Síguenos ahora en Telegram! y también en Twitter!

Conviviendo con mi tía

Conviviendo con mi tía

De los que les voy a relatar aconteció cuando me fui a vivir a la capital, con el fin de estudiar en la universidad.

Por entonces yo tenía 17 años de edad.

En diciembre concluí los estudios secundarios en mi ciudad natal, y a fines de enero (pleno verano) me fui a la capital para realizar el curso de ingreso a la facultad de medicina.

Allí viviría por el transcurso de ocho años aproximadamente.

Sucedía que aún no tenía departamento donde vivir. Debía alquilar o comprar un departamento, pues era hijo único y no tenía tampoco primos ni amigos que estuvieran en la capital; mis únicos parientes vivían todos en mi ciudad natal, a excepción de una tía segunda, prima hermana de mi madre, cuyo nombre es Helena. Era soltera y tenía 35 años.

La tía Helena se había radicado en la capital desde hacía diez años y desde entontes que no la veía. La causa de su cambio de ciudad era que ella siempre había modelado y viajaba por dicho motivo a distintas partes del país, pero luego le ofrecieron un buen contrato en una conocida agencia de modelos de la capital, por lo cual tuvo que trasladarse definitivamente a ella.

Cuando llegué a la capital ella ya era una de los gerentes de dicha agencia.

Llegué a la a la terminal de la gran ciudad a las 19 horas, tomé un taxi y me dirigía a la casa de mi tía. Ya mi madre había arreglado todo con ella con respecto a mi estadía en su casa. Le aseguró a mi madre que era una gran alegría para ella que yo fuera, pues había lugar en su departamento, aparte de que le vendría muy bien mi visita, tanto para estar más en contacto con la familia como para no estar tan sola.

A las 20 horas estaba tocando el portero de su edificio. Vivía en el piso 10 de una lujosa torre de 30 pisos, con cámaras de seguridad y personal de guardia, en uno de los barrios de más categoría de la ciudad. Todo demostraba que mi tía tenía una buena posición económica. Me atendió una voz de mujer muy sensual, llamándome directamente por mi nombre:

-Mariano, subí por favor- me dijo muy vivazmente, a la vez que habría la puerta con el portero eléctrico.

Pasé y me dirigí directo al ascensor plateado (eran de esos modernosos, como los de las importantes oficinas). Todo era muy brilloso.

Mientras subía estaba muy nervioso, pues soy una persona muy tímida, y pensaba si iría a ser un estorbo para mi tía, pero también me preguntaba si me iría a llevar bien con ella, ya que hacía mucho que no la veía, y desconocía su forma de vida. En una palabra me preocupaba como iría a ser nuestra convivencia.

El ascensor se detuvo. Al abrirse la puerta pasé al palier, que tenía dos puertas de departamentos enfrentadas. Me acerqué al “B” y toqué el timbre. En eso se abre la puerta y apareció una de las mujeres más hermosas que haya visto, rebosante y sonriente.

Una mujer de rostro joven, ojos verdes claros, nariz respingada, labios carnosos; con una piel suave de tez bronceada por el sol de verano; morocha, con el pelo ondulado por los hombros; alta (un metro ochenta aproximadamente); flaca, pero con unas curvas muy sensuales que dibujaban un cuerpo bien formado, mantenido cuidadosamente por el deporte constante.

Llevaba puesto un Jean azul apretado, el cual no dejaba a la imaginación las hermosas y largas piernas que envolvía, sutilmente torneadas por el gimnasio, que culminaban en una cola de espectáculo, con unas nalgas ni grandes ni chicas, justas diría, redondas, paradas, todo producto de la naturaleza y no de las virtudes del calce del Jean, el cual, es cierto, acentuaba su hermosura.

