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Mi gran amor II

Mi gran amor II

Mi nombre es Cristina, tengo actualmente 41 años de edad y desde hace 16 años soy amante de mi hermano, quien ustedes conocen como Médico.

Me ha enseñado el relato que envió a esta página con anterioridad titulado Mi gran amor, y me ha pedido que yo relate mi noche de bodas, donde fui brutalmente cogida y manoseada por el durante todo el día, incluyendo la fiesta.

Empiezo con decirles que lo relatado es real. Yo nunca he estado de acuerdo con esta incestuosa relación que hemos mantenido durante tantos años, pero debo aceptar que me he acostumbrado a ser mujer de mi hermano, sobre todo después de casarme, que recibo sus visitas dos veces por semana.

Después de la primera vez que fui chantajeada para tener sexo con el, a diario me cogía hasta cansarse, ya que siempre grababa nuestros encuentros.

Me hizo suya en el baño, en la cocina, de viaje en vacaciones familiares, en el cine, en el auto, me masturbaba bajo la mesa aun en las cenas familiares de todos los días, en síntesis, ha hecho conmigo durante estos años, lo que ha querido.

De todas las situaciones que he vivido con el, hay dos que se me han quedado grabadas por siempre.

Una, el día de mi boda, la cual les relataré yo ante su insistencia, y la otra, cuando un día que esperaba su visita acostumbrada, se me presentó con 2 amigos e hicieron conmigo de todo, pero eso supongo que en otra ocasión el les relatará.

A dos años de ser su mujer, la relación de hermanos prácticamente había desaparecido.

Nuestro trato se limitaba, cuando estábamos solos, a fornicar el tiempo que el quisiera, para después platicar sobre lo que hacíamos o la gran mayoría de las veces, escuchar sus regaños de hombre celoso por que salía yo con mi novio.

Un día, después de ser suya de nuevo, le comenté que mi novio me había propuesto matrimonio, a lo que obviamente yo había aceptado.

Su reacción fue totalmente inesperada. Sin dejar de insultarme y llamarme repetidamente puta, me cayó encima a golpes, gritando que yo era su mujer, que nadie me podía haber cogido tanto como el, y que si lo dejaba, todos se enterarían que tenía yo relaciones sexuales con mi propio hermano de manera consuetudinaria.

No me fue sencillo tranquilizarlo, lo cual conseguí al explicarle que no dejaríamos de vernos.

Que tuviera la seguridad que seguiríamos siendo amantes, porque ya estaba acostumbrada a sentir dentro de mi su pene, y a gozar las depravadas situaciones que me hacía vivir. Eso es verdad.

Tranquilo, pero claramente enfadado, sin decir ni una palabra, se vistió a toda prisa y se encerró en su habitación.

No volví a verlo durante todo ese día, pero por la noche, en la soledad de mi habitación, no pude evitar masturbarme como loca al recordarlo, imaginando su verga, que si no era de tamaño descomunal , vaya que sabía que hacer con ella.

Mi excitación fue mayor cuando descubrí la inconfundible lucecita roja en mi aire acondicionado, delatador signo de que no solo me observaba, sino fiel a su costumbre, grababa la sesión de autosatisfacción que me proporcionaba.

La sangre se agolpó en mi cabeza y los orgasmos se vinieron unos tras otros, cuando sentí que violentamente me retiraban la mano que sabiamente tocaba mi clítoris para dar paso al pedazo de carne inflamado que tan bien conocía.

Ahí estaba mi amante, mi querido hermanito, que sin decir palabra me montó de nuevo hasta venirse en mis entrañas, haciéndome alcanzar no se que cantidad de orgasmos.

Recuerdo que mientras jadeaba, me balbuceaba al oído, que aunque me casara, seguiría siendo su puta, y que me seguiría haciendo cosas que sólo a el podían ocurrírsele.

Después de esa noche, no volvimos a hablar del tema de mi matrimonio, pero durante los seis meses que siguieron, las visitas nocturnas diarias de mi hermano para follarme, se reanudaron.

Entraba a mi habitación, me cogía hasta hartarse en posiciones que no sé de donde sacaba y se retiraba a su habitación sin dirigirme la palabra. No había duda, me había convertido en su puta de cabecera.

