Este fin de semana pasado pensaba descansar, salir de paseo con mis hijitos, llevarles al cine, al parque de atracciones, en fin, lo que debe hacer cualquier madre decente, no como yo, que los tengo demasiado abandonados por causa del trabajo.
Estoy cansada debido a mi embarazo, en su octavo mes, de mi tercer bebé.
No por eso mi jefe me tiene contemplaciones. Dice que ya descansaré tras el parto.
Pero en vez de apacible, el fin de semana resultó trepidante.
El viernes por la tarde mi esposo llegó a casa con la noticia de que había quedado con nuestras parejas amigas Inés y Pablo y Susana y Luis para acudir a nuestro club de intercambios esa noche. Bueno, no estaba mal un buen desahogo preliminar al relajo.
Mi marido Antonio y yo, me llamo Olga, siempre fuimos muy liberales en materia de sexo.
Ya en la Universidad nos compartíamos con otras parejas, o no parejas, sin problema por parte de ninguno, con la única condición de que el otro lo supiese. Sin embargo, desde la aparición del SIDA, decidimos tener más cuidado y por eso nos hicimos socios de un club de Intercambio de parejas donde todo el mundo debe acreditar periódicamente su estado sanitario.
Allí conocimos a las otras que acabo de mencionar que son con las que más nos relacionamos, sin que sea exclusivamente. Además, tampoco resulta totalmente intercambio, pues frecuentemente practicamos el sexo en grupo y las chicas, que somos bisex las tres, formamos buenos números lésbicos.
Yo tengo 35 años, morena, 1,65 de estatura, cuerpo bien conservado, tetas pelin pequeñas y ya algo caídas, pero muy agradables al decir de mis folladores, porque caben enteras en la boca.
El culo es muy respingón y mis piernas largas y bien torneadas, con los muslos bien macizos. Todo eso claro, cuando no estoy preñada como ahora.
Mis manos de dedos largos, delicadas y de uñas escrupulosamente lacadas en rojo son el complemento ideal de mi figura. Para acentuar mi atractivo tengo el pubis siempre rigurosamente depilado y, cuando voy a tener sexo me coloco unos grandes anillos de titanio en los pezones y en el clítoris. Antonio también se depila los testículos y se coloca un aro rodeando su polla y escroto.
Nuestras dos parejas amigas también son deliciosas, ellas también se depilan y se ponen piercings o tatuajes no permanentes, salvo Susana, que lleva uno permanente en el pubis con una preciosa mariposa. Susana tiene 45 años y su marido Luis 50, ella es de complexión fuerte, un poco gordita, bueno rolliza.
Tiene unas tetas enormes de extensas aréolas destacadas por los gruesos pasadores dorados que suelen perforar sus pezones, un culo y unos muslos bestiales que a Antonio le vuelven loco.
A mi me gusta su enorme raja del coño, que no para de soltar flujos a raudales cuando se pone cachonda.
Inés es más joven, tiene solamente 22 años, y su pareja, Pablo, de 46 años es su propio padre, pero a nadie importa su relación, lo que interesa son sus cuerpos.
El de Inés es una maravilla, armónico en todos sus atributos, tierno, suave y blanco, como el de una adolescente. Me ha confesado que tiene envidia de mi embarazo y quiere convencer a Pablo de que la preñe o le deje hacerse preñar por otro.
Cuando llegamos al club, después de tomar unas copas, Pablo se acopló con una pareja de lesbianas que ese día tenían ganas de jugar con un hombre.
Antonio se refugió en los adorables muslos de Susana e Inés y yo nos quedamos de momento a disposición de su marido Luis. El hombre tenía caprichos ese día y nos pidió que le regaláramos con un número lésbico.
Ningún inconveniente tenía yo para disfrutar de la tierna Inés, y menos ella que estaba obsesionada con mi prominente barriga. Estábamos en la zona pública, por lo que cualquiera podía observar y solicitar participar en el lance.
Cuatro hombres y dos mujeres lo solicitaron mientras estábamos enzarzadas en un caliente 69 ante Luis, que había accedido a que le mamara la polla una graciosa madurita rellenita con pinta de ama de casa. Inés no consintió ninguna intervención pese a que me hubiera agradado una polla dentro de cualquiera de mis orificios mientras ella me destrozaba el clítoris tirando con sus dientes de mi anillo.
Ya que estaba tan encelada le sugerí ir a un reservado las dos solas, ya que sabía que terminaría metiendo uno de sus dulces puñitos en mi coño y eso, en público, acercaría gran cantidad de mirones y de solicitantes de intervención.
