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Iniciación zoofílica IX

Iniciación zoofílica IX

Dos meses después y con una serie de retoques dados por Luis y Sole emprendí viaje a mi nuevo destino, Madrid había sido la ciudad elegida por la organización que me había adquirido, como lugar de entrenamiento y rodadura para posteriores viajes al extranjero.

Mi llegada no pudo ser más oportuna ya que iba a sustituir a una chica malagueña accidentada la noche anterior al salir a tomar unas copas con un cliente.

Algo prohibido pero a veces consentido si el cliente antes dejaba en caja una buena cantidad de dinero para compensar la ausencia durante la noche de la chica en cuestión.

No sabía muy bien cual iba a ser mi cometido en la organización, pero de algo si estaba convencida: el dinero invertido sería recuperado en breve tiempo. Iba a ser precisamente lo que había deseado, soñado y vivido en mi imaginación muchas veces: una puta, si, me iban a vender a alquilar o lo que les apeteciera para sacar de mi un dinero, los clientes serían seleccionados, los importes pactados y cobrados, los lugares elegidos, en fin sería una persona sin voz ni voto sobre mi existencia, pero era en realidad aquello lo que yo había soñado ¿o todo aquello superaba con creces todas mis fantasías?. El adiestramiento había sido lo suficiente largo y amplio como para no tener dudas al respecto. Había una duda en mi interior: ¿y la zoofilia?.

No tardé mucho en salir de dudas, esa misma noche tuve la oportunidad de comprobar que era uno de los motivos fundamentales de mi estancia en aquel lugar.

A las 12 de la noche fui llevada a una sala en la que habría unas 15 personas, no mas. Había en el centro una pequeña tarima de unos 3 metros de diámetro elevada del suelo como medio metro, recubierta con una tela a primera vista con una tela impermeable de color granate, un foco de gran potencia iluminaba todo el escenario. Los rostros de la gente no eran visibles al estar a oscuras el resto del local.

Mi acompañante, que a la postre iba a ser el maestro de ceremonias y mi castigador me hizo subir a la tarima, maquillada de cara y pezones, desnuda en mi totalidad.

Me presentó como una perra recién llegada y que una vez comprobado por los asistentes mi perfecto adiestramiento sería subastada para uso y disfrute o en su caso para el negocio de el mejor pujante de los allí presentes.

No se indicó cual sería el precio de partida, pero aún así mi sorpresa era enorme, no sabía que mi futuro estuviera tan a la ligera, pero después de todo solo era aquello por lo que habían pagado una puta y además adiestrada en la zoofilia.

Estaba tan nerviosa que no vi el momento en que fue colocado en el centro del escenario un taburete alargado, como una mesa de centro pero tapizada la parte alta, en cada pata una correa de cuero, otra al centro y otra en un extremo. Estaba claro, las cuatro extremidades, la cintura y la cabeza, se pretendía una inmovilización total.

El maestro de ceremonias me presentó como una puta bien adiestrada tanto en el castigo como en la zoofilia, una verdadera joya en bruto, que si bien había sido entrenada, lo había sido solamente en el arte de soportar los castigo físicos y en follar con perros, pero quedaba mucho que enseñarme y mucho que moldear en mi persona para ser una buena sumisa ya que las experiencias en público habían sido escasas si no más bien nulas del todo. Aquella noche los señores compradores podrían comprobar todo lo dicho.

Sentí su mano con fuerza en mi cuello inclinándome sobre el taburete, tirando con fuerza de mi cabello inclinando mi cabeza me pasó la correa apretando con violencia y dejando mi cabeza totalmente inmóvil, a continuación la cintura fuertemente apretada sobre el taburete, las manos a continuación y cuando esperaba que lo siguiente fueran los muslos, escuché su voz pidiendo que entrara la verdugo, tardó unos segundos en subir al estrado, no la veía, la posición de mi cabeza no me permitía ver excepto un par de palmos más delante de los pies a los que tenía fuertemente atadas mis muñecas, oí sus pasos a mi alrededor, vi la punta de sus botas justo frente a mis ojos, eran de color rojo, brillantes y con cordones de color negro, sin moverse ni un solo paso giró y vi los tacones, eran puntiagudos, altísimos y del mismo color que los cordones, se agachó y al oído me preguntó si deseaba una venda para los ojos, solo conseguí mover la cabeza indicándole que no, no quería perder aquello que me quedaba y esperaba, ver caer mis lágrimas, sabía que iba a llorar y en abundancia, al agacharse había visto el útil del castigo, un látigo de varias colas, no muchas para sentir mejor cada terminación en varios nudos muy apretados.

