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El viaje de mi esposo

El viaje de mi esposo

Este es un relato verídico, me llamo Arely y soy originaria de la ciudad de México, empezaré por relatarles como soy.

Tengo 32 años, y aunque no soy un monumento de mujer si arrebato miradas por la calle, soy casada y por el momento no tengo hijos. Siempre he tenido la fantasía de vestir de forma muy atrevida y déjenme contarles cómo empezó esta aventura.

A mi esposo lo mandaron de vacaciones a Guadalajara por una larga semana, y aunque tengo una carrera de licenciada, por el momento sólo me dedico a las labores de la casa, así que con ese viaje de mi marido, llegó la oportunidad de hacer realidad mi fantasía.

El primer día comenzó con ir a comprar lo necesario, así que tomé mi camioneta y fui al centro a comprar la ropa que debía usar.

Me compré un mini vestido de lycra que se ajustaba como guante a mi cuerpo, una minifalda muy atrevida y un pantalón de esos súper ajustados; también compré algo de lencería muy sugestiva.

Regresé a casa, revisé mis compras y puse toda la ropa en orden y comenzó mi aventura. Ese primer día me puse una tanga negra con un brasier negro de satín, ¡se me veía increíble!…

Me puse un pantalón a la cadera con lo que me veía bastante nalgona, y una blusa corta, con la idea de ir al súper y levantar miradas.

Llegue al supermercado en mi camioneta y empecé con las compras; como tenía que agacharme para agarrar algunos artículos, pues parte de mi tanga se veía, tratando de cubrir mi redondo culo, con lo que muchos hombres pasaban detrás de mí para ver el panorama que les estaba ofreciendo, eso me puso calentísima.

Así transcurrió el día en el supermercado, muchas miradas se prendieron de mi trasero como nunca.

Al siguiente día pensé en que tenía que hacer algo más atrevido, así que decidí ponerme el vestido de lycra, también usé un coordinado morado con tanga, y les aseguro que la sensación de la tanga rozando mi cosita, me hacia sentir muy mojada; así que ese día salí con ropa interior morada, mi vestidito negro muy pegado y unas medias negras y zapatos de tacón.

No sabía que podría hacer sólo salí para ver que pasaba. Antes de salir, bajé el tapasol y se me ocurrió la idea de poner un espejo para que quién viniera manejando atrás de mí, viera mis piernas y muslos, así que le puse el espejo al carro y salí a manejar.

No tardé en darme cuenta que el tipo de atrás, venia viéndome todo lo que yo le ofrecía y como utilicé el periférico, que es un verdadero estacionamiento, tuvo mucho tiempo para cerciorarse de lo piernuda que estoy.

Esta segunda experiencia me hizo sentir más putona que nunca, así que pensé que tenía que hacer algo porque explotaba por dentro.

Regresé a la casa, tomé algo de dinero y me dirigí al supermercado, ya tenía una idea en mente… Me puse un abrigo porque aún me daba pena andar vestida como puta callejera. Fui al súper y compré varias bolsas, tantas que no era fácil manejar el carrito del supermercado.

A la salida, un “cuidacarros” se ofreció para ayudarme con el carrito, así que le pedí que metiera todas las bolsas a mi coche, y cuando terminó de poner las bolsas, le di las gracias y subí al auto.

Una brillante idea me cruzó por la mente, y cuando le dije que si podría venir conmigo a mi casa para ayudarme a bajar las bolsas y luego lo traía de regreso, sin pensarlo asintió.

Subió a mi auto y partimos con rumbo a mi casa, pude notar en el trayecto que no dejo de mirar mis piernas que le ofrecían un espectáculo incomparable.

Llegamos a la casa, abrí el portal eléctrico y el carro entró; abrí la puerta de la casa y me quité el abrigo, dejándolo con la boca abierta, le dije:

–  Por favor, bajé las bolsas del carro en lo que le preparo un agua-, cuán rápido pudo bajos las bolsas del carro, y al terminar le di un billete de 100 pesos y le pregunté que si era suficiente con eso.

Me analizó por un momento, después cerró la puerta y con un brillo en sus ojos dijo que no era suficiente; me tomó de la cintura y comenzó a besarme.

Primero me espanté, pero ese espanto se convirtió en placer.

Él comenzó a llamarme puta, lo cual hizo que me mojara muchísimo. Tocó cada una de las partes de mi cuerpo y preguntaba si me gustaba, y a cada toque yo respondía que sí.

Tomó sus esposas (porque es cuidador del estacionamiento del centro comercial) y me esposó, me sentí a su merced.

Me llevó a la cama y me subió el vestido y disfrutó de mí una y otra vez; se sacó la verga e hizo que se la mamara; era un rico néctar.

Aunque su verga no era muy grande, era demasiado gruesa, así que me costaba problema poder metérmela completa.

Nunca le había permitido que mi marido se viniera en mi boca, ese día no pude parar hasta recibir la leche, era tanta que no pude tragarla toda.

Se levantó de la cama y se dirigió al sanitario.

Me quedé tendida, no podía levantarme, estaba esposada; cuando regresó, vi que traía el pomo de vaselina, quise levantarme.

Nunca me había dejado coger por el culo, pero estaba a su merced.

Empezó a untarme vaselina por todo mi ano, primero me sentía humillada pero también empecé a sentir placer; después comenzó a meter un dedo, dos dedos, tres; y cuando estuvo dilatado mi esfínter, se untó vaselina en la verga, y me dijo:

– Te voy a encular por puta, y te la voy a meter despacio. Te quedas quieta porque no te quiero lastimar-, sentí como la punta de su chorizo se restregaba en mi culo y de un sólo empujón, me clavó totalmente.

Yo lloraba del dolor pero pronto mi intestino se acostumbró y comencé a sentirme como nunca, derramó todo su semen dentro de mi culito y disfruté de mi primera enculada.

Lo llevé de regreso y nos vimos todos los días, hasta que regreso mi esposo. Algunas veces cuando voy al súper con mi marido, lo veo y espero que pronto mi esposo tenga otro viaje.

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