La Cantina
Los relatos que he estado leyendo me hicieron recordar mi primera vez, esta fue mi primera y única aventura, pero vale por cien. Si la memoria no me juega malas pasadas, podré hacer un relato completo, pero todo lo que voy a describir es rigurosamente cierto.
Tenía yo 17 años recién cumplidos y trabajaba de mesero en un pequeño bar a las afueras de una ciudad fronteriza de la república mexicana. La paga no era muy buena, pero me ayudaba a llevar dinero para pagar mis gastos en casa de mis padres. Ya medía en aquel entonces 1.82 m (Todavía crecí otros tres centímetros). Soy ligeramente moreno cuando no me asoleo, y en ese tiempo no lo hacía, pues debido mi trabajo me desvelaba, levantándome tarde en consecuencia, sin desayunar me iba un par de horas a un maloliente gimnasio a la vuelta de la casa, regresaba, comía y me iba en bicicleta al trabajo. Este era prácticamente el único rato que me daba el sol y no pasaba de media hora.
Los dueños eran un matrimonio joven (Recién ahora me doy cuenta, entonces los veía mayores), él tenía 28 años, de cabello rubio muy ralo, con grandes entradas, los ojos azules, de complexión robusta, no muy alto (como 1.78 m) y gallardo. Ella 24 años, cara angelical, alta y delgada (Espigada) medía como 1.72 m, usaba un tipo de ropa poco usual por estos rumbos, se vestía como en las películas gringas sale que visten las mexicanas, cubanas y brasileñas, blusa blanca sin botones, de las que los tirantes forman parte de la blusa y lo usan, no sobre los hombros, sino sobre los brazos con lo cual muestran un escote generoso, falda larga hasta el tobillo (Alguna vez escuché decir a un cliente que seguro tenía las patas chuecas y por eso no las quería enseñar). De pelo castaño y unos ojazos verdes como el mar en la ribera. Yo le tenía terror, pues me había tocado verla enojada, tanto con su marido, como con algún parroquiano atrevido, entonces sus hermosos ojos echaban lumbre. Además la veía con respeto, como una persona mayor, casi tan vieja como mi madre, según yo, por lo que no sentía ninguna atracción hacia ella, a pesar de que de vez en cuando, mientras me ayudaba a acomodar algún objeto o cargar algo, al agacharse enfrente de mí, mostraba generosamente sus lindas tetas. No usaba sostén, pues no lo necesitaba, ya que sus pechos eran muy firmes y mas bien pequeños, como si se hubiera puesto sobre el pecho dos pelotas de béisbol y las hubiera cubierto de piel, con aureolas pequeñas y pezones sonrosados pero estos si muy grandes, tan gruesos como mi dedo pulgar. Pero cada vez que aquello sucedía, yo volteaba a ver para otro lado, a pesar del imán de miradas que tenía yo enfrente, esto se debía a dos razones, en primerísimo lugar al pánico que me producía la sola idea de hacerla enojar y en segundo lugar, que como repito, la consideraba una persona mayor y en aquel entonces los jóvenes respetábamos a nuestros mayores. También me fascinaban sus pies, pequeños y de arco amplio, siempre calzados por unas finas sandalias que permitían apreciar su belleza.
Como el lugar no era muy grande generalmente estábamos únicamente la señora y yo atendiéndolo, ella detrás de la barra y yo en las mesas. El marido trabajaba entre semana como contador de una cadena de supermercados, todos los días cuando salía de su trabajo llegaba al bar a sacar la cuenta de las ganancias del día y recoger a su mujer. Los viernes y sábados en la noche que eran los más concurridos, también el señor atendía, él detrás de la barra y cobrando, mientras la señora preparaba las botanas o ayudaba a preparar bebidas y yo no me daba abasto apenas para lavar la cantidad de vasos, copas y demás recipientes que se ensuciaban y también atender en las mesas. Los domingos era Ley Seca, de manera que ese día descansábamos todos. A pesar de mi juventud notaba que no era demasiado cordial la relación entre los esposos, solo tenían cuatro años de casados y su trato era más bien indiferente, veía yo mas arrumacos entre mis padres con veinte años más de matrimonio que entre mis patrones.
Mi patrón siempre llegaba alrededor de las nueve de la noche y se quedaba hasta cerrar a la medianoche, como lo disponía el «Bando De Moral Y Buen Gobierno» que imperaba en aquel tiempo. A esa hora yo tomaba mi bicicleta y me iba a mi casa, mientras mis patrones tomaban su carro para irse a la de ellos que estaba al lado opuesto. A veces los sábados cuando el ambiente estaba muy bueno y los clientes se lo pedían mi patrón, este cerraba el negocio para los que llegaran tarde, pero la fiesta seguía adentro.