Ahora me trataba con desprecio, con violencia, ya no era el amante cariñoso de los últimos años. Se sentía engañado con mi matrimonio.

El día de la boda por la mañana, llamó poderosamente mi atención, que contrario a su actitud desde el día que le había dado la noticia, se sentó a desayunar conmigo, mi otro hermanito y mis padres, ya que por ser fin de semana y por ser un día especial, nadie salió de casa.

Llevaba yo puesto un vestido pegado al cuerpo, de tela muy ligera, cuya falda me llegaba hasta la parte superior de los muslos, ya que tenía yo que ir a la recoger mi vestido de novia en cuanto terminara de desayunar.

No me extrañó sentir de repente en uno de mis muslos, la conocida mano de mi hermano, ya que como les decía yo anteriormente, más de una vez, me había provocado fuertes orgasmos sentados a la mesa, aunque no dejaba de preocuparme el porque reanudaba ese día esa actitud, si hacía seis meses que únicamente me visitaba por la noches para deslecharse en mi.

Créanme que no me tocaba como otras veces. Su mano literalmente apretaba por sobre mi pequeña pantaleta mi vagina, ocasionándome inicialmente mucho dolor, el cual de verdad no pude controlar, explicando mis lastimeros quejidos a los demás, como reacción a un imprevisto pero intenso dolor abdominal, argumentando que seguramente era de nervios.

Cuando la tosca caricia se hizo más intensa, un calor impresionante en mi concha hizo que el dolor inicial desapareciera por completo.

Yo sabía por experiencias previas similares, que ese calor era preámbulo a los orgasmos mas intensos que he sentido en mi vida, los provocados por la experta mano de mi hermano, o no se si decir mi amante, por debajo de una mesa y delante de toda la familia.

No lo pude evitar. El sentir la palma de su mano sobre mi inflamado clítoris y venirme intensamente fue una sola acción.

Tuve que hacer un verdadero esfuerzo para no soltar un grito, reprimiendo mis gemidos, siempre bajo el argumento del inventado dolor abdominal.

Fue tan fuerte mi reacción que mi madre sumamente preocupada, gracias a Dios se paró de prisa de la mesa para ir en busca de un calmante, lo que hizo que mi hermano sacara de inmediato su mano de mi vagina.

Está demás decirles que tuve que tomar el analgésico y que esta sesión de manoseo inesperado, me había puesto verdaderamente caliente.

Me retiré al baño de mi habitación para asearme tanto bucal como vaginalmente, cuando sentí que unas manos rodeaban mi espalda para aprisionar cada uno de mis senos, apretándolos de una manera deliciosa. No volteé, para que, yo sabía quien me haría el amor en ese momento, por lo que solo cerré lo ojos y disfruté de esas manos que ya sobaban todo mi cuerpo y de esa boca que me recorría cariñosamente el cuello.

Dándome la vuelta, levantó la falda de mi vestido, me sacó el pequeño calzón y sentándome en el lavamanos me penetró una y otra vez.

Antes de venirse, consiguió que yo tuviera una serie incontable de orgasmos.¿ Comprenden porque aunque no estoy de acuerdo con el incesto, no puedo dejarlo? Me enloquece, me satisface sobremanera.

El resto del día siguió aparentemente normal para todos. No así para mi y mi hermanito querido.

Me masturbó durante todo ese día. Cuantas veces tuvo oportunidad me hizo venirme. Ya en la tarde, la vagina me ardía de tanto roce y mi clítoris se mantenía permanentemente inflamado pero no de deseo sino como respuesta a tanta manipulación. Nunca me había yo venido tantas veces.

Finalmente llegó el momento de la boda. Durante la ceremonia y la fiesta, mi hermano ni siquiera se acercó a mí. Únicamente al momento de felicitarme por el matrimonio, me dijo al oído que me amaba, que nunca me dejaría, que lucía preciosa esa noche y que antes de irme de luna de miel con mi ahora esposo, me daría un regalo muy especial.

