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Como una madre… como una amante

Como una madre… como una amante

Desde que tengo uso de razón Marina fue siempre como una madre para mí. Se casó con mi padre cuando yo tenía dos años (ahora tengo 26) y pocos recuerdos de la vida en la que no aparezca Marina o no haya tenido participación.

El morbo de que en realidad no era mi madre me permitía darme licencias que tal vez no me hubiese permitido, como mirarle el culo y las tetas o decirle algún que otro piropo de vez en cuando.

Cuando se casó con mi padre, hace 24, tenía 22 años. Y a los 46 es una terrible hembra que sigue despertando suspiros cada vez que luce sus hermosas tetas con escotes provocativos o se pone esas calzas diminutas para hacer gimnasia.

Es medianamente alta y tiene unos muslos pronunciados y una cintura fina que hace que todo lo que se ponga le quede bien. Siempre fue una mujer sexy y siempre me despertó algún tipo de curiosidad su performance en la cama o sus niveles de calentura.

Tiene una relación cordial con mi padre, pero se notaba desde hace años que no se prestaban mucha atención.

Con Marina mi relación cambió sustancialmente cuando una vez abrió sin golpear la puerta del baño y me sorprendió en plena paja, con la pija a pleno y oliendo una de sus bombachas.

Abrió la puerta intempestivamente y se quedó congelada mirándome el miembro mientras mi mano todavía subía y bajaba. La tenía durísima y a punto de explotar.

Me pidió disculpas por no tocar la puerta y se fue sin dejar de sacar la mirada de mi miembro que seguía erguido y con todas las venas marcadas.

En pocas palabras me cortó el polvo y lo que más vergüenza me dio no fue que no dejara de mirarme la pija si no que me sorprendiera con su tanga diminuta en mis narices.

Nunca olvidaré ese perfume suave que Marina regaba por la casa en todo momento.

Después de ese episodio desafortunado cambió el trato entre ambos.

Creo que por primera vez se dio cuenta que más que niño que había criado me había convertido en un hombre que se calentaba con su cuerpo y quería cogérsela. Sus tetas me volvían loco, las tenía paradas y generalmente no usaba corpiño.

Solía andar con el ombligo al aire, tangas diminutas y calzas clavadas en el orto que se lo dejaban paradito, como para darle palmadas. Noté también varias veces que cuando volvía de entrenar me miraba el bulto, empecé a calentarme con la idea de darle pija  pero sabía que tenía que esperar el momento indicado.

Mi padre es un fanático del trabajo, suele irse muy temprano en las mañanas y volver para la hora de la cena. Muchos sábados se muda a su estudio o se la pasa el día entero con sus torneos de golf.

Marina al principio lo acompañaba, pero con los años cada uno hacía su vida los fines de semana. Marina es traumatóloga, pero unca trabajó los fines de semana. Yo siempre pensé que los dos tenían algún tipo de trampa o vida paralela porque parecían ignorarse cuando estaban en casa.

Durante las largas ausencias de mi padre en casa, esas extensas horas de soledad con Marina aproveché para ir tratando de ganarme su confianza.

Le decía cosas dulces cuando venía que se había esmerado para verse arreglada y hasta le sugería que se pusiera esta o aquella prenda porque siempre la mostraban espléndida.

Marina también se fue soltando, bajaba a desayunar con batas que le dejaban casi al aire esas tetas de ensueño. Cuando me saludaba con un beso pronunciado en la mejilla, me abrazaba y yo sentía como sus pezones se ponían duros al instante. Sin que se lo pidiera, muchas mañanas se paraba detrás mío mientras tomaba el desayuno y me hacía masajes en el cuello. En esos movimientos me rozaba la espalda con las tetas y la pija reaccionaba con erecciones instantáneas y duraderas.

“Estás muy tenso Martín, tenés un montón de nudos en la espalda.

Si querés un día te hago unos masajes que te van a dejar como nuevo. Soy una especialista”, me dijo mientras se paraba en la lacena en puntas de pie para bajar un paquete de azúcar y su culo le quedaba al aire. No tenía ropa interior y estaba toda depilada.

Tuve que hacer esfuerzos para no agarrarle  esas hermosas nalgas y hundirle la lengua en la conchita toda depilada.

Desde esa mañana empecé a sentir que ella también tenía ganas de cogerme y eso me liberó bastante.

La escena de la cocina me había dejado muy caliente y me tuve que ir a encerrar al baño para hacerme otra paja.

Cuando Marina advirtió que me había metido en el baño pasó varias veces por el pasillo y en un momento me golpeó la puerta. “Necesitás ayuda Martín”, me dijo con una voz dulce que me hizo acabar al instante.

