Soy adicto a la lencería erótica, llámese corseletes, portaligas, hilos dentales, brasieres, medias de seda, baby dolls, etc., adicción que desde el inicio de mi matrimonio encontró eco en mi esposa, ella es una hermosa mujer de 1,68 metros, 49 kilos de peso y con unos espectaculares 90-60-95, que resultan casi perfectos para cualquier clase de lencería.
No me detengo durante cada una de mis descargas de placer, al hacerse más espaciadas y suaves, me dejo caer, agotada, manteniendo su verga bien dentro de mi, sintiendo como su semen inunda todos los rincones de mi adolorido recto.
Ella deseaba tener un hijo, no un esposo. Necesitaba un hombre, su patrón se ofreció sacrificadamente.
Su clítoris está erecto y resulta imposible pasarlo por alto, me entretengo con él, lo beso y succiono delicadamente, lo coloco entre mis labios y procedo a hacerle una paja con ellos, esto la lleva rápidamente a su orgasmo que la hace temblar de pies a cabeza, sus jugos me resbalan por la boca, mojando todo mi cuello y pecho.