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Sobrina querida

Sobrina querida

Mi sobrina mayor, Paula, estaba a punto de terminar su escuela secundaria y se encontraba excitadísima por la fiesta que preparaban con todos sus compañeros.

Fiesta que tendría lugar luego de la graduación en una discoteca muy a la moda en nuestra ciudad en los tiempos que corren.

Una tarde vino a casa para consultar con mi esposa qué vestido podría llevar esa noche, que que quería estar “super”, dado que todas las chicas querían ser la más elegante de la noche en cuestión.

Había traído una pila inmensa de revistas de moda y las dos la hojeaban discutiendo que este es lindo, pero le falta algo, no mejor este otro…

Le dije a mi mujer que iría a dar una vuelta por ahí para dejarlas tranquilas eligiendo el modelo para Paula.

Cuando regresé mi sobrina estaba a punto de irse y me pidió que la acercara hasta su casa. Llamé por teléfono a mi cuñada y le dije que en una media hora estaríamos por allí.

Una vez en el auto, el tema de conversación era su fiesta, su ropa, qué tipo de maquillaje llevaría, etc., etc…

Le dije que había una boutique en el centro que tenía unos modelos muy lindos y que debería ir a verlos.

Mi sobrina es de estatura median, piernas algo flacas, pero de senos muy abultados como la madre, ojos verdes y cabellos negros.

Me dijo que iría y me preguntó si no la quería acompañar. Quedamos en encontrarnos a la salida del colegio el jueves a las tres de la tarde.

Como los negocios cierran alrededor de las 9 de la noche tendríamos bastante tiempo para recorrer algunas boutiques.

La recogí en la puerta del colegio. Estaba vestida con minifalda y una blusa blanca cortita, tan a la moda entre las adolescentes.

Estaba muy linda, no provocativa, aunque sensual. Con esa sensualidad tan típica de las chicas de hoy.

En la primera boutique no encontró nada que le gustara así que recorrimos, cuatro más.

Le pregunté si quería tomar algún refresco y así podríamos discutir sobre lo que quería llevar esa soñada noche. Eran ya las l7.30 y estaba cansado de entrar y salir de galerías comerciales.

Le di una hoja de papel y le dije que dibujara el vestido que buscaba. Fuimos luego a otra boutique que conocía y en la que suponía que podría encontrar algo interesante.

Llegamos y la vendedora nos mostró muchos modelos, hasta que uno encendió sus ojitos.

Era un vestido negro ajustado con un corte hasta arriba de la cadera y bastante escotado, cosa que resaltaría sus senos.

Era de una tela tipo lycra.

La ventaja, nos dijo la vendedora era que no tenía que ocuparse en comprar un lindo corpiño porque no necesitaba, dado el modelo.

El único problema que tenía era que con cualquier bombacha que se pusiera se le marcarían las costuras, dado lo ajustado del vestido y el tipo de material en el que estaba confeccionado.

Mi sobrina dijo que eso no era obstáculo y que ya encontraría la solución.

Le dije que solo faltaban los zapatos, cosa que también le regalé, unos zapatos de tacos altos que realzaban su figura.

Mientras nos dirigíamos a casa le dije que me gustaría ver cómo se vería vestida con lo que compramos.

¿Qué te parece si vamos a casa, te lo probás y cualquier arreglo que haya que hacerle la tía lo hace?.

Habló por teléfono con mi cuñada para avisarle que pasaba por casa y que después yo la llevaba para no preocuparla.

En diez minutos estuvimos en casa y, para mi sorpresa, mi mujer no estaba.

Había dejado una nota sobre la mesa del comedor anunciándome que se había ido al cine con unas amigas y volvería tarde, que cenara solo, que en la heladera me había dejado algo preparado.

Le sugerí a mi sobrina llevarla a casa y traerla el día siguiente para mostrarle el vestido a la tía pero insistió en probárselo ya que se moría de ganas.

Sin darme tiempo de responder se fue hacia nuestro cuarto y cerró la puerta.

Al cabo de un rato me llamó. Estaba de pie delante de la cama y no podía creer que esa mujer fuera mi sobrina. ¡Estaba espectacular!

Me acerqué y le dije que no necesitaría peinarse, solo los cabellos sueltos y tal vez, una hebilla en el costado. Busqué en una de las cajas de mi mujer y elegí una de nácar. Se la puse en la parte izquierda de su cabeza y se la levanté para ver cómo le quedaba. Al levantar los hombros pude ver cómo sus tetas casi se escapaban de los tirantes del vestido.

La hice girar y me puse detrás de ella delante del espejo y le dije que levantara un poco los hombros al tiempo que la tomaba de los senos con las dos manos y se los levantaba para que los tirantes realzaran su figura.

Muchas veces la había tocado y nunca había sentido nada especial, dado la relación familiar, pero era la primera vez que la tocaba en un lugar tan delicado.

Noté que los pezones se erguían. Toqué las puntas y le dije que podría ser un problema que se le marcaran así.

No retiré las manos y ella me dijo que no era nada, que al contrario era más sexy aquello.