“No, por ahora, muchas gracias”, le respondí mientras trababa de limpiar el lechazo que había manchado todo el piso.

Pero todo cambió después de un sábado en el que mi partido de fútbol se suspendió por la muerte de un árbitro del club y mi padre se fue a jugar un torneo de golf a Punta del Este.

“Qué pasó Tincho que no fuiste a jugar”, me preguntó Marina con una musculosa de mi padre que le dejaban al aire todo el contorno de las tetas y los pozones marcados como dos timbres.

“Estoy lesionado”, le mentí. “Tengo una contractura en la espalda que no me permite mover el cuello”, le reforcé y me toqué la zona de la supuesta dolencia. “Venite al cuarto que te hago masajes, te voy a dejar a nuevo”, me propuso y acepté sin mediar palabra.

Cuando llegamos al cuarto en la planta alta, otra vez se paró en puntas de pie para tratar de bajar la camilla que usaban con mi padre cuando viene la masajista del barrio.

Parecía una bailarina con las nalgas al aire, esta vez tenía una tanga blanca que era un hilo dental y se notaban sus labios rozados tratando de escaparse  por ambos lados. Sentí otra vez el impulso de apoyarle la pija entre esos cachetes redondos y rozados.

Pero tenía que esperar a que ella tomara la iniciativa, iba muy bien todo como para estropearlo por atolondrado. “Me ayudas bebe”, me dijo sin dejar de mantener los talones en alto para que la cola siguiera erguida frente a mí como pidiendo ser penetrada.

Bajé la camilla y ella se puso a armarla. Yo estaba con los pantalones de fútbol que son bastante sueltos y nada abajo. Tenía una erección pronunciada imposible de disimular, pero no me importó nada. Sentí otra vez que Marina le clavaba la mirada mi pija y eso me la ponía más dura.

Trajo dos toallas grandes, una la enrolló y la puso en el vértice de la camilla que tenía como un agujero para la cara y la otra me la pasó.

“Sacate todo que la crema mancha y esperame que ya vuelvo”, me dijo todavía con la toalla entre sus dedos y sus ojos mirando mi miembro duro a través del pantalón.

No dije ni una palabra, me saqué el pantaloncito de fútbol y lo dejé tirado al lado de la camilla.

Acomodé la pija para el lado de las piernas porque de otra manera era imposible acostarme boca abajo con semejante erección. Me tapé culo con la toalla y me acosté boca abajo a esperar que volviera.

Pasaron varios minutos que me parecieron una eternidad, pero la pija seguía hinchada, casi sobresaliendo por la toalla hacia abajo. Estaba muy caliente y con la sensación de que se me iba a dar con una mujer hermosa y experimentada.

“Disculpá la demora bebé, me pegué una ducha para estar más fresca”, me disparó pero no me animé a levantar la mirada. Tenía una bata de toalla apenas abrochada con un cinturón casi suelto.

Cuando pasó por adelante mío, siempre con las yemas de sus dedos sobre mi espalda, advertí que tampoco se había puesto bombacha. La pija me latía de la calentura y Marina comenzó a tirarme aceite por la espalda y a darme unos masajes increíbles que me aflojaron todas las contracturas.

Estuvo media hora alternando caricias y masajes un poco más duros, en algunos momentos con sus codos. Yo seguía muy caliente y ella se dio cuenta porque en un momento tuve que moverme para que la pija dejara de hacer presión sobre la camilla. Se inclinó y casi susurrando me dijo al oído.

“Vamos a ver ahora las contracturas de abajo, que parecen más severas”, y me apoyó sus dos tetas como para que las sintiera. Hizo un pequeño ir y venir con sus hombros que hicieron que se notara cómo se deslizaban sus pezones erectos. No tan erectos como mi pija, que a esa altura ya estaba a punto de explotar.

Empezó a hacerme masajes en los pies, con sus manos iba y volvía por los muslos y las pantorrillas una y otra vez. Sus dedos cada vez se acercaban más a mi entre pierna y cuando aceleraba los movimientos circulares en mis músculos sus manos rozaban mi miembro y mis testículos.

A medida que iba subiendo el contacto era permanente y a veces demoraba en sacarlas de mi entrepierna sintiendo mi pija al palo. Fueron otros 20 minutos intensos.

Se subió a la camilla y cuando se sentó sobre mis pantorrillas para impulsarse en los masajes pude sentir que tenía la rajita hirviendo y modada. Se quedó sentada un rato más y era un ardor dulce.

