Síguenos ahora en Telegram! y también en Twitter!

Mellizas II: la comunión

Mellizas II: la comunión

Hace relativamente poco tiempo cayó en nuestras manos el curioso relato que hizo para ustedes nuestro querido primo sobre aquellas divertidas picardías juveniles y la verdad es que nos sorprendió bastante lo mucho que el tunante sabía acerca de nuestras andanzas.

No es nuestra intención criticar su obra, más bien al contrario, lo que nos proponemos es ampliarla, dado el inusitado interés que demostró en nuestras cosas, relatándole lo que sucedió algunos años después, durante los días anteriores a la comunión de su hija Lucía.

La impresión que nos llevamos mi hermana y yo cuando conocimos Ingrid, su joven esposa, durante el bautizo de la pequeña Lucía, una docena de años antes de lo que les narraremos era la de que estábamos ante una preciosa vaquita suiza.

Pues aun arrastraba algunos kilos de más del embarazo, y parecía que todos se habían ido a su delantera.

Hay que reconocer que nuestro pícaro primo siempre a estado un poco obsesionado con los pechos grandes, y por eso no nos sorprendió demasiado el enorme volumen torácico de su preciosa mujer.

Aunque si el que estos, a pesar de su tamaño, fueran tan firmes.

Nosotras, como ya dejó bien claro nuestro querido pariente al contar nuestra historia, ya hemos corrido mucho mundo, y solo con hablar con su simpática durante un rato, en el transcurso de la fiesta posterior, nos dimos cuenta de muchas cosas interesantes.

La primera era que su tímida mirada huidiza, y su delicioso caer de párpados, al oír algún comentario incisivo, durante nuestra conversación nos decía bien a las claras que lo suyo era la sumisión; y la segunda era que el intenso rubor que cubría su faz cada vez que le decíamos algo al oído evidenciaba lo nerviosa que le ponía nuestra presencia.

Ahora nada mas quedaba por averiguar si su nerviosismo era solo por lo que le pudiera haberle contado su esposo sobre nosotras o si latía algún deseo oculto en ella. Bastaron cuatro frases entre nosotras dos para que ambas supiéramos lo que había que hacer.

En cuanto vimos a Ingrid dirigirse a los aseos del restaurante la seguimos, procurando que nadie reparara en nuestra ausencia, entrando cuando aún no le había dado tiempo de encerrarse en el baño.

Una de nosotras se quedó vigilando fuera, en el tocador, para que nadie nos molestase, mientras la otra la acompañaba al interior del aseo.

Su docilidad se hizo pronto patente, pues no solo accedió a la brusca intromisión sin oponer resistencia, sino que acato todas las órdenes que le dimos con un servilismo de lo más conmovedor.

Lo primero que hice cuando nos quedamos por fin las dos solas y juntas en el retrete fue obligarla a subirse el vestido muy arriba, bastante más allá de las caderas, para poder presenciar a mis anchas como caía la generosa cascada dorada desde su frondoso bosque privado hasta el aseo, aún más espectacular por su abundancia de vello rizado.

Cuando Ingrid acabo de orinar solo tuve que enseñarle el papel higiénico que tenia ya en la mano, y hacerle un pequeño gesto con el dedo, para que se diera la vuelta; y, apoyada con ambas manos en los azulejos de la pared esperara, bien abierta de piernas, a que yo le limpiara las últimas gotas de rocío que caían, perezosas, desde su intimidad.

Ni que decir tiene que no me conforme solo con asearla, pues no pare de hurgar en su madriguera hasta que no la oí suspirar y gemir de placer.

Deje de explorar los aledaños de su húmeda cueva justo cuando sus dulces gemidos me indicaron que estaba a punto de caramelo, pues no era mi intención que alcanzara el orgasmo tan pronto, cuando apenas habíamos comenzado la diversión.

Nada mas dejar de acariciarla volvió hacia mi su rostro sudoroso, con una patética expresión de suplica en el semblante arrebolado.

Yo, sin apiadarme de ella en ningún momento, le ordene que dejara en total libertad sus grandes globos, pues tenia curiosidad por ver sus enormes ubres al desnudo. La verdad es que pocas veces he visto tanta carne junta como en el instante en que se desvistió.

Digo esto pues solo uno de sus gruesos pezones, que destacaban poderosamente en la nívea blancura de sus mamas, ya hacia por tres de los míos.

De hecho saqué uno de los míos al aire para comprobar la veracidad de mi afirmación y, como no, para que Ingrid me lo chupeteara un poquito, mientras yo amasaba a conciencia sus increíbles pechos.

Aunque a la pobre se le notaba mucho la falta de practica no lo hacia del todo mal, así que decidí apiadarme de ella; y, arrodillándome bajo su falda, le demostré que nuestra mala fama está más que merecida, haciéndole toda una exhibición de lengua, con la cara sepultada entre sus temblorosos muslos.

No deje de lamer su cueva agridulce hasta que oí como sus apagados jadeos delataban el poderoso orgasmo liberador.

Después, antes de que nuestra adorable víctima se recobrara del todo, salí fuera, para terminar de acicalarme, dejando que mi ardiente hermana rematara la dulce faena que nos traíamos entre manos.

Yo, mientras ellas dos se divertían dentro, había sacado algunos de mis artilugios mas queridos de dentro del bolso, donde los llevo siempre, por lo que pueda pasar.

En cuanto mi satisfecha hermana salió y pase al interior del aseo vi a Ingrid, todavía sofocada, sentada sobre el inodoro, recuperándose todavía del violento orgasmo, con las bragas enroscadas en un tobillo y el vestido abierto de par en par, enmarcando sus gigantescos pechos, libres todavía del sujetador.

No pude resistir la tentación de plantarle un par de pequeñas pinzas, de las que nosotras usamos para el bondage, y que aprietan bastante menos que las de la ropa, pinzandole la cima de cada grueso pezón.

