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Infidelidad con María

Me llamo Alejandro y tengo 34 años. Llevo casado 9 años con Nuria, cinco años menor que yo, y somos extraordinariamente felices.

Esto que voy a contar no acabo de explicármelo, entre otras cosas porque mi esposa es una mujer de bandera, preciosa, rubia, con un cuerpazo que muchos no podrían ni creerlo, unas piernas largas y bien moldeadas, cinturita de avispa, pechos de ensueño…

No tengo reparos en decir que ella está mucho mejor físicamente que yo, entre otras cosas porque ella se cuida en el gimnasio a base de aeróbic y yo ya he dejado crecer un poco la barriga. En fin, que ella pone el cuerpo y yo la imaginación en cuanto a cuestiones sexuales se refiere.

Mi mujer tuvo que viajar el fin de semana por cuestiones laborales. Yo, como trabajo en una editorial, casi siempre estoy en casa. Era verano y estábamos a punto de irnos de vacaciones, Madrid parecía un horno y el aire acondicionado estaba estropeado, el técnico no pudo pasarse el viernes y hasta el lunes no estaría arreglado. María, nuestra asistenta desde hace unos tres años, y yo nos quedaríamos solos, pues.

Quien lea esto puede desembocar su imaginación, pero no es el caso. María, colombiana, no es la típica criada buenorra de otros relatos. Ella es bajita y su cuerpo no es nada del otro jueves, casi nunca me he fijado en ella ni para mis fantasías sexuales. Además, parece menos de lo que es sobre todo por su mirada, apagada, sumisa, como ausente. Desde luego, ni Nuria ni yo podríamos imaginar que María sería la causante de mi infidelidad.

Nuria se fue después de comer. Yo no tenía ningún plan para el viernes, pues casi todos mis amigos se habían marchado de vacaciones, así que me metí en internet. Al poco tiempo me fijé en las páginas eróticas, los relatos, las fotos, en fin, que me excité más de la cuenta. Creía que María estaba en el piso de abajo, así que me desnudé y me masturbé en mi cuarto. Debía de ser por el calor, pero estaba muy empalmado y me iba a correr en nada, así que salí al cuarto de baño, todo esto sin dejar de darle ritmo a mi polla.

Abrí la puerta y caí en la cuenta de que estaba María limpiando. El cuarto de baño de arriba es pequeño y ella estaba de frente a mí y se quedó boquiabierta al verme parado en la puerta. Instintivamente, no dejaba de pajearme, y miraba sus pantalones vaqueros ajustados y, sobre todo, en su camiseta blanca, que dejaba entrever su piel oscura, sus pechos.

Me corrí con ese último pensamiento fijado en ella. El primer chorro salió propulsado hasta su cara, le dio de lleno por debajo de la nariz, muy cerca de sus labios. El resto cayó a mis pies, pues había bajado mi verga. No sabía qué decir ni hacer. María, inconscientemente, se llevó la lengua a lo que le había caído. Luego cayó en la cuenta y cogió papel higiénico para limpiarlo. Yo me di la vuelta y me fui al cuarto para vestirme y disculparme, lo cual hice poco después.

-María, lo siento, no sé lo qué ha pasado. Me he calentado viendo páginas eróticas en internet y cuando te he visto era demasiado tarde. Perdóname.

-No pasa nada, la culpa ha sido mía, por no avisar que estaba.

-No seas boba, María, la culpa no es de nadie. Ha pasado y ya está.

Estuve tentado a seguir. Dudé entre si decirle que olvidara todo o que me dijera qué le había parecido mi polla. Entre el sudor y mi imaginación, me la imaginé ávida de sexo. Sin yo saberlo del todo, me estaba obsesionando con María.

Nos volvimos a ver poco después. Hacía un calor horroroso y la pobre iba a empezar a poner la mesa.

-Oye, déjalo, pido unas pizzas y cenamos juntos, ¿vale?

No dijo ni que sí ni que no. Casi nunca me hablaba, sólo lo hacía con Nuria, y eso que yo pasaba más tiempo en la casa. Por la noche, llegaron las pizzas. Abrí una botella de vino.

-María, ¿vienes?

Llegó arreglada, algo maquillada, con un vestido veraniego, corto, suave, blanco, dejando ver sus rodillas. De cintura para arriba, quedaba muy holgado. No era nada para dejar volar mi imaginación, pero con poco me era suficiente. Yo estaba menos arreglado, con unos pantalones cortos de deportes y una camiseta blanca. Ella estaba muy tensa y me lo transmitía.

Yo intentaba hablar de cualquier tontería, de las vacaciones, del calor, de la comida, pero no conseguía trabar conversación con ella. En el fondo, no hacía más que pensar en lo de la tarde, y suponía que a ella le pasaría lo mismo. Para evitarlo, servía más vino del necesario.

