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La seducción de mi mujer

La seducción de mi mujer

Esa mirada perdida tan típica, esa postura de abandono y espera _las caderas levantadas, los pezones erguidos, señalándome, los pechos expectantes, la boca entreabierta_ tendrían que haberme avisado, pero, tendido boca arriba en la cama, mientras ella me acariciaba, entrecerré los ojos y me dejé‚ llevar por el movimiento de su mano.

Intenté devolverle la caricia, con ese gesto que tanto la excita, un roce ligero, rápido, de los dedos sobre su grupa, entre las nalgas. Me interrumpió, y m s que por cualquier otro indicio, por ese tenía que haber percibido lo que ocurría. La dejé hacer mientras escuchaba en ese agradable duermevela sus gemidos. Lo supe sólo cuando me acercó los labios al pene. Entonces abrí los ojos y le ví tras ella. Una sombra oscura en la penumbra, dominante y segura.

Todo empezó en una fiesta de despedida. Todos acabamos más o menos igual, incluso ella, que ni siquiera recuerdo como consiguió arrastrarme hasta casa.

Había sido muy sencillo: Tal era mi lamentable estado que uno de esos vendedores de baratijas (“parecía muy agradable, tan educado” me confesaba después, también ella sorprendida) se ofreció para ayudarla a subirme. Una vez en casa, me metieron en la cama y ella, tan acogedora siempre, se sintió obligada a invitarle a tomar algo.

– “Mientras le preparaba un “cubata” -se empeñó en contarme-, me preguntó si le permitiría tomar una ducha, que estaba muy sudado después de toda la tarde cargando con sus bolsas. No me pude negar y le dije que le esperaría en el salón.

“Yo también estaba muy cansada -intentó justificarse antes de continuar_ y me quedé adormilada viendo la televisión. Lo siguiente que recuerdo es una lengua áspera detrás de la oreja y unas manos increíblemente suaves sobándome las piernas.

“Si no te hubieras empeñado en que llevara faldas”, me recriminó la muy cínica antes de seguir.

La verdad es que me resultaba muy agradable ese lamerme la orejita y el cuello, y sobre todo esa manaza entre las piernas, subiendo los muslos, venciendo a la falda poco a poco, me dejé‚ hacer hasta que noté‚ esos dedos atrevidos jugando conmigo por debajo de las bragas.

Entonces abrí los ojos, y de verdad que esperaba que fueras tú, Le aparté de un manotazo, y lo hice decidida a echarle de casa, pero entonces vi ese bulto enorme debajo de la toalla y me paré a mitad del gesto. Fue solo un segundo, pero me lo tuvo que notar, porque cambió rápido el la mirada de frustración por una sonrisa descarada: -¨te gusta?, me preguntó-

Entonces tuve que interrumpirla. Fui al baño a lavarme la cara con agua fría. Dejé pasar unos minutos para tranquilizarme y volví a su lado.

– “­Cerdo!, le espeté -siguió ella con su relato-, pero estoy segura de que mis ojos desmentían esa actitud ofendida. Bueno, mis ojos… y la respiración, y el cosquilleo en la oreja que me había besado, y el recuerdo de su mano entre las piernas.., y la humedad que empezaba a notar en todo el cuerpo.

“El se acercó de nuevo, y con suavidad, pero con una fuerza que sabía que no podría resistir, me cogió la mano y la atrajo hacia sí. Creo que le supliqué para que me dejara, pero no estoy segura…se sentó a mi lado y, con una sonrisa de suficiencia, me empezó a desabrochar los botones de la blusa, uno a uno, con una lentitud eterna, que ponía aún más en evidencia mi cooperación.

– ¨Te sigo pareciendo un cerdo?, me espetó mientras me provocaba con los dedos en los pezones.

Intenté contestarle como se merecía, pero parecía como si mi cuerpo se negara a obedecerme. No sé como ocurrió. El caso es que mientras mi cabeza me decía que le echara de casa, mis manos estaban ya jugando con el regalito que me ofrecía debajo de la toalla, y es que ya sabes como me pongo cuando alguien me masajea las tetas.

(Mi tantas veces puritana esposa parecía estar viviendo intensamente sus recuerdos y no puedo negar que me excitaba contemplar como se apretaban sus piernas, como se le enrojecían las mejillas, como se le movía el pecho mientras rememoraba)

El se apartó entonces bruscamente, y fui yo quien se echó hacia adelante para recuperarle. Era sólo una forma de jugar conmigo. Se dejó caer la toalla y me la acercó poco a poco a la boca, esa cosa caliente y dura…

Empecé a pasarle la lengua por el glande, pero cuando me la quise comer entera, me la arrebató de nuevo. No pude resistirme ya cuando me dio la vuelta, me bajó las braguitas de un tirón y empezó a pasármela lentamente por el coño, y es que aun cuando le pedía por favor no me hagas eso era yo misma quien la abría el culo para que entrara.

– ¨eres como una perrita, verdad? -me soltó el muy cabrón- pero si no la quieres dime que te la saque, y en ese momento, me la empezó a meter, para quedarse en esa postura en la que me había enganchado, sin moverse, de forma que era yo quien tenía que hacer todo el trabajo..

Y el caso es que me tenía derretida. Me abrí aún más, pero el muy cerdo sabía echarse para atrás cuando pensaba que le tenía. Así me manejó un buen rato, entrando y saliendo, cada vez con más facilidad, a cuatro patas en el sofá con las tetas ya apenas escondidas por la blusa, en la que él había metido las manazas.