Dado que hacía mucho calor, arriba tenía puesto una remera sin mangas, roja, que parecía muy chica para el cuerpo que pretendía cubrir, pues dejaba casi todo su vientre tostado y ombligo a la vista, como así también su largo cuello y parte de sus pechos, el comienzo de unos senos sugerentes, bien puestos, aparentemente duros, pues se notaba que no llevaba sostén y sin embargo caían muy levemente, pegados a la remera. Por último, sus pies eran delicados, al tono con semejante cuerpazo, cubiertos apenas por las tiras de un par de sandalia.

Toda esta mujer era mi tía Helena, la cual al verme se alegró enormemente y me abrazó por el cuello. Yo le correspondí también, y la abracé por la cintura de avispa. Sentí su cuerpo tibio por el calor veraniego, fundamentalmente sus senos, comprobando su dureza natural.

Luego me hizo pasar y me mostró su departamento: era muy moderno, todos los detalles cuidadosamente diseñados y pensados.

Constaba de un gran living con sofás y almohadones blancos, una cocina amplia, un baño espacioso con grandes azulejos color crema, con una bañera con mampara de vidrio transparente y todas las canillas de bronce, y dos habitaciones: una grande, la que ocupaba ella, con somier, y otra más pequeña, la mía, con una cama de plaza y media.

Todo el departamento estaba muy bien iluminado y con las paredes revestidas de cuadros y adornos.

Mi tía me dijo que estaba ansiosa de verme.

–Qué alegría sobrinito, qué felicidad que me da verte. Debés estar con hambre después de tanto viaje. Así que vamos a comer que la cena ya debe estar lista.

Me hizo sentar a la mesa del living y ella se fue a la cocina a buscar la comida. Vino con una bandeja en la cual traía dos platos de espagueti con una salsa de crema, dos copas y una botella de vino tinto.

–Me imagino que ya a tu edad tomás vino– me preguntó sonriente.

Yo asentí encantado. Mientras cenábamos charlamos de todo un poco. Me preguntó por todos los parientes, por mi familia, por la ciudad que ella había dejado hace años. Ella extrañaba todo eso, pero su vida estaba indefectiblemente aquí.

–Pero contáme de vos. ¿Así que vas a estudiar medicina?– me preguntó.

–Así es –respondí– tengo muchas ganas. Pero estoy muy nervioso, tanto por la carrera como por la ciudad. No vino ninguno de mis amigos y tengo miedo de sentirme solo.

–Pero no temas –me dijo mi tía, tomándome del brazo– que yo te voy a ayudar en todo lo que pueda. Te voy a presentar amigos y amigas mías que son muy divertidos, ya vas a ver. Pero también vas a vivir aquí, conmigo, y no te vas a sentir solo para nada. De paso vos también me hacés compañía, pues vivir sola ya me tenía un poco cansada. –Luego de una pausa, y cambiando de tema, me preguntó– Pero contáme: ¿cuántas novias dejas allá en tu ciudad?

Esa pregunta me hizo poner colorado, era como muy íntima, y sólo pude decir:

–A ninguna, tía.

–¡Pero como puede se eso, un chico tan lindo y apuesto como vos! La verdad que no lo puedo creer.

En lo que ella decía había un poco de verdad. No es por mandarme la parte, pero mucha gente me ha dicho que soy apuesto (alto, castaño, lindo rostro, buen cuerpo, músculos marcados producto de mi deporte favorito: el Rugby), y me había enterado que algunas chicas de mi edad, compañeras del colegio y conocidas del boliche había preguntado por mí.

–Pero bueno –prosiguió mi tía– aquí ya vas a conocer a muchas. Las hay muy lindas. Ellas no se van a poder resistir.

Siguiendo la charla, ahora fui yo el que le pregunté a ella:

–¿Y vos tía, qué es de tu vida íntima?

–Te digo la verdad, así sola me siento muy bien. No te voy a mentir, he salido más que con otro tipo, pero hasta ahí, ninguno me convenció como para noviar o convivir. Además hace tiempo que nadie me invita a salir, nadie se me acerca, es como que no le gusto a nadie, o por lo menos esa es mi sensación.