No deje que su mirada suplicante me conmoviera y, levantándome la corta minifalda, le enseñe cual era el precio que debía pagar para librarse de ellas.

No se hizo de rogar y pronto sentí como su húmeda lengua aprendía a darme placer, apartando las braguitas a un lado para poder saborear a fondo mi sonrosada almejita.

Aprovechando que soy bastante más alta que ella no tuve ningún problema a la hora de introducir el gran consolador que escondía tras de mí en su dilatada cueva, encharcada de fluidos que apelmazaban sus espesos rizos; dejando que fuera ella misma la encargada de manejarlo al ritmo que mas le gustase para obtener placer.

Fue una buena idea pues sus lameteos se hicieron más profundos, y ansiosos, mientras ambas buscábamos a la vez la cúspide del nuevo orgasmo.

Cuando por fin acabamos de gozar estábamos la mar de cansadas, y satisfechas; sobre todo ella que apenas podía mantenerse de pie.

Entre mi hermana y yo la ayudamos a adecentarse un poco, sonriéndonos por dentro mientras pensábamos en que rara excusa le daría a nuestro primo cuando este viera las rojas señales que las pinzas le habían dejado alrededor de sus gruesos pezones.

Pero nuestro querido primo seguía huyendo de nosotras y, con el paso de los años, decidimos que seria un bonito escarmiento hacer que el pecado del que tanto huía se afincara en su propio hogar.

Así que esperamos, pacientemente, a que la pequeña Lucia alcanzara los trece, la edad ideal.

Y cuando esto sucedió, es decir para su comunión, convencimos a Ingrid, tan sumisa como siempre, a fin de disponer de toda una semana para pervertir a ambas.

Estamos convencidas de que nuestro sufrido primo debió de pensar en mil excusas antes de claudicar y dejar que nos instalásemos en su domicilio.

Por suerte su trabajo en la constructora le tenia alejado de la casa durante todo el día, dejándonos vía libre para nuestros planes.

Lo mejor de todo era que el hermano mayor de Ingrid, su socio, que pronto seria el padrino de la pequeña, venia a menudo por la casa, para supervisar las reformas que dos de los chicos de la empresa, uno de ellos negro, estaban haciendo en el garaje, para admitir otro vehículo dentro.

Con estos tres personajes rondando por el domicilio, no teníamos siquiera que salir fuera para buscar amantes, pues si las cosas nos salían como habíamos planeado ya los teníamos dentro.

Ingrid, con el paso de los años, seguía manteniéndose muy bella y apetecible, aunque había cogido mas kilos todavía, y ya empezaba a estar algo gordita. Por suerte solo se le notaba en la cara, pues vestía con ropas amplias y holgadas que apenas dejaban adivinar toda la abundancia de carnes que nosotras sabíamos que había debajo.

Nuestro querido primo, ajetreado, y algo temeroso de nosotras, apenas si nos saludo cuando llegamos, antes de irse apresurado hacia el trabajo; creyendo quizás, que al haber tanta gente en la casa no nos seria posible hacer alguna travesura. ¡ Que ingenuo !

Como la pequeña Lucía estaba todavía en el colegio decidimos que era un buena ocasión para sentar las bases de nuestra futura relación y, sin deshacer el equipaje, obligamos a Ingrid a que nos llevara hasta su dormitorio.

Así, una de nosotras se quedo con ella, para empezar a domesticarla, mientras la otra vigilaba la casa y conocía a los dos jóvenes empleados que trabajaban en el garaje.

Nada mas quedarnos a solas en su habitación la obligue a desnudarse completamente, volviendo a asombrarme de la abundancia de todo que tenia su cuerpo.

Su incipiente barriguilla apenas si se notaba, pasando desapercibida bajo los gloriosos cántaros que pronto libere del odioso sujetador; estos eran muchisimo mas firmes de lo que su aparatoso volumen daba a entender, con una belleza que nadie podía dejar de apreciar. Los pezones de Ingrid, endurecidos por el deseo, eran de un rosa llamativo, y de un grosor acorde con el resto de sus voluminosos pechos.

Su mansedumbre era todavía mayor que la ultima vez que nos habíamos visto, y la humedad que empezaba a rezumar entre sus piernas evidenciaba lo mucho que disfrutaba con esta violenta situación.

En cuanto ella se despojo de las bragas la obligué a tumbarse sobre la cama, bien abierta de piernas, para contemplar a mis anchas el increíble felpudo que allí escondía.

Pude sepultar ambas manos en su espectacular matorral, pues podía coger su abundante vello a puñados, jugando con sus rizos como si fuera la cabeza de un chiquillo.

Pero no quise entretenerme demasiado, pues convenía que Ingrid pronto se concienciara de cual iba a ser su papel en esta fiesta; por lo que pronto le ordene que me desnudara, disfrutando horrores con su turbación, y con su cautivadora docilidad.

Esta volvió a quedar manifiesta cuando, ya completamente desnudas las dos, obligue a Ingrid a que lamiera mis sensibles pechos, como ya hiciera la otra vez. Debía de haber recordado a menudo aquel día, pues lo hizo con mucha mas habilidad que entonces.

El siguiente paso fue cojerla por los pelos para que, de rodillas, sepultara su boca en mi intimidad. No solté sus largos cabellos hasta que me corrí un par de veces en sus labios.

Después la obligue a que fuera, completamente desnuda, a nuestro dormitorio, para que se trajera el regalo que traíamos para ella. Ingrid lo abrió delante mía, y así pude ver la sorpresa que reflejo su rostro cuando sacó de la caja un consolador doble, acoplado a un cinturón de cuero.

Este aparato era reversible. Por un lado era bastante largo y estrecho, y por el otro era mucho mas corto, pero también mas grueso.

Por ser el primer día deje que escogiera ella el lado y la pobre, después de dudarlo un poco, se decanto por usar el largo, quizás por estar mas acostumbrada.