Y ya no pude m s: -clávamela, por favor, le supliqué, y lo hizo…Vaya si lo hizo. Hasta el fondo.

Me corrí una dos, nos se cuantas veces, a ese ritmo salvaje que me marcaba con ese aparato que me llenaba y creo que me dormí con ese tronco duro dentro. Pero cuando me desperté‚ ya no estaba allí, aunque yo aún tenía dolor en los pezones que me había pellizcado.

Pero lo malo es que eso no fue mas que el principio… Se había aprendido la dirección.

Al día siguiente, cuando volví a casa, me estaba esperando en la puerta del portal. Intenté hacerme la loca, pero se metió conmigo en el descansillo, en el ascensor… Ni siquiera le miré a la cara mientras oprimía el botón del piso, pero él no había ido a perder el tiempo: antes de llegar al principal ya estaban las bragas rendidas en el suelo.

Fue muy hábil, y cuando entró el repartidor de butano en el segundo ya las tenía guardadas en un bolsillo.

Creí que me moría de vergüenza cuando el tío se me quedó mirando al escote, con una sonrisa de complicidad mientras ese cabrón de negro me tocaba el culo sin ningún disimulo.

Se bajó en el siguiente piso, no sin antes fijar su mirada en mis tetas. -Déjame ya, Simón, le dije al quedarnos solos, pero ya tenía dos dedos encajados en mi chochito y me obligaba a moverme al ritmo que me marcaba-, y no paró ni siquiera cuando salimos del ascensor, ni cuando abrí la puerta, aunque ni siquiera me entraba la llave.

Pero cuando conseguí entrar en casa, ni siquiera me dejó cerrarla. -¨te fijaste en como te miró las tetas ese machaca?, dijo mientras me levantaba, si sube hasta aquí va a saber como hay que tratarte.

Me enfrenté a él, e intenté apartarle con todas mis fuerzas, pero, casi sin agitarse, me sujetó con una sola mano mientras sacaba de nuevo ese pedazo de instrumento. Aún forcejeé un poco cuando me levantó, pero cuando lo sentí en la rajita, se me fueron las fuerzas…

-Pídeme que te la meta, me indicó el muy cabrón.

– No.., sal de ah¡, sal… me… métela, terminé por rogarle, sin pensar ya ni el butanero, ni en tí, ni en nada que no fuera ese rabo golpeándome las paredes de la vagina.

Tan abstraída me tenía que no me percaté de que alguien subía por las escaleras hasta que no estuvo a mi lado: – ¨Me dejas probar a tu putita?, le preguntó a Simón, quien, ignorando mis intentos de taparme, empezó a levantarme la falda por detrás.

– Sí -le contestó al del butano que, inevitablemente nos había oído- es una buena mamona, mira que rica está…

– Ya veo… -dijo el otro mientras me pasaba la mano por el culito, para añadir con sorna- pero ya la tienes ocupada.

– Es que no se resiste a una buena polla, pruébala si quieres, te la presto un rato.

Había asistido al diálogo entre aturdida y excitada, aceptando con el cuerpo los toqueteos a los que me sometían, pero al escuchar esto último, intenté‚ enderezarme y recuperar mi compostura.

En vano. El otro estaba ya con la polla al aire, entre mis muslos, mientras mi amante me follaba la boca con su lengua.

Era como si estuviera partida en dos, con estímulos que iban desde la boca a las tetas, en las que ahora se engolfaban los dos cerdos, ora pellizcándome los pezones, ora sobándomelas como animales, y de estas al coño en el que notaba una polla enorme por delante, la que ya conocía y me tenía sometida y otra, no menos poderosa, empezando a buscar su sitio por detrás.

– No quiero.., por favor.., dejarme, conseguí balbucear cuando tuvo a bien soltarme la boca. Intenté echarme para atrás, pero entonces fue el otro quien aprovechó mi movimiento, y consiguió empezar a meterme su rabo por el coño.

– La puntita nada más, me dijo, mira que bien entra.

– No… -repetí, pero ya estaba empinando mi culo para permitirle una mejor entrada en mi agujero, tan excitada que no sabía ni cual de ellos me estaba pellizcando los pezones. Por favor…dejar…no..,….s….sí…así…cabrón…métela…Más…toda.., acabé‚ por suplicarles.

Todo fue inútil. Cuando me desperté‚ tenía vaga conciencia de habérsela chupado a ambos, de que los dos se turnaron para follarme, de haberles suplicado para que me la metieran, hasta el fondo…

Estaba entonces tumbada en una cama, no se como me habían llevado, en una habitación lúgubre, cutre, desconchada en las paredes, un antro al que no sabía como había llegado, pero del que, sobre todo, no sabía si quería salir.

Cuando a la mañana siguiente vino el nuevo, Pablo, me resultó muy natural que tomara el territorio conquistado. Más aún, fui yo quien se incorporó para ofrecerme.

– Para quieta, zorrita, se rió. Ahora no. Esta noche iremos a tu casa.

– Pero mi marido, conseguí oponerme.

– No te preocupes, ver s como sabe apreciar tu nueva disposición.

Y eso es todo -se descaró ahora- me han dicho que si aceptas, vendrán ellos a casa. Si no, ser‚ yo quien tenga que ir a su picadero.

No la contesté‚ en ese momento. Me levanté‚ de cama y fui al salón. Cuando volví, se estaba vistiendo para marcharse.

– ¿Qué haces? -la dije antes de besarla-, llegan en media hora y me han dicho que esperes desnuda.

¿Qué te ha parecido el relato?


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