Mi tía se había puesto seria, más bien triste. Entonces traté de consolarla.

–Pero tía, la verdad que no te puedo creer, con lo linda que eres y nadie te invita a salir.

Mi tía alzó su rostro, me miró con una mirada triste y me dijo:

–Gracias Mariano, la verdad que sos un divino. Pero no hagas cumplido, yo sé que lo hacés para consolarme y porque soy tu tía. Pero es que ya me siento vieja.

–¡No tía! –le dije con firmeza– es la verdad, no es ningún cumplida. Sos muy hermosa, muy atractiva. No puedo cree que una mujer así como vos me diga lo que me estás diciendo.

Si hay algo fuera que es verdad es que no sos ninguna vieja, es más, con tu hermoso cuerpo cualquiera te daría unos 25 años. Aparentás mucho menos, te lo aseguro.

–¿En serio me lo decís? –me dijo media sorprendida– ¿En serio te parezco hermosa?

–Pero claro que si. Me imagino que muchos desearán salir contigo, lo que sucede es que por ahí pensarán que porque sos una mujer muy hermosas les vas a rechazar, por lo menos así pensamos los hombres muchas veces.

A esto último se lo dije muy tímidamente, pero le hizo cambiar el rostro a mi tía Helena. Me abrazó fuertemente y me dijo:

–Sos un divino. Me haces muy bien. Me alegra mucho que hayas venido. Creo que la vamos a pasar muy bien conviviendo juntos.

Levantamos la mesa, y me dijo que si quería que vaya a ver la televisión, que ella mientras tanto lavaría los platos. Así lo hice.

Al rato apareció ella y me dijo que se iba a acostar. Se fue a su habitación. Yo a los cinco minutos decidí ir a la mía a ordenar mis cosas.

Mi habitación queda al final de un pequeño pasillo, precedida por la habitación de mi tía, y el baño queda al frente de ambas.

Al pasar por la puerta del cuarto de mi tía advertí que estaba entreabierta, por lo cual no pude dejar de mirar hacia dentro.

Allí estaba mi tía ordenando ropa suya sobre la cama. El pasillo estaba oscuro, por lo cual no me podía ver desde allí dentro, que estaba abundantemente iluminado. En un momento se quedó un rato parada, abstraída, como pensando.

Esta circunstancia de estarla espiando me hacía latir fuertemente el corazón, tanto por los nervios como por el deseo de contemplar aquel cuerpo escultural desnudo.

Pero también me provocó un sentimiento de culpa, y me hizo sentir muy estúpido, y me dio miedo por si me llegaba a descubrir ¡Qué papelón sería! Así que me fui a mi cuarto, ordené mis cosas, y me acosté a dormir, pues la verdad es que estaba agotado.

Los días pasaron, y una mañana, a eso de las 8, me despertaron unos ruidos de pasos y de agua. Era mi tía que ya se había despertado y se estaba preparando para irse a trabajar.

En eso golpeó la puerta, le dije que pasara.

Ella entró para despedirse. Estaba vestida de una manera infernal, como una ejecutiva: una camisa blanca que hacía resaltar sus grandes y firmes pechos, una falda negra que le daba por la mitad de los muslos, con las piernas desnudas, sin media, y con unos tacos de aguja.

–Me voy a trabajar –me dijo– El departamento es tuyo, haz todo lo que tengas que hacer, y nos vemos a la tarde, ¿si?, yo vengo como a las 18. Si querés y no tenés nada que hacer, podés pasar por mi trabajo, así te presento amigas mías.

Me dio un beso y partió. Yo me levanté desayuné, y me fui a la facultad a hacer todo el papeleo burocrático, que me llevó toda la mañana. Como me desocupé temprano, a eso de las 14, decidí pasar por el trabajo de mi tía.

Era un edificio de oficina en pleno centro.