Bajé las manos y palpé sus caderas y apenas pude descubrir su tanga que ni por delante se le marcaba. Cuando le pasé una mano por detrás dio un respingo y le dije que se pusiera de espaldas al espejo para ver si se marcaba la tanga.

Lo hizo y pude comprobar que nada se veía, tan solo su culito parado y duro, como había ya comprobado con mis manos.

Le dije que estaba preciosa y me alejé para que no se diera cuenta que estaba teniendo una gran erección.

Me comentó que tendría que depilarse porque la tanga era muy pequeña y los vellos se le salían por por el costado. Le sugerí ir a algún instituto conocido.

Ella continuaba de pie y yo recostado en la cama con los brazos cruzados detrás de la nuca y con mi bulto imposible de ocultar.

Ella me miró y acercándome me dijo por qué no la depilaba yo. No lo podía creer.

Fui al baño a buscar la maquinitas, unas toallas, una tijera, una bolsa de agua y la crema de afeitar que suele usar mi mujer para esos menesteres.

Cuando volví a la habitación estaba sentada en el borde de la cama con el vestido subido hasta sus caderas. Tenía razón, una enorme cantidad de vello le salía de los costados.

La hice recostar y poniéndole una toalla debajo de sus caderas empecé a recortarle los pelitos que sobresalían.

Le pasé un poquito de crema y comencé a rasurarla. Cuando terminé le indiqué que se fuera a lavar y se fijara cómo le había quedado.

Cuando salió estaba sin tanga y con el vestido levantado y me pidió que le sacara un poquito más de vello. Me acerqué y comencé a recortar y mis ojos no podían salirse de sus labios vaginales, de un color rosado y algo brillantes. Sin querer se los rocé y saltó en la cama.

Le pedí que se quedara quieta porque la podía cortar y dos o tres veces más mis dedos acariciaron al descuido su vagina.

Me acerqué para ver mi obra y no pude resistir la tentación de sacar mi lengua y pasársela sobre esos labios.

No dijo ni hizo nada, así que continué.

Mi lengua comenzó a introducirse y descubrí su clítoris, que metí golosamente en mi boca. En ese momento me olvidé de todo.

Le levanté las piernas sobre mis hombros y, de rodillas al borde de la cama, le empecé a chupar la vagina como un desesperado.

Le fui metiendo un dedo y con la otra mano, me bajé el cierre y empecé a masturbarme, alcanzando mi verga un tamaño increíble.

Las piernas de mi sobrina me tenían como una presa y me empujaban hacia arriba. Le bajé los tirantes del vestido y le chupé los pezones rosados y duros como dos pequeñas frutillas.

Me saqué la ropa y me quedé en slip con la verga colgando de un costado. Ella se sentó y me lo bajó.

Mi pene apuntaba directamente a su boca y se lo acerqué. Abrió sus labios y con la punta de la lengua me acarició la puntita y, de repente, se lo metió todo hasta el fondo.

Cerré los ojos y me empezó a mamar de una manera exquisita e increíble.

Ni mi mujer lo había hecho nunca tan bien. La miré y sus ojos verdes se clavaron en los míos mientras me seguía chupando, dándome mucho placer.

Le saqué el vestido y ahí tenía a mi sobrina querida desnuda mamándome la pija como nadie lo había hecho nunca. Me volví a arrodillar y le di una flor de chupada a su vagina y culo. Pedía que le hiciera de todo de tan excitada que estaba.

Me pidió que le metiera mis dedos y empezó a levantar las caderas rítmicamente, mientras se hundían en su sexo.

La hice subirse más en la cama y le empecé a frotar la cabeza de mi sexo en sus labios.

Ella se mordía para no gritar. La calenté durante muchos minutos y al fin me atrajo hacia ella cerrando las piernas en mi cintura.

La penetré centímetro a centímetro, sintiendo como su vagina se apretaba en mi verga.

Cuando la tuvo toda adentro, se la saqué y se la metí de un golpe.

Sus ojos se pusieron en blanco y empezó a temblar. Se aferró a mí como si fuera un náufrago.

Su orgasmo fue violento, largo. Lloraba y reía al mismo tiempo. Encontramos rápidamente el ritmo y acabamos juntos después de otros tres orgasmos de ella.

Me dejé caer de costado y le acaricié los pechos. La di vuelta y le seguí el contorno de su culo con la punta de los dedos.

Eso me hizo calentar otra vez.

Ella permanecía boca abajo. Le deslicé una mano en su vagina y le metí los dedos, mientras le introducía suavemente un dedo en su culito virgen.

Me chupé el dedo para llenarlo de saliva y pude sentir como su esfínter se dilataba.

Me incorporé y me puse encima de ella, le levanté las caderas y empuje delicadamente.

Me costó bastante trabajo pero cuando la cabeza ya había entrado empecé a bombearla. Poco a poco fue entrando la verga mientras le acariciaba el clítoris con la mano.

No pude aguantar mucho y ella tampoco.

Se la saqué y se la puse por delante. Le hundía mi pene hasta su base y le acabé hasta la última gota de semen.

Me tomó la cabeza entre sus manos, me beso, entrelazamos nuestras lenguas y me dijo simplemente “Gracias tío”.

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