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Julia, una chica dominante V

Julia, una chica dominante V

A la mañana siguiente nos levantamos tarde.

Fue un poco duro reconocerle a Joaquín que le habíamos dejado en mal lugar, al día siguiente.

Sus amigos se habían reído de él.

Estaba dispuesta a explicarles a sus amigos qué ocurría realmente y explicarles en qué consistía el juego del sin bragas y como no había mejor forma de enseñar a jugar que invitándoles a jugar, le dije que esa tarde no iríamos de excursión y allí, en el caserón de Ruiz, les enseñaría a jugar al “sin bragas”

Los amigos de Joaquín acudieron en bloque a nuestra llamada. Paula iba vestida igual que la noche anterior, y también, al salir del pueblo, le ordené delante de todos que se quitara el sujetador. Los chicos la miraban mientras ella desabrochaba su sujetador y con una hábil maniobra apareció en su mano. Me lo guardé

Ordené a Paula que fuera delante.

Los movimientos de las nalgas hacían que los chicos se divirtieran y el camino se les hacía más ameno. Los reuní alrededor mía. Joaquín conmigo.

-Vereis chicos…Paula es de mi propiedad, es mi esclava. Ella hace lo que yo le pida. Me ha costado domesticarla. De hecho, pienso que aún estoy en ello..-

Seguíamos andando. Paula no debía de oirme, pues no notaba ninguna reacción rara en ella. – El otro día, y como parte de su entrenamiento, le dije que Joaquín debía ser su novio y ella me obedeció, como si le digo que tú o tú sois sus novios.-

Los chicos callaban incrédulos.- vamos a hacer una cosa. Cuando lleguemos al caserón vamos a jugar al sin bragas. Yo escondo sus bragas en la planta de arriba y el que las encuentre, se la casa delante de todos.-

Al decir esto, significaba que el que encontrara sus bragas le haría el amor a mi hermana. A todos le pareció muy bien. Al ver la casa, los chicos corrieron, algunos golpearon las nalgas de Paula mientras corrían. Sonaban “Plasss”, “Plasss”.

El caserón era un viejo caserón propiedad del padre de uno de los chicos, dedicado a almacén agrícola. Lo conocíamos bien, pues había acompañado a Joaquín y sus amigos en otras ocasiones. Me dirigí arriba a inspeccionar. Paula se quedó entre los chicos que la miraban como lobos hambrientos.

Allí, en el piso de arriba estaba todo lo necesario para comenzar la diversión. Llamé a Paula que subió lentamente. Le indiqué que se quitara la camiseta.

Obedeció remisa, mirando al suelo, adivinando que de nuevo iba a utilizarla como la muñeca de mis juegos. Sus pechos aparecieron desnudos.

Luego se descalzó. Llevaba unos zapatos de deporte de los que extraje los cordones. La tomé de los brazos y le obligué a darse la vuelta, atándole las manos a la espalda con sus propios cordones. Luego, con el otro cordón hice una coleta, cogiendo la cabellera de Paula con fuerza.

La parte de arriba estaba llena de cosas del campo. Decidí que escondería , no solo las bragas de Paula, sino a la chica entera. Le quité los pantalones. Paula tenía ahora los muslos más morenos. La llevé junto a unos sacos y la metí en un saco y puse alrededor de ella otros sacos.

Llamé a los chicos.

– He escondido las bragas de Paula y con ella, a la propia Paula. Pero pasa una cosa, el juego vale 20 euros..-

-¿Cómo?.-

-Paula es mía. Yo os la alquilo por 20 euros.-

Sabía que los chicos llevarían ese dinero porque solían parar a comprar refrescos y litronas al acabar las excursiones. Eran cinco chicos con mi primo, así que les cobré 400 a cada uno, y conforme cobrara les permitía el paso.

Se pusieron a buscar como locos, de manera irracional, asistemática. Pasaron los minutos y no la encontraban. Me ponía furiosa, me dio gana de hacer un gesto para delatarla, pero hubiera favorecido a alguno. Al final, a alguno le dio por mirar los sacos, pero incluso tanteándolos, no la descubrieron. -¿Os rendís?.-

Los chicos observaban como desataba el saco y salía mi hermana de él, en bragas y con los pechos desnudos. La saqué del saco. Estaban decepcionados. Mi hermana estaba hermosamente avergonzada de su desnudez. No se iba a acabar la fiesta así. Besé a mi hermana en la boca delante de todos y le acaricié los senos..- Está bien, esta vez voy a esconder las bragas de verdad, pero para que las podéis encontrar, bajad abajo.-

Los chicos salieron de la planta. Paula me miraba. Sentirse avergonzada nos excitaba a ambas. La besé de nuevo y la llevé a una columna de madera.

