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El estudiante en prácticas

El estudiante en prácticas

Al comenzar la semana, aún sigo preguntándome cómo pude tener orgasmos tan maravillosos sin que Arturo me penetrara.

La “atención personalizada” que me dio provocó que estuviera caliente durante todo el fin de semana. En lugar de salir con mis amigas a comprar y gastar dinero, me la pasé en compañía de mi vibrador.

Hacía bastante tiempo que no lo usaba, pero recordé lo mucho que me costó la versión para usar debajo del agua. En ese momento, lo consideré un sacrificio para mi bolsillo, pero al usarlo el sábado en la tina y el domingo en el jacuzzi, me di cuenta que valió la pena. Habría llamado a Cristian, mi ex pareja, pero mi orgullo fue más fuerte que mi calentura.

Aunque solo por un poco. Por eso me rondaba por la cabeza una idea atrevida y perversa. Daniel, el estudiante que está haciendo su práctica profesional en la oficina, termina mañana el período de trabajo que le exige su instituto.

La verdad, no tiene un gran atractivo físico: es delgado, un poco más bajo que yo y no creo que sea muy experimentado, tiene apariencia de dedicarse más a los juegos de video que a las mujeres. Pero es la solución perfecta, porque así no me involucro con nadie de la oficina y además, dudo mucho que él vaya a ser desleal conmigo.

Apenas si le he hablado un par de veces, pero se ve que es un muchacho discreto. En otras circunstancias, ni siquiera me daría la molestia de mirarlo, pero quiero sentir una verga de verdad en mi cuerpo y no un pedazo de plástico con pilas, a pesar de que mi vibrador es mucho más eficiente que algunos hombres que he conocido.

El plan es llamarlo segundos antes de que comience el lapso para ir a almorzar. Es una ventaja que no haya un comedor en este edificio, ya que de lo contrario la ausencia sería evidente. Ir a almorzar afuera permite pasar inadvertida y así poder aprovechar la media hora en comer… otro tipo de carne.

Me acerqué a Daniel por la espalda y, simulando que estaba revisando un archivador que estaba a su lado, le susurré “No voltees, solo escucha. Cuando sea la hora del almuerzo, anda al baño de hombres y quédate ahí. Cuando escuches que tocan la puerta, abre”.

Daniel asintió con la cabeza con disimulo y sin decir palabra. Me fui del lugar y arreglé mi escritorio, dejando todo con llave como es mi costumbre. Al dar la hora para almorzar, fui al baño de mujeres y esperé ahí hasta que todos se hubiesen ido. Salí y miré hacia ambos lados del pasillo. Nadie. Confiada, fui al baño de hombres.

Durante el trayecto, solo escuchaba voces a lo lejos. Todo marchaba muy bien. Al llegar, golpeé la puerta suavemente. No terminaba mi tercer golpe cuando Daniel abrió. De inmediato, me abalancé sobre él para que nadie tuviera tiempo de verme entrar ahí. Sin dejar de mirarlo a los ojos, cerré la puerta con seguro. El baño era pequeño, pero serviría. “Considera esto como tu despedida” le dije con mi mejor sonrisa de lujuria. Lo abracé y comencé a besarlo desesperadamente.

Él me correspondía poniendo sus manos en mi trasero, apretándolo con algo de torpeza, pero sin ser brusco del todo. Confirmé que no tenía mucha experiencia. Luego, retiró sus manos para comenzar a desabrocharme la blusa. Lo detuve en el acto. “Daniel, no te ofendas, pero seré yo quien dé las órdenes. Haz lo que te digo y lo pasaremos muy bien”. Él, con el aliento entrecortado de tanta excitación, suspiró un tímido “O.k.”. Lo abracé nuevamente para comenzar a darle besos muy profundos, haciendo gala de la versatilidad de mi lengua, húmeda y carnosa.

Él trataba de imitarme, con resultados no muy destacables. No reparo en ello y después de unos momentos, cuando sentí que su miembro se encontraba a punto de reventar de lo hinchado que estaba, me arrodillé y comencé a bajarle el cierre de su pantalón.

Mientras hacía esto, le pregunté si se lo habían chupado antes y me dijo que su pareja lo ha hecho en un par de ocasiones, pero que le cuesta asimilarlo, por su educación. “¿Tienes pareja?” le pregunté. Él respondió que hoy cumplen siete meses y que pensaban pasar la noche en un motel. Lo miré un momento a los ojos y sonreí con un leve tono de burla.

Él comprendió que después de esto, no le quedarían muchas fuerzas para dar una buena entrega esta noche. Por fin, al ver su miembro, le pregunté por el nombre de su pareja. “Se llama Mónica, ¿por qué lo pregunta?” me dice con su respiración muy agitada. “Porque se ve que Mónica los sabe escoger muy bien” le respondí.

Su miembro era grande y bastante grueso, como pocos de los que he visto. Lo admiré unos segundos, imaginándome lo que será sentirlo penetrar mi ano. Saco mi lengua y la paso por su sexo desde donde comienzan sus testículos hasta la punta del glande, como si fuera el más delicioso helado en el más caluroso de los veranos.

Advierto que Daniel está a punto de eyacular e introduzco tamaño monumento en mi boca. De inmediato, comienzo a chuparlo con dureza y frenesí, usando lengua, labios y dientes para darle la mejor chupada que haya tenido en su vida. Supuse que su semen saldría casi de inmediato, pero se demoró más de lo que esperaba.

