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Complaciendo a nuestro huésped

Complaciendo a nuestro huésped

Hace un para de semanas me llamó mi amigo Daniel para contarme que venía de Chile, donde está trabajando, a unas conferencias que tenía que dar.

Con el consentimiento de mi esposa le ofrecí nuestra casa para que se hospedara.

El aceptó pero solo por una semana porque no quería importunar a mi mujer. Está separado de su mujer y por lo que me había contado en nuestros últimos llamados telefónicos no se encontraba muy bien anímicamente hablando.

Lo fui a buscar al aeropuerto y tomamos varias copas juntos recordando nuestros años de solteros cuando salíamos a divertirnos por ahí, siempre fuimos muy compinches y más de una vez compartimos la misma mujer en la cama..

Al comienzo me habló muy poco de su separación pero después fue soltando la lengua y me confesó que no había sido muy feliz en su matrimonio porque su esposa muy lejos estaba de saber lo que era la fidelidad y lo había engañado en numerosas oportunidades hasta que él no había tolerado más la situación y se habían separado.

Nos dijo que nos envidiaba por llevar una vida sexual perfecta y tenía razón, dado que así era.

Pensaba que no había nada que le pidiera a mi mujer en lo sexual que se negara a darme.

Ella estaba siempre decidida a complacerme. Intentábamos posiciones nuevas, diferentes ideas, utilizábamos implementos sexuales. Siempre se entusiasmaba con todo lo novedoso.

Es bonita pero lo que me atrajo apenas la conocí fueron sus tetas fabulosas y lo estilizadas y largas que eran sus piernas.

Hacíamos el amor todas las noches como si fuera la primera vez.

Le habíamos preparado a Daniel un dormitorio que se conectaba con el nuestro por el cuarto de baño que compartíamos.

Mientras mirábamos un partido por la televisión noté que él fijaba sus ojos en ella sin disimulo.

Cuando estábamos en la cama se lo hice notar y le propuse, como lo veía triste a mi amigo y con falta de cariño, que pasara un rato con él esa noche, ya que me había parecido que no le era indiferente.

Mi mujer reaccionó mal, preguntándome si realmente yo quería que se acostara con él porque era mi amigo y porque andaba con el ánimo caído.

Que siempre me había sido fiel y no veía el motivo por qué tenía que dejar de serlo.

Le dije que era lo mejor que yo podía hacer por mi amigo, que ella el favor me lo haría a mí aunque se acostara con él.

Yo sabía que no le era indiferente y muchas veces me había hablado de lo buen mozo que era y del buen amante que debía ser.

Lo pensó un rato largo y finalmente accedió.

Dijo que era algo que no tenía que influir ni afectarnos a nosotros y coincidí con ella.

Le sugerí que se pusiera un camisón casi transparente que hacía resaltar la oscuridad de sus pezones y luego de ponérselo desapareció por la puerta de baño.

Yo me acosté en la oscuridad esperando su regreso y me quedé dormido.

Me desperté con su abrazo a las dos horas de que se había ido.

Le pregunté cómo le había ido y dijo que bien, pero quise saber más detalles y después de mirarme un rato en silencio comenzó con el siguiente relato:

Entré en su dormitorio y él estaba acostado en la cama. Estaba leyendo o algo parecido. Al alzar los ojos observó mi figura y no estaba seguro de lo qué tenía que hacer.

Le dije que me habías mandado para darle lo que necesitaba y dijo que siempre pensabas en todo.

Cuando levantó las sábanas su pedazo estaba al tope. Me metí en la cama y nos besamos.

Acarició mis tetas, las besó y las lamió frenéticamente y sentí que me mojaba entre las piernas.

Le toqué la pija, estaba caliente y sentí el impulso de chuparla, tal como lo hago contigo.

Me acomodé entre sus piernas y me metí la verga en la boca y comencé a lamerlo. Me asombró la diferencia de sabor.

