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A su madre la toca un viaje y quien mejor que su hijo para acompañarla a París

A su madre la toca un viaje y quien mejor que su hijo para acompañarla a París

Cuando hice aquel viaje a París con mi madre tenía 18 años, y ella treinta y cinco.

Se había casado muy joven estando embarazada de mí, y a los tres años se divorció, por lo que apenas tuve relación con mi padre, era hijo único y siempre estuve muy ligado a mi madre, lo que no quiere decir que fuera un niño mimado, enmadrado o amanerado, todo lo contrario, me gustaban horrores las chicas, siempre estaba pensando en ellas aunque no había tenido ninguna experiencia y, por supuesto, no paraba de masturbarme a todas horas.

A mi madre le había tocado un viaje de un fin de semana a París para dos personas, y como no tenía con quien ir, pues de hecho no había vuelto a tener pareja estable desde su divorcio, fuimos los dos juntos.

Llegamos el viernes por la tarde al hotel, la sorpresa al llegar fue que sólo había una cama de matrimonio, circunstancia a la que mi madre no dio importancia, dijo que ya nos arreglaríamos, pero a mi me incomodó bastante, ya que por entonces yo solía estar empalmado continuamente y tenia miedo de que me descubriera.

Sin embargo, lo que más me preocupó fue el ver que la habitación, que era de diseño muy moderno, tenía la ducha en un extremo de la habitación, sin puerta y con una mampara translúcida, lo cual me obligaría a desnudarme en medio de la habitación.

Por otra parte me daría la posibilidad de ver a mi madre desnuda a través del cristal, lo que me excitaba enormemente.

Una vez en el hotel decidimos cambiarnos para dar un paseo en barco por el Sena y cenar.

Mi madre se quitó la ropa con toda naturalidad dejando ver un conjunto de ropa interior negro muy ajustado y que dejaba libre la mayor parte de sus senos y de su trasero, lo que me provocó cierta conmoción en mis partes bajas.

A la vuelta, bastante tarde y algo cansados, llegó el momento que yo estaba temiendo desde que vi la habitación, aunque también en cierto modo ansiaba, pues mi madre decidió que pasáramos a la ducha para dormir mas relajados.

– Venga, pasa tu primero a ducharte – dijo, y entonces reparó en como era la ducha – Anda, te has fijado que ducha mas original, está en medio de la habitación – pero no le dio mas importancia.

Me desvestí, quedándome solo con los calzoncillos, y me acerque a la ducha, sin atreverme a desnudarme, así que empecé a perder el tiempo cepillándome los dientes, peinándome, etc. Mi madre se debió dar cuenta de que estaba incómodo porque entonces me dijo.

– Oye, si te da corte que te vea el culo me lo dices y me doy la vuelta, pero no va a ser la primera vez que lo vea, así que métete de una vez en la ducha – dijo mientras empezaba a desvestirse.

Hice lo que me decía, aunque no me atreví a pedirle que se diera la vuelta.

Me desnudé y me metí en la ducha, entonces vi como ella se acercaba al lavabo que estaba a dos pasos de mí y se desmaquillaba.

La excitación me provocó una tremenda erección que trataba de disimular poniéndome de espaldas a ella. En ese estado no podía salir, tirándome un buen rato bajo el agua.

Ella se empezó a impacientar y dijo que saliera de una vez, entonces reparé en la situación, en que era mi madre y volví a mi estado normal, saliendo de la ducha, aunque sin intentar ya ocultar nada.

Me terminé de secar, me puse un pijama corto y me metí en la cama.

Era su turno, tenía claro que me pediría que me diera la vuelta, pero no lo hizo.

Dándome la espalda en todo momento se desabrochó el sujetador y se bajo las bragas con toda naturalidad, sin dejar de hablarme y dándose a veces la vuelta mirándome a la cara, por lo que tenía claro como yo la estaba observando fijamente.

Tenía un culo fantástico, bien prieto, unas anchas caderas, y unas carnes sonrosadas.