Desaté sus manos pero sólo para, colocándola de cara a la columna, volver a atar sus manos manteniendo la columna en medio.

Le bajé las bragas, comprobando sobre la marcha la humedad incipiente de su sexo. Luego me dirigí a uno de los apartados de la planta y dejé las bragas en una esquina.

Cuando iba a bajar a por los chicos, aproveché para besarla de nuevo y acariciar sus nalgas indefensas y desnudas. Paula había comprendido que sería del más avispado, fuera cual fuera. Bajé con los chicos y les dije. -¡Subid y buscad!-

Los chicos subieron los escalones de dos en dos y de tres en tres.

Se pusieron a buscar, unos a conciencia, otro, Lorenzo, el hermano de Beatriz, dio un vistazo rápido y se perdió por los apartados. Cuando otro de los chicos entraba, el salía dando aullidos de alegría agitando las bragas en su mano .- ¡Son mías, son mías!.-

Me las trajo. Se las enseñé a Paula.- ¿Son tus bragas?.- Paula calló. .- Quien calla, otorga.-

Me dirigí a Lorenzo. -La puta es tuya.- Le dije mientras tiraba de la coleta de Paula con fuerza para obligarla a echar la cabeza hacia detrás.

Desaté a Paula. Estaba desnuda.- Anda, Besa a Lorenzo. ¿Te acuerdas de él? Es el hermano de tu amiga Beatriz.-. La empujé hacia él y al fin se abrazaron tímidamente. El chico le cogió los pechos con timidez y le besó en la boca.

Tomé la mano de los dos. En una esquina había unas mantas viejas y las extendí sobre el suelo envejecido y estropeado. Lorenzo se puso de rodillas sobre la manta.

Paula estaba remisa. Los chicos la observaban. A Lorenzo le hubiera gustado, sin duda no tener espectadores, pero no quería privar de ese espectáculo a sus amigos.

Golpeé en el culo a Paula. – ¡Se obediente con el chico !-. Paula entró en la manta mientras Lorenzo se quitaba la camisa y dejaba ver un pecho casi sin pelo. Luego se quitó los zapatos y los vaqueros. Se quedó en calzoncillos. Se puso de pie y volvió a besar a Paula que permanecía quieta como una estatua.

Luego, Lorenzo comenzó a sobarle los pechos y a acariciar sus pezones y hizo un gesto como de querer ponerla de rodillas, pero Paula, más alta que él, no se dejaba.

No lo podía consistir, así que hinqué mi rodilla detrás de la suya y tiré de sus coleta hacia abajo, logrando que se pusiera de rodillas y luego, se sentara. Entonces ya, Lorenzo se tiró sobre ella y la tumbó.

Lorenzo estuvo un rato entre sus piernas pero sin meterla, besando los pechos de Paula, que miraba perdida al infinito. Los chicos guardaban un silencio propio de la Maestranza. Se oía la boca de Lorenzo sobre la piel de Paula.

Lorenzo se bajó los calzoncillos y comenzó a manipular su pene. Entonces Paula pareció querérselo quitar de encima. Joaquín reaccionó y agarró las manos de Paula.

Yo creo que no fue para tanto. Quizás lo que quería era tener una visión de primera fila. Paula se relajó. Parecía resignada a hacer el amor con Lorencito.

Empecé a verla disfrutar, a verla entregarse. Sus dedos se mezclaban con los de Joaquín, unidos, mientras sus piernas se abrían para recibir las embestidas del muchacho, que besaba sus pecho mientras Joaquín hundía su lengua entre sus labios.

Los hombres duran menos que las chicas. Lorenzo se corrió en seguida y dejó a Paula a dos velas. Le hice una seña a los tres chicos restantes. Indiqué con el dedo levantado que se acercara uno. Vino un rubio pecoso, hijo e un vecino. Era todavía más bajo que Lorenzo.