Sus palabras me inquietaron. Si bien estaba yo segura que se trataba de algo referente a sexo, me daba temor que podía ser tan especial para alguien que no conoce limitantes, que se atreve a todo por manipularme y cogerme, pero que además me había hecho según yo, todo lo que podía hacerme sexualmente durante los últimos dos años.

La fiesta se realizó en casa, y transcurrió sin mayor novedad. Mi hermano descaradamente sobaba a su novia en turno por todo el cuerpo mientras bailaban, siempre colocándose ante mis ojos, en actitud clara de que quería que yo lo observara en su cachondeo.

La mano de mi ahora marido en mi pierna se sumó a la excitación que me causaba observar a mi hombre palpar a otra mujer que no era yo, aunque detuve la mano invasora que buscaba ya bajo la mesa mi parte más íntima. La detuve por dos razones: la primera que no aguantaba yo una tocada más en mi vagina que aún sentía entumecida y la segunda, por que no era la mano de siempre, la que había yo tenido entre mis piernas durante todo ese día. Al menos por ahora, ninguna otra mano iba a estar en su lugar.

Cuando besó los labios de su novia, dándose lengua mutuamente, comprendí que no toleraba seguir viendo a mi hermano con alguien más, una reacción inesperada de celos me invadió, por lo que sugerí a mi recién desposado nos fuéramos ya rumbo al hotel donde pasaríamos nuestra primera noche, aunque debo de aceptar que dicha reacción fue más por enojo que por el natural deseo de una recién casada.

Me retiré a mi habitación donde tantas veces había sido exquisitamente cogida por mi hermano, y empecé el ritual de cambiarme el vestido de novia, dándome cuenta que por primera vez en más de dos años, la lucecita que me acompañaba todo el tiempo en mi habitación, estaba totalmente apagada. Mi enojo contra mi hermano, inexplicablemente, fue mayor.

Estaba ya únicamente en ropa interior, liguero y medias, cuando alguien tocó levemente la puerta.

Sobresaltada pregunté quien era y casi salto hacia ella para abrirla al escuchar la voz de mi hermano.

Mis sentimientos eran totalmente confusos. Siempre había estado yo en contra de nuestra carnal e incestuosa relación y sin embargo ahora sentía que el era mi hombre, el hombre de mi vida. Nunca logré explicarme este sentimiento.

Lo que siguió después ni en mis más calientes sueños me lo imaginé.

Tras poner de nuevo seguro a mi puerta, mi hermano se desnudó rápidamente mientras me decía que me daría mi regalo de bodas. Yo lo observaba como hipnotizada, sintiendo como mi ya humedecida vagina, aumentaba su lubricación al contemplar de nuevo ese erecto pedazo de carne entre sus piernas, con la cabeza en total estado de inflamación, que tantas y tantas veces había yo tenido en la boca y en mi vagina.

Sintiendo que todo me daba vueltas, ,más embriagada por lo intenso del momento que por las copas que hubiera yo podido tomar esa noche, nos besamos apasionadamente, dándonos lengua frenéticamente como si fuera la ultima vez que nuestras lenguas se encontrarían. Mis manos recorrieron con avidez ese cuerpo desnudo que conocía yo a la perfección mientras escucha su jadeosa voz que me decía que lo recordaría esa noche mientras estuviera con mi marido en la cama, que esperaría con ansia mi regreso del viaje de bodas para reanudar nuestras entrevistas mientras me juraba amor eterno.

Su ternura y amor que me demostraba en ese momento, me hizo contestar de la misma forma, aceptando que también lo amaba, y que claro que al hacer el amor con mi esposo estaría yo pensando en el.

Después comprobé que desgraciadamente ambos teníamos razón, aunque no sé, hasta el día de hoy y después de tantos y tantos años de ser su mujer, si lo que siento por el es amor, o sólo un deseo sexual irrefrenable por las cosas que sólo el me ha hecho vivir.

Cuando tiernamente el retiró mi pequeño calzoncillo, por inercia separé las piernas lo más que pude para dejarlo entrar a mi interior sin problemas. El olor de mi sexo totalmente empapado por sus jugos llenó la habitación, terminando de embriagarme y jalando hacia mi a mi hombre pero, en ese momento y con gran habilidad me giró haciendo que yo quedara tumbada sobre la cama bocabajo con el culo al aire, apoyada en el suelo con ambas rodillas.

