapeuta se ocupó primero de su cuello y espalda mientras su marido fue quien le masajeaba las piernas y glúteos.
El hombre sabía muy bien como manejar sus manos y a ella le empezó a gustar más que lo hiciera él que su esposa y la calentaba la situación.
Trató de no pensar demasiado en ello, pero le resultaba imposible obviar que un hombre de esas características le pusiera las manos sobre su culo y empezó a excitarse.
Pronto experimentó un orgasmo y vibró de tal modo que la pareja se percató de ello y sonrió con complicidad.
Luego de un instante la hicieron dar vuelta e invirtieron las posiciones. El hombre se dedicó ahora a la parte superior y la mujer a la inferior.
Cuando las manos del masajista se posaron sobre sus tetas sus pezones se erizaron repentinamente.
Pensó que iba a desfallecer. Abrió momentáneamente los ojos al sentir que algo le rozaba la cara y observó sorprendida que era el bulto del hombre que parecía a punto de estallar dentro de sus pantalones.
Entonces, fuera de sí y con una calentura de aquéllas, intentó acercar su boca a ese bulto tan deseado a esta altura. Casi sin darse cuenta subió sus manos y acarició la entrepierna del hombre, quien rápidamente se bajó el cierre de su pantalón y sacó el miembro viril afuera.
A esta altura los dedos de la masajista ya jugueteaban dentro de su vagina, de ahí su excitación. Sintió como le separaba suavemente las piernas flexionándoselas hasta que los talones tomaran contacto con sus glúteos y como procedía a introducirle una verga de plástico con vibrador.
Pensó oponerse a ello pero estaba de tal modo que no ofreció resistencia para que entrara con más facilidad..
El consolador, untado generosamente con vaselina comenzó a penetrarla y la mujer dejó escapar unos gemidos de satisfacción. La verga real del hombre fue entonces su objetivo. La tomó entre sus manos, la acarició de arriba abajo, dejando que la piel descubriera la roja cabeza y se la introdujo en la boca y empezó a chuparla.
Como los movimientos entre los tres se realizaban sincronizados, la mujer estaba a punto de acabar nuevamente. El hombre por entonces ya no podía aguantar más el contener la eyaculación y el estallido se produjo de golpe.
Un poderoso chorro de semen salió disparado hacia la garganta de la mujer quien al sacarse la pija de la boca, recibió sobre su cara el resto de la leche. La terapeuta viendo cómo gozaban los dos empezó a humedecerse.
Después de ducharse y vestirse tomó un par de copas con sus ocasionales amantes, sin que ninguno de los tres hiciera mención alguna a lo que había sucedido unos minutos antes.
Cuando salió a la calle parecía que volaba.
La había pasado tan bien que ya estaba pensando en la próxima sesión. Se había olvidado de que su marido no la atendía y ya se imaginaba cogiendo con el marido de la masajista.
Lo que ignoraba era que la terapeuta fuera celosa y que solo admitía a su marido que se la chuparan y que éste manoseara las tetas y conchas de sus pacientes. ¡Nada más!.
Por algo usaba el vibrador para penetrar ella a las pacientes. No quería que su esposo se cogiera a ninguna más que a ella.
La historia estaba próxima a finalizar pero ninguno de los tres lo sabía.
Ocurrió accidentalmente. Ese día la sesión estaba desarrollándose normalmente entre los tres cuando tocó el timbre del departamento una paciente que se había equivocado de horario y arribado mucho más temprano.
La masajista que no quería que se fuera pues temía perderla ya que era la primera vez que concurría empezó a darle charla mientras en la otra habitación se quedaban solos su marido y la mujer y la temperatura iba en aumento.
El hombre tenía ya su verga dura y como la circunstancia y la ocasional compañera invitaban a ello, la sacó del pantalón. Ella que estaba en relax, abrió los ojos al percibir el movimiento y sonrió con picardía pasándose los dedos alrededor de sus pezones erectos como si trazara sugestivos círculos.
La ayudó a bajarse de la camilla, la tomó por las caderas y le dio un beso en la boca que ella aceptó con agrado. La hizo recostar un poco y pudo ver sus preciosas nalgas con un delicioso trasero y dada la posición, la entrada a la conchita.
Cuando abrió las piernas para facilitarle la tarea el masajista le introdujo la verga hasta el fondo. No tuvo inconvenientes porque ella ya estaba húmeda. La tomó de las tetas y empezó a moverse con toda velocidad buscando el orgasmo como un desesperado cuando se dio cuenta que la mujer estaba por acabar y le pedía que se la metiera fuerte.
Al unísono acabaron gimiendo y gozando salvajemente.
La terapeuta, que algo sospechó por los sonidos que surgían del consultorio, dejó a su nueva paciente con la palabra en la boca e ingresó raudamente donde se encontraban los amantes.
Empezó a gritar de tal modo que la recién llegada se asustó, tomó sus cosas y huyó presurosa. Al masajista la pija se le vino abajo como se derrumba un castillo de naipes y la mujer, asustada, no sabía qué hacer.
Soportó que le gritaran que una puta y pensó que le iba a dar un cachetazo por lo exasperaba que estaba, pero inmediatamente la terapeuta se dio cuenta de la situación y le dijo que se vistiera y se fuera para nunca más volver.
Consideró culpable de todo a su marido que sí conocía las reglas del juego (no cogerse a ninguna paciente) y no a la pobre mujer a quién habían calentado hasta más no poder e ignoraba el trato.
Esta se vistió presurosa y salió corriendo del departamento. Una vez en la calle llamó a su amiga contándole todo y pidiéndole por favor que le consiguiera algo similar.
Ya se había acostumbrado y no podría volver a su vida anterior.
Quería seguir cogiendo seguido tal como se lo pedía su cuerpo.