Pero no quiso. Me susurró que tenía una sorpresa reservada para una puta preñada como yo. Me sorprendió su lenguaje, ya que solía ser comedida en ese aspecto, no como Susana, que soltaba procacidades a la menor oportunidad, sobre todo si tenía una polla dentro de cualquiera de sus agujeros.
Y me fue llegando la sorpresa. Se presentó desnudo un soberbio semental negro con una tremenda verga, al que Inés me presentó como parte de la tal sorpresa.
Ella me obligó a mamársela en lo que podía, puesto que el instrumento era realmente fuera de serie en cuanto a longitud. Poco después estaba sobando mis tetas un tipo blanco muy pálido con aire de eslavo que presentaba una tranca relativamente corta pero de un grosor extraordinario. Inés me lo presentó como la segunda parte de mi sorpresa.
Mientras el recién llegado dirigía su grueso tronco a mi boca para conseguir poco más que lamidas, ya que me era imposible mamársela a riesgo de desgarrarle la piel con mis dientes, el negro de polla larga hurgaba en mi ano hasta que noté como me la introducía.
En escasos minutos mi voluminosa humanidad había sido maniobrada de tal forma que el negro seguía usando mi ano y el blanco me follaba la vagina mientras que Inés, con el coño sobre mi boca me exigía que se lo lamiese, al tiempo que estiraba de los anillos de mi clítoris y mis pezones desde unas cadenas que no fui consciente de cuando me colocó.
No tardé en experimentar los orgasmos. Los hubiera tenido antes si no fuera porque no se considera de buen gusto hacerlo en la zona pública.
Así que comencé a berrear y sollozar sin ningún pudor ante no menos de 30 personas de ambos sexos que estaban aglomeradas contemplando el espectáculo.
Entre ellos vislumbré a mi marido y al resto de mis habituales folladores. Me sorprendí a mi misma sintiéndome orgullosa de la exhibición sin el menor asomo del pudor que sería propio de una señora madura, casada y con hijos, de costumbres sociales aparentemente respetabilísimas y, sobre todo, deforme embarazada de ocho meses.
Después de que los dos hombres me inundasen con su semen por ambos conductos, Inés me introdujo un tapón anal en cada agujero con la intención de llevarme a un reservado. Susana se apuntó al número que esperaba y recibió su premio no sin pelear con Inés. Ambas me hicieron abrir mis agujeros estando de pié para poder beberse el semen almacenado junto con mis jugos.
Terminamos haciendo un fisting doble a Susana, yo por el desarrollado coño y la manita de Inés por el dilatado culo, mientras comentábamos con risas los detalles de la jornada, lo que la disfrutamos y lo agotadas que estábamos, sobre todo yo con mi barrigón.
De regreso a casa, a las cinco de la madrugada, Antonio no estaba de buen humor, pero supongo que no se atrevía a decirme nada suponiendo que Susana me habría contado como se pasó todo el tiempo aferrado a sus inmensos muslos y comiendo los labios de su chorreante coño, pero que su verga no había funcionado. Caí muerta en la cama sin fuerzas para dar un beso y arropar a mis niños
Segunda jornada: Sábado.
A las diez de la mañana, todavía sin reponerme de la extraordinaria noche anterior, recibí una llamada de mi jefe:
Estaba de viaje y me pedía que a las cinco de la tarde me presentase en el hotel FK, habitación 69, para exponer a una comisión de cinco clientes de la empresa HACO inc. el proyecto que habíamos confeccionado para su implantación en nuestro país. Que se habían presentado imprevistamente o que había fallado un fax de anuncio de la visita. Que uno de ellos ya me conocía de las conversaciones preliminares y que exigía volver a tratar conmigo, máxime sabiendo que estaba preñada de ocho meses. Los demás componentes de la comisión estaban de acuerdo.
El párrafo anterior no se comprendería si no me explicase mejor:
Mi jefe es un perfecto inútil para negociar. Él es mi amante con conocimiento de mi marido, quien también sabe que los negocios de mi empresa se consiguen a base de mi cuerpo. Mi jefe verborrea y yo convenzo por otro conducto, ya que generalmente los productos o proyectos que queremos vender son deficientes, si no infortunados. En fin, hago de puta de la empresa y todo el personal lo sabe y me está agradecido por mantener su fuente de ingresos. A ninguno es le ocurriría reprocharme nada.
