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Todo cambia al volver II

Todo cambia al volver II

Al día siguiente ya tenia la certeza acerca de lo que me estaba sucediendo.

Estaba tan claro en mi ser completo, que deseaba a mi sobrino, que no traté de hacer ningún análisis de la situación, ni de buscar sus causas, ni de calcular sus efectos y sus riesgos.

Mi única preocupación era saber de que manera lo estaba procesando el y eso aún era una etapa oscura de lo que estaba pasando.

Si bien Pipo era el estimulo desencadenante de toda mi calentura, no tenía un solo indicio de si el era consciente de lo que había desencadenado en mi.

Había dos posibilidades.

Para el todo había sucedido mientras dormía realmente, o bien había vivido todo conscientemente y no se atrevía a admitirlo.

Pero lo que yo tenia que hacer ahora no podría suceder durante el sueño aunque la situación completa era ensoñadora.

Durante todo el día me invadió una gran inquietud.

Suspendí mi consulta, porque no era capaz de prestar atención debida a ninguna situación externa, tan arrobada estaba por lo que veía venir inevitablemente.

Ya al final de la tarde mi desequilibrio era tan evidente que opté por irme a la casa.

Cerca de las 7 de la tarde entre en el living y por primera vez desde nuestros encuentros nocturnos, lo vi.

Estaba mirando unos libros sentado sobre la alfombra y desde allí me miró hacia arriba para decirme con una naturalidad que me desarmó por completo.

Hola tía querida, te ves francamente hermosa.

Automáticamente me mire la falda, porque pensé que alguna evidencia externa de mi conmoción interior podría haberse hecho presente, pero no vi nada, solamente sentí que me ruborizaba en forma intensa.

El muchacho se comportaba de la forma mas normal del mundo, como si nada hubiese pasado, como si nunca se hubiese metido en mi cama para masturbarse evidentemente entre mis nalgas, como si jamás hubiese estado desnudo sobre su cama moviendo su miembro enloquecedor ante mis ojos, como si nunca me hubiese visto desnuda rodando hasta el piso de su cuarto en medio de un orgasmo conmovedor desencadenado únicamente por mirar esa maravilla.

Esa actitud suya, de una naturalidad evidente, ocasionó en mi un confuso sentimiento de deseo y de rabia.

Pensaba, con mi mente agitada de mujer adulta en celo, que esa actitud de Pipo, parecía ser, en el fondo, una especie de burla por mi pasión desmedida y me invadió, en ese momento, el deseo casi malsano de poder demostrarle a ese muchacho, lo que su tía podía enseñarle en un terreno en el cual no era sino un chico ignorante y presumido.

Mi cuerpo entero sintió, casi como una ofensa, lo que ridículamente estaba yo experimentando, de pie allí en medio de mi propia casa, encendida de un deseo que me devoraba, frente al motivo desencadenante de ese deseo que miraba como despreocupado un libro mientras yo me derretía sin remedio.

Abandone la sala sin decir nada y mientras caminaba hacia mi cuarto se aclaraba en mi mente, en forma cada vez más diáfana, lo que yo debería hacer en el tiempo siguiente.

Con un esmero que casi nunca pongo en estos quehaceres, comencé a embellecerme, como si fuera a un ritual, a una ceremonia, o quizás a una batalla. Algo de eso tenía la situación que quería enfrentar.

Mi estado de animo ahora era sereno, casi placido, sin premuras, era una mujer segura de si misma en la cual toda inquietud había desaparecido. Así me siento cuando tomo una decisión.

Yo estaba consciente de que recursos tenía y de cuales carecía absolutamente.

No soy una mujer de rostro agraciado, mas bien mi semblante en siempre serio, a veces duro.

Mi estatura es normal para una mujer sudamericana, diría que un poco superior al promedio y mi cabello es negro manteniéndolo de un largo hasta los hombros.

Mis ojos son negros, vivaces, encendidos Antonio dice que el deseo se me nota primero en los ojos que en ninguna otra parte.

Mis recursos comienzan mas abajo.

