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Marcela II

Hay días en que aunque lo intentes con todas tus fuerzas, no consigues hacer lo que debes.

Son esos días en que parece que las hormonas hayan ocupado el lugar de la sangre, y ni siquiera puedes pensar.

Fue uno de esos días que encontré por segunda vez a Marcela.

Ella es una travestí mulata brasileña muy simpática, alta, atlética, con unas piernas esculturales, una sonrisa que te roba el corazón y, por que no decirlo, una polla inolvidable una vez que la has probado.

En aquella época estaba acabando la universidad, por las mañanas trabajaba, por las tardes iba a clase y por las noches solía entrenar con el equipo de waterpolo, así que, generalmente, no tenía tiempo libre.

Sin embargo, aquella tarde había huelga en la facultad, no recuerdo muy bien porqué.

Me quedé en casa, leyendo el periódico, empezándolo, como siempre, por detrás, cuando llegué a los llamados “anuncios de relax”. Curioseando entre las ofertas, me llamó la atención uno, que venía a decir: “Marcela, travestí mulata superdotada …, etc, etc”.

Era un teléfono de la zona alta de Barcelona y por el prefijo no debía estar lejos de casa. Recordé un encuentro anterior con una travestí brasileña, también llamada Marcela, mientras realizaba el servicio militar, y que me había marcado profundamente.

Decidí llamar, la voz al otro lado del teléfono tenía el mismo dulce acento que la Marcela que yo había conocido, no obstante, no sabía como preguntarle si era la misma sin tener más conocimiento que una noche en el coche.

Así que fui a su casa. Lo peor que podía pasar era que no fuese ella y tuviese que marchar sin satisfacer el calentón que me estaba empezando a consumir.

La dirección que me indicaron, como había pensado, estaba a solo cinco minutos de casa en una pequeña calle, justo detrás de un colegio de monjas. Cuando llamé me abrió otra travestí mulata que parecía sacada de las páginas centrales de Playboy, pero no era ella.

En aquel momento tomé la decisión de que, si bien ella no era la Marcela que yo estaba buscando, me quedaría de todas formas.

Ella sonrió, me hizo pasar a una sala de estar con una pequeña cocina americana, desde la que podía ver, a través de las puertas entreabiertas, una habitación en penumbras con tenues luces de colores y un cuarto de baño.

Entonces la vi, la Marcela a la que había rememorado una y otra vez en mis fantasías masturbatorias estaba sentada en uno de los sofás mirando un serial en la televisión, solo estaba vestida con unas bragas y unos sujetadores, y pareció no prestar atención a mi entrada.

Su compañera me dijo que con quien de las dos quería estar. No tuve ninguna duda, volvería otro día para estar con ella, pero esa tarde solo podía estar con Marcela. Habían sido demasiadas pajas solitarias soñando con su cuerpo como para distraerme ahora con otra belleza desconocida.

Fui al cuarto de baño a lavarme, y entonces entró ella, pisando con fuerza sobre unos zapatos de tacón altísimos.

Llevaba bragas y sostenes a juego, de tela satinada negra con bordados rojos y unas medias de malla. Se sentó delante de mí, tomó mi polla y empezó a enjabonarla. Estando tan cerca, su aroma me invadió.

Era el mismo olor embriagador que recordaba de una noche de verano cuando la encontré en la calle mientras iba en coche al cuartel. Inmediatamente, en contacto con sus manos y el agua tibia se me puso tiesa como una barra de hierro, y, por un horrible momento, pensé que me iba a correr instantáneamente.

Le pedí que parase, me sequé y fui al dormitorio mientras ella se lavaba. Me di cuenta de que si me volvía a tocar me vendría enseguida y no podría disfrutar nada de aquel momento tan esperado.

Cuando llegó llevaba las bragas en una mano y unas toallas en la otra. Antes de que pudiera decir nada, me puse de pie, le pedí que se colocase a cuatro patas sobre la cama porque me gustaría jugar un rato con su cuerpo. Ella me miró con su ojo ligeramente desviado y se colocó en la posición que le había pedido.

Me aproximé a ella, cerré los ojos, la besé en la espalda y aspirando el olor de su piel me vinieron a la memoria las sensaciones de la noche que había pasado con ella un par de años antes.