Un miércoles del mes de julio que estuvo bastante flojo, con muy pocos parroquianos, mi patrona inventó irle adelantando a la limpieza de las mesas y acomodar las botellas y demás trabajos, para que al día siguiente pudiéramos llegar un poco más tarde, con el bar ya listo para abrir solamente, no me pareció mala la idea, aunque no pidieron mi opinión, pues generalmente llegábamos dos horas antes de abrir el local para efectuar estos menesteres, así podría quizás ir al cine o dormir otro rato. Total que poco antes de las nueve llamó mi patrón para informar que tenía un inventario en su trabajo y no podría llegar a las nueve como acostumbraba, sino más tarde, como el día había estado muy tranquilo su mujer le dijo que no se preocupara que yo la estaba acompañando y me haría esperar a que él llegara. Esto no me hizo mucha gracia, pero confiaba que no se tardara demasiado. Total que dieron las doce y media y el bendito hombre no aparecía. Habló mi patrona a su oficina y le confirmó nuestras negras sospechas, el inventario se iba a prolongar por lo menos unas tres horas más. Inmediatamente le cambió el semblante a la mujer, trató de pelearle al marido que viniera por ella, la llevara a su casa y se volviera a ir, pero era una guerra perdida, pues aunque el bar dejaba buenos centavos, dos terceras partes del ingreso del matrimonio provenían del trabajo del marido, así que éste era el que llevaba las preferencias, además, de acuerdo a la política de la empresa, ningún empleado podía salir del ámbito laboral mientras no se terminara completamente el trabajo.
Volteó mi patrona a verme con aquellos ojos maravillosos que ahora se veían angustiados.
– ¿Y ahora que hacemos?
Me preguntó con una voz que casi se le quebraba a punto de histeria. ¡Que curioso Pensé! Ahora si me pregunta, cuando que siempre se limita a ordenarme. Tenía yo ganas de decirle ¿Hacemos Kemo Saby? Que quiere decir en nuestra tierra «Ésa es tu bronca y me tiene sin cuidado». Pero desde luego que no podría hacerlo jamás, por mas de una razón (Que es mujer, que es hermosa, que estaba angustiada, que es la que me paga, etcétera).
– ¿Qué quiere que hagamos? Fue lo que contesté
– ¡Quédate conmigo, te daré lo que tú quieras!
– ¿Lo que yo quiera?
Esto lo dije sonriendo, quizá medio pensando en alguna tarde libre, o una botellita de regalo para alguno de mis amigos. Les juro que mi contestación fue automática, simple, inocente, lógica, sin el mas leve intento de chantaje o abuso de mi parte, pero aparentemente no sonó así como lo expresé, porque de repente vi que le cambió nuevamente el brillo de sus ojos y me dijo con cierta picardía.
– ¿Qué es lo que quieres?
Al decir esto cruzó la pierna (Ella estaba sentada) y su diminuto pié asomó por debajo de su falda.
Todavía no logro explicarme que pasó, no sé si fue por la hora desacostumbrada, las ganas de irme a mi casa, el Destino, la Divina Providencia, Satanás, en fin, lo que a ustedes se les ocurra, el caso es que ante ésa visión pensé como me gustaría chupar los dedos de su hermoso pié y lo dije en voz alta sin darme apenas cuenta.
– Me gustaría besarle los…
Me detuve en plena consciencia repentina de mi atrevimiento y sintiendo que el mundo se me venía encima, me le quedé viendo aterrorizado.
Nuevamente mal interpretó mis pensamientos y soberbia, como siempre, sabiéndose dueña absoluta de la situación, se paró y se acercó hacia mí, natural, con andar felino, como una gata hacia el ratón que no se atreve a moverse. Y entonces mi mundo cambió para siempre, mi posición en el bar, mi respeto medroso hacia mis patrones, mi conocimiento de la vida y de las mujeres.
Sucedió lo que ni siquiera me había yo atrevido a soñar. Ella se bajó la blusa mostrándome la gloria de sus pechos, blancos, enardecidos, desafiantes, con los pezones endurecidos apuntando hacia mí.
– ¿Es esto lo que quieres besar?
Afortunadamente no me atreví a contestarle, pues soy tan buey que le hubiera dicho que no, que eran los pies, solo atiné a agachar la cabeza y quedarme viendo el suelo (Les digo que soy buey). Pensaba que si me acercaba a besárselos me iba a dar una cachetada, insultándome, corriéndome del trabajo, diciéndole al marido para que éste a su vez me fuera a dar una paliza, etcétera.
Ella me señaló una silla cercana y me indicó que me sentara y me quitara la camisa, así lo hice y continuó la gloria. Se sentó en mis piernas apoyando su espalda sobre mi brazo izquierdo, provocándome la primera erección en su honor, antes de eso no me hubiera atrevido, colocándome su pezón directo a mi boca. Ni que decir que me pegué al mismo como becerro recién nacido, deseando verdaderamente que brotara leche de aquellos primores. No sé cuanto tiempo estuve besando, lamiendo, succionando, mordisqueando y volviendo a besar, lamer, succionar y mordisquear el par de maravillas. Debe haber sido bastante tiempo, pero a mí se me pasó volando, no quería soltar mi presa, aunque nadie me la estaba quitando. Mi patrona mientras tanto, sin que yo estuviera consciente de ello había colocado su brazo derecho sobre mi hombro y con su mano izquierda acariciaba mi pecho, durante mi agasajo, dándome un suave masaje que me enervaba aún más. En un momento dado, medio recobré consciencia de lo que pasaba y me di cuenta que ella me tenía abrazado, con sus manos detrás de mi nuca, apretándome contra su pecho por si quisiera yo escaparme, y besándome la frente en el nacimiento del cabello. Ya había sacado los brazos de su blusa y tenía ésta bajada hasta la cintura. Mis manos buscaron sus pechos encontrándolos mullidos receptivos y anhelantes, mientras continuaba mi actividad de nutrición directa con la misma intensidad de antes, hasta que de pronto la empecé a oír gemir. Alcé mi cabeza para contemplarla y ella se agachó para besarme. Su lengua candente penetró mi boca ansiosa de la suya, mi lengua anfitriona dio la bienvenida a la visitante, acompañándola en su recorrer por el húmedo recinto, acariciándose ambas mutuamente. Mis glándulas generaban ríos de saliva que eran ansiosamente succionados por mi bella seductora, como sediento viajero del desierto. Pasé mis brazos por su espalda, abrazándola también jalándola hacia mí, por si pensaba en separarse, la piel de su espalda se sentía suave y ardiente, empecé a recorrerla con mis manos arriba y abajo, queriendo perpetuar esa caricia. Estuvimos así abrazados besándonos una eternidad que pasó en un suspiro. Se separó un momento de mi abrazo y viéndome amorosamente preguntó:
– ¿Era esto lo que querías para quedarte?
