Pero sentir esos pechos juveniles clavados en mi torso y mis manos en el inicio de su exacto culo me impedía relajarme en absoluto. “Con una chiquilla como tú en brazos no es nada fácil relajarse, aunque si debe serlo gozar”, me oí decir. Ella me miró inquisitivamente, entre sorprendida y halagada.
Acarició el interior de mis muslos, depositó una mano en mi polla, que masajeó también suavemente hasta notarla erecta, mientras con la otra mano acarició mis huevos, jugando con ellos como si fueran bolas chinas, deslizó un dedo hacía mi ano, lo acarició y empezó a penetrarme con él.
Yo era un profesor relativamente veterano: llevaba 16 años dando clases de Química, y había desempeñado cargos directivos en el centro, siendo una persona respetada por padres, alumnos y profesores.