Se bajó los pantalones. Lorenzo se había apartado de ella, sacando su verguita ya rendida. Joaquín seguía besando a Paula, cuya calentura parecía que le hacía desear más sexo. El chico pecoso se puso de rodillas entre sus piernas y se acopló. Paula se estremeció al sentirse insertada de nuevo, pero Joaquín redobló el ardor de sus besos y finalmente, Paula terminó aceptando a su nuevo amante.

EL chico empezó a embestirla como lo había hecho Lorenzo.

Esta vez, Paula alcanzó el clímax bastante pronto y se corrió mientras el muchacho, casi asustado, la cabalgaba. Entonces, el muchacho también, comenzó a correrse. El chaval movía el culo de arriba abajo, casi con furia.

Paula chillaba de placer y sólo cuando el chico, colorado y sudoroso paró de moverse agotado de mis continuas animaciones, Paula dejó de mover sus caderas

Dejamos descansar a Paula sobre la manta.

Nos fuimos abajo. Los chicos comentaban entusiasmados lo sucedido. Luego, al cabo de una media hora, Paula bajó en silencio, despacio y elegante, como una reina, como una diosa, mirándonos a todos por encima del hombro. Pero los chicos se lo tomaban a guasa.

Al volver, seguimos dejando que ella fuera delante. Los muchachos hacían comentarios sarcásticos procurando que no los oyera.

Paula parecía enfadailla. Yo en cambio estaba muy excitada por ver cómo habían follado a Paula. Me respondía con monosílabos y se fue a acostar pronto esa noche. Yo me fui al poco rato, comencé a hacerle carantoñas, sentándome al lado de su cama. Al fín descubrí una sonrisita. No le debía haber desagradado tanto lo ocurrido.

-¡A ver cómo está este chocho escocido!.-

-¡Ay! ¡Déjame!.- Pero no puso resistencia a que mi mano acaricia su sexo. Metí mi mano entre sus piernas, aparté la tela de sus bragas e introduje el dedo en su rajita. Paula parecía agradecida, pero parecía cansada, así que como se había portado bien, la dejé en paz.

Luego hablamos de cosas, también de su novio Luis y me contó que antes de venir, después de hacer las paces, habían hecho un intercambio, y que un hombre la había follado mientras su novio se lo hacía a su esposa.

-¿Qué te excita más? ¿Lo que yo planeo o lo de Luis?.-

– Me gustas más tú. Me gusta sentirme sumisa e impotente. La verdad es que lo del intercambio fue especial por que para aceptarlo, Luis me amenazó con romper para siempre. Mientras ese hombre me hacía el amor, yo pensaba en el chantaje. Cuando anoche me hacía el amor el pastor, pensaba en cómo se habían peleado por mí.. Me excita mucho todo este morbo.-

-¿Sabes que te he prostituido?.-

-¿Cómo?.-

– Me han pagado 20 euros por ti.-

Al oír esto, noté como a Paula se le ponían los pelos de punta, introduje entonces mi mano dentro de sus bragas y la besé. Minutos más tarde, Paula se corría bajo los efectos de los masajes clitorianos que mi palma de la mano le proporcionaban. Entonces tomé una determinación y se la comuniqué a Paula.- Vas a ser mi puta. Mi puta lesbiana.-

Y dicho esto, quité la almohada de su cama y me puse de rodillas en su cama, con la cabeza suya debajo de mí. Le veía la frente, pero su boca estaba justo debajo de mi chocho. Atraje su cabeza contra mí y comencé a restregar mi sexo contra su tímida lengua y sus labios, hasta que me corrí.

A la mañana siguiente, después de desayunar, Joaquín vino un poco preocupado y me contó que sus amigos estaban enfadados. Habían mojado dos, pero faltaban dos, y él mismo. Yo había favorecido al “pecas” injustamente.

Sólo se me ocurría una solución, y es que Paula hiciera el amor con el resto. Joaquín me dijo que no hacía falta ir hasta el caserón. Uno de los chicos tenía la llave de una furgoneta que abandonada por su padre en una propiedad, la utilizaba como almacén y refugio. Sería suficiente.

-Bien Joaqui. El problema es el precio.- Llamé a Paula, que se puso colorada al estar tan cerca de Joaqui. La senté sobre mis piernas – Esta vez, como sois tres y vais a mojar seguro, el precio es de 15 euros.-

Al oír esto Paula, y la aprobación de Joaquín, mi hermana buscó mi boca casi temblorosa. Fue un beso tierno y profundo.

