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Barriga I

Barriga I

Escenario

Tarde-noche. Dormitorio de chicas en un colegio mayor. Dos camas bien hechas. Luz tenue de la mesa de estudio. Una ventana al jardín. Una habitación ordenada y agradable.

Personajes

Maika, 18 años, rubia, pelo corto, dos coletas. Ojos claros. Pequeños pendientes dorados. Rostro inocente, voz dulce. Camiseta blanca con cuello de pico y minifalda. Calcetines blancos y zapatillas deportivas. Cuerpo estilizado y delicado, piel clara. Barriga de seis meses.

Lorena, 19 años. Salvaje cabellera rojizo-castaña. Mirada intensa, labios gruesos y prominentes. Camiseta blanca muy ajustada, hasta el ombligo. Pantalón corto azul de deporte que cubre unas piernas largas y suaves.

El relato que sigue a continuación es absoluta ficción. Oh, venga, todos sabemos que cuando un relato erótico comienza diciendo “esto está basado en experiencias reales”, sólo está utilizando un recurso para ponernos aún más cachond@s. Esas cosas no les pasan a nadie.

Así que seamos sinceros, este relato es absoluta fantasía, algo para que vosotr@s y yo lo pasemos muy bien durante un rato. Y con un poco de suerte, espero que este relato se convierta en uno de vuestros favoritos, de esos que no borras de tu disco duro. Es sólo fantasía y nada de malo tiene, por muy pervertido que pueda ser su contenido… Y advierto que creo que lo es bastante;-)


Estaba estudiando las frecuencias de vibración de los distintos tipos de materia cuando Maika entró en el cuarto.

“Nuestro” cuarto, ya que lo compartimos en el colegio mayor.

Conocía ya a Maika cómo si fuera mi hija.

Sólo con oír su manera de dar el portazo tras de sí supe que algo no le iba bien.

Me di la vuelta y, efectivamente, la vi llorando.

Ese rostro que tanto adoro me asustaba ahora, satinado de lágrimas.

Su nariz sorbía mocos.

Sus ojos estaban enrojecidos.

Dejé el libro y fui hacia ella. No me quería mirar. No importaba, tarde o temprano me acabaría contando lo que había pasado, y tarde o temprano yo la intentaría consolar.

Eso debíamos saberlo las dos.

Para algo están las amigas, ¿no?

– Ay, Maika, cariño, ¿qué te pasa?… -pregunté apenada.

Ella se limitó a tirar la mochila sobre la cama y a apretarse contra una esquina de la habitación, como si quisiera desaparecer a través de ella. Entre sus brazos aferraba su pobre barriga, ahora ocupada por un proyecto de futuro ser humano.

Su boca estaba retorcida en el llanto. Posé mi mano en su hombro. Un hombro delgado, redondo, que adivinaba suave incluso cubierto por la camiseta.

Ella no me dedicaba ni una mirada, llorando.

Como si no fuera digna de mí, cuando yo sentía a veces que más bien era a la inversa, yo no era una digna amiga para un ser tan bondadoso y adorable como ella, por una lista de motivos y defectos inacabables.

– Venga, cuéntamelo. ¿Te ha pasado algo malo?

Mi más dulce tono no lograba sacarle una palabra. Miraba al vacío.

– ¿Es algo sobre el bebé? Es, eso, claro… ¿Alguien te ha dicho algo? ¡Mira que si algún cabrón de mala madre te ha insultado, te juro que le parto ahora mismo la boca! ¡Vamos, es que como me digas que es alguien de aquí del colegio mayor, le sacó a rastras de su cuarto y le inflo…!

– ¡No es eso! -exclamó ella por fin, llorando.

– ¿Entonces? Pero sí es por la barriga, ¿verdad? No hace falta que lo digas, lo sé. Bueno, ¿entonces?

– Es que…

– ¿Sí?

– ¡Es que…!

– ¿Sí, mi amor? ¿Qué te ha pasado? Quiero ayudarte, joder, dilo ya… -de pronto caí en la cuenta, y ella se dio cuenta-. Ah, ya. Ha sido él. ¿Te ha dicho algo ese cabrón?

