No era extraño que yo pasara, pues aun visitaba muy a menudo a mis primos, claro que ahora había cambiado la relación: lo que antes eran juegos y compartir programas de televisión, ahora era tocar guitarra eléctrica con mi primo y cantar y tocar guitarra con Paola.
Era una pena, me dijo, que no hubiese podido ir con él, hubiésemos pasado una semana de lujuria y pasión como pocas. Y que tenía ganas de volver a tenerme, de acariciar y lamer todo mi cuerpo.
Cuando el agua cubrió por completo mis tetas, tuve que darme la vuelta porque me arriesgaba a ahogarme si me quedaba en esa posición, aunque lo resentí pues estaba gozando como nunca.
Tenía al Dios falo delante de mí y sin más dilación deslicé mi lengua por todo su glande. De repente se puso duro, muy duro, y la flacidez musculosa de ese cuerpo poderoso se tornó en rigidez y tórrida tensión. Me puso a 1.000.