Entonces comencé a chuparlo con mayor entusiasmo y, en cosa de segundos, expulsó una buena cantidad de semen. Generalmente, en ese momento tomo la verga con mis manos para masturbarla y hacer que todo ese espeso líquido rocíe mi cara. Las primeras veces me daba un poco de asco y repugnancia hacer esto, pero cuando entendí que un hombre te es muy agradecido por hacerlo, lo tomé como un pequeño sacrificio por futuras recompensas. Mi cuenta corriente en el banco no es abultada precisamente porque tenga un trabajo muy bien remunerado.

Sin embargo, en esta ocasión opté por beber y tragarme todo lo que salió de su pene. Siendo el baño de hombres de la empresa, no podía dejar semen esparcido por doquier. Podrían culpar a Daniel y acusarlo de inmoral y pervertido. El pobre muchacho no tiene por qué pagar el precio de mi calentura.

Al terminar de eyacular, le pregunté desde cuando no tenía relaciones con Mónica. Me dijo que hacía cosa de un mes se habían peleado y que, después de haberlo discutido ayer, acordaron que hoy sería la fecha apropiada para la reconciliación.

Eso explicaba la gran cantidad de semen que tuve que tragar. Comencé a levantarme mientras sacaba los restos de semen que se hallaban en mis labios. Me puse frente al lavamanos y, mirándome al espejo, bajé el cierre de mi falda. La dejé caer y la aparté con uno de mis pies. Luego hice lo mismo con mi ropa interior. Levanté mi trasero al mismo tiempo que abrí mis nalgas con mis manos.

Al decir “penétrame”, pude ver por el espejo que Daniel agarró su miembro con una mano, mientras que con la otra me tomó por la cintura. Pude sentir como rozaba su poderoso pene con mis nalgas, hasta que por fin, con la guía de su mano, encontró mi ano. Introdujo toda su carne de una sola vez, en una penetración muy profunda, la que hizo más intensa tomándome de la cintura con ambas manos y empujando hacia sí todo mi cuerpo.

Luego de unos breves segundos, comenzó a darme duras penetraciones, sacando sus manos de mi cintura para ponerlas en mis pechos, usando al máximo el ir y venir de sus caderas. Yo me apoyaba en el lavamanos y abría aún más mis piernas.

A ratos, Daniel me levantaba del piso por la fuerza con la que metía su miembro dentro de mí. Casi desde mis primeras experiencias preferí se penetrada por el trasero que por mi entrepierna. No es que no me guste una buena verga en mi vagina, pero por lo menos así no me arriesgo a quedar embarazada. Por eso le decía a Daniel “más duro, más duro”. Normalmente, lo gritaría con entusiasmo, pero no era el lugar apropiado. Al cabo de unos minutos, se dio por vencido. Sin sacar su miembro de mí, comenzó a desabrochar mi blusa. Lo detuve. “Te dije que yo daría las órdenes” pronuncié seriamente. Él desistió y sacó su carne de mi trasero. Yo quería un orgasmo a como diera lugar y estaba a punto de tenerlo, así que me di media vuelta, lo encaré y le dije “tómame”.

Con gran rapidez, me tomó por la cintura y me levantó. Él solo no lo habría hecho, se necesita más que su cuerpo delgado para manejarme como pretendía hacerlo, así que hice un pequeño salto y abrí mis piernas lo suficiente para que pudiera montarme sin dificultad. “Señorita Sonia” me dijo con cara de amante sufrido y cansado, “no creo que pueda…”. Decidí interrumpirlo. “Solo te pido un poco más, estoy a punto de acabar” le dije.

Daniel estuvo de acuerdo y comenzó a penetrarme, esta vez ya no con las energías de hace un momento, pero sí con la suficiente fuerza para poder llevarme al clímax. Le hubiera pedido que me chupara, pero cuando lo besé al comienzo supe que su lengua no era su especialidad.

En cosa de un par de minutos, llegué al orgasmo. Nada comparado con lo que sentí con Arturo el viernes… tres veces, pero bastará por hoy. Al acabar, abracé fuertemente a Daniel con brazos y piernas y, al cabo de unos instantes, me separé de él para comenzar a vestirme. Le agradecí el servicio.

Él se deshizo en alabanzas hacia mí. Quiso que fijáramos una fecha para otro encuentro, pero le reiteré que tomara esto como su despedida. Al estar completamente vestidos, abrí la puerta muy levemente para ver si había alguien que pudiese vernos.

Daniel se me acercó por la espalda y cerró la puerta extendiendo su brazo por sobre mi hombro, me volteó y me besó. Comenzó a abrazarme y yo le correspondí. Era un beso apasionado y para nada comparado con los que me daba al inicio.

Al terminar, fue él quien abrió la puerta y revisó si todo estaba bien. Habían pasado 20 minutos y el resto del personal aún estaba almorzando. Le dije que se fuera por el pasillo, mientras que yo me dirigía a las escaleras.

Me marché con un poco de prisa, al comenzar a sentir el hambre por no haber comido nada desde mi desayuno. “No es un mal chico” pensé mientras bajaba las escaleras.

Confío en que haya aprendido del encuentro que tuvo conmigo, para que esta noche sea la mejor para él y para Mónica.

Tengo mi corazón, después de todo.

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