Antonio dice que mis pechos son fascinantes, yo los encuentro un poco grandes, pero he de reconocer que se mantienen perfectos para mis treinta y ocho años, casi sin caída, erectos, provocativos, duros, y naturales.

Mis pezones muy morenos, parecen tener una elasticidad prodigiosa, por cuanto se dilatan de una forma que llega a molestarme cuando me excito y cuando son succionados me ocasionan unas descargas demoledoras que repercuten en mi vientre de por si encendido.

Mis caderas mis nalgas y mi vientre, según Antonio, forman un conjunto enloquecedor, y no tiene ambages en confesarme que ese conjunto es el que lo mantendrá unido a mi por el resto de su tiempo.

Si bien es un raro elogio, debo confesar que me satisface plenamente.

A mi juicio lo mejor que tengo son mis muslos, bien formados, de piel casi perfecta y sobre todo de una suavidad que se vuelve traicionera cuando por las noches me los acaricio y que inevitablemente me llevan a buscar la autosatisfacción tranquilizadora.

Seguramente demoré en estos arreglos y apreciaciones un par de horas, porque era ya cerca de las once, cuando escuché la voz de Pipo dándome las buenas noches y casi de inmediato el audio de su televisor.

Eso me tranquilizó, por cuanto, yo necesitaba una situación así.

Envuelta en una bata blanca, que me llegaba un poco sobre las rodillas y que me hacía lucir mas morena de lo que realmente soy, entré en su cuarto para sentarme en el pequeño sillón, desde el cual podía también ver el monitor en forma perfecta.

No dije una sola palabra, porque la situación no era novedosa en absoluto, a menudo mirábamos juntos televisión.

Fue evidente que la forma como yo estaba sentada no le fue en absoluto indiferente.

Yo tenia a Pipo plenamente enfocado en mi campo visual porque, tenerlo siempre bajo vigilancia era la viga maestra de mi estrategia.

Sus ojos se clavaron en mis piernas con un movimiento rápido.

Mi bata se deslizaba libre dejando, premeditadamente expuestos mis muslos casi completos.

Pipo nunca había visto mis muslos completos, podría haberlos quizás rozado, cuando se metía en mi cama, pero nunca los había visto expuestos así.

A pesar de mi temperamento absolutamente permisivo, he sido siempre muy pacata para vestir.

De ese modo me fui abandonando en forma premeditada y acomodándome en el sillón pareciendo tan preocupada de la trama de la película que mi bata se fue abriendo con cada movimiento hasta abrirse completamente dejando expuestos mis muslos completos y al deslizarse, las curvas de mis caderas podía ser perfectamente observada aunque solamente de costado.

Los cambios de luz ocasionados por la luminosidad en la pantalla daban a mi piel reflejos extraños y seductores.

Hacia ya largos minutos de Pipo solo miraba la pantalla ocasionalmente y tenia su vista subyugada por mi figura, pero yo no me daba en absoluto por enterada, fingiendo una concentración total en una trama que ignoraba absolutamente.

Esta concentración mía, le dio el animo suficiente a Pipo para buscar bajo las sabanas la dureza de su miembro, evidentemente erecto, y pude convencerme que sin mayores problemas y sin ocultar los movimientos era evidente que el muchacho estaba masturbándose decididamente, no ocultaba sus movimientos.

Ese era el momento que yo estaba esperando.

Él demostrara explícitamente que estaba bajo los efectos de un estimulo que provenía desde mi cuerpo, ahora yo ya podía tomar la iniciativa porque Pipo no podría negar lo que estaba sucediendo.

Sin dejar de mirar el televisor y como no dándome cuenta de nada me levanté del sillón y despojándome de la bata me senté a su lado en la cama completamente desnuda.

Al estar a su lado me di cuenta que el muchacho estaba conmovido, pero no trató en absoluto de evitar mi contacto.

Ambos hicimos como si siguiéramos muy concentrados mirando la película y yo, sabiamente, deslice mi mano bajo las sabanas para buscar su miembro fabuloso el que encontré con una facilidad asombrosa.