– No es un cabrón, es que…

– ¡Sí es un cabrón, Maika, y tú lo sabes! Una buena persona no hace eso que te ha hecho, un novio de verdad no te deja así como te ha dejado, sólo por no querer ponerse un condón, sólo porque “es que así no me da gusto”… Bueno, ¿y qué te ha dicho?, venga…

– Hemos hablado, y… Él ya estaba raro, lo veía toda la tarde, y… Al final me ha dicho que se iba a Madrid. Que lo sentía mucho, pero que se iba a ir para no sé qué trabajo, que me dejaba, que era demasiada responsabilidad, que él no tenía porqué soportar tantas cosas malas en la vida, y… ¡Que me ha dicho que me dejaaaa…!

Aquel cabrón estaba haciendo llorar a mi pequeña Maika.

Si lo hubiera tenido delante le habría arrancado la polla y se la habría metido por la nariz.

No obstante, intenté contener mi furia. Mientras Maika lloraba y lloraba yo me di unas cuantas vueltas por el cuarto para concentrarme en retener todos los insultos que salían a mi boca. Y me costó, vaya si me costó.

– Venga, ven… -le dije por fin, llevándola a la cama.

– Estoy otra vez sola, Lore… -se lamentaba, mientras maniobraba con su barriga para poder sentarse-. Como siempre en toda mi puta vida, no le importo una mierda a nadie, y me dejan sola otra vez. Nadie me ayuda nunca a nada… Estoy siempre sola… sola…

Aquello me dolió de verdad en el corazón. Pero era una tristeza serena, solemne, no sé si me explico.

Podría hacerme entender si pudiera explicar lo que sentía por aquella chica.

Lo que siempre había sentido.

La tenía allí, llorosa, cansada de la vida, con una barriga redonda y hermosa, fruto de un amor no correspondido, premio por ser demasiado inocente para este cochino mundo.

– No digas eso -dije-. No estás sola. Parece mentira…

Maika me miró y sonrió. Mi corazón se iluminó entonces. Todo él.

– Perdona -dijo-. Tú estás aquí, claro.

– Y siempre lo estaré, ¿entiendes?

– Claro. No digas cosas que algún día no puedas cumplir…

– ¡Tú a callar! Ahora mismo te voy a hacer un vaso de leche para que te relajes y te olvides de ese cabrón… Porque es un cabrón, ¿vale? Y Santas Pascuas.

– Vale.

– ¡Ah! ¿Que vale? ¿Entonces es un cabrón?

– Sí tú lo dices… Tú siempre tienes razón -bromeó ella.

Aquello ya estaba mejor.

Mientras le preparaba el vaso de leche con Cola-Cao, me fumé un cigarro.

Maika dijo que no le molestaba, que la habitación era de las dos y yo tenía derecho a fumar allí.

No obstante, no lo hacía demasiado a menudo desde que su embarazo estaba tan avanzado.

Cuando le traje el vaso a la cama, todo parecía distinto. Ya se había secado las lágrimas con un pañuelo de papel.

Estaba sonriente. Su rostro estaba sonrojado por el llanto y eso la ponía más bonita, de alguna manera.

Mientras se tomaba la leche, seguimos hablando. Mi misión era evitar cualquier pensamiento negativo sobre el futuro.

– Al fin y al cabo, ¿quién necesita a un padre? Muchos niños viven sin padre, y de mayores, míralos, no son asesinos en serie ni peluqueros. ¿Sabes? Una mujer sola puede darle una educación perfecta a un niño… ¡Oye, y dos mujeres ya no digamos!

– ¡Tú, madre! ¿Estás de coña? -rió Maika- Fíjate, nunca te había imaginado como madre…

– Pues por tu niño, lo que hiciera falta.

El momento de silencio y miradas que siguieron entonces me pusieron los pelos de punta.

Fue como si un augurio hubiera pasado haciendo un vuelo rasante sobre nuestras cabezas.