A la hora fijada, después de dejar a mi marido en el cine con los niños y recomendarle llevarlos a cenar al McDonalds, llamaba a la puerta de la habitación prefijada. Allí había tres hombres blancos y otro y una mujer negros. Nos presentamos formalmente comentando con el que ya conocía la marcha del negocio que llevaba conjuntamente con mi empresa, aunque sabía perfectamente que no era eso lo que les interesaba. Cortésmente me siguieron el juego durante un rato hasta que el conocido se levantó de la silla y, colocándose tras de mi me levantó de la mía con sus manos bajo mis pechos, diciendo:
- Nos interesaría palpar materialmente el «cuerpo» de ese negocio.
- Faltaría más Mr. F.
Apartándome del grupo con sensual contoneo comencé a efectuar un lento streap tease hasta quedar totalmente desnuda ante todos y exhibiendo mis sugestivos aretes de los pezones y el clítoris. No es que fuera muy muy artística la cosa moviendo mi enorme panza, pero no lo podía hacer mejor.
La mujer negra, ya mayorcita, le eché unos 45 años, me indicó un lugar de la habitación donde estaba expuesto un buen lote de artículos de sex shop.
Tomé un tapón anal y un consolador de mediano calibre y les estuve haciendo una buena exhibición introduciéndome los artilugios durante cerca de 15 minutos, al cabo de los cuales la negra se desnudó mostrando el tremendo cuerpazo que yo me imaginaba.
Los enormes pechos caídos mostraban sobre sus extensas aréolas unos escudos metálicos sujetos por un pasador que atravesaba sus pezones.
Cerrando su agujero frontal a través de los perforados labios mayores presentaba un candado de mediano tamaño que la impediría totalmente ser usada por ese conducto.
Sobre un pecho, en una nalga, sobre los riñones y en el exterior de los soberbios muslos mostraba tatuajes de incomprensible significado. Unos eran dibujos y otros textos.
La mujer me tomó de la mano y me aproximó al grupo de hombres aún totalmente vestidos aunque acariciando su polla por encima de los pantalones.
Me fue forzando a tomar posturas que mostrasen mejor mis intimidades.
Me separaba los cachetes del culo, me abría los labios, levantaba, bajaba y retorcía mis tetas, comentaba mi dura barriga, enseñaba mi boca forzadamente abierta y juzgaba mi dentadura, metía sus largos dedos en mis agujeros untándolos de mis fluidos internos y se los daba a chupar a los hombres
Después del concienzudo examen, la negra me tomó de la mano y me dijo:
– Ven cariño, que los hombres ya quieren usarte.
Y me condujo al baño seguidas por los futuros folladores. En el baño me inyectó un copioso enema para dejar listo para usar mi ano, mientras ellos observaban. Me insertó un tapón anal para demorar la expulsión. La demora fue demasiado para mi cuerpo, que comenzó a manifestar los dolorosos efectos aunque todos permanecieron impasibles. La negra me detuvo la mano cuando yo misma me iba a despojar del tapón anal e hizo prolongar mi agonía.
– Tranquila, cariño, así estarás más limpita.
Al borde de la desesperación me retiró el tapón y solté todo el contenido de mis intestinos ante la expectante y curiosa mirada de los concurrentes. Me volvió a colocar otro enema pero me permitió expulsar enseguida el ya casi limpio líquido.
Volvimos todos al salón donde se emprendió la más agradable tarea de follar. Uno por uno lamieron mi coño sobre el sofá mientras el siguiente se encargaba de mi agujero estrecho. Las comidas de mis agujeros se acompañaban de las correspondientes exploraciones y del jugueteo con mi anillo del clítoris.
Mientras la negra me colocó una cadenita entre los anillos de mis pezones para estirar y dirigir mis movimientos y posiciones. También enganchó otra cadena en el anillos del clítoris para tener dos comandos simultáneamente. Así me ordenaba las posiciones necesarias para satisfacer a los hombres que pronto comenzaron a tapar mis agujeros con sus penes. Se llegó a las penetraciones dobles y triples con gran placer por mi parte a pesar de mis irritados agujeros tras la sesión del día anterior. Me follaron por cerca de dos horas y se derramaron en mi boca dos veces cada uno, salvo el negro, que lo hizo tres veces.
Se dieron un descanso para tomar algunos aperitivos y bebidas mientras contemplaban como jugaba conmigo la mujer negra con todos los artilugios de sex shop que tenía a mano.
En un momento dado me introdujo un enorme pene artificial en el ano que ya de por sí me causó cierto malestar. Pero el hecho es que tenía truco: mediante un tornillo giratorio el formidable pene fue ensanchándose haciéndome temer un desgarramiento de mi esfínter. Sin embargo la negra paraba de vez en cuando para dejarme habituar al grosor y, mientras me daba solícita aperitivos y bebidas para hacerme olvidar mi empalamiento.
