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Una caliente jovencita se revuelca en el mismo día con su primo del campo y con el chófer que ha venido a buscarla

Éste es el relato imaginario de una visita de una chica de 19 años que va a visitar a su primo que vive en el campo, alejado de todo.

Me desperté con la bocina del auto que me llevaría a Paso el Álamo, me lavé rápidamente la cara, me vestí, tomé los libros que debería entregarle a mi primo y sin desayunar salí raudamente de casa para abordar el coche.

Viajé casi sin hablar, el conductor era un viejo que no me atraía en nada, de no haber sido de esta manera, seguramente hubiésemos tardado más de lo necesario para arribar a destino.

Pero sus aparentemente 60 años rechazaban toda idea de cogérmelo dentro del vehículo. Llegamos luego de una marcha accidentada, ya que el camino de tierra hacía que diésemos constantes tumbos y golpeteos.

Me bajé y cargando la mochila con los libros caminé los aproximadamente doscientos metros que estaba separada la casa de campo con la ruta. Prontamente salieron a recibirme una infinidad de perros ladradores, luego se oyó una voz de dentro de la vivienda que los calmó inmediatamente.

Era mi tía, hermana de mamá que me daba la bienvenida luego de varios años de no visitarla. Eran como las ocho de la mañana, temprano para mí, pero avanzada en la mañana campesina. Entré a la casa, donde había un rico olor a dulce de ciruelas y café caliente. Desayuné muy abundantemente, luego pregunté por mi primo, el que debería recibir los manuales que le enviaba mi papá.

-Horacio salió temprano a hacer la poda de un árbol a unos tres kilómetros de aquí, casi en los límites del campo

– Se da cuenta de mi decepción y me dice que si tengo ganas de caminar puedo ir a saludarlo, como no es difícil de llegar y tan lejos no es me decido andar ese camino para verlo.

Lo único, me dice mi tía que ella no me podrá acompañar, ya que tiene muchas labores que hacer en la casa por la mañana. Me explica el sendero que debo tomar y parto a paso tranquilo, calculo que en tres cuartos de hora llegaré a destino.

Por suerte estaba vestida con zapatillas, pantalón vaquero y camisa holgada.

Podía andar cómodamente. Antes de salir, me dio unos sanguchitos para que comiera con Horacio, allá hay agua fresca de pozo para acompañarlos. El campo era ondulado, verde en algunos sectores, amarillo en otros, el sendero viboreaba entre altos cañaverales a veces y otras por cortos pastizales.

Tuve que vadear varios arroyitos, donde me mojé las zapatillas, haciendo incómoda luego la marcha. Después del tiempo estimado, luego de una curva del sendero, detrás de una verde colina veo el lugar de mi destino, dos construcciones de madera, con techo a dos aguas y entre ellos un enorme árbol a unos diez metros de distancia, sobre el cual estaba subido mi primito Horacio tratando de podarlo.

Lo saludo nombrándolo y al momento da un grito de alegría. ¡Hola Silvina! ¡Qué te trae por acá!, le digo que le dejé en casa los libros que necesitaba y decidí venir a saludarlo.

Bajó inmediatamente del árbol, dejó su serrucho a un lado y me invitó a sentarme a su lado en el mullido pasto.

Estaba vestido con unas viejas zapatillas, un pantalón cortó que en otras épocas fue un vaquero tradicional y tenía el torso desnudo.

Yo comencé a excitarme, aunque me temblaba un tanto la voz traté de disimularlo. Lo convidé con la merienda que había enviado su mamá y comenzamos a devorarla, yo estaba hambrienta por la caminata y él por su trabajo sobre el árbol.

Charlamos de nimiedades, pavadas, -que como está la tía, cuánto hace que no nos veíamos, qué lindo día hace y cosas por el estilo- Yo hago un comentario sobre lo lindo que es ese lugar, Horacio me cuenta que está casi abandonado, nunca nadie viene por aquí, decidimos podar un poco el árbol, ya que de venir una tormenta con mucho viento se puede caer sobre el techo de…

-es una linda casa- me corrige diciéndome que es un granero, ya que no tiene lo necesario para vivir en ella. Se utiliza para guardar cosas viejas y alguna vez para depósito de bolsas de maíz. En el fondo hay otro pero está bastante deteriorado.