– Oye… ¿Tú harías eso por mí?

– Ya te lo he dicho. Por ti y tu niño, pienso hacer lo que haga falta.

– Vaya. Qué decidido lo tenías.

Me puse colorada.

– ¿Tú querrías también hacer de madre para mi niño?

– Claro… -dije- ¿Por qué no?

– No sé -dijo ella, desviando la mirada-, hoy en día la sociedad aun da muchos problemas.

Mira los matrimonios de lesbianas, por ejemplo, todo son pegas, las pobres… Oye, qué pasa -dijo ella, con una sonrisa, no sabía qué profunda se me estaba clavando aquella dichosa sonrisa- Al decir lo de las lesbianas te has puesto como un tomate, ¿eh?

Y comenzó a darme codazos de broma. Yo sólo sonreí. ¿Qué otra cosa podía haber hecho?

– Lo siento, tía, es que estoy muy… No sé -volvió a perder su mirada en el vacío. Qué guapa estaba cuando se quedaba así, colgada de ninguna parte-. Todo lo que he recibido en mi vida han sido patadas, ya lo sabes. No parezco importarle a nadie. En cambio tú, aquí estás, tan buena… Hasta cuando creo que he encontrado a un chico que es diferente, que puede amarme, entonces mi vida se… se…

Comenzó a llorar de nuevo en silencio. La abracé. Le di un beso en la mejilla. Ella se dejaba estrechar entre mis brazos, supongo que se sentía bien así. Acaricié su cabecita loca, su nuca.

Seguí dándole besos suaves para consolarla.

Ella se abrazaba a mí.

Su respiración se calmaba, se hacía más pausada y profunda. Su pecho se inflaba y desinflaba contra el mío.

Creí morir de vergüenza y miedo. Mis pechos se estaban endureciendo. Ella lo notaría.

No se si lo notó o no, pero el caso es que mi chiquilla se separó de mí y me miró a los ojos.

Nos besamos.

Durante una décima de segundo perdí la visión, el sentido del tiempo y de la identidad.

Nos volvimos a separar y a mirarnos.

– ¿Qué ha pasado? -susurró ella.

– No sé… ¿Quieres que nos paremos un momento para debatir la cuestión?

– No… -sonrió ella, nerviosa- Claro… Claro que no.

Y me volvió a besar.

La primera vez es importante. La segunda es la buena. Suele pasar con muchas cosas de la vida.

Esta vez pude ser consciente de lo que hacía… y dar gracias a Dios por ello.

Nuestros labios estaban juntos. Apenas se movían, eran carne atrapada en carne. Sentía un hilillo de su aliento en el mío. Los solté para volver a atraparlos con un poco más de fuerza.

Así debía ser el primer beso, pensé, suave, tímido, sin prisas. No bestial, apasionado, húmedo, sino miedoso, dulce, lento.

En cierto modo aquel era mi primer beso. Mi primer beso con otra chica.

Pronto el beso dejó de ser tímido y comenzó a disfrutarse a sí mismo. Yo quería succionar sus labios, el superior, el inferior, los quería para mí, los quería dentro de mi boca.

Descubrí una Maika algo atrevida. Su boca se abrió un poco, mordió mis labios. Yo me dejaba con gusto. Sus dientes me arañaban la carne. En fin, el beso ya era un señor beso.

Después llegó el momento glorioso de todo beso. Un par de lenguas se fueron abriendo paso a través de la carne y se encontraron. Se tocaron una primera vez, tímidamente, como serpientes curiosas, tanteando un poco el terreno, examinando un poco al enemigo.

Poco a poco se fueron conociendo y acabaron una encima de otra.

Nuestras bocas quedaron inmóviles sólo para que mi lengua entrara y saliera, se deslizara lentamente sobre la suya.

Cambiamos los papeles y fue su lengua la que se posó sobre la mía. Alzó la punta y palpó mis labios.

Nos separamos un instante para mirarnos.

Nuestras sonrisas nos hacían cómplices.