Yo empecé a reír, pero no le quería decir que no esperaba tanto, pero ella insistió juguetona, besándome la cara, mientras continuábamos desnudos ambos de la cintura para arriba, sintiendo sobre mi pecho la dulce calidez del de ella. Por fin le confesé, que nunca me hubiera atrevido siquiera a pensar en merecerme lo que me había dado, que me hubiera conformado con que me permitiera besarle los pies. Ella me dio otro beso húmedo y ligero en los labios y me dijo:
– ¡Pues que bueno que me equivoqué!
No sé si en ese momento fue que se dio cuenta del bulto que estaba oprimiendo donde estaba sentada, o si ya lo había notado, pero deliberadamente no le había prestado atención, el caso es que de repente dijo:
– ¡Vaya, vaya! ¿Qué tenemos aquí?
Se incorporó y me hizo ponerme de pié, yo no quería, pues a pesar de la reciente vivencia, todavía me daba pena que me viera el estado de excitación en que me encontraba. Ella rió encantada, me desabrochó el cinturón y el pantalón, metió sus pulgares por atrás sobre mis nalgas y de un tirón me bajó pantalones y calzoncillos, cayendo estos hasta mis tobillos. Mi miembro se mostró en todo su esplendor, pareciera que tenía varices en el pene de tan gruesas que se notaban las venas y el glande que apenas asomaba por el prepucio, estaba morado de la cantidad de sangre que estaba hinchándolo.
– ¡Vaya, vaya! ¡Estás a punto de reventar! ¡No debemos desperdiciar esto! ¡Siéntate otra vez Cariño! (¡Cariño! Me sentí en la gloria. A pesar del maravilloso encuentro que acabábamos de tener, aún me cohibía el hecho de que ella era mi patrona y una persona «Mayor». Además no había pasado una hora desde la última vez que me aterrorizó su presencia y ahora acababa de llamarme Cariño).
Me senté nuevamente, provocándome un respingo el sentir la madera sobre la piel de mis nalgas. Nunca en mi vida hasta entonces me había yo sentado sin ropa en otro lugar que no fuera la taza del inodoro, ni acabándome de bañar, pues lo primero que hacía después de secarme era ponerme los calzoncillos.
No sé si ella notó mi inquietud, pero estaba muy atareada quitándome la ropa y los zapatos. Preciosa imagen ofrecía ante mis ojos con su torso desnudo y la larga falda, inclinada ante mí sacándome los zapatos y calcetines.
Continuaron las sorpresas, acto seguido se arrodilló entre mis piernas, acariciando mis muslos y mirando con avidez mi enardecido instrumento, acercó con suavidad su mano derecha hasta tocar la base y con suavidad lo acarició estirando la piel para echar atrás el prepucio mostrando la cabeza enardecida, sin dejar de mirarla abrió su boquita y sacó la lengua y empezó a darme lengüetazos como si estuviera saboreando un caramelo, a continuación introdujo mi virilidad entre sus labios y empezó a chupar, tratando de meterse lo más posible, sentí en la punta el fondo de su garganta y su lengua me proporcionaba una caricia extra, continuó efectuando el recorrido de sus labios que casi alcanzaban la base, luego para atrás hasta casi sacarlo (No vi mi glande en ningún momento durante esta operación), volviendo nuevamente a introducirlo, todo esto despacio, con suavidad.
Volvió hacia mí su vista mientras realizaba este trabajo, notando en sus ojos la satisfacción que le producía estarlo haciendo. No tardé mucho en descargar mis bolas, le avisé que ya venía, pero el único caso que me hizo, fue continuar masturbándome con su manita, sin sacarse de la boca su trofeo y sin dejar de mirarme divertida. Conforme descargaba ella se tragaba mi semen sin pestañear siquiera, ni separar su mirada de la mía. Terminé de venirme, pero ella continuó chupándome y lamiéndome un rato más. Por supuesto que en ningún momento perdí la erección.
Se levantó quedando frente a mí que estaba totalmente desnudo mientras que ella todavía tenía puesta su falda y sus sandalias. Sin hacer el menor intento de tapar sus encantos, se dirigió al teléfono para comunicarse con su marido.
– Si querido. Aquí está todavía conmigo. No te preocupes, estoy segura de que me acompañará hasta que llegues. Está bien, ni modo. ¿Qué le vamos a hacer?
A todo esto, yo no había hecho ni el intento de vestirme o por lo menos cubrirme, me estaba acostumbrando a estar desnudo y me estaba gustando. Regresó hasta mí y se sentó sobre una de las mesas, la que estaba más próxima a mí y me dijo:
– ¿Aún quieres besarme los pies?
Brinqué emocionado, cayendo de rodillas ante ella.
– ¿Qué si quiero? Solo quiero lo que usted quiera. Después de hoy soy su esclavo, difícilmente podré negarle algo.
