Sus piernas eran largas y bien hechas. En conjunto, era un de esas nativas de complexión fuerte, piernas largas, cintura alta, culo y caderas anchas y cintura estrecha, espalda ancha y recta y pechos desarrollados y erectos. Su pelo era extremadamente rizado, aún después de mojarlo y su cuello. Largo como el de una jirafa. Fina, una chica fina.
Fina besaba a Nadia sin miramientos, en la boca y en el cuello, cada vez más apretadas. Sus manos agarraban el trasero de Nadia con fuerza. No importaba que yo las viera. A mí ya no me extrañaba aquello. Pronto comencé a sentir las manos de mi hermana en mi trasero. No llegaba a darme besos en la boca, así, de pié, pero al bajarme el tirante, me los daba en esa zona indeterminada que ni es hombro, ni axila ni pecho.
La boca de Ptolomeo le ardía en los pezones y a pesar de todo, por sentirse tan torpemente utilizada, aquello no le excitaba en absoluto, per conocía la técnica perfectamente y no tardó en conseguir que el mequetrefe se ruborizada y se estremeciera de placer.
Mi hermana empezó a decir insistentemente que quería estudiar en Alicante hacía dos años, es decir, que la tía Eva la había seducido muy muy jovencita.
Juan puso sus dos manos sobre las caderas, sobre la parte alta de las nalgas de la tita y comenzó de nuevo a moverse. Me quedé callado, sobrecogido. Tuve miedo. Lo digo sinceramente. Fueron unos minutos que se me hicieron horas.
Yo no tardé en estar vestida también. Hicieron pasar a mi marido que estaba más despistado que un cateto en Madrid. Se sentó junto a mí. Yo la verdad es que estaba un poco avergonzada, por que no sabía si realmente me habían sometido a un tratamiento o me habían hecho una tortilla.
Te cogí, del brazo, te arranqué de la cama. Llevabas un pijamita verde que te conocía desde hacía años, de pantalón corto y chaquetita de manga corta. Debajo de él no llevabas más que las bragas.
Su cuñada estaba deprimida a causa del embarazo, nuestra protagonista se ocupará de consolarla y animarla.
Me quité el abrigo de visón para quedarme cómoda, con un suéter muy ajustado, que marcaba la redondez de mis senos y mis pezones, y una minifalda. Me había preparado muy bien para mi primera ocasión.
La besé con mucha pasión, haciendo mía su boca. Luego le besé las tetas oprimiéndolas contra mi boca. Comencé a meter su pezón entre mis labios, a lamerlos, a enloquecerme con ellos. La agarraba de la cintura para que se mantuviera firme.
Aquella noche, aprovechando que desde hacía semanas dormías sin camisón, yo me dirigí desnuda a tu cama mientras dormías. Te bajé las bragas. Tenías que ver la sonrisita de angelito que tenías al dormir.
Yo me sentaba justo encima de él y dejaba que me penetrara como me había penetrado hacía unas semanas la botella de champagne que la dama solitaria mantenía entre los muslos. El reportaje esta vez salió también perfecto. Pobre gilipollas.
Fuimos a ver a la Doctora Felicia. Ginecóloga. Eva no me lo había comunicado previamente, por lo que iba vestida como a Eva le gustaba que me vistiera cuando iba con ella, con buena ropa pero con pinta de putita.
Me retuvo un rato, humillándome obligándome a bajar la cabeza. Regañándome por un robo que no había hecho. Me parecía que estaba chalada. Pero a mí me excitaba. De vez en cuando, se pasaba por detrás de mí y me pegaba un cachete en el culo.
Era ya la hora de la siesta. Patricia ya tenía permiso para ponerse bragas. Se paseaba ufana y pro un momento pensé que las impresiones de la noche, en la que había llegado a la conclusión que ella también hubiera deseado que las vacaciones hubieran continuado, eran imaginaciones mías.
Le besé la boca probando el sabor de la mermelada y la mantequilla. La dejé limpia. Me bajé los calzoncillos y mi pene estaba un poco excitado con sólo pensar lo que iba a hacer. Coloqué con los dedos un poco de mermelada sobre la punta de mi picha.
Era, lo he sido siempre, un chico con fantasías de dominar a las mujeres que se me sometían dóciles y sumisas y mis masturbaciones eran producto, en general, de fantasías en las que una chica era mi esclava y la obligaba a someterse a mí y luego la besaba los pechos o las nalgas.
El dedo de Gema se dedicaba a prodigar los más tiernos estímulos en el clítoris de Adriana y comenzaban a humedecerse, cuando se deslizaba una y otra vez, apenas sin introducirse, en el sexo de su hermana, que había dejado de menearse, pero seguía tensa, muy tensa, sin querer mirar a los ojos a Gema, que aprovechaba para morderle la oreja y lamer su interior y luego el cuello y morderle la comisura de los labios.
Le agarré del cuello y lo metí en la habitación y comencé a desnudarlo yo misma. Nuestras bocas no se separaban mientras tanto y pronto se quedó en calzoncillos. Era un hombre compacto, apenas más alto que yo, pero tenía pinta de ser un semental. Su pecho cubierto de bello. Se bajó los pantalones y ví un cipote bastante largo. Me empezó a quitar el camisón. y pronto quedé en bragas.
Me puse a pensar en Emilia. Aunque Kuka encontrara antes las bragas, se las daría a Emilia para que tuviera que comerle el sexo. Mi única alternativa era que no encontraran nada. Emilia era una chica parecida a Kuka de estatura. Su pelo era marrón lacio y era muy morena de piel, de cara redonda y nariz respingona.