Aquello fue todo por aquella noche.

Nos separamos, coloradas de vergüenza, y no dijimos nada.

Ella se duchó y se durmió. Yo seguí estudiando hasta la madrugada. Al menos lo intenté.

No podía dejar de mirarla mientras dormía.

Por fin la vida empezaba a sonreírme.


Odio estar sudada, apestar, que la ropa se te pegue al cuerpo, que el pelo se te apegotone por la roña, tener la cara colorada… Sé que todo esto puede poner cachondos a muchos, pero a mí me da un asco tremendo, joder.

Volvía al colegio después de darme la paliza en la pista de balonmano así que estaba deseando darme una ducha.

Apenas perdí tiempo tirando mis bártulos en un rincón del cuarto y me metí en el baño.

Al rato de estar bajo el chorro de la ducha oí el característico sonido de Maika entrando en el cuarto y cerrando con llave.

Salí en albornoz, rodeada de vapor de agua y olor a melocotón, kiwi, almendras, extracto de leche y todas esas chorradas que en realidad supongo que las cosas del baño no llevan.

Maika estaba preparando unos espagueti para cenar. Otra vez. En fin, es la maldición del estudiante emancipado.

– ¿Cómo está mi preñadita? -le pregunté mientras buscaba mi ropa interior.

– No me llames así, tía -contestó desde la pequeña cocina-. Sólo se preñan los animales.

Las mujeres…

– Bueno… Pues, ¿cómo ha pasado el día mi querida embarazada?

– Bien gracias.

– ¿Nada raro? ¿Vómitos o algo así?

– ¡Calla, toca madera!

Trajo dos humeantes platos de espagueti y un par de tenedores. Yo le di la espalda

– Oye, ¿te importa no mirar durante un momento? Es que voy a ponerme las bragas y el… el sujetador.

Hubo un delicioso momento de silencio. Delicioso, pero maldito el temblor que sentí en mi estómago.

– Claro, confianza -respondió.

Me puse las bragas, metí primero una pierna y luego la otra, y casi me caigo, intentando mientras tanto que el albornoz no se me abriera, a pesar de que de espaldas a ella poco iba a ver.

Luego el sujetador. Durante unos segundos, así, con el sujetador en mis manos, el albornoz abierto, mis pechos que se fueron deslizando poco a poco, hasta quedar al aire, en esa situación comencé a elucubrar, a imaginar.

¿Qué pasaría si ella me viese así, si por un descuido o confusión me diese ahora la vuelta y me viese, mis finas bragas recién puestas, mis pechos al aire, medio asomados por la abertura del albornoz, mis pezones medio adivinados, mi piel recién limpia, frotada y seca, estos senos que Dios me ha dado, ¡estas tetas!, porque estas cosas tan grandes y bien formadas bien merecen llamarse ya tetas, si me mirase luego a la cara, con esta cara lujuriosa e interrogante, esta cara de perra que seguro que se me está poniendo ahora…?

En fin, que me puse el sujetador y lo dejé todo bien agarrado.

Me até el albornoz. Cada una se tumbó en su cama y cenamos.

Hablamos como de costumbre, sin cortes ni aclaraciones, como habíamos hecho desde que nos conocimos en el patio del instituto, comentando lo mal que estaba el mundo, lo difícil que era estar viva y, aún más, encontrar personas que aliviaran esa dificultad.

Espagueti va y espagueti viene, acabamos en su cama, abrazadas, mirando al vacío, sin decir nada.

Yo acariciaba su abultada barriga sobre la camiseta.

Me encantan las camas contra la pared, me hacen sentir segura, y eso que esta estaba bajo la ventana que da al jardín.

¡La seguridad que da que cualquier violador pueda romper la ventana y entrar! Pero en fin, yo soy así.

Cuando nuestras miradas coincidieron, ella no tardó en hablar:

– Tengo una cosa para ti.

– ¿Qué?

– Verás…

Se levantó de la cama todo lo rápido que podía una chica embarazada, clavándome la rodilla en el muslo, dándome un tremendo pellizco.