Me gustaría conocerla, le digo con voz temblorosa, a lo que él inmediatamente se incorpora, me ofrece la mano para que yo también lo haga y me dice: vení que te la muestro, es bastante interesante lo que hay dentro.

Caminamos lentamente hacia la puerta de entrada, Horacio la abre no sin dificultad, me cuenta que siempre que viene entra por la ventana del fondo, ya que los goznes de la puerta del frente están tan oxidados que es difícil de entornarla.

Ingresamos al interior, donde hay diversos elementos de faena rural, un viejo arado y una trilla para acoplar a una yunta de caballos o bueyes, un aparato que servía para calentar el hierro para marcar animales, el cual tenía una manivela a su lado la cual avivaba el fuego al hacerla girar, unas cuantas bolsas de trigo, y en medio del amplio sitio una escalera de madera que llevaba a la parte superior de la morada.

Escalerilla que contaba con una soga para subirla o bajarla a voluntad. Le pregunto a Horacio qué es lo que hay en ese primer piso, me dice que es un depósito de bolsas de trigo, iguales a las que se ven en la planta baja, sólo que arriba hay muchas más. Yo sola comienzo lentamente a treparla, tanteando uno a uno los frágiles escalones. Le hago una mirada cómplice a mi primito y le digo:

¿subimos a ver las bolsas de trigo? A lo que él me contesta afirmativamente.

Llego pausadamente al último peldaño y entro en lo que me doy cuenta es un lugar abandonado hace mucho tiempo. La ventana que da al frente no tiene vidrios, es decir que ni el sol entra para dar claridad a ningún rincón del ambiente, tengo que separar algunas viejas telas de araña que cuelgan del techo.

Aun así tiene ese recinto un encanto especial, que hace que me excite terriblemente. Detrás de mi sube Horacio, subiendo con la cuerda la escalerilla que nos permitió el acceso a ese lugar. Esto me demostró sus verdaderas intenciones.

Debajo de su pantalón se veía el bulto cada vez más grande de su órgano masculino, yo a su vez sentía cada vez más humedecida mi conchita.

Me senté en una de las bolsas comentándole lo íntimo del lugar. Nos sentamos uno frente al otro, yo notaba su calentura, pero no se atrevía a tomar la iniciativa. En mi posición comencé a abrir y cerrar mis piernas, para que viese el vaquero humedecido en la entrepierna, él casi no sacaba la vista de ese lugar.

Me desabroché la camisa aduciendo el calor reinante y dejé ver parte de mis tetas. Esto lo excitó aún más, el bulto debajo del pantalón era cada vez más grande.

Dejé mis piernas abiertas, me recosté totalmente hacia atrás y mirando hacia el techo quedamos un buen rato en silencio esperando que se me tirara encima, pero no lo hizo. Él estaba en la misma posición pero en la otra hilera de bolsas.

Estas estaban acomodadas unas sobre otras, formando un pasillo en medio de cada hilera de cuatro o cinco.

Rompió el silencio diciendo que en otras épocas era utilizado por él para dormir tranquilas siestas en las calurosas tardes de verano.

-¡Qué lindo!- le contesté sin levantar la cabeza- aquí no te molesta nadie, 

-¿y cómo dormías? ¿Te sacabas la ropa o lo hacías vestido.-

-Me sacaba el pantalón y la camisa y dormía en calzoncillos, para estar más cómodo.-

-¿Nunca viniste acompañado?-

-Sí, una vez, con unos amigos, estuvimos toda la tarde contando cuentos de…-

-No yo te digo con una chica-

-No, con una chica no, imaginé muchas veces que estaba con una pero en realidad no, vos me entendés…-

-Sí, te masturbabas.

Horacio se mostró sorprendido por lo franco de mi respuesta, no pensó que se lo diría de esa manera tan directa. Luego me contestó:

-Sí, ¿está mal que lo haya hecho-

-No, ¿por qué habría de estarlo, yo muchas veces lo hago y me produce una gran satisfacción-

-¿Vos lo hacés? ¿Y seguido?- (El bulto parecía explotar)

-No muy seguido pero me la hago, ¿querés que te haga una demostración?-

Sin esperar su respuesta me saqué las zapatillas, luego el vaquero, me recosté nuevamente sobre las bolsas mirando el techo, tenía la camisa totalmente abierta, con mis tetas fuera de ella, después entreabrí los muslos y con el dedito mayor de mi mano derecha comencé a frotarme la concha pero por sobre la bombacha, no quería sacármela todavía para darle un poco de erotismo al momento.