– ¡Vaya, vaya! Eres toda una adquisición, por un momento temí que me perdieras el respeto, pero veo que estamos mejor que antes. Bueno pues empieza a darte gusto, dándome gusto, que mi marido se va a tardar por lo menos otras tres horas.
Diciendo esto estiró su pié derecho en mi dirección. Lo tomé cuidadosamente del talón y le quité la sandalia, ella estiró el otro y efectué la misma operación. Los sostuve así y empecé a besarlos y chuparlos con fruición, como ella había hecho con mi pene. Me metí sus deditos a la boca, desde el dedo gordo hasta el chiquito, primero de un pié y luego del otro, me metí ambos dedos gordos a la vez, pasé mi lengua una y mil veces entre sus dedos, no me cansaba de hacerlo, no sé cuanto tiempo hubiera continuado si ella no me detiene.
– ¿No te interesa ver lo que tengo debajo de mi falda?
Como antes dije, ni se me había ocurrido faltarle al respeto de ese modo, pero ya solicitado, volví mi mirada hacia arriba, donde ya ella estaba levantando su falda hasta su regazo. ¡Creí que iba a desmayarme! Además de lo magnífico de sus piernas, largas, blancas y redondeadas, con cada curva en el lugar preciso, descubrí otro secreto de mi patrona ¡No le gustaba la ropa interior! Una hermosísima mata de pelo grueso adornaba el monte de Venus de mi dueña.
– Ven, trae esa lengua magnífica para acá. Te iré indicando lo que no sepas, pero estoy segura de que hallarás el camino de mi placer por ti mismo. ¡Claro que quería darle placer! Estaba dispuesto a dedicar el resto de mi vida a ella, aunque nunca más se repitieran las actividades de esa noche. Se bajó de la mesa y caminó hacia la barra, se despojó de su falda y la tendió sobre el mostrador, la ayudé a subirse a éste y me coloqué entre sus piernas apoyando mis axilas sobre sus muslos y empecé a peinar sus vellos con mis manos para despejar el camino al Paraíso. Ella se recostó sobre la barra y yo quedé de pié inclinado sobre su sexo. Un olor, vagamente percibido en otras ocasiones, cuando había mujeres cerca llenó mis fosas nasales. Supe hasta entonces de donde provenía ese olor. Soy de los pocos afortunados que disfrutan de ese aroma, desde el primer momento que tuve acceso a mi amada disfruté de su esencia. Rápidamente empecé a lamer sus labios vaginales y metí mi lengua lo más que pude por su vagina, degustando el sabor de sus líquidos.
– ¡Así me lo esperaba!
Dijo ella suspirando, mientras yo continuaba mi exploración en sus intimidades. No pasó mucho tiempo para que descubriera su botoncito, donde al pasar la lengua la sentí estremecerse, lo que me dio indicación de continuar sobre el mismo.
– ¡Así me lo esperaba!
Repitió mi ama, con lo cual entusiasmado por su aprobación, acometí con mas dedicación a su placer. Después de un rato puse mis brazos debajo de sus piernas, las cuales pasó sobre mis hombros, ofreciéndome a la vista el orificio de su ano, apenas lo vi pasé mi lengua por él para acariciarlo.
– ¡Así me lo esperaba!
Volví a escuchar esa frase que me volvía loco de contento, pues me indicaba que lo estaba haciendo bien, continué con mi operación hasta que se me ocurrió introducir un dedo en su vagina primero y después de un rato también en su culito, y después uno en cada orificio, en cada ocasión volví a escuchar la deseada frase:
– ¡Así me lo esperaba!
De repente me sujetó la cabeza con sus manos apretándome contra su pelvis, mientras sus muslos también me apretaban las orejas inmovilizándome y empezó a convulsionarse, mientras un exhalaba grito de satisfacción. En eso sonó el teléfono.
– Contesta tú mientras me levanto, dile que estoy en el baño.
Por supuesto que era el marido para disculparse porque continuaba en su trabajo, me dijo que no me fuera a mover de ahí, que probablemente me tuviera que esperar hasta el amanecer, que él me lo recompensaría, en eso ya se acercó la patrona y tomó el teléfono, dándome la espalda se puso a hablar con su esposo, repitiéndole que no se preocupara por ella, que me tenía que compensar, porque a lo mejor no era la última vez que requirieran de mis servicios. Estaba parado junto a ella escuchándola, desnudos los dos, cuando tuve la primera iniciativa de la noche. Colocando mi pene entre sus glúteos la abracé desde atrás, dirigiendo mi mano derecha a su pelambre y la izquierda a acariciarle el pezón derecho, apretándola contra de mí. Ella recargó su cabeza en mi hombro y su mano izquierda se colocó sobre la mía, apoyando mi acción, mientras continuaba dialogando con su consorte, yo besé su cuello durante largo rato. Colgó y nos quedamos así un tiempo, abrazados, acariciándola yo mientras veía como su pecho se movía al compás de su respiración y mi miembro se enardecía entre sus nalgas. Después se volteó, pasó sus brazos sobre mis hombros y me abrazó, mientras yo la tomaba por la cintura y nos volvimos a besar, así parados, desnudos, disfrutando cada uno de la presencia del otro. Nos besamos con la misma pasión que en un principio, nuevamente nuestras lenguas queriéndose fundir como si fuera una sola. Esta vez fue mi lengua la que visitó su boca, recibiendo las mismas atenciones que yo le prodigué. Esta vez fui yo quién sorbió gustoso las emanaciones de sus glándulas salivales, bebiendo ávido su contenido.