Al poco volvió del armario de la entrada con un paquete envuelto en papel de regalo y me lo dio. Era ropa, seguro.

– ¿Y esto? -dije, sin poder ocultar mi ilusión por los regalos.
– Para la única persona en el mundo que cuida de mi… -dijo, y me dio un beso.

Maika era de las que no dejan caer un detalle en saco roto.

Era una camiseta que vimos una vez en una tienda de música, y que entonces dije que me gustaría comprar.

Era azul oscuro y tenía escrita en el pecho la palabra “ZERO” en letras plateadas.

Me encanta esa camiseta, y desde aquella noche aún más. Le di las gracias a Maika, y mil besos.

– Pruébatela -dijo.

– ¿Ahora?

Maika asintió con su cabeza.

– ¡Venga! -accedí.

Y sin pensármelo mucho, me desaté el nudo del cinturón y dejé caer el albornoz.

No niego que quizá lo hice con cierta teatralidad, dejando que resbalara por mis brazos y luego por mis caderas, hasta quedarme en ropa interior.

Cogí la camiseta de sus manos, y me la puse.

– ¿Qué tal?

– Te sienta genial, en serio… Y la palabra, como está tan bien situada, ahí…

– ¿Sí..? Que miedo te tengo…

– ¡Te hace las tetas más grandes! ¡En serio, estás para comerte! ¡Mmmmh!

– ¡Pero serás guarra! ¡Ven aquí!

Sí. En algunos momentos tonteamos como niños y no caemos en la cuenta.

Me lancé a la cama, sobre Maika, por supuesto con el debido cuidado a una embarazada. Comencé a pellizcarla y a hacerle cosquillas.

Nos hartamos de forcejear y reír, acabamos resoplando.
Una vez más acabamos abrazadas. Maika hundió su cara en mi pelo y aspiró.

– Mmmh, me encanta cuando hueles a limpio…

Yo volví a acariciar su pancita.

La camiseta había quedado arrugada y mis dedos dibujaban círculos lentamente sobre su tensa piel.

Quería hacerlo con delicadeza, con cariño.

Las yemas de mis dedos rondaron suavemente en torno a su ombligo.

Sentí un mordisco en el lóbulo de mi oreja.

Sumergida entre mi cabellera, ella mordía mi oreja, respiraba en mi oído, resonando como un huracán cada vez.

Aquella era una de las cosas que más caliente me han puesto en toda mi vida. No pude resistirme.

Acaricié su enorme barriga con toda mi mano. Redonda, tersa, suave, perfecta. Un planeta de carne, una esfera perfecta, una cama elástica para mis dedos.

Los círculos fueron haciéndose más amplios y sus mordiscos más intensos, ya no se sabía cuál era la causa y cuál el efecto.

Su lengua humedeció mi oído. Pensé que debía darle asco, y allí estaba, chupándomelo… Y poniéndome a cien. Cómo la adoraba. Su mano se hundió y me agarró del pelo.

Mientras mi mano se iba haciendo más y más atrevida en su exploración, mi boca entró en acción. Besé su cuello, un cuello fino, inmaculado, dorado, blandito, como siempre había imaginado que sería.

Ella se contraía con cada beso. Mordí su garganta. Me tiró suavemente del pelo. Nos miramos… y nos besamos apasionadamente, a boca abierta, luchando con nuestras lenguas.

Mi mano abandonó su barriga y subió a su pecho. Los amasé amablemente, probándolos, midiéndolos.

Los apreté entre mis dedos, haciéndola retorcerse. Abandoné el abrazo y me situé encima de ella.

Mi mano libre enganchó su otra teta. Interrumpí el beso, mi boca bajó a su ombligo. Mi lengua intentaba penetrarlo como si fuera un orificio más para el placer. Le encantaba, lo veía cada vez que miraba hacia arriba y veía su carita.

Mis manos bucearon por debajo de su camiseta, descubrieron sus pechos de la tela del sujetador.