El maestro de ceremonias preguntó a la sala no el número de golpes, sino el tiempo de mi castigo, mejor hubiera sido no oírlo: 30 minutos, tiempo suficiente como para dejarme los muslos, las nalgas y la espalda con marcas para varios días, pero era parte del espectáculo, se trataba de una demostración de mis cualidades, si mi futuro aquella noche era la subasta, el comprador querría comprobar por si mismo hasta que punto soportaba el castigo y cuales eran mis reacciones al mismo.

No se oía ni el ruido de una mosca, me imaginé a todos los presentes atentos al sonido del látigo sobre mi piel para saber si aparte del tiempo era necesaria más intensidad en los golpes, saber si yo lloraba, gemía o soportaba el castigo con verdadera sumisión, aunque a veces por muy sumisa que una sea se escapan lamentos, gemidos y súplicas pidiendo el cese o la menor intensidad de los golpes.

La mano de mi castigadora acarició mis muslos, mis nalgas y mi espalda, solo una corta frase salió de su boca y fue para decirme que antes había estado ella en aquel mismo lugar y siempre agradeció a su castigadora la brutalidad del mismo.

Me eché a temblar con el solo pensamiento de aquella frase, quedaba claro que el castigo sería sin tregua y sin piedad. Por mi mente pasaba un solo pensamiento: aguantar, resistir y ni el más mínimo gesto de flaqueza, había que demostrarle a mi verdugo y a mis posibles compradores de lo que es capaz una perra sumisa cuando se lo propone.

Pronto me di cuenta que no hablaba en broma, los tres primeros latigazos fueron directos a la espalda, no le dio tiempo al cuerpo a entrar en calor, sonaron en toda la sala, los tres siguientes fueron a los muslos, cruzando los dos a la vez, luego una serie incontable de ellos en las nalgas y de vuelta a la espalda, los muslos en su cara interna y externa, los hombros tampoco quedaron libres del tormento. Era una experta, de eso no me quedó la menor duda, sabía en todo momento medir el tiempo, eran series casi iguales en intensidad y en dureza pero cada vez eligiendo una zona distinta en donde cargaba con más fuerza la dureza de los golpes, sin embargo no dejaba de recibir algún golpe en el resto del cuerpo. Tremendamente dolorosa fue la serie de golpes con medida cadencia sobre mi sexo, procuró no golpear repetidas veces mi clítoris pero sí las justas para dejarlo palpitante.

Acompañaba los golpes con insultos y órdenes recordándome la posición que debía mantener ya que aun estando atada como estaba de manos, cuello y cintura si trataba de mover, más por instinto que por visión el culo hacia un lado u otro para buscar la parte menos dolorida para recibir los golpes.

No escatimó en insultos, tenía un amplio repertorio que fue desglosando según iban pasando los minutos, una cosa si tengo que agradecerle al menos en aquel momento y es que mi familia, a excepción de mi madre quedaron todos exentos, pero esta de oírla seguro no se hubiera alegrado mucho.

Con medida exacta de tiempo cesaron los golpes, pude escuchar en la sala como alguno de los presentes hacían comentarios sobre mi forma de soportar el castigo, mi silencio y sobre todo la forma de arquear el lomo cuando recibía los golpes en esa parte de mi cuerpo.

Hubo un ligero descanso en el cual se sirvieron nuevas bebidas a los asistentes, agua y una toalla para mi, no me permitieron limpiarme a excepción del rostro. Me costaba mover las muñecas, estaban adormiladas de tanto tiempo atadas.