Pasé mis labios sobre su piel que tiene una cualidad sedosa que no encontrado en ninguna otra persona. Besé su espalda una y otra vez, desde los hombros hasta las nalgas.

Bajando cada vez más me situé tras ella y dediqué mi adoración a sus piernas a las que aquel día les faltaba depilación, sin embargo, estaba tan excitado que no podía dejar de besarlas.

Siguiendo con mi descenso llegué a los pies, estaban algo fríos, pero el sabor, ligeramente más fuerte que el resto de su piel se apoderó de mis sentidos.

Lamí aquella superficie exquisita, introduciendo uno a uno entre mis labios apretados cada uno de los dedos de sus pies, sorbiéndolos con delicadeza. Mi lengua se deslizó encantada sobre su empeine, tocó con dulzura su planta, navegó por todos los abultamientos y hondonadas que me presentaba.

Ascendiendo besé sus nalgas espléndidas. Era una delicia sentir la fuerza y la delicadeza de aquel culo moreno frente a mis labios. Descendí por la rabadilla pasando sobre ella la punta de mi lengua mojada. Rodeé el ano, explorando las suaves rugosidades de su piel. Aspirando el olor a sexo que lo rodeaba.

Separé un poco las nalgas con las manos, de tal forma que la abertura se pudiese alcanzar con más facilidad e introduje la lengua en su interior, primero con movimientos suaves y después cada vez más rápidos, dilatando su ano con mi lengua. Finalmente, introduje en el interior uno de mis dedos ensalivados, que fue succionado con facilidad, patinando sobre una superficie lisa y líquida.

Desde detrás, mientras continuaba la exploración de su ano con el dedo, tome sus huevos, encogidos de excitación, entre los labios y los succioné. Los mordisqueé con suavidad y finalmente me dediqué a pasar la lengua sobre ellos con movimientos circulares.

Cuando llegué a su polla, que tanto me había hecho soñar, estaba ya rígida, tenía el tamaño descomunal que yo recordaba y despedía el mismo calor y aroma animal que se había grabado en mis sentidos una noche hacía mucho tiempo.

Lamí su pollón ilimitado empezando por la base, bajando con la lengua hasta el capullo. Después lo tomé con los labios, formando un círculo apretado y lo llevé hacia atrás.

En esa posición empecé a mamársela con fruición. Tenía un dedo atrapado dentro de su culo y desde detrás se la estaba comiendo con dulzura.

El tiempo pasó en un suspiro, mientras yo disfrutaba del sensación de su polla deslizándose dentro de mi boca hasta que mi nariz chocaba con sus huevos, repitiéndolo una vez, y otra, y otra, y otra, durante muchos minutos, hasta que, tal y como me había sucedido en nuestro primer encuentro, se corrió sin más aviso que las contracciones de su ano sobre mi dedo, dentro de la boca.

Fue un mar de esperma que me colmó la boca. Dejé que Marcela acabase de correrse sin apartar la boca. Después separé su ano, vertiendo dentro todos sus fluidos y utilicé su leche mezclada con mi saliva como lubricante.

Incorporándome, paseé mi polla por la entrada de su culo dilatado. Apoyé la punta y presioné suavemente. Mi pene se deslizó por su ano sin dificultad. Fue una sensación maravillosa, sentir las paredes de su culo, mojadas por su propio semen, abrazarse a mi polla que resbalaba arriba y abajo con suavidad.

Antes de que me diese cuenta me corrí dentro de ella sin poder contenerme. Fue, al igual que la suya, una corrida larga, que me dejó vacío. Continué moviendo las caderas durante un buen rato, esperando que me disminuyese un poco la hinchazón.

Después de ducharme, le dije si podía quedarme allí un ratito charlando, y ella accedió, encantadora.

Estuvimos hablando sobre Barcelona y sobre otras ciudades europeas que conocía, mientras que su amiga nos miraba sin comprender demasiado, ya que solo hablaba portugués brasileño.

El timbre del interfono sonó al cabo de unos quince minutos y yo me tuve que ir.

Pero después volvería a encontrarme, muchas más veces con la adorable Marcela.

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