Fue sin querer: fui infiel en mi noche de bodas. Queridos amigos, pido disculpas a todos los esposos hombres por el relato que voy a contarles, creo que a ninguno de ustedes les gustaría que les sucediese esta historia real.
Me llamo Laly, tengo 32 años, tengo dos hijos, un varón y una mujercita, estoy felizmente casada con César, desde hace 6 años.
Actualmente mi esposo y yo trabajamos y nunca hemos tenido problemas de infidelidad, al parecer mi esposo me es fiel, pero leyendo tantas historias a través de Internet, ya no estoy tan segura, bueno, pero quiero relatarles algo que me sucedió en mi noche de bodas.
Primero voy a describirme, soy de cabellos castaños, ojos claros acaramelados, de bonito rostro, mido 1.70m, tengo bonito cuerpo que lo conservo a base de gimnasia; piernas bien formaditas, al igual que mis nalgas y mis senos, y a los 25 años definitivamente era un bombón, como dicen los hombres.
Siempre había algún chico detrás de mí, asediándome en alguna fiesta o cóctel, pero yo estaba enamorada de César y no tenía problemas en serle fiel, además, sexualmente antes de casarnos, ya nos llevábamos excelentemente.
El día de nuestra boda, y durante la fiesta, había ido un amigo mío de la Universidad, el cual algunas veces se había mandado, pero yo siempre lo había rechazado.
Era un vacilón como amigo, pero no me gustaba mucho, era atractivo, pero definitivamente no era mi tipo. Sin embargo, lo invité porque al final, nunca tuvimos problemas, más bien nos hicimos buenos compañeros; se llamaba Stefan.
Durante la fiesta, Stefan atrevidamente me dijo que yo estaba preciosa y muy sexy, me molestó mucho que lo dijera porque sentí que estaba faltándome el respeto; tuve que hacerme la que no escuchó nada con una falsa sonrisa.
Bueno me lo dijo tres veces.
Cuando la fiesta ya estaba por morir, comencé a prestar un poco de atención a Stefan, no sé qué me pasó, lo vi atractivo, me inquieté un poco, pero nada más, sentí un conflicto mental darme cuenta que me acababa de casar y sentía algo hormonal por culpa de él.
La cosa es que no lo hice notar (era imposible), y me olvidé del asunto.
Ya en el auto cuando me dirigía al hotel con mi marido, el muy tonto comenzó a quedarse dormido porque había tomado demasiado. Al llegar al hotel tuve que ayudarlo a bajar y con ayuda del Botones lo subimos a la habitación.
Cuando estaba en la puerta de la habitación, me di con la increíble sorpresa de ver a Stefan parado al final del pasadizo.
Yo sin prestarle atención, entré a la habitación, le di una propina al Botones y cerré la puerta.
Para todo esto, el mongo de César por su estado totalmente ebrio no se percató de nada. César inmediatamente ingresó al dormitorio de la suite y se echó a dormir.
La suite tenía dos ambientes: La sala-comedor-cocina, entrando y el dormitorio y su baño, al fondo. Acosté a mi marido que de inmediato se quedó profundamente dormido.
Cuando estaba a punto de quitarme el vestido de novia, que ya estaba cansada de tenerlo puesto, tocaron la puerta. Sospeché que sería Stefan, pero me dio igual; me atreví abrir la puerta, y sin darme tiempo de nada, Stefan entró empujándome y yo lancé unos gritos que nadie escuchó.
Me tapó la boca con su pañuelo y me recostó sobre el sofá bocabajo, me subió el vestido y quiso besarme las nalgas, pero yo se lo impedí con un jalón de pelos. Stefan no se rindió y sacó un revólver. Yo me quede estática, no dije nada y le pedí que, por favor, no disparase.
¡Quítate el vestido! -, me dijo amenazadoramente
Yo lentamente fui sacándome el pesado vestido blanco de novia y me quedé parada frente a él, mostrándole mis encantos, que supuestamente estaban separados para mi esposo.
Yo llevaba puesto un calzoncito blanco de encaje, un sostén también de encaje y unas medias blancas, sujetadas con unos portaligas blancos. Definitivamente yo sabía que lucía excepcional, capaz de enfermar la mente de cualquier hombre…
Mi esbelta figura lucía en su máximo esplendor al estar adornada con la sugestiva ropa interior que llevaba puesta, mi curvilíneo cuerpo se veía simplemente espectacular, mis senos tratando de salirse del brasier, la tanga que con dificultad cubría los vellos de mi vagina y que, por atrás, se escurría entre mis nalgas.