De inmediato, sentí que un líquido viscoso, de temperatura templada, caía abundantemente entre mis nalgas, y que el se apresuraba a untármelo a lo largo del interior de los glúteos.

El placer de sentir la encantadora mano en una región donde no había estado nunca, no permitió que me diera cuenta de sus verdaderas intenciones.

Expertamente separó con ambas manos mis glúteos, y sentí su inflamada cabeza colocada a la entrada de mi orificio anal. En ese momento comprendí todo. Ese era su regalo de bodas. Por ahí nunca me había hecho suya. Lo dicho, no tenía limitantes.

Haciendo caso omiso a mis leves súplicas de que no me lo metiera por ahí, su miembro poco a poco fue penetrando mi ano, debido a lo abundante de la lubricación de que había sido objeto, hasta quedar totalmente incrustado en mi.

El dolor era terrible. Inmóvil, solo me decía que siempre habría algo nuevo que él solo podría hacerme, y que me iba a dejar tan cansada que no podría yo coger con mi marido.

Mi ano, obviamente fue acostumbrándose a tener dentro ese enorme cuerpo extraño, que aun sin movimiento alguno, me llenaba por completo.

Una sensación que no se describir me invadió. Ya no sentía dolor alguno, sino una sensación de placentera llenura interior, muy difícil de explicar, pero que quien haya tenido una verga en el culo, sabrá a que me refiero.

Al momento que mi hermano empezaba a meter y sacar su miembro de mi ano, la voz de mi marido llamó a la puerta y entonces sí que perdí totalmente la cabeza. Una ola de excitación sumamente intensa me posesionó. Era mi noche de bodas, mi marido estaba a la puerta de mi habitación esperándome y yo era culeada en el interior por mi propio hermano, el cual me hacía gozar como enajenada.

El primero de muchos orgasmos se presentó en ese momento. Reprimiendo mis gemidos, supliqué a mi esposo me esperara un momento más abajo, dando suelta rienda a mi furor.

El grueso pistón de mi hermano entraba y salía ya rítmicamente y con gran facilidad de mi acostumbrado ano, desencadenándome una cadena interminable de orgasmos.

De pronto, cuando pensé que se deslecharía ya en mi culo, su mano se perdió en mi vagina, acariciándome mi maltratado clítoris, que lubricado al máximo e inflamado a más no poder, sumamente sensible y hasta adolorido, reconoció de inmediato a su mano amiga, y una nueva serie de orgasmos se me precipitó uno tras otro.

Dios mío, no tengo idea de cuántas veces me vine ese día. Que manera de cogerme, mi placer era interminable, sentía que flotaba. Cuando finalmente el se deslecho en mi culo, yo no tenía fuerzas ni para mover las caderas, sólo sentía como el intenso chorro de líquido hirviendo, golpeaba mis entrañas y escurría abundantemente hacia el exterior por mi aún ensartado ano. . Mi cabeza no podía articular ningún tipo de pensamiento. Cuando se retiró de mi interior, sólo sentí que me dolía terriblemente todo. El sólo pensar que tendría que hacer de nuevo el amor, ahora con mi nuevo marido me causaba hasta repulsión.

Nos aseamos perfectamente, nos vestimos y no sin antes darnos un largo, pero largo beso, prometimos vernos apenas llegara de mi viaje.

Para terminar, solo les diré que cumplir esa noche como esposa fue todo un suplicio y que a mi regreso, se reanudaron nuestras entrevistas sexuales, siendo desde entonces, una práctica común que mi hermano me culee.

Me despido de ustedes, agradeciendo su atención a este relato. No creo que tenga yo oportunidad de volverles a escribir, pero seguramente, mi hermano, Médico para ustedes, le seguirá relatando algunas situaciones que me ha hecho vivir en esta prohibida, pero intensa relación sexual, que estoy convencida, durará toda la vida.

Continúa la serie << Mi gran amor I Mi gran amor III – Final >>

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