Horacio ya se había quitado el pantalón y el calzoncillo, es decir que estaba sólo con las zapatillas puestas.

Mientras me miraba se masturbaba lentamente, tenía una hermosa pija de considerables dimensiones.

Yo gemía por el intenso placer que me daba la ser observada por él mientras me acariciaba, estaba recaliente, mientras me pajeaba subía y bajaba la pelvis lentamente apoyándome sobre los talones.

Me pidió que me sacara la bombachita, le dije que lo hiciera él, entonces se acercó a mí, junté los muslos y me la quitó con mucha delicadeza.

Estando en esa posición, yo recostada con las piernitas hacia arriba y él parado delante de mí quiso metérmela, pero le dije que todavía no, que primero quería jugar un poco.

Le pedí que me la chupara, entonces colocó su boca entre mis piernas nuevamente abiertas y comenzó a mover su lengua en mis jugosos labios. Mientras me saqué la camisa y quedamos totalmente desnudos los dos, luego cerré mis piernas entre su cabeza entrecruzando mis tobillos, dejándolo casi sin respiración; los movimientos de arriba hacia abajo y circulares de mis caderas eran frenéticos, al mismo tiempo tomé con mis manos sus cabello haciendo presión hacia dentro de mi concha, a veces con mis deditos hacía círculos dentro de sus orejitas, yo veía que esto lo ponía más loco, haciendo que moviera más rápidamente su lengua, la movía en círculos, de arriba hacia abajo, escarbaba dentro de mi vagina, sobre el clítoris, la dirigía hacia el agujero de mi culito, subía nuevamente a la conchita, me lamía los pendejitos del pubis, después subió lamiéndome la panza, se detuvo en el ombliguito, siguió subiendo, me chupó los pezones, el cuello, llegó a mi boca y me besó profundamente, bailaron nuestras lenguas una frenética danza de amor descontrolado, mientras sentía su dura verga entrar naturalmente dentro de mi vagina totalmente humedecida.

Lo rodeé con mis piernas entre su cintura y me cabalgó furiosamente, con movimientos casi salvajes, los que yo correspondía de la misma manera, cuando noté que se acercaba al orgasmo, lo tumbé de espaldas y lo hice acabar introduciéndome su pija en la boca , chupando con fuerza y moviendo rápidamente mi lengua sobre su glande.

De esta manera lo hice gozar de una manera exuberante, exagerada, pero faltaba mi goce y él ya había acabado, como su verga se estaba adormeciendo, me coloqué a horcajadas sobre su cara y acabé lanzando gritos de placer al sentir su lengua nuevamente viborear sobre mi húmeda conchita. Luego nos tiramos los dos, uno sobre otro y nos quedamos como adormecidos un buen rato. Poco tiempo después comencé a sentir el despertar de su poronga.

Entonces me incorporé, echándome de panza sobre una hilera de bolsas y él me poseyó parado desde atrás y tomándome de la cintura. Sentía su pija cómo entraba en el huequito de mi culo, Horacio me decía que podía gritar, que nadie oiría los chillidos que producía. Yo aproveché a dar rienda suelta a mis alaridos de deleite.

De a poco tuve dentro de mi culo toda su hermosa pija, sus movimientos no eran tan rápidos como cuando me cogía por delante, pero esta vez sentí el chorro de lechita que inundaba todo mi interior. En el momento de acabar se reclinó hacia delante, me apretó las tetas hasta hacerme doler y no reprimió un grito de goce, como nunca había escuchado otro así garchando conmigo. Entonces nuevamente nos recostamos juntos y dormimos una siesta mañanera abrazados sobre las bolsas de trigo.

Nos despertamos a la una de la tarde, pensamos y con razón que mi tía sospecharía por mi tardanza. Entonces decidimos volver juntos a la casa principal. Nos vestimos rápidamente, salimos del granero y nos caminamos por el campo hasta donde nos estaba esperando la mamá de Horacio.

