Todo el sexo que se podía imaginar en una misma familia
Aún hoy me pregunto como aquella época de mi vida pudo ser verdad, como cada una de estas palabras es tan cierta como las lágrimas que recorren mi rostro al escribirlas…
No me importaba hasta que punto los ojos del mundo juzgarían aquel acto animal.
En ese momento mi sangre circulaba por mis venas como lava que arrasa la falda de un volcán en plena erupción, firme, caliente y segura, invadiendo cada parte de mi cuerpo con pasión y deseo.
Mis manos apenas eran capaces de controlar el movimiento insensato de sus dedos, y mis ojos, esos malditos ojos que tantas veces miraron pero no vieron, se negaban a abrirse mientras yo recorría mi sexo con desmesurada furia.
Por aquel entonces tenía 22 años, y estaba masturbándome frente al cuerpo desnudo de mi madre….
A diferencia de muchas historias que había leído, el sexo entre mi madre y yo no surgió partiendo de sugerentes palabras o indiscretos roces en ausencia de mi padre.
Nuestra pasión, nuestro placer, surgió de un par miradas, una simple mirada que pidió ser devorada y otra que suplicó hacerlo.
Después un beso en el que la saliva regó nuestros labios cayendo hacía el vacío de nuestra moral, más tarde una mano furtiva recorriendo la ropa sin pararse un segundo, y por último una invitación a deshacernos del último resquicio de razón que quedaba en nosotros, uniendo nuestros sexos durante toda una noche.
Desde ese preciso momento, jamás volvimos a ser madre e hijo aunque nunca nos vimos como amantes o como enamorados.
Desde entonces, mi madre era para mí un cuerpo, y yo para ella un simple hombre al que manejar con la voluntad de su sexo.
Nunca sentimos nada el uno por el otro, no existía cariño, no existía complicidad, solo sexo, solo deseo. Jamás conocí las razones de nuestro animal comportamiento, nunca supe qué nos llevó a hacerlo…simplemente ocurría, simplemente lo buscábamos y simplemente enloquecimos.
Al principio buscábamos las ausencias de mi padre para entregarnos a la pasión.
Cada vez que él cruzaba la puerta para marchar al trabajo, nosotros abríamos las nuestras para dar rienda suelta a nuestro placer. Si a la vuelta de la facultad él no había vuelto, la devoraba de nuevo hasta su regreso…
Pero pronto aquello fue insuficiente, pronto supimos que necesitábamos más, que queríamos más, que buscaríamos más…
Y así conocimos parques, conocimos restaurantes, conocimos cines oscuros o campos de fútbol abarrotados.
Conocimos el sabor del peligro, el morbo de la presencia ajena.
Así encontramos tríos, orgías, compramos putas y gigolos.
Todo era válido si tenía sexo de por medio, todo era excitante si incluía sus piernas abiertas ante mí, su mirada de deseo en mi entrepierna, sus manos sobre mi cuerpo y las mías sobre su alma….
Pero pronto aquello fue también insuficiente, pronto supimos que necesitábamos aún más, que queríamos aún más, que buscaríamos aún más…
Y así decidimos fijar nuestra mirada en aquello que aún no habíamos experimentado, aquello que por obvio habíamos olvidado en nuestra vorágine de sexo enfermizo.
La familia, nuestra familia…mi padre, mis tíos, primos, abuelos…no hizo falta hacerlo verbo, pues un par de miradas bastaron para comprender que nuestra alocada ruleta del sexo iba a girarse en mi padre, que íbamos a conseguir poseerlo, abriendo así un nuevo mundo de posibilidades…
La vida que viajaba en la maleta de mi padre estaba anquilosada, aburrida y envejeciendo. Desde que comenzaron nuestros encuentros, desde que el sexo de mi madre se convirtió en mi sexo, mi padre dejó de sentir la pasión de su mujer sobre su cuerpo.
Hacía meses que su cama no era una cama sino dos, hacía meses que la soledad arropaba sus sueños, que las caricias habían terminado…jamás dijo nada, jamás dijo una sola palabra…guardó los recuerdos del sexo en la maleta donde guardaba la vida y se resignó a vivir sin ellos.
El plan era tan sencillo como seguro.
Mi padre se sentaría en el sillón para ver la televisión, como cada noche de los últimos dos siglos.
Entonces mi madre aparecería en el salón, se arrodillaría ante él y devoraría su sexo con una pasión que este era incapaz de recordar.
Ahí aparecería yo, por la espalda de mi madre, y ante la atenta mirada de mi padre y sin decir palabra, colocaría mis manos en el culo de mi madre, y dejaría que mi sexo se introdujera por él de un solo golpe, de una sola embestida.