Tenía ganas de darme vuelta y sentarla arriba de mi pija. Agarrarla de las nalgas y hacerla subir y bajar por mi verga hasta dejarla clavada contra mis huevos. Pero seguí esperando que fuera ella la que avanzara.

Comencé a sentir como sus dedos ya directamente iban y venían por mi pija, muy lentamente como marcando el recorrido de las venas que a esta altura estaban hinchadas y bien marcadas.

Moví lentamente la pelvis como aprobando la caricia y ella por primera vez cerró su mando en mi miembro y a masturbarlo suavemente.

“Parece que esta contractura está un poco más complicada”, me dijo haciendo un poco más de presión con su mano en mi miembro. “Date vuelta que te voy a ayudar”, me susurró  otra vez al oído y con sus tetas ya libremente al aire apoyadas en mi espalda.

Me di vuelta lentamente y cuando amagué a taparme con la toalla, Marina me frenó dulcemente. “No la vamos a necesitar”, y la tiró en el suelo al mismo momento que dejaba caer su bata. Por primera vez pude ver lo terriblemente fuerte que estaba Marina.

Tenía las tetas erectas y no dejaba de mirar mi pija.  Notó también que yo no dejaba de mirarla y eso la puso un poco más cachonda.

Me pidió que separara las piernas, se arrodilló en el espacio que le quedó en el centro y con crema en sus dos manos se inclinó para hacerme masajes en el pecho, bajando desde cuello y hasta la cintura. En ese movimiento su sus tetas golpeaban con suavidad mi pija que estaba cada vez más erecta como un mástil.

De pronto se frotó los senos con la crema y empezó a hacerme masajes con sus tetas, desde mis pectorales hasta el ombligo mientras con sus manos acariciaba mis piernas y mi miembro.

Se acercó más, con sus rodillas casi tocándome las nalgas y con las dos manos agarrando mi verga tiesa y dura.

Yo seguía inmóvil en la camilla, con las manos al lado de mi cuerpo, tenía ganas de sobarle las tetas, era una diosa venerando mi miembro, acariciándolo, moviéndolo suavemente para observarlo todo, con sus yemas recorría las venas pronunciadas y cuando llegaba a la cabeza la tocaba con sus cinco dedos rodeándola. Tuve que tratar de pensar en otra cosa para no eyacular.

“Parece que vamos bien”, me dijo y cambió la posición de su mano para poder subir y bajar. “Desde que te vi haciéndote la paja con mi bombacha no hago otra cosa que desear esta pija” me dijo y se la metió bruscamente hasta la garganta.

Quedó con la nariz contra la pelvis, como haciendo presión para metérsela aún más adentro y a los segundos se la sacó dando una arcada y un gemido sensual que instintivamente me llevó a agarrarla del cuello y hundirla de nuevo contra mi pija hasta la garganta.

Lanzo un grito de placer y empezó a chuparla con ganas. Jugaba con su lengua en mi cabeza y se la metía en la boca hasta sentir que su nariz o su lengua tocaban mi pelvis o mis huevos. Tengo una pija grande y ancha y Marina la hacía parecer pequeña entre sus labios.

Le pedí que frenara, que iba a acabar y cuando terminé de avisarle selló sus labios en mi miembro y empezó a gemir como loca. Salió un chorro tan grande de leche que no pudo contenerla y se derramó en mi pelvis.

Ella siguió masturbándome con mi pija en su boca hasta que sintió que ya no quedaba nada.

Sacaba su cabeza suavemente succionando para exprimirla y cuando entendió que no quedaban rastros de semen en mi pija se abalanzó sobre mi pelvis y con su lengua levantó toda la leche que se le había escapado cuando le llené la boca. “Me calienta tu leche”, dijo y siguió tomando la leche derramada como gatita hambrienta.

Mi pija seguía erecta, Marina gemía y sonreía con su cabeza apoyada en mi estómago. “Que delicia y sigue dura, creo que te voy a tener que coger Martincito”. Giró sobre si misma sobre la camilla y me puso su rosadita concha frente a mis narices. Tenía un olor dulce y el un culo hermoso.

Primero le comí el culo, le metí la lengua hasta donde pude y marina hizo presión para que entrara. Se lo comí con la lengua y jugué con mis dedos mientras bajaba a su concha empapada. Cuando le enterraba los dedos en el orto se retorcía y apretaba mi pija con más fuerza. La pajeaba con ganas y con maestría. Me la acariciaba como si supiera lo que me daba placer de antemano.

“Este va a ser tu secreto con mami”, me dijo y girando otra vez en la camilla quedó con mi miembro apuntando a su culo y sus tetas hermosas casi en mi cara.