Estaba algo preocupada, le dijimos que yo había ayudado a serruchar las ramas del árbol, en realidad habíamos serruchado no precisamente ramas. Pasé la tarde conversando con mi tía mientras mi primo me miraba nuevamente con ganas de coger.

Yo me hacía la distraída, no quería que se sospechara que entre nosotros había algo. Éramos primos y me daba vergüenza que se enterasen de nuestras intimidades.

Yo estaba caliente nuevamente pero decidí aguantarme hasta llegar a casa donde a la noche me masturbaría recordando la mañana en el granero.

A las seis de la tarde llamó papá avisando que había mandado un auto a buscarme, el que llegó a la media hora más o menos. Mientras caminábamos hasta la ruta me despedí de todos, disimulé dándole un beso en la mejilla a mi primito, le dije que pronto nos volveríamos a ver y abordé el coche en el asiento trasero.

Al subir me di cuenta que no era el mismo chofer que me había traído, éste era un muchacho de unos treinta años, bien parecido, que me cayó muy simpático desde el primer momento.

Comenzamos el viaje lentamente, ya que los pozos del camino hacían dificultosa la marcha. Hablábamos de todo un poco, hasta que yo fui llevando la conversación hacia el tema del sexo.

-¿Sos casado’-

-Sí-

-¿Y cómo es tu vida sin libertad?-

-Resignada- 

-Me imagino, pero tendrás muchas oportunidades de conocer gente-

-¿Te referís a mujeres?-

-Sí, ¿le fuiste infiel a tu mujer alguna vez?

-Sí-

-¿Cómo fue? Contame.

-En un viaje a San Luis, llevaba a una viuda de unos 45 años, ella me levantó… ¿te sigo contando?-

-Sí, dale, que me interesa-

-Como la tenía que traer nuevamente, la tuve que esperar y a la vuelta ella me propuso que luego de almorzar vayamos a dormir la siesta en un hotel. Por supuesto le dije que sí-

-¿Estaba buena la viejita?-

-¿Buena, estaba rebuena, tenía un cuerpo escultural-

-¿Qué te hizo?-

-Debería contarte qué no me hizo, desde…me da un poco de vergüenza hablar de esto con vos, sos muy chiquita.

-Vos no te hagas problema por eso, contame con lujo de detalles.

Y mientras relataba su historia me tapé la falda con una manta que había sobre el asiento, disimuladamente me bajé el cierre del vaquero, me lo bajé hasta la mitad de las piernitas y metiendo mis deditos debajo de la bombacha comencé a masturbarme subrepticiamente.

El muchacho me contaba con lujo de detalles la aventura sexual con la viuda, yo imaginaba todo ese relato conmigo como protagonista. Él sospechaba que debajo de la mantita yo me estaba acariciando, miraba por el espejito cada vez con más atención, hasta que le dije que si estaba cansado de manejar estacionara el auto en algún lugar para despejarse un poco. No hacía falta tener mucha inteligencia para darse cuenta que es lo que le estaba pidiendo.

Asintió con la cabeza, no habló más de su lance amoroso y calladamente manejó hasta un cruce con un camino aún más sinuoso, doblamos y anduvimos por ese sendero hasta doblar en un recodo donde había unos árboles que casi tapaban el paso del auto.

Todo esto me hacía recordar la cogida dentro del Impala de Alberto.

Debajo de las ramas estacionó, al parar el motor un hondo silencio invadió la cabina.

Sólo se oían nuestras respiraciones, yo seguía con la mano en mi concha, él miraba desde el asiento del conductor. Luego con la mano derecha fue corriendo muy lentamente la manta que me cubría hasta dejar mis piernas al descubierto, tampoco dejé de acariciarme por esta acción de él; me palpaba el interior de los muslos pero temiendo ir más cerca de mi concha.

En un momento me saqué las zapatillas, luego el vaquero, también la bombachita y me tendí de espaldas en el mismo lugar, casi toqué mis nalgas con los talones y entreabrí los muslos, me desabroché la camisa y dirigí mi pelvis hacia él, dejando que bajara su mano y metiera sus dedos dentro de mí ya lubricada concha.