Tanteé hasta encontrar el lugar donde debían estar sus pezones.

Acaricié y acaricié hasta que hice salir a los malditos. Los atrapé entre mis dedos, los estrujé, incluso les di un tremendo pellizco, haciéndola botar en la cama.

– ¡Ay! Mmmh, qué bruta eres, me quieres… me quieres matar…

Lamí toda su barriga, sin dejar ni un milímetro, puedo dar fe.

La cubrí totalmente con mi saliva. Estaba descubriendo que la barriga de una chica embarazada era la cosa más sensual y voluptuosa del mundo, me encantaba acariciarla, abrazarme a ella, pegar mi cara contra ella, lamerla como si fuese un helado gigante de chocolate, surcarla sólo con la puntita dura de mi lengua.

Una barriga redonda, de piel totalmente tersa y tirante.

– ¿Te gusta mi pancita?

– Mmh, Maika… Estaría toda la vida… mmmh… lamiéndotela… Es tan bonita.

Ella rió. Se incorporó y se quitó la camiseta. Sus tetas cayeron dando un bote que me excitó aun más. Se quitó el sujetador y lo lanzó lejos.

– Ven aquí. Pruébalas…

Se arqueó, apuntando con sus pezones hacia mi cara y yo no me hice de rogar.

Me lancé voraz a comerle las tetas, delicioso plato doble de un manjar aromático, suave, que se deshacía en la boca, mientras ella tiraba de mis pelos como si fueran las riendas de una yegua.

Levanté aquellas hermosuras y las lamí por abajo, por el pliegue, saboreando bien.

En mi frenesí casi llegué a creer que sería posible comérmelas literalmente, introducírmelas en la boca por completo, masticarlas, saborearlas y tragármelas, garganta abajo.

La realidad me imponía tener que contentarme con lamerlas, mordisquearlas, apretarlas y estirarlas en una y otra dirección, succionar bestialmente sus duros pezones para ver las expresiones de placer en la cara de mi amiga.

Casi podía confundirlas con expresiones de dolor, pero también en mí la pasión era casi un dolor.

– ¿Te duele, cariño?

– No, tonta, mmmh… ah, sigue, por favor, me encanta… me encanta… me… Ahhh…

Se liberó de mis manos y me besó.

Nos besamos de rodillas en su cama.

Mientras nuestras lenguas eran respectivamente chupeteadas, sus manos fueron serpenteando por mi espalda, bajo mi camiseta. Me desabrochó el broche del sujetador.

En un alarde de habilidad, me lo fue extrayendo por una manga de la camiseta, hasta sacarlo totalmente y arrojarlo lejos también.

– Así -dijo con una carita pícara-, sólo con la camiseta me gustas más… ¿no?

Comenzó a magrearme sobre la ropa, parece que eso la excitaba más que el contacto directo con la carne. Cubrió mis tetas con sus manos, las apretó como dos bocinas, las estrujó.

Apreté los dientes: sentía ya que cierta parte de mi cuerpo estaba demasiado hinchada y reclamaba atenciones.

– Quiero hacerte el amor, cariño mío -le susurré al oído, produciéndole cosquillas-, llevo mucho, mucho tiempo queriendo hacerlo contigo, y esta noche voy a hacerlo si tú me dejas…

Me miró a la cara, y me respondió con un ardiente beso, su lengua intentó llegar a una profundidad a la que nunca antes había llegado.

– Fóllame…

Se tendió toda en la cama, como una gatita tranquila. Su barriga sobresalía como una pequeña montaña. La despojé de la falda. Para quitarle las bragas me tomé mi tiempo.

Descubrí que me encantaba quitarlas poco a poco, verlas hacerse un rollito, hasta llegar a sus pies, cubiertos con un par de calcetines.

Su pubis quedó descubierto. Un pequeño triángulo rubio que debía mantener regularmente depilado para ser tan perfecto.

Ciertos aromas embriagadores llegaron a mí. Lentamente, provocativa, separó sus piernas.