– Hijo, parece que es la primera vez que ves un culo – dijo al ver mi mirada clavada en su cuerpo – Si lo llego a saber te digo que no mires, aunque mas vale que te vayas acostumbrando, porque ya ves como es esta habitación. Además no tiene importancia, al fin y al cabo soy tu madre -siguió mientras se metía en la cabina.

Estaba muy cortado pero mi erección era tremenda.

Mi excitación al verla debajo del agua adivinando su cuerpo, que se mantenía perfecto, iba en aumento.

Observaba la forma de sus senos, intuía su pelambrera a través del cristal y sin darme cuenta empece a masturbarme sin poder controlarme.

Me corrí justo cuando cerró el grifo dejando el pijama perdido de semen.

Salió de la ducha tapándose con la toalla y se sentó en la cama para terminar de secarse dándome la espalda, lo que me permitía ver el perfil de sus senos y el inicio de su culo.

Finalmente se levantó se puso unas bragas limpias y una camiseta larga para dormir, me dio un beso en la frente sin llegar a adivinar lo que había estado haciendo al mirarla, apagó la luz y allí acabo todo por esa noche.

El día siguiente fue agotador, visita a la ciudad, subida a la Torre Eiffel, a Montmartre, y todo lo demás.

No fuimos al hotel ni siquiera para cambiarnos para ir a cenar, por lo que cuando llegamos estábamos destrozados, aunque habíamos disfrutado mucho y lo pasamos realmente bien.

Se acercaba el momento que yo tanto había temido el día anterior, aunque me encontraba más relajado al comprobar la actitud de mi madre, por lo que me desnudé del todo y fui a cepillarme los dientes, aunque esta vez sin calzoncillos, circunstancia que mi madre apreció.

– Que alegría – dijo – veo que ya has dejado tus tontos pudores. Mira, para que veas lo natural que es vamos a hacer una cosa que hace mucho que no hacemos, nos vamos a duchar juntos, te apetece?

– Bueno – dije con una voz entrecortada. Claro que me apetecía pero pensaba que no podría controlarme y suponía que ella ya no encontraría tan natural que tuviera una erección.

– Pues vamos – dijo desabrochándose el sujetador aunque ya de frente a mí, y a continuación bajándose las braguitas.

Ahora la tenía ante mí en todo su esplendor. Sus pechos eran grandes aunque firmes, su pubis, fantástico, se adivinaba tras su vello, que tenía muy bien depilado por los lados, solo tenía pelo encima del coñito, por lo que se podía adivinar su sonrosada almeja.

Era la primera mujer que veía desnuda, y era una maravilla, pero también era mi madre y lo sabía, lo que hizo que pudiera controlarme y mantener mi pene en estado de relajación para mi alivio.

– Venga, puedes mirarme todo lo que quieras que seguro que te gusta – Su comentario me cortó un poco y baje la cabeza, pero ella me levantó de la barbilla y añadió – que ayer bien que mirabas mientras me desnudaba y me secaba, así que deja la timidez y mírame a la cara.

Así que se había dado cuenta de todo, aunque no parecía importarle, es más me estaba incitando a que mirara sin rubores y cara a cara.

Sin duda le parecía algo natural.

Nos metimos en la ducha, que no era muy grande, por lo que estábamos bastante apretados, me dio la vuelta y comenzó a enjabonarme la espalda con mucha suavidad, bajó por mi trasero, mis muslos hasta llegar a las piernas.

Mi pene empezaba a despertarse. Se dio la vuelta y me dijo – Ahora te toca a ti.

Empecé por los hombros, con muchísimo corte fui bajando por la espalda. Se dio cuenta y dijo que apretara más.

– Frota más fuerte que no me voy a desgastar – Al llegar a la cintura mi mano se paró, no me atrevía a seguir.

Ella cogió mi mano la plantó en medio de sus nalgas y añadió – El culito también hay que enjabonarlo, no te dé vergüenza.