Hice que lamiera bien ambos extremos y, una vez lubricado el aparato me lo puse, sin apenas esfuerzo, introduciendo el lado mas corto en mi interior.

Ingrid, deseosa de ser penetrada, no ofreció ninguna resistencia a la hora de arrodillarse ante mi, admitiendo, con solo cuatro envites, todo el instrumento en su intimidad.

Viendo lo fácil que me resultaba todo, pues ni siquiera mis mas violentos empujes le afectaban como yo quería, decidí cambiar de orificio; y en una hábil maniobra, debida a los muchos años de entrenamiento, perfore de improviso su estrecho orificio posterior.

Ni siquiera había metido la mitad del chisme cuando un violento orgasmo de Ingrid casi me hecha fuera. Ese fue el primero de la media docena larga que tuvo antes de que yo alcanzara mi segundo; y comprobara, de esta forma, que ella era una de esas mujeres que gozan mucho mas por detrás que por delante, como después me confirmo, algo colorada, mientras reponíamos nuestras fuerzas, entre caricias, preparándonos para reunirnos con mi hermanita, que tampoco había permanecido ociosa.

Yo, después de cotillear por la casa, había estado rondando cerca de la habitación de matrimonio, hasta que los apasionados gemidos que escuchaba encendieron mi sangre.

Como no estaba previsto que ambas actuáramos a la vez, al menos por el momento, decidí acercarme a conocer a los trabajadores de la obra, ya que debían jugar un papel importante en nuestros planes, antes de que me excitara mas de la cuenta.

Uno de ellos era un andaluz, bajito y saleroso, camino ya de los cuarenta años, que pronto empezó a decirme piropos y el otro era un musculoso negro que apenas dominaba todavía nuestro idioma. Como mi escotado vestido veraniego me permitía lucir buena parte de mis encantos no tarde mucho en ver como se les formaban unos bultos, bastante prometedores, en sus pantalones; sobre todo al negro, que le llegaba casi a la rodilla.

Consciente de que mi misión solo era la de caldear el ambiente apenas les deje vislumbrar algunas zonas de mi cuerpo, mientras tonteaba a su alrededor. Cuando me marche lo hice sabiendo que tendríamos dos buenos aliados cuando llegara el momento.

A mediodía, cuando se marcharon los asalariados, ya estabamos instaladas en nuestro dormitorio, situado frente al de Lucia, en un extremo del pasillo, bastante alejado de la habitación de sus padres y al lado del cuarto de baño. Antes de comer hizo por fin su aparición la pequeña, preciosa dentro de su casto uniforme del colegio de monjas, que ya empezaba a quedársele pequeño. Y era normal, pues la chiquilla era una replica en miniatura de la madre. Por Ingrid ya sabíamos que la preciosa niña se había hecho mujer hacia casi un año, pero no esperábamos que tuviera un tipito tan arrebatador, mas propio de una quinceañera. Después de los besos y saludos de rigor se apresuro a ponerse una ropa mas cómoda, para andar por casa, debido a que por la cercanía del final de curso ya no iba a clases por las tardes. En la fina camisetita verde que se puso se marcaban, desafiantes, los duros pezones de la deseable mocosa, encantadoramente llamativos por ser bastante gruesos y puntiagudos; y su firme bamboleo demostraba, bien a las claras, que no le hacían falta los sujetadores a sus lindos globos, a pesar de que su tamaño era bastante mayor de lo normal, pues sus pechos eran casi tan grandes como los nuestros, pero mucho mas duros y elásticos, como correspondía a su inocente juventud.

Aprovechando que su madre preparaba la comida en la cocina jugamos un rato con ella, haciéndole cosquillas por todo su cuerpo, hasta que sus alegres pataditas nos dejaron a la vista las preciosas braguitas infantiles.

Aunque ya nos esperábamos algo así, al ver lo desarrollada que estaba, y lo mucho que se parecía a su madre, no pudimos dejar de sorprendernos al ver como asomaban sus oscuros rizos a través de la tela, desbordándose hasta por su entrepierna, dado que la jovencita aun no se depilaba esa delicada zona.

A media tarde, como casi todos los días, vino el futuro padrino de la pequeña, el hermano mayor de Ingrid, a ver como progresaban las obras, mientras las visitaba. Nos encanto ver como se turbaba el hombre cuando Lucia se sentaba, con mucha confianza, sobre sus piernas, para jugar con él, mientras tomaba café. No se nos pasaron por alto las intensas miradas que, con bastante disimulo, dedicaba a los soberbios pechos de su sobrina, que tan cerca tenia. Cuando el pobre tío al fin se levanto del sofá, el elocuente bulto de sus pantalones evidenciaba las múltiples posibilidades que allí se escondían.

Después de trazar meticulosamente nuestros planes, y de repartirnos el trabajo, pasamos el resto de la tarde por separado, haciendo cada una su parte.

Así, mientras una de nosotras iba convirtiendo a la dulce Ingrid en una esclava cada vez mas sumisa a nuestros deseos y caprichos, la otra sentaba las bases de una incipiente y prometedora amistad con la pequeña víctima.

La verdad es que mi parte del trabajo me resulto la mar de fácil. Pues a base de algunos pequeños castigos corporales, y recompensándola con violentos orgasmos pronto logre que la madre acatara todas mis ordenes, inclusive la de andar por casa vestida tan solo con un ligero batin azul, sin ninguna ropa interior debajo, para poder acariciar su cuerpo mas cómodamente cada vez que se nos antojara.

Por mi parte, además de hacerme amiga suya, yo logre ver los preciosos pechos de la hija, cuando se probo la linda camisetita veraniega que le regale, porque a mi me venia ya pequeña. Lucia accedió, gustosa, a despojarse de su sujetador juvenil, ya que los finos tirantes no le permitían usar nada mas debajo. A ella le quedaba demasiado holgada, pues si por los lados se veía buena parte de sus senos, cuando se agachaba estos se veían por completo; pero era un autentico placer, ya que estos permanecían altos y pujantes, y sus gruesos pezones puntiagudos prometían darnos muy pronto bastantes satisfacciones.

Esa noche nuestro primo estaba tan cansado que apenas reparo en la fresca vestimenta que todas lucíamos; aunque sus ojos se posaron en bastantes ocasiones en aquellas zonas de nuestros deseables cuerpos que la escasa ropa veraniega que usábamos dejaba al aire.

Como ya supondrán no dejamos escapar ninguna oportunidad para incitarlo y excitarlo, enseñándole muchas de nuestras cosas ocultas, como al descuido. El fue el primero en acostarse, debido al cansancio, dejando así que una de nosotras disfrutara un poco mas del cuerpo de Ingrid mientras la otra iniciaba a la pequeña en las virtudes de lesbos.

Para ello solo me hizo falta acompañarla a la cama, y recostarme con ella, mientras la sondeaba acerca de sus amistades, y sus inquietudes.

Como las dos llevábamos puesto unos ligeros camisones me fue muy fácil acurrucarme junta a ella, en la cama, para que el tibio contacto de nuestros pechos fuera caldeando el ambiente, mientras las preguntas se hacían cada vez mas intimas. El inusitado placer del roce de nuestras sensibles mamas a través de la fina tela fue suficiente para que Lucia permitiera que mis manos la acariciaran. Primero su largo pelo, después su linda carita, y terminaran por posarse sobre sus senos, hasta sentir como se le endurecían los gruesos pezones bajo mis dedos, mientras empezaban ya a oírse sus primeros suspiros de placer.

La excusa de una adecuada higiene personal fue suficiente para despojarla de las castas braguitas infantiles que llevaba todavía puestas, después de enseñarle como ejemplo mi recortado triángulo intimo, desnudo bajo el camisón. En vista de su pasividad fue un placer introducir los dedos en su frondoso bosque privado, muchisimo mas poblado que el mío, hasta encontrar la virginal entrada a su intimidad.

El resto vino rodado, pues apenas empece a besar a la pequeña Lucia en la dulce boca, acariciándole los apetitosos senos con una mano, mientras exploraba delicadamente su virginal intimidad con la otra, cuando logre que obtuviera su primer orgasmo.

Las siguientes horas se pasaron realmente volando, pues no me marche de su habitación hasta bien entrada la madrugada, cuando al fin me hube cansado de oler, acariciar, lamer, pellizcar, chupar, estrujar, succionar, y explorar todo el apetitoso cuerpo de la pequeña ninfa; logrando que obtuviera de paso un sinfín de elocuentes orgasmos.

Sobre todo por el trasero; pues, al igual que la madre, se volvía medio loca cuando sentía un dedo bien incrustado hay detrás. Y yo no quise dejar pasar la oportunidad de hurgar reiteradamente en su culito, para derretirla de placer.

A la mañana siguiente tuve que ayudar a la pequeña Lucia a vestirse para ir al colegio, pues todavía estaba bastante cansada después de su primera orgía nocturna, y andaba todavía medio adormilada por la casa. Conseguí que se fuera sin el sujetador, pues nos habíamos propuesto lograr que dejara de utilizar tan incomoda prenda; disfrutando de antemano al ver como destacaban sus firmes senos, bamboleando alegremente dentro de la blanca camisa del uniforme, con los gruesos pezones bien marcados en la fina prenda.

Y yo aun logre mayores progresos con la madre, pues conseguí que saliera conmigo de compras sin usar ningún tipo de ropa interior. Ingrid iba vestida con un conjunto celeste muy liviano, que apenas si velaba su oscuro triángulo intimo, a la vez que resaltaba descaradamente sus enormes senos, que bailaban alocados a cada paso que daba.

Hice que volviera, colorada, y bastante excitada, a media mañana, después de haber soportado, abochornada, las lujuriosas miradas de los tenderos, y de sus vecinos; además de bastantes piropos, mas o menos vulgares, de los desconocidos que nos cruzábamos.

Mientras, como había convenido con mi hermana, aproveche su ausencia para empezar a enredar a los dos obreros en nuestros planes. Así que al poco rato de oírles trabajar me pase por el garaje, ataviada solo con mi descarado camisón, y un reducido batin.

A los dos hombres se les hacia la boca agua, viendo todo lo que les enseñaba mientras me interesaba por su labor. Cuando creí que estaban a punto les convencí para que ampliaran el agujero que estaban haciendo en la pared del lavadero, pues así podría pasarles las bebidas desde la cocina sin darle la vuelta a la casa. Ellos no habían pensado en agrandar ese orificio hasta el final, para no llenar la casa de polvo, pero accedieron gustosos a mi petición. En solo unos minutos hicieron un agujero alargado de mas de un metro de largo por medio de alto, suficiente para lo que necesitábamos.

Cuando regrese a la cocina vi que desde ese pequeño agujero se veía con total nitidez casi toda la zona del lavaplatos, por lo que me apresure a darles las gracias a mi manera.

Así, después de pasarles un par de cervezas por el boquete, desnude mis lindos pechos y los incruste en el orificio, mientras les decía con mi voz mas sensual que tomaran lo que quisieran. Aguante, muy a gusto, sus manoseos, chupeteos, y mordiscos, hasta que oí regresar a mi hermana con Ingrid, momento en el que me separe de la pared y les susurre que si se quedaban por ahí cerca podrían ver un espectáculo increíble.

Yo, después de hacerle a mi hermana la señal convenida, salí de la casa para ver, desde el jardín, como se estrujaban los dos empleados para poder ver a través del orificio.

Y es que los afortunados tenían mucho que ver, pues yo estaba con Ingrid en la cocina, devorándola a besos, mientras empezaba a masturbarla bajo el vestido.

Mi prima política estaba tan extasiada con las caricias que no reparo en el pequeño agujero desde el que la espiaban. Por eso no le importo nada que le abriera el vestido de par en par, para que ellos vieran por primera vez la increíble delantera de la mujer de su jefe mientras esta jadeaba, presa de su primer orgasmo, y a la búsqueda del segundo.

Después hice que se tumbara sobre la mesa, con la cabeza colgando por el lado opuesto al del boquete, y que se abriera bien de piernas, para que los trabajadores pudieran ver no solo la espectacular intimidad de Ingrid, sino con que facilidad introducía la empuñadura de un cucharón de plástico por sus dos orificios, a la vez que amortiguaba sus gemidos simplemente con incrustar mi desnuda intimidad en la ansiosa boca de Ingrid.

Finalizado este segundo asalto mi hermana se llevo a Ingrid a su dormitorio, por si acaso regresaba alguno de nuestros parientes de improviso, y yo decidí hacer mutis por el foro, pues temía que si me veían ahora los dos obreros, estos se me echarán encima dispuestos a violarme, debido al tremendo calentón que les habíamos hecho coger con nuestra puesta en escena, conforme a nuestros planes, que iban perfectamente encarrilados.

Lucia regreso a mediodía de la escuela, como de costumbre, bastante irritada; porque el joven cura que le daba casi todas las clases en el colegio, y que seria el padre que le diera la primera comunión, le había obligado a repetir casi todos los ejercicios de gimnasia, poniéndose siempre a su lado, mientras le indicaba una y otra vez como debía hacerlos.

Yo, sabedora de lo tremendamente sensual que debía quedar la ingenua pequeñaja con una camisa de deporte sudada ceñida a su cuerpecito de ninfa, sobre todo ahora que sus firmes globitos bailoteaban en completa libertad, vi aquí una oportunidad insospechada de ampliar el circulo de jugadores. Pues el cura también era factible que sucumbiera.

Así que calme su enfado con mis mas mimosas palabras, mientras la acariciaba, logrando que se pusiera después la camiseta que le había regalado para estar por casa.

Esa misma tarde, cuando vino su tío, le pedí que subiera a la habitación donde estaba ayudando a la pequeña a hacer unos deberes que ella no entendía bien.

El pobre hombre apenas podía evitar que la mirada se le fuera una y otra vez hacia los pletóricos pechos de su sobrinita, que asomaban por todas partes. Lucia, por suerte, no se percato de sus miradas, y pronto se sentó a reanudar sus ejercicios.

Yo, situada en un rincón estratégico del cuarto, fingí enfrascarme por completo en la lectura de una revista, para no perderme ningún detalle de lo que hacia el buen señor.

Este, de pie tras ella, podía ver a través de su generoso escote sus lindos senos desnudos con toda claridad, como quedo en evidencia por el enorme bulto que se le formo en el pantalón a los pocos minutos de estar inclinado sobre Lucia.

Yo, en vista de lo turbado que bajo a tomar el café, decidí que me agradaba el color de su rostro, por lo que decidí soliviantarlo un poco mas, estimulando de paso el servilismo de Ingrid. Para ello solo tuve que aflojarle un poco el cinturón de su batin de ducha.

El resultado fue el deseado, así que pronto disfrute viendo como el pobrecillo sudaba cada vez que su hermana, sin poderlo evitar, le mostraba alguna generosa porción de su cuerpo desnudo. Pero no por ello dejaba de clavarle sus miradas una y otra vez.

Esa misma noche, durante la cena, y en vista del interés que demostraba nuestro primo por nuestros generosos escotes, decidimos ver cuanto nos echaba de menos, y nos las arreglamos para turnarnos en acariciar su largo aparato, masajeandoselo bajo el mantel.

Le dejamos tan excitado con nuestras manipulaciones que nada mas acabar los postres se llevo a su mujer a su habitación, dispuesto a desfogarse de una forma mas natural.

Eso nos dejo a Lucia en bandeja, y nos apresuramos a acostarla entre las dos, para que yo también pudiera disfrutar del tierno y apetitoso cuerpecito de la pequeña.

Esta se dejo desnudar dócilmente, mostrándonos una humedad prometedora en cuanto empezamos a acariciar sus zonas mas intimas mientras la besábamos apasionadamente.

Nuestras bocas, y nuestras manos, sabiamente combinadas, la transportaron a un sinfín de orgasmos, mientras dejábamos que se amamantara de nuestros pechos agradecidos, al tiempo que sus deditos se aferraban tímidamente a nuestros pezones. Al cabo de un par de horas la teníamos tan exhausta que apenas emitió unos apagados jadeos cuando logre introducir mis dos dedos mas largos, a la vez, en su estrecho orificio posterior; eso si, su orgasmo fue bestial, dejándola desvanecida en nuestros amorosos brazos.

Aprovechamos su inconsciencia para sacarle allí mismo un par de carretes de fotografías polaroid. Eso si, en las posturas mas indecorosamente infantiles que se nos ocurrieron, utilizando algunos de sus juguetes de la forma mas obscena posible, para que figuraran en un lugar de honor en nuestro libidinoso álbum particular.

Menos aquella en la que aparecía abrazada a su osito de peluche, totalmente desnuda, con un gran chupete de caramelo bien incrustado en su intimidad, que le enviamos a un fotógrafo amigo nuestro, con la esperanza de que nos devolviera el favor mas adelante.

A la mañana siguiente la pequeña Lucia daba pena, pues no solo lucia unas enormes ojeras, sino que se le notaba todavía una cierta flojera en las piernas.

Ingrid, durante el desayuno, reparo en el boquete que había en la pared del lavadero, por primera vez, y que ya tenia puesto un plástico protector, aunque apenas le dedico un par de comentarios. Era lógico, pues debía tener la cabeza bastante ocupada solo de pensar en las compras que tenia que hacer esa mañana; sobre todo porque el liviano vestido azul que le habíamos obligado a ponerse era todavía mas translucido que el del día anterior.

Había que estar muy cegato para no darse cuenta de que no llevaba nada mas debajo, dada la gran claridad con que se veían sus pezones y la sombra de su oscuro pubis. Mas tarde supe que pocos vecinos y tenderos resistieron la tentación de pararse a charlar un rato con ella, para disfrutar de las magnificas vistas desde lo mas cerca posible.

Mi hermana y yo habíamos calculado el tiempo casi a la perfección, y cinco minutos antes de que regresaran de la compra me asome por el boquete, dispuesta a alegrarles de nuevo la mañana a los obreros. Estos, nada mas verme asomar con mi escotado batin, me dedicaron todo tipo de picarescas y ordinarieces, insinuándome las mil barbaridades que estaban dispuestos a hacer conmigo si bajaba a hacerles compañía en el garaje.

Por eso, cuando les pregunte que querían para desayunar, me contestaron, casi a dúo, que mi cuerpo. Me imagino que no podrían creerse su buena suerte cuando desnude allí mismo mis suculentos senos, y los introduje por el orificio, para que disfrutaran otra vez con ellos. Ya que era parte fundamental de nuestro plan que los dos hombres supieran diferenciar, sin ninguna duda, quien era la dueña de cada par de melones.

Conforme a lo que teníamos previsto oí regresar a las otras dos cuando apenas habían comenzado a tocar mis senos, con precaución, temiéndose alguna jugarreta; pero continúe en la misma posición, a la espera de que mi hermana hiciera su parte. Ella, sin dar opción a que Ingrid se repusiera del sofoco que traía de la calle, la obligo a acercase hasta mi, y que levantara mi batin lo suficiente para dejar a la vista mi desnuda intimidad.

El siguiente paso fue inducirla a que se arrodillara a mis pies, y que lamiera mi húmeda cueva en esta humillante posición, colocada a cuatro patas mientras mi hermana le recompensaba su labor acariciando todo su cuerpo, llevándola al borde del orgasmo.

Yo ya había alcanzado un par de ellos, pues no era solo la suave y complaciente lengua de Ingrid, cada día mas experta, la que me transportaba a las puertas del paraíso; ya que los dos hábiles obreros trabajando, infatigables, con los labios, la lengua, los dientes, y las manos, estaban logrando que mis pechos se derritieran de placer.

Mi cuidadosa hermana, por su parte, como ya venia preparada, solo tardo unos instantes en colocarse el consolador doble, por el lado mas grueso, con la intención de que fuera el extremo mas largo el que se incrustase en los dilatados orificios de Ingrid.

Por el súbito incremento de las lamidas, y los suaves gemidos que profería, supe que mi hermana ya estaba cabalgando sobre mi prima política; y, gracias a su gran experiencia en estas lides, pronto oí como Ingrid alcanzaba su primer orgasmo.

Mi infatigable hermana, alternando constantemente sus empujes en los dos orificios, consiguió que ambas perdiéramos la cuenta de los orgasmos que obtuvo esa mañana.

Pero el resultado fue el deseado y, durante el resto del día, Ingrid nos obedeció hasta en los mas ínfimos detalles, ansiosa porque la hiciéramos gozar de nuevo.

No opuso la mas mínima resistencia a ninguno de nuestros retorcidos caprichos, ni siquiera cuando la obligamos a vestirse para estar por casa solo con un reducido kimono de verano, de un precioso tono rosado, que habían comprado esa misma mañana.

Este ni siquiera le llegaba hasta medio muslo, y apenas podía contener sus senos, por lo que gran parte de estos asomaban a través de su generoso escote.

Yo esperaba, ansiosa, el retorno de la joven Lucia, pues quería saber si mis sospechas sobre el cura eran acertadas. Así que algo mas tarde, después de comer, me encerré con ella en su habitación. La pequeña, entusiasmada por el kimono que le regale, permitió que le acariciara, jubilosa, mientras la desnudaba, llevándola al borde del orgasmo.

Era idéntico al de su madre, pero todavía mas corto, para que se viera con nitidez sus partes bajas cada vez que la pequeña ingenua se agachara o sentara en alguna parte.

En esta ocasión me permití incrustar varios dedos a la vez por sus dos castas aberturas, sabiendo que sus agradecidos orificios disfrutarían con la doble invasión. Lo logre, y pronto oí los apagados jadeos que emitía la muchachita mientras alcanzaba el primero de sus orgasmos; al mismo tiempo sentía como su ansiosa boquita se aferraba a mis duros pezones, estrujando mis pechos con sus manitas, dejándose llevar por el dulce placer.

En el reposo siguiente le sonsaque, hábilmente, sin despertar sus sospechas, todo lo que quería saber sobre las andanzas en el colegio, y como se había portado el joven curita.

Así fue como supe que el pícaro cura se había pasado toda la mañana rondando a su alrededor, con mucho disimulo, pendiente de su turbadora delantera.

No solo la había hecho recitar la lección, y salir a la pizarra, en varias ocasiones; sino que, incluso, la había obligado a acompañarla al botiquín, en un descanso entre clases, con la excusa de que la jovencita no tenia buena cara.

Allí, una vez solos los dos, había convencido a la cándida joven para que respirara profundamente, logrando así que se marcara la firme delantera, con toda claridad, en su blanca camisa. No contento con ello la había auscultado, mientras la hacia continuar con el ejercicio; pegando su oreja primero en su espalda, y después bajo uno de sus senos, para mayor seguridad, y para disfrutar durante unos instantes de su tibio contacto.

Como el cura aun no estaba convencido del todo de que no tuviera un poco de fiebre se empeño en ponerle un termómetro debajo del brazo, desabrochándole para ello algunos botones de la camisa, e insistiendo en colocarlo para asegurarse de su correcta posición.