Lo lamí de arriba hacia abajo, íntegramente, acariciando sus testículos entre mis manos mientras frotaba la lengua por la cabecita de la pija provocándole unos cuantos espasmos.

Mi mujer prosiguió con el relato: lo mamé durante un rato y saboreé varias gotas de su semen. Quería complacerlo y darle mi cuerpo como a él le gustase. Lo dejé que me quitase el camisón.

Me acosté y separé las piernas. Miraba como un hambriento y luego me montó.

Sentí su cuerpo tibio y después su verga caliente introduciéndose en mi concha con lentitud.

El en principio se agitaba lento, era una sensación diferente pero buena.

Su sexo avanzaba y retrocedía en mi concha. Sentí placer, todo mi cuerpo se calentaba.

Envolví las piernas alrededor de su espalda y me empujó con fuerza. Bien penetrada, bien apretadas las tetas, estaba volviéndome loca.

Tuve un orgasmo magnífico.

Después pellizcó mis nalgas y me sentí perdida. Llegué como loca mientras él me bombeaba con ardor y empezó a acabar.

Sentí su semen inundándome y eso me hizo terminar una y otra vez.

Me quedé un rato tendida con él y hablamos. Dijo que agradecía enormemente tener amigos como nosotros y deseaba que lo ocurrido no cambiase nada.

Le contesté que sería así y que a partir de ese instante todos nos sentiríamos más amigos, más íntimos y quizá podíamos repetir la experiencia en otra oportunidad.

Ahí acabó su relato.

Estaba tan caliente con lo que me estaba contando que había hundido mi pedazo de carne desbocada por su cavidad y la estaba penetrando mientras ella seguía contando lo sucedido en la otra habitación.

Ella jadeaba entre murmullos y nos íbamos acercando al momento cumbre.

Me hizo acabar en ese mismo instante y no se por qué, también le pellizqué la cola.

El pellizco pareció actuar como un detonante porque volvió a tener un orgasmo mientras se estremecía bajo mi cuerpo.

La abracé en la oscuridad logrando recuperar el aliento casi al mismo tiempo.

A la mañana siguiente cuando nos sentamos alrededor de la mesa Daniel cambiaba miradas con mi mujer y se los veía tensos en mi presencia.

Está bien, les dije, fue idea mía y dejen de mirarme con caras de culpables.

Agregué que a la noche podíamos repetir y esto pareció relajarlos.

Daniel se fue rumbo a sus ocupaciones y yo me quedé pensando durante todo el día en lo que podría llegar a pasar a la noche.

Después de cenar los tres nos dispusimos ver televisión y propuse ver en la televisión de nuestro dormitorio una película porno que había alquilado.

Cada vez que con mi mujer vemos una terminamos haciendo el amor, pero verla con nuestro amigo era una experiencia nueva.

Como quien no quiere la cosa me retiré del lugar y los dejé solos así podrían hacer lo que desearan.

Esperé la oportunidad propicia para regresar.

Espié a través de la puerta entreabierta y los vi abrazados. Daniel deslizaba los dedos por debajo del sweter de mi esposa. Oía los gemidos de ella mientras le masajeaba las tetas y sus manos aferraban la bragueta apretando con deseo.

Daniel comenzó a desnudarla. Le sacó el pullover y luego desprendió el corpiño. Sus firmes senos quedaron liberados y él apoyó su boca en ellos.

Mi pija se endurecía mientras miraba.

Mi amigo se puso de pie y le quitó la falda. Ella se sacó la tanguita y las medias . Solo se dejó puesto un portaligas de encaje negro.

Volví a mirarla, siempre que la veía desnuda me parecía muy hermosa, apetecible.

Daniel la abrazó y la acarició. Luego se arrodilló frente a ella y hundió la cara en la hermosa concha de mi mujer cubierta por una mata de pelos castaños y ella separó sus piernas.

