Sexo lésbico durante una tarde siesta

La miro dormir, apenas se ha dado cuenta del cambio, del distinto peso del colchón o el peso ligero en la almohada.

Ni siquiera que el olor es distinto.

Parece dormida, muy dormida, pero sospecho que hay truco, porque su respiración es un poco agitada y las aletas de su nariz se separan con cierta violencia.

Además tiene las mejillas enrojecidas, con un rubor sensual, oscuro, terrenal.

La observo y pienso que ella también se siente observada, pero me pregunto si sabe quien es la que le mira.

Juego su juego, de manera que apoyo mi cabeza sobre el codo y la miro.

Sé que ella lo sabe y noto que su respiración se ha agitado más.

Me llena de esperanza pensar que también sabe que soy yo, que se ha agitado más porque sabe que soy yo.

Comienzo el ejercicio de fomentar mi excitación viendo su desnudo, comiendo con los ojos su piel, oscura y en sombra, en la penumbra de la habitación a la caída de la tarde.

Las persianas apenas dejan pasar unos rayos del sol de poniente, que se han detenido sobre las sábanas revueltas, al lado de sus pies.

Y miro los pies descalzos, desnudos, recorro sus pantorrillas, altas y finas, la piel de sus piernas, delicada y brillante por un suave barniz de sudor, su cuerpo, boca abajo, deja ver la rotundidad de sus muslos, el pliegue sereno de sus nalgas, carnales, generosas, más blancas que el resto de su piel, más apetecibles que ninguna otra parte de su cuerpo.

Está doblada sobre su cintura, tan breve, y debajo de su brazo sobresale uno de sus senos, un poco, apenas se aprecia el pezón, oscuro, casi azulado, enredado con su pelo revuelto y esparcido por la almohada, medio tapando la cara.

En su juego se sabe mirada y cada vez le cuesta más disimular que duerme.

Los párpados se mueven, y es evidente su nerviosismo, y bajo la nariz, tiene un huequito entre ambos picos del labio superior en el que descansa una breve gota de sudor, como en una hoja de rocío.

No espero más me puede el impulso de besarla, y me acerco a su labio, robando, absorbiendo, chupando y mi cuerpo se ha acercado casi sin darme cuenta al suyo, de forma agitada, sin yo quererlo ni esperarlo.

La beso, le abro la boca con mi lengua y chocan los dientes, y gimo sin querer, de deseo, de ansiedad y de miedo a su reacción.

Ha abierto los ojos, como asustada, y con ello me confirma que sabía que era yo, pero sigue jugando su juego de ignorancia, de pudor y provocación absoluta, porque lejos de cortarme su azoramiento, me ha levantado un fuego terrible desde lo más profundo de mi vientre, que sube y me atrapa sin dejar que mi garganta pronuncie las dulces palabras con las que tenía pensado tranquilizarla.

No hay tranquilidad, no hay cuartel, sólo deseo, y cada movimiento que ella hace, cada uno de sus intentos por hablar o cambiar de postura son frenados por mi boca, que se mueve dentro de la suya, tragando sonidos, mordiendo labios, arrastrando su lengua dentro de mí, y no tengo piedad tampoco con su cuerpo.

Me he puesto encima, sujeto sus brazos con los míos y sostengo sus piernas enredadas a las mías.

Me parece que lucha que intenta zafarse, pero no estoy dispuesta, ni mucho menos a soltar a mi presa.

No quiero, así que insisto en mi fuerza, en esta dulce contienda de cuerpos unidos, que se juntan y sueltan, que se aferran y amoldan el uno contra el otro, y abro sus piernas con unos de mis muslos, bajando la mano toco su pelvis, el monte de venus, hermoso y blando y finalmente llego a su vulva, que está tan húmeda que apenas la rozan mis dedos han quedado impregnados de abundante líquido. No hay más juego. Separo mi boca de la suya, roja de tanto mordisco violento, y le digo:

«-No finjas más, te gusta, también tú me deseas, míra mi mano, mojada de ti».

Y me ha mirado, primero con rabia, y luego ha bajado lo ojos, y se ha perdido. Me acerco , despacio, a su oído y le digo:

«-Hoy serás mi puta, y harás todo lo que te diga, porque quieres hacerlo, porque lo deseas, porque te mueres de ganas. Así que chupa mi mano, y reconoce el sabor de tu coño.»

Parece, ha puesto cara de echarse a llorar, pero me ha sujetado fuerte, la cintura, y ha chupado mis dedos, cerrando los ojos, absorbiendo, separando y haciendo notar su lengua, y me mareo de deseo y de placer, me aflojo yo ahora, viendo su cara, entre apenada y viciosa.

Y mi deseo se hace por momentos más tierno, le busco el cuello, y arrastro mis labios, la punta de mi lengua por el perfil de su garganta, y busco de nuevo su boca, pero mi beso ahora le acaricia, le saluda suavemente, mientras me agito sin querer, mi cintura se mueve buscando un ritmo, que acomodar al suyo.

Y también ella se agita debajo de mí, siento su vientre bajo el mío.