Volví a hacerme pasar por el fans secreto de mi tía Gloria. Llamé y después de decirle algunas cosas corteses y ardientes, le pregunté cuáles eran sus honorarios. ¡10 euros! Había conseguido reunir casi cinco euros por los servicios de Paula a la comunidad. Tenía mil y pico ahorradas aún de lo que me había llevado para el verano. ¡De dónde sacaría el resto!

Por la tarde, a la hora de la siesta, invité a Paula a dar un paseo. Ella ya conocía el destino y objetivo de la excursión. En la plaza nos esperaban los dos chicos que la tarde antes se habían quedado sin mojar y el propio Joaquín.

En cuanto salimos del pueblo, insistí a Paula en que debía de entregarme su sujetador, como el día anterior, y de nuevo, fue delante de nosotros, que observábamos ensimismados el balanceo de sus caderas y sus nalgas, tapados por los mismos deshilachados pantaloncitos vaqueros del día anterior.

Pararon los chicos para orinar. No pareció que le importara mucho que Paula y yo misma los viéramos. -¡Agitaos bien el pito!.- Le dije. Los chicos rieron pero comenzaron a sacudirse el pito. Entonces hice una seña a Paula. -Lámelos.-

Paula se agachó delante de Joaquín y metiendo entre sus labios la cabecita del pene del primo la contuvo dentro de su boca unos instantes. Al sacar su pene, tanto la cabecita como la largura del mismo habían crecido. Paula se encontró a los dos amigos de mi primo haciendo cola y les lamió los pitos a regañadientes.

Después ella misma se fue a mear. Se escondió detrás de un muro. La seguimos y la pillamos en plena faena, agachada y orinando. Los chicos se reían y ella no mirada ofendida y orgullosa.

Se puso de pié y me miró con cara de pocos amigos. Pero yo era más chula que ella.

Me acerqué y antes de que se subiera las bragas, mi mano estaba entre sus piernas. Tras tocarle el toto, tiré de las bragas hacia abajo y tras rebasar sus rodillas y los tobillos, ella misma ayudó a desprenderse de ellas y del pantalón vaquero.

Me guardé las bragas. Era más excitante verla mover el culo camino de la furgoneta, más aún sabiendo que no llevaba nada debajo.

Llegamos al fín ante una finca vallada y arbolada, con almendros, nogales y otros árboles que daban frutos secos. Era una finca amplia.

La vista se perdía del camino, así que ordené a Paula que se quitara la camiseta y sus pechos quedaron al descubierto, reflejando en su blancura el verdor de las hojas de los árboles. Los chicos se acercaban a ella y revoloteaban como moscas mientras nos acercábamos a la cada vez más nítida figura blanca de la furgoneta.

El hijo del dueño, Raul, un chico rubio, pecoso y delgado, abrió la puerta trasera de la furgoneta. Entramos en ella todos menos Paula, que tuvo que esperar a que tomáramos asiento en unos sacos rellenos de almendras que había alineados a ambos lados de la furgoneta.

Pusimos como colchón unos sacos rellenos de otros sacos vacíos, en medio de aquel cuchitril. Entonces entró Paula, que quedó en medio de nosotros, con aquellos pantaloncitos. Le ordené que se quitara el botón de arriba de los vaqueros, y luego que se fuera bajando la bragueta poco a poco.

Apareció primero su ombligo, y luego, poco a poco apareció el resto de su vientre, hasta adivinar en la profundidad su clítoris. Entonces avancé hacia ella y tiré de los pantaloncitos hacia abajo. Ella se deshizo de ellos ayudándose con los piés.

Agarré sus pechos y llevé mi boca hasta ellos, lamiéndolos con saña, mordiendolos con mis labios, hincando mis dedos en su blancura marfilesca.

Paula puso su mejilla sobre mi cabeza. Separé sus nalgas agarrándolas con fuerza con mis manos. Los chicos que estaban tras ella podían ver su culo abierto.

Le indiqué a Joaquín que me diera un trapo blanco que había cerca de él. Hice con él una venda, dando varias vueltas al trapo sobre su mismo y poniéndome a la espalda de Paula, le tapé los ojos, mientras su trasero se clavaba en mi pubis.

Luego cogí una cuerda que se utilizaba para atar los sacos y le tomé las manos atándolas en su espalda. Allí estaba Paula, desnuda, atada y con los ojos cerrados, sólo la vestía aquella venda y sus zapatos de deporte.