El maestro de ceremonias anunció el siguiente número en el cual yo volvía a ser la protagonista, esta vez era mas conocido para mi y desde luego más placentero, se anunció como plato fuerte la presencia de un hermoso perro en el escenario, el cual sería mi amante hasta que el animal quedara exhausto y yo llena de semen.

Apareció el animal, era un pastor belga impresionante por su estampa, pude verlo acercarse con una correa de la mano de una precisa chica totalmente desnuda.

Se anunció a los presentes que sería solo sexo oral en principio, para ser follada había otro ejemplar un poco más grande.

Miré al perro y viéndolo pensé que sería lo que me esperaba para llenar mi sexo pues el de esta raza ya no está nada mal.

Un poco asustada solo de pensar en lo que vendría después me coloqué de rodillas delante de mi nuevo amante y tiré de la correa para conseguir que subiera sus patas delanteras al taburete quedando de esa forma su sexo más a mi alcance.

En aquel momento la plataforma empezó a girar lentamente, no sé si antes lo había hecho o no, solo tenía vista de un trozo de suelo, ahora podía verlo y supuse el motivo sería para ser observada por todos sin necesidad de moverse.

Con mis manos empecé a masturbarlo cuando su miembro empezó a salir acerqué mi lengua y empecé a lamer con gusto, porque no decirlo, aquello era más placentero que el castigo sufrido hacía breves momentos, pronto conseguí que estuviera lo suficiente dura como para meter aquel miembro entero en mi boca, crecía cada vez más, llegaba al fondo de la garganta, estaba claro que el animal estaba adiestrado para este trabajo, no se movió, solamente arqueó su lomo en el momento de empezar a soltar sus intermitentes chorros de semen, los cuales iba tragando a decir verdad de forma glotona.

Había formado el nudo posterior y rozaba mis labios.

Una vez concluida esta sesión se dio a la gente permiso para acercarse y contemplar de más cerca.

Oí en ese momento los primeros comentarios sobre mi persona, mis pechos, mi culo, mi sexo, mi boca, en fin sobre todo mi cuerpo, todos se referían a mi única y exclusivamente como si yo fuera una mercancía, ninguno hizo el más mínimo comentario de forma personal, no, solo hablaban de un artículo que estaba en venta.

Hasta aquel preciso momento no me había percatado de la presencia de una mujer entre los asistentes, se acercó a mi, ni una palabra, ni un gesto, con una frialdad que cortaba, aquella mujer entrada en los 40, alta, delgada y con una sonrisa que no encajaba en aquel ambiente solo cuando oí su voz en mi oído incitándome a seguir así a comportarme bien en la última fase de mi demostración me di cuenta de que ocultaba oscuros pensamientos. Pensé que sería la consejera de algún comprador y estaba observando por él la mercancía objeto de la subasta, pensé que sería su esclava, su secretaria o la persona que hace el trabajo de catar las putas para el harén de su amo.

La tercera y última parte del espectáculo iba a dar comienzo pero con una novedad que no había previsto, de nuevo fui atada al taburete, esta vez de pies y manos, mi cuerpo quedaba de esa forma ligeramente libre, mi cabeza podría girar para ver qué clase de perro era el que iba a ser mi amante, pobre de mí, lo siguiente que hicieron fue colocarme una venda sobre los ojos dejándome sumida en la más completa oscuridad.

No supe cuando el animal subió al estrado, si noté cuando apareció en escena por un ligero murmullo de los asistentes, supuse y bien supuesto que se debía tratar de un buen ejemplar pues el murmullo era mas de asombro que de otra cosa.