Volvía a girar el tornillo y otra vez permitía que mi esfínter se acostumbrase. Los hombres ya habían dejado de comer y observaban el espectáculo. Uno de ellos tomaba fotos con una cámara digital.
Cuando creí que sin duda terminaría en el hospital, la negra redujo rápidamente el diámetro del pene y me lo extrajo. Metió una mano dentro con extrema facilidad.
Yo fui a comprobar la dilatación y también me encontré con la mano dentro. La saqué asombrada por el calibre que debía tener mi otrora estrecho y delicioso agujerito.
Seguidamente los hombres se orinaron en aquella tremenda fosa por turnos y la negra procedió a taponarla con un descomunal tapón anal, de los que creí siempre que no tenían otra función que atemorizar, ya que no concebía que ninguna mujer pudiese alojar semejante volumen.
Seguidamente me dio la vuelta y metiendo en mi vagina un tubo, me vaciaron dentro una botella de champagne y me taponaron ese orificio al igual que estaba el otro.
Después me puso en pié y me ordenó ir al trote hacia el baño seguida por todos. Noté en mi interior la reacción del espumoso vino ante aquella agitación. En el baño me extrajo el tapón del coño ante los cuatro hombres arrodillados ante mi, quienes se deleitaron bebiendo el chorro que salió a presión de mi conejito.
Cuando se hubo vaciado mi cavidad anterior le tocó a la posterior. Esta vez fue la negra quien se bebió las orinas de sus amigos albergadas en mis intestinos. Yo también tuve oportunidad de saciar mi sed ya que la negra meó sobre mi abierta boca, mis pechos y mi enorme barriga.
Nos duchamos por turnos de a dos y descansamos haciendo una siesta de una hora en la enorme cama, al cabo de la cual volvieron a follarme los cuatro hombres como despedida, aunque no hubo más remedio que forzar sus orgasmos a base de mamadas con la colaboración de la negra, ya que mis todavía expandidos agujeros estaban inservibles para proporcionar la presión que sus pollas merecían.
Me despidieron con grandes elogios, a lo que respondí agradeciendo los interminables orgasmos que me habían proporcionado. Ni qué decir tiene que llevaba conmigo firmado con aprobación el proyecto presentado por mi empresa que supondría un sustancioso contrato.
En el taxi de regreso noté la gran irritación de mis partes bajas y un considerable dolor en los pechos. Al no poder dominar el cierre de mis agujeros dejé un buen charco en el asiento, así que me apeé del taxi algo antes de mi casa para no recibir reclamaciones con factura de tapicero incluída.
Aquella noche, mi marido me riño por mi excesiva dedicación a la empresa mientras aliviaba mis males extendiendo una crema por mis partes pudendas. No pudo reprimirse de meter su puño en mi culo para comprobar personalmente el indescriptible grado de dilatación que le conté había alcanzado.
Tercera jornada: Domingo.
Dormí hasta cerca de las doce en que me levanté para asistir a misa con mi marido y los niños. Me resultó penoso llegar hasta la iglesia, sobre todo los primeros metros.
Llegando a la homilía sentí vibrar el teléfono móvil y salí para responder a la llamada. Era de mi Ama, que me comunicaba que tanto ella como sus perros estaban calientes y debía acudir esa tarde a calmarles. Creo que mi Ama debió oír mi gemido, pues se me cayó el alma a los pies al considerar que no podría cumplir adecuadamente mis deberes con mi querida dueña. No obstante quedé en acudir a su espléndida mansión esa misma tarde.
Mi marido no puso más inconveniente a mi ausencia, bajo la disculpa de resolver un problema de última hora con los clientes de la tarde anterior, que recomendarme no follar habida cuenta del estado de mis agujeros. Se volvió a quedar con los niños para llevarlos al parque de atracciones. Antes de salir con ellos volvió a recordarme que no hiciese esfuerzos que además podían afectar al bebé que llevaba en la tripa.
A mi marido no le he contado nada sobre mi Ama. Es la única relación que le oculto porque sé que no la entendería. No entendería que amase a una mujer por encima de él y además hasta el extremo de ser voluntariamente su esclava sumisa. Y menos entendería que mi Ama tuviese 50 años.