Colocamos un duro saco de almendras delante de ella y tomándola del cuello la obligamos a arrodillarse. Puse una manta enrollada para que le sirviera de almohada, pero la basta arpillera del saco se le clavaba en las rodillas y también en la parte de arriba de los pechos, cuando la obligamos a apoyarse en ella. Desde atrás, sus nalgas eran redondas y perfectas y veíamos su sexo desnudo, desprovisto de vello, profundo.

-Vamos a jugar de nuevo al sin bragas.- Le dije, guiñando un ojo a los chicos,- Pero tu no vas a saber quien te gana.- AL poco tiempo, cogí a uno de los chicos del brazo y lo llevé al muchacho hasta ella y el chico la agarró del culo.

Paula estaba desconcertada. Los otros acudieron al hacer un nuevo gesto. Seis manos se plantaron sobre el cuerpo desnudo de Paula, acariciando sin pudor, nalgas, pechos y su sexo. Ella aguantaba de rodillas y reclinada sobre el saco, intentando identificar el número de manos y sus propietarios.

-¡Hala! ¡A buscar las bragas!.- Los chicos abandonaron a Paula y no tardaron en encontrar sus bragas. EL que las encontró, Raúl iba a chillar, pero le indiqué que callara. Tomé las bragas y se las puse a Paula en la nariz. -Un chico ha encontrado esto. ¿las reconoces?.- Paula las olfateó. Y no tuvo más remedio que asentir, aunque dudo que su sexo huela muy distinto al mío. -¡Pues hala! ¡A follar!.-

El chico se bajó los pantalones y se colocó de rodillas entre los muslos de Paula, con su culo delante de él. Le amasó las nalgas y luego, se sacó el pene y dirigió su cabeza a la raja da Paula. No parecía saber lo que tenía que hacer, pues rozaba la cabecita contra el sexo de mi hermana, pero no se atrevía a meterla dentro.

Cogí el pene del chico y me dediqué a hacer de mamporrera, guiando el pene del chico hasta el interior del sexo de Paula. El resto fue ya cosa del muchacho, que se puso a empujar su cintura contra las nalgas de Paula. -¿No me tengo que poner preservativo?.- Me dijo el muchacho.

-No. ¿Sabes? Esta zorrita se toma anticonceptivos para que su novio y sus amigotes se la follen cuando volvamos a casa. Por eso no te tienes que poner preservativos.- Paula suspiró profundamente. El muchacho se emocionó y empujó y metió todo lo que le quedaba de golpe. Paula chilló.

El muchacho la cogió de la cintura y empezó a agitarse y a Paula con él. Se balanceaba por las embestidas del muchacho y con ella, sus tetas que colgaban hacia el suelo. El muchacho se movía casi furioso, de manera salvaje y como un autómata.

<no pude resistir la visión. Me acerqué a Paula y la empecé a morder la oreja y a acariciar su lomo de hembra encelada y luego pellizqué delicadamente sus pezones, para sentir entre mis dedos la excitación que sentía entre mis labios. De repente, Paula empezó a correrse, moviendo tan alocadamente como el machito que se la montaba. Se corrió al sentir el semen salpicar las paredes de su vagina, deslizarse viscosamente por ellas y colmarla de placer. Buscó mi boca y se entregó al aminorar sus convulsiones y espasmos orgásmicos a un apasionado ósculo.

Mientras besaba a Paula, hice un gesto al otro muchacho. Se acercó y repitió lo que Raul había hecho. Se bajó los vaqueros y se puso de rodillas detrás de Paula.

Se sacó el pene y lo colocó entre las piernas de Paula, que sintió como la intentaba insertar de nuevo. El vientre del chico rozaba sus nalgas y su ariete comenzaba a flanquear sus puertas entreabiertas. Paula parecía revelarse, pero yo mitigaba sus recelos con el ardor y la profundidad de un nuevo y continuado beso apasionado.

De nuevo mi hermana era presa de los embates del sexo. El chico la empujaba y sólo la fuerza que realizaba ella con las rodillas impedían que saliera por la otra parte del saco.Los movimientos tan salvajes como los del anterior amante provocaban que Paula chillara con gritos cortos y agudos, que se repetían cada vez que el chico la embestía.