Las medias blancas resaltaban aún más mis torneadas piernas, y como todas las mujeres sabemos, las medias con liguero, siempre han sido excitantes para los hombres, que, en el cuerpo de una mujer bien formada, lucen estupendas, y la hacen verse a una más sexy y erótica; y más aún, con la escultural figura que me cargo, y mucho más todavía si lo lleva puesto una señora recién casada, que no es la suya.
Pero en ese momento me veía tan indefensa, temblaba porque sabía lo que estaba provocándole a mi amigo, y temiendo que disparase.
Voltéate y recuéstate sobre el mueble-, me dijo apuntándome con el revólver.
Caminé hacia el mueble dándole la espalda y sabiendo que su lujurioso estado, saboreaba ya mi duro trasero. Me recosté en el mueble, tal como dijo.
Mueve el trasero despacito-, me ordenó.
Yo meneaba mis nalgas de derecha a izquierda temblorosamente.
¡Qué buen culo tienes, Laly!… No sabes cuánto lo he deseado en la Universidad-, dijo con voz grave.
Yo maldecía al cabrón de mi marido, ¿por qué estaba dormido en nuestra noche de bodas?… Tenía miedo, no sabía de lo que era capaz Stefan, no sabía que podría hacerme… En eso, sin mirar, sentí sus labios besando mi trasero, yo sudaba de miedo, temblaba.
¡No por favor, no, no!… -, le decía sollozando.
Él no me escuchaba, sentí que su lengua lamía mis nalgas, y yo no hacía nada, ¿qué podía hacer?… En eso me quitó la pantaleta y traté de luchar con él, pero no pude, era más fuerte que yo. Sentí como su lengua se colaba entre mis nalgas, paseándola de arriba abajo…
Cuando sentí que succionaba mi clítoris, empecé a excitarme, me sentí una puta al darme cuenta de eso, y traté de no sentir nada. Estuve intentándolo como dos o tres minutos, pero era demasiado tarde. Mi negativa se fue transformando en aceptación, el placer me empezó a invadir.
¡No, no por favor, no Stefan, no lo hagas!… ¡No, no!… -, le decía en un principio… – ¡No, no, no, si, no, si, no, no, si, no, si, si, si, detente por favor, sigue, no, sigue!… ¡Ay, qué rico, ya no, por favor! – fue lo que seguí diciendo… – ¡Si, sigue, sigue papito!… ¡Qué rico me lo haces, sigue, sigue!… -, terminé diciendo.
Cuando empecé a regalarle mi cuerpo y relajé mis músculos, comencé a disfrutar de su habilidosa lengua, que traviesamente se metía a mi vagina, jugaba con mis vellitos y mi clítoris, y trataba de inaugurar mi ano, aún puro.
¡Quítate el brasier, pero quédate con las medias y el liguero! -, me dijo excitado.
Hice lo que me pidió, y sus manos comenzaron a manosear mis senos y mi culo; mi excitación comenzó a desbordarse; César, mi flamante esposo, nunca me había lamido tanto tiempo el trasero, y menos de esa manera, y en realidad me gustaba muchísimo; me sentía una verdadera ramera, y más aún, sabiendo que no era mi maridito el que lo estaba haciendo. Me empezó a encantar la idea de que fuera otro el que me estaba haciendo esa cosa tan rica.
¡Méteme tu verga, por favor!, quiero sentir la verga de otro hombre en mi inocente vagina-, le pedí cachondamente, y Stefan hizo lo correcto…
Sacó su verga bien parada y la introdujo enterita en mi papaya que ya explotaba de placer, la sacaba y metía con maestría, haciéndome sentir tres orgasmos seguidos.
Nunca había sentido esa sensación tan placentera, su reata encajaba perfectamente en mi vagina y rozaba con mi clítoris, lo cual me provocaba un éxtasis indescriptible que nunca lo sentí con mi esposo.
Sentí como su esperma quedaba dentro de mi cuerpo, fue delicioso sentir eso. Stefan quedó exhausto, pero yo estaba hecha una verdadera putona, pues empecé a mamarle la verga hasta que se le erectó nuevamente. Seguí chupando esa verga que me había dado tanto placer y la sentí más rica que de la del cornudo de mi marido.
Era gruesa y se notaba con más fuerza. ¡Mmm, cómo me gustó sentir su semen dentro de mi boca!, cosa que jamás había hecho con mi esposo, y que tampoco nunca lo hice después de esa vez. ¡Qué rico se resbalaba su semen saladito en mis gruesos labios!, me lo tragué todo.
Estaba tan excitada que, si en ese momento hubiera llegado otro hombre, me hubiese dejado que entre los dos me cogieran. Volví a mamarle la verga a Stefan, quería verla bien parada, y cuando lo logré, me colocó de espaldas para meterla otra vez por mi cuca.
¡No por ahí no!… ¡Rómpeme el culo, que lo tengo virgen y que el pendejo de mi marido aún no lo conoce! -, le dije como una verdadera perra en celo.
Lentamente sentí como su gruesa verga cuqueaba la entrada de mi culo y poco a poco se iba metiendo más; cuando me la metió toda, comenzó a sacarla y a meterla despacio, y ese mete-saca fue aumentando su velocidad conforme mi ex virgen ano se iba amoldando a su enfurecido garrote.
Yo viajaba por las estrellas, me veía envuelta en un ambiente de lujuria y placer desbordante, amaba la orgía en que me había metido… Los orgasmos fueron sucediendo uno tras otro, no sé si fueron quince o más, pero lo que me hizo sentir Stefan fue memorable.
Cuando él llegó al orgasmo y sentí nuevamente su leche dentro de mi ardiente culo, me di cuenta que era una perra, la esposa más infiel y más puta del universo, la mesalina de las novias en luna de miel y me sentí orgullosa de ello.
Mi amante recuperó las fuerzas y se dedicó a lamer mi ano y mi vagina, su lengua se colaba por donde él quería, lamía mis piernas, me mordía las nalgas, las apretaba fuertemente con sus manos, luego se ocupó de mis senos que chupó y mamó hasta hastiarse; por supuesto, yo me dejé hacer todo lo que quiso.
Colocó su verga entre mis senos y comenzó a masturbarse con ellos; al sentir su macanota dura e inmensa, volví a recobrar mi puta personalidad.
Me levanté, abrí la puerta del dormitorio, de tal forma que podía ver a mi maridito durmiendo. Acomodé una silla y jalando del brazo a Stefan, lo hice sentar en ella y yo me senté en sus piernas, a la vez que me ensarté su verga en mi lujuriosa vagina.
Me estuvo cogiendo un buen rato frente al cornudo de mi esposo, claro que él estaba bien borracho, y no se dio cuenta de los gemidotes que exhalaba su puta esposa; me cogió hasta que quiso, siempre mirando a mi marido quien nunca se despertó.
Después de llegar ambos al orgasmo, y al mismo tiempo, quedamos agotados. Habían pasado tres horas, ya era de día. Stefan ya tenía que irse, nos despedimos, y se llevó mi calzoncito blanco de recuerdo y nunca más lo volví a ver.
Me eché junto a mi marido y cuando despertó, dos horas después, me dijo que yo olía a sexo.
¿Qué, no te acuerdas que me lo hiciste? -, le dije cínicamente.
¡No me acuerdo de nada, nena! -, me dijo tontamente.
Sabiendo cómo eres, ni debería probar el alcohol… Me avergüenzas que no recuerdes haber tenido sexo con tu señora esposa, ¿o qué crees, piensas que lo he hecho con otro? -, le dije pícaramente.
Discúlpame, creo que me excedí en tragos, pero tengo ganas de hacértelo otra vez-, replicó.
Como aún estaba muy cachonda, acepté gustosa que ahora fuera mi maridito quien probara mis encantos. Aunque definitivamente no fue igual, tampoco estuvo mal.
Fue la única vez que le fui infiel a César, aunque si volviera a ver a Stefan, me entregaría nuevamente a él para sentir otra vez esa vigorosa verga que me sacaría de la rutina de mujer casada.
¡Qué rico sería, rellenar mi vagina y mi culo con su gruesa macanota!; mi ano y mi pucha estarían nuevamente a su disposición, así a mi marido no le guste, aunque tampoco se enteraría porque sería una relación ultra discreta.