Al fin lo tenia en mi mano.

Si la imagen me había cautivado hasta desfallecer la noche anterior, la textura de su piel me dejo alelada.

Era de una suavidad infinita.

No me atrevía a mover mi mano, solamente quería sentirlo latir entre mis dedos, así como lo estaba haciendo, apreciar su grosor que hacia imaginar placeres dolorosos y recorrer su longitud con la tranquilidad de quien aprisiona algo largamente deseado.

Había pasado mi brazo bajo su cabeza y ahora hacia descansar su rostro sobre mis pechos desnudos. Estaba fascinado.

Movía sus mejillas como para sentirlos mejor y yo trataba de acomodarme para que mis pezones quedaran al alcance de su boca cuyo aliento caliente estimulaba mi piel en forma diabólica.

Ahora ya ninguno de los dos miraba la pantalla, el telón parecía haberse levantado totalmente y cada cual estaba asumiendo el rol, que seguramente veníamos diseñando en el inconsciente desde días.

Con una suavidad que yo me desconocía fui retirando la sabana que lo cubría, primero con mis manos y luego con mis pies hasta que quedamos los dos desnudos y expuestos solamente a la luz centelleante de la pantalla.

Ahora yo podía tocar y ver el prodigo, era grueso, era largo, era suave, era palpitante pero por sobre todas las cosas era real.

Con esa presencia subyugante que tienen las cosas reales, cuando ya la imaginación ha dejado de trabajar y se nos presenta el objeto deseado a nuestro alcance sin remedio.

Como le estaba pasando a él con mis pechos que ahora recorría, no solo con sus mejillas, sino con sus manos, locas al comienzo, que volaban como pájaros inexpertos desde la base a los pezones, saltando de uno a otro, apretando y soltando besando y mamando, en una sinfonía no ensayada, pero enloquecedora en la riqueza de sus matices táctiles.

Ahora, esas caricias desordenadas, comenzaban a enloquecer mi cuerpo que se agitaba, liberándose ya de esa guía planificada que yo había diseñado.

Ahora estábamos los dos libres en medio de la vorágine del deseo. Un deseo que se acercaba a su objetivo consumatorio.

Incorporándome sobre la cama, separando mis muslos, me puse de rodillas conteniendo su cuerpo entre mis piernas.

Sin soltar de mi mano su pene maravilloso, lo llevé dócilmente a la entrada de mi sexo, acariciando mis labios mojados con su cabeza reluciente

Mis nalgas sobre sus muslos reconocían la suavidad de su piel y mis pechos oscilaban libremente frente sus manos que trataban de cazar mis pezones ahora dilatados y sensibles hasta la desesperación.

Mi sexo se abría generoso a las caricias de la cabeza de su pene y mi deseo se me escapaba de control, aunque yo quisiera prolongar la tensión infernal de este momento de deseo desencadenado, hasta que no pude evitarlo.

Me deslice lo suficiente y mi tubo se abrió bajo la presión inaudita de su entrada.

Una descarga en la parte posterior de mi cabeza y un estremecimiento de mi vientre completo me indicó, que en la oscuridad de mis ojos cerrados, me estaba penetrando el mas deseado de mis tesoros eróticos y comencé a darme cuenta que desde hacia meses, desde que estaba aún en España, deseaba este momento, que se me aparecía, a veces, en forma de pequeños relámpagos de recuerdos pecadores y otras de sueños disparatados que rechazaba al amanecer.

Pero ahora estaba ahí, entrando sin remedio, ocupando todos mis espacios, barriendo todos mis recuerdos, impulsándome hacia ese mundo paralelo a la realidad cotidiana y donde el deseo reinaba en medio de la satisfacción.

Y yo latía con cada paso que avanzaba y yo me movía para que el sintiera que yo estaba viva, que no me había muerto de placer a la primera entrada y que quería tenerlo a el de la única forma como era posible, hasta que sentí que me había llenado completa.

La desesperación se había apoderado de ambos.