La película continuaba en la pantalla y mi esposa, en vivo, gemía sosteniendo con fuerza la cabeza del hombre.

Podía verla como gozaba y mi pija se estaba poniendo dura como un poste.

Daniel siguió con esa maniobra unos momentos más y luego se detuvo. Se inclinó hacia ella, la acostó sobre la cama y ella abrió mansamente las piernas.

El fue por detrás. La carne rígida atravesó los pliegues de la concha. Ella, al gemir, me pareció música en los oídos.

Daniel sostenía las caderas mientras la acometía y ella volvió a gemir.

Me parecía extraños verlos a los dos, mi amigo y mi esposa, gente que siempre tuve cerca y quería y ahora hacían el amor y gozaban dándose placer uno al otro.

Abrí la puerta y silenciosamente me acerqué a ellos con la pija en la mano. Mi mujer me miró y su expresión cambió instantáneamente.

Daniel no perdió el ritmo de las acometidas, así que llevé la pija hacia la cara de mi mujer y se la metí en la boca. Ella cerró los labios.

Por primera vez tenían dos vergas en su cuerpo.

Mi amigo y yo bombeamos y ella gozaba y los gemidos que no podía contener enviaban una vibración frenética contra mi miembro. Me mordió un poquito y a cada instante aceleraba mi orgasmo.

Mientras lo veía a Daniel penetrándola no sabía que mi esposa estaba gozando de una de las mejores experiencias de su vida.

La vi estremecerse y sentí como su cuerpo se tensaba hasta la última fibra.

Llegó en varias oportunidades, como en una cadena de eslabones muy juntos. Su cuerpo temblaba en miles de espasmos. Ahora ella estaba preparada para mí, que tomé el lugar cedido por Daniel, nuestro huésped.

Me acerqué a su clítoris y mi lengua comenzó a acariciarlo con movimientos circulares.

Mi pedazo quería que su concha lo atrapara así que abrí los labios de su cavidad con el glande y la penetré lentamente.

Pude meter entera mi pija en su interior y ella no dejaba de jadear ni moverse.

Estuve bombeando un rato y luego me retiré.

Ella se quedó mirándonos deseosa de continuar el juego.

Sentí que estaba próximo al orgasmo aunque no quería tenerlo tan pronto.

Nos quedamos los tres más relajados y con deseos de hacer las cosas más lentamente. Ella se acostó en medio de los dos.

Me parecía extraño hallarme en mi propia habitación compartiendo un encuentro íntimo con mi esposa y mi mejor amigo.

Empezamos a cubrir su cuerpo con besos lentos sabiendo que adorábamos a una diosa sensual.

En ese momento comprendí que aquello no era un juego. Hasta llegué a pensar que Daniel se había enamorado de mi esposa.

Ella llevó sus manos hacia cada una de las vergas y las masajeó y acarició hasta lograr que ambos quedáramos bien endurecidos.

Aquello me calentaba como nunca.

Presentí que nos iba a hacer pasar una noche inolvidable.

Me tendí sobre su cuerpo ya que ella con su mirada indicaba que era el primero al que quería sentir.

La penetré lentamente mientras Daniel continuaba acariciándola sin detenerse y su sexo rodaba por los pezones que reaccionaron irguiéndose ante la carne dura.

Ella gemía dulcemente, gozando con temblores los movimientos de los dos.

Sentí que su cuerpo vibraba, que estaba a un paso del orgasmo y me apuré para acabar juntos.

Descansó unos instantes y luego extendió sus brazos hacia Daniel.

Lo montó y tomando su verga se la metió en su concha colmada de mi leche.

La miraba cabalgarlo con energía, intentando agotarlo en el menor tiempo posible.

La velada no terminó allí, seguimos compartiendo nuestra intimidad hasta la salida del sol.

De más está decir que Daniel no se movió de casa hasta que volvió a Chile.

Los dos los extrañamos.

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