Continuamos un rato mas con nuestras lenguas jugando a las visitas, hasta que ella me indicó que me sentara. Así lo hice y nuevamente ella se sentó sobre de mis muslos, solo que esta vez dándome el frente y con una pierna de cada lado de las mías. Tomó mi pene y lo acercó a su gruta, colocándolo en la entrada y empezó a deslizarse hacia mí, mientras observábamos como iba desapareciendo poco a poco, hasta estar totalmente en su interior, unidas nuestras pelambres. Volvimos a besarnos con pasión desenfrenada, hasta que pasados unos momentos ella empezó un ligero vaivén con su cadera provocando que mi pene entrara y saliera alternativamente de su vagina. Dejamos de besarnos mientras ella continuaba su ritmo y yo la observaba embelesado, con sus ojos cerrados y su respiración entrecortada sintiendo su aliento fundirse con el mío. Ella mantenía sus brazos por encima de mis hombros, cruzando sus muñecas por detrás de mi nuca, mientras yo acariciaba tiernamente sus muslos. No pasó mucho tiempo sin que sintiera yo nuevamente la inminente descarga de mi semen, quise avisarle pero ya no tuve tiempo, la eyaculación fue nuevamente abundante adentrándose en el útero de mi amada.
De repente abrió los ojos asustada, me vio y se levantó violentamente de mí, su mano izquierda palpándose la vagina que escurría mi leche y la derecha sobre su cabeza gritando:
– ¡Torpe, torpe, torpe! ¡Que barbaridad!
En eso volteó a verme donde yo estaba asustado, casi con ganas de llorar y nuevamente se abalanzó sobre de mí y me abrazó diciendo:
– ¡Tú no, mi Amor (Mi Amor)! ¡Perdóname (Perdóname)! Me refería a mí misma cuando decía torpe, yo debí suponer que con tu juventud te recuperarías rápidamente y debí estar atenta, además era yo quién estaba sobre de ti, ni modo que te quitaras.
Mientras decía esto me cubría de besos la cara, mientras yo trataba recuperarme del cúmulo de impresiones recibidas en tan corto tiempo. Después del sustote, mi miembro estaba totalmente flácido, aunque todavía escurría un poco. Volvió a besarme los labios, con una ligera caricia de su lengua.
Entonces se incorporó y me dijo:
– Ven, acompáñame, tengo ganas de orinar.
Me tomó de la mano y me hizo seguirla. No creí lo que escuchaba, quería que la acompañara al baño donde iba a orinar ¿Me dejaría verla? El solo pensarlo hizo que se empezara a recuperar mi excitación. Efectivamente nos metimos al baño de ellos, de los patrones, al cual solo tenía permiso para entrar a limpiarlo, pero como empleado debía usar el de la clientela. Aquí tenían una ducha que usaba únicamente mi patrón, pues mi patrona llegaba bañada de su casa, en cambio él venía de estar todo el día en su trabajo. Total que me condujo y nos metimos a la ducha, una vez ahí, sin soltarme de la mano se agachó a orinar mientras yo la contemplaba.
– Ahora te toca a ti ¿Tienes ganas?
Me dijo, mientras se colocaba a mis espaldas y tomaba mi verga con su mano, para dirigir el chorro que por poco no sale de la excitación que me cargaba.
Después abrió las llaves de la ducha, para que no estuviera fría el agua, pues aunque era época de calor ella prefería el agua templada y yo también.
Procedimos a bañarnos, enjabonándonos mutuamente, poniendo especial atención a las partes más agradables del cuerpo del otro, dedicados a proporcionarnos placer, tallándonos así enjabonados uno contra el otro. Por supuesto que esto tuvo su inmediata recompensa, pues en menos de lo que se los platico ya estaba yo nuevamente como si no hubiera tenido sexo en toda la semana. Ella se volteó mostrándome nuevamente aquella grupa maravillosa y apoyándose en la pared me pidió que la volviera a penetrar, lo que hice gustoso empalándola de una sola estocada, así de lubricada estaba.
– No te preocupes ya si te vienes adentro de mí, estoy pensando que no es tan malo como lo creí en un principio.
Continué mi vertiginoso mete y saca, pero esta vez me tardé bastante más en venirme, yo creo que como veinte minutos, ella aullaba de placer y según me dijo tuvo varios orgasmos, yo ni enterado en ese entonces de que se trataba, cuando por fin sentí venirme, la sujeté firmemente por las caderas y nuevamente su interior fue bañado por mi flujo seminal. Volvimos a enjabonarnos y ella me pidió que le introdujera un dedo en el ano, cosa que hice con muchísimo gusto. Así estuvimos otro rato besándonos, y después nos enjuagamos, todo este rato con mi dedo dentro de su culito. Salimos de la ducha y ella sacó del botiquín un frasquito de vaselina, después sin secarnos siquiera volvimos al bar. Ella insistió en caminar con mi dedo todavía bien insertado, mientras yo tuve que caminar un poco encorvado y apoyado en ella. Luego se acomodó de panza sobre uno de los taburetes altos de la barra y me pidió que ahora si sacara el dedo de donde se encontraba y lo embadurnara de vaselina y procediera a hacer lo mismo con su culito.