La agencia de modelos donde ella trabaja quedaba en el piso 15. Al llegar me dirigí a la recepción, en la cual me atendió una mujer joven de unos 23 años, que estaba muy buena: pelo lacio rubio, una cara de muñequita, flaca y alta, con unas curvas impresionantes. Me preguntó que deseaba y le dije que venía a ver a Helena.

–Ah, vos debés de ser Mariano, ¿verdad? –me preguntó.

Yo asentí y ella continuó sonriente:

–Bueno, vení conmigo que te acompaño a su oficina.

Ella se paró y comprobé que tenía unos bellos pechos redondos, los cuales estaban apretados debajo de una camisa rosa sin mangas, y una minifalda del mismo color que marcaban una colita paradita y firme, y que dejaban al desnudo un par de piernas torneadas, levemente broceadas y brillosas.

Ella caminaba delante de mí y yo no podía dejar de observarla.

Al llegar a la oficina de mi tía, mi guía golpeó la puerta y la abrió. Allí estaba mi tía estudiando unos catálogos. La chica le avisó que estaba yo y dijo que entráramos, dejando inmediatamente lo que estaba haciendo.

Mi tía estaba muy feliz por mi visita, y me presentó a mi guía formalmente. Su nombre era Carolina. Esta chica se acercó al oído de mi tía y le dijo en voz baja:

–La verdad que tenías razón, tu sobrinito es muy guapo.

–Viste –dijo mi tía con una sonrisa pícara– Y eso que no tiene novia, o por lo menos es lo él dice.

Yo me había puesto algo colorado, pero en el fondo me sentía feliz por estar siendo alagado por dos bellas mujeres.

–Bueno –dijo Carolina mientras se retiraba con una sonrisa en sus labios rojos y carnosos– eso no es ningún problema. Ya lo iremos a solucionar.

No quedamos solos con mi tía. Ella me dijo:

–Viste que linda y macanuda que es.

–Totalmente –le contesté sin vacilar– es muy hermosa y parece muy divertida.

–Si –dijo mi tía– y ella tampoco tiene novio. Así que después quizá podríamos arreglar una cita en casa, así se conocen mejor.

–Con todo gusto, cuando quieras –le dije.

–Bueno, después vemos eso. Ponte cómodo mientras yo termino con esto.

Yo me senté en un sofá, enfrente al que esteba mi tía trabajando (observando los catálogos). Di una recorrida con la vista por toda la oficina: era amplia y muy moderna.

Mi tía estaba sentada con las piernas cruzadas. No pude dejar de observarla, sus piernas largas y bronceadas eran como lo había adivinado el día anterior, con su Jean azul apretado. Era una mujer realmente hermosa, elegante.

Estaba comenzando a obsesionándome por ella, no lo podía evitar; por un momento me puse a pensar en cómo sería en ropa interior, cómo sería su indumentaria intima; me la imaginé también bañándose en su baño espacioso… Estaba yo en estos pensamientos cuando ella me pidió una opinión de las fotos del catálogo.

Se paró y se sentó a mi lado, en el apoyabrazos. Eran fotos sacadas en el estudio de su Agencia, de mujeres en ropa interior.

Me daba cierta timidez, pues era mi tía que me pedía opinión de unas fotos de unas hembras infernales en tangas y corpiños sugerentes.

–¿Cuál te gusta más? –me preguntó.

Yo, tras dudar un rato, le indiqué a una modelo con un cuerpazo infernal, con un conjunto de ropa interior muy pequeño negro y transparente, y que traía como accesorio una minifalda muy fina, que se ajustaba completamente al cuerpo, también negra y transparente, la cual dejaba ver muy claramente la diminuta tanga cola less.

–¡Pero qué gusto más lindo que tienes! A mi también me encanta. Es más, me lo voy a comprar hoy mismo.

Luego me preguntó si no la quería acompañar a una sesión de fotos. Yo asentí, y nos dirigimos al estudio.