Mi excitación iba en aumento ya no podía controlarme y tenía una erección considerable que ya no sabía como disimular, situación que enseguida apreció mi madre.

– Ahora de frente – dijo dándose la vuelta. Al ver mi picha se llevó las manos a la boca y exclamó – Pues si que estás hecho un hombre de verdad, si señor –

Entonces me asusté, creí morir de vergüenza y me eché a llorar como un niño. Pensaba que me iba a llevar una regañina por estar así delante de ella. Pero una vez más me sorprendió.

– No seas tonto, que eso a tu edad es lo más natural del mundo – A pesar de su comentario mi erección bajó y ni siquiera cuando le tocó el turno para enjabonarla cambió de estado.

– Venga, te toca otra vez – dijo dándome el frasco de gel. Primero enjaboné su cuello, luego sus pechos, y atónito vi como sus pezones, preciosos, pequeños y oscuros, se erizaban. – Muy bien, lo estás haciendo muy bien, así me gusta – No podía creerlo, pero mi madre se estaba excitando con mis caricias. Eso, naturalmente, volvió a despertar mi pene – Vaya – añadió – veo que tu cosita vuelve a crecer. )Te gusta lo que me estás haciendo, verdad?

– Si – dije a media voz.

– Entonces sigue – dijo bajándome las manos por sus caderas, y con todo descaro separo sus piernas elevando una y apoyándola en el piso de la ducha. – Ahí también tienes que enjabonar – añadió señalándome sin duda su sexo abierto.

Con lentitud lleve la mano a su pubis, enjaboné el poco vello que tenía y después bajé la mano.

No lo podía creer, mi madre estaba totalmente mojada, estaba fuera de sí.

– Vamos no pares, que creías, que sólo te gusta a ti acariciarte – Volvía a sorprenderme, sabía mis aficiones, aunque lo disimulaba a la perfección – O es que piensas que ayer no vi como te masturbabas mientras me duchaba – Se había dado cuenta, aunque no había dicho nada – Y no te preocupes, que no me molesta, me halaga.

Cogió uno de mis dedos y lo metió en su vagina.

Era la primera vez que hacía algo así, era fantástico.

Lo movía dentro de ella, estaba fuera de sí y comenzó a jadear hasta que se estremeció.

Entonces no lo sabía, pero ahora supongo que tuvo un orgasmo.

Me besó en la boca, apretó fuerte su pecho contra el mío y allí ya fue cuando terminó de dejarme anonadado.

Se arrodilló y comenzó a besar mi pene, ya duro como una piedra.

Lo había visto en películas porno a escondidas, pero no podía imaginar que me lo hicieran a mí, y menos que fuera mi propia madre quien lo hiciera.

Se lo metió en la boca y lo recorrió con los labios una y otra vez proporcionándome una mamada espectacular hasta que me vine derramando mi semen en su boca.

Nos limpiamos los dos, nos secamos y fuimos a la cama.

– Lo que acaba de ocurrir – dijo cogiéndome la mano – has de considerarlo como un regalo por nuestra visita a París. Llevo viendo tiempo como has crecido, como te iba llamando la atención el sexo, y quería que lo conocieras. Es algo natural, pero no lo es tanto que lo hagan madre e hijo, por lo que esto no volverá a ocurrir, y no quiero que volvamos a comentarlo nunca. Además – confesó – he disfrutado mucho, debes saber que desde que me divorcié no había vuelto a estar con un hombre, y me ha encantado. Creo que serás un buen amante.

Me besó en la boca por última vez y apagó la luz.

Dormimos desnudos, como nos habíamos quedado, pero no volví a tener deseos hacía ella, ni nunca más los he vuelto a tener, ni hemos comentado lo que pasó aquella noche, aunque desde ese día, y hasta hoy que tengo veinticinco, los dos hemos mantenido la costumbre de pasear sin ropa por la casa sin darle importancia.

Al fin y al cabo, como ella dice es algo natural.

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