Después me indicó que tratara de meterle dos dedos en el ano, así lo hice con mucho cuidado pues temía lastimarla, estuve un rato acariciándole el orificio con los dos dedos y entonces me pidió que la penetrara con mi instrumento. Empecé por embarrarme bien el glande de vaselina, lo coloqué a la entrada de su agujero posterior y procedí a empujar despacito. Vi como mi cabezota empezaba a abrir camino y era aceptado en el interior de mi amada. Pronto desapareció mi glande en las apretadas profundidades y continué introduciendo centímetro a centímetro hasta que no quedó nada mas que meter. Permanecimos así un buen rato, sin casi movernos, yo la acariciaba toda, pasando mis manos por todo su cuerpo, especialmente por las nalgas, los muslos, volvía a subir las manos y le acariciaba el estómago, los pechos, después la espalda, el cuello, le peinaba el cabello con mis dedos. Ella empezó a apretar y soltar alternativamente su esfínter lo que me producía una sensación como si me estuviera masturbando, empecé a lamerle el cuello y los hombros, a mordisquearle las orejas e introducir mi lengua en su oído, al hacer esto último se le ponía la carne de gallina, pero me pedía que no dejara de hacerlo cada vez que me retiraba. Empecé suavemente a sacar y volver a introducir mi herramienta en la preciosa funda, despacio continué haciéndolo rítmicamente, sin alcanzar la velocidad de frenesí de la vez anterior en el baño. En menor tiempo que antes volví a derramarme en su interior (Aunque por el otro lado), quedando ambos desfallecidos. De pronto se levantó y corrió al baño diciendo:
– Espérame tantito que voy a zurrar
– ¿No quieres que te vea? Pregunté
– Si no te molesta el olor, adelante. Dijo ella.
Entré detrás de ella que corrió a sentarse en el trono y empezó a oler bastante fuerte mientras se oían los ruidos característicos de estas funciones, pero no me importó, pues eran olores de mi amante y yo la adoraba. Ella tiró de la cadena para que empezara a disminuir el olor y tomó un pedazo de papel para limpiarse, se me quedó viendo unos instantes y alargó el papel hacia mí diciendo:
– Dijiste que serías mi esclavo. ¡Ven límpiame!
Nunca un esclavo recibió una orden que lo hiciera tan feliz, tomé ansioso el papel que me entregaba ella, se paró dándome la espalda y se dobló abrazando sus piernas ofreciendo nuevamente a mi vista la ya muy conocida pero no menos adorada grupa. Procedí a limpiar sus heces con el cuidado de una madre a su bebé, para que el papel no la raspara lo humedecí con mi saliva, ni que decir que este cuidado no era mas que un pretexto para continuar acariciándolo. Dediqué mas tiempo del necesario, hasta que ella empezó a reírse.
– ¿Estas seguro de que ya está limpio? Me dijo
Deposité un cariñoso beso en la flor que me ofrecía y nos paramos y abrazamos y besamos una vez más.
– Ahora te toca a ti me dijo, aún tienes rastros de mi interior.
Dijo tomándome del pene. Volteé a ver y efectivamente se notaba una capa amarillenta sobre mi instrumento. Me acercó al lavamanos, se colocó detrás de mí y abrió la llave y empezó a enjabonarme el pene con el mismo cuidado y cariño con que había yo limpiado su culito y supongo que con la misma intención de seguirlo acariciando. Sus senos acariciaban mi espalda y su vello del pubis cosquilleaba mis nalgas. Por supuesto que volví a estar en condiciones de dar batería a mi amada, me sentó en el inodoro y se acomodó nuevamente arriba de mí tragándose de un bocado mi puñal de carne hasta la empuñadura. Comenzó entonces un lento mete y saca, muy lento sin salirse demasiado, solo la mitad del recorrido posible, sus brazos descansando una vez más alrededor de mi cuello, mientras yo alternativamente le besaba los pechos, el cuello, las orejas y la boca y mis manos inquietas recorrían toda su anatomía. No sé cuanto tiempo continuamos así, seguro que fue bastante mas de media hora, con cierta regularidad ella se detenía, se estremecía y seguía adelante, hasta que de repente se abrazó mas fuerte a mí, pegó totalmente su pelvis a la mía y empezó nuevamente a convulsionarse, en ese momento llegué también a mi clímax y arrojé nuevamente mi semilla en las cálidas paredes que la esperaban. Nos quedamos fuertemente abrazados con nuestros sudores mezclándose hasta que mi pene totalmente agotado se salió de la cueva mágica.
– ¡Por fin lo maté!
Exclamó mi amada regocijada. Acto seguido se desmontó y se arrodilló nuevamente frente a mí y otra vez se lo introdujo en la boca limpiándolo totalmente, incluso se metió también los huevos, volteó a verme y me mostró los dientes alrededor de mis genitales, sus ojos brillando con malicia, de un mordisco podía cambiarme el sexo. Paseó su lengua por mi virilidad sin sacar esta de su boca y por fin soltó su presa y se paró. Volvimos a bañarnos mutuamente, todavía cariñosamente pero ya satisfecho el deseo. Nos vestimos mutuamente, para mí fue más sencillo, le puse primero sus sandalias, luego le pasé la falda por encima de su cabeza y se la ajusté en la cintura, enseguida le coloqué la blusa, dejando descubiertos sus hombros como siempre la usa, no sin besarlos suavemente mientras ella acariciaba mi mejilla. Ya estaba ella vestida y yo todavía desnudo. Se arrodilló junto a mí para ponerme los calzoncillos, antes de cubrir mi pene lo besó una vez mas, me ayudó a subirme el pantalón y me sentó en una silla para calzarme. Besó cada uno de mis pies antes de ponerme los calcetines y los zapatos y me puso la camisa. Nos abrazamos y besamos otra vez, con mas ternura que pasión, volví a acariciar sus nalgas por encima de la tela de su falda. Se separó de mí, me indicó que me sentara y me empezó a explicar.