Lo que ocurriría después era tan impredecible como arriesgado, pero sobre todo era…infinitamente excitante.
Todo sucedió tal y como habíamos planeado.
El sillón, la televisión, los labios de mi madre chupando el sexo de mi padre, y su culo perforado como tantas otras veces por mi polla.
El mundo debió de quebrarse para mi padre, lo percibí en su mirada mientras follaba a mi madre.
Era la mirada triste de un hombre que comprende que la vida le ha superado, que la razón y cordura que una vez soñó para su existencia jamás volvería.
Pudo haber evitado aquel acto atroz, hubiese bastado un simple “basta” y un portazo a su espalda para no ser partícipe de tal maldición…pero cerró los ojos y suplicó más y más, cerró su corazón y abrió las puertas del sexo salvaje.
Sentí lastima por él, lastima por haberle involucrado en nuestra enfermedad, en nuestra sinrazón…y cerré los ojos mientras apreté mi polla dentro del culo de mi madre durante unos diez minutos más…
No me importaba hasta que punto los ojos del mundo juzgarían aquel acto animal.
En ese momento mi sangre circulaba por mis venas como lava que arrasa la falda de un volcán en plena erupción, firme, caliente y segura, invadiendo cada parte de mi cuerpo con pasión y deseo.
Mis manos apenas eran capaces de controlar el movimiento insensato de sus dedos, y mis ojos, esos malditos ojos que tantas veces miraron pero no vieron, se negaban a abrirse mientras yo recorría mi sexo con desmesurada furia.
Por aquel entonces tenía 22 años, y estaba masturbándome frente al cuerpo desnudo de mi madre….junto a mi padre.
Nuestra mujer, nuestro cuerpo, se masturbaba frente a nosotros, lanzándonos miradas enloquecidas de pasión y sexo.
Tan solo decidíamos qué hacer a continuación, como continuar.
Mi padre solo se masturbaba, pero mi madre y yo pensábamos, dábamos vueltas a lo que deseábamos hacer con ese hombre al que habíamos robado la voluntad.
Abandoné el sillón en el que estaba y me dirigí hacia mi madre, tras mirarla a los ojos entregué mi puño cerrado a sus labios.
Deseaba que lo humedeciera, tal y como lo hizo aquella tarde en el cine, y como hice entonces se lo introduciría lentamente entre sus piernas.
Mi madre dejó que su lengua, la misma que durante tantas veces había recorrido mi cuerpo, mi polla y mi culo, mojará el puño, y mientras mirábamos la expresión de mi padre, comencé a metérselo lentamente, pero sin descanso.
Entró fácil, y una vez dentro comencé a moverlo en círculos mientras uno de mis dedos penetraba en su culo.
Media hora, tal vez más, no se cuanto duró aquello, pero si se que duró más que ninguna otra vez porque mi padre deseó hacerlo, y entablamos una furiosa competición que consistía en follar a mi madre, a su esposa, con nuestro puño, competición que culminó cuando mi madre decidió ofrecernos su coño y su culo para colaborar en lugar de competir.
Alternamos coño y culo, alternamos boca, tetas y vientre…la cocina, el salón, el cuarto de baño en una ducha a tres.. y entonces el deseo de algo más, el deseo de llevar a ese hombre aún más lejos…
Mi madre me miró, y comenzó a introducir rápidamente varios de sus dedos en mi culo, tal y como solía hacer cada día.
Después hizo lo propio con mi padre, y por último lo hizo a ambos a la vez.
Me percaté entonces de que nadie había dicho nada aún, de que ni una sola palabra había abandonado nuestros labios, y de que tampoco fue necesario para que mi madre me ordenara follarme a mi padre mientras ella me follaba a mí con sus dedos.
Obedecí, lo hice porque ansiaba demostrar a ese hombre la magnitud del error que acababa de cometer.
Me lo follé, me lo follé sin piedad durante una hora, tal vez más, no permití que se librara de mí pese que nos corrimos varias veces, siempre en su culo, siempre en la alfombra, mientras mi madre seguía a nuestras espaldas, follando mi culo.
Y algo más, como siempre algo más.
Un vaso, dos pollas, semen, y los labios de mi madre bebiendo de él, dejándolo caer junto a su saliva en mi boca y en la de mi padre.
Espeso, líquido, daba igual, era simplemente semen, y todos bebimos de él…todos compartimos enfermedad…
La noche terminó y el día dio paso a un nuevo sol.
Amanecimos desnudos, exhaustos, follados…y sin decir ni una sola palabra, y mientras el mundo aún se creía feliz y coherente, una certeza golpeó mi mente tal y como lo hizo la primera vez que poseí a mi madre.
Pronto, muy pronto, aquello sería insuficiente…