Al entrar en el estudio mi tía se dirigió a charlar con unas personas y yo me quedé en un rincón, como escondido. En eso entran tres modelos en batas, y luego de convenir con el fotógrafo sobre como serían las fotos, las tres se dirigieron a un escenario improvisado.

Al sacarse las batas fue cuando pensé que estaba en un sueño: las tres tenían unos cuerpos de infierno, el cual lo llevaban cubiertos con unas pequeñas tanguitas cola less de diferentes colores, que les dejaban sus nalgas completamente al desnudo, y arriba unos corpiños transparentes que le realzaban sus grandes pechos duros.

Posaban de las mil formas diferentes, acariciándose unas a otras, por momentos serias y por momentos alegres.

Un cosquilleo excitante circuló por todo mi cuerpo y se focalizó luego en mi pene, que estaba semi parado, apretado al pantalón. Ya cuando estaban por terminar la sesión se me acercó mi tía y me dijo:

–¿Qué te parecen las chicas? Las elegí yo misma en el casting. Me parecieron las más bonitas.

–Si tía –le dije con la voz entrecortada y sin dejar de ver a las modelos– la verdad es que son muy hermosas y esa ropa les calza muy bien.

Mi tía me sonrió como si se estuviera dando cuenta de mi excitación.

–Bueno, si tanto te gusta ver estas sesiones no tenés más que venir. Siempre hay sesiones de fotos, de todos los tipos; todas son diferentes.

La invitación de mi tía era como una invitación al cielo, no lo podía creer. Lo que no entendí muy bien era a qué se refería con lo de que las sesiones eran diferentes, y de todos los tipos.

Luego de media hora más de estar en su oficina nos fuimos al departamento, a eso de las 18.

Al llegar yo me fui a mi cuarto. Estaba muy aturdido por las emociones femeninas del día. Estaba empezando a incubar una excitación sin fin y riesgosa.

No podía dejar de pensar en la recepcionista Carolina, en las tres modelos infernales que habían posado sensualmente casi desnudas, en la invitación a presenciar las sesiones.

Pero lo que más me turba era mi tía, el estar conviviendo con ella, un mujer súper sensual y elegante; la obsesión hacia ella se incrementaba con el correr de los minutos.

Eso era peligroso, me decía, pues era mi tía, una integrante de mi familia, y no podía estar caliente con un familiar.

Pero la excitación me superaba. El sólo penarlo me daba cosquilleo en mi sexo. Debía distraerme. Entonces me cambié de ropa, me puse un short y una remera, y me fui al living a ver que podía hacer.

Mi tía estaba ordenando la cocina. Me ofreció algo para tomar, lo cual acepte, y me trajo un baso de gaseosa. Me dijo que estaba muy acalorada y que se iría a bañar.

Cuando ella desapareció por el pasillo, yo salí al balcón y me senté en una silla de plástico, ya más tranquilo. Estaba oscureciendo. En eso se enciende una luz de una ventana que daba al balcón.

Observé distraído de donde era, y me sorprendí al advertir que era justamente del baño.

Era una ventana grande, con vidrio tornasolado, pero una hoja estaba abierta, y la tentación de asomarme fue mayor que cualquier otra cosa. Me asomé sigiloso y el panorama que tenía del baño era total. Mi tía estaba todavía vestida, observándose enfrente del espejo del lavatorio.

Luego de unos instantes se desabrochó la camisa y asomaron sus grandes pechos cubiertos hasta la mitad por un corpiño calado blanco.

Luego llevó sus manos a la parte trasera de su pollera y bajó lentamente el cierre, puso sus manos en el borde de la cintura ya flojo de ésta e hizo un poco de fuerza hacia abajo hasta que pasara por sus caderas, y la dejó caer muy sensualmente por sus piernas hasta sus pies, todavía con sus zapatos tacos de aguja puestos.

Mi corazón aceleró bruscamente la marcha.