– ¿Tienes novio? Me dijo que no. – ¿Eres de Colombia, no? -Sí. Como era tan escueta, y un poco bebido, aunque no tanto como para atribuir el calentón a esto, fui un poco más directo: – ¿Te caigo mal, no? Por primera vez, reaccionó, negando. – ¿Te asusto, entonces? Volvió a negar.

-Dime, entonces por qué no me hablas o me preguntas algo. Tú no pienses en mí como un jefe, sino como en un amigo. No pienses que te voy a castigar o echar por ser sincera.

– ¿Por qué estabas mirando páginas guarras en internet? ¿No eres feliz con tu esposa? Me sorprendió que me tuteara y también la pregunta.

-Sí que lo soy, pero a veces me gusta probar otras cosas, le dije torpemente.

– ¿Has sido infiel alguna vez a tu esposa? Nunca, le respondí.

– ¿Porque no has podido o porque no has querido? Y sonrió con picardía, me recordó a alguna de las prostitutas con las que alternaba de adolescente.

– ¿Tú qué crees, María?

-No sé qué pensar, y se rió como una chiquilla. – ¿Y crees que Nuria te es fiel? Ella atrae mucho a los hombres…

–Yo creo que sí me es fiel.

– ¿Te molestaría que fantaseara con otros hombres? No me gustaba hablar de eso y se lo dije. Le acerqué otra copa.

– ¿Quieres emborracharme?

–No, sólo quiero hacer lo que tú quieras. Podemos jugar a que tú eres mi jefa y yo tu criado. ¿Qué me ordenarías?

–Mmm, y me miró con interés. – Que barrieras la casa, ja ja. Es broma. Te diría lo que no me atreví antes, que me quedé con muchas ganas de lamer tu semen, dijo mirándome con fijeza a los ojos.

– ¿Te gustó lo que viste?

-Hace tiempo que esperaba verte desnudo, así que verte así de fuerte me puso mucho. Me gustaría que te fijaras alguna vez en mí para que fuera yo la que te pusiera la polla dura.

– ¿Y por qué no lo intentas?, le dije, convencido de que no lo haría. Pero ella se puso a cuatro patas y me besó en la boca, agarrándome del cuello. Su mano se fue a mi paquete, semierecto, tenía el falo carnoso, a punto de endurecerse. Yo desabroché la cremallera de la espalda y le bajé el vestido hasta la cintura. Llevaba un sostén negro que elevaba sus pechos oscuros.

– ¿Te gustan, eh?, había notado que me había empalmado y me bajó el pantalón. Ambos estábamos de rodillas. Mi slip no daba abasto. Besaba a María frenéticamente, alternando su boca y su cuello, acariciando y tocando sus pechos algo flácidos, tenía un deseo que nunca he sentido ni siquiera por Nuria. Se lo dije: -Te deseo, María, cómo te deseo. Le rompí el sujetador y comencé a chupar y morder, quería tragarme su pecho entero después de morderle los pezones oscuros y enormes que tenía. Ella empezó a gemir. Ah, ah, cógeme ya, cógeme.

-Aquí se dice jódeme o fóllame. Ella había bajado mis slips y me estaba apretando la verga y los huevos, casi hasta hacerme daño. –Puta, me vas a estrujar los cojones. Se bajó y me hizo una mamada bestial que me hizo correrme en su boca. Ella se tragó toda mi leche sin dejar caer gota y luego se incorporó y me besó en la boca, metiéndome su lengua, forzándome a saborear mi semen. Le subí la falda y le bajé sus bragas negras hasta las rodillas. Hundí mi cabeza en su sexo, oliendo su pelo negro, buscando su vagina. Olía muy fuerte, a hembra excitada. Le metí la lengua en su clítoris y algún dedo por el culo. Pasó de los jadeos a los gritos. Estaba muy mojada y acabó más mojada aún a los pocos minutos. Su olor me había vuelto a empalmar. Pensaba en Nuria, pero quería sentir a esa mujer dentro de mí.

-Te quiero follar, María. Ella se tumbó en la alfombra y se abrió de piernas.

-Ven aquí, machote, cógeme con esa polla que tienes.

Me acosté sobre ella, que me orientó la verga a su diana y empezó a moverse.

-Pareces una puta, te voy a destrozar. Nos revolcamos como animales, girándonos, besándonos, mordiéndonos, jadeando, diciéndonos guarradas. Ella parecía como si se corriera a cada embestida mía, me estaba a punto de correr.

– ¿Ya te vienes? Espera, espera, y empezó a gritar como una posesa, haciendo que mi corrida fuera como si fuera la primera.

El viernes había acabado a altas horas de la madrugada y estábamos rendidos, tumbados en el suelo del salón, desnudos y satisfechos.

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