Yo presentía la descarga y él la sentía llegar y ahora me mordía los pezones hasta el punto que yo debería haber gritado, pero no era momento de gritos, sino de convulsiones profundas como la que me estaba invadiendo, como la que me estaba llenando golpe a golpe con su liquido llamando a las puertas de mi útero y yo entera convulsionándome, doblándome mordiéndolo con mi tubo loco mientras me doblaba para besar su boca sin permitir que se saliera de mi interior porque quería tenerlo allí por el resto de mi vida.

Lo estaba teniendo conmigo, se estaba vaciando en mi, me estaba entregando su íntimo regalo y yo me estaba derrumbando de placer y felicidad de una forma como nunca lo había experimentado.

Lentamente me fui extendiendo a su lado acogiéndolo con mis brazos y mis piernas.

Quería tender para el un nido de suavidades, de tibieza y de aromas de mujer para que reposando su cabeza entre mis pechos encendidos y satisfechos se durmiera conmigo.

Acariciaba su cabello negro con infinita ternura y mientras absorbía sus lentos besos en mis pezones, el sueño nos venció con la más hermosa de las convicciones. Era mío.

Me despertó, en medio de la noche, la vehemencia de sus besos.

Sin despertar completamente, separé mis labios para recibir su lengua en erótico dialogo con la mía.

Note de inmediato que nuestros cuerpos ardían en un roce, que seguramente el había iniciado sin que yo me despertara.

Ahora era imposible permanecer dormida, yo tampoco quería estarlo, porque el deseo despierto me llevaba despeñada por esa pasión que ahora se renovaba sin trabas y con nuevos bríos.

Su lengua, ingenua aún, se dejó dominar por la mía, que la enlazaba, tratando de entregarle toda mi sabiduría.

De pronto, como obedeciendo a un impulso casi animal, se puso sobre mi, con tal agilidad, que me quedé un momento paralizada.

Fue justo el momento que hizo útil para montarme, introducir sus piernas separando las mías y buscando con su mano los labios de mi sexo, separándolos para introducir su grosor implacable.

Sin caricias previas, sin espacios silentes, sin dudas, sin recorridos pausados. Simplemente me llenó de su virilidad en un solo impacto, sin dejar un solo rincón de mi tubo sin su presencia y un quejido profundo y corto salió espontáneamente de mi boca porque no recordaba una introducción de tan hermosa violencia.

No atiné sino a acomodarme, de alguna forma, para facilitar su entrada, aunque ya era tarde. Me tenía traspasada completa.

Luego salió, tan veloz como había entrado, para volver a entrar con igual violencia y adueñarse plenamente de mí en una danza de intensidad inusitada en la cual me llevaba de orgasmo en orgasmo sin piedad.

Con una agilidad, que me pareció evocada de alguna novela que leyera hace años, alzó mis piernas para llevar mis pies sobre mis hombros y así pude sentir mis hermosos muslos acariciando sus costados y mis tetas presionadas contra su pecho.

En esa posición, me levantaba levemente desde las nalgas y de ese modo lograba una penetración tan brutal, que tuve que poner sus manos sobre mi boca para no gritar desesperada.

En ese momento me di cuenta que no podía hacer nada, ni moverme ni irme, ni hablar.

Apenas respiraba, porque el placer me tenía traspasada y me di cuenta que me tenía a su merced, que podría hacer lo que él quisiera conmigo, que podría tenerme, dejarme, amarme, destrozarse, partirme el sexo, morder mis pechos o atravesarme el rostro a bofetadas y yo no diría absolutamente nada, porque yo quería estar allí y ser el objeto de una pasión que el podría diseñar de la forma que quisiera.

Así, cuando lo sentí golpear violentamente con su chorro en lo mas profundo de mi y mi organismo se desintegraba en estertores placenteros, mientras me aplastaba hasta la muerte, me di cuenta que le pertenecía, que era suya, como el había sido mío y entonces fue lentamente acercando sus labios hasta mi oído y me fue diciendo varias veces la misma palabra desgranando mis orgasmos con su ritmo.

– Puta…Puta…Puta…Puta…

La noche comenzaba a terminar.

Éramos amantes.

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