Sus labios vaginales estaban ya más que abiertos y su raja rosadita segregaba grumos transparentes.

En lo mejor del momento, caí en la cuenta.

¿Cómo lo iba a hacer? Nunca lo había llegado a hacer con una chica, y me da algo de vergüenza reconocer que a los 19 años aun no tenía ni idea de sexo lésbico.

Sólo podía confiar en que mi imaginación acertara entre todas las posibilidades que se me ocurrían.

De todas las imágenes que se me venían a la mente, una parecía la más lógica para que dos chicas hicieran el amor.

Me levanté y comencé a quitarme las braguitas lentamente, igual que había hecho con las suyas.

Maika me contemplaba desde la cama, acariciándose frenéticamente con un dedo.
Hoy en día sé que aquel hubiera sido el momento para hacer mil locuras con aquel coñito de 18 años que tenía delante.

Mil posturas, mil lametones y mordiscos, mil juegos enloquecedores, tiras y aflojas.

Pero nerviosa como estaba en mi pérdida de la virginidad -¡Dios, por fin!- no se me ocurrió más que lo que hice entonces.

– Ven… -gimió Maika mientras se acariciaba algo llamado clítoris- Vamos tonta, ven ya aquí…

Mi cuerpo estallaba pidiendo un orgasmo a gritos, que acabara ya con aquella provocación. Me situé sobre ella.

Acaricié mi coño hasta sentirlo tan resbaladizo y suave como el de ella.

Durante un rato estuvimos las dos sólo así, masturbándonos con el dedo corazón y mirándonos a los ojos con hambre.

– Mmmmh… Date prisa, Lore… Rápido… ¡Mh!… Que me… ¡Que me…!

Situé mi coño sobre el suyo.

Mi intención era follármela de verdad: genitales contra genitales, coño contra coño, clítoris contra clítoris, jugos contra jugos…

Como pude me froté contra ella.

Sentí sus pelos, sus labios, sus jugos mezclándose con los míos, pegándose entre mis muslos y dejando hilillos entre ambas.

Pero aquel cimbreo no me satisfacía.

Acabé tirándome a la cama, desesperada, gruñendo.

En horizontal, nuestras piernas enredadas, nuestros coños se acercaron por fin, se pudieron restregar a placer uno contra otro.

Nos sujetamos bien la una a la otra por los muslos para no separarnos nunca.

– ¡Sí-sí-sigue! ¡Aaaah-Maika-cariño!

– ¡Sí-Lore-sigue! ¡Mmmmh! ¡Qué bien!

– ¡Te gusta! ¡Mh! ¡Ah! ¡Ah! ¡Aaaaaah!

– ¡Sí-Dios-no-pares-ahora-ah-ah-ah-aaaaaaaaaaammmmmh!

– ¡Oooooounnnnngh!

Cuando oí nuestras vaginas hacer ventosa, creí morir de placer. Una sacudida me azotó y me quedé rígida contra el coño de mi amiga, que acabó chillando y sacudiéndose aun contra mí, hasta que acabó rendida.

Aquella noche dormimos juntas en su cama, agotadas, quietecitas como dos niñas buenas.

No volvimos a hablar, hasta que, a las tantas, me despertó el susurró de Maika junto a mi oreja.

– Lorena… Quiero proponerte una cosa.

– Dime, Maika -gemí, muerta de sueño.

– Te propongo… Que intercambiemos fantasías. Tú haces realidad las mías y yo hago realidad las tuyas… ¿Te parece?

– ¿En todas las relaciones eres tan rápida? No pierdes el tiempo ¿eh?…

Hice como que me lo pensaba un rato y accedí.

Al oído, ella me susurró su sucia fantasía sexual.

No puse pegas.

Me sonreí.

Mi fantasía sería aun más sucia.

Maika fue escurriéndose bajo las sábanas y enterró su cara entre mis nalgas.

Estuve toda la noche sintiendo mi impoluto ano siendo lamido y acariciado por su lengua…

Hasta que comencé a roncar.


(continúa en el capítulo II)

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