– Mi alboroto de hace un rato se debió al temor de que me embarazaras, ya que estoy en la culminación de mis días fértiles. Sin embargo luego lo pensé mejor. En casi cinco años de matrimonio no he podido concebir. No sé si sea yo o mi marido, el caso es que se ha deteriorado un poco mi relación con él.
Si como resultado de esta noche quedo encinta, quizá mejore mi situación con mi esposo, al que todavía amo y si no, sabré que soy la del problema y dejaré libre a mi marido para que pueda tener la familia que tanto quiere.
Por lo pronto cuando llegue a casa con mi marido tendremos que fornicar para que él no sospeche si salgo embarazada. ¿No te molesta la idea de que coja con mi esposo?
– No solo no me molesta, sino me parece lógico, además que me encantaría embarazarla si eso la hace feliz, sobre todo después de toda la felicidad que usted me ha proporcionado.
Volvió a besarme y me dijo:
– No cabe duda de que eres toda una adquisición. ¡Ea! Ve a limpiar el baño mientras preparo algo de desayunar, ya está amaneciendo y no ha de tardar mi marido.
Casi había terminado de limpiar el baño cuando oí que se acercaba el carro de mi patrón. Él entró y su esposa lo abrazó, le explicó que habíamos pasado una noche acomodando todo, pero que no habíamos podido dormir, que ya todo estaba limpio y en su lugar y que me había permitido bañarme en su ducha por haberla acompañado toda la noche y sobre todo por haber colaborado con ella en todo momento. Como verán en todo lo anterior no mintió una sola vez.
Luego le preguntó como había pasado él la noche y pareció interesada en su respuesta. El desayuno quedó listo y me invitaron a compartirlo con ellos en la misma mesa. Durante el desayuno el marido se nos quedaba mirando como si sospechara algo, pero ella sabía fingir muy bien y yo estaba demasiado cansado, lo cual era normal aunque no hubiera yo tenido la actividad referida, por lo que él se tranquilizó, pensando que, que podía haber pasado entre una dama como su esposa y un mozalbete como yo. El muy miserable de mi patrón me recompensó con un bono de diez dólares, lo cual por supuesto ni me molestó, pues ya había sido yo ampliamente recompensado. Me dijo que me tomara el día a lo que yo repliqué que si me quedaba dormido quizá llegara tarde, pero que contaran conmigo para esa noche.
Por supuesto que lo que deseaba era volver a ver a mi amada, así que a las cuatro, la hora de costumbre, ya me encontraba yo entrando al bar. Como el patrón había pasado toda la noche en su otro trabajo, le habían dado el día, así que contra lo acostumbrado, estuvo todo el jueves en el bar. Yo saludé a la señora con el mismo respeto de siempre y me dediqué a lo mismo de costumbre, aunque como ya el día anterior habíamos adelantado mucho, no había casi hacer. Mi patrona le dijo entonces a su esposo que aprovecháramos los tres de empezar a reacomodar la bodega, trabajo que hacía tiempo mi patrón quería realizar, pero tenía poco tiempo para efectuarlo. En la bodega empezamos a organizar las cajas de bebidas fuertes por un lado, los refrescos a un lado, etcétera. En tres ocasiones diferentes mi patrón mencionó la necesidad de ir a buscar algo afuera de la bodega, en las dos primeras mi patrona me dijo que fuera yo, entendí de lo que se trataba y la tercera vez me ofrecí voluntariamente a hacerlo. El patrón creía que buscaríamos cualquier oportunidad de estar solos, pero al ver que no era así, dejó de insistir. Aparentemente se convenció de nuestra inocencia, porque nunca más volvió a dar señales de suspicacia. Ese día me dediqué con esfuerzo a continuar haciendo lo de siempre, sin voltear siquiera hacia donde estaba mi amada, como lo hacía cuando le tenía terror.
El siguiente viernes, me dijo de tal manera que su esposo escuchara:
– ¡Quítate la camisa mientras limpias los baños, para que no la sudes! Te he visto atendiendo las mesas con la camisa sudada.
Y aparentemente se desatendió de mí, pero más tarde fue a ver si ya había yo terminado, y bajándose la blusa me abrazó por la cintura y me besó pegando sus senos desnudos a mi pecho. Subiéndose nuevamente la blusa salió del baño diciendo:
– Termina rápido que necesito que me ayudes en la bodega (Ésta fue la tónica de nuestras relaciones, cuando el marido la escuchaba, me hablaba en tono estricto, pero cuando nadie lo hacía, solo «Mi Amor» me decía. Por mi parte jamás la llamé de otra forma que no fuera Señora, incluso aunque estuviéramos ambos desnudos y le tuviera el pene metido en el culo).
De sobra está decir lo rápido que terminé de limpiar el baño y corrí a la bodega. Al abrir la puerta oí a mi patrón gritarme:
– Apúrense que no tardan en llegar los primeros clientes
Cuando entré ya mi patrona había colocado una caja de madera en el piso con un cobertor encima, al verme entrar se recostó de espaldas en el cobertor levantándose la falda y abriendo las piernas, me acerqué con intención de besarle el chumino, pero me urgió en voz baja:
– No hay tiempo, métemela de una vez, ya estoy que ardo.