Sentí un fuerte jadeo a mis espaldas lo que indicaba un gran animal por la profundidad de su respiración, una lengua recorrió media espalda de una sola pasada, luego fue bajando hasta los muslos, se puso a mi lado y sentí como una abundante melena rozaba mi costado, no supe distinguir la raza, solo supe que era al menos tan grande como me había imaginado, su lengua acertó a lamer mi culo, no tardó en llegar a mi sexo, la excitación estaba haciendo mella en mí, notaba como mi respiración se estaba haciendo cada vez más entrecortada, mi sexo estaba mojado, mi piel a pesar de los latigazos estaba sensible y cada roce del perro era una caricia que sentía en mi interior, notaba como a mi pecho le faltaba el aire, respiraba por la boca y la nariz al mismo tiempo, aquella lengua en mi cuerpo hacía estragos, cada vez la notaba más adentro, cada vez sentía más la necesidad de que, de una vez, se subiera con sus patas delanteras al taburete y deseaba que entrara en mi, movía mi culo para buscar sus lamidas, para que poco a poco fuera entrando más aquella maravillosa lengua en mi interior, deseaba llegar a un orgasmo y a ciencia cierta que hubiera llegado de no ser que de repente la lengua dejó de acariciarme, sentí como un vacío en mi interior, me habían quitado un orgasmo cuando estaba a unos segundos de alcanzarlo, hice un gesto iniciando una protesta pero la voz del maestro de ceremonias me sacó de la duda pues su voz sonó clara en mis oídos: La puta estaba a punto de correrse y no se lo vamos a permitir hasta que nuestro invitado este preparado para ello, se ha calentado en exceso, vamos a dejarla unos instantes a que se relaje para empezar de nuevo la sesión.

Estaba claro cual iba a ser el momento estelar de la noche, si iba a tener ocasión de tener uno o varios orgasmos, pero no antes de que mi macho follador estuviera en verdaderas condiciones de hacerlo.

De nuevo la lengua sobre mi cuerpo pero unos instantes después las patas delanteras del animal estaban sobre mi espalda, luego a mis costados y su miembro imagino que guiado por alguna mano experta apuntaba a la entrada de mi sexo, los empujones fueron feroces, bestiales por así decirlo, el miembro del perro entraba ya casi hasta el fondo de mi sexo pero era muy ligera la presión que ejercía su cuerpo sobre mis nalgas, lo cual indicaba que aún quedaba un trozo más por entrar.

Las embestidas del animal eran constantes y mi sexo totalmente lleno en cuanto a longitud, estaba dilatado al máximo pero aún faltaba por crecer su bulbo en mi interior, vaya si creció y en unos segundos yo estaba a punto de ser reventada por aquella bestia, ya no era aquel precioso animal que me follaba, era un monstruo en mi interior, las paredes estaban dilatadas al máximo en profundidad y en grosor y aquello parecía que seguía creciendo y creciendo en mi interior, el dolor era fuerte, empezaba a ser insoportable cuando creí haber llegado al máximo esfuerzo empecé a sentir chorros intermitentes de líquido que iban poco a poco inundando los más mínimos rincones de mi vagina, sentí un ligero placer en aquel momento, placer que poco a poco iba subiendo según mi vagina se iba llenado de semen, llegó un momento en que no puede más y exploté como si fuera una bomba, todo mi cuerpo estaba en tensión, el placer recorría mi espina dorsal de abajo arriba y tensaba todos mis músculos, grité, patalee era bestial lo que me estaba sucediendo, un orgasmo brutal y maravilloso, pareció como si esto fuera un estímulo para mi amante pues reanudó las embestidas y los chorros intermitentes de semen estaban a punto de hacerme reventar de placer y de dolor.

Poco a poco dejé de sentir las embestidas, la inundación de semen cesó y entré en una ligera calma, digo ligera porque a partir de ese momento tuve un nuevo orgasmo.

Pasado un tiempo el bulbo del perro fue decreciendo, mi vagina encogiéndose y empezó a salir un hilillo de semen que corrió por entre mis piernas, la polla salió del interior y un charco quedó entre mis rodillas, había terminado la sesión, me desataron, limpiaron mis piernas y mi sexo con algo supuse sería una toalla, me incorporé con la ayuda del maestro de ceremonias, sacaron la venda de mis ojos y pude comprobar con asombro el tamaño del perro, no me había equivocado era un mastín.

La sala se iluminó y pude ver las caras de las personas allí presentes, solo había una mujer, estaba sola, en una mesa en la segunda fila, tenía una mirada como fría, calculadora pero atrayente también, el resto de los asistentes eran todos hombres, las edades y sus aspectos de lo más variado, se anunció el inminente comienzo de la subasta, se recordaron las reglas y los porcentajes, mi sorpresa fue cuando oí anunciar la cantidad que me correspondía, el 25% del total, precio de partida 240.000 €, dios, que barbaridad, y eso el que lo pagara como esperaba recuperarlo?