Le comí los pezones y se las sobé un buen rato. Marina se ponía más puta cuando le chupaba los pezones o se los pellizcaba con los dientes.

Agarró mi pija y se la acomodó frente a su flor rosada y dilatada. Con un movimiento firme hizo que entrara sin resistencia y su culo se acomodara a mi pija gorda.  De a poco fue metiéndosela hasta que sintió que sólo faltaban los huevos. Gemía suavemente evitando los gritos. Le gustaba mucho que le rompieran el culo pero asumían que era su hijo el que le estaba haciendo l culo en la misma habitación en la que cogía con mi padre.

Cuando sintió que el ano estaba listo empezó a subir y bajar por mi pija. Se acomodó en cuclillas y la pija se le clavó aún más en el agujero diminuto. “Rompémelo todo bebé, rómpele el culo a tu puta mamita”, me rogó clavándome las uñas en loz brazos y mientras subía y bajaba a toda velocidad. Subía y bajaba y gemía y se acariciaba las tetas y se mordía los pezones.

La incliné de manera de que sus tetas quedaran y a la altura de mi boca y se las volví a sobar con ganas, con mi pija enterrada en su espectacular culo y haciéndola gozar como una perra.

Le lamí los pezones y eso y la volvió loca y cuando me los volví a comer se desplomó sobre mi pija con un gemido fuerte y duradero y contracciones que me apretaban eléctricamente la pija. Estaba acabando, era una leona en reposo con mi mástil incrustado hasta el fondo de su culo.

A Marina le temblaban las piernas, pero estaba sonriente y complacida. Por primera vez me comió la boca con un beso profundo de lengua. Me seguía besando y masturbando parada al lado de la camilla.

Me agarró de la mano haciendo caricias pendulares en mi palma y me invitó a la cama.

En realidad, se puso en cuatro en el costado que daba hacia la camilla, con el culo parado y esos labios carnosos que seguían derramado perfume y placer. Me agaché y le hundí la lengua en ese néctar dulce y tibio. Con las manos le abría las nalgas para que mi lengua y mi nariz pudieran disfrutar de esa frescura. Marina gemía y apretaba sus manos en las sábanas.

Mi pija seguía tiesa, me pare y se la acomodé entre los labios de su concha. Ella hizo un movimiento preciso y comenzó a ir y venir con sus rodillas mientras mi pija desaparecía y aparecía de punta a punta en su vagina.

“Que pija hermosa tenés, dásela a tu mamita caliente”, me dijo y empezó a golpear sus nalgas cada vez más fuerte contra mis pantorrillas mientras mi pija la llenaba toda y la hacía acabar una y otra vez. “Cogeme fuerte”, me suplicó y me animé a darle una nalgada que la hizo gritar y esta vez bien fuerte.

“Dame más pija”, imploró mientras sus jugos me embebían la verga. Marina acababa muchas veces, eran espasmos suaves y chorritos leves. La vagina se le contraía en mi pene y hacía suaves movimientos con la cabeza.

La atraje hacia mí y le agarré por atrás las tetas, quedó mi pija enterrada hasta lo más hondo de su cueva latiente. Le di besos en el cuello y otra vez me comió la boca mientras con su cintura seguían yendo y viniendo por mi miembro.

Empecé a cogerla con fuerza, casi golpeando sus nalgas con mis piernas y rozándole el clítoris con los huevos.

“Dame toda la leche, acabame adentro baby”, me dijo cuando sintió que se me aflojaban las piernas anunciando el orgasmo. Cuando sintió el lechazo caliente y espeso se apretó más contra mí y me comió otra vez la boca. Fue un beso dulce e interminable mientras yo seguía eyaculando dentro suyo.

Nos quedamos unos minutos todavía con mi pija adentro, cuando amagaba a sacarla ella hacía el movimiento contrario y me sonría sin interrumpir el beso. Sentía cómo el semen chorreaba por mis piernas. Hasta que finalmente cedió a pesar de sus lamentos. Nunca en la vida había sentido tanto placer.

La despedida fue sin palabras, como la de los amantes que saben que no tendrán manera de negarse a sentir placer y que habrá segunda vuelta.

Me dio un pico suave y me dijo. “Andá para tu cuarto, gracias bebé por hacer feliz a tu mamita”, me sonrío y se agachó para hacer lo mismo con mi pija.

“Nos vemos pronto”, dijo como dirigiéndose a la pija. Y con una palmadita en el culo me despachó de su cuarto. “Ahora mami tiene que descansar”, confesó alegremente con otro pico y dando por cerrada la sesión.

Tengo más historias con mi madre Marina, pero eso se los dejo para otra ocasión.

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