También fue el avispado cura el encargado de quitárselo mas tarde, dejando después que la mocosa se marchara, la mar de contenta, al confirmar que no tenia fiebre.

Lucia en su inocencia no se había percatado de que el espabilado cura con esta maniobra había podido disfrutar durante un rato de unas vistas estupendas de uno de sus pechos desnudos. Y que lo mas probable es que también se lo hubiera sobado un poco, eso si con bastante discreción, deleitándose en deslizar sus manos por su mullida superficie, topándose con su grueso pezón, sin querer, mientras le ponía y quitaba el termómetro.

Pero las mejores vistas de aquel día fueron las que yo le regale a su tío cuando se sentó, algo turbado, a tomar café con nosotras. Yo había estado jugueteando desde hacia un par de horas con la pequeña en el sofá, por lo que esta no se sorprendió cuando la enrede en una inocente peleilla delante de su futuro padrino.

A este se le quedaron los ojos como platos, fijos en su sobrinita. Pues, casi desde el principio, había logrado que uno de sus pujantes senos se escapara completamente por el lateral de la holgada camisa que le había regalado, sin que la muy ingenua se diera cuenta de lo que le había hecho. Mirándole de reojo pude percatarme de que su mirada se había prendado del felpudito de su sobrina, bien visible bajo la corta minifalda ahora que esta estaba subida hasta su cintura, pues sus braguitas infantiles apenas lo podían contener, permitiendo así que los abundantes rizos oscuros asomaran por ambos laterales.

Decidí premiar su insaciable interés y, “sin querer” di un pequeño tirón de estas hacia un lado, mientras me “caía” sobre la pequeña, logrando así que tanto su virginal abertura rosada como la espesisima selva que la rodeaba quedaran expuestas a la ansiosa mirada de su tío durante unos deliciosos instantes. Que seguro recordara con placer.

Esa noche lucíamos todas nuestros flamantes kimonos, consiguiendo así que nuestro querido primito estuviera sofocado toda la velada. Aprovechamos todas las ocasiones posibles para mostrarle que ni mi hermana ni yo llevábamos nada debajo, dejando para su imaginación que averiguara si su mujer y su hija también lo estaban.

Lo cierto es que hasta Lucia había aceptado ir desnuda bajo el kimono, después de que le demostráramos que todas, incluida su madre, vestíamos así; pero no era cuestión de que su padre lo supiera, al menos de momento. La turbación, y quizás la excitación, hicieron que nuestro querido primo se acostara temprano, en compañía de su amada esposa, permitiéndonos así continuar las clases sexuales con Lucia. Esta, después de unas cuantas horas de intenso placer, había aprendido finalmente a manejar sus largos deditos con bastante habilidad; averiguando como, y por donde, debía introducirlos para que mi hermana y yo la acompañáramos en sus dulces y fuertes orgasmos.

A la mañana siguiente, después de una noche tan ardiente y voluptuosa, la pequeña Lucia iba tan felizmente cansada al colegio que apenas se preocupo porque mi hermana “sin darse cuenta” le hubiera lavado la camisa el día anterior con agua caliente, haciendo que esta le quedara tan ajustada que ni siquiera podía cerrar los dos últimos botones.

Los turgentes pechitos ahora se le marcaban en la prenda como si estuviesen desnudos, y los duros pezones puntiagudos semejaban estar esculpidos sobre la camisa, de tan bien como se veían ahora, destacando su fuerte tono rosa incluso a cierta distancia.

Que duda cabe que la pequeña tenia por delante un día muy interesante.

Ingrid volvió a salir con el mismo vestido del día anterior, pues no solo había dado el resultado apetecido, sino que ella no poseía en su ropero ropas mas sugerentes.

Por eso Ingrid y mi hermana dedicaron parte de la mañana en recorrer diversas tiendas de moda, con el fin de que se comprara vestidos mas apropiados para lo que le esperaba en días venideros. Todos ellos, como ya supondrán, frívolos y seductores.

Cuando ambas regresaron, después de quitarse de encima a los múltiples admiradores que empezaban a acosarla nada mas pisar la calle, yo ya lo había preparado todo.

Por eso apenas dejamos que se recuperara del sofoco que le había producido el oír las clarisimas indirectas sexuales que hacia unos instantes le había soltado el marido de una de sus mejores amigas. Obligándola a usar el pícaro kimono, mientras la estimulábamos con nuestros besos mas intensos, y nuestras caricias mas perversas.

Cuando Ingrid estuvo a punto resulto bastante fácil convencerla de que ese día le tocaba a ella sacar sus pechos por el agujero, para deleite de sus empleados, asegurándonos el anonimato gracias a las caretas de carnaval que habíamos comprado para el evento.

Sin embargo estos, después de haber saboreado a placer mis pechos el día anterior, no debían tener ninguna duda de a quien pertenecían los enormes cántaros que asomaban ahora por la amplia abertura. Así yo me dedicaba a degustar sus labios gordezuelos con mucha pasión, para acallar sus gemidos de placer y dolor, mientras mi ardiente hermana, con el consolador doble ya colocado, la penetraba por sus dos orificios, indistintamente.

Los insaciables trabajadores se emplearon bien a fondo con los pechos de la mujer de su patrón pues, cuando después de arrancarle a Ingrid varios orgasmos, decidimos que ya habían tenido suficiente por ese día, comprobamos que apenas quedaban lugares libres en sus pechos donde no se notaran los chupetones, y hasta las huellas de sus dientes.

Mientras nos lavábamos la ayudamos a ocultar las señales en la medida de lo posible, relamiéndonos de antemano al pensar en el giro que iban a dar sus relaciones con todos los empleados de su marido, cuando entre ellos se corriera la voz de lo sucedido ese día.