Los metía y sacaba con total delicadeza, mis suspiros se oían con más fuerza por efecto del silencioso habitáculo, llegó a colocarme el dedo mayor dentro de mi culito y el pulgar en la vagina. Yo explotaba por el inmenso placer, suspiraba, gemía, me revolvía apretando su mano con mis piernas, le decía que siguiera, que no parase con sus movimientos, hasta que acabé en una explosión de deleite que sacudió todo el auto. Inmediatamente salió del auto, estando fuera se sacó los pantalones, los zapatos, el calzoncillo y se metió en el vehículo, yo me había sentado haciéndole lugar, estaba absolutamente descontrolada, me había sacado la camisa y estaba totalmente desnudita, el lugar era lo suficiente espacioso como para hacer el amor cómodamente ya que había suficiente amplitud como para revolcarse con holgura.

Cuando se acomodó lo tomé detrás del cuello con mi brazo izquierdo, nuestras bocas se unieron y las lenguas bailotearon frenéticamente, con mi mano derecha tomé su enorme pija y comencé a apretársela, a subirla y bajarla en un movimiento que lo hizo agitar de gozo, nuestras bocas se separaron y besé sus pezones, los chupé con ansia, luego bajé haciendo círculos con mi lengua sobre su cuerpo hasta llegar al tremendo falo que me esperaba duro como una piedra, él abrió sus piernas, yo me coloqué entre ellas y de a poco me lo introduje casi totalmente dentro de mi cavidad bucal. Se lo mordía suavemente mientras que con la lengua le hacía circulitos en el glande, esto hacía que emitiera bramidos de regodeo.

Después, cerrando fuertemente mis labios sobre ese duro y sensible trozo de carne comencé a succionar fuertemente, hasta que sentí dentro de mi boca un cálido y espeso chorro de esperma, el que me tragué hasta la última gota; luego de eso nos besamos arrebatada y enloquecidamente hasta que la pija se le puso dura otra vez. Entonces lo cabalgué en forma impetuosa, haciendo que me penetrara hasta lo más profundo de mí ser.

Nos apretamos, nos besamos y chupamos continuamente mientras me invadía esa descomunal verga dentro de mí. El auto se movía al compás de nuestro ritmo vertiginoso, los gemidos y quejidos nos hacían calentar aún más.

Parecíamos no cansarnos de estar así, yo encima de él, en cuclillas sobre su duro miembro, besándolo, apretando su cuello, achatando mis tetas sobre su velludo pecho, acabé así por lo menos tres veces, apretujándolo fuertemente entre mis brazos cada vez que llegaba al éxtasis total.

Exprimía con mi concha su poronga como si fuese un aparato de succionar, subiendo y bajando constantemente mis caderas en una cadencia que de a poco se iba haciendo cada vez más lenta. Hasta que me bajé de ese lugar privilegiado en el universo y me eché de espaldas en el asiento, él se recostó sobre la puerta de su lado y así dormitamos por un rato. Momentos después, no puedo precisar cuánto tiempo pasó, me despierta una sensación de placer entre las piernas, era él que había colocado su boca sobre mi concha y hacía bailotear frenéticamente su lengua sobre mi clítoris.

Era una impresión de goce total la que sentía al despertarme de esa manera, comencé a subir y bajar mis caderas y a emitir suaves quejidos, los que se fueron haciendo cada vez más fuertes, hasta que llegué nuevamente a la voluptuosidad del orgasmo en convulsiones descontroladas de gloria sexual, sentí dentro mío un fuego extraño, invadía mi pecho una extraña excitación que hacía endurecer mis rozados pezones, ese ardor luego recorría hasta el más íntimo lugar de mi cuerpito de niñita, desde mis tetas hasta mis piernas, desde mis brazos hasta las nalgas, llegando hasta el último de los deditos mi mis pies.

Nunca había tenido un orgasmo tan largo y descontrolado, nunca había sentido semejante delectación y embriaguez por una chupada, esta vez sentía como nunca viborear y escarbar su lengua sobre el órgano exclusivo para placer que tenemos las hembras. Acabé con un extenso gemido, y apretando hacia dentro de mí entrepierna la cabeza de mi galán.

Luego de eso, permanecimos por un rato quietos los dos, luego con gran dificultad nos vestimos dentro del auto y tomamos rumbo hacia Bengolea nuevamente, esta vez callados los dos.

Dormité un rato en el asiento posterior, no quería llegar a casa en el del acompañante para no despertar sospechas.

Continuará…

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