Antes de salir repasé el depilado de mi pubis, no lo había hecho desde el viernes y a mi Ama le gusta que esté perfectamente suave. Me puse los aros que ella me había regalado, que son más gruesos que los que uso habitualmente y por consiguiente me resultan un poco incómodos ya que dilatan las perforaciones de mis pezones y clítoris más de lo acostumbrado.
Me puse el collar y pulseras de acero con las que debo presentarme ante ella y el ancho anillo de esclava con su nombre y el mío. Con cualquier cosa de ropa me monté en el coche y partí para su casa. No utilicé taxi porque en sus extensos jardines sobra aparcamiento.
Después de aparcar me quité la ropa y me acerqué a la puerta de entrada totalmente desnuda salvo por mis zapatos de alto tacón como ella quiere que llame a su puerta siempre. Todo ello, claro, al amparo de las tapias de 4 m de altura que rodean su mansión. Sabía que me estaría observando por el circuito cerrado de vigilancia, pero no salió a abrirme ella.
Como siempre, me recibió su mayordomo, quien siguió el familiar protocolo: Me enganchó una cadena al collar, me trabó las pulseras de acero a la espalda, me unió los aros de los pechos con una pesada cadena y colgó una plomada de inclemente lastre del aro, más bien argolla, de mi clítoris. Me llevó a presencia del Ama tomada de la cadena del cuello.
Cuando llegué ante ella me arrodillé sumisamente esperando sus órdenes. No hubo ningún saludo ni orden. Me inspeccionó cuidadosamente percibiendo de inmediato al abuso de mis agujeros.
– Zorra pervertida. ¿Gastando mi propiedad, eh?
– Ama, no he tenido otro remedio, bien sabes que mi marido no gana suficiente dinero para nuestro estilo de vida.
– Si, estilo de vida de puta y mala madre que emplea el tiempo que debería dedicara sus hijos en conseguir orgasmos. Incluso en avanzado estado de embarazo. Cuando seas del todo mía sabrás comportarte.
– Si Ama, perdoname.
– Vamos a lo que viniste. Después te castigaré.
El Ama me desenganchó la cadena del collar y me la colocó en el anillo del clítoris. Me colocó a cuatro patas sobre el cojín de perra con el culo levantado y ordenó a su mayordomo traer a Fres, el perro más pequeño, mientras ella personalmente me lubricaba los dos agujeros.
Poco tardó en llegar Fres a quien me hizo mamar el considerable pene mientras ella me estimulaba con al lengua dentro de mi boca, amasando mis pechos, toquiteando mi clítoris y metiendo sus dedos en mis agujeros, cosa fácil habida cuenta de su distensión.
Tras un buen rato de jugueteo, cuando el perro ya estaba al límite, Ama condujo la polla del perro a mi vagina, la dejó penetrar totalmente dándole libertad absoluta y colocó su preciosa raja ante mi boca para que se la comiese mientras el chucho disponía de mi a su antojo. Ella entretanto tironeaba de la cadena de mi clítoris y de la de los pezones. Ante la insoportable molestia que me producía el pene del perro en mi más que lastimada vagina, el Ama tiraba más y más fuerte de las cadenas con ánimo de que ese dolor superase el de mi agujero. Lo consiguió y me olvidé del perro, quien me inundó completamente de semen mientras yo obtenía un prolongado orgasmo producto de la sensación cálida en mi interior y del dolor de los pezones y del clítoris.
Pese a que el animal había introducido su bulbo en mi intimidad no tardó en poder desprenderse de mi debido a la tremenda holgura de mi coño.
Después de atender a Fres, le tocó el turno a Fras, este mucho más grande y de un pene siempre temible para mi vulva. Esta vez el Ama condujo el pene de Fras a mi tumefacto ano, infundiéndome un terror mortal, pero se coló dentro sin ninguna dificultad quedando este animal igual de satisfecho que el anterior sin necesidad de permanecer enganchada a él los 20 minutos de rigor.
El castigo de mi Ama no fue severo. Nunca suelen serlo ya que no debo mostrar a mi esposo ningún síntoma de mi condición de esclava. Normalmente se limita a prolongadas sesiones de bondage y a algún castigo en mis genitales cuya huella pueda ser achacada a un exceso en mi trabajo. Esta vez se limitó a extender vinagre sobre mis erosionados genitales, cosa que me obligó a regresar a casa absolutamente espatarrada sin importarme quien pudiese notarlo.
Estoy deseando parir para abandonar mi familia y mi trabajo y entregarme totalmente a ella. Solamente así podrá disponer a su antojo de mi cuerpo y yo entregarme totalmente a mi gran amor.
Mañana no iré a trabajar.