Desde luego estaba segura sería a mi costa, o bien como puta o con actuaciones en espectáculos o vete tu a saber, pero la cantidad me pareció abrumadora, hice la traducción a pesetas, aún no estaba acostumbrada a la nueva moneda y a mi que tocaban 10 millones, jo, no estaba mal, había que reconocer el buen pellizco para ingresar en mi maltrecha cuenta corriente.

Llevaba varios meses sin trabajar, los gastos no eran muchos pero los ahorros tocaban el fondo, ahora esta inyección venía a solucionar buena parte de mis problemas, incluso podría darle a Juan una parte para la hipoteca del piso, ¿la aceptaría?, bueno, eso sería ya otra cuestión, llevaba mucho tiempo sin saber de él, lo mas probable es que no quisiera ni oír mi nombre.

Fui de sorpresa en sorpresa, las primeras pujas subían a un ritmo de 1.000 € estaba en 260.000 y se parecía que ahí me quedaba, el subastador hizo una pausa para reponer las bebidas y proponer a los presentes que lo deseasen subieran al estrado a ver mas de cerca la mercancía, podrían tocarla, manosearla, comprobar las durezas de las carnes, las marcas dejadas por el látigo, en fin, como en los siglos pasados, las escenas de las películas americanas en las que los compradores subían a mirar las dentaduras de los negros, la dureza de los músculos de los brazos y las piernas, la ausencia de defectos, en fin, me sentí como lo que ellos quería hacerme sentir, una mercancía en venta. Agradecí interiormente la pausa, el pujador en aquel momento era un hombre entrado en años, gordo, mas bien fofo, bigote prominente que le ocultaba en su totalidad los labios, sus ojos parecían inyectar veneno en cada mirada, en fin, una persona para mi repugnante.

Al ser el de más alta puja sería el primero en subir a catar la mercancía, tocó por todas partes, metió dos dedos de golpe en mi ano, me hizo un daño espantoso, hizo los comentarios mas brutales vertidos sobre mi persona y riéndose hacia los demás solo hizo un comentario de lo más borde y grosero, pasaron otros pujadores, todos hicieron comentarios pero ya en un tono más aceptable. Un hombre joven de unos 30 años alto y muy bien trajeado cogió uno de mis pezones, lo besó, luego lo apretó con fuerza, tiró del pecho hacia arriba y me dijo al oído algo así como que con su caballo y yo tenía la cuadra perfecta, sería cuestión de poco tiempo el conseguir ser follada por su precioso semental.

Me asusté, un escalofrío recorrió mi cuerpo, odiaba los caballos, eran animales demasiado grandes y fuertes, no se podía controlar su fuerza y una recuerda aquella perversa versión de la muerte de Catalina II de Rusia de la que se cuenta que murió debajo de un caballo al fallar el arnés que lo sujetaba.

La última en pasar fue aquella mujer misteriosa que no había pujado ni una vez, no esperaba nada de ella, me di cuenta que no era la secretaria de nadie, estaba allí por si misma, era una subastador más, se acercó, me tocó los pechos, con suavidad bajó su mano hasta mis nalgas, con una caricia constante, recorrió mis caderas, mi vientre, mi culo, acarició la entrada, metió un dedo con suavidad, siguió bajando por mis muslos, me estaba excitando de nuevo, sus dedos parecían de seda, comentarios de los presentes la incitaban a seguir, estaba claro según ellos que acabaría haciéndome correr de nuevo, sus dedos acariciaron mi pubis, los labios de mi sexo y entró con dos, luego tres, cuatro, me miró a los ojos, hizo un guiño y acercó su boca a mi oreja, un mordisco suave en el lóbulo y un comentario “tranquila, mañana duermes en mi perrera”. Ya, no había hecho ni una puja, ni un intento de hacerla y la promesa de ser suya me cogió por sorpresa.

