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El golfo I

Serie: El golfo

El golfo I

Me llamo Sonia y lo cierto es que nunca me ha gustado el novio de mi hija, y aún menos los dos amigotes que siempre le acompañan.

Al principio pensé que este rechazo era debido a que tuve que marcharme de mi pueblo de joven, por haberme quedado embarazada de forma deshonrosa, y no tener un padre que se hiciera cargo de la que hoy es mi única hija.

Por suerte tenia una excelente cultura y pude colocarme en un trabajo honrado; que, a mis treinta y pocos años, me ha permitido dar a mi hija una buena educación.

Silvia, mi pequeña, no ha cumplido todavía los diecisiete, pero ya tiene un cuerpo de mujer, como yo a su edad; con unos firmes pechos que amenazan con llegar a ser pronto tan grandes como los míos, que son realmente enormes.

Ella dice que ama con locura a Raúl, un caradura de nuestro piso, de unos dieciocho años, y que él le corresponde.

No tengo que prevenirla respecto al sexo, pues los jóvenes de hoy saben sobre el tema mucho mas que yo, pero me temía que solo la quisiera para eso, y que mi niña sufriera su primer desengaño amoroso.

Ella sabe que yo no he conocido mas hombre que el que me dejo embarazada; y que, debido a mi trabajo, y al cuidado de la casa, no salgo casi nunca.

Y ahora intenta que salga con ella, con su novio, y con sus dos inseparables amigos.

Al principio no quería ir con ella por no coartar su libertad; pero, después de algún tiempo, el motivo para no acompañarles era que empezaba a ver demasiadas miradas de deseo en las caras de los amigos de Raúl, e incluso en la suya algunas veces, cuando ciertas poses o prendas de ropa ceñían la ropa a mi cuerpo.

Siempre he sido bastante delgadita; y, como destacan tanto mis grandes pechos, procuro usar ropas que me hagan pasar desapercibida.

Pero Silvia no me deja, he insiste en hacerme vestir con ropas demasiado modernas, y bastante provocativas, cuando salgo con ella; para parecer mas joven de lo que en verdad soy.

Aunque yo, en verdad les digo, en cuanto siento como me desnudan las sucias miradas de algunos hombres, me siento incomoda y procuro volver a casa lo antes posible; donde, hasta hace poco, me creía a salvo de ellos.

Eso cambio cuando empece a salir con mi hija, pues pronto me tuve que acostumbrar a tenerlos, a todos, en casa, a cualquier hora, y durante el tiempo que les apetecía.

Creía que venían, sobre todo Raúl, por mi hija, pero pronto me di cuenta que me prestaban mucha mas atención a mi que a ella. Sobre todo porque en casa suelo vestir con ropas mucho mas ligeras, y sin la odiosa opresión del sujetador, dejando que mis pesados senos se muevan en total libertad.

Y ellos siempre estaban pendientes de mi…con mas o menos disimulo, para ver algún vislumbre de mis pechos por cualquier abertura de mi ropa en cuanto me descuidaba un poco.

Como nunca he usado llave dentro de mi casa, tarde bastante tiempo en darme cuenta de que ellos utilizaban las cerraduras para espiarnos mientras nos cambiábamos de ropa.

El día que por fin me di cuenta de lo que pasaba me sentí muy ofendida y, aunque mi hija se lo tomo a broma, la convencí para que las selláramos.

Desde ese día utilizaron métodos mas directos para poder disfrutar de nosotras.

Un día vi, por la puerta entreabierta de su dormitorio, como Silvia se probaba un ajustado top, que le había regalado Raúl, delante de este y sus dos amigos; enseñándoles al mismo tiempo a todos los presentes sus bonitos pechos, que Raúl no dudo en toquetear durante toda la exhibición, mientras hacia comentarios soeces a costa suya.

Cuando mas tarde se lo comente, una vez solas, me dijo que ella hacia top-les en verano, y que no tenia la mas mínima importancia que los amigos de su novio la vieran desnuda en el interior de su casa o en alguna playa.

Como siempre la he mimado mucho, intente verlo a su manera, pero me era muy difícil entender su postura.

Me imagino que se lo contó a su novio, pues Raúl me lo puso aun peor, ya que empezó a darle besos y caricias, cada vez mas intimas, delante mía y de sus amigos; llegando al extremo de dejar a Silvia, alguna que otra vez, con los dos pechos al aire, mientras se revolcaban en el sofá viendo alguna película de vídeo. A mi no me parecía correcto que enseñara tantas cosas a este, y sus amigos, pero lo tenia que aceptar.

Por desgracia tengo el sueño muy pesado y tuvo que ser mi hija la que me avisara de que los dos amigos de Raúl llevaban un tiempo divirtiéndose a costa mía, y de mi cuerpo, mientras dormía la siesta.

Aunque no me lo dijo claramente, me di cuenta de que si me lo decía ahora era porque Raúl estaba comenzando a interesarse demasiado por querer participar en esos pícaros juegos, y ella empezaba a sentir ciertos celos de mi.

Asi que me hizo prometer solemnemente que no haría nada en contra de ellos averiguara lo que averiguase, y yo procure quedarme despierta aquella tarde para ver en que consistían realmente sus diversiones.

Cuando llevaba ya un buen rato haciéndome la dormida note como entraban todos ellos, con gran sigilo, en mi dormitorio; y, quitándome la sabana, empezaban a acariciar mis pechos con mucho cuidado. En el momento en que se convencieron de que estaba realmente dormida fue cuando empezaron a manosearme de verdad, bajándome las tirantes del camisón, para poder ver bien lo que tocaban.

Así, mientras unos me sobaban los senos, hasta conseguir que se me hincharan los pezones, otro me aparto un poco las bragas, lo suficiente para que todos pudieran ver bien mi vagina. Tuve que morderme la lengua para no gritar cuando, entre risitas, uno de ellos deslizo un dedo por mi húmeda intimidad.

Hice un gran esfuerzo para no delatarme durante todo el rato que estuvieron acariciándome, sobre todo cuando empezaron a darme pequeños besos y mordisquitos en las tetas, pues las tengo la mar de sensibles. Tanto es asi que llegue a disfrutar de verdad cuando uno de ellos empezó a chupar delicadamente mis pezones, hasta que se pusieron duros como piedras.

Creo que fue por eso por lo que no arme el escándalo cuando se fueron, porque realmente me gusto lo que me hicieron.

Aunque procure ocultárselo a mi celosa hijita.

Y, desde luego, tuve que dejar de dormir la siesta; pues, aunque mi conciencia se rebelara ante sus sucios actos, mi cuerpo me decía que estaba jugando con fuego… y que me podía quemar.

Pues aun soy bastante joven y esa experiencia me recordó, demasiado bien, los placeres de la carne, que ya creía tener superados desde hacia muchos años.

Me sorprendí a mi misma saliendo con ellos mas a menudo y arreglándome mas de la cuenta cuando lo hacia, poniéndome ropas que antes siempre había rechazado por ser demasiado atrevidas para mi.

En casa era todavía peor pues me empezaba a gustar que me prestaran tanta atención y, muchas veces, me dejaba suelto un botón o me agachaba a destiempo para ver como reaccionaban los chicos.

Estaba tan absorta provocándolos que no me fije en que mi hijita estaba cogiendo muchos celos de mi, al ver como su novio me prestaba mas atención a mi que a ella. Pienso que ese fue el motivo de que empezara a traicionarme.

Al principio solo fueron unas pequeñas tonterías; que, si ella no me las hubiera contado al cabo de algún tiempo, ni siquiera me habría enterado de que habían ocurrido.

Pero supongo que fueron el inicio de todo lo que nos sucedió a continuación, y que nos ha llevado hasta donde estamos ahora.

Un día, para hacer una gracia delante de ellos, se le ocurrió levantarme con mucho disimulo el vestido, mientras yo fregaba los platos, para que todos vieran mi culo desnudo; pues ella sabia que, por culpa de una mancha, en ese momento no llevaba puestas las bragas.

Yo ni me entere, pero a ellos les hizo mucha gracia la cosa; y Silvia vio, en esas pequeñas travesuras, la forma de volver a ganarse a su enamorado.

Así, mientras me duchaba, solía entrar con cualquier excusa, para separar un poco la cortina del baño; lo justo para que ellos, desde la puerta, pudieran ver mi cuerpo desnudo.

Con el tiempo se convirtió en toda una costumbre el que Silvia entrara en mi dormitorio justo cuando me estaba cambiando de ropa; y, dejando la puerta encajada, me daba conversación para distraerme, mientras ellos contemplaban embelesados mis striptease privados desde el otro lado.

Solo una vez me di cuenta de que pasaba algo raro. Fue el día que, en la corsetería, mi hija me hizo probar un montón de bodys y sujetadores, de cara a las ya cercanas fiestas del barrio.

Cuando llevaba un rato viendo que mi hija se equivocaba una y otra vez con las tallas, haciéndome probar un montón de prendas que me venían siempre pequeñas, me gire para reñirle.

Y vi, por la cortina entreabierta, como me miraban embobados sus amigos.

Sobre todo Raúl, que tenia una sonrisa de oreja a oreja, mientras clavaba su turbia mirada en mis pechos. Estaba tan cortada que no hacerte a reaccionar, ni siquiera cuando me di cuenta de que era Silvia la que, a propósito, me estaba exhibiendo delante de todos ellos. No se si lo hice por ver en que acababa la cosa, o por el sucio deseo que se veía en sus ojos, pero el caso es que seguí probándome la ropa que me traía Silvia.

Aun sabiendo que ellos sabían que yo lo sabia; o, quizás, por ese mismo motivo.

El caso es que mi hija, al ver que a mi me daba lo mismo, dejaba cada vez mas abierta la cortina, y yo me sentía cada vez mas audaz; hasta el punto que apenas dude en quedarme completamente desnuda durante algún tiempo, para probarme unos bodys de cuerpo entero.

Aun sabiendo que no solo eran ellos los que me veían, sino que casi todos los hombres de la tienda estaban ya pendientes de mi cuerpo serrano.

Cuando fui a pagar las compras el dependiente, con una gran sonrisa, me hizo un descuento exagerado; y, guiñándome un ojo, me dijo que volviera cuando quisiera.

Salí de allí roja como un tomate, y pase los días siguientes dándome duchas de agua fría, para calmar la creciente ansiedad, que crecía dentro de mi.

Una noche, durante las fiestas del barrio, mi hija me hizo poner un vestido veraniego muy cortito, con la espalda totalmente descubierta, que me obligaba a ir sin ningún tipo de sujetador.

A mi no me hacia gracia que mis abultados senos quedaran tan expuestos, sobre todo los gruesos pezones; que, al endurecerse, se marcaban claramente en la tela.

Pero Silvia insistió tanto que al final tuve que ceder. Nada mas salir sus amigos se me pegaron como lapas; y, aquella noche, fue cuando realmente empezaron a abusar de mi.

Al principio, en las atracciones, fueron solo pequeños apretones indecisos.

Pero, cuando se dieron cuenta de que no me quejaba nunca, por no herir a mi hija, se envalentonaron.

Así que empezaron a ir a aquellas atracciones en las que, amparados en la oscuridad, podían sobar mis soberbios pechos a gusto, por dentro y por fuera del vestido. Incluso hubo uno que metió su mano dentro de mis bragas, para intentar llegar a mi intimidad, aunque conseguí cerrar mis piernas antes de que metiera sus dedos donde no debía.

Con tanto roce, y la gran cantidad de alcohol que bebimos todos, por culpa suya, y que no soporto muy bien, cuando llego la hora del baile estaba en un estado de euforia sexual, como hacia años que no tenia.

Así que baile con todos, varias veces, notando como sus cuerpos se restregaban contra el mío, cobijados en la multitud, sin que me importara demasiado sentir sus duros miembros clavándose en mi cuerpo.

Al volver a casa se turnaron en llevarme; pues, aunque podía andar sola, era la excusa perfecta para que me fueran acariciando por las calles desiertas, jugando a ver quien me ponía los pezones mas duros, dando pequeños pellizcos y apretones. Cuando llegamos al portal aproveche para ponerme bien las bragas, puesto que uno de ellos me las había bajado, hacia ya un buen rato, para poder manosear mi trasero a gusto.

No me di cuenta de que uno de ellos estaba trasteando en los botones del ascensor, hasta que este se detuvo y se apagaron las luces; ni siquiera tuve tiempo de sentir miedo, pues enseguida se me echaron dos de ellos encima, y empezaron a violarme.

No podía gritar, ya que alguien me estaba devorando la boca a besos, chupando, y mordiendo, mis labios y mi lengua, con un ansia imparable; mientras me estrujaba, salvajemente, los pechos, por encima del vestido; retorciéndome, dolorosamente, ambos pezones.

El otro, al mismo tiempo, me había roto las bragas; y, situado entre mis piernas abiertas, me daba unos fuertes, y rápidos, lametones por toda la raja. Me pellizcaba con una mano el clítoris, mientras metía dos de sus dedos por mi entrada posterior; pues se dio cuenta, enseguida, de que uno solo entraba demasiado bien.

Pensé que era culpa mía lo que me estaba pasando, por haberles dejado ir tan lejos conmigo, así que deje de resistirme y procure disfrutar de la situación; sobre todo porque estaba oyendo los gemidos de placer de mi hija, cerca de mi, y me dije que tenia el mismo derecho que ella a disfrutar de mi primera violación.

Cuando vieron que dejaba de resistirme, y que empezaba a cooperar, me hicieron agachar la cabeza, hasta sentir un miembro, junto a mis labios, exigiendo entrar; aunque hacia muchos años que no lo hacia, hay cosas que no se olvidan, y pude darle, al afortunado, una lección inolvidable; mientras me apretaba los pechos sin piedad.

Menos mal que tenia toda la boca ocupada, porque, cuando el otro entro dentro de mi, con su enorme miembro, empece a dar auténticos gritos de placer; que no cesaron ni tan siquiera cuando me inundaron la boca de semen, y que me hizo pensar que me ahogaría antes de poder tragarlo todo.

Cuando el otro llego, poco después, ya había terminado de limpiarle, con la lengua, el miembro, al que estaba delante mío; y, sujetándome por la cabeza, me hicieron repetir la operación con el que me había hecho llegar, por primera vez en mas de quince años, al orgasmo.

Por eso no me importo chuparle, a conciencia, su gran pene; hasta conseguir, no solo que quedara limpio, sino que volviera a levantársele, con ganas de continuar.

Apenas tuve tiempo de levantarme del suelo antes de que volvieran a poner en marcha el ascensor.

La luz me sorprendió a medio vestir, mostrándoles a todos mi apetecible cuerpo desnudo.

Como no sabia donde mirar me fije en mi hija, que lloraba silenciosamente con sus bragas, también rotas, en la mano.

No sabia que pensar, pues la había oído gemir, de placer, hasta hacia bien poco; y no sabia porque lloraba. Pero no tuve tiempo de preguntárselo, pues enseguida nos hicieron abrir la puerta del piso.

Le pregunte a Raúl si no tenían bastante con lo que habían hecho; y este, entre carcajadas, nos dijo que ahora empezaba lo bueno, y que hacia tiempo que esperaba este momento.

Capitulo 2:

Nada mas entrar en la casa nos obligo a Silvia y a mi a que los desnudáramos a todos. Haciendo que nos desnudáramos después la una a la otra, lentamente, quitándonos las prendas de una en una, hasta acabar tan desnudas como ellos.

En cuanto estuvimos en cueros empezaron a toquetearnos todos, mientras comparaban nuestros cuerpos entre bromas de mal gusto. Después hicieron que mi Silvia se tumbara en la cama, boca arriba, bien abierta de piernas; mientras yo, de rodillas, junto a ella, tenia que darle el pecho, como si fuera una niña pequeña.

Ellos se burlaban de nosotras, mientras tanto, sin dejar de acariciarnos, e incluso pellizcarnos, por todo el cuerpo.

Fue entonces cuando Raúl les dijo, a sus dos fieles amigos, que el que no se hubiera acostado con la zorrita, que aprovechara ese momento.

Y uno de ellos se apresuro a situarse entre las piernas de mi niña.

En ese momento supe por que lloraba ella en el ascensor, porque el que la había hecho suya no había sido Raúl, sino uno de sus amigos, con el permiso de este.

El fogoso muchacho que estaba poseyendo a mi hija ahora lo hacia con una furia bestial, por lo que la pobrecilla mas que chupar mi duro pezón lo mordía, para no gritar, haciéndome sufrir horrores a mi.

No tuve tiempo para pensar en nada mas, pues Raúl se arrodillo frente a mi y, cogiendo mi cabeza con sus manos, me exigió que le chupara su grueso falo.

En cuanto tuve el grueso aparato en la boca supe que había sido él quien me había poseído un rato antes en el ascensor.

No le di mayor importancia, pues el otro chico ya estaba metiendo su largo instrumento dentro de mi, y se movía tan bien, que me corrí casi enseguida.

Aunque habría disfrutado mucho mas del acto si Raúl no hubiera estado todo el rato apretando, y pellizcando, mis pechos, y los de mi pequeña Silvia, sin piedad.

Primero llego el chico que estaba cabalgando sobre mi hija; y, casi al momento, el que me había hecho llegar al cielo un par de veces.

Raúl, sin haberse corrido, dijo que me tocaba a mi chupar, y que él tenia que comprobar algo; así que, sin dejarme mover, hicieron que Silvia se abriera de piernas frente a mi, para que yo pudiera lamer, bien a fondo, su intimidad. El sexo entre mujeres es una cosa que yo no había hecho jamas; pero, que tratándose de mi hija, procure hacer lo mejor posible, para que disfrutara al máximo.

Y creo que lo logre, pues los suaves gemidos que emitía mientras exploraba con mi lengua sus pétalos de rosa fueron mucho mas fuertes que cuando había hecho el amor con los otros chicos.

Estaba tan ocupada chupando y lamiendo la dulce gruta de Silvia que, cuando me di cuenta de que Raúl intentaba entrar por detrás, en mi ano, ya no lo pude evitar.

Ahogue mis gritos de dolor entre las piernas de mi hija mientras el miembro de Raúl entraba, poco a poco, hasta el fondo.

Por suerte, cuando llego al final del pasadizo, el dolor se me hizo mas llevadero; y pronto pude volver a sentir un turbio placer que ya creía olvidado.

Raúl, al ver como yo movía las caderas, meneándolas hábilmente para sentir el máximo placer, se hecho a reír, y les dijo a sus amigos que ya sabia él que una zorra de mi calibre no podía ser virgen por ningún agujero.

Solo uno de los dos chicos le hizo caso, el que me estaba ordeñando las tetas penduleantes, de un modo bastante suave para variar; mientras observaba con gran atención, con qué frenesí conseguía que mi pequeña Silvia alcanzara el orgasmo una y otra vez.

El otro estaba muy ocupado, puesto de rodillas sobre la cama, haciendo que mi querida hija le demostrará que sabia chupar y lamer cualquier aparato, casi tan bien como yo; pues había practicado con el golfo de su novio bastante más de lo que yo podía sospechar.

Cuando los dos chicos llegaron, dentro de nosotras, como ya me temía, Raúl hizo que me tumbara de espaldas sobre la cama, bien abierta de piernas, con Silvia echada sobre mi, hasta aplastar sus senos sobre los míos, y que nos demostráramos mutuamente nuestro amor, besándonos apasionadamente en la boca.

Ellos nos ayudaban a su manera, acariciándonos brutalmente a ambas, sin descanso.

Mientras, el chico que estaba todavía en forma, se introducía, alternativamente, por nuestros dos dilatados agujeritos, llenándonos con su largo miembro.

Mi hija besa realmente de maravilla, con una lengua dulce y juguetona que sabe hacer diabluras con otra boca; así que me deje llevar al orgasmo, una y otra vez, mientras los otros chicos jugaban con nuestros cuerpos, torturando nuestros preciosos pechos desnudos todo el tiempo; dedicando una especial atención a nuestros sufridos pezones, los cuales estaban ya enrojecidos de tanto suplicio.

El joven que nos estaba poseyendo pidió permiso a Raúl para penetrar, también, por detrás a mi pequeña; pero este se lo denegó, alegando que era lo único virgen que quedaba en ese dormitorio, y que lo quería para él.

El chico llego dentro de mi, poco después, con tan poca intensidad que ni lo note.

Así que tuvo que ser Raúl el que nos separara. Lo hizo entre bromas y comentarios de mal gusto, porque seguíamos abrazadas las dos, besándonos con autentica pasión.

Y es que ambas habíamos descubierto, con sorpresa, lo bien que sabíamos besar, enseñándonos la una a la otra trucos increíbles con los labios y la lengua.

El sátiro de Raúl, riendo, nos hizo hacer un sesenta y nueve a las dos, para que nos limpiáramos nuestras intimidades la una a la otra, bien a fondo y a conciencia.

Como yo ya lo había hecho antes, tenia práctica, y enseguida note como sus gemidos se hacían mucho mas fuertes; pero ella es muy espabilada y aprendió enseguida como debía usar su boca para darme placer, y pronto le hice eco a sus gemidos con los míos.

Raúl no quiso desaprovechar la oportunidad que le brindaba el precioso culo en pompa de mi pequeña; y, poniéndose de rodillas sobre mi cabeza, empezó a introducir su enorme miembro en el trasero de mi hija.

La pobrecilla se movía como una serpiente, intentando escapar de su violenta intromisión, pero la tenían bien sujeta entre los tres y solo conseguía que se le fuera metiendo el ariete cada vez mas adentro.

Para ayudarla incremente el ritmo de mis lamidas, para que el placer suavizara el dolor; y, poco a poco, empezó a disfrutar ella también de la nueva experiencia, moviendo las caderas cada vez con mas velocidad.

Los otros chicos nos ayudaron a su manera; y así, mientras uno nos chupaba las tetas, el otro consiguió meter sus dos largos dedos dentro de mi entrada posterior, haciéndome gritar de placer, a coro con mi hijita.

Quedamos los cinco extenuados, tendidos sobre la cama de matrimonio de cualquier manera. Raúl, me pidió que les contara cómo, y donde, había perdido todas mis virginidades; y a manos de quienes.

Yo nunca se lo había contado a nadie, ni siquiera a mi querida hija, pero pensé que ese era un momento tan bueno como cualquier otro.

Sobre todo si teníamos en cuenta que mi pobre tío Juan, el culpable de todo, había muerto hacía un par de años; y que ni la granja ni la vieja casa del pueblo eran ya nuestras.

Fue mi madre la que le pidió a mi tío Juan, su hermano menor, que regresara al pueblo, para ayudarnos a llevar la granja, cuando yo tenia unos trece años.

Mi pobre padre estaba ya por entonces muy enfermo, y tenia que estar siempre en la cama, hasta que murió, tan solo unos años después.

Yo estaba casi todo el día en el colegio de las monjas, y mi madre no podía llevarlo todo a la vez.

Mi tío era todo un hombretón, muy grande y fuerte, y bastante guapo si no recuerdo mal; además era mucho más joven que mi padre, pues en esa época aún no había cumplido ni los cuarenta.

Y si permanecía todavía soltero a su edad era por la mala fama que tenia entre las mujeres del pueblo.

Con los años me enteré que había tenido algunas novias, pero todas le dejaron al ver por dónde iban sus depravadas inclinaciones sexuales, apartándose enseguida de él.

Mi madre solo me hablo una vez del sexo entre las personas, el día que me vino el primer periodo, y me contó, muy brevemente, como nacían los niños.

En el colegio era todavía peor, pues las viejas monjas que daban las clases rehuían sistemáticamente cualquier pregunta sobre el sórdido tema; y, aunque mis amigas me sacaron de algunas dudas, el sexo era algo que, no solo desconocía, sino que tampoco me importaba.

Dado que yo era aun muy niña los chicos no me interesaban demasiado; y, como mi madre me hacía poner siempre ropas muy holgadas para disimular mis llamativas formas, y nunca he sido demasiado guapa en realidad, yo tampoco les interesaba a ellos.

Por lo que, prácticamente, no tenia casi amigos de mi edad.

Yo era hija única y me encantaba que mi tío demostrara tanto interés por mi; siempre me traía pequeños regalos y me hacía reír con sus bromas, y sus cosquillas.

En presencia de mi madre procuraba guardar las formas, pues sabía que no le gustaba que me tomara tantas confianzas; pero, en cuanto nos quedábamos solos, corría a sentarme sobre sus fuertes piernas, para que me contara historias, y me hiciera reír con sus hábiles manos.

A veces, sobre todo cuando le había dado ya muchos besos y abrazos, notaba que sus cosquillas se hacían más torpes; y, en vez de hacerme reír, sus largos dedos me tocaban en aquellos sitios que las monjas no querían ni nombrarnos.

A mi, lejos de molestarme, me gustaban esos suaves toqueteos a través del vestido.

También era cuando mejor notaba el, por el momento, desconocido, bulto que se le formaba en el pantalón; y que era verdaderamente enorme.

Yo nunca había visto un hombre desnudo, pero me imaginaba, mas o menos, como seria; pues había visto a algunos animales haciendo el amor; y, supuse, que el gran objeto, que se apoyaba firmemente en mi acogedor trasero, seria bastante parecido.

Lo cierto es que, por el contrario, mi tío era el único hombre que me había visto desnuda, sin contar a mi padre, y parecía solazarse en ello.

Por aquel entonces nos lavábamos todos en una gran tinaja que había en el patio trasero.

Pues bien, rara era la vez que cuando me lavaba el cuerpo no asomaba mi tío por allí, de forma mas o menos disimulada, para contemplar mi cuerpecito desnudo, al que yo no daba la importancia que debía, pues no sabia que interés podía tener el ver mi pequeño bosquecillo o mis pálidas colinas.

Una tarde llegue llorando a mi casa, desde el colegio; y, al ver que no estaba mi madre, fui a contarle a mi tío lo que me había pasado.

Me senté en sus rodillas y, mientras me abrazaba tiernamente, le conté que esa tarde, durante la clase de costura, mientras las monjas nos tomaban medidas del cuerpo, las otras niñas se habían estado burlando de mis enormes pechos, que veían prácticamente desnudos por primera vez; pues eran los mas voluminosos, con diferencia, de todo mi curso. Hasta que terminaron las clases estuvieron diciendo que yo era una vaquita, y bromeaban a mi costa diciendo que a la salida me iban a ordeñar.

Yo me marche del colegio llorando, mientras corría a toda velocidad para que no me alcanzaran las demás niñas.

Cuando termine de contarle lo sucedido, mi tío me dijo que lo que les pasaba a mis compañeras era que me tenían envidia; y cuando yo le dije que no entendía el porque, él me dijo que me lo iba a demostrar.

Me hizo desabrochar el vestido y quitarme el aparatoso corsé, que había sido de mi madre hasta hacia poco, para dejar mis magníficos pechos al aire.

Después de mirarlos de cerca un buen rato, cogió una teta con cada mano y comenzó a acariciarlas, suavemente, hasta que se me endurecieron los pitones.

Yo no entendía muy bien lo que me estaba pasando, pero aquello me gustaba horrores; y, cuando empezó a darles pequeños besos, chupando glotonamente los gruesos pezones, pense que me moría de placer. No se como habría terminado todo si, en ese momento, no hubiéramos oído como regresaba mi madre de la compra.

Mientras mi tío me hacia vestir, a toda prisa, me dijo que ese era el motivo de la envidia de ellas, el que al tener bastante mas pecho que ellas sentiría siempre mucho mas placer cuando me los acariciaran y besaran; pero me hizo prometer que no se lo diría a nadie, pues era un secreto de la gente mayor, y yo era aun muy joven para saberlo. Esa noche dormí muy mal pensando, no solo en lo que había aprendido esa tarde, sino en cuantos secretos mas debían de tener los adultos; y me propuse averiguar algunos mas, tan agradables como el que ya sabia, para darles una lección a mis amigas.

El problema es que mi querido tío estaba casi siempre en el corral, fuera del pueblo, cuidando de los animales, por los cuales sentía un enorme afecto; demasiado, como oía murmurar, algunas veces, a mi madre. Por eso eran muy raras las veces en que podía hablar en casa, a solas, con él.

Así que intente aprovecharlas al máximo cuando estas se me presentaron.

Una de esas ocasiones, mientras jugaba sobre sus rodillas, me arme de valor y le pedí que me enseñara lo que diferenciaba a los chicos de las chicas. Él, después de dudarlo un poco, me pregunto las pocas cosas que yo sabia al respecto.

Cuando se percato de lo escasos que eran mis conocimientos sobre el tema me hizo desnudar, completamente, delante de un gran espejo; y, mientras me tocaba los diferentes sitios, me iba explicando para que servían. Me encanto, sobre todo, sentir sus ágiles dedos en mi intimidad, mientras me aclaraba como era posible que salieran de hay dentro los niños.

Después, por fin, se desnudo él, y pude ver su gran aparato al natural; yo no creía posible que una cosa tan enorme pudiera entrar por un agujero tan pequeño, pero él me aseguro que, en cuestión de sexo, todo era posible.

Me dejo que lo tocara, con cuidado, y pase un rato muy agradable; recorriendo, centímetro a centímetro, esa inmensa barra de carne.

Poco después me enseño como debía mover mis pequeñas manos para extraer el liquido de la vida, como él lo llamaba eufóricamente.

Yo estaba realmente ilusionada con el posible descubrimiento y puse mucho cuidado en mis manejos. Luego, al ver que no pasaba nada, mi tío me pidió que le diera algunos besos en el extremo, para acelerar el proceso.

Aunque me costo un poco meter tanta carne en mi pequeña boquita, cuando lo logre, disfrute muchísimo de un sabor tan nuevo y original.

Me sentí un poco decepcionada cuando, al cabo de un buen rato, mi tío me obligo a apartar la cabeza, pues estaba muy a gusto; pero me sorprendí horrores cuando, nada mas hacerlo, salieron unos grandes chorros de leche blanca de dentro del aparato, llenándome toda la cara y las manos. Para sorpresa de mi tío procure no dejar ni una sola gota de tan sabroso producto y trate de limpiar, con mi lengua, todo lo que había manado de tan curiosa fuente.

Fueron varias las tardes en que, puesta de rodillas, delante de mi tío, conseguí extraer todo el liquido de la gran fruta prohibida; llegando a tener una gran habilidad para tragármelo todo, sin que se escapara ni una gota mientras él llenaba, entre ruidosos suspiros, mi boca, con el sabroso postre que tanto me gustaba.

A cambio el procuraba hacerme gozar siempre que tenia ocasión, introduciendo sus gruesos dedos por mi acogedora cueva siempre que podía. Pero eran mis pechos los que mas disfrutaban, recibiendo apasionados besos y caricias en cuanto tenia la mas mínima oportunidad de aflojar mi ropa y liberarlos del corsé.

Por mi santo mi tío me regalo un precioso vestido, muy ligero, pues estábamos a finales de primera, y que me ceñía mas de lo que era de desear.

Digo esto porque el día que lo estrene mis compañeras del colegio vieron claramente la pujanza de mis grandes pechos, y se acordaron de cuando nos midieron, y de la promesa de ordeñarme.

Así que, durante el recreo, un puñado de desalmadas me arrincono en el baño y, soltándome los botones, me despojaron del corsé.

Luego me hicieron poner a cuatro patas y, con bastante mala idea, me estrujaron los pechos, como si fuera una vaca, tironeando de mis pezones sin ninguna piedad. Al final, mientras me vestía, me obligaron a guardar silencio, si no quería volver a sufrir de nuevo.

Por eso me alegro mucho que al llegar el verano, cuando acabaron las clases, mi madre me ordenara que fuera a la granja a ayudar a mi tío con los animales. Sin saberlo me estaba dando una oportunidad de oro para que disfrutara al máximo con mi tío.

El primer día, cuando íbamos por un atajo, antes de llegar, me pidió que cambiara mi ropa por una camisa vieja suya, muy grande, a la que había quitado las mangas, por lo que mis pechos asomaban por su generoso escote y por sus aberturas laterales.

Me vi muy graciosa con mi nuevo uniforme de trabajo, que me llegaba hasta las rodillas, pero no me hizo mucha que me obligara a quitarme hasta las braguitas, pues me sentía muy expuesta con tan poca ropa encima.

Como estábamos los dos solos, perdidos en medio del campo, pensé que él tendría sus motivos y no le di mas importancia.

Yo no iba por el corral desde que era muy pequeña y, aunque me gustaban mucho los animales, me di un buen susto cuando se nos echaron encima los tres enormes perrazos que estaba criando mi tío, para que protegieran el lugar en su ausencia.

Mi tío, cojiendome por los hombros, me ordeno que no me moviera lo mas mínimo, para que los perros me olfatearan bien, y no se olvidaran nunca de mi olor. Me quede lo mas quieta que pude mientras me olían desde los pies hasta mas allá del ombligo, lamiéndolo todo a su paso.

Cuando mi tío me vio mas tranquila, aunque tenia sus tres cabezas bajo la larga camisa, me obligo a separar mucho mas las piernas, fue entonces cuando ellos se dedicaron, exclusivamente, a mis zonas mas femeninas.

Nunca podré olvidar aquella maravillosa sensación, al sentir sus ásperas lenguas invadiendo mis partes mas intimas, saboreando mis castos orificios.

Mi tío, al oír mis dulces gemidos, soltó mis hombros; y, metiendo sus manos bajo la camisa, empezó a acariciarme las tetas.

Al sentir sus hábiles dedos creí que no podría aguantar tanto placer y, cuando empezó a jugar con mis pezones, no pude soportarlo y me caí de rodillas al suelo, en medio de un fuerte orgasmo.

Mi tío se sentó en el suelo, frente a mi, con los pantalones bajados, y me pidió que le chupara su gran aparato.

No me lo tuvo que pedir dos veces, porque yo estaba deseando metérmelo entero en la boca, aunque, en esa ocasión, no me lo pude tragar todo, ya que los perros, que no dejaban de lamerme, me hacían llegar, una y otra vez, con unos fuertes orgasmos; y tuve que dejar que se me derramara toda la leche, por la barbilla, para no ahogarme, mientras gritaba de placer.

Después, mientras dábamos de comer al resto de los animales que había en la granja, me explico que las tres eran hembras, ya que el perro estaba atado en un cercado aparte; porque era época de celo y, por el momento, no quería que dejara preñadas a las perras.

Yo les tenia que haber caído en gracia; pues, en cuanto me paraba un instante, ya tenia a una, o dos, metidas bajo mi camisa, chupándome, con placer, toda la abertura.

Era una sensación maravillosa, que no me cansaba de experimentar, y que me hacia dormir muy inquieta por las noches, deseando que llegara pronto el día siguiente, para volver al divertido corral.

Una mañana, mientras mi tío ordeñaba las vacas, decidí entrar en el cercado de Brutus, el perro, para jugar con él. Me acerque a cuatro patas, como si fuera una perrita, y pronto pude sentir como su húmeda lengua rasposa exploraba a fondo mi intimidad.

Como ya estaba acostumbrada, me puse cómoda, y le deje hacer.

Me sorprendió mucho que dejara de lamerme, cuando mas a gusto me encontraba, y me abrazara con sus patas delanteras.

No sabia lo que estaba pasando y, aun no había acertado a reaccionar, cuando sentí un afilado, y doloroso, dardo puntiagudo entrando hasta lo mas hondo de mi. Solo pude llorar mientras me penetraba, cada vez mas adentro, con su largo miembro.

Al final, mientras el afortunado chucho se corría, con unos largos y calientes chorros de semen, sentí un poco de placer; pero no el suficiente como para que hubiera valido la pena perder mi virginidad de una forma tan tonta.

Lo peor fue que al animal se le formo como una especie de pelota de carne en la punta del miembro, y no podía salir de mi interior. Pase un rato terrible hasta que, por fin, vino mi tío y, tranquilizándome, logro que el perro saliera sin hacerme daño.

Después, mientras me limpiaba los restos con un pañuelo mojado, le conté lo que había pasado.

Él estaba muy preocupado por mis sentimientos, y se sorprendió mucho, cuando le aclare que lo que mas me dolía no era perder mi virginidad, pues no entendía su utilidad, sino el haber experimentado tan poco placer.

Me prometió que iba a solucionar eso y, llevándome al pajar, me hizo tumbar desnuda sobre una manta, situada sobre la paja amontonada. Estuvo un buen rato dándome besos por todo el cuerpo, especialmente en mis sensibles pechos, mientras acariciaba sin descanso mi dolorida intimidad. Espero hasta que me corrí, por segunda vez, en sus hábiles dedos, para pedirme que le chupara, solo un poco, su largo miembro, antes de poseerme, lo cual hice de mil amores.

Cuando llego el momento mágico, y aunque puso todo el cuidado del mundo, pensé que me partiría en dos, antes de poder meter una cosa tan grande dentro de mi agujerito.

Pero, poco a poco, consiguió llegar hasta el esponjoso final, y todo empezó por fin a mejorar. Después de quedarse un rato totalmente quieto, para que me adaptara a su verga, volvió a entrar y salir muy despacio, consiguiendo que el dolor se transformara en un placer infinito.

En cuanto vio que mis gemidos daban paso a auténticos gritos de placer, me enseño como menear las caderas, para acoplarme a sus fuertes empujes, que lograron que me quedara totalmente exhausta, después de una interminable serie de orgasmos.

Fue tan intenso el placer que sentí ese día memorable, que era yo la que insistía en que hiciéramos el amor, una o dos veces como mínimo, cada vez que íbamos al corral; teniendo que masturbarme frenéticamente en mi dormitorio cuando no podía ir al corral por tener que ayudar a mi madre a limpiar nuestra vieja casa.

Con el paso de los meses me di cuenta de que, aunque mi tío nunca se negaba a hacer al amor conmigo, cuando de verdad disfrutaba, era cuando los animales me hacían llegar a mi.

Yo prefería, de largo, hacer el amor con él, pero tenia que acceder a sus raros caprichos, si no quería que se enfadase conmigo.

Como mi tío nunca llegaba dentro de mi, para no dejarme embarazada, solía untar mis tetas con su esperma, pues sabia que ese sabor volvía locas a las perras.

Así que yo me pasaba todo el día con ellas bajo mi camisa, lamiendo sin descanso; hasta que el placer me dominaba, y me dejaba caer al suelo, para que pudieran lamer también mis pechos. Cuando mi tío me veía totalmente entregada al acto, solía arrodillarse frente a mi, y obligarme a hacerle yo a él lo mismo que las perras me hacían a mi.

Brutus no volvió a tener mas problemas de celo; pues, en cuanto mi tío lo veía nervioso, me obligaba a hacer el amor con él.

Como ya estaba acostumbrada al enorme miembro de mi tío, no me importaba hacerlo con Brutus, pues suponía una divertida variación, con su rápida velocidad de penetración; pero me fastidiaba que me arañara con sus patas, y que llegara tan pronto.

Eso si, me hacia gracia que no dejara acercarse a mi tío con sus ladridos, cuando me estaba poseyendo. Le tome mucho cariño a Brutus, pues el fue mi primer amante.

Fueron unos meses maravillosos, en los que mi tío me enseño todo cuanto sabia sobre el sexo, y la mejor forma de practicarlo.

Me apeno mucho que se acabara el verano y tuviera que volver al colegio, pero al menos me quedaba el consuelo de poder seguir haciendo el amor con mi tío cuando nos quedábamos solos en la casa.

Lo cierto es que no me acostumbraba a prescindir de sus penetraciones, dando lugar a algunas situaciones violentas cuando lo acosaba para que me satisfajera, sin importarme quien anduviera cerca.

Ese año comenzaron a convertirse en mujeres la mayoría de mis compañeras pero, como pueden suponer, yo iba tan por delante de ellas que sus primeros escarceos sexuales se me antojaban infantiles.

De todas formas no me importaba participar en ellos, si así obtenía el placer que necesitaba.

Lo normal era que nos juntáramos tres o cuatro chicas en los aseos a la hora del recreo, para comparar nuestros cuerpos viendo como se iban formando poco a poco, mientras nos acariciábamos unas a otras cariñosamente.

Yo, debido a mi espectacular delantera, era una de las mas solicitadas, pues no en vano seguía teniendo las mayores domingas de mi curso.

Siempre había dos o tres dispuestas a acariciar y saborear mis pechos si yo accedía a desnudarlos para ellas.

Como ellas sabían que a mi también me gustaba divertirme con sus lindos meloncitos siempre había alguna que los dejaba a mi alcance mientras las demás jugaban con mi cuerpo.

Al final, como es lógico, siempre acabábamos con las manos metidas debajo de las bragas de otra compañera, hurgando apasionadamente, para demostrar quien era mas hábil con los dedos, arrancando el orgasmo antes que las demás.

A estas alturas no me avergüenza confesar que llegue a adquirir una cierta fama, pues mis dedos rara vez fallaban cuando se trataba de localizar los puntos mas sensibles de mis compañeras.

El verano siguiente, en el que también tuve que ayudar a mi tío con los animales, este me sorprendió con algunas de las raras obras que había estado haciendo en el corral, durante los meses que yo no pude ir, por culpa de las clases.

Me hizo mucha ilusión ver que pese a que mi cuerpo había crecido bastante, sobre todo de pechos, las tres perras no me habían olvidado.

Pues se me echaron encima nada mas verme; demostrándome, con sus vivos lengüetazos, que mi dulce intimidad seguía siendo su comida favorita.

Así que las deje lamer a gusto mis orificios todo el tiempo que quisieron; hasta que me sentí tan excitada que, prácticamente, fui yo la que violo a mi tío.

Ese día, además de hacer el amor, varias veces, con mi querido tío, no me olvide de hacerlo con Brutus; el cual me demostró, a su ruda manera, que tampoco el me había olvidado, pues me penetro de una forma bastante mas violenta de lo que me tenia acostumbrada.

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