Miro la habitación, hay un armario a los pies de la cama, un armario con luna, un espejo grande y viejo, un poco comido por los bordes que refleja lo que está pasando entre las sábanas.

-Vamos allí- le digo, mientras la arrastro a los pies de la cama y la siento en el borde, yo detrás. Veo ahora mi cara inflamada y roja, un poco salvaje, entre su pelo negro y suelto.

Tiene una expresión infantil, como de niña enfadada que me hace perder el control.

La beso en la cara, en el cuello, en la boca volviendo su cara hacia atrás y miro la imagen repetida en el espejo, que me devuelve, como una tromba, junto a nuestra imagen una nueva oleada de deseo.

Miro de frente y nuestros ojos se encuentra en el espejo, está seria, apenas puede respirar, quiere sonreír y no puede, está hermosa, allí sentada, desnuda delante del espejo y de mí. Le digo: «Abre las piernas, abre tus piernas que vea abrirse tu cuerpo».

Y se fue abriendo, despacio, y sonreía ahora sabiendo que cada segundo que pasaba iba aumentando mi deseo, ahora era ella la que mandaba sobre mí, la que se tomaba todo su tiempo para calentarme, la que se sabía dueña de la situación.

Y finalmente muestra su coño, perfecto, de pilado, apenas una suave pelusa negra le recubre el monte de venus,.

Sube las piernas, y así se abrirá más, sube las piernas y dobla las rodillas, y mira como es este espectáculo de tu cuerpo abierto.

Y después tócate, que yo sepa donde te gusta, cierra los ojos y apóyate en mí, que te vea tocarte, que sepa los lugares donde desencadenar tu placer.

Y en el espejo, un brillo blanco se desprende de su vulva y se derrama entre sus piernas cayendo y mojando la colcha.

Pero verla en el espejo, relajada sobre mí, tocando sus labios, introduciendo su dedo en los precisos lugares de su intimidad fija toda mi atención.

Yo también participo, mis dedos vuelan buscando esos mismos lugares, investigando, deslizándose con el increíble jugo que está soltando todo sus sexo.

Y me retiro, cae sobre la cama, ahogando gemidos y gritos, respirando fuerte, las piernas abiertas y el sexo ofrecido a mí.

Me arrodillo y paso mi lengua por todos esos sitios mojados, recogiendo su suave sabor dulce.

Paro y comienzo, paro cuando veo que su agitación es más grande, que sus pezones están erectos, que se los pellizca compulsivamente y que sus pies se estiran buscando, buscando el placer.

No te vas a correr todavía.

Quiero que tu excitación suba, que sigas excitada mientras jugamos ahora, las dos juntas, una contra otra, mientras me tocas a mí.

Llora y gime pidiendo que e deje, que la mate de gusto, que le suelte al placer. Pero no cedo. Vuelvo a su cara, y me aprieto contra ella. Sus movimientos son tan violentos, busca tanto el orgasmo que su pelvis me hace daño cuando choca contra la mía.

Y es que no quiero que estalles como una bengala, quiero que sigas caliente después de tu orgasmo, quiero que quede deseo después del placer, por eso vamos a retrasar el momento tanto como podamos.

Me mira casi con odio, o un furor ciego que la lanza contra mi pecho, y me muerde la carne blanca de mis senos y me arruga el pezón con sus dientes, mordisqueando, me hace desfallecer.

Es ahora ella la que toma la iniciativa y eso me hace perder el control, me dejo caer sobre la espalda, completamente abandonada a sus manos, a su talle , a su boca y a su fuego.

Y nos juntamos, sus dedos buscan mi sexo, tan húmedo y más caliente que el suyo, y cada uno de sus roces me hace sentir mil aguijones, quiero que penetre mi vagina con sus dedos, que pegue fuerte ahí dentro, se lo digo apenas ahogando un grito, y obedece con furia, y me dice que me matará de gusto, que me hará caer de placer, que me dejará extenuada.

Me muero, apenas puedo ser consciente de todo el placer que me agobia, que me estalla entre sus dedos, que me sube desde el centro de mi cuerpo hasta la garganta, y me anula.

Estoy vibrando entera, de los pies a la cabeza, en un orgasmo intenso, largo, repetido, siento que floto y la veo volcada sobre mí.

Se arrastra entonces sobre mí, y choca su coño contra el mío, en cada arremetida mi placer sube en intensidad, lo roza con fuerza, y despacio, noto todo sus sexo en contacto con el mío, oigo su voz, me dice cosas que apenas distingo porque son gruñidos bestiales, tacos, insultos, que me encienden.

Y cae exhausta, está ardiendo de ganas de correrse y no ha podido, y me ha visto a mí estallar una y mil veces; está frustrada y la calmo con mi voz, la amanso con besos, con caricias, pero su fuego es un incendio que lo devora todo y quiere que le haga sentir, que le toque su interior, que roce su clítoris, que lo restriegue fuerte y que la mate de gusto, me dice.

Y combino mis dedos en su clítoris y en su interior, y su cintura se curva sus piernas se estiran, y se contrae su cara en un gesto mientras lanza un gemido interminable.