El chaval se corrió, embistiéndola si puede ser con mayor fuerza. Paula no se corrió a pesar de haber recobrado la excitación. El muchacho descargó dentro de ella y al sacar su pene, el sexo de Paula rezumaba.

Le hice un gesto a Joaquín, quien se acercó remiso.

No comprendí por qué hasta que ví una mancha sospechosa a la altura de la bragueta. Yo también esta muy caliente y no iba a dejar a Paula así tampoco, así que yo misma me coloqué entre los muslos de Paula. Coloqué mi muslo entre sus piernas. Percibí la tela mojada del vaquero, empapada por sus flujos y los de sus amantes y la cogí de la cintura.

Metí la pierna debajo de su vientre. La rodilla se clavaba en su sexo, mi muslo se perdía entre sus nalgas, mi mano descendió hasta su clítoris y luego la profanó, como antes habían hecho los arietes de sendos muchachos.

A mí, el sentir la costura del vaquero incrustarse en mi raja, me hizo que me corriera, al ver que ella misma se estremecía de placer entre mis manos y se corría nuevamente.

Tras descansar, Paula se lavó echándose agua de una palangana que había a la vera de la furgoneta y luego le entregamos la ropa. Llegamos a casa y Paula se duchó y yo tras ella. Salimos y no quise someter a Paula a la humillación de estar con los cuatro chicos que se la habían tirado en menos de treinta y seis horas, por lo que paseamos juntas.

Podríais creer que Paula me guardaba rencor. No es cierto. Su voz conmigo, cada día que pasaba era más melosa y yo diría que en cierta forma me amaba, quizás de la misma forma que amaba a Luis, su novio. Cada vez que le ponía una prueba, ella me lo agradecía más, se me entregaba más.

Aquella noche, cuando la tía dormía, le hice una seña y le dije en silencio .- Vete al cuarto de Joaquín y acuéstate con él.- No estaba dispuesta a devolverle a ese mocoso sus 3 euros. Paula me obedeció y no regresó hasta una hora más tarde, y lo hizo con las bragas en la mano.

Mis padres aparecieron como era la costumbre, el día del patrón. Aparecieron muy temprano y me alegró mucho verlos, aunque eso significaba ya el final casi, de nuestra estancia en el pueblo. Paula pensaba igual que yo. Por el momento, nuestros encuentros y aventuras habían finalizado.

Tuvimos nuestra comida familiar y nuestra cena familiar y al llegar la noche, mis padres salieron y los acompañamos. Nos tropezamos con Joaquín, que estaba con los amigos, que nos miraban de reojo y luego se miraban y sonreían , quién sabe por qué.

A mi me quedaba una deuda pendiente con la tía Gloria, a la que había visto recogerse hacía un rato. Quiero decir que durante la siesta, había cogido algún dinerillo de la cartera de mi padre, que unido a otro cogido del monedero de mamá y a mi asignación y al que había recibido de los chicos por follar con mi hermana, hacían los diez euros con colmo.

Al ver pasar a la tita Gloria, me inventé la excusa de una necesidad fisiológica. Iba a casa a hacer popo.

Lo había preparado todo muy bien y había trasteado los baúles de la tita hasta dar con algunas prendas de caballero que me había probado y al comprobar que me quedaban regular, las puse en una bolsa escondida en el zaguán.

Vi desde la esquina de la calle como entraba la tita Gloria y cerraba la puerta. Me acerqué tras ella y abrí la puerta sigilosamente.

La puerta interior estaba cerrada también. Cogí la bolsa y con la puerta de la calle entreabierta me vestí con las varoniles prendas y salí a la calle, cerrando de nuevo la puerta

No pasaba nadie. Golpeé la puerta. La tita salió al oír golpear la puerta. Me metí rápidamente dentro El sombrero que llevaba impedía que mi cara apareciera nítida y llevaba el pelo metido por dentro de la blanca camisa.

Me tiré sobre mi tía como un amante impetuoso. Probé el carmín de sus boca. No la dejaba hablar. Cerré tras de mí la puerta de la calle.

Ella quería introducirme dentro de la casa pero yo luchaba apasionadamente por mantenerla en la oscuridad del zaguán. Mis manos recorrían nerviosas su cuerpo hasta que encontré los bordes de su camisón. Tiré de ellos hacia un lado y otro y los desgarré. Entonces sentí el calor de su cuerpo y la suavidad de su piel, la blanda piel de sus pechos.

Mi tía Gloria se me escapaba hacia el interior y me arrastraba hacia el recibidor. Cerré la luz para quedar en la penumbra, orientándonos ambas por la luz que nos daba la bombilla del patio.

Nos besamos. La tía me quiso quitar el sombrero, pero se lo impedí, le cogí las manos y se las mantuve en la espalda.

Su camisón desgarrado se deslizaba por su cuerpo. Mordía sus labios como queriéndoselos arrancar mientras la empujaba hacia el cuarto donde la había visto entregarse a aquel hombre que tan generosamente la había recompensado. La puerta se abrió y la tita fue a parar directamente a sentarse en la mesa camilla.

Le comí los pechos mientras seguía reteniendo sus manos. Eran unos pechos enormes y bandos, maternales, cuyos pezones crecían en mi boca de manera exagerada. Pensé en que “aquello sí que era una hembra”. Metí mi rodilla entre sus muslos y vencí sus reticencias y tras subirle a la cintura lo poco que le quedaba de camisón, le arranqué literalmente las bragas.

Todo parecía ir viento en popa. La tía Gloria no había pronunciado palabra, y por tanto no me la había hecho pronunciar a mí. Pensaba que la había engañado, pero cuando agachada, deslicé peligrosamente mi boca por la cara interior de sus muslos, La tita comenzó a soltar- ¡AY! …¡No!.. ¡Niña!.-

Al oír lo de “niña” me di cuenta que me había descubierto, que tal vez lo sabía desde el primer día que llamé por teléfono, o tal vez desde el día mismo que leyó la nota que dejé en el zaguán como de un secreto admirador. Yo no pensaba dejar a medias lo que había empezado. Mi lengua se estrelló contra su clítoris.

Mi bella hembra se echó ligeramente para atrás y abrió sus piernas. Tenía unos muslos robustos y duros. Los rodeé y me puse a lamerle todo el sexo mientras ella seguía con la cantinela -¡Ay! !Ay! ¡Niña! ¡No! –

Probé la sal de su sexo, el sabor de sus flujos, la suavidad de sus labios mientras me llamaba por mi nombre.- ¡Julia! ¡Ay! ¡Julia! ¡No!.-

Me puse de pié. La miré a la cara y agarré su pelo fuerte, azabache. Agarré su nuca con mi mano y mientras, la otra mano, decididamente y sin mayores contemplaciones, separaron los labios de su sexo y sin prisa pero sin pausa se introdujo en su vagina húmeda.

Lo moví haciéndome una idea de su interior, de sus dimensiones, de su humedad y no tardé en introducir el anular, que le hacía compañía al solitario corazón.

La obligué a estrecharla contra mi cuerpo y comencé a agitar mis dedos dentro de su sexo mientras la Tita Gloria comenzaba a moverse lentamente, a volver a decir de nuevo las memeces y no paró hasta que sus suaves y rítmicos movimientos de cadera se convirtieron en el fuerte balanceo de una barca sobre un mar tormentoso y sus palabras dieron lugar a un montón de frases cortadas sin sentido y luego a unos gemidos que proclamaban su orgasmo y mi victoria.

La dejé allí, follada, sobre la mesa. La besé en su boca entreabierta, que me recibía deseosa, y me retiré tan furtivamente como había entrado, con mis bragas húmedas, el pulso acelerado.

Al llegar a la mesa del bar en que estaban mis padres, mi madre me preguntó si había corrido.

Al cabo de un rato, volvimos todos a casa.

La tita dormía. Nos recogimos y nos fuimos a dormir. Era una noche clara. Las estrellas aparecían en el cielo desde la ventana abierta, como diminutos diamantes. Paula dormía. La puerta de mi tía estaba abierta. Mis dedos olían a la sal de su sexo.

Me levanté a hacer pis, pero fui un poco más allá.

Me metí en el cuarto de mi tía y cerré la puerta tras de mí. Mi tía despertó y tras vencer la primera impresión se quedó mirándome.

Me quité el camisón y me acosté con ella, que me recibía con las sábanas levantadas.

Mi boca la volvieron a recorrer y mis dedos volvieron a hundirse en la profundidad de su sexo, para que desde este día, y hasta que nos volviéramos a ver tuviera un recuerdo mío con que masturbarse todas las noches.

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