Pasados unos minutos se reinició la subasta, por suerte la cantidad ofrecida por el “baboso”, así lo había bautizado yo, fue rápidamente superada y cuando llegó a los 270.000 con un gesto de contrariedad dijo haber llegado a su límite, se dio cuenta de mi sonrisa y para que le oyera toda la sala comentó que me había escapado de sus posibilidades, pero no me alegrara tanto ya que fuera donde fuera algún día sería suya aunque no fuera más que una noche y entonces sabría de lo que estaba hablando.

En un momento de la subasta, en los 290.000 € volví a temer lo peor pues el jinete era el pujador, ya me veía a mi bajo su semental con el espanto de ser aplastada en cualquier momento, el subastador había cantado el “a la una, a las dos y…” ya estaba con el martillo en la mano para dar el mazazo definitivo y decir el “adjudicada” cuando una voz femenina, clara y fuerte dijo 300.000, todos se volvieron hacia ella, la miraron con sorpresa pues no había pujado ni una sola vez, el subastador contó de nuevo el “a la una, a las dos y ADJUDICADA”· haciendo sonar su mazo con fuerza. Una sonrisa se dibujó en mis labios, traté de evitarlo pero apenas conseguí disimularlo, por dentro deseaba dar saltos de alegría pero me contuve, me trajeron una bata de seda, me cubrieron con ella y me dieron un vaso de zumo, estaba sedienta, lo bebí de un trago.

Mi compradora se acercó, me dio un beso en la mejilla un “bienvenida a la perrera preciosa, haré de ti una verdadera joya por la que se morirán todos los amantes de la zoofilia”, luego preguntó al maestro de ceremonias a que hora podía recogerme al día siguiente, una vez acordada la hora salió de la sala sin cruzar una palabra con ninguno de los presentes.

El “baboso” cuando salía me saludó con una sonrisa, comentando que había tenido mucha suerte, una carcajada por supuesto, y un ya verás lo que es bueno, fíate de las apariencias, ya me contarás cuando te vaya a ver, lo que te esperaba en mi jauría no es nada comparado con lo que te espera con Esther, algún día te darás cuenta de que la sonrisa con la que te conquisto no es la que luego vas a ver en su cuadra. El dueño del semental fue también muy explícito indicándome lo bien que iba a estar dentro de unos meses, después de pasar por la escuela de adiestramiento de mi nueva Ama, era cordial, educada siempre y muy, muy severa, sus castigos solían ser ejemplares y estaban en vídeos que se vendían como enseñanzas para otras personas no tan duchas como era ella, pero una cosa había que reconocerle pues de todos los presentes en la subasta era la más legal de todos, la más cumplidora de los compromisos que conmigo adquiriera en los primeros días de estancia, un consejo si me dio, que procurará ser fuerte las primeras semanas para poder llegar con ella a acuerdos sobre todo rentables para mi cuenta corriente, lo demás era innegociable, las normas estaban escritas desde hacía mucho tiempo y no las variaría por nada ni por nadie.

Al día siguiente, a las 12 de la mañana en punto salí del hotel, subí a su coche y camino del aeropuerto, ni me comentó ni me dejó preguntar cual sería mi destino, solo me dijo, apretando mi mano, que una nueva vida me esperaba, que procurará olvidar la anterior, todos mis amigos, mis conocidos, mi trabajo, hasta la ciudad en la que has nacido y vivido, todo eso es parte de un pasado que ya no existe, “serás una nueva persona con una nueva identidad, con una nueva y diferente forma de vida, si te portas bien, aprendes rápidamente y eres cumplidora en lo pactado en unos pocos años podrás recuperarla libre y millonaria en euros no en pesetas.”

Esa fue toda la información obtenida hasta la llegada al aeropuerto de Barajas en donde subimos a un avión con dirección a Oriente Medio, una que conoce un poco de historia no entendía que íbamos hacer a esos países, como no fuera a los productores de petróleo o a engrosar las mujeres del harén de un jeque o a los clubes de alta alcurnia, en fin, todo quedaba para mi en una incógnita, pero esa ya es otra parte de mi vida.

Continúa la serie << Iniciación zoofílica VIII

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