Me bajé el pantalón y sin más preámbulo se la dejé ir. Se volvió a bajar la blusa para que le besara los senos, a lo cual no me hice del rogar. En menos de diez minutos estaba yo llenando de leche su vagina. Me hizo pararme y me limpió con su lengua la pirinola, enseguida se paró y se compuso la ropa, mientras yo trataba de guardar mi instrumento todavía listo para la acción.
Me indicó que acomodara yo algunos trebejos y saliera para nuestro trabajo.
Me besó en los labios, como lo hacía siempre, un beso rápido con la boca abierta y su lengua entrando apenas y saliendo enseguida tocando ligeramente mis dientes. Entonces me dijo:
– No creo que hoy podamos hacer mas que esto, y mañana tampoco, pero entre semana prometo compensarlo.
Me dio otro beso igual al anterior y salió de la bodega.
Desde luego que la carga de trabajo de ese día, aunada a la multitud que nos rodeaba nos impidió pensar siquiera en otra cosa que no fuera el trabajo.
Efectivamente el sábado no hubo la menor oportunidad de un encuentro amoroso, pero inició ella el rejuego de pasar junto a mí y acariciarme mis partes nobles o levantarse la falda para mostrarme sus encantos, sin que lo notaran los demás. En un momento antes de que empezaran a llegar los clientes, me habló junto a la barra, mientras su marido estaba adentro de la misma me dijo:
– Quiero que limpies bien aquí debajo
Pero mientras lo hacía se agachó mostrándome las tetas, por si dudaba yo que eso era lo que intentaba, todavía jaló hacia abajo su escote y me guiñó un ojo. Al acabar la jornada, para cuando salió el último cliente, yo ya tenía avanzado por lo menos la mitad del trabajo que debía hacer el lunes. Mi patrón no lo notó, pero su esposa sí, sonrió satisfecha y en voz baja me dijo:
– El lunes vente mas temprano, mi marido me trae como a las dos de la tarde y se va antes de las tres, procura llegar a esa hora. Si ves que todavía está aquí su carro no te dejes ver hasta que se vaya o hasta que sean las cuatro.
El domingo descansábamos, así que ni la pude ver, pero me hice tres puñetas a su salud, recordando los sucesos de la noche memorable.
El lunes a las tres de la tarde en punto, me presenté en el bar. Mi amada estaba junto a la puerta, en cuanto entré se echó en mis brazos besándome apasionada. Yo pasé mis manos por encima de su ropa primero y enseguida le levanté la falda por detrás, hasta descubrir sus nalgas, a continuación con la mano derecha empecé a acariciarlas y poco a poco empecé a introducir mi dedo medio en su culito, logrado esto, con mi mano izquierda acaricié sus tetas por debajo de su blusa, mientras nuestras lenguas danzaban juntas su ya acostumbrado baile. Ella procedió a quitarme la camisa y yo le levanté la blusa con una sola mano, sacándola por encima de su cabeza. Después de un rato me llevó hacia el baño de ellos y terminó de desnudarme, sin quitarse ella la falda se volteó y apoyó sus manos sobre la taza del inodoro. Yo levanté su larga falda tapándole su espalda desnuda y la penetré desde atrás, cinco minutos después ya estaba descargando mis huevos en su interior, hice una breve pausa y reinicié mi movimiento dentro de ella, esta vez tardé un poco más, pero no mucho, como quince minutos. Ella se incorporó y me hizo sentarme en el inodoro, repitiéndose toda la acción de nuestra última sesión de la madrugada del jueves. Nos volvimos a vestir, terminando los trabajos pendientes para abrir puntualmente a las seis de la tarde.
Aquella relación cambió mi vida radicalmente. Mi amada se convirtió en mi mentora, estimulándome a continuar superándome intelectualmente. Me indicaba que libros debía leer, discutiéndolos mas tarde conmigo, participando su esposo ocasionalmente en estas tertulias culturales. Convenció a su marido de mejorar mi salario, me dieron llave del negocio y empezaron a dejarme que yo lo abriera y cerrara. Muchas veces no podía ir ninguno de los dos entre semana y como había pocos parroquianos yo me daba abasto para atender, cobrar y limpiar. Jamás intenté quedarme con un peso siquiera, lo cual no pasó desapercibido a los ojos del avaro de mi patrón, con lo cual me tuvo mayor confianza. Para los viernes y sábados contrataron a un amigo mío y a su hermana, para que me auxiliaran, sobre todo cuando mi patrona ya no pudo continuar trabajando debido a su embarazo. ¡Por supuesto! ¿Qué esperaban? No sabemos si fue desde la primera vez, o en las subsecuentes, que fueron muchas, pero eso hizo la felicidad de los tres, mis patrones y yo.
Continuamos siendo amantes durante doce años durante los cuales procreamos cinco hijos, dos niñas y tres varones, de los que fui su tío favorito.
Siempre fuimos muy discretos, por lo que estoy seguro que nadie se dio cuenta. Terminamos la relación de común acuerdo cuando me hice novio de una de sus sobrinas, a la que enamoré por instigación de mi amada. Casarme con ésta chica fue la segunda mejor cosa que me ha pasado en la vida, cronológicamente hablando. Pero si no hubiera ocurrido la primera, tampoco hubiera pasado la segunda, pues no hubiera sido yo mas que un empleado de su tía y ésta no me hubiera apoyado en el romance y seguramente yo ni hubiera pensado en relacionarme con la familia de mis patrones. Yo terminé primero siendo socio del negocio y más tarde dueño del mismo cuando pude comprárselos.