A mediodía no me hizo falta sonsacar a Lucia, pues fue ella la que vino hacia mi, para confesarme, entre picara y preocupada, lo que le había pasado esa mañana con el cura.

Este cura picaron la había llevado a su despacho durante el recreo, con la torpe excusa de practicar los gestos para la comunión del domingo. Por lo visto no le gustaba como ella se santiguaba, así que le mostró como debía hacer las cruces, pasando su manaza sobre el cuerpo de la pequeña, reiteradas veces. Lucia pronto se dio cuenta de que los temblorosos dedos del cura siempre rozaban sus enhiestos pezones, cuando pasaban por esa zona. Pero no le dio importancia hasta que el cura, en un loco arrebato de pasión, le estrujo los pechos con ambas manos a la vez, amasándoselos con ruda voluptuosidad mientras murmuraba palabras incoherentes ante la asombrada chiquilla. Acto seguido se marcho de su despacho precipitadamente, dejándola sola, y muy confundida.

Yo, reprimiendo a duras penas la grata emoción que me embargaba al descubrir lo bien encaminadas que íbamos, pase casi toda la tarde asesorando a la ingenua mocosa sobre las inocentes debilidades de los hombres, y sobre la mejor forma de aprovecharse de ellas, mientras nos besábamos, y acariciábamos, mutuamente, en la soledad de su cuarto.

Mientras yo, por mi parte, dedique esas horas a ultimar el entrenamiento de su madre.

Ingrid, para su sorpresa, pero no para la nuestra, estaba descubriendo un insospechado placer en las continuas humillaciones que le hacíamos. Baste como ejemplo decirles que esa misma tarde acepto pasear por el parque luciendo su nueva minifalda de pliegues, y su escotada camisa a juego, sin ninguna ropa interior, como ya supondrán ustedes.

Pues bien, allí tuvo que permanecer durante bastante rato sentada en uno de los bancos del parque, con las piernas lo bastante separadas como para que todo el que se molestase un poco pudiera ver su oscura intimidad. Fueron muchos los que se beneficiaron de las espectaculares vistas, sobre todo un grupo de jovenzuelos, que no dudaron en instalarse en el banco de enfrente, con escaso disimulo, para no perderse ni el mas mínimo detalle.

Pero el detalle que mejor puede describir su gran docilidad es la pasividad que tuvo que demostrar, bajo mi severa mirada, cuando el simpático perro de una querida amiga suya, con la que nos paramos a hablar cuando nos encontrábamos ya de regreso, metió su hocico bajo la minifalda, localizando rápidamente un suculento tesoro para saborear.

Como lo hizo por su espalda, e Ingrid no reacciono en ningún momento, la dueña tardo algún tiempo en darse cuenta del entusiasmo con que su mascota había introducido su cabeza bajo las amplias y acogedoras nalgas de su amiga. Ingrid no solo no se enfado por el percance, sino que incluso acepto tomar café en su casa al día siguiente, debido al disimulado apretón que le di al efecto.

Mientras volvíamos me confeso, algo turbada, que el animal le había lamido a conciencia las partes bajas.

Deslizando su larga y áspera lengua desde la hendidura del trasero hasta su intimidad una y otra vez, degustando con especial frenesí el néctar que manaba de sus suculentos labios mayores. Por la expresión de su cara supe que no le había disgustado del todo la curiosa experiencia, y me prometí que aquella velada abriría nuevos horizontes en la vida sexual de mi prima política.

Por mi parte, después de la apasionada tarde que había pasado con la pequeña Lucía, no tuve ningún problema a la hora de convencerla de que no se pusiera ningún tipo de ropa interior debajo de su reducido kimono nuevo después de la ducha reparadora que ambas nos dimos; y que, por cierto, duró bastante rato, pues no paramos de acariciarnos mutuamente hasta alcanzar un par de espléndidos orgasmos metidas bajo la ducha.

Fue tanta la actividad sexual a la que sometía a la agotada jovencita que esta apenas podía mantener los ojos abiertos mientras tomaba un refresco con su tío y conmigo, acomodada de cualquier manera sobre el sofá.

Así que, mientras este hacía una escapada hacia el baño, me las ingenie para aflojar su cinturón, y separarle las piernas; sin que la muchachita se diera cuenta de mi sutil maniobra, pues con la otra mano le acariciaba los pechos, mientras le susurraba dulces promesas de amor para la noche.

Cuando su futuro padrino regreso de hacer sus necesidades, y se volvió a sentar frente a nosotras, vi que mi ingeniosa puesta en escena le agradaba; pues solo apartaba la mirada de los endurecidos pezones de Lucía, perfectamente marcados en la fina tela del kimono, para posarla en su desnuda entrepierna, dado que ahora quedaba totalmente visible su oscuro y poblado triángulo.

Decidí dejarle una mayor libertad al pariente, para ver de que era capaz, y le deje solo con la pequeña, pretextando unas tareas urgentes en la cocina.

Tuve la precaución de dejar la puerta entreabierta y, después de poner en marcha la lavadora, y abrir uno de los grifos, me aposté en la entrada, pues desde allí podía ver perfectamente todo lo que iba a suceder en el comedor.

El padrino, la verdad sea dicha, no aprovechó demasiado la espléndida oportunidad que allí tenia, pues se conformo solo con acercarse más a su ahijada, llegando a situar su sudoroso rostro a tan solo un par de palmos de su desprotegida intimidad.

Cuando por fin adelanto sus manos, con la loable intención de sobar su cuerpecito, la muchachita hizo un ligero movimiento, totalmente casual, que abortó sus libidinosas intenciones.

Decidí regresar, pues pensaba que por ese día había conseguido bastante, y la actuación del sujeto me dio una buena idea para acelerar los acontecimientos al día siguiente.

Continúa la serie << Mellizas I: La boda Mellizas III: La comunión II >>

¿Qué te ha parecido el relato?


Descubre más desde relatos.cam

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo