La irlandesa
La calma de la tarde se rompía con los mugidos de la hacienda bovina, que según los dichos del campo eran producidos para saludar al sol, realmente había descansado en la siesta y sentados frente al jardín, utilizando ventiladores como espanta mosquitos, nos permitían contemplar los colores rojos del atardecer dentro de los árboles del parque, poco a poco las sombras formaban la noche y ya las primeras estrellas se anunciaban en el cielo.