Llevaba puesta una tanga diminuta, cola less negra, que por delante cubría con gran esfuerzo su sexo con un pedacito muy pequeño de tela, y por detrás un hilo dental que no le cubría nada, solamente un pequeño triangulito encima de su nalgas, dejando su hermoso trasero totalmente desnudo, paradito, firme.

Llevó después sus manos a su espalda y desabrochó su corpiño; este cayó por sus brazos hasta sus muñecas, y lo colgó en una silla, quedando ahora sus pechos desnudos: eran grandes, justos, suaves, con unos pezones rozados y pequeños que miraban firmemente al frente.

Por último, llevó sus manos a su sensual cadera, y calzó sus pulgares en la tirita de la tanga y las comenzó a bajar lentamente.

El hilo dental comenzó a surgir entre sus apretadas nalgas, de arriba hacia abajo, hasta que salió completamente. También aparecieron por delante sus bellos del pubis, delicadamente cuidados.

Siguió bajando su tanga sin soltarlas de la mano, por sus largas piernas, hasta que llegó a los tobillos, quedándose así un ratito como elongando o estirando las piernas.

Su cuerpo formaba un 7. Pude ver como de entre sus nalgas aparecían sus labios vaginales, apretados entre ellas, así como también, pero no tan a la vista, el hoyito de su ano; era un espectáculo que me estaba poniendo a mil.

Luego se irguió nuevamente, quedando frente a mis ojos una mujer hermosa, de infierno, totalmente desnuda, con todos sus encantos a la vista: estaba totalmente desnuda para mí solo, y sin que ella lo supiese.

Abrió la canilla de la bañera, y dejó correr el agua hasta que salga un poco caliente. Mientras tanto volvió al espejo y se quedó contemplando su hermoso cuerpo.

En ese momento pude ver su sexo, su escaso y muy bien cuidado pelo púbico.

Se metió a la bañera y observé detalladamente todos sus movimientos, como el agua de la ducha recorría su cuerpo, sus manos enjabonadas dibujaban cada curva: sus brazos firmes, sus pechos, su vientre liso, sus piernas, su trasero de infarto, sus pies, etc..

Mi sexo estaba que reventaba debajo de mi short. Instintivamente lo saqué y comencé a tocarme suavemente.

En eso observo como su mano derecha, abundantemente enjabonada, se dirige a su entrepiernas, y comienza a salir y entrar de allí lentamente; era inevitable que más que asearse lo que estaba haciendo era frotar placenteramente su sexo, gozando con ello; su cuerpo estaba apoyado en la pared, su rostro miraba hacia arriba, sus ojos los tenía cerrados.

Mientras tanto yo me frotaba mi pene; esa imagen, esa mujer que aparentemente se estaba masturbando delante de mí, sin que se diera mínimamente cuenta de que la observaba, hizo aumentar mis movimientos, hasta que en un momento escuché un leve suspiro proveniente de su garganta, estaba llegando a un orgasmo, mientras su mano derecha también aceleraba sus movimientos, mientras su mano izquierda frotaba sus firmes pechos.

Yo me concentre en mi masturbación sin dejar de mirar, hasta que no aguanté más y comencé a lanzar espesos chorros de semen, que no terminaban jamás de brotar; era una sensación como nunca había sentido antes masturbándome.

Mis movimientos fueron amainando hasta que no salió más semen.

¡Qué dulce placer que me daba mi tía indirectamente!

Luego de limpiarme, volví a observar por la ventana: mi tía cerró la canilla de la ducha, tomó una toalla, se secó sin ningún apuro, con placer, como disfrutando el instante.

Pude ver una leve sonrisa en sus hermosos labios.

Se puso una bata, y cuando advertí que ya iba a salir del baño me fui nuevamente al living y me puse a ver la tele.

Pero mi cabeza estaba en otro lado; pensaba que ese acontecimiento algo había cambiado en mi vivencia en la capital, y que podría llegar a ser el comienzo de algo maravilloso.

Continuará…

Un comentario

¿Qué te ha parecido el relato?


Descubre más desde relatos.cam

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo